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El Despertar Sexual


El Despertar Sexual


El despertarsexual
 
No recuerdo la edad exacta que tenía, sólo séque era muy joven, de lo demás sí que guardo un grato recuerdo....
Era una fría mañana del mes de febrero, cuandole dije a mi padre que me dolía la garganta y que no quería ir a clases, por loque, comprensivo, me dejó en la cama y se fue a trabajar.
Dormí un rato más y tuve un sueño erótico, poraquel entonces ya pensaba en los chicos de esa manera y me atraía mucho ver lapicha de alguno “en directo”, pero aún no había realizado esta fantasía.
Una amiga me había enseñado una revista pornode su padre y nos quedamos escandalizadas con sus grandes pichas, aunquereíamos, a mi me daba miedo sólo de pensar que alguna de aquellas “cosas gigantes”intentase entrar en mi chochito. Así que pensé en que lo mejor sería buscar unapichilla de alguien joven como.
Quería acariciarla, quererla y mimarla. Saberqué se sentía al tocar una, algo extraño para una chica como yo, aún virgen.Aún hoy me sigue atrayendo esa idea, una picha joven e inexperta a la queenseñar. ¡Um! ¡Qué delicia!
Cada día me descubría pensando que uno de loschicos de mi clase me la enseñaba y se la tocaba y entonces él me sonreía y mepedía que se la chupara, como había visto en secreto con mi amiga Lisa en lasrevistas guarras de su padre. ¡Qué asco! --pensaba aún en aquellos tiempos.
El caso es que aquella mañana, sola en casa,me puse muy caliente entre ensoñaciones varias y desperté con la sensación detener el chochito muy mojado, me levanté a hacer un pis y en la taza del vátersuavemente pasé mi dedo por mis labios vaginales y concluí que efectivamenteasí era. Así que hice un pis, me limpié todo y me volví a acostar.
En la cama, le dediqué unas suaves caricias amis pequeños labios vaginales bajo las sábanas por encima de las braguitas.¡tan calentita! Empecé a sentir la excitación al hacerlo, noté cómo lasbraguitas se me humedecían, así que terminé apartándolas dejando el caminolibre para que mis dedos se deslizaran por el surco formado por mis pequeñoslabios vaginales.
La sensación era electrizante, tenía la yemadel dedo muy mojada al tacto, sentía la untuosidad del lubricante natural de mivagina sobre ella, mientras con el pulgar opuesto los movía en círculos sobremi dedo corazón lubricado.
Seguí surcando mi vagina, nunca mejor dicho,con mi dedo y me deleité con la tremenda excitación que me hacían sentiraquellas deliciosas caricias.
Con la otra mano me acariciaba los pechos y meponía duros los pezones, siempre he tenido las tetas grandes y descubrí que meencantaba trazar círculos con mis dedos en mis areolas, recorriéndolas como sifuesen las curvas de un circuito de carreras.
Fueron horas de tremenda excitación, sin prisa,pero sin pausa me acariciaba suavemente, sin llegar a penetrarme con mis dedos,pues era virgen y pensaba que me haría daño. Poco a poco aprendía a hacerlo, aconocer hasta dónde podía llegar para que no me doliese y el punto donde estabamarcada la frontera que no podía sobrepasar.
Desconozco el tiempo que estuve en aquel dulcemartirio, sólo recuerdo que en un momento dado decidí acelerar el ritmo paraasí intensificar aquellas sensaciones y ahí fue cuando experimenté mi primerorgasmo. Sentí convulsiones, me removí sobre la cama como la niña delexorcista, saltando frenéticamente sobre ella y arqueando la espalda hasta ellímite.
Paré un rato y descansé, para luego seguirdándome placer, ¡y así pasé el día entero!
Cuando mi padre me subió algo de caldo paracomer, me preguntó si no quería levantarme un poco y yo negué con la cabeza,entonces estuvo un rato sentada a mi lado mientras comía.
—Aquí huele raro, ¿no hija? No quieresbañarte.
—No papá, no me apetece nada con la gargantacomo la tengo —repliqué y lo cierto es que así era.
—Pues bueno, mañana te duchas y si quieres novayas tampoco al colegio, ¿vale?
Asentí mientras me acariciaba la mejilla ytras esto se marchó.
Efectivamente notaba como era mi sexo el quehabía llenado la habitación con su aroma empalagoso e inconfundible. ¡Me moríade vergüenza de pensar que mi padre pudiese sospechar que me había estadomasturbando el día entero!
Al día siguiente tampoco fui al colegio y meentregué de nuevo a la práctica onanística recién descubierta.
 
