Durante las últimas semanas mi marido había estado detrás del dueño de una bodega que fabrica un Malbec que sus socios españoles (los del Sheraton, ¿se acuerdan?) querían sumar a sus exportaciones.
Lo había perseguido por todos lados, pero sin suerte, hasta que por intermedio de un tercero, logró localizarlo.
Le habló del interés en el producto de su bodega, de la proyección de las exportaciones, hasta que, para no apabullarlo con números, lo invitó a una cena en casa, un entorno más que propicio para entablar nuevos lazos comerciales.
Víctor G. H. es el Gerente General de la bodega que tiene el producto que a mí marido le interesa manejar en exclusiva.
De unos 45 años, elegante, atractivo, MUY, ya con el primer saludo me dí cuenta que es de esos tipos que están acostumbrados a conseguir todo lo que quieren. Que no aceptan un no por respuesta.
Su esposa, la segunda, es mucho más joven que él, Solange, bellísima, escultural, con la que tiene una parejita de gemelos.
Soy buena en la cocina, pero como se trataba de una ocasión especial, decidí pedir el menú a una empresa de catering.
De entrada rabas a la romana con salsa tártara, como plato principal sorrentinos de espinaca rellenos de jamon y queso, la alternativa pechuga o muslo al limón, todo acompañado de ensalada capresse y papas rústicas gratinadas con hierbas. De postre, ensalada de frutas, flan casero o mousse de maracuyá.
El vino por supuesto iba a ser de las bodegas que regentea mi marido, para que pudiera ser comparado con aquel Malbec tan pretendido.
Charlamos, nos reímos, compartimos vivencias. Hablamos de nuestros hijos, del Ro, que estaba en casa de los abuelos, de sus gemelos, y de un veinteañero que él tenía de su primer matrimonio.
Solange nos contó que había sido modelo de alta costura, lo cuál no me sorprendió dada su figura.
-Nena, ¿cómo hiciste para tener dos bebés y estar como una diosa?- le pregunté sin poder ocultar una sana envidia.
Había dejado las pasarelas al casarse con Víctor, sin embargo la figura de top model la seguía teniendo.
-Nos casamos, tuvimos a los gemelos y vivimos felices comiendo perdices...- rubricó su historia dándole un pico a su marido.
Me caía bien Solange, era frontal, deshinibida, del tipo de mujer que podía encandilar a todo un auditorio no solo con su belleza, sino también con su carisma.
Yo, más humilde, les conté de mi pequeño broker de seguros, de lo que tuve (tengo) que remarla con la pandemia.
-Si no fuera por mi marido, habría tirado la toalla hace rato- les confié, dándole ahora yo un pico al mío.
Víctor se interesó por mi actividad, preguntándome si también aseguraba autos de alta gama, ya que les había mencionado que me dedicaba a los taxis.
-Son mi especialidad, pero puedo asegurar cualquier tipo de auto- le confirmo, dándole una de mis tarjetas.
-Ya sé que no lo necesitás, pero prometo hacerte un buen precio y brindarte los mejores beneficios- añadí con mi mejor sonrisa de relaciones públicas.
Solange también me prometió asegurar su auto conmigo, así que le dí una tarjeta a ella también.
A la hora del café, mientras los hombres se van al estudio para, ahora sí, hablar de negocios, nosotras nos quedamos cuchicheando como dos viejas amigas.
Luego de haber disfrutado de una velada más que agradable, los acompañamos a la puerta, y los despedimos, prometiendo repetir la experiencia, pero ahora con ellos como anfitriones.
-¿Y, como te fue?- le pregunto ansiosa a mi marido cuando ya se están alejando en su auto.
-Faltan un par de detalles, pero me parece que ya lo tengo en el bolsillo- se ufana.
Y en verdad está tan eufórico que terminamos haciendo el amor en la misma sala, ni alcanzamos a llegar al dormitorio.
Al otro día:
Todavía no son las nueve de la mañana, estoy llegando a la oficina, abriendo recién la puerta, cuando suena mi celular. Atiendo.
-¿Con la mejor aseguradora de autos de la ciudad?- me pregunta mi interlocutor.
Me sonrío. No me esperaba esa llamada. Por lo menos, no tan pronto. Ni siquiera habían pasado veinticuatro horas.
-Parece que estás apurado por tener un buen seguro- le digo, con una voz mucho más melosa de lo usual.
Era Víctor, por supuesto.
-Tengo apuro por invitarte a cenar, pero ésta vez los dos solos- me dice, directo a la yugular.
-No sé si mi marido esté de acuerdo- bromeo, dejando la cartera en el escritorio y sentándome para charlar más tranquila.
-No lo va a estar, y mi mujer tampoco, pero no nos importa... ¿o sí?-
Hago una pausa, larga pero significativa.
-Mientras no se enteren...- coincido.
Ahora es él quién sonríe. Puedo imaginármelo.
-Entonces, aceptás- no es una pregunta, sino una confirmación.
-Una cena va a ser complicado, mejor un almuerzo- le sugiero.
