Siempre sostuve que la vida de toda persona es como subir y bajar una montaña, en general, uno gasta media vida para llegar a la cima, pone todos sus esfuerzos, sus ilusiones, sus ideales, sus ambiciones, cada uno tiene su montaña, cada uno elige que tan alto está dispuesto a escalar, una vez que se llega a la cima comienza el lento descenso, a disfrutar del logro conseguido, relajado, distendido.
Cada uno también es dueño de decidir cuantos años quiere estar escalando, hay muchos que se pasan la vida tratando de llegar a la cima, hay algunos que por su ambición desmedida ni siquiera llegan.
Recién pasados mis cincuenta años tenía bien en claro que estaba en edad de saborear mi descenso, era feliz con lo conseguido, quería disfrutar los días que me quedaban entre los cincuenta y la muerte.
Le llevo pocos años a Rosa, mi esposa, estamos por cumplir quince años de convivencia, ambos vivimos con Lara, su hija, mi hijastra, producto de su anterior matrimonio, ella tiene casi veinte.
Nos llevamos bien, sé que no soy su padre, sabe que no es mi hija, pero para mí es como si lo fuera, la amo con locura, más por el hecho de saber que soy estéril, perdimos muchos años con Rosa tratando de ser padres, hasta que la ciencia dio cuenta de mi imposibilidad.
Rosa, su ex esposo y Lara llevan una eterna relación de amor y odio en la cual aprendí que no debía meterme, porque de alguna manera, por una o por otra, siempre terminaba siendo el malo de la película.
Mi vida laboral de los últimos años se resume a vendedor de mostrador de una importante firma de neumáticos, que haría aburrida la historia si entro en detalles que no vienen al caso.
En los últimos días de verano Rosa insistió para que tomáramos una semana de licencia, al menos una semana, hacía tres años que trabajaba sin parar, sin descanso y realmente necesitábamos hacer un impase, pero no teníamos demasiado dinero…
Ella se encargó entonces de programar unos días de su tía Elisa, solo la conocía por lo que ella me contaba, la verdad es que no me interesaba demasiado la idea.
La tía Elisa era una vieja solterona que vivía en un verde valle a trescientos quilómetros de casa, tenía un gran paraje turístico a orillas de un lago, flanqueado por verdes árboles y medianas montañas de fondo, ideal para unos días de soledad, desconectado del mundo.
Acepté de mala gana, sin imaginar lo que me deparaba el destino.
El viaje fue cuesta arriba, no me agrada conducir, y menos con Rosa y Lara que parloteaban sin parar como si hiciera años que no se veían, nunca entendí esa forma de hablar de las mujeres, siempre tienen tema, creo que ni se escuchaban.
Al llegar, mi primera impresión fue más que positiva, tuve que reconocer que el paisaje era magnífico y me arrepentí de dejar pasar tantos años para conocerlo, tal cual lo que Rosa me había contado, una vieja edificación perfectamente mantenida, pintada en combinaciones de ocres y tonos rojizos, una chimenea humeante se levantaba sobre un lateral, una piscina magnífica con solárium, mesas y sillas a unos metros y un galpón con techo de chapa al fondo completando la edificación, un lago enorme y sereno descansaba tranquilamente al frente, grandes árboles verdes que se mecían suavemente con la brisa de verano bordeaban toda la circunferencia hasta donde llegaba mi vista y al fondo se dibujaban oscuras montañas que morían en la altura contra el celeste furioso del cielo.
Estacioné el coche a la sombra y algunos perros del lugar delataron nuestra presencia, fue entonces que apareció a nuestro encuentro la famosa tía Elisa quien se abrazó largamente por los años pasados con mi esposa y como suele suceder se sorprendió por lo grande que estaba Lara.
Rosa me presentó con su tía, la anciana tenía más de setenta años pero se mostraba más que perfecta, con su largo cabello blanco recogido en un rodete, ojos celestes como el cielo y piel suave al tacto, con un amplio vestido que le llegaba a los tobillos y una calidez dulzona en su forma de hablar.
Nos condujo a las habitaciones, nos dejó que eligiéramos a nuestro gusto, la temporada recién terminaba y ya no quedaban huéspedes en el paraje.
Todo encajaba relativamente bien, salvo por un detalle, por una conversación entre la anciana y mi mujer
Rosa, te acordás de tu prima? Eleonora?
