No dejes de pasar por mi mejor post
http://www.poringa.net/posts/imagenes/4084661/Mi-amada-esposa.html
No te vas a arrepentir!
ADVERTENCIA: este relato tiene escritos religiosos
Hasta mis treinta años creo que fui una mujer normal, como todas, había terminado mis estudios terciarios, trabajaba por mi cuenta, en forma independiente, me había casado, conviví bastantes años, yo quería ser madre, él no quería ser padre, empezaron las discusiones, las fisuras se hicieron grieteas y decidimos seguir cada uno su camino.
Así a los veintisiete había terminado mi matrimonio y comenzaba a rearmar mi vida amorosa.
Un año después conocería a un muchacho algo mayor con el que empezamos a frecuentar, todo parecía ir bien, por decirlo de alguna manera, su compañía era de mi agrado, pero creo que realmente no estaba enamorada de él, al menos no sentía por él lo que alguna vez había sentido por mi exesposo.
Así llegaron mis treinta, con sentimientos por definir y fue cuando las cosas dieron un vuelco en mi vida. En principio creo que fue por curiosidad, aunque una es curiosa de cosas con las que se siente atraída, comencé a leer relatos, historias, ver películas eróticas sobre amos y esclavas, me excitaba mucho y me masturbaba imaginando situaciones.
Empecé a frecuentar foros, a intercambiar ideas y casi sin darme cuenta todo ese mundo desconocido para mí se me vino encima, aunque lo manejaba con suma discreción no podía ni quería salir de ese círculo.
Pronto comprendí que debía tomar una decisión, o tomaba en serio el amor que me proponía ese hombre o me decidía a experimentar cosas nuevas, y era blanco o era negro, ambas cosas eran incompatibles…
Terminé con ese romance sin sentido y nuevamente puse el contador a cero, empecé a conocer gente, intenté un par de veces ese juego de amo esclava sin éxito no encontraba la horma de mi zapato.
Y Alejandro fue el punto de inflexión en mi vida, el que me haría la puta que soy.
Nos cruzamos por casualidad, charlamos, una cosa llevó a la otra, notamos que nos entendíamos y las cosas solo se fueron dando, recuerdo algunas de sus palabras, él me dijo:
Jugaremos en un mundo donde todos somos normales, seguirás trabajando, seguirás siendo una joven respetable y decente para todos, tu imagen no cambiará, a los ojos de todos, de tus vecinos, de tus familiares, de tus amigos y de todos tus conocidos, por yo… yo te haré una puta, te haré tocar fondo, te haré hacer lo que jamás imaginaste hacer. Seremos como una pequeña secta, con secretos, con perversión, serás la mejor de las prostitutas, me meteré en tu vida y tendrás total dependencia de mis deseos…
Y vaya si lo logró, poco a poco me modeló a su medida, no fue cosa de un día, ni un mes, fue poco a poco, lentamente, a fuego lento.
Podría narrarles muchas historias, pero me centraré en lo ocurrido el último fin de semana.
El sábado por la mañana había trabajado mucho, tenía alguna documentación con plazos de entrega vencidos, almorcé y por la tarde fui a la casa de Mariana, una vieja amiga con la que me frecuentaba hacía calor, fuimos al patio trasero a charlar de cosas de mujeres, nos sentamos a la sombra del alero y abrimos un par de latas de cerveza.
Nuestra conversación divagaba sin un tema específico cuando sonó mi celular, Alejandro estaba al otro lado, me dijo que me preparara, por la noche tendría un trabajo para mí, eso me excitó sobremanera, vivía pendiente de sus deseos.
Mariana me miró con recelo, quería sacarme palabras que no estaba dispuesta a largar, intuía que algo le ocultaba, pero solo me excusé con temas laborales, aunque creo que ella nunca me creyó.
Llegada la noche, luego de bañarme, ajusté un sexi conjunto de ropa interior sobre mi piel, en tono turquesa, esos que una guarda para ocasiones especiales, calados, lleno de transparencias y de diminutas dimensiones, un perfume muy pegajoso, pintura para el rostro, algunas alhajas y un adherente vestido negro tipo látex que a mi amo le encantaba que usara, marcaba mi busto, mi cintura y las curvas de mi trasero, por suerte aun me conservaba en muy buena forma, con este tipo de prendas el límite entre puta y ridícula es muy fino.