Me resulta más fácil desaparecer del radar en horas del día que de la noche. Supongo que él debe tener mejores excusas para ausentarse en cualquier momento. Pero por suerte acepta mi sugerencia.
Quedamos en que me pasa a buscar por la oficina al mediodía. Esa tarde iba a verme con Cacho, así que lo llamo y le digo que lo dejamos para otro día, que tengo una reunión en la compañía que no puedo posponer.
Cuando falta un rato para que sea la hora, cierro todo y me meto al baño para arreglarme.
Me había caído bien Víctor, aunque reconozco que es demasiado churro. Está bien para salir, para que te acompañe a una fiesta, a un evento, para presumirlo, pero ustedes ya saben que en la cama mis gustos son otros, digamos, más terrenales.
Víctor llega puntual. Yo ya estoy esperándolo en la puerta, así que apenas se detiene, me subo a su auto. Lo saludo con un beso en la mejilla, tan cerca de los labios que podemos sentir la respiración del otro.
Se pone en marcha y enseguida me doy cuenta que se dirige a Puerto Madero.
-Me imagino que ésta no es tu casa- advierto cuándo entramos en el estacionamiento de uno de los edificios más exclusivos de Buenos Aires.
-Bueno, técnicamente es mi casa...- repone con una sonrisa -Aunque ni Solange ni mi ex saben de su existencia-
Un bulín, me doy cuenta incluso antes de que se encargue de aclarármelo. Un bulín que le debe costar sus buenos billetes.
El departamento en cuestión está en las Torres El Faro. No voy a decir el piso, para evitar cualquier posible identificación, pero desde los amplios ventanales la vista del río y de la ciudad resulta absolutamente magnífica.
Estoy de pie, contemplando el panorama, cuando se me acerca por detrás y enlazando sus brazos en torno a mi cintura, me pega flor de apoyada.
"¿Ya la tiene parada o es así de grande?", me pregunto al sentirlo.
-¿Sushi, ensalada, alguna comida exótica?- me pregunta, susurrándome al oído.
-Pensé que querías comerme a mí...- le digo, pegándome más a su cuerpo, sintiendo con mayor nitidez la forma de su miembro.
Me doy la vuelta y nos besamos, sobándonos el uno contra el otro, sintiendo como la lujuria y el morbo se van apoderando de nuestros sentidos.
Me toma de la mano y me lleva a través de la espaciosa sala hacia un sofá tapizado en cuero. Sirve un par de copas y se sienta conmigo.
-Por nosotros, y por éste dichoso Malbec que me permitió conocerte- propone chocando su copa con la mía.
Luego del brindis y de beber un sorbo, agarra mi copa y junto a la suya las deja a un costado. Me acaricia las piernas y se me echa encima, volviéndome a besar con una pasión que revela la calentura que tiene conmigo, una calentura que se viene aguantando desde la noche anterior.
-¿Cuándo decidiste que querías... cenar conmigo?- le pregunto cuándo me da el primer respiro.
-Apenas nos saludamos...- me confirma -Tu olor, tu sonrisa, tu mirada... me volviste loco-
Otro beso, con mayor intensidad aún, deslizando sus manos por todo mi cuerpo.
-¡Y estos pechos...!- exclama, abarcándolos con todos sus dedos, apretando con entusiasmo -Te juro que tenía que hacer un esfuerzo y pensar en otra cosa para no quedarme embobado mirándote las tetas-
Me parecía increíble que con una mujer como Solange al lado, tan hermosa y refinada, con un cuerpo de escultura, el tipo estuviera caliente conmigo. Pero así estaba, como una pava en su máximo hervor, con una erección que se pronunciaba imponente por debajo del pantalón.
Cuándo se la toqué, sentí que se estremecía toda.
Rápida de manos, le desabrocho la bragueta y se la pelo en toda su extensión. La pija emerge soberbia por entre la ropa, larga, nervuda, con una cabeza que sobresale hinchada y enrojecida. Y sí, la tiene de un tamaño que confirma mi suposición inicial, o sea, grande.
Me pongo de rodillas en el suelo, por entre sus piernas, y le doy una buena lamida desde abajo. Está afeitado, sin un solo pelo, pero aunque me gustan los hombres peludos en esa parte, como Cacho, también resulta agradable deslizar la lengua por una superficie despejada, aunque un tanto áspera por el vello que ya le está saliendo.
Le chupo los huevos, mientras que con una mano envuelvo la punta y se la pajeo con un movimiento de rosca, como queriendo descorchar un champagne, sintiendo como la esencia del placer comienza a fluir por entre mis dedos.
Retiro la mano y acercándola a mi boca, me lamo toda la palma, disfrutando ese sabor que en cada hombre resulta sutilmente distinto.
Vuelvo a la pija, recorriéndola con la lengua, de arriba abajo, de abajo arriba, hacia los lados, abarcando todo su volumen con besos, lamidas y chupones.
Víctor se estremece, cierra los ojos, suspira, los abre para mirarme, los vuelve a cerrar, y vuelve a suspirar con más intensidad todavía.
