Por fin llegaron las vacaciones, por fin los días libres para hacer lo que te viniese en gana, por fin pasar horas y horas frente a la videoconsola para acabar ese juego que durante el curso se te resistía, por fin llego el verano, el cálido verano, el caliente verano.
Por aquél entonces yo había terminado el instituto y recién cumplida la mayoría de edad el próximo año iría a la universidad. A mi edad aún era virgen por lo que solía entregarme a los placeres solitarios que todo buen chico conoce para soportar el calor y la calentura. Y ahora, con las vacaciones, con mucho tiempo libre y con mi madre trabajando durante la mañana, ¡las pajas se multiplicaban por diez! Algo normal cuando la edad es pura hormona en ebullición y tienes tiempo y soledad para hacerlo. Películas porno y revistas me servían de inspiración y me hacían disfrutar de mi pasión privada, cuando no la pura imaginación de hacerlo con una vecina, con el recuerdo de una profesora pasada, con alguien que simplemente viste por la calle y te gustó.
Hasta que un buen día llegaron las vecinas, eran madre e hija. La chica no estaba bien, eso se no taba a la legua y aunque ya era mayor de edad casi no hablaba, apenas respondía con monosílabos o frases cortas: “si”, “no”, “agua”, “hambre”.... Más tarde mi madre me contaría que le ocurrió algo al nacer y no llegó a desarrollar bien el cerebro. Por lo demás la muchacha era muy simpática y se reía mucho, le encantaba verme jugar a la videoconsola y se lo pasaba también muy bien probando ella, aunque no hablase mucho, entendía todo lo que se le decía.
Me caía bien, se la veía muy tierna y cariñosa, aparte de que estaba buena, tenía el pelo rubio, un poco rizado y unas tetas pequeñas y redondas, su culo también era muy redondito. Yo era hijo único, mi madre enviudó algo joven, así que nunca supe lo que era tener un hermano o hermana. Desde entonces los dos vivíamos solos.
A los pocos días de llegar la vecina me pidió que cuidase de su hija esa mañana, mientras ella iría al ayuntamiento a arreglar un asunto de recibos de la casa que tenía pendiente. Así que nada, me puse a jugar con ella a los videojuegos como cada tarde que se juntaban nuestras madres para tomar café y simplemente charlar.
Pasaron un par de horas y comencé a aburrirme, el juego era muy difícil y no conseguía pasar de una pantalla, fue entonces cuando ella me dijo que quería “hacer pipí”, así que le me levanté y le indiqué donde estaba el baño.
Me picó la curiosidad y me quedé mirando en la puerta. Ella no pareció darle importancia y delante de mi se bajó las braguitas deslizándolas por sus muslos hasta las rodillas y se sentó para hacer el pis en la blanca taza del váter.
Yo asistí atónito al espectáculo y por mi mente pasó en aquel instante la idea de verle el coño, yo nunca había visto uno en directo, pero me daba pena aprovecharme así de ella, que era pura inocencia y parecía no entender aún de estas cosas. Así que no hice nada y me quedé mirándola mientras esta se levantaba y se limpiaba con un poco de papel higiénico. Aún con todo el simple espectáculo de ver sus muslos blancos desnudos desde el lado y cómo ésta se limpiaba me pareció muy excitante, luego se subió las braguitas y se volvió conmigo al salón.
Un rato más tarde fui yo al servicio y cuál no fue mi sorpresa cuando vi que mientras mi chorrito amarillo se perdía por el blanco nacarado de la taza del váter, unos ojos me espiaban. ¡Era mi invitada! ¡Que se había venido detrás de mi sin yo advertirlo y ahora miraba mi pito mientras yo hacía pis y lo señalaba y riéndose decía: "tu pito"! La verdad es que me dio un poco de vergüenza y hasta me debí poner colorado. Cuando terminé me volví con ella al salón, pero a partir de este momento por mi mente no dejaron de pasar ideas para engatusar a mi vecina y hacer guarrerías con ella. Me estaba poniendo súper cachondo y tenía el pito como una alcayata.
— Luisa, ¿quieres verme otra vez el pito? —le pregunté dejando de jugar.
