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Acosando al becario nuevo hasta la perdición - parte 2 de 2

Historia co-escrita por
''erothic''
''dulces.placeres''

CONTINUACION

MARIANO

Tenía un largo trabajo por delante, miré la hora en mi celular que descasaba sobre el escritorio, el tiempo había pasado volando. Cuando todo había culminado, volví a mi escritorio, el silencio del lugar lastimaba mis oídos y aun trataba de reacomodar las ideas en mi loca cabeza.

Respiré profundo, buscando en segundos eternos respuestas que no tenía, me asomé a la puerta a ver por el pasillo, con la tonta esperanza de verla a volver, no sé, tal vez quisiera tener sexo conmigo, pero no. Apenas algunos ruidos llegaban desde el otro lado, compañeros de trabajo haciendo sus rutinas y bueno, solo bajé la mirada, como ella solía decirme, era solo un ‘pinche becario’.

Me deshice con esfuerzo de esos nubarrones oscuros que poblaban mis ideas, traté de alejar mis fantasías de un encuentro sexual con aquella mujer y me puse a trabajar. Tenía que preparar unas notas para una importante revista y sabía que tenía una buena oportunidad entre manos, no podía dejarla pasar. Escribí y reescribí, borré una y otra vez, leí y releí, hacia adelante y hacia atrás, de arriba abajo, es que todo debía encajar y estar más que perfecto.

Era demasiado trabajo, en verdad, cada día tenía demasiado trabajo, pero esto superaba todos mis los límites, además había gastado demasiado tiempo en esa loca seducción que me llevaba al abismo. Mientras movía mis dedos a velocidad de la luz sobre el teclado, maldecía a Elizabeth, mi jefa; entre que quería cogerla y me enloquecía, pero también me hacía sentir como un esclavo.

Perdí la noción del tiempo, mi jornada se hizo insoportable, en la soledad de mi prisión solo tenía algunos respiros para tomar algún que otro café quemado y mal oliente, mordisquear un sándwich de ocasión, o al menos, para ir al baño antes que mi vejiga explotara.

Miré por la ventana que daba al oeste, los contraluces de la iluminación me trajeron al presente y me dejaron notar que el sol se acercaba al horizonte, miré la hora nuevamente y me maldije. Se suponía que tendría una clase en la facultad a la que no podía dejar de asistir. Respiré resignado, me quedé mirando la pantalla como tratando de justificarme a mí mismo, por lo que estaba sucediendo.

En eso, un rico perfume me puso en alerta, reconocí ese aroma a pecado, luego los finos tacos repiqueteando en el piso de madera se hicieron más y más fuertes hasta que ella llegó a su oficina. Me miró a través de los vidrios, creo que no esperaba encontrarme aun trabajando, y a mí también me tomó por sorpresa. Supuse que era demasiado tarde para que aun estuviese trabajando, pero claro, ella tenía que tener todos los detalles bajo control, hasta el más mínimo, esa mujer era un robot que nunca se cansaba.

Mi jefa se sentó en su silla, me quedé mirándola fijamente, directamente, ya sin rodeos, no me importó si ella lo notaba, o que pensara de mí. Elizabeth, entonces, subió su pollera un poco más de lo habitual, alcancé a ver uno de sus muslos en detalle, bien arriba, casi hasta la zona del pecado, creí entender a la distancia que tenía porta ligas y pareció reacomodar unos de los broches que sujetaban sus delicadas medias. No supe si fue intencional o eran solo ideas mías, lo cierto es que

esa imagen fue suficiente para lograr una nueva erección. Luego, volvió a ese juego inocente de su gargantilla, muy cerca de sus pechos en un perverso juego que me enloquecía.

De repente vino a mi oficina y me preguntó por el trabajo que me había encargado. No recuerdo que le respondí, pero de pronto estaba a mi lado, en una forma muy sexi, solo para leer mi escrito directamente dese mi notebook.