Por último, mis infaltables zapatos de altos tacos que me regalaban unos generosos quince centímetros de altura.
Pedí un taxi por teléfono y en la espera me aseguré de que cada cosa estuviera en su lugar, el espejo de pared me devolvió la imagen de una mujer pulposa, provocativa, con un sex appeal muy lejano de esa joven que todo el mundo conocía.
El viaje fue ameno, el taxista intentó enhebrar una conversación que no estaba dispuesta a seguir y respondía con monosílabos a su verborragia, prefería concentrarme en mirar por la ventanilla las luces de la ciudad, el cielo se mostraba limpio y estrellado.
Alejandro me esperaba en el umbral de su casa, al verme pude notar su rostro descontracturado, con sus ojos masculinos perdidos en mis curvas femeninas
Cómo anda mi perra? estás espectacular…
Sonreí casi sin mirarlo a los ojos, como gesto de obediencia.
Subimos a su coche, y fuimos a un restaurante de medio pelo, ni bueno ni malo, nos sentamos en una mesa un tanto apartada, él se sentó a mi derecha, donde ambos podíamos tener una buena visión del salón.
Cenamos tranquilamente, me intrigaba que tarea me daría, no hablaba mucho y me excitaba imaginando. Ya en el postre, mientras comía una copa helada el discretamente deslizó una mano bajo la mesa apoyándola en el interior de mis muslos, subió lentamente hasta llegar a mi sexo, abrí las piernas para permitirle el acceso, sentí sus dedos introducirse en mi conchita, solo en ese momento levantó la vista de su postre para susurrarme
Putita, estás toda mojada…
Y prosiguió
Ves esos jóvenes que está cenando allá? Esos que hacen bastante bullicio…
Había siete chicos de unos veinte años en una mesa a medio salón, asentí con la mirada
Ok, escucha bien, mientras terminas tu crema helada elige a uno, el que más te guste, luego iras en su dirección y lo vas a seducir, dile lo que quieras, pero apártalo del grupo, lo invitarás al parque que está acá a tres cuadras, buscarás un lugar en penumbras y le chuparas la pija hasta hacerlo acabar y no me engañes, yo te estaré observando.
Ese era mi amo! Miré a los chicos, había un rubio bastante musculoso que me resultaba atractivo, decidida me levanté y me dirigí a su mesa, interrumpiendo la conversación, me miraron asombrados, me acerqué a su oído y le susurré:
Quiero chuparte la pija… me dejas?
Se dio una situación un tanto graciosa, a pesar de ser hombres se hizo evidente que fueron sorprendidos por mi avance femenino, directo e inesperado. Me miró dubitativo, con repensando en lo que había escuchado, no entendía nada, sus amigos menos, volvía a la carga cuando solo tartamudeaba
Dale, estoy caliente, no me digas que tienes miedo?
Sus amigos lo apuraron, le dijeron que la ‘veterana’ se veía muy ‘putona’, palabras que no me incomodaron, aun dudando se levantó y nos dirigimos a la puerta, no pude escucharlos, pero seguramente sus amigos estarían hablando de la fortuna del rubio, de la suerte que una desconocida como yo se le regalara para tener sexo.
Subimos a su moto para alejarnos del lugar, pero acá las cosas se complicaron, el mocoso tomó la iniciativa y nos perdimos de los ojos de mi amo, antes que dijera nada me había metido en un hotel alojamiento y no solo hizo que se la chupara, se cansó de cogerme y hasta me la dio bien fuerte por el culo, acabó cuatro veces, era joven, viril, tan viril…
El domingo por la mañana me despertó el sonido de mi celular, estaba completamente dormida después de una noche intensa de sexo, contesté casi sin abrir los ojos, Alejandro, al otro lado, evidenció sus molestias por no haber cumplido sus órdenes al pie de la letra, no estaba autorizada a tomar decisiones, me dijo que me levantara inmediatamente, que pasaría por mí en media hora más tardar, solo debía usar una falda que no pasara mis rodillas.
