Clarisa. 1ª Parte.
—¡¡Clarisa!!…¡¡Clarisa!! ¡He llegado!… ¿Dónde estás?
Vaya, estahermana mía… seguro que está dormida.
Subo a laplanta de arriba, el piso es un dúplex, su habitación está revuelta, pero aella no la veo. Estará en la bañera, seguro.
La puerta del baño está cerrada, golpeo conlos nudillos y no hay respuesta. Seguro que se ha dormido. Golpeo con másfuerza… Sigo sin obtener respuesta. Esto me preocupa. Aporreo con fuerza.Silencio. No lo dudo… Me aparto, tomocarrerilla y estrello mi hombro contra la puerta del aseo. El cerrojito saltahecho pedazos…
Clarisa está enel baño, desvanecida, el agua roja, unligero hilillo de sangre se desliza desde su muñeca. Un cúter en el suelo delbaño.
Un escalofríorecorre mi espalda.
—¡Clarisa,cariño háblame, dime algo! ¡Por favor!… ¡no te mueras!… ¡Tú no!
Con una toallahago un torniquete para evitar que siga sangrando… La saco, como buenamentepuedo, cojo otra toalla, cubro su cuerpo con ella, a la vez que trato desecarla, me la llevo en brazos hasta su dormitorio, la dejo en la cama ycompruebo, en la carótida, que aún late su corazón, aunque muy débilmente…Observo algunos moratones en su cara.
Corro en busca de mi móvil, llamo al 112 yexplico la situación…
Apenas quinceminutos después llaman a la puerta del piso, bajo a abrir, suben dos sanitarioscon una maleta y una camilla… Todo fue muy rápido. Mi hermana aún no harecobrado la consciencia. Tras unas pruebas me preguntan si sé su gruposanguíneo.
—¡Sí, somoshermanos, somos O Rh negativo los dos!
—Póngase a sulado, vamos a realizar una transfusión de sangre a su hermana.
Hechos los preparativos le suministran misangre, la sujetan en la camilla y nos llevan a la ambulancia unidos por loscatéteres.
La acompaño enel vehículo hasta urgencias del hospital donde le suturaron la herida de lamuñeca; tras la transfusión de sangre pertinente y las distintas pruebas, latrasladaron a una habitación.
Me permitieronestar con ella esperando que recuperara la consciencia.
Un nudo oprimíami garganta. Recordaba…
Tres años atráspasamos por una situación traumática. Perdimos a nuestros padres en unaccidente de tráfico. El, por desgracia ya clásico, conductor bebido que sesaltó un semáforo. Clarisa tenía catorce años, yo dieciocho. Por mi mayoría deedad pude hacerme cargo de ella y nos permitieron seguir viviendo juntos.
Desde entonces me he dedicado a ella condevoción. Cuidándola, tratando de que leafectara lo menos posible, de que olvidara la desgracia… Habíamos logradosuperar el trauma… Y ahora esto… No lo entiendo, ayer estaba feliz. Con dieciochoaños celebraba haber aprobado el curso con excelentes notas. Quiere estudiarinformática, como yo.
Acariciaba sumano entre las mías, tan suave, tan delicada… ¿qué podía haberla arrastrado acometer esa atrocidad? Si ya habíamos superado la dolorosa perdida de nuestrosprogenitores…
Una enfermeraentró y rompió el hilo de mis pensamientos; me dijo que saliera al pasillo. Unmédico quería hablar conmigo. Llevaba una carpeta en su mano.
—¿Es su hermanano? — Preguntó con voz firme.
—Sí, vivimossolos, nuestros padres fallecieron en un accidente de tráfico hace unos años yyo me hice cargo de ella. No puedo explicarme por qué ha hecho esto. — Respondí
No pude más y rompí a llorar…
—Cálmese, lopeor ya ha pasado, está fuera de peligro y tal vez pueda darle algún indicio delo ocurrido… Su hermana ha sido salvajemente agredida… Presenta hematomas ylesiones en distintas partes de su cuerpo, sobre todo en los pechos, glúteos, muslos,espalda… ano y vagina; además de los que puede observar en su rostro. No puedoasegurar si con su consentimiento o no. Solo ella lo podrá aclarar. Pero debeser muy paciente. Tal vez sea la razón del intento de suicidio; casi conseguridad ha sido violada y eso ha desencadenado… En fin; hemos practicado unaprueba para determinar que no ha sido infestada de VIH y ha sido negativa, detodos modos deberá repetirla dentro de dos semanas y otra pasados tres meses.Además necesitamos su autorización para administrarle la píldora del díadespués para evitar posibles embarazos no deseados. Aparte de esto yo tengo eldeber de informar a las autoridades…
Lo que me dijoel médico me dejó helado. Cuando la saqué de la bañera no me fijé en su cuerpo,no la había visto nunca desnuda desde que tenía cinco o seis años y meavergonzó tenerla en brazos así. La cubrí con una toalla de baño, después dellamar a urgencias la sequé, pero casi sin mirarla y la arropé con una sábana.Así estaba cuando llegaron los sanitarios.