Soy muy detallista, muy responsable, muy perfeccionista, sabía que mi escrito era soberbio y no tenía fisuras, ella no encontraría reproches para hacerme, sin embargo, estaba nervioso y con las manos sudadas en transpiración, me costaba tragar saliva y la situación me desbordaba por todos lados. Lo curioso de la situación es que creí adivinar que mi jefa entendía que esta situación se daba por mi trabajo, pero no, en vedad su presencia tan cercana me llevaba a ese estado; observar sus curvas, su trasero exasperante, adivinar sus tetas bajo la ropa, imaginar sus pezones, sentir su respiración tan cerca de mí, el color de su piel…

Al fin terminó de leer, y noté su cara de sorpresa al no poder corregir nada, sin embargo, no pudo con su carácter y me dijo que unas fotos dicen más que un perfecto escrito, así que la nota no saldría sin las fotografías correspondientes. Le dejé saber que Gabriela, la chica que se encargaba de esas cosas ya se había retirado, y más. Seguramente nosotros dos éramos los últimos pasajeros de esa jornada interminable.

Elizabeth cometería un error de principiantes en este juego de ajedrez que proponía, me dijo que improvisaríamos unas tomas donde yo sería el fotógrafo y ella la modelo. Yo podía ser un ingenuo principiante, pero sabía bien que ella ahora era una importante empresaria y sus días de modelo de revista habían quedado en el pasado, ella cotizaba muy alto para aparecer de repente en unos ejemplares de media tirada. Acepté el reto, solo que esta vez sería diferente.

Empezamos a jugar en planos cortos y largos, entre luces y sombras, ella aún conservaba toda la magia y sabía jugar el juego de memoria. Sin quererlo me creí el personaje, me olvidé de que ella era mi jefa y solo me dejé llevar. En un momento, Elizabeth dijo que tendría que buscar unas prendas que encajaran con la campaña, así que la vi perderse en las sombras hacia un vestidor lateral.

Volví a montar la cámara sobre el trípode y me quedé a la espera, minutos más tarde ella volvió con un vestido entre manos para situarse en el centro del lugar donde la iluminación era perfecta, como si yo no existiera; dejó el vestido sobre un taburete, junto a éste, dejó su chaqueta, y finalmente su camisa. Su espalda desnuda marcada por algunos lunares, quedó expuesta a mis ojos, noté que no llevaba corpiño y traté de adivinar sus grandes tetas desnudas. Sus cabellos en tonos de rojizos caían por la gravedad, ¡qué mujer! Por si fuera poco, luego aflojó el cierre de su ajustada pollera y meneando con esfuerzo sus caderas la dejó caer al piso.

Era la primera vez, no podía creerlo, su enorme y perfecto culo estaba casi desnudo ante mis ojos, lucía un increíble colaless negra de encaje, y ese portaligas sosteniendo sus medias que ya había adivinado poco antes en la oficina. El blanco extremo de su piel contrastaba con los oscuros de su lencería, y yo parado ahí, casi al alcance de mi mano, casi desnuda, la mujer que me quitaba el sueño y era dueña de mis demonios, casi desnuda. Tal vez todo fuera normal para una chica de modelaje, pero no lo era para mí, una persona que pensaba en la robótica industrial.

Ella se puso el vestido rojo sangre para continuar con las tomas, yo estaba ciego como un toro y el color del vestido me supo a capa de torero, una terrible erección que se marcaba en mi pantalón y esta vez ya no intenté disimularla, terminamos con el trabajo, pero a mí ya nada me importaba.

Como si fuera lo más natural del mundo, terminamos el trabajo y me indicó que dejara el material a Gabriela. Enseguida fue unos pasos más adelante donde ya no llegaba la luz con nitidez y donde estaban sus pertenencias. Se suponía que ella volvería a cambiar sus ropas y yo debía acomodar las cosas del estudio, pero no, yo no quería eso, yo iba a tomarla ahí, ahí mismo, a la fuerza, no me importaba nada y que sucediera lo que debía suceder, o me ganaba una cachetada, perder el trabajo y la humillación con mi padre o tendría la cogida de mi vida.

Di dos pasos, decidido, con mi pija a punto de explotar, ella me daba la espalda sin notar mi avance cuando de repente sonó su móvil. Eso detuvo mi avance, Elizabeth atendió la llamada, la sentí decir ‘mi amor’, ‘mi vida’, de pronto tapando el micrófono me miró y me dijo con su acento mexicano. -Discúlpame chiquillo, es mi esposo.

Sentí una puñalada de hielo en mi corazón. ¿chiquillo? ¿Me decía a mí chiquillo? Me sentí nuevamente un miserable insignificante. Ella dialogó muy risueña entre tomas que no me interesaban. Pero ya era demasiado tarde, y necesitaba descansar.

