Almorzamos y pasamos la tarde en casa mirando unas películas. Ana estuvo pasándose crema por todo el cuerpo a cada rato, realmente el sol había arrebatado la piel de la parte posterior de sus piernas y de la cola.
Llego la hora de prepararnos para la cena. Me duche, me cambie y mientras Ana hacia lo mismo, prepare la mesa del comedor para la velada. Al rato apareció ella.
- ¿Amor, me notas algo raro?, me pregunto mientras daba una vueltita.
Se había puesto un solero azul que dejaba su espalda al descubierto y que le llegaba a unos diez centímetros por arriba de las rodillas, con unas sandalias con un poco de taco y del mismo color. Se veía hermosa y radiante.
- Además, que estás relinda no noto nada, dije piropeándola.
- ¿Seguro? Me volvió a preguntar dando otra vuelta.
- No, dije.
- ¿Que tengo que notar?, pregunté.
- Es que no me pude poner nada abajo porque me arde por lo quemado, dijo.
- ¿No se nota no?, continuó.
- No, para nada, dije.
- Gracias, ya vengo, me voy a maquillar, dijo mientras me daba un beso.
Tuve que disimular el principio de erección que me había producido saber que iba a recibir a los viejos totalmente desnuda debajo del vestido. Trate de pensar en otra cosa, y continúe acomodando la mesa.
A las 21 en punto sonó el timbre, Ana todavía se estaba arreglando. Abrí la puerta y los hice pasar. Ambos estaban vestidos con una camisa y un pantalón, prendas que se veían muy finas. Una estela de perfume inundo todo el ambiente.
- Hola Pietro, buenas noches, dijo Ricardo.
- Permiso, dijo Carlos al entrar.
- Hola, bienvenidos, dije.
- Gracias, acá traje lo prometido, dijo mientras me entregaba dos botellas de vino caro, muy caro.
- Por cierto ¿donde está el postre?, pregunto sonriendo.
- Amor, ya llegaron, grite como respuesta a esa pregunta.
Me miraron y transformaron su cara sonriente por una de deseo casi salvaje. En ese instante apareció Ana. Estaba radiante, el color del tostado contrastaba con el azul del vestido, su maquillaje era sutil y su perfume tan sensual la hacían más atractiva de lo que ya es. Los viejos enmudecieron, imagine que habían tenido una erección.
- Hola, dijo Ana, dándoles un beso en la mejilla a cada uno.
- Buenos noches, dijeron casi al unísono.
- Que hermosa esta, dijo Ricardo tomándola de la mano y dándole una vueltita.
- Divina, dijo Carlos.
- Gracias dijo ella, ustedes están muy elegantes.
- Les trajimos regalitos, dijo Carlos y nos entregó una bolsa a Ana y una a mí.
- En serio, dijo ella, que amables, continuó.
- No se hubiesen molestado, dije
Abrí la bolsa y había una caja con un perfume.
- Es el que uso yo dijo Ricardo, como hoy en la piscina su esposa me dijo que le gustaba, pensé, que mejor que también lo use usted, así cada vez que ella lo huele se acuerda de mí, dijo astutamente.
- Gracias es muy rico, dijo Ana inquieta.
- ¿Te gusta amor?, continuó.
- Si claro, muchas gracias, dije.
- Abra el suyo señora, dijo Carlos.
Ana metió la mano en la bolsa y saco una tanga diminuta con encaje de color negro. Me miro, se ruborizo y sonrió nerviosamente. Con los regalos los viejos habían jugado fuerte, era una movida que no esperaba, pero que me hizo correr un frio por la espalda
- Espero sea de su talle, dijo Ricardo, cortando la tensión generada.
- Si, gracias es talle 1, el que uso yo, dijo Ana, tratándose de reponer.
- Estaba seguro, el diablo sabe más por viejo que por diablo, y a mi edad he visto muchas colas hermosas, dijo sonriendo.
- ¿Nos sentamos?, pregunte. Necesitaba hacerlo, la erección que tenía ya me molestaba.
