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Max, Juan y yo (parte V y final)

Yo estaba más que satisfecha, había cumplido mi fantasía de ver a Max cogerse nuevamente a mi novio. No me pregunten por qué, pero me excitaba muchísimo verlo tan vulnerable y sujeto a los deseos de mi perro.


Mi cabeza no podía dejar de pensar en repetir nuevamente la experiencia, pero para Juan aceptar esta situación, no era tan fácil. Era obvio que le gustaba, y puedo dar fe que en el momento lo disfrutaba muchísimo, pero por ejemplo era incapaz de sacarme el tema. En eso yo lo respetaba, era una experiencia fuerte y no lo iba a presionar en absoluto. Eso no quitaba que yo quisiera repetirlo. Pasaron algunas semanas, en que todo siguió como si nada, hasta que se me metió la idea de ir un pasito más allá. Esta vez quería observar la escena sin participar de ella. Quería tener perspectiva del acto, y sobre todo poder ver bien a Max en esa situación. Aunque obviamente había estado allí, mi visión de la escena siempre era dificultosa y eso me empezaba a roer la mente. La próxima buscaría separarme para poder contemplarlos a los dos cómo cogían.

Una tarde, luego del colegio como de costumbre fuimos a casa. Entre besos y caricias nos fuimos a mi cuarto y yo me arrodillé frente a Juan, le desabroché el pantalón y se los bajé junto con sus boxers. Tenía lógicamente la verga a mil, muy parada. Era mas bien grande, proporcionada a su cuerpo. Empecé a mamársela con muchas ganas mientras me miraba parado delante mío. Él estaba extasiado. Cada tanto me la sacaba de la boca y le lamía los huevos lampiños que tenía. No tenía muchos pelos en el cuerpo. De a poco fui lamiendo más y más abajo, a la zona entre su ano y los huevos. Loco de placer iba abriendo las piernas para darme acceso, y yo de apoco fui quedando en el suelo, entre sus piernas abiertas, sosteniendo fuertemente tu pija parada con una mano, y con la boca recorriendo la dirección a su cola. Me fui dejando llevar hasta que terminé detrás de él, lamiéndole el agujerito de la cola, mientras que de apoco se iba inclinando hacia a delante. Los dos lo disfrutábamos mucho. Fui guiándolo levemente, para que se arrodillara en el suelo, apoyando su pecho en mi cama y dejando toda su cola abierta a mis besos.

Me separé de él un instante para alcanzar el pomo de la puerta y la abrí para dejar entrar a Max. Cuando vio la escena, el perro en seguida se acercó a olerle la cola a mi novio, y propinarle unos suaves lengüetazos. Juan giró su cuerpo para mirar qué sucedía, y yo le dije que se quedara tranquilo que tenía todo controlado. Como otras veces yo contaba con su sumisión en esas circunstancias, para poder seguir adelante con mis deseos.

Para tranquilizarlo volví a besarle la cola, y recorrer con la punta de mi lengua toda la redondez de su ano. Incluso empecé a hacer fuerza con la puntita como si fuera a metérsela, y sentí como de a poco se relajaba su músculo y dejaba de ofrecer resistencia.
Me volví a retirar un poco para alcanzar mi crema de manos, y untársela por su agujero. Por experiencia sabía que eso iba a provocar que Max quisiera lamerlo con fuerza. Tomé un poco de crema en mis dedos y se la empecé a pasar con movimientos circulares, de afuera hacia adentro, hasta que le metí la primera falange de mi dedo mayor. Nunca antes había intentado meterle un dedo por la cola, y me gustó mucho la sensación, al sentir como su músculo me atrapaba el dedo. Lo giré con suavidad intentando relajarlo, al tiempo que movía mi otra mano arriba y abajo alrededor de su pija dura.