Mi vida en ese empleo poco a poco parecía desmoronarse, cada día que pasaba en ese sitio parecía ser peor al anterior, era vivir en un estado de alteración permanente con ella, porque siempre me trataba distante, fría, haciéndome notar lo superior que era, la jefa, la dueña, la ama, y yo apenas un pinche que debía arrastrarse a sus pies a su mero antojo. Pero también tenía esos momentos de perversa y secreta insinuación, esos rasgos de mujer, esos juegos que no deben jugarse, y esa cuerda de tira y afloje que en algún momento podía cortarse.

Elizabeth parecía tenerme de títere, feliz de mover las piolas de mi vida, pero ¿cuál sería mi límite ¿Cuánto tiempo más podría soportar su constante humillación?

Viviendo en CDMX, aún estaba muy solo, había perdido mi círculo de amigos de mi querida Argentina, y si bien podía chatear con ellos o vernos por webcam, la situación no era la misma que una charla frente a frente como hubiera necesitado tener. Quería tener algún otro punto de vista de la situación, porque hubiera sabido muy bien cómo manejarla con una chica de mi edad, pero no con ella, con ella todo era diferente.

En algún momento pensé en hablarlo con papá, tenía la suficiente confianza y él seguramente entendería, pero siempre me faltó ese empujón final de valentía y cada vez que salía el tema de mi situación laboral terminaba yéndome por la tangente.

Sin que me diera cuenta, sin proponérmelo, mi empleo se había transformado en eje de mi vida, mis estudios facultativos habían fracasado, tenía el año perdido, se suponía que mis días de empleado serían sencillos, pero ella, en ese rol despótico que tan bien le sentaba, me absorbía todas las energías. Pero esa tarde, ella pagaría tanta crueldad…

Acosando al becario nuevo hasta la perdición - parte 2 de 2


ELIZABETH

Desde ese día nuestras actitudes cambiaron mucho. Aquellos juegos de miradas y exhibicionismo se hacían cada vez más intensos. Ese rol de mujer dominante me encantaba, y estoy segura que aquellas faldas cortas y vestidos ajustados no pasaban desatendidos por su mirada.

En más de una ocasión habíamos coincidido a solas nuevamente, pero nada, cada que percibía alguna insinuación de su parte, cortaba de tajo sus intenciones, dejando en claro que era una mujer mayor, casada y su jefa, a quien debería de respetar.

Sin embargo, he de confesar que llegué a fantasear con él en más de una ocasión, algunas veces, haciéndolo en la oficina. Una idea que me traía dando vueltas todos los días, especialmente aquellas tardes tranquilas en las que me abrumaba la oficina con su parsimonia, incitando a los más íntimos deseos. Fue justamente en uno de esos días, cuando finalmente sucedió, que ambos sucumbiríamos a la tentación.

El sol nos había abandonado. Ahora las penumbras de la empresa eran atenuadas solo por el par de luces pendiendo al centro de nuestras oficinas. El silencio era absoluto, tan solo armonizado por el tecleo incesante sobre nuestros ordenadores. Aquel chico le habría tocado el turno de la tarde, por lo que saldríamos juntos de la oficina una vez más. Seguramente estaría afinando detalles, pero yo, sinceramente ya no tenía pendientes. Aun así, no quería irme.

Era extraño, era como si algo me detuviese. Sabía que en casa no me esperaba nada realmente interesante; mi esposo seguramente aun no llegaría, o en su defecto estaría dormido ya. Como sea, me parecía más entretenido estar ahí. De alguna manera aquel joven becario me había regresado al juego, y me encantaba. Esas miradas, sentirme deseada, ser el centro de atención y la protagonista de sus más perversas fantasías, me llenaba de dulce placer.

Ahí, frente a mi escritorio, me preguntaba ¿cómo serían sus fantasías? ¿Qué pensaba realmente de mí? ¿Tendrá una joven novia como él o las preferirá maduras? ¿Pensará en mí fuera del trabajo? ¿Pensará en mí mientras se toca?

Porque yo sí. He de confesar que, en mis recientes sueños, estaba él, aquel joven aprendiz, de buen cuerpo y espíritu emprendedor follándome sobre el escritorio de mi oficina. Como si fuese en ese preciso día de tranquilidad en la oficina, cuando mi mano se inmiscuía bajo mi escritorio de tanto en tanto, rozando un poco mi entrepierna sobre mi Jumper de una sola pieza, color capuchino, el cual me daba total confianza de separar mis piernas por completo para poderme sobar libremente el centro de mi vagina, sintiendo inmediatamente cómo se inflamaba complacida.