Fue muy puntual, aún estaba desayunando cuando sonó mi celular, traté de apurarme para no incomodarlo, el me esperaba en el coche, a media cuadra, bajo la sombra de un gran árbol.
Subí por la derecha, me dio un beso en la mejilla y observó el largo de mi falda corroborando que se ajustaba a lo solicitado, me pidió mi bolso de mano, abrió la guantera y extrajo un consolador de moderadas dimensiones, lo observé mientras sacaba el envoltorio que aún tenía pegada una etiqueta con el precio, lo guardó en mi cartera y dijo mirándome a los ojos:
Esto te hará falta…
Miró la hora y poniendo el vehículo en marcha aseveró:
Vamos, estamos atrasados…
Fue todo lo que dijo, la intriga y su silencio hicieron que me mojara imaginando distintos finales para esta locura, al fin luego de unas cuadras detuvo el auto cerca de una iglesia, me miró de arriba abajo y mientras acomodaba mi cabello dijo:
Dame la bombacha
Qué? – respondí con cara de no entender lo que me estaba pidiendo
Lo que escuchaste, vamos, sacate la bombacha y dámela
Levanté un poco mi pollera, disimuladamente saqué mi prenda íntima y se la di, dejando mi intimidad desnuda, él la tomó y guardándola en su bolsillo me invitó a bajar, cerró el coche y tomándome de la mano me condujo al templo.
Entramos, nos persignamos, apenas si recordaba cómo hacerlo, hacía años que no pisaba una iglesia, el frío del lugar se pegaba en mi piel y el vacío de personas me daba escalofríos, apenas unas viejas ancianas parecían rezar en los primeros bancos, ajenas a todo, Alejandro me indicó con el índice uno de los confesionarios al rincón donde se veían unas muy pocas personas, él tenía todo calculado y mostraba pleno dominio de la situación, se acercó a mi oído y casi en un susurro ordenó:
Vas a ir a confesarte, le dirás al cura que eres una puta y que no puedes contenerte, y mientras lo haces vas a acariciar tu concha con el juguete que te dejé en la cartera…
No Alejandro, no puedo hacer eso! – protesté mientras un terremoto corría por todo mi cuerpo, mezcla de locura y excitación
Pero el solo me tomó del brazo para llevarme al lugar elegido.
Nos pusimos en la cola, se aseguró de elegir el lado que daba al rincón para que yo no tuviera problemas y esperamos pacientemente nuestro turno. Al fin llegó el momento y necesité un leve empujón que me obligara a hacerlo.
Me arrodillé en el confesionario dejando mi cartera a mi alcance, con el cierre abierto y el juguete a mano, estaba nerviosa, sentía las manos transpiradas y tenía un persistente zumbido en los oídos, la boca se me había secado y me costaba tragar, me repetía mentalmente que debía tranquilizarme, que debía disfrutar el momento y que, si no lo conseguía, entonces sería todo un fracaso. La voz del párroco me sacó de mis pensamientos y me fue guiando a los comienzos de la confesión, apenas balbuceaba sobre sus palabras puesto que ya no recordaba de qué se trataba la historia.
Comencé a relajarme lentamente, a través de los pequeños orificios que nos separaban y la poca luz del lugar, pude divisar el perfil izquierdo de aquel hombre, su cabello encanecido y las arrugas en su rostro me dieron la imagen de una persona mayor, sesenta años, tal vez más.
La historia fue cambiando, entré en confianza conmigo misma y un hormigueo de excitación recorrió todo mi cuerpo, al fin el padre dijo
Hija, cuéntame tus pecados…
Padre, tengo demasiados pecados, pero hay algo en mi vida que me perturba sobremanera, no puedo evitarlo…
Adelante hija…
Es que, como decirlo… soy muy mujer… me gustan demasiado los hombres… no puedo evitar acostarme con todos… me siento una prostituta…
Quién me escuchaba al otro lado no parecía inmutarse por mis palabras, ni siquiera volteaba el rostro para ver la mujer que le hablaba del otro lado, solo escuchaba.
