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Sorpresas junto a mi Madre en el chalet. (Cap. 2)

Sorpresas junto a mi Madre en el chalet.
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Las primeras luces de la mañana se filtraban por la ventana de mi habitación. Eran las ocho y cinco, y ya no podía dormir. Tendido en la cama y con la mirada perdida, recordaba los perturbadores y excitantes sueños que, a lo largo de toda la noche, no habían cesado de atormentarme. En ellos, todas las variables era distintas excepto una: mi madre.

No sé cómo había llegado a esta situación, pero mi madre se estaba convirtiendo en una obsesión.

Nervioso como estaba por saber que nuevas y excitantes sorpresas me depararía el día, me levanté y salí al balcón.

El sol tímidamente salía por el horizonte y teñía de tonos dorados el plácido mar Mediterráneo.

Seguía desnudo, como cuando me había ido a la cama, y la verdad es que le estaba cogiendo el gustillo.

Cuando giré la cabeza para volver a entrar, me di cuenta de que la puerta de cristal del cuarto de mi madre que daba al balcón estaba entreabierta.

Me acerqué lentamente. Desde la puerta pude ver a mi madre. Tendida en la cama dormía plácidamente tapada hasta la cintura por unas finas sábanas que subían y bajaban al ritmo de su respiración.

Mientras la miraba, me di cuenta que a su lado, en una pequeña mesilla de noche, había sus bragas del bikini. Entonces, se me encendió la bombilla. ¡Qué idea! Mejor dicho ¡Qué magnífica idea que acababa de tener!

Mirando de hacer el menor ruido posible, entré en la habitación. Lentamente y de puntillas me acerqué hasta la mesilla.

Ahora que estaba más cerca, me parecía preciosa. Su fino cabello enmarcaba su bella y suave cara. Bajé la vista y vi que dormía con el camisón semitransparente de la noche anterior, el cual dejaba entrever sus pezones que se movían al ritmo de su respiración.

Mientras estaba embobado mirándola, ella se giró. La sangre se me heló. ¿Qué excusa daría si me encontraba allí, de pie, desnudo y observándola con la polla a 30 centímetros de su cara?

Mejor me marchaba. Así que cogí lo que había entrado a buscar: las bragas del bikini. Que yo supiera solo tenía aquellas, así que o se bañaba desnuda o no se bañaba.

Vigilando de no despertarla, me fui a mi cuarto y las escondí en el último cajón de mi mesilla. Después de haber conseguido mi objetivo, bajé a desayunar. Me preparé un café para despejarme y unté unas ricas tostadas con mermelada.

Cuando ya estaba recogiendo los platos, apareció ella. Bajaba por la escalera, con su fino camisón y con los ojos aun medio cerrados. Al verme, se asustó.

- Pero Raúl, ¿qué hace levantado a estas horas?- me dijo mientras se frotaba los ojos. Seguidamente me miró de arriba abajo y dibujando una sonrisa en sus labios me dijo- Veo que sigues desnudo. Así me gusta.

- Pues mira, por raro que parezca, ya no tengo sueño. Y si, sigo desnudo, haber si tú también te animas- la intenté chinchar mientras la observaba de los pies a la cabeza.

Estaba preciosa. El camisón dejaba ver sus pechos pero, lo que más me interesaba estaba más abajó. Fijé la vista y vi que, detrás del camisón, se podían ver unas bragas de tela blanca. ¡Qué decepción!

Mi madre terminó de bajar las escaleras y se fue caminando hacia la nevera a coger la leche para prepararse el desayuno. Entonces lo vi. Lo que llevaba debajo del camisón no eran unas bragas, sino un diminuto tanga de hilo que dejaba ver el movimiento de sus nalgas.

Noté que la polla se me empezaba a levantar y salí corriendo al jardín para que no se diera cuenta. Allí me eché a tomar el sol en una hamaca y me quedé dormido.

Al cabo de un rato, noté que alguien me tocaba el hombro. Era mi madre.

- ¡Raúl! ¡Despierta! ¿Sabes dónde están mis bragas del bikini?- me dijo con cara preocupada.

- Mmm.. ¿ehhh? – contesté medio dormido.- Pues no, la verdad. La última vez que las vi las llevabas puestas- le mentí. Observé que aun estaba en camisón.