Ambos se ubicaron en la mesa uno al lado del otro, yo puse una botella de vino en la mesa y le di la otra a Ana para que la llevara a la cocina.
- Mire como tiene las piernas de coloradas, dijo Ricardo, con la mirada clavada en ella mientras se retiraba caminando sensualmente.
- Si, le hizo bastante mal el sol, dije mientras servía el vino.
- Cómo será que no pudo ponerse ropa interior porque le ardía, continúe.
Sabía que lo que había dicho calentaría un poco el ambiente. Dio el resultado que esperaba, los dos me miraron serios. Tenían en su cara una expresión de excitación que no les había visto hasta ahora. Fue en ese momento que regreso Ana.
- ¿Que pasa?, pregunto al vernos a los tres en silencio.
- Nada, solo estábamos hablando de cómo te arrebataste las piernas con el sol, dije haciendo un esfuerzo para que no notara en la voz lo excitado que estaba.
- Si, vieron, dijo dándose vuelta y levantándose unos centímetros el vestido llevándolo casi al límite de la cola.
- Uh, como tiene, dijo Carlos notablemente excitado.
- Eso le pasa por no habernos hecho caso y dejarnos pasarle bronceador, dijo Ricardo.
Ella solo rio mientras se bajaba el vestido y se sentaba en una silla al lado mío.
- Nos comentó su marido que no pudo ponerse ropa interior, dijo Carlos.
- Eso no se cuenta, dijo ella recriminándomelo enojada.
- No se enoje, como le dije por la mañana, yo puedo ser su padre, dijo Ricardo, sonriendo.
- Es más, puede llamarme papi cuando quiera, continúo riendo más fuerte.
- Que terribles que son ustedes, y vos que encima les contás cosas privadas, dijo dándome un golpecito en el hombro.
- No culpe a su marido, me defendió Ricardo.
- ¿A usted Pietro le molestaría que su mujer me llamara papi?, preguntó.
- Para nada, dije sonriendo.
Ana estaba inquieta, se notaba que le había empezado a gustar el jueguito.
- Seguro a su hija no le regalaría una tanga tan sexy como esta, dijo Ana con una sonrisa pícara, sacándola de la bolsa que había quedado sobre la mesa.
- Porque no, si tuviese una hija con una cola tan bella como la suya, si lo haría, dijo, Ricardo.
- Una pena que le arda la cola, me gustaría ver como luce en usted y darle mi opinión, continúo riendo.
Estaba seguro que escuchar a Ricardo desearle verle la cola entangada la había calentado, esas cosas a ellas la ponían a mil. Además, el brillo de sus ojos la delataron.
- Otro día se la muestro papi, dijo haciéndose la bebota.
- ¿Le gusta que le hable así?, pregunto sonrojada.
- Me encanta, dijo Ricardo poniendo cara de degenerado.
Todos reímos. Se había creado una atmosfera cargada de erotismo. Eso fue aprovechado por Carlos que intervino rápidamente para que no se cortara.
- Permiso Pietro, mi dijo poniéndose de pie y tomando de la mano a Ana. La hizo parar y la ubico dando la espalda a la mesa.
- ¿Cuándo le toco así, le molesta?, le pregunto mientras pasaba suavemente su palma de la mano por su pantorrilla derecha, deslizándola desde el talón hasta detrás de las rodillas.
Ella, no hizo ningún movimiento para evitar que Carlos la tocara. Se la notaba como atontada, era indudable que cada minuto que pasaba estaba más excitada.
- No, usted tiene la mano muy suave, respondió.
- ¿Y acá?, pregunto nuevamente, mientras subía más la mano hacia el muslo, llegando a que sus dedos hurgaran apenas unos centímetros por debajo del vestido.
- No, dijo ella casi inaudible.
Ana seguía inmóvil. Ricardo y yo éramos simples espectadores sin emitir sonido. El silencio tanto de ella como el mío me hizo creer que Carlos no se iba a detener e iba a llegar a acariciarle la cola por debajo de la pollera. A decir verdad, deseaba ver eso con desesperación. Pero me equivoque. Saco su mano, se acercó a su oído y le susurro algo que no logre escuchar.