Entré de nuevoen la habitación, me senté a su lado y estreché su mano entre las mías. Ylloré… Mucho… Al estar con la cabeza agachada no pude ver que ella abría losojos. Solo cuando se soltó de mis manos y acarició mi cabello fui conscienteque había despertado. Nos miramos, me acerqué para besar su frente y videslizarse dos lágrimas por sus mejillas. Tenía inmovilizado su brazo derechocon una vía en su vena, pero con la mano izquierda me atraía hacia ella. Lloramos los dos, meabrazaba con su mano libre, yo no quería hacerle daño y solo acariciaba surostro y la besaba.
—Perdóname,Carlos. Ha sido horrible; no podía soportarlo y por eso… ¡Dios mío! ¡¿Que hehecho…?!
—Cálmatecariño, te pondrás bien y seguiremos adelante juntos, como siempre… Me tienes amí, a tu lado, como siempre… Pero no me vuelvas a dar estos sustos… ¿Quieresdejarme solo? Sabes que te quiero más que a nada en el mundo y si tú me dejas…Yo te sigo…
—¡No por favorCarlos! Te juro que no volveré a hacerlo. No pensé en el daño que te hacía,solo pensaba en mi dolor.
—Me han dichoque va a venir la policía a tomarte declaración por lo que te ha pasado.
—¡Noo! Porfavor Carlos, no!, ¡no quiero recordar nada! ¡Quiero olvidar! — Decíaangustiada.
—¿Te hanviolado? ¿Quién ha sido? — Pregunté.
—¡¿Lo ves?! Silos denuncio, aunque los encierren en la cárcel, acabaran saliendo y vendrán apor nosotros. Yo no puedo demostrar nada y ellos tienen a sus padres y amigosque los cubrirán y no les pasará nada y yo tendré que verlos todos los días enel instituto… No quiero que te hagan daño. A mí ya me da lo mismo. Lo mejorhubiera sido que me dejaras morir… — Rompió a llorar con una ansiedad que no lepermitía casi respirar.
En ese momentovi, reflejado en uno de los aparatos, unmovimiento a mi espalda. Me giré. Una mujer, de unos treinta años, desde lapuerta, nos miraba y asentía con la cabeza.
Se adelantó, mepuse en pie, frente a ella y me tendió la mano.
—Hola, me llamoLara, soy de la policía encargada de tomar declaración a su… ¿hermana?…
—Sí, es mihermana y ya se habrá enterado de porqué se ha intentado suicidar.
—Sí, pordesgracia es más frecuente de lo que parece. ¿Clarisa, te llamas no? ¿Por quéno me cuentas lo que te han hecho? — Dirigiéndose a mi hermana.
—¿Servirá dealgo? Ya he visto en las noticias lo que les pasa a las mujeres que denuncianviolaciones. Al final quedan como putas y los violadores libres, riéndose deellas y de sus familias. ¡No, no voy a denunciar! Ya lo han hecho otras veces yno les ha pasado nada… ¡Dejadme en paz! — Respondió gritando las últimasfrases.
Se giró,dándonos la espalda negándose a seguir hablando. La mujer policía me hizo unaseña para que saliera… Ya en el pasillo.
—Mire, entiendoque ahora esté reciente la agresión y se niegue a hablar. Pero, como dice, hahabido algunos problemas de este tipo en ese instituto. Lamentablemente estamosatados de pies y manos. Sin denuncias, sin pruebas, no podemos hacer nada. Taly como dice su hermana, el pasado año hubo una denuncia. Sin embargo losacusados presentaron testigos que hacían inviable la acusación. Además, sonperros viejos. No suelen dejar huellas, ADN, nada. Y si además, como el caso deClarisa, se lavan, bañan, duchan… Eliminan las posibles pruebas que podríaninculparlos. Por otra parte, como mujer, comprendo la necesidad de lavarse paracontrarrestar el asco que les produce la agresión que han sufrido.