Según me había ordenado Alejandro, discretamente había tomado el consolador y pasándolo bajo de mi pollera comenzaba a acariciar mi sexo desnudo, el tocar mi clítoris me producía imperceptibles espasmos casi incontrolables, sentía mojarme y noté que poco a poco la situación comenzaba a escaparse de control, seguí narrando siendo más concreta…
Padre, los penes son mi perdición, tengo la vagina afiebrada y necesito con locura que sea colmada de semen, mi boca es fuente de perdición, no puedo dejar de lamerlas y disfrutar su sabor, incluso mi ano es fuente de placer…
A esta altura estaba empapada, y cada tanto acariciar mi hinchado clítoris aprovechaba a introducir el juguete en mi vagina, bien profundo, ya no coordinaba…
El sacerdote admirablemente seguía escuchando en postura conservadora, como si le estuviera narrando una historia animada.
Las palabras pecaminosas y los jugos bajo mi pollera seguían y el final orgásmico se avecinaba, pero de repente un relámpago de conciencia se cruzó por mi mente, no podía hacerlo, no podía continuar, más allá de mis creencias sentí una falta de respeto al lugar y la vergüenza me invadió por completo, había ciertos límites que mi educación no me permitía superar…
Recobré el aliento y creo que a duras penas pude terminar la confesión…
Al terminar, Alejandro me esperaba con una sonrisa pintada en sus labios, como aquel que consigue lo que quiere
Satisfecho? – pregunté en tono un tanto desafiante
Solo aseveró apenas moviendo su cabeza, salimos y volvimos al coche, me invitó a comer y camino a su casa inquirió:
Te gustó?
Si… y no… no se…
No importa, a mi si mi encantó, MI PUTA…
En fin, esa fue mi experiencia, me encanta Alejandro, el me lleva donde sola ni iría, él saca lo PUTA que hay en mi…
Espero que les haya gustado
Si quieres comentar sobre este relato, puedes escribirme con título ‘AMO Y ESCLAVA’ a dulces.placeres@live.com
http://www.poringa.net/posts/imagenes/4084661/Mi-amada-esposa.html
No te vas a arrepentir!
ADVERTENCIA: este relato tiene escritos religiosos
Hasta mis treinta años creo que fui una mujer normal, como todas, había terminado mis estudios terciarios, trabajaba por mi cuenta, en forma independiente, me había casado, conviví bastantes años, yo quería ser madre, él no quería ser padre, empezaron las discusiones, las fisuras se hicieron grieteas y decidimos seguir cada uno su camino.
Así a los veintisiete había terminado mi matrimonio y comenzaba a rearmar mi vida amorosa.
Un año después conocería a un muchacho algo mayor con el que empezamos a frecuentar, todo parecía ir bien, por decirlo de alguna manera, su compañía era de mi agrado, pero creo que realmente no estaba enamorada de él, al menos no sentía por él lo que alguna vez había sentido por mi exesposo.
Así llegaron mis treinta, con sentimientos por definir y fue cuando las cosas dieron un vuelco en mi vida. En principio creo que fue por curiosidad, aunque una es curiosa de cosas con las que se siente atraída, comencé a leer relatos, historias, ver películas eróticas sobre amos y esclavas, me excitaba mucho y me masturbaba imaginando situaciones.
Empecé a frecuentar foros, a intercambiar ideas y casi sin darme cuenta todo ese mundo desconocido para mí se me vino encima, aunque lo manejaba con suma discreción no podía ni quería salir de ese círculo.
Pronto comprendí que debía tomar una decisión, o tomaba en serio el amor que me proponía ese hombre o me decidía a experimentar cosas nuevas, y era blanco o era negro, ambas cosas eran incompatibles…
Terminé con ese romance sin sentido y nuevamente puse el contador a cero, empecé a conocer gente, intenté un par de veces ese juego de amo esclava sin éxito no encontraba la horma de mi zapato.
Y Alejandro fue el punto de inflexión en mi vida, el que me haría la puta que soy.
