You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Ana, mi hija 4


Ana, mi hija 4

            Apenashabía pegado ojo en toda la noche. Jamás en mis treinta y ocho, casi treinta ynueve años, había vivido tan intensamente como en los últimos días.

            Laansiedad que me producía la propuesta de Mauro no me dejaba dormir. Además dela incomodidad que suponía estar los tres en una cama de matrimonio normal.Entraba la luz mortecina del amanecer por la ventana cuando me dejé llevar porel sopor y me adormecí.

            Unmovimiento, una caricia, un beso en mi espalda me despertó. Ya entraba el sol araudales por el cierre de la terraza que comunicaba el dormitorio con el salón.Mauro se levantó con cuidado para no despertar a Ana;  me miró, sonrió, me lanzó un beso y salió deldormitorio.

            Megiré hacia el otro costado, frente a Ana; dormía plácidamente. Soñaba. Sus ojosse movían en las órbitas; un hilito de saliva caía de sus labios y terminaba enla almohada. No sé cómo sería para los demás… Para mí era preciosa… Habíadormido toda la noche abrazada a su futuro marido; vi marcado en su costado,sobre el pecho, la mano de él, por haberla tenido mucho tiempo allí. Mispensamientos me llevaban a preguntarme: ¿La hará feliz? ¿Estamos tomando ladecisión correcta? ¿Y si mi niña acaba sufriendo un desengaño? Eso la hundiríaaún más…

            Mauroapareció, aún desnudo, por la puerta y una contracción hizo humedecer mi ahorapalpitante coño. Tan apuesto, tan bello; tan joven… ¿Estaba realmente enamoradode Ana? ¿Y de mí? ¿Qué sentía por nosotras? Y yo… ¿Qué sentía realmente por él?¿Era solo sexo, atracción física?

            Casino me di cuenta. Se acercó a mi lado rodeando la cama; me giré para ponermeboca arriba y seguir admirándolo, arrodillado en el suelo se inclinó y me besólos labios. Una sensación de agradable mareo me invadió.  Su mano rozó suavemente mi pecho; cerré losojos y me dejé llevar.

            Bajóbesando mi cuello y los pechos hasta el ombligo… Sus dedos en mi coño tejíanfiligranas amorosas que me llevaban al cielo… Sabía exactamente dondepresionar, donde acariciar, donde besar, para, en menos de un minuto, arrancar un delicioso orgasmo que recorriótodo mi cuerpo; que me hizo encoger y girar adoptando la posición fetal. Conlos muslos tiritando, pero no de frio; de placer.

            Frentea mí, Ana me miraba con una deliciosa sonrisa. Se acercó, su mano cogió la mía;su otra mano apartó un mechón de cabello de mi frente y me besó.

            Sidulces eran los besos de Mauro, más lo eran los de Ana. Pero distintos. El amorque me unía a mi hija no era comparable al que sentía por Mauro. Con él era elsexo quien regía, con Ana era un amor difícil de describir y de comprender paraquien no tenga hijos. Para quien no lo haya experimentado.

            —¡Vamos gandulas! Nos queda mucho que preparar y organizar.  —Dijo Mauro, dándome una palmada en la nalgay levantándose.

            —Buenos días mamá. Has empezado bien la jornada ¿no? —La pícara sonrisa de mihija me hizo sentir un poco de vergüenza. Su voz dulce me cautivaba.

            —Buenos días mi amor. ¿Has dormido bien? —Pregunté, conociendo de antemano surespuesta.

            —Mejor que nunca mamá. ¿Y tú, Mauro?

            —¿Cómo se puede dormir entre dos huríes del paraíso? ¡Maravillosamente! ¡Perovamos! ¡Hoy nos espera un día muy movido! ¡Vamos… arriba!

            Noslevantamos. Ana se fue a la cocina a preparar el desayuno. Yo, ayudada porMauro, me puse a sacar la ropa que pudiéramos necesitar. Tuve que subir conMauro al piso de mis padres para coger dos maletas antiguas, grandes y fuertes.Mauro cogió una silla para bajarlas del altillo del armario empotrado deldormitorio principal, ahora casi vacío.

            Yolo sujetaba abrazada a sus rodillas, pegué mi cara a su hombría y noté cómocrecía con el contacto. Sentía su calor, sus nalgas se contrajeron.

            Debíaestar loca, pero no pude evitar el impulso de abrir su cremallera y sacar elprecioso miembro de su encierro, acariciarlo, besarlo y tragarlo… Hasta dondepude.

            —¡Adela, por favor, no me hagas esto! ¡Joder, que gusto me da cuando me lamamas!

            Seguí;chupé y pajeé con la mano hasta hacerlo llegar al clímax, descargando en elfondo de mi garganta. Tosí, lagrimeé y tragué todo lo que pude y más si hubierahabido.

            Recordéque a mi marido se la chupé una o dos veces, al principio, antes de quedarmeembarazada. Después me negué. Me daba asco y nunca más se lo hice. Y a estehombre, al que apenas conocía, no solo se la mamaba, me lo tragaba todo y disfrutabahaciéndolo. ¡Qué rara era la vida! ¿O la rara era yo?