Ella sonrió pero no dijo nada. Sin resistirme más me levanté y ni corto ni perezoso me bajé las bermudas y los calzoncillos, dejando al aire mi querida y dura alcayata.
Luisa se rió y volvió a señalarlo y a decir " tu pito". Entonces cogí su mano y la acerqué poniéndola encima. Ella seguía riéndose mientras con la otra mano se tapaba la boca, pues parecía que le diese vergüenza el tocarlo.
El caso es que con el toqueteo me emocioné pensando en cumplir mi sueño de aquel entonces de echar un polvo. Después de todo, ¿qué malo tenía?, ella era mayor que yo en edad y no parecía disgustarle aquellos juegos.
Me senté junto a ella y comencé a acariciarle sus tetas, estaban blandidas y suaves. Ella me miraba y sonreía dejándose hacer. Y yo no me lo creía, ¡un cuerpo femenino sólo para mí! Le subí la camiseta y le vi el sujetador blanco, sencillo pero precioso. Entonces le acaricié los pechos por encima y me puse como una moto por momentos.
Intenté desabrocharle el sujetador, pero luego pensé que si volvía su madre no me daría ni tiempo a volver a ponérselo así que desistí de quitárselo. Así que le bajé los tirantes y conseguí bajárselo un poco y verle los pechos desnudos, con sus peuqeños y sonrosados pezones. Recuerdo que se los besé y creo que también se los lamí tímidamente con la punta de la lengua. Esto le hizo reír, pues parecía que le hacía cosquillas.
Luego me decidí a levantarle la falda y acaricié sus muslos blancos y suaves, ella seguía sin protestar, lo que me animó a separar sus muslos para verla mejor. Sus braguitas blancas, de algodón lisas, donde su coño se podía intuir bajo la tela, con un montón de pelos en su pubis. Lo palpé allí mismo y efectivamente al tacto noté lo esponjoso de su vellosidad. A estas alturas ya, ¡estaba que me salía!
Pero justo en el momento sonó el timbre de la puerta y rápidamente di un respingo y salté del sillón. Con mi corazón a punto de salírseme por la boca. ¡Si no llega a ser porque la cerré la boca intentando tragar saliva se me escapa!
Me relajé un momento, mientras Luisa gritaba: ¡mamá, mamá! Y salía disparada por el pasillo. La dejé ir y me recompuse, poniendo la mejor de mis sonrisas y disimulando con una mano en el bolsillo de mi pantalón salí a su encuentro.
Cuando la vi, Luisa ya había abierto la puerta y se abrazaba a su mamá. La saludé y entonces ella me dio las gracias por cuidar a su hija. Entonces me invitó a acompañarlas para tomarnos un refresco en su piso y aunque rechacé amablemente la oferta, sintiendo que mi badajo aún palpitaba en mis bermudas, pero ella me cogió del brazo y me sacó literalmente de mi casa, así que no me quedó más remedio que irme con ellas, seguramente colorado como un pimiento, temiendo que notase mi erección.
Ellas dos también vivían solas, su marido se había divorciado de ella hacía muchos años, me contó.
Puso algo de picar y unas bebidas bien fresquitas y nos sentamos a ver en la tele al Arguiñano cocinando. Entonces la madre aprovechó para ir a cambiarse y volvió ataviada con una blusa bastante transparente y unos shorts que mostraban sus largas y turgentes piernas morenas. ¡Esto me puso en alerta! No podía evitar dejar de mirarle sus tetas, con su sujetador blanco transparentándose bajo la blusa y creo que ella se dio cuenta más de una vez y aunque no dijo nada no paraba de sonreír y no pareció molestarle.
Por la tarde nos bajamos a la piscina con mi madre y la suya y allí jugaba con Luisa en el agua. Estábamos solos pues era el mes de agosto y casi todos los vecinos estaban de vacaciones en la playa. De modo que teníamos toda la piscina para nosotros, así que me dediqué a acariciarle el culo disimuladamente bajo el agua y me atreví incluso a palpar su entre pierna cuando nuestras madres no miraban. Ella disfrutaba jugando conmigo, así que estábamos súper bien juntos y eso creo que sí era evidente para nuestras madres.