 
De exploración
 
En los siguientes días, en el instituto, meconvertí en una depredadora de pichillas jóvenes. Había un chico gordito,Santi, no hablaba mucho, pero yo sabía que le gustaba y era vecino mío ycompañero de clase. Así que un día, me las ingenié para coincidir con él a lasalida y para volver juntos a casa caminando.
—¡Hola Santi! —dije yo sorprendiéndole desdeatrás.
—¡Hola Clara! —dijo él dando un respingo sinesperarme, poniéndose en guardia primero, pues había unos chicos que loacosaban y luego, cuando me vió, mostrándome una amplia sonrisa de alivio.
—¿Vas para casa?
—¡Sí! —dijo quedándose cortado algo cortado.
—¡Vale, te acompaño! —dije yo como si talcosa.
ontinuamos caminando juntos. A él le costabahablar, así que la situación se puso algo incómoda y decidí llevar yo le pesode la conversación.
—¡Jo, la verdad es que los deberes de mates mematan! ¿A ti te importaría echarme una mano con ellos? —dije con mi sonrisahabitual.
—¡Oh, sí claro, no hay problema!
—¡Vale! ¿Te importa si vamos ahora entonces ami casa?
—¿Ahora? ¡Oh, bueno! Supongo que podemos estarun rato antes de la comida —dijo él algo más seguro de sí mismo, tal vezalagado por mi oferta.
—¡Perfecto!
Ya quedaba poco hasta mi casa así que continuédándole palique para que no se achantara y poco a poco cogió confianza.Recuerdo que de pequeños éramos amigos, pero desde entonces nos habíamosdistanciado.
Entramos en casa. Mi padre tardaría en llegarde su trabajo así que tendría tiempo para experimentar. Le dije que nossentáramos en el sofá y sacamos los libros y los cuadernos para supuestamentehacer los deberes de mates.
—¿Quieres comer algo?
—¡Oh no sé, mi madre ya tendrá la comidalista! —se excusó él.
—¡Ah bueno! —dije yo acariciando mis grandespechos sobre el jersey que me los aumentaba en tamaño.
Él me miró y rio nervioso. Entonces yo levantémi pierna y la crucé por encima de la rodilla, esto hizo que la falda de tablasde mi uniforme se plegara entre mis piernas y dejara a la vista mis muslosdesnudos.
Me resultó gracioso ver cómo él intentaba nomirar, pero luego caía en la tentación y me devoraba con sus ojos, ávidos deapetito por mi cuerpo.
—Santi, ¿te puedo preguntar algo personal?
—¿Personal? Bueno sí, supongo que sí —dijoponiéndose nervioso ante mi extraña pregunta.
—¿Tú te masturbas verdad?
Mi pregunta le dejó petrificado, fue un tensomomento y reconocí que me había pasado de frenada con él. Así que puse mi manoen su rodilla y traté de tranquilizarlo.
—¡Tranqui, que sólo es curiosidad! Te confiesoque yo lo hago —le dije para romper el hielo.
—¿Tú? —preguntó un tanto extrañado por miíntima confesión.
—¡Yo sí, la otra mañana mentí a mi padre! Ledije que estaba enferma y me quedé en casa sola, luego me acaricié entre lassábanas y fue muy placentero, pero creo que no logré el orgasmo, yo nunca hetenido un orgasmo, ¿y tú?
—¿Yo? Pues, si, creo que sí —dijo élrelamiéndose sus gruesos labios rojos.
Entonces yo me acaricié mi largo pelo y me peinécon mis dedos en un gesto sensual mientras suspiraba.
—Y tú, ¿cómo lo haces?
—Bueno, yo pues… —dijo quedándose parado.
—¿Te tocas tu pilila?
—¡Si claro! —confesó él como si fuese obvio.
—Yo me acaricio mis labios con mis deditos,los hundo en mi surco y… ¡um! —dije mientras me volvía a acariciar un pecho.
—¡Si! Yo me acaricio con mis dedos, subiendo ybajando, ya sabes… —me confesó él.
—¡No! No sé, ¡explícate mejor!
—Pues no sé, me la cojo por la punta, debajodel glande y con mis dedos la froto, arriba y abajo.