Luego se giró, mostrándome el inicio de sus nalgas, y se encaminó hacia la casa.

Pasaron unos diez minutos y volvió a salir.

- No las encuentro. No sé dónde las dejé. Creía que estaban en mi cuarto pero allí no están- dijo.

- Venga mama, no le des importancia. Báñate como yo, desnuda- le animé mientras por dentro sonreía de que mi plan hubiera salido tan bien.

- Ay, Raúl, me da un poco de reparo… pero, ¿qué le vamos a hacer?- dijo mientras se echaba las manos a los costados y se desprendía lentamente de su camisón.

Buf. Eso sí que no me lo esperaba. ¡Qué buena que estaba!

Se plantó delante de mí desafiante, con las tetas apuntándome y el diminuto tanga dejando volar mi imaginación. Tenía vello en la entrepierna, de eso estaba seguro, pero tenía que llevarlo muy bien arreglado porque no salía ningún pelo por los lados. Cuando ya creía que se lo iba a quitar y que mi plan iba a salir a la perfección, se tumbó en una hamaca a tomar el sol.

- Pero…- balbuceé- ¿Qué no te desnudas? – le dije con dos palmos de nariz.

- Ya veremos Raúl. Así estoy de mil maravillas- me dijo mientras cerraba los ojos y se relajaba.

- ¿Desde que llegamos siempre has dormido así de fresquita, solo con camisón y tanga?- le dije intentando sacar conversación.

- ¿Cómo? No. Sólo duermo en camisón. El tanga me lo he puesto cuando me he levantado- me contestó.

Me quedé en blanco. Por la noche mi polla había estado en contacto directo con su coño. La polla se me empezó a levantar sólo de imaginármelo. Suerte que ella seguía con los ojos cerrados. Esta situación me daba la oportunidad de observar detenidamente su cuerpo. Su cara, su cuello, sus preciosos pechos, su barriga… y la fina tela que escondía su más preciado tesoro. Mientras la miraba me acariciaba lentamente la polla, que ya presentaba una notable erección.

De repente, ella abrió los ojos. Miró la piscina y luego hacia mí. Yo solo había tenido el tiempo suficiente para dejar de tocarme y simular que estaba tomando el sol.

- Veo que con tus tareas de ayer no tuviste suficiente ¿no?- dijo mientras se echaba a reír.

- Bueno… El sol, el aire, la sensación de libertad… -mentí.

-Ya te dije ayer que no pasaba nada. Es algo natural a tu edad. Ya les gustaría a muchos tener la energía que tenéis los jóvenes. – me dijo mientras no dejaba de mirarme.

- Mama. Lo de ayer por la noche… Lo siento. – le dije avergonzado.

- ¿Qué te acabo de decir? Pero eso sí. Cuando te masturbes, intenta tener papel al alcance para no tener que ir con la manguera goteando por el pasillo – otra vez se puso a reír.

Entonces se levantó y entró para volver a salir al cabo de un minuto. Traía un bote de crema solar en la mano.

- ¿Desde cuándo te pones cremas?- le dije extrañado.

- Cada día Raúl. Lo que pasa es que tú aun estás durmiendo- me dijo mientras se volvía a tumbar en la hamaca.

Abrió la crema y se echó un chorro en la mano. Empezó a esparcírsela por la cara, los brazos… Cuando llegó a los pechos lo hizo con total naturalidad, aunque yo quedé extasiado contemplando cómo se acariciaba. Éstos quedaron brillantes y listos para recibir los rayos solares. Seguidamente, pasó a las ingles, las piernas y finalizó con los pies.

- Raúl, deja de mirarme y colabora. Estos días no me he podido echar bien la crema por la espalda. Pero ahora que estás tú no ha de haber ningún problema.

Yo me levanté, con la polla morcillona y cogí el bote de crema. Ella se giró, mostrándome su fina espalda y su perfecto culo.

Empecé por su cuello, para pasar a los hombros y seguir por su espalda. Mientras la embadurnaba pude tocar el inicio de sus grandes pechos. ¡Buf, qué sensación! Lentamente fui bajando y llegué al inicio de sus nalgas, momento en el que me detuve.