            Casise cae de la silla, tuve que sujetarlo y él agarrarse al marco del armario.

            —¡Pero qué mala eres Adelita! ¿Querías matarme? —Dijo con los ojos entornados yuna sonrisa en los labios.

            Medio las maletas y bajó de la silla; las coloqué en el suelo y al girarme meabrazó y me besó como si fuera la primera vez que lo hacía.

            Meempujó sobre el somier, sin colchón, de la cama de mis padres. Aún tenía supene fuera del pantalón. Estaba algo caído por la reciente corrida. Levantó mivestido hasta la cintura, me bajó el tanga hasta los tobillos, separó misrodillas y me penetró. Mi coño estaba más que lubricado. Para entonces su pollahabía alcanzado una dureza considerable.

            Fuealgo extraño. Su polla entraba y salía de mi cueva haciéndome sentir pequeñasdescargas eléctricas en el vientre. No aguanté mucho. En pocas estocadas hizoque me corriera como una loca. Reprimí un grito que pugnaba por salir de migarganta. En uno de los movimientos involuntarios separé mis piernas, el tangase partió y salió disparado. El placer era brutal. Mis muslos se abrierontotalmente, mis brazos en su cuello. Me besó con ternura.

            —Me encanta ver cómo te corres. Sentir las contracciones de tu cuerpo, comotiemblan tus piernas. Cómo golpeas mis nalgas con tus pies marcando el ritmoque te vuelve loca. Me gusta tu cara de placer y como besas en ese momento, uninstante después del clímax. Tu boca es dulce, tus blandos y suaves labios… —Suspalabras, la forma de decirlas, me encandilaban, me excitaban, sentía arder denuevo mi vientre… ¡¿Qué me pasaba con este chico?! ¡Apenas me rozaba meencendía como una antorcha…!

            —Vámonos, Mauro, Ana nos espera —Tenía que detener aquella locura.

            Anatenía la mesa puesta con huevos fritos, tiras de jamón, tostadas, café y leche.Al entrar nos miró.

            —¡Ya habéis echado un kiki! ¡Se os nota a la legua! ¡Sin mí!… —Simuló un puchero— Yo aquí como una esclava preparando el desayuno y vosotros… ¡Follando, porqueestabais follando ¿a que sí?! —Parecía estar enfadada.

            Perola conocía muy bien y sabía que era teatro. Aun así, Mauro se asustó. Parecíaun niño cuando lo pillan en un renuncio. Me miró; me hizo gracia y sonreí. Anatambién lo hizo y nuestro amante se tranquilizó.

            —Podéis hacerlo cuando queráis, pero, por favor, no me olvidéis… —Dijo Anaponiendo morritos de niña enojada.

            Nosreímos. Mauro la abrazó, acarició su pelo…

            —Estás siempre presente en mis pensamientos… Desde que te conocí. No puedo decirque seas la única que hace vibrar mi corazón pero… —Me miró, me sentía  halagada.

            —¡Venga a comer! —Interrumpí el discurso del chico para que no dijera algo…Inconveniente.

            Nossentamos y en un periquete dimos cuenta de las viandas.

            Lapreparación del viaje duró poco. Mauro nos decía que la ropa o las cosas quenecesitáramos las compraría en Valencia. Mientras Ana se duchaba Mauro me llevoa un extremo del salón. Alejado del pasillo que comunicaba las habitaciones ylos baños.

            —Adela,no sé cómo va a reaccionar Ana en la calle. Como yo ya sabía esto me tomé lalibertad de pedirle a un médico amigo algo para la ansiedad y me dio esto. Sonunas pastillas de benzodiacepinas que la adormecerán, para que no de dé unchungo en la calle. ¿Qué te parece?

            —¿Qué me va a parecer…? Lo tienes todo controlado… Pero vamos a tratar de que losupere por sus medios. Se la tomará solo si es imprescindible. Creo que lamejor pastilla que puede tomar eres tú.

            —¿Yo… cómo?

            —Queriéndola, Mauro. El amor puede hacer milagros… Y hoy puede ser el día de lacuración milagrosa de Ana. ¿No ves que está loquita por ti? Tú eres su mejor medicina.

            Sequedó dudando. Una vez terminamos de aderezarnos, Mauro llamó a su amigotaxista por teléfono. Quince minutos después estaba llamando al porterillo.Entre el taxista y Mauro bajaron las maletas.

            Elnerviosismo de Ana era patente. Temblaba como una tortolita; estaba muy  pálida, se retorcía las manos. Le temblaba labarbilla. La abracé, besé su frente…

            —No temas mi amor. Vas con Mauro, conmigo y no dejaremos que te ocurra nada…Todo está bien. Céntrate en pensar en que vamos hacia otro mundo, donde seremosmás felices. Se acabaron las lágrimas, los días de encierro y las noches deinsomnio. Conocerás una ciudad diferente, hermosa y la verás con los ojos deMauro… Con los de tu amor… —Trataba de tranquilizarla.