Entonces volteé a ver a Mariano, quería que me viera, quería sentir sus ojos recorriendo mi cuerpo, trasmitiéndome su lujuria y excitación, haciéndome sentir deseada, y que sin embargo no pudiese hacer nada ha respecto. Pero en muy cabrón, ni se inmutaba. ¿Qué parte de secretario personal no entiende? Debe estar a mí disposición y para mí, cuando lo necesite. Y ahora lo necesitaba más que nunca.

Mi libido no daba tregua en mi cuerpo, me sentía como colegiala en celo. En verdad quería sentir aquella exquisitez en mi piel, necesitaba su complicidad para sentirme mujer, y poder conseguir, aunque fuese un pequeño orgasmo en aquella noche que cubría aquel ancestral edificio.

Miré nuevamente a mi ajetreado vecino intentando desesperadamente arrebatarle la atención. Me desanudé el cabello, dejando que se dejara caer hasta la altura de mi espalda media, acomodándolo solo un poco para despejar mi cara y cuidar que quedara perfectamente estirado. Pero no conseguía distraerlo de su trabajo.

Entonces me puse de pie fingiendo fatiga visual, dejé mis gafas sobre mi portátil y comencé a andar sobre el piso alfombrado de mi oficina, mirando de reojo a mi fiel y desinteresado compañero.

Dando vueltas como fiera enjaulada, finalmente me decidí. Ahora era algo personal. Me llevé las manos tras la nuca, y me desanudé los tirantes cruzados bajo mi cabello. Enseguida aquel mono cayó hasta mi cintura, dejando entre ver mis sensuales senos escondidos bajo la erótica lencería trasparente de una pieza. Nada era fruto de la casualidad.

Jugando coquetamente con mi cadera y mis piernas, finalmente me deshice del traje por completo, dejándolo olvidado sobre la alfombra a mis pies, ahora exponiendo mi depilada conchita caliente entre los encajes y los telares ausentes, donde mis labios rosados asomaban.

Tras un rápido vistazo a mi secretario, tomé asiento sobre mi escritorio. Ahí, mis manos comenzaron a recorrer mi íntima prenda negra y elegante, escondiendo mi natural piel blanca. Por un momento me perdí en mis propias caricias, inflamando mis pechos de a poco, jugando con su redondez y textura forrada con los sensuales telares.

Bajé mi mano derecha hasta mi entrepierna, acosando a mi desprotegida vagina, posando mi tercia de dedos medios sobre ella para comenzar a tocarme con extrema sensualidad y complacerla sin contemplaciones, como si estuviese sola.

Pero en ese momento sentí una presencia. Asustada, volteé a mi puerta, estremeciéndome al ver a Mariano mirándome fijamente aferrándose a su falo bien parado apuntándome como rifle antes de dar casa.

Me sobresalté e intenté vestirme nuevamente, pero aquel chico, inocente e ingenuo se acercaba a mí, paso a paso. -Aguarda, ahora mismo estoy ocupada. -Le dije, pero él hacía caso omiso, estrechándose a mi cintura. -¡Qué te vayas! Ahora no puedo atenderte. -Le grité enfadada, un tanto más nerviosa.

Nunca me hubiese imaginado que se atreviese a asecharme y entrar en mí oficina de esa manera. No lo tenía contemplado. Pero no le permitiría llegar más lejos, ya era demasiado. -Mañana nos vemos Mariano. Ya es tarde. -Le decía levantando mi traje del suelo.

Sin embargo, el tipo no cesaba sus intenciones, y al reincorporarme, me sujetó de frente por las caderas mientras yo intentaba cubrirme el cuerpo con mi ropa, arrugándola frente a mí. -¿Qué rayos haces? Soy tu jefa. Sal de mi oficina por favor. -Le indiqué, temblando de nervios y con el corazón a mil, mientras le daba la espalda para guardar mi notebook, momento que aprovechó para sujetarme firmemente de mi cintura, esta vez por detrás.

Asustada por su atrevimiento, le di un manotazo intentando alejarlo de mí, al tiempo que intentaba darme media vuelta para desaprisionarme. Pero no conseguí mucho, el chico era más fuerte que yo.

