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Los viejos le rompieron la cola a mi esposa (con fotos)

PARTE 1


Debí haberlo imaginado, pero no lo hice, la excitación que me producía ver a mi esposa mostrarse en el balcón y verla disfrutar en mi cama con visitantes ocasionales, me impidieron vislumbrar el futuro. Tendría que haberme dado cuenta que, más tarde o más temprano, todo dejaría de estar en nuestra privacidad y se empezaría a ser más público. Y así fue.
Con Ana vivimos en un edificio de departamentos en una zona muy coqueta. Es un complejo con piscina, gimnasio y un gran parque que se usa como solárium. Por supuesto, como en casi todos estos lugares, contamos con seguridad privada en los ingresos y monitoreo por cámaras en casi todas las zonas comunes. Y aunque esto hace que uno se siente más seguro, termino jugándonos en contra.
Aunque tomamos siempre bastantes precauciones, era seguro que la constante exhibición de Ana y las frecuentes visitas de jóvenes, empezaron a llamar la atención más de lo que hubiésemos querido.
Ese viernes de enero, como todos los días que asistimos a nuestros respectivos trabajos, salimos de nuestro departamento y nos dirigimos hacia el ascensor. Acostumbro alcanzarla al negocio en que trabaja y de ahí me dirijo al mío. Estábamos bastante cansados, había venido de visita un “amigo” y nos habíamos dormido tarde. Entiéndase que cuando digo “amigo”, me refiero a algún conocido que vino a disfrutar de mi esposa.
-       No puedo más, me dijo Ana.
-       Yo también estoy muerto, le respondí.
-       Menos mal que mañana es sábado, continúe.
-       Tenemos que parar de hacer esto en la semana, me dijo sonriendo.
-       Ayer no se te veía disconforme, sonreí.
Solo sonrío y antes que pudiera decir algo más, llego el ascensor. Al abrirse las puertas su interior estaba ocupado por un vecino del séptimo piso, que, aunque lo había cruzado varias veces, nunca habíamos entablado una conversación.
-       Buenos días, dijo.
-       Buenos días, dijimos casi al unísono con Ana.
-       Van a las cocheras, preguntó.
-       Si, gracias, dije.
Yo me acomode al lado de él y Ana se ubicó delante de los dos mirando hacia la puerta del ascensor. Ella vestía un pantalón blanco muy ajustado que dejaba notar muy sutilmente a través de la tela los bordes de su pequeña tanga.
Por supuesto eso no pasó desapercibido para nuestro vecino, que clavo la mirada en la cola de mi esposa, sin ningún disimulo.
-       Me llamo Ricardo, dijo mientras me ofrecía su mano.
-       Jorge Pietro, un gusto, dije correspondiendo su saludo.
-       Soy Ana, un gusto.
-       Si claro señora, ya conozco su nombre, acá en el edificio se habla mucho de Ud., dijo.
Ana me miro y se sonrojo.
-       Es que hace mucho tiempo que vivimos acá, dije nervioso.
-       Si claro, dijo el riendo.
Por suerte, el ascensor llego a destino. Mientras caminábamos hacia nuestros autos a Ana se la veía abrumada, pero no dijo palabra. Yo a su lado le agarré la mano y se la apreté en un gesto de tranquilidad. Ricardo había quedado detrás de nosotros y me lo imaginaba disfrutando la cola de ella con atención.
-       Que tengan un buen día, dijo
-       Igualmente, respondí
-       Adiós, fue solo el saludo de Ana.
-       Espero no haberla incomodado con mi comentario, en el edificio es muy conocida por su belleza, dijo Ricardo mientras la observaba de arriba abajo.
-       Gracias, dijo ella sonrojándose nuevamente.
-       Cuide mucho a su esposa, es un hombre muy afortunado, continuo, dirigiendo su mirada hacia mí.
-       Si claro, dije.
Subimos al auto y salimos del edificio.
-       Que fue eso, me pregunto Ana
-       No sé, anda a saber, por ahí te vio en el balcón dije.
-       No creo, de donde está ubicado su departamento no se ve nada, dijo.
-       Tenés razón, desde su balcón no creo que pudiese verte, por ahí alguien le dijo.
-       Un admirador más de tu cola, continúe sonriendo.
-       Es un viejo, dijo mientras me pegaba suavemente en el hombro.
-       Será un viejo, pero no te imaginas como te comió la cola con los ojos en el ascensor, dije.
-       Que viejo baboso, dijo.
-       Me vas a decir que no te calienta que te desee la cola.
No me contesto, habíamos llegado a destino, me dio un beso y bajo del auto.