            Maurollegó, le echó el brazo por la espalda, la estrechó contra su pecho y salieronlos dos al rellano de la planta, llamaron al ascensor. Mientras yo cerraba lapuerta. Cuando me giré ya habían entrado en el habitáculo; Mauro me hizo unaseñal con la mano para que me detuviera, bajarían solos los dos. Me quedéesperando.

            Cuandollegue al zaguán, ellos ya estaban en el taxi. Mauro la besaba en los labios.Al abrir la puerta para entrar Ana me miró, sonrió…

            —Puedo hacerlo mamá… Con Mauro puedo ir al fin del mundo. —Su afirmación meconvenció. Habíamos tomado la decisión adecuada.

            Depronto Ana miró tras de mí y profirió un grito de terror, de pánico. Me giré yvi a un joven desarrapado, con pinta de drogadicto…

            —¡Es él!… ¡Es él! —Gritó… Y se desvaneció en brazos de Mauro.

            Supuselo que ocurría. ¡Era el cerdo que la acosaba en el colegio!

            Meencaré con él…

            —¡¿Qué quieres cabrón?! ¡¿No has hecho bastante daño?! —Le dije hecha una furia.

            —¿Yo quée hee hecho tía? Anda, daame un eurito tía… Pà un bocata… —Era uno delos indigentes del barrio.

            Yolo había visto algunas veces trapichear con drogas, estaba muy colgado. Miré ami hija que ya se recuperaba.

            —¡Ana, mira lo que tanto miedo te daba! ¡Míralo! ¡Es una piltrafa humana! —Medirigí al cerdo — ¿Sabes que pensé en cortarte el cuello… cabrón?

            —¿Y esoo por quée tía?, con lo buena que estas, ¿tú sabes lo que te haría…? —Dijoel muy cerdo, sacando la lengua lascivamente.

            Micólera era tal que lo cogí por la pechera de la camiseta tiré de él y le di unrodillazo en la entrepierna. Se dobló como una rama rota. Cayó de rodillas en elsuelo. Se intentó levantar agarrándose a la puerta del taxi.

            —¡Puta! ¡Te voy a matar! —Gritó retorciéndose de dolor.

            Maurosalió por el otro lado del taxi, dio la vuelta, lo encaró y le dio un puñetazoen la cara que lo lanzó a dos metros de distancia. No pasaba nadie por la calleen ese momento.

            Maurose agachó lo levantó y lo acercó al taxi.

            —¿Ves a esta mujer?

            —¡Síii la veo! ¡Qué quieres! ¡Déjame cabrón!—La sangre de la nariz corría por subarbilla.

            —¿La recuerdas? ¿Sabes quién es? —Le dijo Mauro.

            Apesar del golpe el tipo no dejaba de sonreír, con un gesto extraño…

            —¡No tío! ¿Por qué tengo que conocerla?

            —¡Porqué fuiste el culpable de convertir su vida en un infierno! ¡Porque porella te largarás de este barrio y no volverás nunca más! ¡Porque si te veo otravez por aquí… te corto el cuello…! —La última frase se la dijo pegado a su oído.

            —¡Vaalee tío! Ya me voy… pero… ¿Quién es ese bomboncito? —Señalando a Ana. Parecíamuy colocado.

            —¡¡Largo de aquí, hijoputa!! —Gritó Mauro exasperado. Dándole una patada en eltrasero.

            Elenganchado se marchó dando traspies. Nos subimos al taxi… Ana estaba aturdida.

            —¿Qué ha pasado mamá? —Preguntó mirando un punto indefinido a través delparabrisas.

            —Que se acabaron los miedos Ana… Esa piltrafa humana que has visto ahí atrás eralo que te mantenía presa. Ahora eres libre. Ya has visto que no había motivopara tus temores. En el fondo, tu verdugo, no es más que un pobre diablo. —Dije,cogiendo sus manos. Mi venganza, lo que estaba planeando, se fue al traste enun momento. No necesitaba buscar al autor de las desgracias de mi niña.

            Ana,sentada entre los dos, apretándome con fuerza la mano, giró su cabecita paraencontrar los labios de Mauro… Fue como por arte de magia. Su cara se iluminó;a partir de ese momento Ana, más animada, se comportaba como una niña.

            Alllegar a Atocha Ana miraba a su alrededor asombrada. El jardín, las tiendas…Alas dos de la tarde abordamos el AVE.

             El viaje fue mejor de lo esperado. Todo era nuevo para ella, la estación, el tren… Miraba porla ventana extasiada por lo que veía. El paisaje la mantenía expectante. Mesentía feliz viendo a mi hija tan vivificada.

            Nuestrosasientos estaban alrededor de una mesa. En un extremo de la unidad. Me senté enel lado de la ventanilla. A mi lado un asiento vacío. Ellos, frente a mí,acariciaban sus manos, se miraban, se besaban. De nuevo un pellizco de envidiaen el estómago. Pero los amaba a los dos. Su felicidad era la mía… Aun teniendoque renunciar a él; por el amor de mi hija sería capaz de todo.