Noté como se iba aflojando, a la vez que metía todo mi dedo dentro. Cuando llegué al final, lanzó un leve suspiro y le salieron unas gotitas de líquido pre seminal. Se estaba excitando mucho. A todo esto casi no me percaté que Max me estaba lamiendo el clítoris, tal era mi concentración en la tarea, que no reparé en la cálida sensación que el perro me estaba haciendo sentir. Saque el dedo de la cola de mi novio y lo invité a Max a que siguiera la tarea. Lógicamente, con el olor y el gusto de la crema, los lengüetazos eran abundantes y duraron cerca de tres minutos. Yo no paraba de masturbar a Juan muy lentamente, no quería que perdiera la excitación, pero tampoco quería que se viniera aún. Para mi frustración, Max no intentaba montarlo esta vez. Así que tomé una decisión que hasta el momento no había manejado. Sin soltar el miembro de Juan, con la otra mano le agarré el suyo a mi perro. Como dije, no lo había probado antes, pero estaba dispuesta a ir hasta el final. Aún no estaba duro, envolví con mis dedos su piel alrededor del miembro y empecé a pajearlo con delicadeza. De a poco se fue endureciendo y la punta roja empezó a asomarse. Me parecía surrealista estar ahí, desnuda en el piso de mi cuarto pajeando a dos machos a la vez, mi perro y mi novio.

 Con esta ayuda Max pasó a la acción e intentó montar a Juan. Puso sus dos fuertes patas a los lados, sobre la cama, y con la cadera trataba de dirigir su miembro a la cola de mi novio. Juan tenía la cola muy para arriba y Max no llegaba, así que tiré de la pija de Juan hacia arriba con mi mano, para indicarle que debía bajar la cola. Muy obediente siguió mi movimiento, y con mi otra mano agarré de nuevo al perro por la pija, totalmente afuera ya, y la acerqué a la entrada de la cola de Juan. Al sentir el contacto, Max hizo dos fuertes embestidas y ante mis ojos enterró todo su miembro en la colita de mi novio. Juan dio un leve quejido, pero se quedó inmóvil permitiendo que Max hiciera su trabajo.

No les puedo contar lo excitante que era esa escena para mí. Otra vez, mi macho perruno se cogía a mi macho humano, que pasaba a ser la perrita de mi amado Max. La conchita se me humedeció tanto que un hilo de fluido se encharcó en el suelo. Empecé a masturbarme frenéticamente mientras contemplaba ese acto animal entre esos dos seres hermosos. Juan gemía muy levemente a cada embestida del perro, parecía una verdadera putita satisfaciendo a su hombre. En medio de esa locura vi el celular de Juan cerca mío y no pude evitar agarrarlo para poder grabarlos. Olvidé mis propias caricias para pasar a registrar ese momento tan bestial. Era u acto netamente carnal, donde un macho poseía a otro. Juan me vio con el teléfono en la mano, pero no me dijo nada. Su éxtasis era tal que no le importó que estuviera registrando ese momento. Max como de costumbre no duró mucho y empezó a temblar mientras descargaba todo su semen en el interior de mi novio. Juan jadeaba y se ponía rígido por momentos, arqueaba la espalda, intentando capturar todo el placer del momento. Yo seguía grabando esa hermosa escena. Mi bebé, mi perrito convertido en el macho alfa, acababa de cogerse a mi novio y yo lo pude ver todo con detalle.

Max, habiéndose satisfecho intentó bajarse de la cama, pero eso provocó un grave alarido de Juan. Al principio no me di cuenta de que pasaba, pero el perro parecía no poder separarse. Con su dos patas delanteras en el suelo, su pierna derecha estaba en el aire. Parecía estar pegado por la pija al culo de Juan. En su desesperación, fue moviendo la pata trasera hasta que quedó mirando en dirección opuesta a la cama, pero con su cola pegada a la de Juan. Fue todo tan rápido que recién ahí atiné a acercarme. Juan que sollozaba de dolor, mientras le rogaba al perro que se quedara quieto. Pude ver como Max aún tenía su pene adentro del culo de Juan, pero éste no salía. En ese momento no sabía de la bola que se les forma a los perros en la base de su miembro, justamente para asegurar que su semen no salga de las perras.