- Raúl sigue. No te voy a morder- me animó.

Me eché de nuevo crema en las manos y continué con su culo. Su piel era suave. Si alguien me hubiera dicho tres días atrás que estaría desnudo untando el culo de mi madre con crema solar, le hubiera dicho que estaba loco. Pero allí estaba. Mientras acariciaba su fino trasero, ella abrió un poco las piernas para facilitarme el trabajo y lo que pude ver me dejó al borde del infarto.

La diminuta tira del tanga se perdía entre sus glúteos y dejaba entrever su rosado esfínter. Unos centímetros más abajo, la fina tela marcaba perfectamente los labios vaginales. Estuve tentado de decantar la tira, pero desistí. Lo que me dejo más turbado, fue que, en la altura de su vagina, había una pequeña mancha de húmeda. Señal que le estaba gustando. Aun así, para no tentar a la suerte, continué por sus piernas y finalicé el trabajo.

- Ya estoy – le dije.

- Muchas gracias cariño- contestó mientras se giraba.

Entonces la vio. Mi polla estaba totalmente erecta, palpitando con energía y con líquido preseminal asomando por su cabeza.

Yo, como me había dicho ella, no le di importancia. Pero ella parecía hipnotizada.

- Mama ¿No has dicho que es algo normal?- le dije con una sonrisa de oreja a oreja.

- Hombre… normal… Creó que es más que normal – dijo mientras tragaba saliva- De hecho, es MUY NORMAL…

Yo estaba exultante y le mostraba orgulloso mi herramienta.

- Bien- dijo con una sonrisa histérica. - Mira de no lastimarte con nada.

No sé si la situación la superó, pero se levantó de un salto y se tiró a la piscina.

Yo me tumbé en la hamaca, con las piernas abiertas para que tuviera una visión completa. Entrecerré los ojos y me hice el dormido. Desde mi posición pude ver como no dejó de mirarme ni un momento.

Pasó el rato y la cosa se calmó. Mi polla volvía estar morcillona y mi madre seguía nadando de un lado al otro de la piscina. Entonces, cuando ya debía llevar una hora en remojo, salió. Estaba espectacular. Con el cabello mojado, los pezones erectos y el tanga empapado… y transparente. La fina tela blanca, mojada como estaba, no dejaba lugar a la imaginación. Sus labios vaginales se apreciaban perfectamente, aunque encima parecía que había una fina y cuidada línea de vello.

Me quedé embobado mirándola, mientras mi polla volvía a ponerse en pie de guerra.

- Raúl, ¿Que tienes hambre?- me preguntó mi madre sacándome de mis fantasías.

- Eh… ¿Cómo? Sí, sí, un poco. ¿Por qué?

- Porqué me estás comiendo con la mirada- contestó mi madre en tono jocoso- Venga, levántate y ayúdame a poner la mesa en el jardín, que en la nevera tenemos comida preparada.

Me levanté de un salto y la seguí como me pedía, contemplando su esbelta espalda por donde resbalaban gotas de agua.

Una vez en la cocina, el contacto fue inevitable. Mientras la ayudaba a coger los platos y los cubiertos, mi polla erecta tocó más de una vez sus nalgas y sus caderas.

Cuando la mesa estuvo preparada, los dos salimos al jardín y nos sentamos dispuestos a comer.

Empecé a comer. La comida estaba riquísima y así se lo hice saber.

- Mama te ha quedado espectacular- le dije. Cuando levanté la cabeza del plato para felicitarla, me di cuenta que mi madre aun no había pegado bocado y que se movía inquieta en la silla.

- ¿Qué te pasa mama?- le pregunté preocupado – ¿Qué no tienes hambre?

- No es eso Raúl. Es que el tanga mojado me rasca y me irrita la piel, pero me da reparo quitármelo delante tuyo.

- No seas tonta. ¿Todo el día he estado desnudo delante de ti y ahora te da vergüenza desnudarte? Madre mía- le contesté intentando picarla- Además, no te voy a ver nada porque estamos sentados. Lo dejas a un lado y cuando terminemos te lo vuelves a poner.

- De acuerdo. Me has convencido. Pero no hagas de las tuyas para intentar verme eh, que te conozco.