Por la noche cené y me fui a dormir rápidamente, hasta mi madre se sorprendió, pues normalmente me iba a la cama muy tarde y nos quedábamos juntos viendo la tele. Pero hoy tenía muchas pajas atrasadas y me corrí como nunca rememorando las excitantes vivencias del día.
Al día siguiente eché en falta a mi vecina así que fui yo a visitarlas y nos fuimos los tres al centro. Mis vecinas eran muy simpáticas y hospitalarias conmigo así que yo les correspondía con chistes y locas ocurrencias de la edad. Recuerdo que la madre estaba bastante buena, especialmente me gustaban sus enormes pechos, y sus largas piernas, pues Elisa era una mujer bastante alta, como su hija. Encima le gustaba vestir con ropa ajustada, transparente y escotes pronunciados. Total que le dediqué más de una de mis masturbaciones solitarias en aquellos días.
Esa noche también salimos todos juntos a cenar a un burguer y tras la cena nuestras madres se quedaron viendo la tele en casa de Elisa, mientras yo conseguí llevarme conmigo a Luisa a la mía, para: jugar a los videojuegos —les dije— y quedaron conformes.
Cuando entré en casa mi excitación era máxima, el estómago me hacía cosquillas mientras pensaba en un plan para saciar mis ansias de sexo con Luisa.
Le puse un juego facilón que tenía y le dejé el mando para que ella jugara. Mientras, yo me coloqué en su espalda sentado en mi cama y dese atrás la abracé. Comencé por a acariciar sus pechos, palpándolos suavemente, buscando con mis yemas sus pezones en las puntas. Luisa reía pues decía que le hacía cosquillas.
Luego bajé mis manos y acaricié sus muslos desnudos, subiendo las llevé hasta sus inglés, cubiertas por unos pequeños shorts de vaqueros recortados, yo quería palpar allí pero los éstos me lo impedían, por lo que volví a sus pechos, pero esta vez deslicé mis manos bajo su camiseta y a flor de piel recorrí su barriguita hasta coger sus pechos menudos y sensuales.
Su sujetador impedía que pudiese cogerlos bien, así que con dificultad luché por quitar los broches a su espalda, hasta que lo conseguí. Mientras Luisa, divertida reía y repetía: “cosquillas”.
Cuando mis manos por fin cogieron sus pechos desnudos Luisa gimió y yo me excité muchísimo, sentí claramente sus pezones duros en mis manos, los acaricié suavemente con mis yemas y ambos nos unimos en una excitación creciente.
Bajé de nuevo las manos y desabroché sus shorts. Introduje una con dificultad bajo sus bragas y alcancé la suave vellosidad de su pubis. Allí luché por que mis dedos alcanzasen su rajita entre su bello y siguiendo el rastro de humedad mi dedo corazón aterrizó sobre ella.
Estaba muy excitada a estas alturas, mi dedo se mojó en su raja, pero estaba tan apretado, que apenas tenía libertad de movimiento para gozar.
Luisa gemía con mis caricias, así que decidí dar por terminada la partida y colocándome frente a ella tiré de sus shorts para bajárselos. Esta cooperó y me facilitó bajárselos. Luego tiré de sus blancas braguitas y por fin descubrí su sexo, cubierto por una capa de finos bello claro. ¡Era una visión deliciosa!
Me eché sobre ella en la cama y levantando su camiseta le comí los pezones, Luisa gimió de placer ante mi sensual ocurrencia. Luego fui besándola mientras bajaba por su estómago y ésta permaneció tendida, inmóvil y tremendamente excitada.
Cuando llegué a su sexo besé sus pelillos, lamí sus ingles y bajé hasta la pequeña rajita que se ocultaba entre ellos. Saqué mi lengua y tímidamente la recorrí de abajo a arriba.
Con tan sólo el simple roce la chica gimió más alto de lo que hasta ahora lo había hecho. Mientras yo saboreé apenas con la punta de mi lengua, su sexo. De modo que decidí hundirla un poco más en sus labios vaginales y llenarla con sus jugos para así conocer a qué sabía un coño.
La sensación fue espectacular, noté un sabor amargo como a pipí y también un sabor dulce y meloso de sus jugos, decidí seguir lamiendo y comiendo cuanto saliese de allí, mientras Luisa gemía y gemía, lánguidamente tumbada en la cama de mi cuarto.
