Otra noche igual en casa. Yo cocinando, o limpiando después de cenar, y mi mujer en mi cama, cola para arriba, recibiendo pija del incansable Servio. El turro ese sabe lo que hace, la penetra una y mil veces y le acaba casi a voluntad, provocándole a mi mujer varios orgasmos por noche. Yo no podría provocarle ni medio.
No me gusta ser cornudo pero no me queda otra. No sabía que yo era un mal amante hasta que conocí a la que es ahora mi mujer. En realidad, como ella misma dice, no es que sea un mal amante. No soy ni malo ni bueno, simplemente no tengo gracia. Y no es que ella no motive. Es una hermosa morocha de grandes labios, senos y cintura chicos y cola de buen tamaño, redonda y perfecta, sin dudas lo que más le miran. Pero aparentemente no soy muy hábil.
Abigail, mi mujer, me lo hizo saber sin reproches pero de inmediato, apenas comenzamos a noviar. Quería que me esforzara más. Yo no mejoré y ella no volvió nunca sobre el tema. Hasta que dos años después, planificando el casamiento, le descubrí un mensaje de texto muy comprometedor de un tal Servio, y admitió que me era infiel.
Para mi sorpresa, la tranquilidad y naturalidad con la que me lo confesaba logró que no me enfureciera. En el fondo, yo sabía que era lógico. Las pulsaciones de ella no debían de ser más altas que cuando toma un té con las amigas. Me dijo que sí, que había cogido con Servio, un compañero de oficina que yo ya conocía, un grandote con cara de malo peligroso. Pero no solo eso, también a veces le daba al profe del gym y a un chico que había conocido en un boliche, en una despedida de soltera.
No me pidió disculpas. Tampoco me estaba pidiendo permiso. Yo no sabía qué decir ni qué hacer. Una hora antes habíamos decidido el salón donde haríamos la fiesta. Ella permaneció callada, se cruzó de piernas y encendió un cigarrillo, cosa que rara vez hacía.
—¿Qué vamos a hacer? -pregunté.
—Mirá, te fui fiel los primeros tres o cuatro meses, esperando que cambie un poco la cama… -exhaló humo. —Me parece medio boludo romper lo nuestro. Vos me querés, yo te quiero… -lo decía como si estuviera leyendo el horóscopo en voz alta.
—¡Acabás de admitir que cogés con otros!
—Ay, no seas boludo. ¿Te pensás que si no te quisiera estaría planeando casarme con vos? No soy tan tarada. Guita no te sobra, coger, no cogés bien… Es obvio que te quiero. Y vos a mi también.
—Pero… esto no… esto no puede…
—Cuando no sabías nada, la relación te parecía perfecta. Es cuestión de que no te enteres, nada más…
—No. Si vas a hacer algo quiero saber. Una cosa es ser cornudo y otra un cornudo imbécil.
—Como quieras, pero después no vengas con quejas.
Mi cabeza iba a explotar. Tenía más pensamientos y preguntas de las que podía expresar. Y por otro lado no quería dar tiempo a que ella gane terreno. Qué tonto. Tenía todo el terreno ganado.
—Bueno, no sé… -balbucí. —¿Cómo es esto? ¿Elegís uno y armamos un cronograma de tus cogidas? Esto es absurdo… no sé cómo actuar ni qué decirte… me siento un estúpido.
Abi me miró pensativa.
—Supongo que podríamos cuidar un poco las formas. Puedo hacerme la señora con los tipos de por acá… No sé, al del gym le puedo cortar... no quiero que quedes como el cornudo del barrio, mi amor.
Lo decía como si estuviera haciéndome un favor.
—¿Con cuántos tipos querés coger? No me gusta, Abi, bastante con que sigas cogiendo sin hacerte quilombo… Elegí uno, por favor… -imploré ya sin el mínimo orgullo.
Me miró, creo que se apiadó de mí. Suspiró resignada y me prometió que sí, que estaba bien, que uno solo.
Ese “uno solo” fue Servio, el de la oficina. Aunque fue “uno solo” por un tiempo, ya que el muy turro se la quería enfiestar con otro compañero, y para la fecha del casamiento, más precisamente dos días antes de la iglesia, convenció a mi novia. Abi prefirió no decirme que se había despedido de la soltería con un trío, hasta después de casarnos. Exactamente hasta la noche de bodas, que fue cuando me lo confesó.
Esperó hasta que estábamos haciendo el amor para decirlo. Yo, caliente como nadie por estar cogiéndome ese cuerpo espectacular al que amaba, y ella más tibia que una cerveza al natural. Pero fue decirme eso, que había sido enfiestada a mis espaldas, verla a la cara confesándome el punto más alto de su putéz y su hija-putéz, que me disparó el orgasmo incontenible.