Dejándosela en un estado glorificante, me levanto y me saco la ropa delante suyo, quedándome en ropa interior, el vello del pubis asomándose, oscuro y ensortijado, a través del elástico de la bombacha, las tetas implosionando bajo las copas del corpiño.
Me recuesto en el sofá, y reclinando mi cuerpo sobre sus piernas, reanudo la mamada. De ésta forma, mientras se la chupo, él puede acariciarme las tetas, o meterme los dedos en la concha, que es lo que más me gusta.
"Anoche estuve charlando con tu esposa, vos haciendo negocios con mi marido, y acá estoy ahora chupándote la pija...", pensaba mientras me comía aquel pijazo casi hasta los pelos.
Cuándo ya no puede aguantarse más, se levanta y se saca toda la ropa.
De algún lado saca un preservativo y se lo pone, mientras yo lo espero en cuatro, ansiosa y excitada.
Viene hacía mí, me baja de un tirón la bombacha y me desliza la pija por toda la raya. Ahora soy yo la que se estremece al sentir tal contundencia.
Tras un receptivo ida y vuelta, me la pone entre los labios y empuja suavemente, sin apuro, tomándose su tiempo para disfrutar de cada centímetro ganado.
Me va llenando de a poco, fuerte, sólido, imponente, arrancándome gemido tras gemido. Me doy cuenta que la tengo toda adentro cuando siento el topetazo final... ¡PLAP...! y todo su cuerpo se acopla al mío.
Me sujeta de la cintura y empieza a cogerme con un ritmo lento pero sostenido, sin sacármela del todo, una pierna encogida y apoyada en el sillón, la otra estirada, con el pie en el suelo.
De a poco va cobrando impulso, añadiéndole a las embestidas, una nalgada acá, otra nalgada allá.
CHAS-CHAS-CHAS... resuenan las palmadas que me pega de uno y otro lado.
CHAS-CHAS-CHAS... estalla mi piel al contacto con la suya.
Se retira un momento solo para deshacerse de la bombacha, que parece estorbarle, dejándome abandonada, con un vacío que reclama ser llenado cuanto antes, pero enseguida vuelve a embestirme, ahora con más ímpetu.
Me suelta el broche del corpiño y me lo saca, para que mis tetas se sacudan libremente, agitándose al ritmo de sus empujes.
En pleno éxtasis me envuelve con sus brazos y me levanta el torso, pegando mi espalda a su pecho sudoroso. Ahora él no se mueve, sino que soy yo la que le absorbe la pija con la succión de mi concha.
El placer se multiplica, ramificándose por todo mi cuerpo, formando un deleitable entramado que parece intensificarse con cada combazo.
Placer sin límites...
Todavía mareada por ese repentino rapto de lujuria, siento que Víctor me toma de la mano y me conduce hacia una de las habitaciones. Mientras atravesamos un fastuoso pasillo decorado con grabados y dibujos del Renacimiento, no puedo dejar de mirarle la verga que, dura y entumecida, parece estar apuntando hacia nuestro destino.
Me echa de espalda sobre una cama que me resulta un lecho de rosas, por lo suave y mullida, me abre las piernas y me chupa la concha de una manera fantástica, esparciendo mi caldito íntimo por todo el borde de mi sexo.
Desesperada, lo agarró de los pelos y le refriego la cara por todo mi vientre.
-¡Vení... cogeme...!- le reclamo cuando asoma la cabeza, extendiendo mis brazos hacia él.
Dispuesto a complacerme, se pone mis talones en los hombros, y levantándome de las nalgas, me la mete toda entera de un solo y profundo envión.
El placer se extiende por todo mi cuerpo, a través de oleadas cada vez más intensas y agresivas.
Yo misma me pellizco los pezones, que de tan duros se marcan a fuego sobre la sensible piel de mis pechos.
Entrelaza sus dedos con los míos, y reteniéndome las manos contra el colchón, me empieza a garchar, despacio primero, más fuerte después, mirándome a los ojos en todo momento, como queriendo detectar en mis pupilas la intensidad del placer que estoy sintiendo...
Es demasiado, eso se lo puedo asegurar.
Nos besamos, jugando con las lenguas, mezclando nuestro aliento, mientras fluímos el uno dentro del otro, sintiéndonos de todas las formas posibles.
Víctor no para, cogiéndome como si no fuera a detenerse nunca, metiéndomela tan adentro, tan profundo, que lo siento en mis entrañas, repiqueteando con la fuerza y el ímpetu de una tromba.
Me pone de costado, y cruzando una de mis piernas sobre las suyas, me sigue dando, combazo tras combazo, incansable, brutal, una de sus manos amasándome los pechos, la otra el clítoris.
-Me vas a dar la cola...- me gruñe al oído.
Cómo siempre, no se trata de una pregunta, sino de una afirmación.
Me la saca y volteándose un momento, se lubrica la pija con un gel que tiene al alcance de la mano, en la mesa de luz.
