Habíamos soñado muchas veces con recorrer Sevilla, o Valencia, los dos solos, durante horas. Era un buen momento para hacerlo, pero también podríamos hacerlo mañana. Le había hablado de la estupenda terraza que tenía en mi apartamento, y le ofrecí tomarnos una última copa allí. Mucho mejor que en la terraza de cualquier otro bar. Podríamos ver la luz de la luna mucho más cerca, más solos... Hablar de lo que quisiéramos, hacer lo que quisiéramos.
Me dio otro beso y fuimos hacia mi apartamento recorriendo las maravillosas calles del centro. Eran sólo diez minutos de paseo, diez minutos que paseamos abrazados, dedicándole las risas a una noche que ya estaba siendo inolvidable.
Cuando entramos dejé de inmediato el bolso en la mesa, y le quité la chaqueta. "¿Ya me quieres desvestir?". Volvimos a reír. "Siéntate, que yo te sirvo, eres mi invitado". "No puedo permitir eso". "Por favor". Y ese por favor, con voz suave y mirándole a los ojos, lo convenció. Me di la vuelta, me acerqué a la cocina, y saqué dos copas y una botella que había comprado, siempre tan organizada... Abrí la botella, mientras él hablaba de ya no recuerdo bien el qué, puse un poco en una copa, un poco en la otra, y fui consciente de que su voz sonaba cada vez más cerca. Cuando quise tapar la botella, sentí su respiración muy cerca, en mi espalda. Posó sus manos encima de la cocina, cerrando mi capacidad de movimiento, y me preguntó si estaba segura de querer ya esa copa. Después puso sus manos en mi cintura. "Martín...".
Mi risa nerviosa hizo de las suyas. Me cogió con fuerza y me giró, para vernos frente a frente, para mirarnos fijamente como si no hubiera nada más en el mundo. Yo estaba apoyada en la cocina, mis piernas nerviosas necesitaban un punto de apoyo. Mis manos, negándose a que aquello estuviera pasando, a que aquella amistad fuera en realidad una pasión escondida, ayudaban también a mi cuerpo a sostenerse. Martín no apartaba sus manos de mi cintura, y sus labios y los míos volvieron a encontrarse otra vez muy fácil, haciendo que mis brazos no pudieran evitar abrazarlo alrededor de su cuello cuando él decidió besar el mío, aquel lado que había dejado descubierto por mi pelo. Le cogí la cara con fuerzas para volver a besarle la boca, y fue entonces cuando él me cogió con más fuerza y sentí cómo estaba realmente excitado... Me sentó en la cocina, empujando una de las copas, a la que ninguno le hicimos caso. Era imposible. Ahí ya no me importaba que el vestido marcara cada detalle de mis pechos, incluso me gustaba, sobre todo cuando él bajó los tirantes, dejando al descubierto y besando aquella excitación.
Yo no podía parar de suspirar, mi respiración estaba realmente acelerada. Bajé una de mis manos para sentir sus ganas, y las acaricié, las fui acariciando más fuerte mientras su lengua seguía entretenida entre mi cuello y mis pechos. "Llévame a la cama". Se lo dije casi suplicando, no podía contenerme más. Me abrazó y en segundos nos trasladamos de lugar, no sólo físicamente. Dejó caer mi cuerpo en la cama y mis manos fueron directas a desabrochar su camisa, que acabó en el suelo, y después a desabrochar sus pantalones, que acabaron acompañando a su camisa, a sus zapatos, a toda, toda la ropa que él llevaba. Me giré boca abajo, para que fuera él quien bajara la cremallera del vestido y jugara con mi pelo mientras tanto. Sabía que eso le encantaría.
Recorrió toda mi espalda a besos, pero yo no podía esperar más, así que volví a girarme, quité mi vestido y lo lancé con su ropa ante su atenta mirada. Seguía excitándose sólo con mirarme, y a mí me encantaba observar su erección. Me incorporé para cogerle del cuello y volver a besarnos, jugar con nuestras lenguas en la boca. Habría querido jugar con mi lengua en tantas partes, pero no tenía tiempo. El Sur de mi cuerpo pedía a gritos unirse con el suyo. Martín quedó encima de mí, rozando su excitación con la mía, besando mi cuerpo mientras yo gemía sin parar.
Ni siquiera me había quitado la ropa interior que llevaba abajo, pero no fue problema para él. Movió a un lado con una mano aquella tela que le estorbaba el paso, y con un suave desliz hizo que fuéramos sólo uno. Con mis manos sujetaba su cara, que parecía enloquecer con cada rincón de mi piel. Giré mi cabeza a la derecha y vi que en el espejo de al lado de la cama podía ver una parte de nuestros cuerpos, unidos en aquel momento de locura. Lo sentía dentro de mí, lo sentía tanto... Sintiéndolo, y viendo cómo quería seguir adentrándose en lo más profundo de mi ser, gemí fuerte hasta que noté que su respiración se descontrolaba y entendí por qué. En el espejo, dos cuerpos desnudos frenando sus movimientos para disfrutar del éxtasis. Lo habíamos hecho, a la vez, y sólo pude decir "Martín...".