Seguidamente, levantó ligeramente el culo de la silla, vigilando que no pudiera verla, y echando los brazos hacia delante, se quitó la única prenda que llevaba puesta. Una vez en el suelo, la cogió con la mano derecha y la dejó encima de la mesa, al lado de su plato.

- ¿Ves como no era tan difícil?- le dije sonriendo.

Solo de saber que estaba desnuda frente a mí, la polla se me volvió a levantar de golpe. Estuve tentado de dejar caer alguno de los cubiertos, pero desistí para no incomodarla.

La comida pasó volando mientras reíamos comentando la curiosa situación en la que nos encontrábamos.

Cuando llegó la hora de los postres, mi madre me pidió que le fuera a buscar un yogurt.

- ¡Sí hombre!- le contesté riendo- Levántate tú.

- Venga Raúl. POR FAVOR- me dijo poniendo cara del gato con botas de Shrek.

- Tú sabrás.

Me levanté con una sonrisa maligna y, al pasar por su lado, cogí el tanga y me lo llevé dentro. Ella hizo ademán de levantarse, pero se lo pensó dos veces y se quedó sentada.

- Raúl. No seas malo. Tráeme el tanga por favor.

Hice caso omiso a sus súplicas y entré en la cocina, escondiendo el tanga y cogiendo dos yogurts, uno para cada uno.

Cuando salí, mi madre estaba con los brazos cruzados y con cara de pocos amigos.

- No seas infantil y disfruta de las caricias del sol en todas las partes de tu piel- le dije temiendo como podía reaccionar.

Mi madre no me contestó, se comió el yogurt rápidamente y, cuando terminó, se levantó de golpe, me dio la espalda y moviendo sus nalgas al ritmo de sus pasos se dirigió a las hamacas.

Entonces, sin mirarme ni una sola vez, se echó boca arriba en la hamaca más próxima a la piscina y, cerrando los ojos, se puso a tomar el sol.

Me quedé con la boca entreabierta y los ojos completamente abiertos. No sabía que tenía que hacer, si ir a tomar el sol con ella o dejar que se le pasara el enfado. Opté por esta segunda opción. Recogí la mesa y me fui a arriba.

Estuve diez minutos echado en mi cama, intentado pegar una siesta. Pero la tentación me pudo. Lentamente salí al balcón y miré hacia la piscina. Mi madre estaba como la había dejado, tostándose al sol. Desde mi situación privilegiada podía contemplar su hermoso cuerpo. Sus pechos morenos y más abajo y aun con la marca del bañador, su entrepierna.

Mi polla empezó a crecer mientras la observaba. Aprovechando que tenía los ojos cerrados, me empecé a acariciar, lentamente, recorriendo todo el tronco con una mano y acariciándome los huevos con la otra.

Sus labios vaginales se mostraban cerrados pero perfectamente depilados. Únicamente tenía bello en la parte superior: una fina y arreglada tira que ascendía y que daba al conjunto un toque muy excitante y lujurioso.

El ritmo de mi paja aumento hasta que estallé en un mar de semen que inundó mi mano. Fui hacia el lavabo y me lavé. Entonces salí y fui a mi habitación, más relajado y dispuesto a dormir un rato.

Una serie de golpes en la puerta entreabierta de mi habitación me despertaron. No sé cuanto había dormido, pero una luz rojiza del ocaso entraba por la ventana y teñía los muebles del color del fuego.

Al otro lado de la puerta estaba mi madre como Dios la trajo al mundo.

- ¿Raúl?

- ¿Si?- le contesté frotándome los ojos temiendo que fuera un sueño.

- ¿Puedo pasar?- me dijo.

- Sí. Por supuesto – respondí.

Lentamente, entró, moviendo sus caderas, y se sentó en la cama. Yo no sabía dónde mirar, si a sus preciosos pechos o a su monte de Venus.

- Verás… Me quería disculpar. No tendría que haberme enfadado de esa manera.

- No pasa nada. Yo también me quería disculpar. No tenía que haberte cogido el tanga si tú no querías. Lo siento – le contesté.

- Bueno, no pasa nada. Pero la próxima vez si digo que no es que no ¿De acuerdo? Además, gracias a tú travesura he podido comprobar lo bien que se está desnuda. Creo que, ahora que ya me has visto, no me volveré a vestir. ¿Te importa?