Me la pone ahora por atrás y empuja, una, dos, tres veces, recién en esa tercera consigue meterme la punta, dura, hinchada, palpitante.
Suelta un gruñido y sigue empujando, metiéndome todo el resto, abriéndome, llenándome con esa carne sólida y masificada.
Bien adosado a mis nalgas, me introduce dos dedos en la concha, mientras que con el pulgar me sacude el clítoris, masturbándome al ritmo que imprime desde atrás.
Me siento en la Gloria, desbordada de placer, de morbo, de lujuria.
Ni sé cuántos orgasmos tuve, al segundo ya había perdido la cuenta. Todos intensos, fragantes, maravillosos.
Cuándo él también acaba, nos quedamos tendidos, entrelazados, envueltos en el agradable vaho del sexo, musitándonos al oído palabras que expresan lo intenso y significativo de ese momento.
-¿Sabés? Apenas nos conocimos, yo también tuve ganas de cogerte- le confieso.
No había sido de forma conciente. No soy una ninfómana que solo piensa en voltearse a todo hombre que se me ponga enfrente (sólo algunos, jajaja), pero cuando me llamó esa mañana a la oficina, me di cuenta que había estado deseando que lo hiciera.
Somos infieles, sexuales, apasionados, las dos caras de una misma moneda, por lo que no resultó extraño que nos entendiéramos sin hablar, tan solo con un gesto, una mirada.
Como si todo lo previo hubiese sido tan solo un aperitivo, la pija vuelve a lucir en todo su esplendor, magníficamente enhiesta, suprema en todo sentido.
La boca se me hace agua de solo verla, por lo que sin esperar invitación alguna, vuelvo a chupársela con todas mis ganas. Frenética, desesperada, como si después de esa pija no fuera a disfrutar jamás de un bocado semejante.
Le acaricio y aprieto las bolas, tragándome todo ese fierrazo hasta lo más profundo de mi garganta.
Me gusta ahogarme, quedarme casi sin aire, a causa de esa enormidad que me resulta tan adictiva.
Me la saco de la boca y juntando abundante saliva, le suelto una escupida, que, desde el glande, se desliza por todo ese grueso contorno rodeado de venas.
Se la agarro con una mano y lo pajeo, disfrutando del CHACA CHACA CHACA, que produce la piel húmeda al deslizarse arriba y abajo.
Le chupo los huevos y subo con la lengua, lamiéndola en toda su extensión, para llegar a la cima y volver a comérmela con ese entusiasmo que él mismo tanto me elogia.
Agarro un preservativo de la caja que está sobre la mesa de luz, (Prime ultrafinos, los de la caja roja) rasgo el sobre y se lo coloco, extendiéndolo delicadamente a lo largo de toda su superficie.
Me subo encima suyo y sentándome sobre tan terrible porongazo, me dejo llenar hasta que ya no queda ni un mínimo resquicio que no sienta la presión de esa masa sólida y compacta.
Suelto toda una retahíla de gemidos, suspiros y jadeos, al sentirlo todo adentro, colmándome de ese placer que mi cuerpo necesita tanto como el oxígeno.
Víctor me recibe sujetándome de la cintura, estremeciéndose él también por el impacto que producen nuestros cuerpos al acoplarse.
Apoyo las manos en sus muslos, y con la espalda erguida, lo empiezo a montar, meciéndome arriba y abajo, de un lado a otro, entregándome al más hermoso de los placeres.
Víctor me agarra de las tetas y me las aprieta fuerte, casi con rabia, arremetiendo desde abajo, PAP - PAP - PAP, haciéndome gozar una y otra vez, sin pausas, hasta que los dos estallamos en un mismo goce compartido, fundidos, fusionados el uno en el otro, envueltos en un disfrute de esos que te quedan repiqueteando en el cuerpo por varios días.
Me derrumbo sobre su cuerpo y lo beso, dejando escapar mis últimos suspiros de placer.
Luego de darme una ducha en un baño inmenso, acondicionado con los mejores jabones y champúes, vuelvo a la sala envuelta en una toalla.
Víctor, todavía en bolas, me está esperando con una bandeja de sushi.
-¿Qué pasó? ¿Te volviste tímida de repente?- bromea.
Dejo caer la toalla y me siento, desnuda, a su lado. Pese a que acabo de ser suya en todas las formas imaginables, no puede sacarme los ojos de encima.
Me gusta ese hombre, en general me gustan los hombres así, tan cogedores que no hay obstáculo que los detenga cuándo se trata de ponerla. No le había importado que nos conociéramos en una cena familiar, ni que fuera la esposa de un potencial socio suyo.
Luego del sushi, nos vestimos y me lleva de nuevo a la oficina.
-Nos vemos de nuevo- no me lo pregunta, me lo confirma.
-Obvio...- le digo.
Aunque tenía ganas de besarlo, nos despedimos con un simple saludo, ya que una nunca sabe quién puede estar mirando.
Un último guiño, una sonrisa, y poniendo el pie en el acelerador, se suma al usual tráfico porteño. Todavía no lo pierdo de vista y ya siento que mi conchita lo extraña...