Aquella noche disfruté de una comida de coño por primera vez y bebí tantos jugos que acabé saciado, al final la suave textura de sus jugos me embriagó y fueron tantas las lamidas que le di que finalmente Luisa alcanzó su orgasmo mientras se lo chupaba, convulsionándose frenéticamente encima de la cama.
Cuando terminó me senté a su lado y la dejé descansar. Aunque yo no podía más así que extraje mi polla de mi pantalón y mientras la acariciaba con una mano me masturbaba con la otra.
Allí estaba, un cuerpo joven y muy bonito palpitando porque yo la había llevado al éxtasis, y allí estaba yo, masturbándome mientras mi mano acariciaba su sexo, húmedo y caliente, palpaba sus pechos, redondos y firmes, con sus pezones duros y rosados.
Decidí que me la cogiese ella con la mano y me masturbara, y así lo hice. Tímidamente Luisa se incorporó y asiéndola mientras yo con mi mano la guiaba, comenzó a cascármela.
Estábamos muy próximos, así que fue inevitable que nuestros labios se unieran y se saborearan mientras me masturbaba.
Aquello era delicioso, yo le chupaba dulcemente sus labios mientras ella me masturbaba y liberando ya su mano decidí volver a coger sus pechos y más abajo su culo desnudo abrazándola.
Ignoraba el rato que llevábamos así y temía que mi madre pudiese volver en cualquier momento, así que ya no podía esperar más. Aparté su mano delicadamente y la cogí con la mía, masturbándome con frenesí alcancé mi orgasmo en segundos.
Mi leche saltó de repente y como una blanca fuente, ante los atónitos ojos de Luisa, fui soltando chorros por aquí y por allá poniéndome perdido. ¡Qué excitante sensación! Correrme tras haber comido un coño, besado a una chica y que ésta me hubiese masturbado.
Preocupado porque llegase mi madre me limpié rápidamente, también limpié un poco a Luisa y la ayudé a vestirse, le puse sus braguitas, le subí sus shorts y le abroché el sujetador, fue todo como muy natural, unos momentos también muy sensuales, mientras nos mirábamos y sonreíamos… ¡habíamos sido chicos malos!
Casi en seguida volvió mi madre, así que acompañe a Luisa a su casa, en realidad estaba en frente de la mía, pero bueno, así me despedí dándole un beso de buenas noches. A la vuelta mi madre me felicitó, pues según ella estaba siendo muy cariñoso con mi vecina, le dije que no me importaba, es más, ¡era un auténtico placer!
----------------------------------- o -------------------------
Caluroso Verano fue mi tercera novela, ahora forma parte de “La trilogía original de Zorro Blanco”, sin duda tres novelas a las que guardo un cariño muy especial, por ser las tres primeras obras que conseguí terminar y es que, escribir un relato en un calentón es de lo más sencillo, continuarlo también pero construir una novela no, hay un salto cualitativo en este punto.
Puedes leer los primeros capítulos de mis obras aquí, en mi perfil de autor.
Por aquél entonces yo había terminado el instituto y recién cumplida la mayoría de edad el próximo año iría a la universidad. A mi edad aún era virgen por lo que solía entregarme a los placeres solitarios que todo buen chico conoce para soportar el calor y la calentura. Y ahora, con las vacaciones, con mucho tiempo libre y con mi madre trabajando durante la mañana, ¡las pajas se multiplicaban por diez! Algo normal cuando la edad es pura hormona en ebullición y tienes tiempo y soledad para hacerlo. Películas porno y revistas me servían de inspiración y me hacían disfrutar de mi pasión privada, cuando no la pura imaginación de hacerlo con una vecina, con el recuerdo de una profesora pasada, con alguien que simplemente viste por la calle y te gustó.
Hasta que un buen día llegaron las vecinas, eran madre e hija. La chica no estaba bien, eso se no taba a la legua y aunque ya era mayor de edad casi no hablaba, apenas respondía con monosílabos o frases cortas: “si”, “no”, “agua”, “hambre”.... Más tarde mi madre me contaría que le ocurrió algo al nacer y no llegó a desarrollar bien el cerebro. Por lo demás la muchacha era muy simpática y se reía mucho, le encantaba verme jugar a la videoconsola y se lo pasaba también muy bien probando ella, aunque no hablase mucho, entendía todo lo que se le decía.