Fue hasta ese momento cuando comprendí el problema en el que me había metido. Ahora estábamos solos, y el edificio completamente vacío, salvo el guardia en la entrada, quien jamás escucharía lo que sucedía en el cuarto piso, por muy silencioso que estuviese.

Forcejaba, ahora completamente desesperada y aterrada. -¡Déjame idiota! ¡Estas despedido imbécil! ¡¿Me escuchaste?! -Le gritaba eufórica, suplicando porque me dejara, al mismo tiempo que sentía su viril pene enfilándose entre mis labios vaginales, abriéndose paso.

Ahí fue la primera vez que realmente sentí pánico. Estaba aterrada. No creía que estuviese pasando. Y me sentía culpable. Había presionado demasiado y se me había escapado de las manos. Por primera vez en mi vida no podía controlarlo y estaba realmente emputada por eso.

Sin embargo, una vez que su grueso pene conseguía penetrar mi vulnerable vagina, mi cuerpo me hacía pensar diferente. Por un instante todo cobraba sentido. Esas fantasías con las que solía tocarme en mis momentos íntimos, ahora estaban presentes, lo estaba viviendo. Y aquella falta de control, realmente no se sentía tan mal. Después de todo, sentirme sumisa por una vez en mi vida, me estaba gustando.

Entonces dejé de forcejear, relajé las piernas y comencé a acompañar el vaivén de sus embestidas, violentando mi colita complaciéndome con su verga dentro de mí. Lo siguiente fue una faena de sexo desenfrenado del que poco recuerdo. Estaba completamente drogada de placer, era como si estuviese viviendo una más de mis fantasías entre sueños, pero mucho mejor, porque podía sentirlo.

Al final, me recosté sobre el escritorio y el joven becario me tomó por las piernas, abriéndolas frente a él para seguirme cogiendo. Recuerdo que para ese punto ya estaba totalmente entregada a él y lo único que quería era hacerme venir con su pene ensartándome sin piedad.

Ahora aprovechaba la desértica oficina para gemir a todo pulmón, segura de que nadie me escucharía, al tiempo que comenzaba a sentir aquel aclamado orgasmo amotinándose en mí vagina. Miré a mi joven empleado como rogándole con la vista porque no parara y me diera más fuerte. Lo entendió y aumento el ritmo con las ultimas fuerzas que le quedaban.

Estaba a punto, realmente sentía que me venía, pero aquel chico disminuía un poco su ritmo. Me enfadé por la indecencia, y de una fuerte bofetada lo hice regresar a la carrera. Me gustó. Tanto, que le golpe de nuevo con la otra mano sin excusa alguna. -Estas despedido. -Le Gruñí, suspirando casi sin aliento, llena de éxtasis a punto de venirme, y le solté un golpe más, esta vez sin fuerza, sucumbiendo finalmente al desbordante placer dentro de mi mojada conchita, cual eyaculaba palpitando sobre su pene que impedía regar mi lechita afuera.

MARIANO

Los planetas parecían haberse alineado para que mi humor estuviera de lo peor, no había sido solo la cantidad de trabajo atrasado que tenía por delante, porque por más eficiente que fuera siempre había más de lo que un ser humano puede procesar. Venía ya con unos problemas personales que arrastraba de más de una semana, problemas en el departamento donde vivía y donde no conseguía que me dieran solución, además, aún tenía que arreglar algunos temas de documentación migratoria que tenía a medio camino y que siempre terminaba trabándose, por un motivo o por

otro. Para completar mi mala fortuna, mamá desde Argentina me taladraba las neuronas clamando por un regreso con no tenía en mente, pero ella sabía jugar con mis sentimientos de esa forma que las madres suelen hacer, poniéndome en piel de un villano.

Definitivamente no tenía un buen día, por si fuera poco, por la mañana comprobé que se había perdido el trabajo de una semana, un problema en la nube, en la notebook, ¿quién demonios sabría? Lo cierto es que obviamente fui el centro de todos los insultos y desprecios por parte de mi jefa, se molestó sobremanera conmigo, y recibí una catarata de agresiones despectivas y humillantes, supuse que los gritos se hubieran escuchado a la distancia y yo solo tragué saliva. Era lo único que podía hacer en ese momento, la situación me sobrepasaba y a veces solo quería agarrarla con fuerza por el cuello, ya no sabía qué hacer para complacerla; tenía la responsabilidad de un socio, trabajaba como un asno y cobraba como un pinche.

