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Max, Juan y yo (parte II)

Cuando estaba en mi último año de secundaria, me ennovié con un compañero de clase. Se llamaba Juan. Era muy lindo, alto con un buen cuerpo. Era muy deportista y no pocas chicas estaban atrás de él. Como era de esperar al poco tiempo de empezar a salir, comenzó a acompañarme a casa después de clases. Con él tuve mi primera relación sexual. Recuerdo que cuando íbamos a mi casa las primeras veces, tenía mucha vergüenza de que descubriera mis actos con Max. Por eso cada vez que hacíamos el amor, cerraba la puerta de mi cuarto dejando a mi perro del otro lado. A todo esto, mi madre estaba al tanto de estos encuentros, yo a esa altura ya había cumplido los 18 años, así que simplemente me alentó pero que tuviéramos cuidado y usemos siempre preservativo.
 
Sin embargo, como les voy a contar, lo mío con Max quedó al descubierto, de una manera que nunca me hubiera imaginado. Una vez que llegamos a casa, luego de hacernos insinuaciones toda la mañana en el colegio, volvimos tan excitados que fuimos directamente a mi cuarto a coger, y ni me di cuenta de cerrar la puerta. Juan me desnudó rápidamente, y yo muy deseosa de que me penetrara me senté en el borde de la cama y me recosté hacia atrás, dejando las piernas bien abiertas. Mi novio se sacó el pantalón del informe, se arrodilló ante mí, se colocó el preservativo de siempre y comenzó a penetrarme con mucho ímpetu.
 
Al poco tiempo apareció Max y como era de esperarse, oliendo mi excitación trató de lamerme la vagina. En la posición en la que estábamos con Juan, apenas logró rozarme y más bien le lamió los testículos a él, que se sorprendió ante el roce y paró de inmediato. Hizo el intento de echar al perro,pero yo cegada de excitación, le pedí que siguiera y que no se preocupara por el animal. EN medio de mi excitación, sin pensar le dije que a Max le gustaba lamerme, y si se lo hacía a él, que lo disfrutara, yo le aseguré que la iba a pasar bien. No se convenció mucho, pero con tal de seguir cogiéndome, me hizo caso. Max volvió a los pocos segundos en su intento por lamerme, pero no me alcanzaba mucho, y su lengua debería pasar más por los huevos de Juan que por mi. Al rato, ya no sentía la lengua de mi perro, aunque lo escuchaba muy claramente cómo seguía lamiendo, por lo que asumo que le estaba pasando la lengua por los testículos y la cola a mi novio. Noté cómo él se recargó sobre mi, para empinar más su cola y dejársela más abierta a Max. Debía estar gozando mucho de la situación, porque no tardó en venirse con un gran gemido.Evidentemente ya no era la única que gozaba con la habilidad de mi perro. Juan se retiró ya satisfecho de encima mío, y yo quedé tan extasiada con lo que había acabado de pasar, que ni me importó alcanzar el orgasmo esa vez. Me levanté, saqué al perro del cuarto y volví a acostarme desnuda junto a Juan. Él estaba como paralizado, mirando el techo y jadeando un poco. Me acerqué al oído y le pregunté si le había gustado y me dijo que mucho. En ese ambiente, no me costó nada contarle cómo desde cachorro Max me ayuda a masturbarme y las veces que yo lo inducía a lamerme colocando algo dulce en la cola.
 
De ahí en más, dejábamos a Max en el cuarto cuando cogíamos, que era casi todos los días. Él quiso ver cómo mi perro me lamía y yo me masturbaba, y lo complací, cosa que le excitó muchísimo. También repetíamos mucho la posición de la primera vez con Max, y Juan se calentaba mucho al sentir al perro lamerle todo el ano con su gran lengua perruna. Sin embargo las cosas no quedaron ahí y fueron mucho más lejos.

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