Si! tanto tiempo… supe que enviudó…
Si… pobre…
Pero suele venir por acá, le dije que estarían ustedes… y a que no adivinas?
No me digas que vendrá?
Siii! el fin de semana! y traerá a Penélope! Te acuerdas?
Penélope? Debe ser toda una mujercita! Pensar que era así la última vez que la vi!!!
Mi esposa hizo una seña con su mano detallando una altura acorde a una pequeña de cinco años, no presté mucha atención a lo que siguieron charlando, solo maldije mi suerte, mujeres y más mujeres en ese lugar perdido del mundo.
En la noche, Rosa me contaría un poco de esa historia, Eleonora no era prima directa, en realidad era de esas historias de prima de la hija de la tía que en algún lugar del árbol genealógico tenía un punto en común, historia que por cierto no tenía interés en aprender, también me contó que en la infancia vivían cerca y eran muy amigas, hasta que el destino las llevó por distintos caminos.
Mis días transcurrieron en relativa calma y descanso, nadando en el frío lago o disfrutando de las aguas más cálidas de la piscina, haciendo paseos en bicicleta, tirado en la hierba al sol, usando los parrilleros para hacer carnes asadas y disfrutando de unos exquisitos dulces caseros de la tía Elisa, que eran muy famosos en el pueblo según ella contaba.
El viernes por la tardecita salí a andar un rato en bicicleta en compañía de mi querida hijastra, solo a pasear y a hablar de la vida, al regresar noté que una gran camioneta negra de vidrios polarizados estaba cercana a mi vehículo, adiviné que la prima Eleonora y su hija habían llegado, tragué saliva, maldije en silencio y me preparé para el mal trago.
Al llegar, mi esposa me presentó a la tal Eleonora, una elegante mujer de buen porte, hice mi mejor sonrisa, entonces ella dijo en voz alta
Penélope! vení por favor…
Fue entonces cuando mi vida cambió, cuando mi corazón se paró de golpe, cuando todo lo que estaba en orden quedó patas para arriba, un ser angelical salió desde una de las habitaciones, de curvas exageradas y formas voluptuosas, era perfecta, perfecta por donde la mirase, no tenía nada que cambiarle, nada le sobraba, nada le faltaba, todo justo en su medida, una silueta pintada a mano. Todas las mujeres tiene algo bonito para elogiar, pero Penélope era la perfección en formas, pechos, caderas, piernas, vientre, espalda, altura, todo encajaba con todo.
Creo que todo hombre tiene en su imaginación a la mujer ideal, bueno, esa joven era mi imaginación hecha realidad…
Vino a mi encuentro, me quedé mirándola como un estúpido, estaba descalza, con un viejo short de jean de tela gastada que mostraba unos muslos hermosos, un culo perfecto y respingón, su vientre chato lucía un piercing brillante atravesando su ombligo, un top holgado no lograba disimular el tamaño de sus generosos pechos.
Me dio un beso en la mejilla, su cara redonda con grandes y profundos ojos almendra, su piel perfumada, deliciosamente bronceada por el sol del verano que moría día a día, sus cabellos negros que corrían en enormes rulos por su espalda hasta su cintura, con una sonrisa amigable pintada en sus gruesos labios, esa era Penélope.
Después de las presentaciones y unas pocas palabras, me excusé para ausentarme, debía encender el fuego en la parrilla para preparar la cena, de paso dejaría a las mujeres a solas para que hablaran de sus cosas, seguramente tendrían demasiado de que hablar.
Mientras acomodaba ramas secas, algo de carbón y un poco de leña me noté perturbado, estaba impactado, en mi mente solo estaba dibujada la perfección de esa joven, trataba de apartarla, pero no podía evitarlo…
Facundo…
Sentí su dulce voz a mi espalda, giré y prosiguió
Me manda la tía Rosa…
En sus manos tenía dos jarras con espumeante cerveza, una para ella, otra para mí, tomó un trago y la espuma quedó pegada en la punta de su nariz, con una sonrisa pasé mi dedo para limpiarla, como habría hecho con Lara.
No supe el motivo pero lo cierto es que la joven se quedó haciéndome compañía mientras encendía el fuego, y hablamos, hablamos como si nos conociéramos de toda la vida, aunque yo me concentraba en lo que hacía y trataba de evitar mirarla.