Me quedé más sorprendido que ella, y mientras acababa y gozaba veía cómo Abi disfrutaba de mi debilidad y sonreía. Y ese rostro amado y diabólico no hizo más que desangrarme de leche hasta casi morirme.
Me derrumbé sobre ella, agotado de casi no cogérmela. Ella me sacó de encima, fue a lavarse y se negó a volver a hacerlo. Y apagó la luz para dormir.
La luna de miel fue de lo más bizarra, hicimos el amor solo una vez por cada noche, con el rumor de sus labios en mis oídos, escuchando cómo lo había hecho con uno o con otro, relatándome alguna de los más memorables cuernos que me había metido durante el noviazgo. Los polvos eran intensos pero muy, muy breves. Mi calentura llegaba a picos realmente altos en segundos. A veces le pedía que deje de hablar, pero ella no se detenía. Al contrario, lo disfrutaba. O en tal caso quería que yo acabara rápido. Nunca me permitía volver a poseerla, me dejaba caliente y expectante hasta la noche siguiente.
Pero eso había sido un año atrás. Ahora estaba en mi cama con Servio, uno de sus machos, como lo hacía casi día por medio. Pero algo iba a ser distinto esta noche. En principio, Servio se la estaba cogiendo desde hacía larguísimas horas. Yo había entrado un par de veces a llevarles algo fresco para tomar, y encontraba a mi mujer tapada con la sábana, que me agradecía con una sonrisa y me echaba rápido para afuera de la habitación. Así, al otro lado, me quedaba escuchando el movimiento de la cama, sus jadeos, sus orgasmos, sus puteadas y las nalgadas que recibía de su verdugo. No me permitían espiar por la cerradura, Abi decía que se podía inhibir. Pero esa noche, después de más de seis horas de recibir pija y pija de Servio, mi mujer por fin me llamó.
—Cornudooo… -me reclamó de un grito. Yo ya estaba en el sillón del living, tratando de dormir, pero me levanté como un resorte.
No era habitual que me llamara “cornudo”, pero a veces lo hacía. Especialmente cuando Servio se iba luego de una sesión de sexo o cuando venía de la oficina recién cogida.
Golpeé la puerta.
—Entrá, Cuerno -Servio, en cambio, se refería a mí solo con el nombre de Cuerno. Siempre me decía Cuerno, jamás me nombró de otra forma.
Cuando ingresé, mi mujer estaba cola para arriba, desnuda, sudada por completo, incluso el cabello empapado. Servio detrás de ella, arrodillado, en medio de sus piernas, con la pija enorme como un mástil, dispuesto a clavarla. Sin embargo:
—Servio no da más -me explicó mi mujer. —Ya me echó no sé cuántos polvos… Está agotado, pero yo quiero uno más… Lo tenés que ayudar…
Por un momento creí que me iba a dejar cogerla, cosa que por hache o be no me permitía desde hacía unos meses, casualmente desde que comenzara a cogerse a dos compañeritos más y a un amigo de Servio.
Pero me equivoqué.
—Sentate en la cama y empezá a moverte con ritmo -me pidió Abi. No le entendí.
—Así, Cuerno -me indicó Servio, se inclinó hacia mi esposa y la penetró. Abi lanzó un gemidito. Yo tenía la pija durísima de ver esa cola perfecta y a merced de ese hijo de puta. Servio apoyó sus manotas en la cola de mi mujer y comenzó a bombearla.
—Mmmm… -ronroneó ella.
Pero con el movimiento se empezó a mover la cama. Y mucho.
—Ahora movete siguiendo mi ritmo -dijo Servio.
Sentado, yo comencé a moverme hacia abajo y arriba, empujando con mi cola, primero tímidamente y luego, cuando comprendí que tenía que seguirlo a él, con más seguridad. Pronto él y yo nos estábamos moviendo en perfecta sincronía, solo que él se estaba clavando a mi mujer con cada subida y bajada y yo solo los miraba.
En segundos él se quedó quieto. El movimiento que yo le daba a la cama hacía que el cuerpo y la cola de mi Abi fuera hacia arriba y hacia abajo, dejándose penetrar por su verdugo. Ninguno de los dos se movía, yo impulsaba todo con mis saltos de sentado sobre el borde de la cama.
Era un espectáculo maravilloso. La piel oscura de mi mujer, transpirada y brillosa, moviéndose a mi ritmo, pero penetrada por su macho hizo que casi me viniera sin tocarme. Amagué hacerlo.
—Ni se te ocurra -me advirtió Abigail. —Concentrate en lo que tenés que hacer… así lo ayudas a Servio, que está cansado…
Me seguí moviendo mientras el otro hijo de puta se beneficiaba de todo. Comencé a transpirar.