            Maurodesplegó la mesa en su parte y la de Ana, cubriendo las piernas de ambos. Lasmanos desaparecieron, imaginé lo que pasaba y me excité. Mauro pajeaba a mihija, su carita de placer, los ojos entornados, la delataba. Noté unestremecimiento en ella, la boquita entreabierta… Un profundo suspiro…

            Nopude resistir más y baje la mano hasta tocar mi almejita que estaba ardiendo.Mauro me miraba fijamente y sonreía, sabía lo que estaba haciendo, no dejé demirarlo.

            Lagente pasaba por el pasillo de camino al bar pero no se daban cuenta de nada.

             Mirándolo fijamente, masajeé mis labios,apartando el tanga, dedeé el botoncito, pasé mi lengua por los labios, Mauroasentía con la cabeza. Introduje dos dedos en la grieta, estaba muy mojada, conlas yemas lubriqué el clítoris. Froté y pellizqué hasta sentir como metraspasaba la descarga por el cuerpo. Mis piernas se tensaron y tropecé con lasde Ana, que se sorprendió. Abrió los ojos, me miró y comprendió… Sonreía, lamuy pícara. Mauro fingía dormir.

            Quienme iba a decir hace diez días que me haría una pajilla en un tren lleno depasajeros… ¿En qué me estaba convirtiendo? ¿Era una ninfómana dormida y acababade despertar?

            Miniña debía estar cansada por las emociones, se quedó dormida con su cabecitasobre el hombro de Mauro que, de cuando en cuando, se giraba y la besaba en la cabecita.

            Laimagen era enternecedora… Una lágrima pugnaba por salir. Pasé mi mano con cuidadode no correr el rimmel; Mauro abrió los ojos, me miro y me sopló un beso que yorespondí al tiempo que entrecerraba mis ojos. El viaje fue muy rápido. En menosde dos horas llegamos a nuestro destino. Valencia…

            Untaxi nos acercó a casa de Mauro, dejamos las maletas y nos refrescamos un pocopara salir a comer. Mauro nos llevó a lo que él llamaba sus posesiones. Unhotel en el centro de la ciudad.

            Alentrar en la recepción nos quedamos boquiabiertas por la magnificencia deledificio, amplio, amueblado con sumo gusto estilo moderno, funcional. Primandolos tonos blanco, beige. Marrón y gris.

            Un  hombre se acercó a Mauro inclinándose anteél, reverenciándolo.

            —Señor Mauro, bienvenido, estoy preparando la documentación para que lasupervise…

            —No se preocupe ahora por eso, más tarde lo veré. Le presento a mi futuraesposa, Ana y a su madre, Adela. Este es Gerardo, el director del hotel… —DijoMauro sin más preámbulos.

            Observéuna reacción de sorpresa y desagrado, pero reaccionó para  deshacerse en alabanzas hacia nosotras, pero detectéalgo extraño en Gerardo. Por alguna razón me daba mala espina.

            Maurose lo quitó de encima y nos mostró el establecimiento, desde la sala demáquinas hasta la terraza, donde había un coqueto restaurante y bar de copas.

            Nossirvieron la comida, que era excelente y dimos buena cuenta de ella,  admirando las vistas sobre el cauce del Turia,convertido en parques y paseos.

            Perotambién observaba los cuchicheos entre el personal que nos atendía.

            —Pensad que todo esto es nuestro, y cuando digo nuestro quiero decir… Denosotros tres, bueno, también de mi madre. Aunque mi padre la excluyó aldivorciarse, yo la voy a hacer partícipe de los bienes. Si os parece bien,haremos cuatro partes…  Me gustaría quetrabajáramos juntos. Aún no tengo claro cómo pero os necesito. No me fio delpersonal. Sé que mi padre los apreciaba pero ellos no le correspondían. Haydesviaciones en los balances… Es fácil llevarse dinero si no hay personas deconfianza que controlen los gastos, los ingresos… Adela, a ti se te daba bienllevar la contabilidad de la tienda ¿no? —La pregunta me pilló desprevenida.

— Síí, pero supongo que las cuentas de unestablecimiento tan grande serán complicadas. No sé si podre… — ¿Ya me queríaponer a trabajar?

            Sonreípara mis adentros. Pensé con malicia que tal vez Mauro nos había traído porquele éramos útiles. Pronto deseché la idea.

            —Puedes mi amor… Sé que puedes y lo harás bien. En definitiva es lo mismo,entradas, salidas y saldo…  ¿Y tú Ana?—Mauro quedó esperando una respuesta.

            —¿Yo qué? —Respondió mi hija

            —¿Qué te gustaría hacer? ¿A qué te gustaría dedicarte? No creas que voy a permitirque te encierres en casa como en Madrid… Ya has visto que puedes salir, andarpor la calle, te queda el relacionarte con la gente… —Mauro miraba a Ana consemblante afable.

            —Pues… verás, durante años me he dedicado a las cosas de casa. Limpieza, organización…Me gustaría hacerlo aquí. He visto a las camareras de habitación y algunascosas…, creo que las podría mejorar…, pero…

            —¿Pero qué mi vida? —Dijo Mauro acariciando su mejilla.

