Sabiendo que debía dar tiempo para que su indignación se convirtiera en odio, me fui al salón y me serví una copa. Planeando mis siguientes pasos, mi única pregunta era si tendría que forzarla o por el contrario, como fruta madura esa chavala caería en mis brazos. Fue la propia Loung, la que despejó mis dudas entrando en tromba en la habitación:
―¿La princesa?― preguntó nada más verme.
―Se ha ido― respondí sin mirarla y cogiendo un libro de la estantería.
La secretaria creyó que era el momento de pedirme cuentas y enfrentándose a mí, dijo:
―Es usted un degenerado― tras lo cual me lanzó una bofetada. Bofetada que no llegó a su destino porque previéndola, le agarré sus brazos inmovilizándola. ―¡Suélteme!, ¡Maldito!― protestó intentando zafarse de mi abrazo.
Reteniéndola con dureza, la fui acercando a mi cuerpo y cuando ya la tenía pegada a mí, le agarré su cabeza y la besé. Loung quiso patearme e incluso pegarme, pero sus intentos resultaron infructuosos y forzando sus labios, metí mi lengua en su boca. Noté que la joven se debatía entre el deseo y el odio pero cuando comprendió que nada podía hacer, respondió con pasión a mi beso.
―¡Esto no está bien!― dijo con el último resquicio de fortaleza.
―Eso es mentira― contesté con voz dulce –Tú fuiste mi mujer antes que ella. ¿O no te acuerdas que te entregaste a mí?
―Si pero fue un error― gritó desolada al sentir que la empezaba a desnudar.
Cogiendo uno de sus senos entre mis manos, acerqué mi boca a su pezón y lo empecé a lamer mientras el sentido del deber de la secretaria se iba disolviendo. Al pasar al otro pecho, Loung no pudo evitar que de su garganta surgiera un gemido y pegando su sexo al mío, exclamó:
―Usted pertenece a la princesa. ¡Va a ser su marido!
―¡No te equivoques! Legalmente puede que sí, pero yo elijo con quién comparto mi cama y eres tú la que me trae loco.
El patriotismo y la lealtad que había jurado a su futura soberana, le hizo protestar y mientras presionaba su vulva contra mi pene, llorando me contestó:
―Sería traición.
Aprovechando que estábamos solos en la casa, la cogí entre mis brazos y subiendo por la escalera, la llevé al cuarto que compartía con la princesa. Una vez allí la deposité en la cama y tumbándome junto a ella, la empecé a acariciar mientras la desnudaba.
Su cuerpo me pareció todavía más atractivo que la primera vez. De piel más morena que su jefa, esa cría era el sumun de la belleza. De cuerpo enjuto, sus bonitos pechos cabían en mi boca pero lo mejor era que su breve cintura se expandía formando un espectacular trasero. Lentamente, le fui quitando el vestido y al bajarle las bragas, descubrí que por algún motivo esa muchacha se había depilado el coño después de haberla masturbado.
Separándole las rodillas, extasiado, me quedé contemplando su sexo con sorpresa. En ese instante supe que aunque fuera la última cosa que hiciera en mi vida, debía de saborear su coño y mientras me agachaba entre sus piernas, la oí decir avergonzada:
―Me depilé para usted.
Fue entonces cuando comprendí que el enfado de esa mujercita había sido un paripé y que antes de venir a recriminarme, ya había decidido ser otra vez mía. Disfrutando de su entrega, saqué mi lengua y jugueteando con su clítoris, saboreé su aroma a hembra necesitada. Ella al experimentar mi húmeda caricia, gimió y abriendo sus piernas de par en par, me dijo:
―Soy suya aunque eso signifique mi deshonra.
Recogiendo su turbación con mis dedos, la penetré mientras con mis dientes seguía dulcemente torturando su botón. La muchacha abducida por la pasión, me rogó que la tomara y al ver que sus ruegos caían en saco vació porque seguía comiendo su entrepierna, con sus piernas me aprisionó y moviendo sus caderas, tiró de mí hacia ella.