Nos cruzamos por casualidad, charlamos, una cosa llevó a la otra, notamos que nos entendíamos y las cosas solo se fueron dando, recuerdo algunas de sus palabras, él me dijo:
Jugaremos en un mundo donde todos somos normales, seguirás trabajando, seguirás siendo una joven respetable y decente para todos, tu imagen no cambiará, a los ojos de todos, de tus vecinos, de tus familiares, de tus amigos y de todos tus conocidos, por yo… yo te haré una puta, te haré tocar fondo, te haré hacer lo que jamás imaginaste hacer. Seremos como una pequeña secta, con secretos, con perversión, serás la mejor de las prostitutas, me meteré en tu vida y tendrás total dependencia de mis deseos…
Y vaya si lo logró, poco a poco me modeló a su medida, no fue cosa de un día, ni un mes, fue poco a poco, lentamente, a fuego lento.
Podría narrarles muchas historias, pero me centraré en lo ocurrido el último fin de semana.
El sábado por la mañana había trabajado mucho, tenía alguna documentación con plazos de entrega vencidos, almorcé y por la tarde fui a la casa de Mariana, una vieja amiga con la que me frecuentaba hacía calor, fuimos al patio trasero a charlar de cosas de mujeres, nos sentamos a la sombra del alero y abrimos un par de latas de cerveza.
Nuestra conversación divagaba sin un tema específico cuando sonó mi celular, Alejandro estaba al otro lado, me dijo que me preparara, por la noche tendría un trabajo para mí, eso me excitó sobremanera, vivía pendiente de sus deseos.
Mariana me miró con recelo, quería sacarme palabras que no estaba dispuesta a largar, intuía que algo le ocultaba, pero solo me excusé con temas laborales, aunque creo que ella nunca me creyó.
Llegada la noche, luego de bañarme, ajusté un sexi conjunto de ropa interior sobre mi piel, en tono turquesa, esos que una guarda para ocasiones especiales, calados, lleno de transparencias y de diminutas dimensiones, un perfume muy pegajoso, pintura para el rostro, algunas alhajas y un adherente vestido negro tipo látex que a mi amo le encantaba que usara, marcaba mi busto, mi cintura y las curvas de mi trasero, por suerte aun me conservaba en muy buena forma, con este tipo de prendas el límite entre puta y ridícula es muy fino.
Por último, mis infaltables zapatos de altos tacos que me regalaban unos generosos quince centímetros de altura.
Pedí un taxi por teléfono y en la espera me aseguré de que cada cosa estuviera en su lugar, el espejo de pared me devolvió la imagen de una mujer pulposa, provocativa, con un sex appeal muy lejano de esa joven que todo el mundo conocía.
El viaje fue ameno, el taxista intentó enhebrar una conversación que no estaba dispuesta a seguir y respondía con monosílabos a su verborragia, prefería concentrarme en mirar por la ventanilla las luces de la ciudad, el cielo se mostraba limpio y estrellado.
Alejandro me esperaba en el umbral de su casa, al verme pude notar su rostro descontracturado, con sus ojos masculinos perdidos en mis curvas femeninas
Cómo anda mi perra? estás espectacular…
Sonreí casi sin mirarlo a los ojos, como gesto de obediencia.
Subimos a su coche, y fuimos a un restaurante de medio pelo, ni bueno ni malo, nos sentamos en una mesa un tanto apartada, él se sentó a mi derecha, donde ambos podíamos tener una buena visión del salón.
Cenamos tranquilamente, me intrigaba que tarea me daría, no hablaba mucho y me excitaba imaginando. Ya en el postre, mientras comía una copa helada el discretamente deslizó una mano bajo la mesa apoyándola en el interior de mis muslos, subió lentamente hasta llegar a mi sexo, abrí las piernas para permitirle el acceso, sentí sus dedos introducirse en mi conchita, solo en ese momento levantó la vista de su postre para susurrarme
Putita, estás toda mojada…
Y prosiguió
Ves esos jóvenes que está cenando allá? Esos que hacen bastante bullicio…
Había siete chicos de unos veinte años en una mesa a medio salón, asentí con la mirada
Ok, escucha bien, mientras terminas tu crema helada elige a uno, el que más te guste, luego iras en su dirección y lo vas a seducir, dile lo que quieras, pero apártalo del grupo, lo invitarás al parque que está acá a tres cuadras, buscarás un lugar en penumbras y le chuparas la pija hasta hacerlo acabar y no me engañes, yo te estaré observando.