Ana tenía razón, Ricardo era una persona bastante mayor, rondaba los 65 años, su cabello lucía completamente blanco, estaba muy tostado por el sol y se lo veía, a pesar de su edad, en muy buen estado físico. Las veces que lo había visto vestía muy elegante e inundaba el ambiente con un penetrante perfume.
Manejando camino a la oficina tuve una erección de solo imaginar que mi esposa podía tener algo con el viejo. Siempre quise ver a Ana con alguien muy mayor, se lo había propuesto varias veces y siempre recibí un rechazo contundente. A ella le gustaban los jóvenes.
Fue un día distinto en la oficina. No podía dejar de imaginarme a Ricardo en la cama con mi esposa. Fue tanto así que tuve que ir al baño a masturbarme para calmarme un poco. Tenía que hacer algo para que eso ocurriera, pero que.
Se me ocurrían un montón de cosas, pero difíciles de llevar a la práctica. Pensé en invitar a cenar al viejo a casa, pero lo descarte, con que excusa lo haría. También fantasee con hacer que viera a Ana en el balcón, pero era imposible, él no tenía vista hacía nuestro departamento. Me sentí frustrado, comprendí que tenía que seguir con mi fantasía sin cumplir.
Nunca creí mucho en eso del destino y de los que dicen que las cosas que tienen que darse se darán, siempre pensé que si no trabajas para conseguir algo no hay forma de lograrlo. Lo que no tuve en cuenta es que la vida siempre te da sorpresas y la sorpresa estaba cerca.
Al regresar a casa e ingresar en la cochera lo veo a Ricardo a un costado, lo salude con la mano, estacione y me baje del auto.
-       Hola señor Pietro, me saludo, estirándome su mano.
-       Hola como esta, respondí.
-       Bien, gracias, lo estaba esperando, dijo.
Ante mi cara de asombro, continuo:
-       Quería disculparme con usted, me quedé pensando todo el día que quizás podía haber tomado a mal el comentario que le hice a su esposa, si es así lo lamento mucho, no fue mi intención ofenderlo.
-       No hay problema Ricardo, estoy acostumbrado a que le digan cosas, respondí.
-       Me imagino, tiene una mujer muy bella, dijo.
-       Gracias.
-       Además viste muy sexy y eso no pasa desapercibido, comento.
-       Tiene unos minutos ahora, me gustaría invitarlo a tomar un café en mi casa, prosiguió.
Iba a decirle que no, pero luego pensé que era una buena ocasión para descubrir si sabía algo de lo que hacíamos con Ana, así que acepté.
El departamento que habitaba era uno de los más grandes del edificio, tenía una hermosa vista a los jardines y a la piscina y estaba muy finamente decorado.
-       Pase Pietro, siéntese por favor, dijo indicándome unos mullidos sillones.
-       Prefiere café u otra cosa, preguntó.
-       Café está bien, respondí.
-       Que buena vista tiene desde acá, dije mirando hacia su balcón.
-       No crea, hay edificios enfrente que tienen mejor vista que esta, ¿no cree?, pregunto con una sonrisa.
Me tomo de sorpresa. Lo que había dicho podía ser una frase más, o podía saber algo de las exhibiciones de Ana en nuestro balcón.
-       ¿Porque lo dice?, pregunté.
-       Es que hay balcones que tienen vistas más divertidas, ¿no le parece?
Ya no tenía dudas, sabia lo de Ana. Eso me excito, pero lo disimule.
-       Puede ser, respondí sonriendo.
Se acercó con una bandeja con los dos cafés, me ofreció uno y se sentó en el sillón frente al mío.
-       Me dijeron que su balcón es interesante.
-       Le parece, respondí haciéndome el desentendido.
-       ¿Quien le dijo?, pregunté.
-       Alfredo, el de seguridad.
Alfredo es nuestro guardia de seguridad del turno noche. Un hombre de unos 50 años, morocho, le dicen el negro, corpulento, calvo, con aspecto rudo, pero siempre muy callado y cordial.
-       Venga que le voy a mostrar algo, continúo dirigiéndose al balcón.
-       ¿Ve ahí?, y me señalo una parte superior del edificio.
-       Eso es una cámara, continuó.
En efecto, había instalada una cámara tipo domo que por la posición que estaba colocada era muy posible que tomara imágenes de parte de mi balcón. Nunca supimos con Ana de esa cámara. Me corrió un frio por la espalda, mezcla de vergüenza y excitación.
-       Alfredo me conto que esa cámara es de alta resolución y que tiene un buen zoom. También me dijo que, a pesar de lo aburrido de su tarea, hay noches que gracias a esa cámara la pasa muy bien, continúo diciendo.
 
