Apenas había entrado a trabajar a esa escuela como conserje,nada fuera de lo normal, ir conociendo a la gente, convivir levemente con losmaestros y soportar a los niños y desastres. Sin embargo, comencé a tratar auna maestra un poco más que a cualquiera, por el simple hecho de que ella solíaquedarse al último en la escuela, al punto de que, si no fuera porque yo teníaque quedarme a limpiar, ella sería la que cerrara a escuela todos los días.Sinceramente no me interesaba el porqué de sus horarios de salida, tampoco escomo que me incumbiera, a pesar de ello, ella se disculpaba por incomodar consu presencia, ante lo que yo le decía que no había ningún problema, solíaexcusarse con “es que me siento más tranquila en la escuela para revisar lastareas” o “es que tengo que preparar mi clase de mañana”, total que yo seguía alo mío, teniendo conversaciones amenas con ella mientras limpiaba su salón, yhasta a veces ella me seguía un rato.
En este punto debo describirla, ella era una chica joven, deun metro cincuenta y cinco como mucho, con un muy buen culo, en el que se solíamarcar la tanga, unas tetas moderadas, pero bien firmes y una cara inocente quedaban ganas de verla cubierta de leche, o mejor aun haciendo muecas de placermientras tenía un orgasmo. Sin embargo, todos estos deseos se veían muylejanos, ya que había escuchado, por conversaciones de los maestros, que yamuchos la habían intentado meter a sus camas, pero ella simplemente no parecíainteresada en ningún coqueteo.
Yo había notado una cosa rara en su salón siempre que nosquedábamos solos, y eso era que se sentía un olor, muy tenue pero que meresultaba familiar, olor que no estaba ni a principios ni a mediados del díaescolar, por alguna razón ese olor me causaba una leve erección, pero aun nolograba identificarlo.
Todo relativamente normal hasta que cierto día llegué unpoco más rápido a su salón, ya que, milagrosamente, los otros salones se habíanmantenido limpios, por lo que llegué, como siempre, esperando verla sentadadetrás de su escritorio, pero esta vez vi algo que cambiaría por completonuestra rutina. Ahí estaba ella, sentada sobre su escritorio, con el pantalónhasta los tobillos, y la tanga más debajo de las rodillas y las piernas lo másabiertas que esta posición le permitía metiéndose tres dedos en su panocha conalgunos pelitos y con dificultad metiéndose uno más en su arrugado anito, sucabeza estaba torcida hacia atrás en éxtasis, motivo por el cual no notó mipresencia, así que decidí hacerme levemente para atrás y esconderme detrás deun muro. No les voy a mentir, la situación me excitaba sobremanera, pero no meatrevía a hacer ningún movimiento, al menos hasta que comencé a escuchar entresus gemidos y el húmedo movimiento de sus dedos:
- Sí!, ¡soy una putita, dame duro!
En ese momento, un demonio se apoderó de mí, comencé aconectar los hilos, sus horarios tardíos, sus sudores al encontrarla en susalón, el extraño olor que notaba, ese olor era el de una panocha, la panochade una zorrita deseosa de verga, amante del exhibicionismo y de la sumisión.Algo hizo clic, y sin dudarlo me acerqué a ella, que aún seguía en éxtasis, peroreaccionó casi como un látigo cuando sintió mis dedos entrando junto a lossuyos en su ya húmeda panocha, sus piernas se cerraron y sus paredes vaginalesapretaron. En ese momento, ella trató de decir algo pero ni tardo ni perezoso,le puse mi otra mano en la boca, sofocando toda queja o intento de pedir ayuda,acto seguido, comencé a manosearla con mi mano libre, se la saque de la panochay comencé a acariciar su abdomen, llegue a sus tetas con unos pezones oscurosque me estaban enloqueciendo, y comencé a pellizcárselos y después a mordérselos,mientras tanto seguía explorando su cuerpo con esa misma mano hasta que lleguéa su punto débil, tocando ese pequeño y apretado agujerito suyo, ese anitosemivirgen, una vez comencé a acariciarlo con un dedo, ella comenzó a temblar ysu piel a erizarse.