—¡Um, parece excitante! ¿Lo harías delante demí? Le propuse.
—¡Cómo! —dijo muy nervioso.
—¡Pues claro tonto! —dije dándole un suavegolpe en su hombro con mi puño.
—¡No sé Clara! ¡Es que me da vergüenza! —dijoél poniéndose muy nervioso.
—A mí también, qué te crees, mira lo que voy ahacer para que te pongas.
Entonces me quité la sudadera y le mostré misujetador blanco con mi blanco escote entre mis pechos.
—No tengo las tetas muy gordas, ¿no crees? —lepregunté mientras me las juntaba para aumentar intentar aumentar su tamaño.
—¡Oh no, son estupendas! —dijo él con los ojoscomo platos, clavados en mis pechos.
Santi quedó como extasiado, sus gafas casi seempañaron del susto, yo me reí y tirando de su cabeza clavé su nariz entre mistetas. La tenía caliente a pesar del frío que hacía fuera, pues Santi eragordito y no debía de pasar frío.
Entonces me saqué un pecho y se lo ofrecí paraque me lo chupase.
—Quieres chupármela, ¿eh?
—¡Claro! —dijo él muy cortado.
Me acerqué un poco y él bajó su cabeza hastaponerse muy cerca de mi pezón. Entonces sentí su cálido aliento en mi areola yme excité un montón. Tuve que ponerle la mano en su cuello y acercarlo hastaque él puso sus labios suavemente en torno a mi pezón y ésto me hizo sentir unprofundo escalofrío y exhalé.
—¡Oh vamos chupa! —le ordené, ante suenervante pasividad.
Como si hubiese activado un resorte interior,sus labios succionaron mi pezón y lo lamieron con su lengua, esto casi me hizodar un salto en el sofá, ¡qué sensación!
—¡Oh qué bueno Santi!
A partir de aquí me desaté y eché mano a supantalón, palpando su picha a través de su bragueta. Sintiendo la dureza deésta a través de la tela. Y seguí frotándosela encima de la misma mientras élme comía la teta.
—Enséñamela, ¡vamos, quiero verla! —le ordenésevera deteniéndolo.
—¿En serio? —preguntó con cara de tonto, desdeluego aquel pobre chico.
—Anda ya la busco yo —dije un poco harta de supasividad.
Echando mano a su bragueta se la bajérápidamente, luego introduje mi mano a través de ella y con algo de torpezapalpé su bulto.
—¡Oh, qué gorda la tienes! ¿No? —reí, ahora laque estaba nerviosa era yo.
—Anda, déjame ayudarte —dijo él apartando mimano.
Con más habilidad que yo, sin dudaacostumbrado a cogerla, se la sacó en un periquete a través de su bragueta.Entonces me quedé mirándola, ahora la extasiada era yo. La tenía muy blanquitay aparentaba ser muy suave, con su glande saliendo levemente entre los plieguesde su prepucio.
—¡Vamos tócate! —le ordené con severidad.
Tímidamente sus dedos cogieron su picha pordebajo de su glande, como me había dicho, y comenzaron a subir y bajar,haciendo que su prepucio se deslizara por su glande y éste sobresaliera máscuando él lo bajaba.
Pensaba que con lo grande que era tendría unabuena picha, no tan gorda como las que había visto en las revistas, pero,aunque no era muy larga, sí era bastante gruesa y su tamaño me impresionó unpoco. Pensé en qué se sentiría cuando me la metiera dentro, pero luego meimaginé embarazada y descarté esa idea.
—¡Qué bonita! ¿Me dejas probar? —le dije yomuy emocionada.
—¿Quieres probar? —me preguntó de manera untanto estúpida.
Así que pasé de responderle y me puse manos ala obra. La cogí tímidamente, casi rozándola y moví su prepucio tal como lehabía visto hacer a él. Fue la primera vez que cogía una de estas y ante todoadmiré lo suave que la tenía, y lo calentita que estaba. Así que me deleitémeneándosela y de vez en cuando le echaba una mirada indiscreta mientras él mesonreía.