Dupliqué, tripliqué mi esfuerzo, mi orgullo no me permitía dar el brazo a torcer, trabajé más duro que de costumbre, aun sabiendo que no recuperaría todo lo perdido en al menos una semana más. Cuando ella volvió a última hora como hacía cada día, solo me propuse ignorarla, no me importó su perfume importado, ni sus tacos de reina repiqueteando en el piso del lugar. Ni siquiera me había gustado ese día, a mí me encantaban esos trajecitos ajustados que usaba, esas polleras pegadas a su piel que tan bien dibujaban sus curvas y dejaban notar esos muslos generosos y sugerentes, pero no, ella había optado por un conjunto entero de largo pantalón, holgado, con frente que se terminaba anudando en la nuca, en un marrón bastante claro que tampoco era de mi agrado. Esta vez ni levantaría la vista por ella, me juré no hacerlo, sentía mi hombría herida y estaba el borde de la explosión, todo terminaría de la peor manera.

Seguí con la vista perdida en mi notebook, tecleando y tecleando, pero en algún momento me invadió la incertidumbre, era todo silencio, las cosas no estaban bien. Fue cuando eché una mirada y la vi, mi jefa estaba casi desparramada sobre su asiento, casi desnuda, apenas con su ropa interior, un corpiño sugerente y una tanga que no alcanzaba a ver, pero si podía imaginar, ella parecía ajena a mi presencia y solo se masturbaba en una forma muy rica, perdida en su propio abismo.

Fue más que suficiente, mi verga se paró de repente, y supe lo que tenía que hacer, basta de ser el tonto de la película, me desnudé con prontitud y fui decidido a su oficina, la tomé por sorpresa, fue evidente, Elizabeth empezó a recular y trató de poner distancia, en forma física, y mental. Empezó con las excusas de que yo estaba loco, que era mi jefa, que me despediría y no sé cuántas cosas más. No sé si ella me escuchaba, pero le dije que era una puta y que la cogería toda, que ya nada me importaba. Logró zafarse de mis garras, me dio la espalda y una vez más contemplé la perfección de su culo y la forma en que se la enterraba la pequeña tanga, volví a aferrarla con fuerza y era obvio que ella no podría conmigo.

La sostuve con fuerza con una mano, con la que me quedaba libre llevé su notebook a un rincón del escritorio y luego con el brazo barrí todo lo que había sobre el mismo tirando todo al piso, biromes, anotadores, calendarios, adornos, hasta el teléfono celular. Elizabeth seguía protestando como una chiquilla, me insultaba, me amenazaba, me golpeaba con todas sus fuerzas, pero a mí solo me sabían a caricias, al fin los personajes habían cambiado, ahora tenía todo el poder, me sentía gigante y veía el terror en sus ojos, sus palabras suplicando clemencia sabían a placer de venganza en mis oídos.

Forcejeamos, y en esos forcejeos al azar mis dedos se engancharon en las tiras de su tanga, tiré con fuerza y la delicada prenda crujió pidiendo piedad. Poco a poco las finas transparencias cedieron y mis ojos se llenaron con su ropa interior desgarrándose entre mis falanges, me supo a éxito, al fin podía ver entre la prenda a medio romper su hermosa conchita completamente depilada.

Las cartas estaban echadas, Elizabeth ya estaba de espaldas recostada sobre el escritorio, aun se resistía si tener éxito en sus intentos, su piel blanca resaltaba a contraluz de la oficina, abrí sus piernas abusando de mi fuerza y en un embate se la metí toda arrancándole un suspiro contenido.

Empecé a darle con fuerzas, una tras otra, sentía mi sexo mojarse con la humedad del suyo, en cada empellón sus pechos se movían como olas de mar, sin principio, sin final, su teta izquierda aún estaba cubierta por el sostén y la transparencia me dejaba dibujar un hermoso pezón que se escondía con timidez, su teta derecha no había tenido tanta suerte, en los forcejeos había escapado de su protector y se notaba vívido, en primer plano, con un hermoso pezón rosado rodeado por una sugerente aureola. Mas arriba, su rostro desencajado estaba ladeado, con sus ojos cerrados y sus labios entreabiertos, jadeando como zorra con su respiración entrecortada.