            —Tengo miedo de volver a…

            —¡No Ana! No recaerás. Nos tienes a tu madre y a mí a tu lado… Después de laexperiencia que hemos vivido con el desarrapado ese que te acosaba… Sabes queeso se acabó. Tenemos toda una vida por delante. Tengo a dos preciosas mujeresa las que quiero con locura… ¡Vaya, ya me estoy poniendo… tierno!

            —Te quiero Mauro…, haré lo que me pidas…, lo que tú quieras… —Dijo Ana con unamirada de devoción, de amor…

            —¿Lo que quiera…? —Mauro sonreía aviesamente, la miraba y me miraba. Alargó subrazo para coger mi mano, con la otra sostenía la de  Ana.

            Michochito respondió con un estremecimiento. Por su expresión comprendí que a mihija le había sucedido lo mismo.

            —¡Bueno, cambiemos de tema que este no es lugar para ponernos… melosos y tiernos!—Dije, tratando de reducir la inevitable excitación que nos provocaba elmomento— ¿Qué tienes pensado hacer, Mauro?

            —Buena pregunta… Tenemos que planificar la boda… y nos queda poco tiempo.—Respondió.

            —¡Mamá… qué miedo! —Dijo Ana arrugando su naricilla y frunciendo las cejas.

            —No temas cariño. Ya he adelantado algunas cosas. He llamado a mi madre. Llegarámañana. Nos casamos dentro de siete días. Además he pensado que la celebremosaquí, en el hotel. Tendremos pocos invitados, me podéis dar una lista con losvuestros. Pasaremos aquí la noche de bodas, los tres juntos…, si estáis deacuerdo. Después iremos a Ibiza, donde tengo buenos amigos y pasaremos unosdías…, hasta que nos cansemos… Y bien… ¿Qué os parece el plan? —Mauro estabaentusiasmado.

            Anano pudo evitar una lágrima y se abrazó a su futuro marido bebiendo su boca.

            —Un sueño hecho realidad, mi amor… ¡Dioss cómo te quiero! —Respondió Ana sindejar de besarlo.

            Llegamosa un acuerdo. No tendríamos sexo hasta la noche de bodas. Nos pareció lo más adecuado;así nos reservábamos.

 

+++

            Aldía siguiente, Mauro nos llevó al aeropuerto de Manises para recoger a sumadre, Claudia. Llegaba alrededor de las dos de la tarde.

            Esperábamosen la zona de llegadas, Mauro señaló; ahí está…

            Meimpresionó. Era una belleza de mujer… Realmente el nombre le hacía justicia,morena, el pelo a media melena, casi tan alta como su hijo; su cuerpo merecordaba a la actriz italiana… Claudia… De rotundas formas, curvas que atraíanla mirada de los hombres que se cruzaban con ella; muy guapa…

            Micomplejo de inferioridad se acentuó. Pero algo dentro de mí se despertó. Megustó… Mucho.

            Traslas presentaciones, los besos de rigor, Claudia cogió por los hombros a Ana, condelicadeza, la separó para mirarla… Hizo que girara sobre sí…

            —Mauro, es realmente bella, más de lo que imaginaba; se parece mucho a su madre— Me miró y casi me derrito —Y por la forma en que te mira… está loquita porti. Me gusta… —La sentencia de la madre de Mauro me gustó. —Y tú, Adela,también eres muy atractiva. Creo que nos vamos a llevar muy bien… los cuatro.Por lo que me ha contado Mauro la relación entre vosotros tres es muy… muybuena… ¿me equivoco? —Claudia hablaba perfectamente español.

            —Mamá, por favor, dejemos ese tema para más tarde. Vamos el chofer nos espera…—Maurotitubeaba.

            Siconfusa estaba antes ahora estaba intrigada. ¿Qué tema? Supuse que no queríahablar delante del conductor del coche, un empleado del hotel. Durante eltraslado a casa Mauro y su madre hablaron de sus vidas, de su abuela, queestaba de viaje en India y no podría asistir a la boda.

            Yaen casa, descargaron el equipaje y nos sentamos en la terraza ajardinada convistas al mar; la villa estaba situada en el Cabañal. Una construcción deprincipios del siglo pasado, pero muy bien conservada y decorada con muy buengusto; al estilo de las casas de veraneo de las familias pudientes de la época,con muebles estilo vintage.

            Lamuchacha de servicio, una jovencita realmente bonita, uniformada, nos preguntóque queríamos tomar. Nos sirvió y se internó en la casa tras informarnos que lacomida estaba preparada y que si podía servirla. Mauro le dijo que sí.

            Dandocuenta de la comida seguimos hablando.

            —Claudia… ¿Qué era lo que tu hijo no nos ha contado?  Y… ¿Qué te ha dicho de nosotras? —Pregunté encuanto nos dejaron solos a los cuatro.

            —Vaya. Eres directa… Me gusta… No es nada del otro mundo; bueno, o sí… según semire. Mauro y yo no tenemos secretos, hablamos de todo, sin tabúes, sinhipocresía…  ¿Mi hijo os ha contado por quénos divorciamos? —La pregunta me sorprendió.

            —Pues la verdad, algo nos dijo pero… —No me dejó seguir.