Con absoluta maestría, Loung consiguió colocar mi miembro en su entrada y con una expresión de lujuria en su cara, insistió en que la follara. Haciéndola caso, paulatinamente fui penetrándola. La lentitud con la que mi pene se fue introduciendo en ese coño casi adolescente, me permitió disfrutar del roce de sus pliegues mientras mi extensión se iba abriendo camino. Rememorando nuestra primera vez, en esta ocasión su conducto me pareció todavía más estrecho y no queriendo forzarla, al sentir que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, esperé a que se acostumbrara.
―¡Fólleme!― aulló retorciéndose sobre las sábanas.
Decidido a que fuera lo más placentero posible, inicié un suave vaivén con mi cuerpo que poco a poco fue relajando su sexo. Sollozando de placer, la oriental me rogó que siguiera y mientras yo aceleraba mis movimientos, ella llevó las manos a su pecho y sin rubor se empezó a pellizcar.
En ese instante recordé la dulzura que me había mostrado en su país y queriendo devolvérsela, retiré sus dedos y los sustituí con mi boca. Al succionar sus pezones, la cría se volvió loca y retorciéndose sobre el colchón se corrió dando gritos, momento que aproveché para darle un suave mordisco en una de sus areolas.
―¡Me encanta!― chilló descompuesta y completamente subyugada por el placer que estaba asolando su cuerpo, me pidió que le mordiera un poco más fuerte.
Al incrementar la presión de mis dientes, Loung gritó como posesa y tiritando entre mis piernas, vi como su orgasmo se unía a otro sin pausa. Su entrega me informó de su gusto por el sexo duro y sin dejar de morder su pezón, le di un azote en el trasero. Nuevamente, mi amante aulló al sentir mi palma castigando su culo y sin esperar a que le soltara otro, dando un grito me exigió que se lo diera.
Dominado por la pasión, alterné las penetraciones con las nalgadas, de forma que mi habitación se llenó de gritos de sumisión desbordada mientras la tensión se iba acumulando en mi entrepierna.
―¡Soy su esclava!― exclamó al experimentar el enésimo éxtasis que asoló esa tarde su frágil cuerpo y con absoluta devoción, buscó mi placer abriendo y cerrando los músculos de su vagina.
La confirmación de su entrega fue el estímulo que necesitaba mis huevos para explotar, regando su interior con mi simiente y cogiéndola entre mis brazos, la penetré brutalmente, levantando y dejando caer su peso sobre mi estoque. Loung llorando de alegría, recibió mi esperma y tras comprobar que me había vaciado, se dejó caer sobre la cama.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras trataba de descansar, la muchachita se abrazó a mí y poniendo su cara en mi pecho, empezó a sollozar calladamente.
―¿Qué te ocurre?― pregunté al ver su sufrimiento.
La chavala secándose las lágrimas que recorrían sus mejillas, se incorporó y con su rostro lleno de angustia, me contestó:
―Don Manuel, ¿qué voy a hacer? He jurado lealtad a la princesa pero mi cuerpo es suyo y moriría si no me permitiera servirle.
Con cuidado, elegí mis palabras y tras editar unos instantes, le pregunté:
―Sé que has prometido dar tu vida por mi cuñada pero por otra parte, sabes que eres mía. ¿No es así?
―Sí― contestó antes de echarse a llorar.
Acariciando su pelo, la besé y calmándola, le dije:
―Ambas cosas no son incompatibles. Desde hoy, al igual que Sovann eres mi mujer y entre todos buscaremos una solución.
―No le entiendo― contestó con voz ilusionada.
―Seremos tres en esta cama. Como oíste desde la puerta, la princesa ya me ha dicho que le gustaría hacerte el amor y solo espero que a ti no te importe, corresponderle.
―Señor, me dejaría despellejar si eso supusiera que ser suya. No soy bisexual pero si usted me ordena que lo sea, lo seré― con una dulce y esperanzada sonrisa, respondió.
―Lo serás y yo disfrutaré con ello.
―Pues si ese es su deseo, dígale a la princesa que acepto ser de los dos.