—Lo comprendopero debo respetar la voluntad de mi hermana… No presentaremos denuncia… Porahora. Más adelante, si ella lo considera oportuno… Ya veremos lo que hacemos.
—¿Y qué pongoyo en el informe? — Preguntó inquisitiva.
—No creo quetenga problemas en decir que, tras la pérdida de nuestros padres, una depresiónla llevó a hundirse en la tristeza, intentando buscar la solución acabando consu vida.
—¿Y laslesiones? ¿Cómo las explico?
—Pues cómo sesuelen explicar, se cayó por la escalera, la tristeza y el dolor la llevaron acometer esa locura de intento de suicidio. Pero ya no se repetirá, de eso meencargo yo. No pienso dejarla sola hasta que esté seguro de que está totalmenterecuperada. — Dije con firmeza.
—¿No estarápensando en tomarse la justicia por su mano? Eso es muy peligroso y podríallevarlo a la cárcel, dejando a su hermana sola y desamparada… — Dijo la agenteLara.
—¿Me puederesponder a una pregunta? — La requerí.
—Dígame…
—¿De parte dequien está usted? — Miré fijamente sus ojos y no pudo mantener mi mirada.
—Solo intentoevitar que haga algo que les pueda perjudicar… Si me necesita… Llámeme, no lodude. Intentaré ayudarle por todos los medios… legales… que estén a mi alcance.— Me dio una tarjeta con su nombre cargo, dirección e-mail y número deteléfono.
—Gracias Lara,ha sido muy amable…
Nos dimos unapretón de manos en el que pude percibir franqueza.
Regresé denuevo junto a mi hermana.
—¿Qué le hasdicho a la policía, Carlos?
—No tepreocupes, Clarisa, no habrá denuncia. Pero esto no va a acabar así.
—Me das miedoCarlos, ¿qué piensas hacer?
—Nada porahora, cariño, nada…
Pasamos lanoche en observación. El día siguiente, por la mañana, nos visitó el psiquiatradel centro, el protocolo así lo exigía, por haber sido un intento de suicidio.Me hizo salir al pasillo y habló con Clarisa durante más de una hora. Al salirme llevó a un apartado y me dijo que pensaba que no existía el peligro dereincidencia. Estuve de acuerdo y además me hice responsable de lo queocurriera. Poco después pasó el médico que la atendió, me dio algunasinstrucciones para tratar las heridas y hematomas, le dio el alta y me la pudellevar a casa.
Preparé lacomida y dimos cuenta de ella, aunque tuve que forzarla un poco puesto queClarisa no quería comer, pero la convencí de que necesitaba reponer fuerzasrápidamente.
Pasaron tresdías. Mi hermana se recuperaba con rapidez, sin embargo aún mantenía un rictusde tristeza en su rostro. Le aplicaba las pomadas en los hematomas, curaba susheridas… Al hacerlo me miraba con amor. Percibía la vergüenza que me embargabaal masajear su cuerpo desnudo y me animaba con palabras cariñosas.
—Clari, amor,estoy pensando en que deberíamos marcharnos al chale de la playa. Desde allí yopuedo seguir trabajando y podemos tomar un poco el sol, descansar. Creo que lonecesitas…
—Síi, Carlos,serán cómo unas vacaciones. Pero tengo que recoger el título y la orla… — Trasesta frase su rostro se demudó, me miró fijamente y comenzó a temblar… — No, nopuedo volver al instituto, ellos estarán allí… Nooo.
Su reacción meinquietó.
—No cari, notienes que ir al instituto. He planeado algo que lo evitará, pero me tienes queayudar… ¿Lo harás?
Apenas habíaterminado de hablar cuando sonó el porterillo del piso. Su cara de espanto mepreocupó. Vocalizaba… NO… sin pronunciar. La acogí en mis brazos y logrétranquilizarla.
—Tengo quecontestar, no sabemos quién puede ser…
Descolgué elaparato:
—Hola…¿Clarisa? — Era una voz femenina. Miré a mi hermana que negaba con la cabeza…
—¿Quién eres? —Pregunté.
—Soy Celia, unaamiga de Clarisa. ¿Está ella?… ¿Quién eres tú?
—Soy suhermano, sube.
—Pero ¿está tuhermana? — Insistió.
—Sí, sube, teabro.
Clarisa secubría la cara con las manos y negaba con movimientos de cabeza. Poco despuésllamaban al timbre de la puerta y abrí. Me encontré ante una chiquillamenudita, delgada, rubia, con carita de ángel… Supuse que tendría la edad de mihermana, aunque parecía más aniñada.