- No es para preocuparse, mañana ya no le va a molestar mas, dijo Carlos, mientras volvía a su lugar.
A Ana se la noto sorprendida, lo que había escuchado de Carlos la había perturbado. Al sentarse se veía muy ruborizada, el solero marcaba lo duro que se le habían puesto los pezones. Sin dudas estaba muy excitada. Tomo una copa de vino y bebió un trago.
- Permiso, le quedo una gota de vino en los labios, dijo Ricardo
Acerco el dedo pulgar de su mano derecha a su boca. Recorrió con mucha suavidad sus labios dos o tres veces para luego ejercer un poco de presión para abrirse lugar y entrar en su boca. No tuvo que esforzarse demasiado, al instante el dedo entro y salió de la boca de mi esposa unas tres o cuatro veces, ella lo chupo con gusto. Entre el color del sol y la calentura que tenía su cara se había puesto roja como un tomate. Ricardo saco su dedo.
- Pietro, acompañe a su esposa al balcón a que tome un poco de aire, está muy acalorada, me pidió.
La tome de la mano y la saque al balcón bajo la sigilosa mirada de los viejos, la acerque a la baranda dándole la espalda a nuestros invitados. Yo me puse al lado. Baje una mano disimuladamente y la toque por adelante, estaba toda mojada. Ella me miro y emitió un pequeño gemido. Tomé con las dos manos la parte de la pollera del vestido y comencé a subirla. Ella me freno con sus manos y volvió a mirarme, no dijo nada, su mirada reflejaba deseo, pero a la vez vergüenza.
- Lo que tengas ganas de hacer para mi está bien, le dije para tranquilizarla.
Volvió a mirar al frente y luego de unos segundos aflojo las fuerzas de sus manos. Levante su pollera lentamente hasta dejar su cola totalmente descubierta. Le pedí que sostuviese el vestido para que no se volviera a bajar, ella agarro la tela con una mano. La besé suavemente en la mejilla y volví hacia donde estaban los viejos. En camino me cruce con Ricardo que iba en dirección a Ana.
- Ya vuelvo Pietro, voy a hacerle compañía a su esposa, dijo sin mirarme.
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Llego la hora de prepararnos para la cena. Me duche, me cambie y mientras Ana hacia lo mismo, prepare la mesa del comedor para la velada. Al rato apareció ella.
- ¿Amor, me notas algo raro?, me pregunto mientras daba una vueltita.
Se había puesto un solero azul que dejaba su espalda al descubierto y que le llegaba a unos diez centímetros por arriba de las rodillas, con unas sandalias con un poco de taco y del mismo color. Se veía hermosa y radiante.
- Además, que estás relinda no noto nada, dije piropeándola.
- ¿Seguro? Me volvió a preguntar dando otra vuelta.
- No, dije.
- ¿Que tengo que notar?, pregunté.
- Es que no me pude poner nada abajo porque me arde por lo quemado, dijo.
- ¿No se nota no?, continuó.
- No, para nada, dije.
- Gracias, ya vengo, me voy a maquillar, dijo mientras me daba un beso.
Tuve que disimular el principio de erección que me había producido saber que iba a recibir a los viejos totalmente desnuda debajo del vestido. Trate de pensar en otra cosa, y continúe acomodando la mesa.
A las 21 en punto sonó el timbre, Ana todavía se estaba arreglando. Abrí la puerta y los hice pasar. Ambos estaban vestidos con una camisa y un pantalón, prendas que se veían muy finas. Una estela de perfume inundo todo el ambiente.
- Hola Pietro, buenas noches, dijo Ricardo.
- Permiso, dijo Carlos al entrar.
- Hola, bienvenidos, dije.
- Gracias, acá traje lo prometido, dijo mientras me entregaba dos botellas de vino caro, muy caro.
- Por cierto ¿donde está el postre?, pregunto sonriendo.
- Amor, ya llegaron, grite como respuesta a esa pregunta.