―No, bonita― contesté soltando una carcajada – ¡Serás tú quien se lo diga!
CONTINUARÁ
―¿La princesa?― preguntó nada más verme.
―Se ha ido― respondí sin mirarla y cogiendo un libro de la estantería.
La secretaria creyó que era el momento de pedirme cuentas y enfrentándose a mí, dijo:
―Es usted un degenerado― tras lo cual me lanzó una bofetada. Bofetada que no llegó a su destino porque previéndola, le agarré sus brazos inmovilizándola. ―¡Suélteme!, ¡Maldito!― protestó intentando zafarse de mi abrazo.
Reteniéndola con dureza, la fui acercando a mi cuerpo y cuando ya la tenía pegada a mí, le agarré su cabeza y la besé. Loung quiso patearme e incluso pegarme, pero sus intentos resultaron infructuosos y forzando sus labios, metí mi lengua en su boca. Noté que la joven se debatía entre el deseo y el odio pero cuando comprendió que nada podía hacer, respondió con pasión a mi beso.
―¡Esto no está bien!― dijo con el último resquicio de fortaleza.
―Eso es mentira― contesté con voz dulce –Tú fuiste mi mujer antes que ella. ¿O no te acuerdas que te entregaste a mí?
―Si pero fue un error― gritó desolada al sentir que la empezaba a desnudar.
Cogiendo uno de sus senos entre mis manos, acerqué mi boca a su pezón y lo empecé a lamer mientras el sentido del deber de la secretaria se iba disolviendo. Al pasar al otro pecho, Loung no pudo evitar que de su garganta surgiera un gemido y pegando su sexo al mío, exclamó:
―Usted pertenece a la princesa. ¡Va a ser su marido!
―¡No te equivoques! Legalmente puede que sí, pero yo elijo con quién comparto mi cama y eres tú la que me trae loco.
El patriotismo y la lealtad que había jurado a su futura soberana, le hizo protestar y mientras presionaba su vulva contra mi pene, llorando me contestó:
―Sería traición.
Aprovechando que estábamos solos en la casa, la cogí entre mis brazos y subiendo por la escalera, la llevé al cuarto que compartía con la princesa. Una vez allí la deposité en la cama y tumbándome junto a ella, la empecé a acariciar mientras la desnudaba.
Su cuerpo me pareció todavía más atractivo que la primera vez. De piel más morena que su jefa, esa cría era el sumun de la belleza. De cuerpo enjuto, sus bonitos pechos cabían en mi boca pero lo mejor era que su breve cintura se expandía formando un espectacular trasero. Lentamente, le fui quitando el vestido y al bajarle las bragas, descubrí que por algún motivo esa muchacha se había depilado el coño después de haberla masturbado.
Separándole las rodillas, extasiado, me quedé contemplando su sexo con sorpresa. En ese instante supe que aunque fuera la última cosa que hiciera en mi vida, debía de saborear su coño y mientras me agachaba entre sus piernas, la oí decir avergonzada:
―Me depilé para usted.
Fue entonces cuando comprendí que el enfado de esa mujercita había sido un paripé y que antes de venir a recriminarme, ya había decidido ser otra vez mía. Disfrutando de su entrega, saqué mi lengua y jugueteando con su clítoris, saboreé su aroma a hembra necesitada. Ella al experimentar mi húmeda caricia, gimió y abriendo sus piernas de par en par, me dijo:
―Soy suya aunque eso signifique mi deshonra.
Recogiendo su turbación con mis dedos, la penetré mientras con mis dientes seguía dulcemente torturando su botón. La muchacha abducida por la pasión, me rogó que la tomara y al ver que sus ruegos caían en saco vació porque seguía comiendo su entrepierna, con sus piernas me aprisionó y moviendo sus caderas, tiró de mí hacia ella.