Entró y al vera Clarisa se abrazaron llorando. Dejé que se calmaran…
—Bueno ¿mepodéis explicar qué ocurre?
—Ella estabaconmigo cuando… — Un sollozo interrumpió a mi hermana.
—Ya, ¿entoncesa ti también…? — Pregunté.
—No, a mí medejaron para después, me ataron y amordazaron, cuando estaban con Clarisaoyeron acercarse a alguien y se marcharon corriendo. Ella me desató, la ayudé avestirse y venimos hasta aquí. Luego me dijo que me marchara, que ya había terminadotodo… todo… — Se miraban con ternura.
—Y casitermina… todo… para ella. Intentósuicidarse…
—¡¿Cómo?! ¡Esono será verdad! Clarisa, mi vida… ¿Qué haría yo sin ti?
Un escalofríorecorrió mi espalda.
—¿Vosotrassois? ¿Estáis?
—Sí, Carlos.Nos queremos, lo descubrimos hace dos años… ese fue el motivo de que esoscerdos me violaran a mí y casi a ella. Nos descubrieron besándonos en unpasillo del instituto, nos atacaron y nos arrastraron a la habitación donde seguardan las colchonetas del gimnasio. Eran tres, nos ataron y amordazaron… amí… — Un doloroso gemido interrumpió la explicación de mi hermana.
Se abrazaronlas dos. Celia le acariciaba el pelo, comenzaron a besarse con afecto, en loslabios. No les importaba que yo estuviera delante. La verdad es que a mí solome preocupaba la atrocidad que habían cometido con ellas.
Las rodeé conmis brazos. Besé la frente de mi hermana. Celia recostaba su cabecita en mipecho. Clarisa en mi hombro.
—Seguidcontando, qué más ocurrió. Necesito saberlo todo. Esos cabrones no se irán derositas… Van a pagar esto muy caro…
—¡Lo ves,Carlos! Por eso no quería que te mezclaras. Son unos cerdos y tienen dinero,poder… Controlan las drogas que se mueven en el barrio, en el instituto… Sonmuy peligrosos.
—Cariño, puedesestar tranquila. No voy a ponerme en peligro… Pero se me ha ocurrido algo qué…Clarisa, tú estás muerta. — La cara de las dos reflejaba espanto. —Celia, túsolo sabes que Celia se ha suicidado. Estarás muy triste en la recogida de títulos,pero no dirás nada a nadie. Procura no estar sola en ningún momento. No tesepares de tus padres y cuando vuelvas a tu casa les dirás que te han invitadoa unas vacaciones en la playa con otra amiga… ¿Es posible?
—Sí, claro, mispadres se marchan a un crucero y no sabían con quién dejarme. Hablaré con MaríaJosé para que me cubra.
—Seguid con loque ocurrió.
Esta vez fueCelia quien hizo la descripción de los hechos.
—Me ataron y meamordazaron para que no gritara; me quedé paralizada, aterrorizada; a Clarisala tumbaron sobre las colchonetas que habían esparcido por el suelo, learrancaron la ropa. Ella se defendía, pero eran tres y más fuertes. Lagolpeaban, puñetazos, pellizcos, hasta le mordían los pechos y las nalgas… Yolo veía todo sin poder hacer nada, esperando que terminaran con ella paraseguir conmigo. Se pusieron preservativos. Nacho dirigía, decía lo que debíahacer cada uno. Vi cómo… la penetraban uno tras otro… — No podía seguir, seahogaba. — Vi sangre, no sabía por dónde, pero un instante vi su ano… ¡Quéhorror! Y yo allí, cómo espectadora, inmóvil, esperando mi turno… Uno de suspezones sangraba de un mordisco… — No pudo seguir. De nuevo se abrazaron y los llantosconvulsivos no les dejaron continuar.
Dejé que secalmaran.
—¿Por qué nollevas a Celia a tu habitación Clarisa? Podréis descansar un rato ytranquilizaros. No os molestaré.
Las dos chicassubieron a la planta superior, donde están los dormitorios. Iban abrazadas,besándose, acariciándose tiernamente. No pude evitar emocionarme, mis ojos sehumedecieron.
Busqué elnúmero de teléfono del instituto y llamé.
—Hola, buenastardes, necesito hablar con el director.
Una vozfemenina me dijo que esperara un momento. Poco después respondía otra vozmasculina.
—Dígame…
—Buenas tardes,soy el hermano de una alumna suya, Carlos. Ella era Clarisa…
—¿Cómo ha dicho? ¿Era? ¿Ha ocurrido algo?