Quería hacerle tantas cosas, en esos momentos que acariciaba su cuerpo solo venían a mi mente imágenes de ideas agolpándose una tras otra, quería sentarme entre sus piernas, y comerle la conchita a besos; quería girarla, con sus enormes nalgas a mi disposición y poder sodomizarla, quería metérsela en la boca hasta arrancarle arcadas y llenar su garganta con mi leche, quería tantas cosas.

Mis dedos inquietos fueron a jugar entre nuestros sexos, noté cuan mojada estaba y como sus jugos había mojado todo alrededor, no supe si lo notó, pero mis falanges llegaron a su esfínter y fue muy caliente para mi notar como su culito de puta se abrió con suma facilidad ante mi avance, no pude aguantar mucho más, no quería hacerlo, pero como una descarga eléctrica descargué en un segundo mi más profundos deseos contenidos desde el mismo día que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, al fin terminaba de cogerla, como puta, como zorra.

Me retiré tratando de recuperar mi respiración, la miré aun desparramada sobre su propio escritorio, su sexo estaba lleno de mis jugos y eso no tendría retorno, ahora solo bastaba saber cómo seguiría la historia.

ELIZABETH

Aquella noche, al regresar a casa, me sentí terrible. Mi esposo jamás se enteraría, pero mi conciencia no me dejaba en paz. No sabía que era peor, sí mi mente atormentándome con la culpa de la infidelidad, o con el vivido recuerdo de aquella noche de pasión indebida, cual recreaba día con día y noche tras noche. Con ese lindo joven becario cogiéndome sin piedad sobre mi propio escritorio.

De cualquier forma, debía detenerlo. Hablé con su padre, quien desde hacía tiempo se mantenía al pendiente del desarrollo de Mariano, y negocié un intercambio. Se trataba de un nuevo proyecto en colaboración con una empresa argentina; al cual pondría a Mariano como responsable en un importante puesto, y a cambio su padre financiaría parte del mismo, funcionando como accionista.

Era lo mejor que podía hacer por el bien de ambos. No podía despedirlo, pero tampoco podía estar cerca de él nunca más, por más que lo desease.

MARIANO

Cuando una copa de cristal se rompe, no hay manera de arreglarla, se pueden unir los fragmentos, pero siempre se verán las líneas marcadas como cicatrices, de manera que cada vez que veas esa copa, esas marcas te recordarán lo que había sucedido.

Lo mismo sería en adelante mi relación con Elizabeth, el recuerdo de lo sucedido estaría siempre presente, en cada gesto, en cada mirada, en cada insinuación. Y las cosas habían cambiado de repente, ahora me sentía en control de la situación, pero ella, la mujer perfecta, la mujer gigante, la mujer egocéntrica y narcisista, esa mujer, parecía tener el mundo patas para arriba. Su actitud conmigo había cambiado, fría distante, su mirada evasiva, era evidente que sentía en el alma el peso de su infidelidad, y era evidente que se sentía culpable de haberme presionado tanto hasta llegar a pasar los límites.

Muchas veces traté de acosarla, de arrinconarla, de hacerla entrar en juego, pero Elizabeth sabía muy bien como escaparse, como escurrirse, como evitarme.

Lamenté demasiado esa situación, prefería mil veces a la jefa despótica, a esa que siempre estaba pisándome la cabeza, la que no me dejaba respirar a esta situación presente, donde ella estaba distante, indiferente, fría como el hielo.

A pesar de mi juventud pude ver que todas mis fantasías de mantener un amorío con mi jefa se habían marchitado en un abrir y cerrar de ojos.

Llegó el momento de sentarme frente a frente con mi padre, resultó que ella había hablado con él, y escuché con un marcado sarcasmo pintado en los labios su parte de la historia, la forma de comportarse de mi jefa me supo a traición y bajeza, un cuchillo hiriente por la espalda.

Solo respondí a mi padre lo justo y necesario, como un caballero tragué las palabras que no debía decir. Un nuevo cambio de aires me sentaría bien, cerrar la historia y volver a mi tierra, mis amigos, mi madre, nuevos proyectos.

El avión carretea raudamente por el asfalto impregnado por una tenue llovizna, hay un bullicio mesurado en las personas que me rodean, miro por la escueta ventanilla hacia el exterior, solo veo sin ver, en mi mente se cierra poco a poco la historia con Elizabeth, la mujer que me hizo hombre.

FIN

Consultas, sugerencias, opiniones, escribir a dulces.placeres@live.com

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