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Max, Juan y yo (parte I)

Cuando estaba en el liceo me regalaron un cachorro de ovejero alemán, o pastor alemán, como prefieran decirle. Le puse Max, me pareció que le quedaba muy bien ese nombre. Como cualquier chica de esa edad, pasó a ser el centro de mi mundo. Era volver de la secundaria y él ya me estaba esperando, haciéndome fiesta y queriendo jugar conmigo. Yo hacía todo por él, era mi bebito, le daba de comer, lo bañaba, lo sacaba a pasear, no tanto por ser responsable, sino porque era lo mejor que me podía pasar. Desde la primera noche durmió conmigo en mi cuarto.
 
Con los meses fue creciendo, y pasaba mucho tiempo con él. Yo también crecía y a esa edad, incluso un poco antes de tenerlo a Max, ya había empezado mi descubrimiento sexual.
 
Me masturbaba con cierta regularidad, aunque no a diario. Como dije Max pasaba mucho tiempo conmigo, y también era testigo de los momentos en que me tocaba. En general, como pasaba las noches en mi cuarto, no iba a estar sacándolo para hacerlo. De todas formas, al principio él ni se enteraba, era chiquito y dormía mucho tiempo. Aunque con el tiempo se empezó a dar cuenta que algo pasaba y a mirarme con cierta extrañeza. De a poquito se acercaba,olfateando probablemente mis fluidos, o el olor a sexo que yo emanaba.
 
Al comienzo yo le preguntaba que olía, y le acercaba mis dedos mojados por mis fluidos. Él intentaba lamerlos y yo lo dejaba. Era tan chiquito y adorable, que no podía negarme cuando se acercaba a mi entrepierna mientras me estaba tocando. Lógicamente que me daba cosa dejarlo que me pase la lengua porla vagina, pero verlo ahí con su carita mirándome, terminé por dejarlo. Con su pequeña lengüita lamía los juguitos que salían de mi vagina. Por supuesto que ese roce era muy placentero y en mi estado de excitación se dio como una cosamuy natural.
 
También me gustaba mucho jugar con él, abrazarlo y empujarlo. Algunas veces, cuando estaba sola en casa, me sacaba toda la ropa para sentir el rocede sus pelos en todo el cuerpo. Pero era solo eso, un juego del que yo disfrutaba la sensación de su pelaje suave acariciándome toda la piel, en especial mis partes más sensibles. 
 
El tiempo pasó y nuestros juegos pasaron a ser una práctica habitual.Siempre lo dejé que me lamiera cuando me masturbaba, nunca pensé en que fuera malo para mí, era muy excitante recibir esa lengua áspera y caliente. Él siempre lo hizo con mucha delicadeza, casi como si entendiera lo que hacía. No lo dejaba participar todas las veces cuando me tocaba y a veces sólo se quedaba indiferente. Nunca lo obligué a hacerlo, aunque cuando tenía muchas ganas lo sobornaba para que se acercara. Algunas veces al volver del colegio, tomaba dulce de la heladera y me ponía en el agujerito de mi cola sobre todo. Había descubierto que me encantaba que me lamiera ahí, y él no lo hacía naturalmente como con mi vagina.
 
Vale decir que mis padres se habían separado, y era común que estuviera sola hasta que mi madre volviera del trabajo sobre las 19. Eso me dejaba infinitas tardes para hacer lo que quisiera. Como les decía, me gustaba agarrar dulce, llevármelo al cuarto, sacarme la ropa interior y levantarme la pollera del uniforme para acostarme en mi cama boca arriba. Recogía las piernas para dejar mi ano lo más arriba posible, tomaba un poco de dulce con dos dedos y me lo pasaba bien por mi agujerito para que Max estuviera un rato lamiéndolo.
 
 Nunca había estado con un chico,así que mi perro era un buen sustituto cuando deseaba sentir alguna caricia extra. Mientras él devoraba el dulce, yo me acariciaba el clítoris en círculos.Cuando Max terminaba su golosina, yo tomaba un poco más y volvía a embadurnarme la cola para que siguiera. Por lo general, él terminaba mucho antes de que me viniera, pero era suficiente para alcanzar una excitación tal que luego ya no me importaba si él lo hacía o no, y yo seguía sola, hasta alcanzar mi clímax.

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