Platicamos de nuestras vidas, me contó que tenía veinte años, que estudiaba medicina y que echaba de menos a su padre, que no tenía novio, que los chicos la aburrían y la había acompañado a su madre para que no estuviera sola.
Estábamos muy a gusto, hasta que Lara se unió a la charla, maldije por dentro, pero rápidamente ellas hablaron cosas de chicas, de su edad y pronto quedé fuera de juego por lo que seguí con los preparativos de la cena.
Comimos e hicimos la sobremesa, llegaba la medianoche y Penélope se levantó para ir afuera, después de unos minutos como quien no quiere la cosa, hice lo mismo, ella estaba cerca del borde del lago, la enorme luna llena se levantaba a un costado iluminando en forma indescriptible la superficie del agua que apenas era movida por una leve brisa que venía del este
Hermosa vista no? – dije para entablar un diálogo
Si… una vista para enamorados, no te parece? – contestó casi de inmediato
Ja! ja! enamorados… casi ni recuerdo…
Por qué? eres un hombre atractivo… seguro te sobraran mujeres…
Mujeres? Creí saber que eran las mujeres, hasta hace unas horas, que te conocí…
Penélope sonrío por el halago, y miró el piso un tanto avergonzada, en ese momento me sentí fatal, un estúpido por haber dicho lo que había dicho, un viejo pasado de moda, con un dialecto cincuentón, donde los halagos al sexo femenino parecían quedar guardados en el armario de los recuerdos...
Era tarde, me despedí de ella, no quería levantar ningún tipo de sospechas entre las demás mujeres y no quería alimentar ninguna tonta fantasía.
Ya en la cama mantenía los ojos abiertos en la oscuridad del cuarto, mirando la tenue luz de la noche que se colaba por el ventanal, la respiración pausada Rosa en su profundo sueño era lo único que se oía, y mis pensamientos sobre Penélope me mantenían en una eterna erección que no podía controlar, los números brillantes del reloj despertador digital era lo único que cada tanto atraía mi mirada, recuerdo que marcaban las dos y diez la última vez que lo vi antes de dormirme.
CONTINUARA
Si eres mayor de edad me gustaría saber tu opinión sobre este relato con título ‘PENELOPE’ a dulces.placeres@live.com
Cada uno también es dueño de decidir cuantos años quiere estar escalando, hay muchos que se pasan la vida tratando de llegar a la cima, hay algunos que por su ambición desmedida ni siquiera llegan.
Recién pasados mis cincuenta años tenía bien en claro que estaba en edad de saborear mi descenso, era feliz con lo conseguido, quería disfrutar los días que me quedaban entre los cincuenta y la muerte.
Le llevo pocos años a Rosa, mi esposa, estamos por cumplir quince años de convivencia, ambos vivimos con Lara, su hija, mi hijastra, producto de su anterior matrimonio, ella tiene casi veinte.
Nos llevamos bien, sé que no soy su padre, sabe que no es mi hija, pero para mí es como si lo fuera, la amo con locura, más por el hecho de saber que soy estéril, perdimos muchos años con Rosa tratando de ser padres, hasta que la ciencia dio cuenta de mi imposibilidad.
Rosa, su ex esposo y Lara llevan una eterna relación de amor y odio en la cual aprendí que no debía meterme, porque de alguna manera, por una o por otra, siempre terminaba siendo el malo de la película.
Mi vida laboral de los últimos años se resume a vendedor de mostrador de una importante firma de neumáticos, que haría aburrida la historia si entro en detalles que no vienen al caso.
En los últimos días de verano Rosa insistió para que tomáramos una semana de licencia, al menos una semana, hacía tres años que trabajaba sin parar, sin descanso y realmente necesitábamos hacer un impase, pero no teníamos demasiado dinero…
Ella se encargó entonces de programar unos días de su tía Elisa, solo la conocía por lo que ella me contaba, la verdad es que no me interesaba demasiado la idea.
La tía Elisa era una vieja solterona que vivía en un verde valle a trescientos quilómetros de casa, tenía un gran paraje turístico a orillas de un lago, flanqueado por verdes árboles y medianas montañas de fondo, ideal para unos días de soledad, desconectado del mundo.