Con absoluta maestría, Loung consiguió colocar mi miembro en su entrada y con una expresión de lujuria en su cara, insistió en que la follara. Haciéndola caso, paulatinamente fui penetrándola. La lentitud con la que mi pene se fue introduciendo en ese coño casi adolescente, me permitió disfrutar del roce de sus pliegues mientras mi extensión se iba abriendo camino. Rememorando nuestra primera vez, en esta ocasión su conducto me pareció todavía más estrecho y no queriendo forzarla, al sentir que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, esperé a que se acostumbrara.
―¡Fólleme!― aulló retorciéndose sobre las sábanas.
Decidido a que fuera lo más placentero posible, inicié un suave vaivén con mi cuerpo que poco a poco fue relajando su sexo. Sollozando de placer, la oriental me rogó que siguiera y mientras yo aceleraba mis movimientos, ella llevó las manos a su pecho y sin rubor se empezó a pellizcar.
En ese instante recordé la dulzura que me había mostrado en su país y queriendo devolvérsela, retiré sus dedos y los sustituí con mi boca. Al succionar sus pezones, la cría se volvió loca y retorciéndose sobre el colchón se corrió dando gritos, momento que aproveché para darle un suave mordisco en una de sus areolas.
―¡Me encanta!― chilló descompuesta y completamente subyugada por el placer que estaba asolando su cuerpo, me pidió que le mordiera un poco más fuerte.
Al incrementar la presión de mis dientes, Loung gritó como posesa y tiritando entre mis piernas, vi como su orgasmo se unía a otro sin pausa. Su entrega me informó de su gusto por el sexo duro y sin dejar de morder su pezón, le di un azote en el trasero. Nuevamente, mi amante aulló al sentir mi palma castigando su culo y sin esperar a que le soltara otro, dando un grito me exigió que se lo diera.
Dominado por la pasión, alterné las penetraciones con las nalgadas, de forma que mi habitación se llenó de gritos de sumisión desbordada mientras la tensión se iba acumulando en mi entrepierna.
―¡Soy su esclava!― exclamó al experimentar el enésimo éxtasis que asoló esa tarde su frágil cuerpo y con absoluta devoción, buscó mi placer abriendo y cerrando los músculos de su vagina.
La confirmación de su entrega fue el estímulo que necesitaba mis huevos para explotar, regando su interior con mi simiente y cogiéndola entre mis brazos, la penetré brutalmente, levantando y dejando caer su peso sobre mi estoque. Loung llorando de alegría, recibió mi esperma y tras comprobar que me había vaciado, se dejó caer sobre la cama.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras trataba de descansar, la muchachita se abrazó a mí y poniendo su cara en mi pecho, empezó a sollozar calladamente.
―¿Qué te ocurre?― pregunté al ver su sufrimiento.
La chavala secándose las lágrimas que recorrían sus mejillas, se incorporó y con su rostro lleno de angustia, me contestó:
―Don Manuel, ¿qué voy a hacer? He jurado lealtad a la princesa pero mi cuerpo es suyo y moriría si no me permitiera servirle.
Con cuidado, elegí mis palabras y tras editar unos instantes, le pregunté:
―Sé que has prometido dar tu vida por mi cuñada pero por otra parte, sabes que eres mía. ¿No es así?
―Sí― contestó antes de echarse a llorar.
Acariciando su pelo, la besé y calmándola, le dije:
―Ambas cosas no son incompatibles. Desde hoy, al igual que Sovann eres mi mujer y entre todos buscaremos una solución.
―No le entiendo― contestó con voz ilusionada.
―Seremos tres en esta cama. Como oíste desde la puerta, la princesa ya me ha dicho que le gustaría hacerte el amor y solo espero que a ti no te importe, corresponderle.
―Señor, me dejaría despellejar si eso supusiera que ser suya. No soy bisexual pero si usted me ordena que lo sea, lo seré― con una dulce y esperanzada sonrisa, respondió.
―Lo serás y yo disfrutaré con ello.
―Pues si ese es su deseo, dígale a la princesa que acepto ser de los dos.
―No, bonita― contesté soltando una carcajada – ¡Serás tú quien se lo diga!
CONTINUARÁ
2 comentarios - Mi cuñada, de princesa a puta 7