Me miraron y transformaron su cara sonriente por una de deseo casi salvaje. En ese instante apareció Ana. Estaba radiante, el color del tostado contrastaba con el azul del vestido, su maquillaje era sutil y su perfume tan sensual la hacían más atractiva de lo que ya es. Los viejos enmudecieron, imagine que habían tenido una erección.
- Hola, dijo Ana, dándoles un beso en la mejilla a cada uno.
- Buenos noches, dijeron casi al unísono.
- Que hermosa esta, dijo Ricardo tomándola de la mano y dándole una vueltita.
- Divina, dijo Carlos.
- Gracias dijo ella, ustedes están muy elegantes.
- Les trajimos regalitos, dijo Carlos y nos entregó una bolsa a Ana y una a mí.
- En serio, dijo ella, que amables, continuó.
- No se hubiesen molestado, dije
Abrí la bolsa y había una caja con un perfume.
- Es el que uso yo dijo Ricardo, como hoy en la piscina su esposa me dijo que le gustaba, pensé, que mejor que también lo use usted, así cada vez que ella lo huele se acuerda de mí, dijo astutamente.
- Gracias es muy rico, dijo Ana inquieta.
- ¿Te gusta amor?, continuó.
- Si claro, muchas gracias, dije.
- Abra el suyo señora, dijo Carlos.
Ana metió la mano en la bolsa y saco una tanga diminuta con encaje de color negro. Me miro, se ruborizo y sonrió nerviosamente. Con los regalos los viejos habían jugado fuerte, era una movida que no esperaba, pero que me hizo correr un frio por la espalda
- Espero sea de su talle, dijo Ricardo, cortando la tensión generada.
- Si, gracias es talle 1, el que uso yo, dijo Ana, tratándose de reponer.
- Estaba seguro, el diablo sabe más por viejo que por diablo, y a mi edad he visto muchas colas hermosas, dijo sonriendo.
- ¿Nos sentamos?, pregunte. Necesitaba hacerlo, la erección que tenía ya me molestaba.
Ambos se ubicaron en la mesa uno al lado del otro, yo puse una botella de vino en la mesa y le di la otra a Ana para que la llevara a la cocina.
- Mire como tiene las piernas de coloradas, dijo Ricardo, con la mirada clavada en ella mientras se retiraba caminando sensualmente.
- Si, le hizo bastante mal el sol, dije mientras servía el vino.
- Cómo será que no pudo ponerse ropa interior porque le ardía, continúe.
Sabía que lo que había dicho calentaría un poco el ambiente. Dio el resultado que esperaba, los dos me miraron serios. Tenían en su cara una expresión de excitación que no les había visto hasta ahora. Fue en ese momento que regreso Ana.
- ¿Que pasa?, pregunto al vernos a los tres en silencio.
- Nada, solo estábamos hablando de cómo te arrebataste las piernas con el sol, dije haciendo un esfuerzo para que no notara en la voz lo excitado que estaba.
- Si, vieron, dijo dándose vuelta y levantándose unos centímetros el vestido llevándolo casi al límite de la cola.
- Uh, como tiene, dijo Carlos notablemente excitado.
- Eso le pasa por no habernos hecho caso y dejarnos pasarle bronceador, dijo Ricardo.
Ella solo rio mientras se bajaba el vestido y se sentaba en una silla al lado mío.
- Nos comentó su marido que no pudo ponerse ropa interior, dijo Carlos.
- Eso no se cuenta, dijo ella recriminándomelo enojada.
- No se enoje, como le dije por la mañana, yo puedo ser su padre, dijo Ricardo, sonriendo.
- Es más, puede llamarme papi cuando quiera, continúo riendo más fuerte.
- Que terribles que son ustedes, y vos que encima les contás cosas privadas, dijo dándome un golpecito en el hombro.
- No culpe a su marido, me defendió Ricardo.
- ¿A usted Pietro le molestaría que su mujer me llamara papi?, preguntó.
- Para nada, dije sonriendo.
Ana estaba inquieta, se notaba que le había empezado a gustar el jueguito.
- Seguro a su hija no le regalaría una tanga tan sexy como esta, dijo Ana con una sonrisa pícara, sacándola de la bolsa que había quedado sobre la mesa.
