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Visceral (1)

El viejo
Ella tenía 23 años. Estaba sin laburo, y con una familia que se empeñaba en torturarla por ello. Había sido mucama, niñera. Había salido a trabajar de peón en una chacra por dos mangos. Había hecho de todo. Una conocida le dijo que una familia buscaba a una chica para cuidar a un anciano, cama adentro. Desahuciada, fue. La entrevistó una mujer de unos 50 y algos. Enfermera del hospital del pueblo. El "viejo" era su marido que había tenido un ACV grave, pero que había sobrevivido, con medio cuerpo paralizado y la otra mitad apenas con movilidad. Le pagaba muy poco. Tenia que cuidarlo cuando ella estaba en el hospital. Cocinar y darle la medicación. Aceptó el puesto, más que nada para poder alejarse de su familia. El Viejo tenía una mirada penetrante, la seguía con la vista por todo el living comedor que era ahora su habitación. Aprendió en poco tiempo la rutina de cuidado. Seguía sin entender los balbuceos de él. Trataba de tocarlo lo menos posible. Ella era bastante tímida. Y él a pesar de su enfermedad, exudaba un aura avasallante. Ella empezó a notar que él la miraba y se agarraba el pito, que balbuceaba cosas y con su única mano móvil, se tironeaba el pijama. Ella ya se lo había visto. Él usaba una sonda que ella tenía que acomodar a veces. Tenía una pija de buen tamaño. Gorda, larga y blanco. Una tarde estaban solos los dos. Ella le estaba dando la merienda, se acerca para limpiarle la boca con una servilleta. Y él aferró su mano y se la llevó a la pija. La tenía dura. Muy dura. Él gemia y balbuceaba con desesperación. Y ella aún no sabe porque, pero le bajó el pijama. Le retiró la sonda, y empezó a masturbarlo. El gimió más fuerte sin dejar de mirarla, comenzó a tironearle la ropa. Ella comprendió que quería verla desnuda, así que se bajó la calza y la bombacha, sin pensar en lo poco ético de lo que hacía. Sentía un fuego desconocido entre las piernas. Algo se apoderó de su razón, se sacó la remera y el corpiño, sus tetas quedaron libres, cayendo como gotas y con los pezones duros. Se las acercó a la boca. La mano del viejo ya estaba entre sus piernas. Hurgando entre sus labios vaginales, buscando hundirse en ella. Se empezaron a masturbar mutuamente, a gemir los dos. El Viejo le hundía torpemente dos dedos en la concha, ella se movía contra su mano. Sintiendo el calor de esa mano torpe pero de dedos largos y gruesos, derramaba jugos y más jugos de lo morboso de verse junto a él, en el reflejo dela ventana. Tenía las tetas brillantes y llenas de baba, la lengua de él lamia sus pezones, duros erectos. Ella masajeaba la pija durísima, las bolas cargadas de leche, de tanto tiempo sin poder descargarse. Los minutos se hicieron eternos, hasta que el orgasmo los alcanzó a ambos. Ella sintió en su mano como ese pedazo de carne se tensaba y se engrosaba, por instinto lo pajeó más rápido, y un volcán de leche explotó y se derramó sobre él y ella. El Viejo nunca dejó de hundirle sus dedos duros en la concha y ella acabó con un chorro de flujo que se estrelló en el piso. El olor a sexo era brutal. El Viejo estaba desarmado sobre la silla de ruedas, manchado de semen y de baba. La verga aún erecta goteando leche. Ella se alejó de él, humedeció una toalla y se limpió, se vistió rápidamente. Y lo empezó a lavar al Viejo. Él quería llevarse la mano a la boca, y no podía. Ella lo ayudó. Y él lamió los dedos que la habían penetrado. Ella le lavó la pija y le puso la sonda otra vez. Le cambió el pijama, y con la toalla, limpió su cuerpo, sus manos. Su rostro. Lo acostó en la cama. Puso todo a lavar. Y regresó con él. Él balbuceaba algo, ansioso, nervioso. "Si se queda tranquilito, mañana volvemos a jugar…" Una mueca parecida a una sonrisa y el Viejo se durmió. Ella a su lado comenzó a pensar en qué otras cosas podrían hacer los dos solos, todos los días. Cuando llegó la mujer, preguntó cómo había estado todo. "Estuvo muy inquieto el señor, pero le hice la terapia que dijo el kinesiólogo y se tranquilizó, mañana se la hago otra vez" La mujer sonrió. "Andá a descansar, que ahora lo cuido yo"

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