- Mira nada más putita, resulta que quieres que te rompa elculito –
- N-no…- me susurró como pudo – por favor no me hagas nada –
- Nunca pedí tu opinión zorrita – en ese momento terminé deperder los estribos, le solté una cachetada y la obligué a darse la vuelta, yrecargar su cuerpo contra su escritorio y dejarme su culo a mi total poder, enese momento me agaché y le separé las nalgas para comerle un rato el culo, esohizo que dejara de resistirse, al menos hasta que sintió que enfilaba mi vergaen la entrada de su culo.
- No, por favor, nunca me lo han usad… - no la dejé terminarcuando se la metí entera sin piedad, obligándola a ahogar su grito de dolor,mientras ella movía el culo desesperadamente tratando de zafarse, yo comencé adisfrutar de ese apretado agujero. Comencé el bombeo sin importarme su obviosufrimiento, y me centré únicamente en mi entero placer, la insultaba y le metíadedos en la panocha para luego metérselos en la boca para que probara suspropios jugos de zorra en celo, en un momento la agarré del cuello desde atrás,la obligué a voltear, y al ver esa hermosa cara inocente con lágrimas y siendo mancillada,no aguanté y le solté un profundo beso de lengua haciéndola saborear al mismotiempo el sabor de su ano, así seguí hasta que me aburrí y sin previo aviso sela cambie a la panocha ante lo que ella soltó un gemido que ya no era de dolor,si no de placer puro.
- Dime que eres- le ordené entre jadeos
- Tu putita –
- ¿Qué dijiste? –
- ¡Soy tu putita, me encanta que me trates como la zorritasumisa que soy! – gritó en éxtasis.
Esas palabras fueron suficientes, le saqué la verga de lapanocha, la volteé y se la metí en la boca y se la cogí un rato, provocándole arcadas,hasta que sentí que me venía y finalmente pude cumplir esa fantasía de ver esacarita inocente cubierta de leche calientita, y mejor aún ella misma juntó todala leche con un dedo y se la tragó entera.
Después de todo lo pasado, ella solo se levantóy, una vez vestida, se fue caminando con dificultad. Quedé con ciertapreocupación ya que pensé que a lo mejor me había pasado, al menos esa era miidea hasta al día siguiente, cuando todos ya se habían ido, cuando llegué a susalón y la vi sentada detrás de su escritorio y me recibió con una sonrisa,pero esta vez no fue una sonrisa amable, sino una sonrisa sumisa y picara.
En este punto debo describirla, ella era una chica joven, deun metro cincuenta y cinco como mucho, con un muy buen culo, en el que se solíamarcar la tanga, unas tetas moderadas, pero bien firmes y una cara inocente quedaban ganas de verla cubierta de leche, o mejor aun haciendo muecas de placermientras tenía un orgasmo. Sin embargo, todos estos deseos se veían muylejanos, ya que había escuchado, por conversaciones de los maestros, que yamuchos la habían intentado meter a sus camas, pero ella simplemente no parecíainteresada en ningún coqueteo.
Yo había notado una cosa rara en su salón siempre que nosquedábamos solos, y eso era que se sentía un olor, muy tenue pero que meresultaba familiar, olor que no estaba ni a principios ni a mediados del díaescolar, por alguna razón ese olor me causaba una leve erección, pero aun nolograba identificarlo.
Todo relativamente normal hasta que cierto día llegué unpoco más rápido a su salón, ya que, milagrosamente, los otros salones se habíanmantenido limpios, por lo que llegué, como siempre, esperando verla sentadadetrás de su escritorio, pero esta vez vi algo que cambiaría por completonuestra rutina. Ahí estaba ella, sentada sobre su escritorio, con el pantalónhasta los tobillos, y la tanga más debajo de las rodillas y las piernas lo másabiertas que esta posición le permitía metiéndose tres dedos en su panocha conalgunos pelitos y con dificultad metiéndose uno más en su arrugado anito, sucabeza estaba torcida hacia atrás en éxtasis, motivo por el cual no notó mipresencia, así que decidí hacerme levemente para atrás y esconderme detrás deun muro. No les voy a mentir, la situación me excitaba sobremanera, pero no meatrevía a hacer ningún movimiento, al menos hasta que comencé a escuchar entresus gemidos y el húmedo movimiento de sus dedos:
- Sí!, ¡soy una putita, dame duro!