- Porque no, si tuviese una hija con una cola tan bella como la suya, si lo haría, dijo, Ricardo.
- Una pena que le arda la cola, me gustaría ver como luce en usted y darle mi opinión, continúo riendo.
Estaba seguro que escuchar a Ricardo desearle verle la cola entangada la había calentado, esas cosas a ellas la ponían a mil. Además, el brillo de sus ojos la delataron.
- Otro día se la muestro papi, dijo haciéndose la bebota.
- ¿Le gusta que le hable así?, pregunto sonrojada.
- Me encanta, dijo Ricardo poniendo cara de degenerado.
Todos reímos. Se había creado una atmosfera cargada de erotismo. Eso fue aprovechado por Carlos que intervino rápidamente para que no se cortara.
- Permiso Pietro, mi dijo poniéndose de pie y tomando de la mano a Ana. La hizo parar y la ubico dando la espalda a la mesa.
- ¿Cuándo le toco así, le molesta?, le pregunto mientras pasaba suavemente su palma de la mano por su pantorrilla derecha, deslizándola desde el talón hasta detrás de las rodillas.
Ella, no hizo ningún movimiento para evitar que Carlos la tocara. Se la notaba como atontada, era indudable que cada minuto que pasaba estaba más excitada.
- No, usted tiene la mano muy suave, respondió.
- ¿Y acá?, pregunto nuevamente, mientras subía más la mano hacia el muslo, llegando a que sus dedos hurgaran apenas unos centímetros por debajo del vestido.
- No, dijo ella casi inaudible.
Ana seguía inmóvil. Ricardo y yo éramos simples espectadores sin emitir sonido. El silencio tanto de ella como el mío me hizo creer que Carlos no se iba a detener e iba a llegar a acariciarle la cola por debajo de la pollera. A decir verdad, deseaba ver eso con desesperación. Pero me equivoque. Saco su mano, se acercó a su oído y le susurro algo que no logre escuchar.
- No es para preocuparse, mañana ya no le va a molestar mas, dijo Carlos, mientras volvía a su lugar.
A Ana se la noto sorprendida, lo que había escuchado de Carlos la había perturbado. Al sentarse se veía muy ruborizada, el solero marcaba lo duro que se le habían puesto los pezones. Sin dudas estaba muy excitada. Tomo una copa de vino y bebió un trago.
- Permiso, le quedo una gota de vino en los labios, dijo Ricardo
Acerco el dedo pulgar de su mano derecha a su boca. Recorrió con mucha suavidad sus labios dos o tres veces para luego ejercer un poco de presión para abrirse lugar y entrar en su boca. No tuvo que esforzarse demasiado, al instante el dedo entro y salió de la boca de mi esposa unas tres o cuatro veces, ella lo chupo con gusto. Entre el color del sol y la calentura que tenía su cara se había puesto roja como un tomate. Ricardo saco su dedo.
- Pietro, acompañe a su esposa al balcón a que tome un poco de aire, está muy acalorada, me pidió.
La tome de la mano y la saque al balcón bajo la sigilosa mirada de los viejos, la acerque a la baranda dándole la espalda a nuestros invitados. Yo me puse al lado. Baje una mano disimuladamente y la toque por adelante, estaba toda mojada. Ella me miro y emitió un pequeño gemido. Tomé con las dos manos la parte de la pollera del vestido y comencé a subirla. Ella me freno con sus manos y volvió a mirarme, no dijo nada, su mirada reflejaba deseo, pero a la vez vergüenza.
- Lo que tengas ganas de hacer para mi está bien, le dije para tranquilizarla.
Volvió a mirar al frente y luego de unos segundos aflojo las fuerzas de sus manos. Levante su pollera lentamente hasta dejar su cola totalmente descubierta. Le pedí que sostuviese el vestido para que no se volviera a bajar, ella agarro la tela con una mano. La besé suavemente en la mejilla y volví hacia donde estaban los viejos. En camino me cruce con Ricardo que iba en dirección a Ana.
- Ya vuelvo Pietro, voy a hacerle compañía a su esposa, dijo sin mirarme.
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