 -  Me alegro que se divierta un rato, dije dirigiéndome a los sillones visiblemente abrumado.
-       Sí, yo pienso lo mismo, pero le digo que es un egoísta, se guarda los videos para el solo y no se los quiere mostrar a nadie.
 
Eso me tranquilizo bastante, por lo menos sabía que solo Alfredo había tenido acceso a las imágenes.
-       No le parece egoísta de su parte que no quiera compartir la hermosa cola de su esposa conmigo, dijo mirándome fijamente.
Su cara se había transformado, se le notaba que haberme dicho eso lo había excitado. Lo mire molesto. Él se dio cuenta.
-       No se ponga mal Pietro, no me culpe por querer disfrutar de ese culo hermoso, acaso a ella no le gusta lucirlo y acaso usted no disfruta que lo deseen, ¿o me equivoco?
 
Me quede callado, eso le dio lugar para seguir hablando:
-       Alfredo también me conto que hay varios muchachos vecinos que van a visitar a su mujer. Perdón que le pregunte, pero ¿Qué edad tiene su esposa?
-       Treinta y seis, le respondí.
-       Ah, pero que bien que esta, parece mucho más joven, me dijo.
-       Así dicen, fue solo lo que atine a responder. Me sentía incómodo, Ricardo estaba enterado de todo y eso me preocupaba.
-       Con ese físico y con la experiencia de la edad debe dejarlos secos a los vecinos, prosiguió notándoselo cada vez más excitado.
-       ¿Disfruta viéndola con ellos?
-       Si claro, lo nuestro es consensuado, respondí.
-       ¿Le gustaría que me coja a su esposa?, pregunto con cara de deseo.
Había dejado de dar vueltas, había ido al grano. Su audacia me sorprendió, pero también me gustó.
-       No creo que quiera, no le gustan las personas mayores, respondí.
-       No le pregunte eso Pietro, ¿le gustaría verla coger a su esposa conmigo?, insistió.
Asentí con la cabeza, estaba muy perturbado para emitir sonido.
-       Bien, entonces ¿me da vía libre para seducir a su mujer?, preguntó.
-       ¿Me va a ayudar a que eso pase?
-       Le repito, ella no va a aceptar, respondí.
-       No se preocupe, eso déjemelo a mí.
-       Bueno, usted sabrá, dije.
-       Perfecto, le agradezco su confianza. ¿Quiere otro café?
-       No gracias, ya me tengo que ir.
-       Ha sido un placer conversar con usted, ya nos veremos pronto, dijo mientras me acompañaba hacia la puerta de calle.
-       Gracias, estreché su mano y salí.
-       Salúdeme a su esposa, dijo sonriendo, antes de cerrar la puerta.
Mientras bajaba por el ascensor hacia mi piso tuve que acomodarme el pantalón, la charla me había producido una erección que era notoria. La preocupación que me producía que personas del edificio supieran lo nuestro, había desaparecido ante la calentura que tenía.
Aunque lo había notado muy seguro a Ricardo, seguía pensando que Ana jamás tendría algo con él, aunque yo realmente deseara que sucediera.
Decidí no comentarle nada a ella, no estaba seguro como lo tomaría, seguro se va a preocupar pensé y para que abrumarla con algo que ya no tenía solución.
Esa noche cenamos y como estábamos muy cansados nos acostamos temprano, aunque a mí me costó bastante dormirme.
El sábado amaneció hermoso, muy soleado y cálido. Por suerte no teníamos ningún compromiso, ni laboral, ni familiar, cosa que rara vez ocurría. Decidimos tomarnos ese día para disfrutar del verano. Desayunamos tranquilos y tipo 10 de la mañana bajamos al sector de piscinas.
Ir por la mañana tiene la ventaja de no encontrar gente, la mayoría lo hace por la tarde con las familias y eso termina con la tranquilidad.