Como me iba importar pensé. Si es lo que estaba deseando. Mientras hablábamos, mi polla se había empezado a poner morcillona.

- No, no. Como tu estés más a gusto – le contesté.

- Venga, pues ahora que hemos solucionado el asunto, levántate y ayúdame a prepara la cena – me dijo con una sonrisa en la cara.

Me levanté de la cama mostrándole mi semierección.

- Ya veo que a ella no le importa- se rió y, acto seguido, me dio un cachete en las nalgas.

- ¡Auuuu! – grité.

- No será para tanto hombre- me dijo.

- Pues a mí me ha dolido – le contesté mientras giraba mi tronco y con una mano me acariciaba la nalga.

- Aaaa – dijo – ya veo qué te pasa. Tienes el culo más rojo que un tomate. ¿No te has puesto crema, no? Venga, échate que te voy a poner aftersun.

- No es necesario – contesté mientras de una semierección pasaba a una erección total.

- No seas tonto y vergonzoso- respondió mientras salía de la habitación y al cabo de un minuto volvía con un bote de aftersun.

Me eché bocabajo y ella se echó encima. Se sentó encima de mis piernas y destapó el bote. Oí el ruido de la crema al salir para, seguidamente, notar sus frías manos recorriéndome el cuello y los hombros. Me untó los brazos y fue bajando por la espalda hasta llegar al inicio de mis nalgas. Allí se paró un momento, se echó otra vez crema en las manos y continúo su trabajo.

Las caricias de sus manos y la presión de mi cuerpo sobre mi polla hacían que tuviera que hacer un gran esfuerzo para no correrme allí mismo.

Sus manos me empezaron a acariciar lentamente y con cariño las nalgas.

- Raúl separa un poco las piernas.

- Pero… - balbuceé.

- Pero nada- contestó dándome un cachete en una nalga.

- ¡Ay! De acuerdo.

Ella continúo su trabajo por la cara interna de los muslos. Fue inevitable que en sus pasadas acariciara, queriendo o sin querer, mis testículos, cosa que me hizo soltar un gemido.

- ¿Qué te pasa? – me dijo curiosa.

- Nada, nada. Es que está muy fría- mentí.

Prosiguió su trabajo y terminó de untarme las piernas y los pies.

- Venga, date la vuelta – dijo.

- ¿Cómo? – respondí horrorizado.

- Lo que oyes. Y rapidito que tenemos que ir a prepara la cena.

Me di la vuelta y cerré los ojos temiendo su reacción, pero no dijo nada. Noté como se volvía a sentar sobre mis piernas y como empezaba de nuevo por mi parte superior. Entreabrí los ojos y vi como me miraba.

- ¿Pasa algo Raúl? – me dijo con una sonrisa burlona.

- No, no – le contesté intentando aparentar normalidad.

Ya no cerré los ojos y, mientras ella me untaba los pectorales, yo observaba el movimiento de sus pechos.

Fue bajando hasta llegar a la zona más comprometida. Mi polla estaba en su máximo esplendor, con las venas palpitando y la cabeza enrojecida por el roce de las sábanas. Lejos de asustarse, mi madre continuó untándome los muslos y fue bajando hasta llegar a los pies, pasando de largo de mi polla.

Cuando terminó, puso su dedo índice encima de mi hinchado capullo y dijo con una sonrisa traviesa.

- Esto te lo untas tú.

Se levantó de la cama y me dijo que la siguiera, que prepararíamos la cena. En un momento fugaz pude ver como su antes cerrados labios vaginales se habían abierto y como, de entre ellos, aparecían sus labios internos.

La seguí hasta la cocina y juntos preparamos la cena. Si en el mediodía ya había habido roce, ahora el contacto era continúo. Más de una vez, mi madre tuvo que decirme que vigilara con mi aparato.

Cenamos tranquilamente y después de los postres nos echamos a contemplar las estrellas, hablando de la agradable sensación del aire en la piel. Al cabo de un rato, mi madre se marchó a dormir, momento que yo aproveché para empezar a masturbarme.