            —Creo que podemos hablar sin trabas, sin ocultar nada, debéis saberlo todo y porlo que sé, podéis comprenderlo… Mauro y yo teníamos relaciones… carnales. Duranteaños, cada vez que teníamos oportunidad, nos complacíamos. Un mal día su padrenos sorprendió y no supo asimilarlo. —Calló esperando nuestra reacción.

            —¿Cómo empezó…? —Pregunté intrigada.

            —Vivíamosen Madrid; Mauro tenía quince años y en esa época yo estaba muy sola. Mi marido,Martín,  viajaba mucho… Estaba sola encasa, o eso creía; yo había bebido, Mauro y un amigo suyo entraron en mihabitación al oír mis gemidos y me sorprendieron, desnuda, jugueteando; bueno…metiéndome, un dildo de buen tamaño. Comenzaron a bromear conmigo, me rodearon,yo reía al ver sus caras de sorpresa. Tiré de los dos y acabamos follando lostres. Lo que empezó como un juego acabó con sesiones de noches enteras haciendode todo… Incluso en alguna ocasión trajeron a otros amigos para participar enlo que Mauro llamaba “Lecciones sicalípticas”. Pero Habladme de vosotros… porlo que me ha dicho también… habéis montado tríos ¿no es así? —La idea de queMauro le hubiera contado a su madre lo que hacíamos me hizo sonrojar.

            —Me da vergüenza, Claudia. Pero… Sí, lo hemos pasado muy bien juntos, tu hijo,mi hija y yo. No sé qué pensarás de nosotras. —Dije apesadumbrada.

            —¿Vergüenza? ¿Por qué? Por haber hecho feliz a tu hija… A mi hijo…  ¿Qué puedo pensar? Qué lo habéis pasado bieny que lo vamos a pasar mejor. Porque no me vais a dejar fuera del juego. Yotambién quiero participar. He tenido relaciones… O mejor… He follado con muchoshombres, con mujeres y… Bueno, ya os lo iré contando. Lo que quiero decir esque el sexo con mi hijo fue lo mejor de mi vida. No me arrepiento, alcontrario. Me gusta… Aún recuerdo como nos revolcábamos en la cama, élpenetrándome y su amigo a él… Mmmmm… Ahora mismo lo devoraría… Claro que¿tendría que pedirle permiso a Ana? y, ¿a ti, Adela?

            —La verdad es que para nosotras ha sido una sorpresa, pero sí…  mi hija y yo hemos…

            —Follado, Adela, dilo sin miedo, habéis follado, jodido, os habéis comido la unaa la otra y… ¿lo habéis disfrutado? ¿Estáis arrepentidas?

            —¡No! No solo no estoy arrepentida, sino que me gusta, y estoy deseando volver aestar con los dos, con mi hija y con tu hijo, que me han hecho vivir momentosque no cambiaría por nada del mundo. Te comprendo, Claudia, tu hijo es unmaestro en el arte del amor… Y me encantaría que compartiéramos todo ese placer…—Dije, algo acalorada. Me excitaba el tema de conversación.

            —¿Sabes quien fue su maestra? ¿Sabes quién le enseño las mil y una formas deenloquecer de placer a una mujer? Fui yo Adela. Durante casi cinco años hicimosel amor solos o compartiendo placer con amigos, amigas… —Por su rostro cruzóuna sombra— Hasta que Martin, mi ex y ahora difunto marido, nos sorprendió. Meobligó a renunciar a mi hijo, a no verlo o de lo contrario me denunciaría;  se había dedicado a tomar fotos y videos denuestros juegos. Me vi obligada a marcharme. Dejar mi vida, a mi hijo; lo pasémuy mal. No es fácil renunciar a un amor como el que nos unía. Como madre ehija, como amantes… Pero ahora estamos de nuevo juntos…

            —¿Y qué va a ser de mí? —Preguntó Ana angustiada.

            —¡No te inquietes mi amor! ¡Tú serás mi primera dama! Te quiero mi vida y nodebes preocuparte por mi madre. También a tu madre la quiero, y a la mía. ¡Soismis tres amores!… Hoy vamos a romper el acuerdo de no sexo hasta la boda… Estoydeseando gozaros a las tres. Y el amor, la posesión mutua, nos unirá más aun sicabe.

            Laexaltación de Mauro era contagiosa;  abrazó a Ana y la besó, Claudia los miraba conuna sonrisa amorosa y triste a la vez. Me miró y casi me derrito, se levanto,se acercó y me cogió la mano, tiró de ella para que la acompañara.

            Mauroy Ana iban delante, subimos la amplia escalera que llevaba al piso superior yentramos en el dormitorio principal. Era enorme.

            Unagran cama en el centro de la pared del fondo prometía placeres infinitos, condos grandes sillones en el lado opuesto a la puerta, junto al tálamo. Loschicos, besándose, se desnudaban mutuamente. Claudia se detuvo a verloscogiéndome de la mano.

            —Forman una pareja preciosa; ¿verdad? —Dijo Claudia acercando su boca a la mía yrozando levemente los labios.