Lo había perseguido por todos lados, pero sin suerte, hasta que por intermedio de un tercero, logró localizarlo.
Le habló del interés en el producto de su bodega, de la proyección de las exportaciones, hasta que, para no apabullarlo con números, lo invitó a una cena en casa, un entorno más que propicio para entablar nuevos lazos comerciales.
Víctor G. H. es el Gerente General de la bodega que tiene el producto que a mí marido le interesa manejar en exclusiva.
De unos 45 años, elegante, atractivo, MUY, ya con el primer saludo me dí cuenta que es de esos tipos que están acostumbrados a conseguir todo lo que quieren. Que no aceptan un no por respuesta.
Su esposa, la segunda, es mucho más joven que él, Solange, bellísima, escultural, con la que tiene una parejita de gemelos.
Soy buena en la cocina, pero como se trataba de una ocasión especial, decidí pedir el menú a una empresa de catering.
De entrada rabas a la romana con salsa tártara, como plato principal sorrentinos de espinaca rellenos de jamon y queso, la alternativa pechuga o muslo al limón, todo acompañado de ensalada capresse y papas rústicas gratinadas con hierbas. De postre, ensalada de frutas, flan casero o mousse de maracuyá.
El vino por supuesto iba a ser de las bodegas que regentea mi marido, para que pudiera ser comparado con aquel Malbec tan pretendido.
Charlamos, nos reímos, compartimos vivencias. Hablamos de nuestros hijos, del Ro, que estaba en casa de los abuelos, de sus gemelos, y de un veinteañero que él tenía de su primer matrimonio.
Solange nos contó que había sido modelo de alta costura, lo cuál no me sorprendió dada su figura.
-Nena, ¿cómo hiciste para tener dos bebés y estar como una diosa?- le pregunté sin poder ocultar una sana envidia.
Había dejado las pasarelas al casarse con Víctor, sin embargo la figura de top model la seguía teniendo.
-Nos casamos, tuvimos a los gemelos y vivimos felices comiendo perdices...- rubricó su historia dándole un pico a su marido.
Me caía bien Solange, era frontal, deshinibida, del tipo de mujer que podía encandilar a todo un auditorio no solo con su belleza, sino también con su carisma.
Yo, más humilde, les conté de mi pequeño broker de seguros, de lo que tuve (tengo) que remarla con la pandemia.
-Si no fuera por mi marido, habría tirado la toalla hace rato- les confié, dándole ahora yo un pico al mío.
Víctor se interesó por mi actividad, preguntándome si también aseguraba autos de alta gama, ya que les había mencionado que me dedicaba a los taxis.
-Son mi especialidad, pero puedo asegurar cualquier tipo de auto- le confirmo, dándole una de mis tarjetas.
-Ya sé que no lo necesitás, pero prometo hacerte un buen precio y brindarte los mejores beneficios- añadí con mi mejor sonrisa de relaciones públicas.
Solange también me prometió asegurar su auto conmigo, así que le dí una tarjeta a ella también.
A la hora del café, mientras los hombres se van al estudio para, ahora sí, hablar de negocios, nosotras nos quedamos cuchicheando como dos viejas amigas.
Luego de haber disfrutado de una velada más que agradable, los acompañamos a la puerta, y los despedimos, prometiendo repetir la experiencia, pero ahora con ellos como anfitriones.
-¿Y, como te fue?- le pregunto ansiosa a mi marido cuando ya se están alejando en su auto.
-Faltan un par de detalles, pero me parece que ya lo tengo en el bolsillo- se ufana.
Y en verdad está tan eufórico que terminamos haciendo el amor en la misma sala, ni alcanzamos a llegar al dormitorio.
Al otro día:
Todavía no son las nueve de la mañana, estoy llegando a la oficina, abriendo recién la puerta, cuando suena mi celular. Atiendo.
-¿Con la mejor aseguradora de autos de la ciudad?- me pregunta mi interlocutor.
Me sonrío. No me esperaba esa llamada. Por lo menos, no tan pronto. Ni siquiera habían pasado veinticuatro horas.
-Parece que estás apurado por tener un buen seguro- le digo, con una voz mucho más melosa de lo usual.
Era Víctor, por supuesto.
-Tengo apuro por invitarte a cenar, pero ésta vez los dos solos- me dice, directo a la yugular.
-No sé si mi marido esté de acuerdo- bromeo, dejando la cartera en el escritorio y sentándome para charlar más tranquila.
-No lo va a estar, y mi mujer tampoco, pero no nos importa... ¿o sí?-
Hago una pausa, larga pero significativa.
-Mientras no se enteren...- coincido.
Ahora es él quién sonríe. Puedo imaginármelo.
-Entonces, aceptás- no es una pregunta, sino una confirmación.
-Una cena va a ser complicado, mejor un almuerzo- le sugiero.
Me resulta más fácil desaparecer del radar en horas del día que de la noche. Supongo que él debe tener mejores excusas para ausentarse en cualquier momento. Pero por suerte acepta mi sugerencia.