Mientras me acariciaba, recordaba los sucesos del día: mi madre desnuda en la piscina, en la cocina, en mi cama… Estaba a punto de estallar. Entonces recordé que a esa hora hacían porno en la tele. Así que, con una gran erección, me levanté de la hamaca y me dirigí al salón. Me senté en el sofá y encendí la tele. Cuando encontré el canal, en la pantalla salía una bonita chica que la chupaba como una posesa a un tipo que hacía esfuerzos por no correrse. Me continué acariciando imaginándome que era mi madre.

Estaba tan concentrado tocándome, que no me di cuenta que una sombra se me acercaba por detrás.

- ¡Buuuuu! – gritó mi madre.

Di un salto y caí del sofá.

- ¿Pero qué haces? – le grité.

Ella no podía responder. Se estaba riendo a carcajadas. Cuando terminó de reír y vio mi cara me dijo.

- Perdona Raúl. Pero es que estabas tan concentrado que no lo he podido evitar. Solo iba a beber un vaso de agua. Tú puedes seguir con lo tuyo.

Acto seguido, pasó por mi lado y se fue hacia la nevera. La abrió y cogió una botella de agua. Cuando se giró me di cuenta que iba empitonada, quizás por el aire frío de la nevera. Me vio que la miraba y dijo.

- Raúl, de verdad, sigue con lo que hacías. A mí no me importa.

Me senté en el sofá y volviendo a mirar la pantalla me empecé nuevamente a masturbar. De reojo, miraba a mi madre, la cual parecía que en su mundo, buscando un vaso y llenándolo de agua. Si ella pasa de mí, yo pasaré de ella. Así que, no sé si fue por el orgullo, me empecé a pajear más rápidamente. Le iba a dar un espectáculo. Miraba la tele y, de reojo, iba mirando a mi madre.

Vi como dejó el vaso en la pica y como se acercaba hacia mí. Cuando tenía que pasar por mi lado y empezar a subir por las escaleras, se paró y se sentó en el sofá, a dos metros de mí.

- ¿Pero qué haces?- le dije otra vez más.

- ¿Qué no puedo sentarme en mi sofá a mirar la tele? – contestó. En ese momento salía una chica a cuatro patas y un cachas dándole duro.

- Has lo que quieras - respondí.

Me concentré en mi trabajo, mirando la tele. Noté un movimiento a mi izquierda y me giré. Era mi madre con el mando de la televisión en la mano. Estaba apoyada en el sofá, con las piernas entreabiertas, dejándome entrever su coño otra vez abierto. Parecía que la situación le gustaba.

- ¡No cambies de canal! – le dije. Ella me miró primero a la cara y luego a la polla, que ya la tenía como un caballo.

- No. Tranquilo – me respondió mientras ponía volumen a la tele.

Los gemidos de la chica inundaron la habitación. Sorprendido y sin dejar de acariciarme, primero miré hacia la televisión y luego hacia mi madre, la cual parecía ruborizada.

Sin poder evitarlo me vine. Mi corrida salió disparada y me pringó la barriga y las manos. Continué acariciándome mirando el coño ahora ya mojado de mi madre, sin importarme que ella me estuviera viendo. Continué corriéndome como un animal debido a la excitación de todo el día.

Mi madre me miraba sorprendida y, lo único que dijo fue:

- Menuda corrida.

Me levanté pringoso y me acerque a ella para darle los besos de buenas noches. Cuando se los di, apoyé una mano en su muslo y mi polla acaricio su pie, dejándolo pringado con algunas gotas de semen.

- Buenas noches mama- le dije.

- Buenas noches Raúl – me dijo aun con la boca entreabierta.

Entonces subí las escaleras y me dirigí al baño a lavarme. Cuando terminé y salí al pasillo, me di cuenta que la luz del salón continuaba abierta.

Me acerque sigilosamente y miré hacia abajo. Mi madre estaba en el mismo sitio que la había dejado, pero esta vez con las piernas completamente abiertas. Con una mano se acariciaba los pechos mientras la otra hundía los dedos en su chorreante vagina. Delante de esa visión, no tuve otro remedio que volver a pajearme, corriéndome en el mismo momento que lo hacía mi madre.

Cogí un trozo de papel y corrí hacia mi habitación. Me lavé la corrida y me eché. En pocos segundos estaba durmiendo como un lirón.

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