Ese era mi amo! Miré a los chicos, había un rubio bastante musculoso que me resultaba atractivo, decidida me levanté y me dirigí a su mesa, interrumpiendo la conversación, me miraron asombrados, me acerqué a su oído y le susurré:
Quiero chuparte la pija… me dejas?
Se dio una situación un tanto graciosa, a pesar de ser hombres se hizo evidente que fueron sorprendidos por mi avance femenino, directo e inesperado. Me miró dubitativo, con repensando en lo que había escuchado, no entendía nada, sus amigos menos, volvía a la carga cuando solo tartamudeaba
Dale, estoy caliente, no me digas que tienes miedo?
Sus amigos lo apuraron, le dijeron que la ‘veterana’ se veía muy ‘putona’, palabras que no me incomodaron, aun dudando se levantó y nos dirigimos a la puerta, no pude escucharlos, pero seguramente sus amigos estarían hablando de la fortuna del rubio, de la suerte que una desconocida como yo se le regalara para tener sexo.
Subimos a su moto para alejarnos del lugar, pero acá las cosas se complicaron, el mocoso tomó la iniciativa y nos perdimos de los ojos de mi amo, antes que dijera nada me había metido en un hotel alojamiento y no solo hizo que se la chupara, se cansó de cogerme y hasta me la dio bien fuerte por el culo, acabó cuatro veces, era joven, viril, tan viril…
El domingo por la mañana me despertó el sonido de mi celular, estaba completamente dormida después de una noche intensa de sexo, contesté casi sin abrir los ojos, Alejandro, al otro lado, evidenció sus molestias por no haber cumplido sus órdenes al pie de la letra, no estaba autorizada a tomar decisiones, me dijo que me levantara inmediatamente, que pasaría por mí en media hora más tardar, solo debía usar una falda que no pasara mis rodillas.
Fue muy puntual, aún estaba desayunando cuando sonó mi celular, traté de apurarme para no incomodarlo, el me esperaba en el coche, a media cuadra, bajo la sombra de un gran árbol.
Subí por la derecha, me dio un beso en la mejilla y observó el largo de mi falda corroborando que se ajustaba a lo solicitado, me pidió mi bolso de mano, abrió la guantera y extrajo un consolador de moderadas dimensiones, lo observé mientras sacaba el envoltorio que aún tenía pegada una etiqueta con el precio, lo guardó en mi cartera y dijo mirándome a los ojos:
Esto te hará falta…
Miró la hora y poniendo el vehículo en marcha aseveró:
Vamos, estamos atrasados…
Fue todo lo que dijo, la intriga y su silencio hicieron que me mojara imaginando distintos finales para esta locura, al fin luego de unas cuadras detuvo el auto cerca de una iglesia, me miró de arriba abajo y mientras acomodaba mi cabello dijo:
Dame la bombacha
Qué? – respondí con cara de no entender lo que me estaba pidiendo
Lo que escuchaste, vamos, sacate la bombacha y dámela
Levanté un poco mi pollera, disimuladamente saqué mi prenda íntima y se la di, dejando mi intimidad desnuda, él la tomó y guardándola en su bolsillo me invitó a bajar, cerró el coche y tomándome de la mano me condujo al templo.