            Cerrélos ojos. Quise saborear el momento. Pasé mi mano por la cintura de la mujer,sus labios mariposeaban con los míos. Su mano acariciaba mi espalda; abrazadas,como en un baile sin música, o mejor, con una música celestial.

            Mipiel reaccionaba ardientemente ante sus caricias, se erizaba, sensaciones en minuca me transportaban. Mi coño empapado. Pasaba mis manos por sus voluptuosascurvas, las amplias, poderosas caderas, me enloquecían… Las nalgas duras comolas de una jovencita. Yo no era lesbiana, o al menos eso creía, pero Claudia meatraía poderosamente.

            Mauro,masajeaba a mi niña la espalda. Ella tendida boca abajo, sometida a su dueño,gemía como una cachorrita. Emitía unos sonidos curiosos. Como, “hu… hu… hu”. Lavisión y las caricias que Claudia me prodigaba me llevaron un orgasmo brutal…Las piernas no me sostenían, mi consuegra me abrazó y tuvo que sujetarme parano caer.

            Casien brazos me llevó hasta el tálamo, junto a mi niña. Me dejó tendida y sedesnudó… Completamente… Si bella y elegante era vestida, desnuda me recordaba alas vestales de las pinturas. Un sexo totalmente depilado mostraba unos labioscerrados, de un tono canela que contrastaba con el blanco marfileño de la piel.Los pechos, amplios, majestuosos, mantenían su tersura a pesar de la edad. Lospezones oscuros rodeados de unas areolas grandes.

            Meayudo a desvestirme. El contacto de sus dedos sobre mi piel, ahora sin la interferenciadel vestido, provocó deliciosos escalofríos. Al sacar mi braga tanga, sonrió.

            —Adela, eres realmente hermosa… Mira como me tienes —Llevó mi mano hasta susexo…

            Estabaempapado, hilitos de flujo transparente unían mis dedos y sus labios vaginales.Tiré de ella. Ya sabía lo que quería. Yo deseaba devorar su coño… Lo tuve en mimente desde que la vi en el aeropuerto. Ahora lo tenía al alcance de mi boca.

            Lamí,chupé, desde el ano hasta mordisquear el promontorio de su pubis. Alcé lasmanos para magrear sus pechos, pude confirmar que eran naturales. Los pezonesse erizaron rugosos, majestuosos.

            Algorozaba mi coñito. No supe quien era porque mi cara estaba bajo los muslos deClaudia. Un dedo primero, una lengua después. Unas manos sostenían mis piernasen alto.  Algo más grande que un dedoatravesaba las puertas de mi intimidad. Tuve la sensación de ser una ventosaque absorbía aquello que me agredía. Cuando intentaba salir, una fuerza queprovenía de lo más profundo de mi cuerpo, trataba de impedirlo. Lo absorbía. Yentraba y salía. Y mi vientre recibía los embates de la verga de Mauro.

            Claudiadescabalgó. Pude ver como se besaban madre e hijo, como se devoraban. Ana mebesaba lamía mi cara saboreando de mis labios las humedades de su suegra.

            Nopodía más. Los pezones entre los dedos de mi niña, su boca en mi boca. Mi manoen el coño de Claudia, con el dedo corazón en su corazoncito. Un calor partíade mi coño, irradiándose por todo mi cuerpo… Gritos, convulsiones, gemidos…Toda una sinfonía de sonidos placenteros.

            Nosdetuvimos para reponernos. Mauro propuso dormir una siesta y aceptamos lapropuesta… Lo intentamos pero poco después vi, con los ojos semicerrados, comoMauro y su madre se abrazaban. Ana, que tampoco dormía, se colocó frente a mí yme besaba. No quería ver lo que ocurría a sus espaldas… Mauro se arrodillabacon la cara entre los muslos de su madre para saborear sus jugos. Ellaacariciaba los bucles de su hijo. Le indicó que se cambiara de postura, paratener acceso a su verga. Pasó la lengua a lo largo y me miró, sonriendo…

            —Sabea ti Adela… Y me gusta, vuestros tres sabores mezclados en la polla de mi hijo…Me gusta. Ven, ayúdame.

            Empujécon cuidado a Ana para que mirara y se deleitara con la imagen. Claudia y yocompartimos la felación. Ana se unió. Las bocas de las tres chocaban, nuestroslabios se besaban, nuestras lenguas lamían.

            Mimano derecha en el sexo de Claudia que me atraía como un imán. Ella pajeaba elcoñito de Ana y esta a mí. Las otras manos las ocupábamos acariciando el cuerpoentero, los pechos de una u otra.

            Unamano acariciaba mi culo… Un dedo penetraba en el orificio, era Mauro. Elclítoris excitado por Claudia, sus dedos entraron en mi cuevita, profundamente,acariciando una parte… ¿Qué me ocurría? ¿Qué lugar era ese que manipulabaClaudia que me producía esa intensa sensación?… Dos dedos en mi culo, mispechos en sus manos. Los dedos de Claudia me enloquecían.

            Creímorir… Caí presa de convulsiones, gritando y orinándome encima. Era un placernuevo… Distinto… Insoportable. De haberse mantenido más tiempo, hubiera muertode infarto. ¡Diosss… cuantas cosas nos estaban ocurriendo!