Nos ubicamos en dos reposeras. Ana tenia puesto un traje de baño enterizo color negro bastante cavado, pero nada exagerado. Igualmente dejaba ver gran parte de su hermosa cola que, como es costumbre, lucia con orgullo.
Había pasado un rato, yo leía apasionado un libro que me habían recomendado, mientras ella tomaba sol boca abajo.
-       Buen día Pietro, como esta, escuche detrás mío.
Al voltear, lo vi a Ricardo que se acercaba junto a otra persona.
-       Buen día Ricardo, conteste sorprendido.
-       Buen día señora Ana, dijo.
-       Hola, contesto ella, incorporándose y sentándose.
-       Por favor, no se moleste por nosotros, siga tomando el sol como estaba, dijo.
-       No, está bien, respondió.
-       Les presento a mi socio.
-       Un gusto, Carlos, dijo mientras estrechaba la mano de los dos.
Carlos tenía más o menos la misma edad de Ricardo, quizás era un poco más grande, también de cabello canoso y tan o más tostado que él. Se lo notaba muy fino. Ambos estaban con batas de baño de toalla color blanco.
-       Les molesta que les hagamos compañía, pregunto Ricardo.
-       Para nada, dije yo, aunque note que a Ana no le gustó mucho la idea.
Juntaron dos reposeras a mi lado, se sacaron las batas y se sentaron. Lucían trajes de baño ajustados que hacían lucir sus cuerpos. A Ricardo se lo notaba muy en forma, su cuerpo estaba bien trabajado. Carlos, sin llegas a ser gordo, no se notaba tan cuidado y tenía una panza más prominente.
-       Los vimos desde el balcón de casa y se nos ocurrió bajar así nos conocemos un poco más, les gusta la idea, pregunto, guiñándome el ojo sin que Ana lo viera.
-       Si claro, dije.
-       Y a usted señora, que le parece, nos gustaría conocer más de usted, le pregunto con cara de deseo.
-       Está bien, dijo ella, con cara de sorpresa.
-       Si les interesa saber más de ella solo yo no tengo nada que hacer acá, dije sonriendo, mientras amagaba levantarme de la reposera.
Todos rieron, inclusive Ana, que hasta ese momento estaba tensa.
-       Bueno, si usted lo prefiere, dijo Carlos mientras me tomaba de la mano como queriendo levantarme.
Todos volvimos a reír, el ambiente se había distendido. A Ana se le noto por su risa que la monería de Carlos le pareció graciosa. Este aprovecho eso y acerco su reposera a la de ella.
-       Cuénteme todo, dijo graciosamente mientras se sentaba a su lado.
-       Mejor me voy al agua, me agarro calor, dijo ella mientras se incorporaba.
Fue caminando por el borde de la piscina hasta la escalera. Lo que me llamo la atención es que ese camino lo hizo con la cola parada, cosa que solo hacia cuando quería exhibirse a alguien. Sera que quiere calentar a los viejos pensé. Por supuesto eso no pasó desapercibido para Ricardo.
-       Que terrible culo tiene su esposa, dijo.
Yo lo mire con sorpresa haciéndole un gesto señalando a Carlos.
-       No se preocupe Pietro, él sabe todo, me dijo.
-       Si, tranquilo hombre, ya me conto Ricardo como les gusta jugar, dijo Carlos.
-       Divino orto, continuo sin sacarles los ojos de encima a mi mujer.
-       Escúcheme Pietro, ahora cuando vuelva ella, háganos un favor, invente algo y déjenos solos un rato con su esposa, vaya a mi departamento, dijo Ricardo mientras me entregaba un manojo de llaves.
-       Desde mi balcón podrá vernos. ¿Le parece bien?, continuo.
-       Denos una hora, eso sí, cuando vuelva delante de ella invítenos a cenar hoy a su casa.
-       ¿A los dos?, pregunte desconcertado.
-       Claro Pietro, ¿sería capaz de privarme de esa cola?, pregunto Carlos.
 