—Mi amor, me estoy cansando…
—Seguí, cornudo… -me alentó mientras su cola viajaba una y otra vez hacia su macho, empalándose. —Seguí que vas bien…
Y yo seguía saltando sentado sobre la cama.
—Dale, así… -decía ella. Así, bien… Mmm… cómo la siento…
Y yo dale que te dale, ayudándola a subir y bajarse ese pedazo de pija.
—Mi amor, me canso…
—Seguí, cornudito… por favor seguí que lo estás haciendo bárbaro…
Sí que lo estaba haciendo bien. Servio solo se apoyaba en Abi, y ella no hacía ningún esfuerzo por subir o bajar. Todo lo hacía yo. Me sentía útil, por un lado, cansado por otro y definitivamente muy usado por Servio. Aunque sabía que se la había estado garchando por horas y horas y debía estar muerto, no pude menos que sentir algo de bronca por estar muriéndome de agitación para que él sintiera toda la conchita de mi mujer en su pija mientras yo hacía meses que nada.
El cansancio hizo que yo perdiera ritmo.
—Un poquito más, mi amor… Un poquito más… -me rogaba Abi yendo hacia atrás y adelante mientras jadeaba.
—Seguí, Cuerno. No me aflojés ahora que le quiero echar el último polvo a tu mujer.
La indignación por la humillación me dio un poco más de energía y logré mantener el ritmo un ratito más. Pero estaba exhausto.
Podía ver cómo mi Abi se mordía el labio con cada estocada que yo ayudaba a que se clave. Le temblaba el brazo y tenía la cola en piel de gallina. Me di cuenta que el turro de Servio le iba a arrancar otro orgasmo, algo que yo nunca había logrado. Aunque de alguna forma me sentía partícipe de esta inminente acabada.
—Seguí, cornudo, no pares… seguí que ya estoy… -decía mi Abi con los ojos cerrados. Agarró fuerte las sábanas, arrugándolas con violencia.
—Venite, putita -terció Servio. —Mostrale al Cuerno cómo gozás con una buena pija.
Abi tenía el cabello todo pegado a la cara, yo se lo corrí en un gesto instintivo de ternura hacia ella. Pero el movimiento me desestabilizó y se perdió el ritmo.
—¡No! No pares ahora, no pares, mi amor…
Pero yo no podía más. Me puse de pié, sin soltar a mi mujer, la tomé de los hombros, la incorporé un poco y comencé a moverla hacia Servio.
—¡Bien, Cuerno! Empujala con fuerza que se la mando hasta los huevos.
Abi me agarró de la ropa, del cuello, de donde podía. Parecía que se estaba desarmando.
—Sí, mi amor, clavame contra su pija… clavame, mi amor… sí, sí…
Y yo la seguía empujando contra Servio. Con los ojos cerrados, a veces abriéndolos, ella me gritaba “cornudo, aprendé” o “mi amor, así”, dependiendo de la oleada de morbo que sentía.
Cuando le empezó a venir el orgasmo me agarró fuerte de los brazos y empezó a gemir y gritar como una puta. Servio comenzó a darle chirlos en la cola, un poco fuertes.
—¡Así, Cuerno! Así hay que cogerse a tu mujer -y la seguía bombeando mientras le pedía: —Puta, mostrale cómo te gusta mi pija…
Pero Abi estaba en una nube. Pronto abrió los ojos y mientras yo la seguía empujando, ya más suave, buscó mis labios y me besó en la boca con una pasión de enamorada.
—Mi amor, -me decía —qué buen polvo me echaron… -y luego en mi oído. —Me hacés la mujer más feliz del mundo, cornudo…
Servio se desplomó en la cama. Abi lo vio, sonrió y me dedicó un beso dulcísimo. Yo tenía una erección tremenda, estaba para cualquier cosa.
—Quiero hacerte el amor -le supliqué desesperado.
—Ay, mi amor, no seas egoísta -dijo sonriéndome con maldad. —Me están cogiendo desde hace seis horas, estoy muerta.
Se puso la bombacha y el corpiño para que no la viera desnuda.
—Me encantó cómo ayudaste. Es la primera vez que tengo un orgasmo con vos. -No supe que responder. —¿Te gustó? -me preguntó mientras se acostaba junto a Servio y se tapaba.
—S-sí… ¿te vas a acostar con él…? Deberíamos mandarlo al sillón del living…
—¿Estás loco? -se sorprendió. —¿Quién es el macho acá? ¿Quién es el único hombre que coge en esta casa? -me esperó un rato para que yo dijera algo. No dije nada.
Sonrió satisfecha y apagó el velador. Afuera ya estaba aclarando y, aunque me arropé bien en el sillón, supe que no iba a poder dormir.
fuente: rebelde buey
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