Quedamos en que me pasa a buscar por la oficina al mediodía. Esa tarde iba a verme con Cacho, así que lo llamo y le digo que lo dejamos para otro día, que tengo una reunión en la compañía que no puedo posponer.
Cuando falta un rato para que sea la hora, cierro todo y me meto al baño para arreglarme.
Me había caído bien Víctor, aunque reconozco que es demasiado churro. Está bien para salir, para que te acompañe a una fiesta, a un evento, para presumirlo, pero ustedes ya saben que en la cama mis gustos son otros, digamos, más terrenales.
Víctor llega puntual. Yo ya estoy esperándolo en la puerta, así que apenas se detiene, me subo a su auto. Lo saludo con un beso en la mejilla, tan cerca de los labios que podemos sentir la respiración del otro.
Se pone en marcha y enseguida me doy cuenta que se dirige a Puerto Madero.
-Me imagino que ésta no es tu casa- advierto cuándo entramos en el estacionamiento de uno de los edificios más exclusivos de Buenos Aires.
-Bueno, técnicamente es mi casa...- repone con una sonrisa -Aunque ni Solange ni mi ex saben de su existencia-
Un bulín, me doy cuenta incluso antes de que se encargue de aclarármelo. Un bulín que le debe costar sus buenos billetes.
El departamento en cuestión está en las Torres El Faro. No voy a decir el piso, para evitar cualquier posible identificación, pero desde los amplios ventanales la vista del río y de la ciudad resulta absolutamente magnífica.
Estoy de pie, contemplando el panorama, cuando se me acerca por detrás y enlazando sus brazos en torno a mi cintura, me pega flor de apoyada.
"¿Ya la tiene parada o es así de grande?", me pregunto al sentirlo.
-¿Sushi, ensalada, alguna comida exótica?- me pregunta, susurrándome al oído.
-Pensé que querías comerme a mí...- le digo, pegándome más a su cuerpo, sintiendo con mayor nitidez la forma de su miembro.
Me doy la vuelta y nos besamos, sobándonos el uno contra el otro, sintiendo como la lujuria y el morbo se van apoderando de nuestros sentidos.
Me toma de la mano y me lleva a través de la espaciosa sala hacia un sofá tapizado en cuero. Sirve un par de copas y se sienta conmigo.
-Por nosotros, y por éste dichoso Malbec que me permitió conocerte- propone chocando su copa con la mía.
Luego del brindis y de beber un sorbo, agarra mi copa y junto a la suya las deja a un costado. Me acaricia las piernas y se me echa encima, volviéndome a besar con una pasión que revela la calentura que tiene conmigo, una calentura que se viene aguantando desde la noche anterior.
-¿Cuándo decidiste que querías... cenar conmigo?- le pregunto cuándo me da el primer respiro.
-Apenas nos saludamos...- me confirma -Tu olor, tu sonrisa, tu mirada... me volviste loco-
Otro beso, con mayor intensidad aún, deslizando sus manos por todo mi cuerpo.
-¡Y estos pechos...!- exclama, abarcándolos con todos sus dedos, apretando con entusiasmo -Te juro que tenía que hacer un esfuerzo y pensar en otra cosa para no quedarme embobado mirándote las tetas-
Me parecía increíble que con una mujer como Solange al lado, tan hermosa y refinada, con un cuerpo de escultura, el tipo estuviera caliente conmigo. Pero así estaba, como una pava en su máximo hervor, con una erección que se pronunciaba imponente por debajo del pantalón.
Cuándo se la toqué, sentí que se estremecía toda.
Rápida de manos, le desabrocho la bragueta y se la pelo en toda su extensión. La pija emerge soberbia por entre la ropa, larga, nervuda, con una cabeza que sobresale hinchada y enrojecida. Y sí, la tiene de un tamaño que confirma mi suposición inicial, o sea, grande.
Me pongo de rodillas en el suelo, por entre sus piernas, y le doy una buena lamida desde abajo. Está afeitado, sin un solo pelo, pero aunque me gustan los hombres peludos en esa parte, como Cacho, también resulta agradable deslizar la lengua por una superficie despejada, aunque un tanto áspera por el vello que ya le está saliendo.
Le chupo los huevos, mientras que con una mano envuelvo la punta y se la pajeo con un movimiento de rosca, como queriendo descorchar un champagne, sintiendo como la esencia del placer comienza a fluir por entre mis dedos.
Retiro la mano y acercándola a mi boca, me lamo toda la palma, disfrutando ese sabor que en cada hombre resulta sutilmente distinto.
Vuelvo a la pija, recorriéndola con la lengua, de arriba abajo, de abajo arriba, hacia los lados, abarcando todo su volumen con besos, lamidas y chupones.
Víctor se estremece, cierra los ojos, suspira, los abre para mirarme, los vuelve a cerrar, y vuelve a suspirar con más intensidad todavía.
Dejándosela en un estado glorificante, me levanto y me saco la ropa delante suyo, quedándome en ropa interior, el vello del pubis asomándose, oscuro y ensortijado, a través del elástico de la bombacha, las tetas implosionando bajo las copas del corpiño.