Entramos, nos persignamos, apenas si recordaba cómo hacerlo, hacía años que no pisaba una iglesia, el frío del lugar se pegaba en mi piel y el vacío de personas me daba escalofríos, apenas unas viejas ancianas parecían rezar en los primeros bancos, ajenas a todo, Alejandro me indicó con el índice uno de los confesionarios al rincón donde se veían unas muy pocas personas, él tenía todo calculado y mostraba pleno dominio de la situación, se acercó a mi oído y casi en un susurro ordenó:
Vas a ir a confesarte, le dirás al cura que eres una puta y que no puedes contenerte, y mientras lo haces vas a acariciar tu concha con el juguete que te dejé en la cartera…
No Alejandro, no puedo hacer eso! – protesté mientras un terremoto corría por todo mi cuerpo, mezcla de locura y excitación
Pero el solo me tomó del brazo para llevarme al lugar elegido.
Nos pusimos en la cola, se aseguró de elegir el lado que daba al rincón para que yo no tuviera problemas y esperamos pacientemente nuestro turno. Al fin llegó el momento y necesité un leve empujón que me obligara a hacerlo.
Me arrodillé en el confesionario dejando mi cartera a mi alcance, con el cierre abierto y el juguete a mano, estaba nerviosa, sentía las manos transpiradas y tenía un persistente zumbido en los oídos, la boca se me había secado y me costaba tragar, me repetía mentalmente que debía tranquilizarme, que debía disfrutar el momento y que, si no lo conseguía, entonces sería todo un fracaso. La voz del párroco me sacó de mis pensamientos y me fue guiando a los comienzos de la confesión, apenas balbuceaba sobre sus palabras puesto que ya no recordaba de qué se trataba la historia.
Comencé a relajarme lentamente, a través de los pequeños orificios que nos separaban y la poca luz del lugar, pude divisar el perfil izquierdo de aquel hombre, su cabello encanecido y las arrugas en su rostro me dieron la imagen de una persona mayor, sesenta años, tal vez más.
La historia fue cambiando, entré en confianza conmigo misma y un hormigueo de excitación recorrió todo mi cuerpo, al fin el padre dijo
Hija, cuéntame tus pecados…
Padre, tengo demasiados pecados, pero hay algo en mi vida que me perturba sobremanera, no puedo evitarlo…
Adelante hija…
Es que, como decirlo… soy muy mujer… me gustan demasiado los hombres… no puedo evitar acostarme con todos… me siento una prostituta…
Quién me escuchaba al otro lado no parecía inmutarse por mis palabras, ni siquiera volteaba el rostro para ver la mujer que le hablaba del otro lado, solo escuchaba.
Según me había ordenado Alejandro, discretamente había tomado el consolador y pasándolo bajo de mi pollera comenzaba a acariciar mi sexo desnudo, el tocar mi clítoris me producía imperceptibles espasmos casi incontrolables, sentía mojarme y noté que poco a poco la situación comenzaba a escaparse de control, seguí narrando siendo más concreta…
Padre, los penes son mi perdición, tengo la vagina afiebrada y necesito con locura que sea colmada de semen, mi boca es fuente de perdición, no puedo dejar de lamerlas y disfrutar su sabor, incluso mi ano es fuente de placer…
A esta altura estaba empapada, y cada tanto acariciar mi hinchado clítoris aprovechaba a introducir el juguete en mi vagina, bien profundo, ya no coordinaba…
El sacerdote admirablemente seguía escuchando en postura conservadora, como si le estuviera narrando una historia animada.
Las palabras pecaminosas y los jugos bajo mi pollera seguían y el final orgásmico se avecinaba, pero de repente un relámpago de conciencia se cruzó por mi mente, no podía hacerlo, no podía continuar, más allá de mis creencias sentí una falta de respeto al lugar y la vergüenza me invadió por completo, había ciertos límites que mi educación no me permitía superar…
Recobré el aliento y creo que a duras penas pude terminar la confesión…
Al terminar, Alejandro me esperaba con una sonrisa pintada en sus labios, como aquel que consigue lo que quiere
Satisfecho? – pregunté en tono un tanto desafiante
Solo aseveró apenas moviendo su cabeza, salimos y volvimos al coche, me invitó a comer y camino a su casa inquirió:
Te gustó?
Si… y no… no se…
No importa, a mi si mi encantó, MI PUTA…
En fin, esa fue mi experiencia, me encanta Alejandro, el me lleva donde sola ni iría, él saca lo PUTA que hay en mi…
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