Acepté de mala gana, sin imaginar lo que me deparaba el destino.
El viaje fue cuesta arriba, no me agrada conducir, y menos con Rosa y Lara que parloteaban sin parar como si hiciera años que no se veían, nunca entendí esa forma de hablar de las mujeres, siempre tienen tema, creo que ni se escuchaban.
Al llegar, mi primera impresión fue más que positiva, tuve que reconocer que el paisaje era magnífico y me arrepentí de dejar pasar tantos años para conocerlo, tal cual lo que Rosa me había contado, una vieja edificación perfectamente mantenida, pintada en combinaciones de ocres y tonos rojizos, una chimenea humeante se levantaba sobre un lateral, una piscina magnífica con solárium, mesas y sillas a unos metros y un galpón con techo de chapa al fondo completando la edificación, un lago enorme y sereno descansaba tranquilamente al frente, grandes árboles verdes que se mecían suavemente con la brisa de verano bordeaban toda la circunferencia hasta donde llegaba mi vista y al fondo se dibujaban oscuras montañas que morían en la altura contra el celeste furioso del cielo.
Estacioné el coche a la sombra y algunos perros del lugar delataron nuestra presencia, fue entonces que apareció a nuestro encuentro la famosa tía Elisa quien se abrazó largamente por los años pasados con mi esposa y como suele suceder se sorprendió por lo grande que estaba Lara.
Rosa me presentó con su tía, la anciana tenía más de setenta años pero se mostraba más que perfecta, con su largo cabello blanco recogido en un rodete, ojos celestes como el cielo y piel suave al tacto, con un amplio vestido que le llegaba a los tobillos y una calidez dulzona en su forma de hablar.
Nos condujo a las habitaciones, nos dejó que eligiéramos a nuestro gusto, la temporada recién terminaba y ya no quedaban huéspedes en el paraje.
Todo encajaba relativamente bien, salvo por un detalle, por una conversación entre la anciana y mi mujer
Rosa, te acordás de tu prima? Eleonora?
Si! tanto tiempo… supe que enviudó…
Si… pobre…
Pero suele venir por acá, le dije que estarían ustedes… y a que no adivinas?
No me digas que vendrá?
Siii! el fin de semana! y traerá a Penélope! Te acuerdas?
Penélope? Debe ser toda una mujercita! Pensar que era así la última vez que la vi!!!
Mi esposa hizo una seña con su mano detallando una altura acorde a una pequeña de cinco años, no presté mucha atención a lo que siguieron charlando, solo maldije mi suerte, mujeres y más mujeres en ese lugar perdido del mundo.
En la noche, Rosa me contaría un poco de esa historia, Eleonora no era prima directa, en realidad era de esas historias de prima de la hija de la tía que en algún lugar del árbol genealógico tenía un punto en común, historia que por cierto no tenía interés en aprender, también me contó que en la infancia vivían cerca y eran muy amigas, hasta que el destino las llevó por distintos caminos.
Mis días transcurrieron en relativa calma y descanso, nadando en el frío lago o disfrutando de las aguas más cálidas de la piscina, haciendo paseos en bicicleta, tirado en la hierba al sol, usando los parrilleros para hacer carnes asadas y disfrutando de unos exquisitos dulces caseros de la tía Elisa, que eran muy famosos en el pueblo según ella contaba.
El viernes por la tardecita salí a andar un rato en bicicleta en compañía de mi querida hijastra, solo a pasear y a hablar de la vida, al regresar noté que una gran camioneta negra de vidrios polarizados estaba cercana a mi vehículo, adiviné que la prima Eleonora y su hija habían llegado, tragué saliva, maldije en silencio y me preparé para el mal trago.
Al llegar, mi esposa me presentó a la tal Eleonora, una elegante mujer de buen porte, hice mi mejor sonrisa, entonces ella dijo en voz alta
Penélope! vení por favor…
Fue entonces cuando mi vida cambió, cuando mi corazón se paró de golpe, cuando todo lo que estaba en orden quedó patas para arriba, un ser angelical salió desde una de las habitaciones, de curvas exageradas y formas voluptuosas, era perfecta, perfecta por donde la mirase, no tenía nada que cambiarle, nada le sobraba, nada le faltaba, todo justo en su medida, una silueta pintada a mano. Todas las mujeres tiene algo bonito para elogiar, pero Penélope era la perfección en formas, pechos, caderas, piernas, vientre, espalda, altura, todo encajaba con todo.