Me recuesto en el sofá, y reclinando mi cuerpo sobre sus piernas, reanudo la mamada. De ésta forma, mientras se la chupo, él puede acariciarme las tetas, o meterme los dedos en la concha, que es lo que más me gusta.
"Anoche estuve charlando con tu esposa, vos haciendo negocios con mi marido, y acá estoy ahora chupándote la pija...", pensaba mientras me comía aquel pijazo casi hasta los pelos.
Cuándo ya no puede aguantarse más, se levanta y se saca toda la ropa.
De algún lado saca un preservativo y se lo pone, mientras yo lo espero en cuatro, ansiosa y excitada.
Viene hacía mí, me baja de un tirón la bombacha y me desliza la pija por toda la raya. Ahora soy yo la que se estremece al sentir tal contundencia.
Tras un receptivo ida y vuelta, me la pone entre los labios y empuja suavemente, sin apuro, tomándose su tiempo para disfrutar de cada centímetro ganado.
Me va llenando de a poco, fuerte, sólido, imponente, arrancándome gemido tras gemido. Me doy cuenta que la tengo toda adentro cuando siento el topetazo final... ¡PLAP...! y todo su cuerpo se acopla al mío.
Me sujeta de la cintura y empieza a cogerme con un ritmo lento pero sostenido, sin sacármela del todo, una pierna encogida y apoyada en el sillón, la otra estirada, con el pie en el suelo.
De a poco va cobrando impulso, añadiéndole a las embestidas, una nalgada acá, otra nalgada allá.
CHAS-CHAS-CHAS... resuenan las palmadas que me pega de uno y otro lado.
CHAS-CHAS-CHAS... estalla mi piel al contacto con la suya.
Se retira un momento solo para deshacerse de la bombacha, que parece estorbarle, dejándome abandonada, con un vacío que reclama ser llenado cuanto antes, pero enseguida vuelve a embestirme, ahora con más ímpetu.
Me suelta el broche del corpiño y me lo saca, para que mis tetas se sacudan libremente, agitándose al ritmo de sus empujes.
En pleno éxtasis me envuelve con sus brazos y me levanta el torso, pegando mi espalda a su pecho sudoroso. Ahora él no se mueve, sino que soy yo la que le absorbe la pija con la succión de mi concha.
El placer se multiplica, ramificándose por todo mi cuerpo, formando un deleitable entramado que parece intensificarse con cada combazo.
Placer sin límites...
Todavía mareada por ese repentino rapto de lujuria, siento que Víctor me toma de la mano y me conduce hacia una de las habitaciones. Mientras atravesamos un fastuoso pasillo decorado con grabados y dibujos del Renacimiento, no puedo dejar de mirarle la verga que, dura y entumecida, parece estar apuntando hacia nuestro destino.
Me echa de espalda sobre una cama que me resulta un lecho de rosas, por lo suave y mullida, me abre las piernas y me chupa la concha de una manera fantástica, esparciendo mi caldito íntimo por todo el borde de mi sexo.
Desesperada, lo agarró de los pelos y le refriego la cara por todo mi vientre.
-¡Vení... cogeme...!- le reclamo cuando asoma la cabeza, extendiendo mis brazos hacia él.
Dispuesto a complacerme, se pone mis talones en los hombros, y levantándome de las nalgas, me la mete toda entera de un solo y profundo envión.
El placer se extiende por todo mi cuerpo, a través de oleadas cada vez más intensas y agresivas.
Yo misma me pellizco los pezones, que de tan duros se marcan a fuego sobre la sensible piel de mis pechos.
Entrelaza sus dedos con los míos, y reteniéndome las manos contra el colchón, me empieza a garchar, despacio primero, más fuerte después, mirándome a los ojos en todo momento, como queriendo detectar en mis pupilas la intensidad del placer que estoy sintiendo...
Es demasiado, eso se lo puedo asegurar.
Nos besamos, jugando con las lenguas, mezclando nuestro aliento, mientras fluímos el uno dentro del otro, sintiéndonos de todas las formas posibles.
Víctor no para, cogiéndome como si no fuera a detenerse nunca, metiéndomela tan adentro, tan profundo, que lo siento en mis entrañas, repiqueteando con la fuerza y el ímpetu de una tromba.
Me pone de costado, y cruzando una de mis piernas sobre las suyas, me sigue dando, combazo tras combazo, incansable, brutal, una de sus manos amasándome los pechos, la otra el clítoris.
-Me vas a dar la cola...- me gruñe al oído.
Cómo siempre, no se trata de una pregunta, sino de una afirmación.
Me la saca y volteándose un momento, se lubrica la pija con un gel que tiene al alcance de la mano, en la mesa de luz.
Me la pone ahora por atrás y empuja, una, dos, tres veces, recién en esa tercera consigue meterme la punta, dura, hinchada, palpitante.
Suelta un gruñido y sigue empujando, metiéndome todo el resto, abriéndome, llenándome con esa carne sólida y masificada.