Mi novio me pidió que calmara al perro, que en tenía que hacer que se tranquilizara para que pudieran despegarse. En ese momento y probablemente producto de la excitación que tenía, sólo se me ocurrió ofrecerle mi conchita a Max para que se entretenga lamiéndola. Me coloqué frente a él, lo más cerca que pude y levanté las piernas para ofrecerle toda mi intimidad a su boca. Yo estaba tan mojada que Max de inmediato empezó a lamerme, mis jugos seguían saliendo de mí, por lo que el perro esforzaba su lengua en la entrada de mi vagina queriendo alcanzarlo todo. Aunque yo estaba acostumbrada a esas sensaciones, la intensidad del momento me hizo entrar en trance. Instintivamente recogí las piernas, para que sus lamidas alcanzaran mi cola.  El placer era total. Con gran avidez alcanzaba mi clítoris, llevándome al delirio de placer, y a mi ano que estaba sensibilizado por el estado de éxtasis.

En pocos minutos exploté en un brutal orgasmo. Me saltaron jugos con una inusual potencia, y le mojé toda la cara a mi pobre Max. Mi cuerpo se convulsionó con fuerza, fue el clímax de todo lo que había pasado en ese cuarto.  Haber visto como Max le metía la verga en el culo a Juan, presenciar cómo se lo cogía y el otro gemía en un delirio de placer, el orgasmo del perro, la lamida a mi concha, y saber que Juan aún tenía la pija del perro adentro del culo, era una combinación demasiado explosiva.

Cuando empezaba a calmarse mi cuerpo, sentí como un descorche muy bajito y Max salió caminando por la puerta. Levanté la cabeza y vi a Juan inmóvil, con el culo bien abierto, un hilo de semen de Max bajándole por la pierna derecha. Me levanté y fui hasta él, para ver cómo tenía el ano completamente dilatado. Por impulso, metí dos dedos que entraron con total facilidad. Su interior estaba caliente y eso me produjo una inexplicable sensación de placer y dulzura hacia Juan. Quizás por imitación a Max, acerqué mi lengua a esa cola enrojecida y empecé a pasarle delicadamente la lengua alrededor del ano ensanchado. Poco me importó el semen del perro que seguía saliendo en un hilito. En ese momento pensaba que era el semen de mi bebé y que solo yo podía tragarlo. La cola de Juan debería tener al menos dos centímetros de dilatación, y no sé si podía o no quería forzar el cierre.

Probablemente no tenía fuerzas o le dolía mucho. Juan seguía inmóvil, y ante el roce de mi lengua empezó a ronronear. Calculo que encontraba calmante la leve caricia que mi lengua le propinaba. Yo lamía toda la circunferencia de su agujero, e incluso por dentro hasta donde alcanzaba con la lengua. Sin pensarlo le agarré la pija a Juan, que estaba a medio camino y empecé a masturbarlo con suavidad. Para cuando el semen del perro dejó de salir, Juan ya tenía bien dura de nuevo la verga. Empecé a darle con fuerza, como si lo estuviera ordeñando desde atrás. El seguía con las rodillas en el suelo, y el cuerpo sobre la cama. Cuando noté que iba a acabar, tiré sin piedad de su pija hacia atrás y me la metí todo lo que pude en la boca. Aunque nunca había dejado que se viniera en mi boca, en ese momento yo estaba deseosa de tomarme toda su leche.

Capaz como premio, o capaz porque había perdido todos los prejuicios. Chorro tras chorro mamé con fuerza y me los fui tragando. Parecía un ternero que toma la leche se su madre, con la cabeza entre las piernas de Juan. Cuando terminó de sentir su orgasmo, y su pija empezó a ablandarse, lo solté y me acosté a su lado. Llevaba los últimos restos de su semen en la boca y de Max en mi barbilla, y fui derecho a darle un profundo beso, para que él también sintiera ese sabor que ya nunca olvidaría. Me besó con pasión también, y nos quedamos acostados los dos, desnudos y nos dormimos.
 

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