Tomó la iniciativa y volvió a chupar mispechos, para facilitar su labor me saqué ambos por encima del sujetador y éstese dedicó a chupármelos alternativamente, poniéndome mis pequeños pezones durosy muy rojos. Haciéndome gozar intensamente mientras mis manos seguíanmasturbándole.
Entonces vinieron a mi mente imágenes de michupándosela, me vi como una guarra haciéndolo, como si mi otro yo, miconciencia, estuviese viendo la escena desde lo alto del salón y mi cuerpoestuviese allí chupando la pequeña picha de Santi bajo su gran barriga.
De repente me emocioné tanto que agarré confuerza su picha y se la meneé tan rápidamente que el pobre Santi no lo pudoaguantar y estalló en mi mano. Con enorme sorpresa vi como de su pichacomenzaban a salir chorros de semen, mientras ésta palpitaba en mi mano, comosi fuese un segundo corazón y él gruñía como si le doliese, hasta me hizopreocuparme por si le había hecho daño la cogerla con tanta fuerza.
Pero no, se corrió en mi mano y se puso elpantalón perdido de leche.
—¡Jo, qué desastre! Ahora cómo voy a mi casacon esto —se lamentó el pobre.
La verdad es que ahí me entró la risa, aunquea él no le hacía ni pizca de gracia el asunto. ¡Qué vergüenza si su madre loveía así! —debió pensar.
—Mira mi mano, me la has llenado de leche—dije yo apartándola de mí como si no la quisiera.
Me apiadé de él y cogí una toalla pequeña paralimpiar mi mano, luego se la pasé a él para que se limpiara ante misobservadores ojos. Ví como lo hacía y me deleite con este simple gesto, viendocómo limpiaba su picha que aún se mantenía dura.
Cuando casi había terminado se escuchó lallave de la puerta principal. ¡Mi padre estaba de vuelta! Así que corrí aquitarle la toalla y la escondí detrás del sofá mientras éste se la guardaba atoda prisa y se subía la bragueta.
—¡Vamos márchate! —le ordené severa de nuevo.
Así que nos encontramos en el recibidor decasa mientras pensaba en si vería el desastre de sus pantalones manchados deleche. De ahí me premura por que él se fuera.
—¡Hola papá! —dije echándome encima suyo parabesarlo y que no viese a Santi.
—¡Hola hija! ¿Quién es este chico? ¡Ah es elvecino! —dijo él reconociéndolo al instante.
—¡Si hemos hecho deberes juntos! Pero ya seiba, ¿verdad Santi?
— Si señor González, ya me voy, mi madre meespera para almorzar —dijo él tan nervioso como yo.
—¡Bueno, pues nada, vuelve cuando quieras! Mealegra que ayudes a mi hija en sus deberes —dijo mi padre sorprendido por elsúbito encuentro en nuestra puerta.
Santi salió apresuradamente y yo respire unpoco más aliviada, pero, ¿se habría dado cuenta de asunto?
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Acabas de leer los dos primeros capítulos de mi obra El Despertar, si aún no me conoces como autor, te dejo aquí mi bio:
Desde joven he escrito relatos eróticos. Recuerdo el primero, en ese cuento que escribí sobre un compañero de clase, una tímida y guapa chica que me atrapó. ¡Escribí este cuento en un Spectrum 128Kb + 2A y lo guardé en una cinta! Pero, lamentablemente lo perdí.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Hoy escribo novelas eróticas historias mucho más complejas, pero siempre recordaré esta breve historia.
Si no me conoces, ¡deseo que disfrutes de mis historias y que te atrapen! Si es así, ¡sabes cuánto disfrutas leyéndolas!

Zorro Blanco.

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