Bien adosado a mis nalgas, me introduce dos dedos en la concha, mientras que con el pulgar me sacude el clítoris, masturbándome al ritmo que imprime desde atrás.
Me siento en la Gloria, desbordada de placer, de morbo, de lujuria.
Ni sé cuántos orgasmos tuve, al segundo ya había perdido la cuenta. Todos intensos, fragantes, maravillosos.
Cuándo él también acaba, nos quedamos tendidos, entrelazados, envueltos en el agradable vaho del sexo, musitándonos al oído palabras que expresan lo intenso y significativo de ese momento.
-¿Sabés? Apenas nos conocimos, yo también tuve ganas de cogerte- le confieso.
No había sido de forma conciente. No soy una ninfómana que solo piensa en voltearse a todo hombre que se me ponga enfrente (sólo algunos, jajaja), pero cuando me llamó esa mañana a la oficina, me di cuenta que había estado deseando que lo hiciera.
Somos infieles, sexuales, apasionados, las dos caras de una misma moneda, por lo que no resultó extraño que nos entendiéramos sin hablar, tan solo con un gesto, una mirada.
Como si todo lo previo hubiese sido tan solo un aperitivo, la pija vuelve a lucir en todo su esplendor, magníficamente enhiesta, suprema en todo sentido.
La boca se me hace agua de solo verla, por lo que sin esperar invitación alguna, vuelvo a chupársela con todas mis ganas. Frenética, desesperada, como si después de esa pija no fuera a disfrutar jamás de un bocado semejante.
Le acaricio y aprieto las bolas, tragándome todo ese fierrazo hasta lo más profundo de mi garganta.
Me gusta ahogarme, quedarme casi sin aire, a causa de esa enormidad que me resulta tan adictiva.
Me la saco de la boca y juntando abundante saliva, le suelto una escupida, que, desde el glande, se desliza por todo ese grueso contorno rodeado de venas.
Se la agarro con una mano y lo pajeo, disfrutando del CHACA CHACA CHACA, que produce la piel húmeda al deslizarse arriba y abajo.
Le chupo los huevos y subo con la lengua, lamiéndola en toda su extensión, para llegar a la cima y volver a comérmela con ese entusiasmo que él mismo tanto me elogia.
Agarro un preservativo de la caja que está sobre la mesa de luz, (Prime ultrafinos, los de la caja roja) rasgo el sobre y se lo coloco, extendiéndolo delicadamente a lo largo de toda su superficie.
Me subo encima suyo y sentándome sobre tan terrible porongazo, me dejo llenar hasta que ya no queda ni un mínimo resquicio que no sienta la presión de esa masa sólida y compacta.
Suelto toda una retahíla de gemidos, suspiros y jadeos, al sentirlo todo adentro, colmándome de ese placer que mi cuerpo necesita tanto como el oxígeno.
Víctor me recibe sujetándome de la cintura, estremeciéndose él también por el impacto que producen nuestros cuerpos al acoplarse.
Apoyo las manos en sus muslos, y con la espalda erguida, lo empiezo a montar, meciéndome arriba y abajo, de un lado a otro, entregándome al más hermoso de los placeres.
Víctor me agarra de las tetas y me las aprieta fuerte, casi con rabia, arremetiendo desde abajo, PAP - PAP - PAP, haciéndome gozar una y otra vez, sin pausas, hasta que los dos estallamos en un mismo goce compartido, fundidos, fusionados el uno en el otro, envueltos en un disfrute de esos que te quedan repiqueteando en el cuerpo por varios días.
Me derrumbo sobre su cuerpo y lo beso, dejando escapar mis últimos suspiros de placer.
Luego de darme una ducha en un baño inmenso, acondicionado con los mejores jabones y champúes, vuelvo a la sala envuelta en una toalla.
Víctor, todavía en bolas, me está esperando con una bandeja de sushi.
-¿Qué pasó? ¿Te volviste tímida de repente?- bromea.
Dejo caer la toalla y me siento, desnuda, a su lado. Pese a que acabo de ser suya en todas las formas imaginables, no puede sacarme los ojos de encima.
Me gusta ese hombre, en general me gustan los hombres así, tan cogedores que no hay obstáculo que los detenga cuándo se trata de ponerla. No le había importado que nos conociéramos en una cena familiar, ni que fuera la esposa de un potencial socio suyo.
Luego del sushi, nos vestimos y me lleva de nuevo a la oficina.
-Nos vemos de nuevo- no me lo pregunta, me lo confirma.
-Obvio...- le digo.
Aunque tenía ganas de besarlo, nos despedimos con un simple saludo, ya que una nunca sabe quién puede estar mirando.
Un último guiño, una sonrisa, y poniendo el pie en el acelerador, se suma al usual tráfico porteño. Todavía no lo pierdo de vista y ya siento que mi conchita lo extraña...
20 comentarios - El mejor Malbec...
empiezo a leer y no puedo parar hasta terminarlo.
+10. excelente !!
Excelente