—Desgraciadamente sí. Ya no estácon nosotros. Le llamaba para pedirle que me hiciera el favor de informar a suscompañeros, cuando entregue los títulos y la orla, que ya no seguirá con ellos.También para que me envíe el título y la orla a la dirección de la ficha de mihermana, por favor.
—Sí señor, cómo desee ¡Qué desgracia! Siento mucho su perdida.
—Gracias…
Llegó el día de la entrega de lostítulos. Celia, acompañada de sus padres, asistió a la ceremonia. Al recoger sutítulo lo hizo entre lágrimas. Yo observaba todo y grababa a los asistentesdesde un lugar retirado. El director informó de su fallecimiento y dijo unasbreves palabras en memoria de Clarisa. Al nombrar a mi hermana observé unmovimiento extraño en unos chicos de la primera fila. Se miraron de forma raray pude fotografiar sus rostros. También miraron a Celia con el ceño fruncido.No necesitaba más.
Al salir, ya en la calle, se acercóuno de ellos a la amiga de mi hermana, en un descuido de sus padres y le dijoalgo al oído. Ella se asustó. Buscó el abrigo de su padre, abordaron un coche yse marcharon. Yo seguí al tipejo. Iba solo. Se acercó a un grupo de chicos delinstituto, les pasó unas papelinas y ellos le dieron dinero a cambio.Disimuladamente grabé toda la operación.
Tras dar unas cuantas vueltas elsujeto se marchó y lo seguí, supongo que hasta su domicilio. Ya disponía dealgunos datos.
Al llegar a casa me encontré aClarisa y a su amiga muy excitadas, asustadas.
—¿Qué te pasa, Celia? ¿Quién eraese que se ha acercado a ti y qué te ha dicho?
—¿Estabas allí, lo has visto?
—Todo, pequeña… todo. ¿Qué te hadicho?
—Era Nacho, me ha dicho que si mevoy de la lengua estoy muerta… Y estoy muerta, pero de miedo.
—No te preocupes. No es tan gravela cosa. ¿Has hablado con tus padres sobre lo de irte a la playa?
—Sí, ya saben que voy, aunque nodónde. Ellos se marchan mañana al crucero y ahora mismo solo piensan en eso. Yome he traído la maleta y me quedo con vosotros.
—¡Estupendo! A cenar. Esta nochedormimos aquí y mañana temprano nos vamos. Clarisa, prepara también tu maleta,yo haré la mía.
Las dos chicas entraron en eldormitorio de mi hermana. Al pasar vi la puerta entreabierta, no pude evitarmirar. Estaban acostadas muy juntas. Abrazadas, vestidas. Se acariciaban lasmejillas y el cabello, se besaban con dulzura, mirándose a los ojos… Meemocioné.
Aunque no me gustaba conducir, lohice. El coche era nuevo. La compañía de seguros me lo facilitó tras elaccidente de mis padres. Lo usaba poco, solo en situaciones especiales… Cómoesta.
La casita de la playa, a cuatrohoras de camino, estaba en una urbanización con piscina común. No veníamosdesde el año anterior al siniestro. Tuvimos que emplearnos a fondo para dejarlalimpia. Comimos una paella con mariscos en un bar restaurante cercano, dondesolíamos ir con nuestros padres. Los recuerdos eran dolorosos, pero tras unascopas de buen vino y buena comida, se fueron diluyendo.
Les dije de ir a la playa, el díaera bueno y… Mi hermana se echó a llorar. La abracé…
—¿Qué te ocurre cariño?
Celia me miraba, se acercó, labesó en la boca…
—Aún tiene cicatrices y se venmuy feas. — Dijo Celia
La verdad es que no me había preocupadopor las marcas dejadas por los cerdos que la violaron. Celia desnudó a Clarisasin recato y ante mí aparecieron los moratones, que aún no habían desaparecido,con señales de dientes en ellos, en las nalgas, los muslos, la espalda, elvientre y los pechos. No quise ni pensar en otras zonas más sensibles. No podíadominar la ira, apreté los puños y se me clavaron las uñas en la palma de lasmanos. Un ardor quemaba mi pecho y las lágrimas acudían a mis ojos. Tuve queretirarme antes de que las chicas pudieran ver cómo me sentía. Desde el pasilloles dije:
—Lo que podéis hacer es subir ala terracita y tomar el sol allí. No os puede ver nadie y estaréis mástranquilas.
—Vale Carlos, eso haremos. —Apuntó Celia.
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