Creo que todo hombre tiene en su imaginación a la mujer ideal, bueno, esa joven era mi imaginación hecha realidad…
Vino a mi encuentro, me quedé mirándola como un estúpido, estaba descalza, con un viejo short de jean de tela gastada que mostraba unos muslos hermosos, un culo perfecto y respingón, su vientre chato lucía un piercing brillante atravesando su ombligo, un top holgado no lograba disimular el tamaño de sus generosos pechos.
Me dio un beso en la mejilla, su cara redonda con grandes y profundos ojos almendra, su piel perfumada, deliciosamente bronceada por el sol del verano que moría día a día, sus cabellos negros que corrían en enormes rulos por su espalda hasta su cintura, con una sonrisa amigable pintada en sus gruesos labios, esa era Penélope.
Después de las presentaciones y unas pocas palabras, me excusé para ausentarme, debía encender el fuego en la parrilla para preparar la cena, de paso dejaría a las mujeres a solas para que hablaran de sus cosas, seguramente tendrían demasiado de que hablar.
Mientras acomodaba ramas secas, algo de carbón y un poco de leña me noté perturbado, estaba impactado, en mi mente solo estaba dibujada la perfección de esa joven, trataba de apartarla, pero no podía evitarlo…
Facundo…
Sentí su dulce voz a mi espalda, giré y prosiguió
Me manda la tía Rosa…
En sus manos tenía dos jarras con espumeante cerveza, una para ella, otra para mí, tomó un trago y la espuma quedó pegada en la punta de su nariz, con una sonrisa pasé mi dedo para limpiarla, como habría hecho con Lara.
No supe el motivo pero lo cierto es que la joven se quedó haciéndome compañía mientras encendía el fuego, y hablamos, hablamos como si nos conociéramos de toda la vida, aunque yo me concentraba en lo que hacía y trataba de evitar mirarla.
Platicamos de nuestras vidas, me contó que tenía veinte años, que estudiaba medicina y que echaba de menos a su padre, que no tenía novio, que los chicos la aburrían y la había acompañado a su madre para que no estuviera sola.
Estábamos muy a gusto, hasta que Lara se unió a la charla, maldije por dentro, pero rápidamente ellas hablaron cosas de chicas, de su edad y pronto quedé fuera de juego por lo que seguí con los preparativos de la cena.
Comimos e hicimos la sobremesa, llegaba la medianoche y Penélope se levantó para ir afuera, después de unos minutos como quien no quiere la cosa, hice lo mismo, ella estaba cerca del borde del lago, la enorme luna llena se levantaba a un costado iluminando en forma indescriptible la superficie del agua que apenas era movida por una leve brisa que venía del este
Hermosa vista no? – dije para entablar un diálogo
Si… una vista para enamorados, no te parece? – contestó casi de inmediato
Ja! ja! enamorados… casi ni recuerdo…
Por qué? eres un hombre atractivo… seguro te sobraran mujeres…
Mujeres? Creí saber que eran las mujeres, hasta hace unas horas, que te conocí…
Penélope sonrío por el halago, y miró el piso un tanto avergonzada, en ese momento me sentí fatal, un estúpido por haber dicho lo que había dicho, un viejo pasado de moda, con un dialecto cincuentón, donde los halagos al sexo femenino parecían quedar guardados en el armario de los recuerdos...
Era tarde, me despedí de ella, no quería levantar ningún tipo de sospechas entre las demás mujeres y no quería alimentar ninguna tonta fantasía.
Ya en la cama mantenía los ojos abiertos en la oscuridad del cuarto, mirando la tenue luz de la noche que se colaba por el ventanal, la respiración pausada Rosa en su profundo sueño era lo único que se oía, y mis pensamientos sobre Penélope me mantenían en una eterna erección que no podía controlar, los números brillantes del reloj despertador digital era lo único que cada tanto atraía mi mirada, recuerdo que marcaban las dos y diez la última vez que lo vi antes de dormirme.
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Si eres mayor de edad me gustaría saber tu opinión sobre este relato con título ‘PENELOPE’ a dulces.placeres@live.com
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