No dije nada, solo tomé las llaves y las escondí. Lo que no podía esconder era la erección que me había producido la propuesta. No pude aguantar que regresara, me acerque a Ana y le avise que ya volvía, que iba a buscar algo para que me calmara el dolor de cabeza que tenía.
Llegue al departamento de Ricardo y me asome al balcón, tenía una vista perfecta. Ana ya había salido de la piscina y estaba camino a las reposeras. Los viejos le ofrecieron una para que ella quedara en medio de los dos. Ella se sentó y con su toalla comenzó a secarse. Me baje el short y me masturbe viendo la escena sin importarme si alguien pudiera estar mirándome.
Al rato, charlaban animosamente, se reían, entraban los tres al agua, jugaban con una pelota y volvían a las reposeras, Ana se untaba crema de forma muy sensual, y seguían charlando y riendo. Le miraban el culo sin disimulo cada vez que ella se paraba. Yo estaba caliente, tan caliente que acabe enseguida. Espere un rato y baje.
 
-       Hola amor, ¿estas mejor?, preguntó Ana.
-       Si, gracias, dije mientras le daba un beso.
-       Menos mal que llegaste, no sabes lo bravos que son estos dos, dijo Ana riendo.
-       No le haga caso Pietro, se la cuidamos bien, dijo Carlos también riendo.
-       Lo felicito Pietro, su esposa además de ser hermosa, es muy simpática, dijo Ricardo.
-       Lo que sí es bastante obstinada, nos ofrecimos varias veces a pasarle bronceador en la espalda para que el sol no le hiciera mal y no quiso saber nada. Mire lo colorada que tiene la cola, prosiguió sonriendo.
-       Viste, te dije, así me tuvieron todo el tiempo, dijo Ana.
-       ¿Me va a decir que el pasó mal con nosotros?, pregunto Carlos.
-       Son bravos pero simpáticos, respondió ella riendo nuevamente.
-       Es verdad lo que dice Ricardo amor, tu espalda está muy colorada, mejor subamos a casa, dije.
-       No sea malo Pietro, nos va a dejar sin la compañía de su mujer, la vamos a extrañar, dijo riendo mientras le miraba el culo con deseo.
Ella se dio cuenta y riendo dijo:
-       Ya me imagino lo que van a extrañar, te dije amor que eran bravísimos.
-       Que mal concepto tiene de nosotros, dijo Ricardo a las carcajadas.
Yo solo reí. Pensé que era el momento justo para hacer lo que Ricardo me había pedido.
-       ¿Porque no vienen a cenar a casa esta noche?, pregunté.
Ana me miro desconcertada, pero su cara mostro que no le había disgustado del todo mi idea.
-       Claro, por supuesto, dijo Ricardo.
-       Pero con una condición, que su esposa no cocine, no quiero que trabaje, continuo.
-       Que caballero, dijo Ana con una sonrisa en los labios.
-       Nosotros llevamos el vino y el postre y podemos pedir unas empanadas, dijo Carlos.
-       Listo, traigan solo el vino, el postre lo ponemos nosotros, dije mirando a Ricardo con una sonrisa en la cara.
Había entendido mi indirecta, su cara de deseo lo delato. Ana no se dio cuenta, seguía juntando las cosas ayudada por Carlos. Yo disimuladamente les devolví las llaves a Ricardo. Arreglamos para las 21 horas y nos despedimos.
-       Qué raro que los invitaste a cenar, me dijo Ana camino a nuestro departamento.
-       ¿No querías?, ¿te parece que lo suspenda?, pregunté.
-       No, está bien, no me caen mal, son agradables y muy graciosos, me respondió.
-       Parece que vos también les caíste bien, te lo digo por la forma que te miraban, dije sonriendo.
-       Sí, me di cuenta, son bastante zarpados, pero siempre me trataron con respeto.
-       Quererle pasar crema en la espalda a una mujer casada no me parece muy respetuoso, dije.
-       Me estaban jodiendo, decían que podía ser su hija y me estaban cuidando del sol, son unos locos bárbaros, rió.
-       No parecía que te miraban el culo como a una hija, dije a propósito para ver su reacción.
 
No dijo nada, solo me sonrió. La note a Ana entusiasmada, los viejos le habían hecho pasar un buen rato. Recién en ese momento comencé a pensar que mi fantasía podía hacerse realidad.


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Los viejos le rompieron la cola a mi esposa (con fotos)

6 comentarios - Los viejos le rompieron la cola a mi esposa (con fotos)

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