            Ana,Claudia y Mauro me acariciaban la cara, el pelo, sus palabras trataban decalmarme.

            —Mauro, hijo, no sé si sabrás que tu suegra es excepcional. Sus orgasmos sonraros, solo conozco a dos mujeres que se corran así. Una de ellas es tu abuela.La otra soy yo.

            —Yo conozco a otra, mamá. Ana, la que va a ser mi esposa, mi amor…

            Mistemores desaparecían. Mauro era capaz de amar y hacernos felices a las tres. Ytuve que aceptar sorprendida que un lazo muy fuerte me unía a Claudia. No meimaginaba que pudiera enamorarme de una mujer, sin embargo lo que elladespertaba en mí me desbordaba.

            Anatendida de espaldas en la cama miraba implorante a Mauro. Él sonrió y se acoplosobre ella en la pose tradicional. Como ya la había visto hacer en otra ocasión,cruzó sus piernas tras la cadera de su amado e iniciaron un movimiento pausado,tranquilo.

            Claudiame empujó para que me tendiera y se atravesó conmigo en un sesenta y nueve queyo estaba deseando. Su lengua, sabia, recorría los más profundos y sensiblesrecovecos de mi anatomía vaginal… Yo la imitaba. Le hacía todo lo que ella mehacía a mí. De nuevo el ardor me quemaba… Mi cuerpo entero respondía a lascaricias de mi consuegra.

            Nopodíamos más… Ella se detuvo, yo la imité. Nos incorporamos y ella propuso,mediante gestos, que nos cruzáramos entrelazando los muslos. Como una tijera.El contacto de mi húmedo sexo con el suyo fue otra experiencia sumamenteexcitante.

            Todoeso era nuevo para mí, pero no para ella que sabía cómo darme placer; ¡vaya sisabía! Sin cambiar de postura, se adueñó de uno de mis pies… ¡Qué placer!Besaba y lamía mis dedos, mordisqueaba, acariciaba, desde el dedo gordo hastala pantorrilla, sin dejar de mover su pelvis frotando nuestros coños ¡eraalucinante!

            Tambiénla imite… Acaricié el pie que tenía más cerca, lo acerqué a mi boca, su aromame embriagó. Chupar, lamer sus deditos fue otra experiencia nueva. Lo hice unavez con Ana, pero era distinto. Claudia sabía mejor…

            Nuestroscuerpos se retorcían y vibraban, los orgasmos se sucedían uno tras otro, o erael mismo que subía y bajaba de intensidad. Gritábamos como posesas, sentíadeseos de fundirme con ella, de ser un solo cuerpo, un orgasmo perpetuo.

            Anuestro lado los jovencitos follaban con furia. Mauro bramaba, Ana chillaba.Claudia, más calmada, me dio la mano y nos incorporamos.

            Fuimosa sentarnos en los sillones, junto a la cama. Cogidas nuestras manos,mirándonos con, ¿Amor, lujuria, cariño, pasión? Esta mujer me hacía perder larazón.

            —¿Qué nos está pasando Claudia? Me siento contigo como… No sé cómo explicarlo,no sé qué me pasa…

            —No lo sé, Adela. Yo también estoy desconcertada… Me siento unida a vosotras,como si lleváramos años viéndonos, amándonos… Mi amor por Mauro es lógico, pero¿Cómo puedo sentirme así… contigo… y con Ana? No lo comprendo, ni me he sentidonunca tan atraída por una mujer… Tú me has hecho sentir… No sé… Algo distinto,algo maravilloso que eclipsa lo que haya podido vivir antes… —Su miradareforzaba sus sentimientos.

            Loschicos seguían follando como posesos, mientras Claudia me hacia levantar parasentarme sobre sus rodillas y besarme. No nos cansábamos de mimarnos… acariciarnos…desnudas… abrazadas… Cerré los ojos, no quería que aquel sueño terminara…

            —¿Es posible que sea amor? Hasta hoy yo he follado con mucha gente, pero lo quesiento contigo es distinto, muy fuerte, muy hermoso y desconcertante. Creo quete quiero Adela… Creo que me he enamorado de ti… —Retiró un mechón de cabellode mi cara. Su mirada me turbaba.

            Misojos se anegaron en lágrimas.

            —Yo también Claudia, creí estar enamorada de tu hijo pero esto, lo que sientoahora por ti, me desborda… el te quiero… no es suficiente para expresarlo. Estoes algo más, mucho más grande… ¡Te quierooo!

            Despertéacostada en una cama, en los brazos de Claudia. Estábamos solas, seguíamosdesnudas. La temperatura era agradable pero sentía algo de frio en la parte queno cubría mi ¿amada? Sí, lo era. Amaba a esta mujer. Tiré, con cuidado de nodespertarla, de la sábana que estaba arrollada a los pies.

            Despertó;me miró y me regaló una sonrisa arrebatadora… Cubrí con la sabana nuestroscuerpos y me arrebujé entre sus brazos; me sentía en la gloria. Amanecía…

 

           

0 comentarios - Ana, mi hija 4