Me dio otro beso y fuimos hacia mi apartamento recorriendo las maravillosas calles del centro. Eran sólo diez minutos de paseo, diez minutos que paseamos abrazados, dedicándole las risas a una noche que ya estaba siendo inolvidable.
Cuando entramos dejé de inmediato el bolso en la mesa, y le quité la chaqueta. "¿Ya me quieres desvestir?". Volvimos a reír. "Siéntate, que yo te sirvo, eres mi invitado". "No puedo permitir eso". "Por favor". Y ese por favor, con voz suave y mirándole a los ojos, lo convenció. Me di la vuelta, me acerqué a la cocina, y saqué dos copas y una botella que había comprado, siempre tan organizada... Abrí la botella, mientras él hablaba de ya no recuerdo bien el qué, puse un poco en una copa, un poco en la otra, y fui consciente de que su voz sonaba cada vez más cerca. Cuando quise tapar la botella, sentí su respiración muy cerca, en mi espalda. Posó sus manos encima de la cocina, cerrando mi capacidad de movimiento, y me preguntó si estaba segura de querer ya esa copa. Después puso sus manos en mi cintura. "Martín...".
Mi risa nerviosa hizo de las suyas. Me cogió con fuerza y me giró, para vernos frente a frente, para mirarnos fijamente como si no hubiera nada más en el mundo. Yo estaba apoyada en la cocina, mis piernas nerviosas necesitaban un punto de apoyo. Mis manos, negándose a que aquello estuviera pasando, a que aquella amistad fuera en realidad una pasión escondida, ayudaban también a mi cuerpo a sostenerse. Martín no apartaba sus manos de mi cintura, y sus labios y los míos volvieron a encontrarse otra vez muy fácil, haciendo que mis brazos no pudieran evitar abrazarlo alrededor de su cuello cuando él decidió besar el mío, aquel lado que había dejado descubierto por mi pelo. Le cogí la cara con fuerzas para volver a besarle la boca, y fue entonces cuando él me cogió con más fuerza y sentí cómo estaba realmente excitado... Me sentó en la cocina, empujando una de las copas, a la que ninguno le hicimos caso. Era imposible. Ahí ya no me importaba que el vestido marcara cada detalle de mis pechos, incluso me gustaba, sobre todo cuando él bajó los tirantes, dejando al descubierto y besando aquella excitación.
Yo no podía parar de suspirar, mi respiración estaba realmente acelerada. Bajé una de mis manos para sentir sus ganas, y las acaricié, las fui acariciando más fuerte mientras su lengua seguía entretenida entre mi cuello y mis pechos. "Llévame a la cama". Se lo dije casi suplicando, no podía contenerme más. Me abrazó y en segundos nos trasladamos de lugar, no sólo físicamente. Dejó caer mi cuerpo en la cama y mis manos fueron directas a desabrochar su camisa, que acabó en el suelo, y después a desabrochar sus pantalones, que acabaron acompañando a su camisa, a sus zapatos, a toda, toda la ropa que él llevaba. Me giré boca abajo, para que fuera él quien bajara la cremallera del vestido y jugara con mi pelo mientras tanto. Sabía que eso le encantaría.
Recorrió toda mi espalda a besos, pero yo no podía esperar más, así que volví a girarme, quité mi vestido y lo lancé con su ropa ante su atenta mirada. Seguía excitándose sólo con mirarme, y a mí me encantaba observar su erección. Me incorporé para cogerle del cuello y volver a besarnos, jugar con nuestras lenguas en la boca. Habría querido jugar con mi lengua en tantas partes, pero no tenía tiempo. El Sur de mi cuerpo pedía a gritos unirse con el suyo. Martín quedó encima de mí, rozando su excitación con la mía, besando mi cuerpo mientras yo gemía sin parar.
Ni siquiera me había quitado la ropa interior que llevaba abajo, pero no fue problema para él. Movió a un lado con una mano aquella tela que le estorbaba el paso, y con un suave desliz hizo que fuéramos sólo uno. Con mis manos sujetaba su cara, que parecía enloquecer con cada rincón de mi piel. Giré mi cabeza a la derecha y vi que en el espejo de al lado de la cama podía ver una parte de nuestros cuerpos, unidos en aquel momento de locura. Lo sentía dentro de mí, lo sentía tanto... Sintiéndolo, y viendo cómo quería seguir adentrándose en lo más profundo de mi ser, gemí fuerte hasta que noté que su respiración se descontrolaba y entendí por qué. En el espejo, dos cuerpos desnudos frenando sus movimientos para disfrutar del éxtasis. Lo habíamos hecho, a la vez, y sólo pude decir "Martín...".
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