En ese momento, un demonio se apoderó de mí, comencé aconectar los hilos, sus horarios tardíos, sus sudores al encontrarla en susalón, el extraño olor que notaba, ese olor era el de una panocha, la panochade una zorrita deseosa de verga, amante del exhibicionismo y de la sumisión.Algo hizo clic, y sin dudarlo me acerqué a ella, que aún seguía en éxtasis, peroreaccionó casi como un látigo cuando sintió mis dedos entrando junto a lossuyos en su ya húmeda panocha, sus piernas se cerraron y sus paredes vaginalesapretaron. En ese momento, ella trató de decir algo pero ni tardo ni perezoso,le puse mi otra mano en la boca, sofocando toda queja o intento de pedir ayuda,acto seguido, comencé a manosearla con mi mano libre, se la saque de la panochay comencé a acariciar su abdomen, llegue a sus tetas con unos pezones oscurosque me estaban enloqueciendo, y comencé a pellizcárselos y después a mordérselos,mientras tanto seguía explorando su cuerpo con esa misma mano hasta que lleguéa su punto débil, tocando ese pequeño y apretado agujerito suyo, ese anitosemivirgen, una vez comencé a acariciarlo con un dedo, ella comenzó a temblar ysu piel a erizarse.
- Mira nada más putita, resulta que quieres que te rompa elculito –
- N-no…- me susurró como pudo – por favor no me hagas nada –
- Nunca pedí tu opinión zorrita – en ese momento terminé deperder los estribos, le solté una cachetada y la obligué a darse la vuelta, yrecargar su cuerpo contra su escritorio y dejarme su culo a mi total poder, enese momento me agaché y le separé las nalgas para comerle un rato el culo, esohizo que dejara de resistirse, al menos hasta que sintió que enfilaba mi vergaen la entrada de su culo.
- No, por favor, nunca me lo han usad… - no la dejé terminarcuando se la metí entera sin piedad, obligándola a ahogar su grito de dolor,mientras ella movía el culo desesperadamente tratando de zafarse, yo comencé adisfrutar de ese apretado agujero. Comencé el bombeo sin importarme su obviosufrimiento, y me centré únicamente en mi entero placer, la insultaba y le metíadedos en la panocha para luego metérselos en la boca para que probara suspropios jugos de zorra en celo, en un momento la agarré del cuello desde atrás,la obligué a voltear, y al ver esa hermosa cara inocente con lágrimas y siendo mancillada,no aguanté y le solté un profundo beso de lengua haciéndola saborear al mismotiempo el sabor de su ano, así seguí hasta que me aburrí y sin previo aviso sela cambie a la panocha ante lo que ella soltó un gemido que ya no era de dolor,si no de placer puro.
- Dime que eres- le ordené entre jadeos
- Tu putita –
- ¿Qué dijiste? –
- ¡Soy tu putita, me encanta que me trates como la zorritasumisa que soy! – gritó en éxtasis.
Esas palabras fueron suficientes, le saqué la verga de lapanocha, la volteé y se la metí en la boca y se la cogí un rato, provocándole arcadas,hasta que sentí que me venía y finalmente pude cumplir esa fantasía de ver esacarita inocente cubierta de leche calientita, y mejor aún ella misma juntó todala leche con un dedo y se la tragó entera.
Después de todo lo pasado, ella solo se levantóy, una vez vestida, se fue caminando con dificultad. Quedé con ciertapreocupación ya que pensé que a lo mejor me había pasado, al menos esa era miidea hasta al día siguiente, cuando todos ya se habían ido, cuando llegué a susalón y la vi sentada detrás de su escritorio y me recibió con una sonrisa,pero esta vez no fue una sonrisa amable, sino una sonrisa sumisa y picara.
4 comentarios - Maestrita abusada
Deberías escribir como te han hecho su putita