Me caía bien, se la veía muy tierna y cariñosa, aparte de que estaba buena, tenía el pelo rubio, un poco rizado y unas tetas pequeñas y redondas, su culo también era muy redondito. Yo era hijo único, mi madre enviudó algo joven, así que nunca supe lo que era tener un hermano o hermana. Desde entonces los dos vivíamos solos.
A los pocos días de llegar la vecina me pidió que cuidase de su hija esa mañana, mientras ella iría al ayuntamiento a arreglar un asunto de recibos de la casa que tenía pendiente. Así que nada, me puse a jugar con ella a los videojuegos como cada tarde que se juntaban nuestras madres para tomar café y simplemente charlar.
Pasaron un par de horas y comencé a aburrirme, el juego era muy difícil y no conseguía pasar de una pantalla, fue entonces cuando ella me dijo que quería “hacer pipí”, así que le me levanté y le indiqué donde estaba el baño.
Me picó la curiosidad y me quedé mirando en la puerta. Ella no pareció darle importancia y delante de mi se bajó las braguitas deslizándolas por sus muslos hasta las rodillas y se sentó para hacer el pis en la blanca taza del váter.
Yo asistí atónito al espectáculo y por mi mente pasó en aquel instante la idea de verle el coño, yo nunca había visto uno en directo, pero me daba pena aprovecharme así de ella, que era pura inocencia y parecía no entender aún de estas cosas. Así que no hice nada y me quedé mirándola mientras esta se levantaba y se limpiaba con un poco de papel higiénico. Aún con todo el simple espectáculo de ver sus muslos blancos desnudos desde el lado y cómo ésta se limpiaba me pareció muy excitante, luego se subió las braguitas y se volvió conmigo al salón.
Un rato más tarde fui yo al servicio y cuál no fue mi sorpresa cuando vi que mientras mi chorrito amarillo se perdía por el blanco nacarado de la taza del váter, unos ojos me espiaban. ¡Era mi invitada! ¡Que se había venido detrás de mi sin yo advertirlo y ahora miraba mi pito mientras yo hacía pis y lo señalaba y riéndose decía: "tu pito"! La verdad es que me dio un poco de vergüenza y hasta me debí poner colorado. Cuando terminé me volví con ella al salón, pero a partir de este momento por mi mente no dejaron de pasar ideas para engatusar a mi vecina y hacer guarrerías con ella. Me estaba poniendo súper cachondo y tenía el pito como una alcayata.
— Luisa, ¿quieres verme otra vez el pito? —le pregunté dejando de jugar.
Ella sonrió pero no dijo nada. Sin resistirme más me levanté y ni corto ni perezoso me bajé las bermudas y los calzoncillos, dejando al aire mi querida y dura alcayata.
Luisa se rió y volvió a señalarlo y a decir " tu pito". Entonces cogí su mano y la acerqué poniéndola encima. Ella seguía riéndose mientras con la otra mano se tapaba la boca, pues parecía que le diese vergüenza el tocarlo.
El caso es que con el toqueteo me emocioné pensando en cumplir mi sueño de aquel entonces de echar un polvo. Después de todo, ¿qué malo tenía?, ella era mayor que yo en edad y no parecía disgustarle aquellos juegos.
Me senté junto a ella y comencé a acariciarle sus tetas, estaban blandidas y suaves. Ella me miraba y sonreía dejándose hacer. Y yo no me lo creía, ¡un cuerpo femenino sólo para mí! Le subí la camiseta y le vi el sujetador blanco, sencillo pero precioso. Entonces le acaricié los pechos por encima y me puse como una moto por momentos.
Intenté desabrocharle el sujetador, pero luego pensé que si volvía su madre no me daría ni tiempo a volver a ponérselo así que desistí de quitárselo. Así que le bajé los tirantes y conseguí bajárselo un poco y verle los pechos desnudos, con sus peuqeños y sonrosados pezones. Recuerdo que se los besé y creo que también se los lamí tímidamente con la punta de la lengua. Esto le hizo reír, pues parecía que le hacía cosquillas.
Luego me decidí a levantarle la falda y acaricié sus muslos blancos y suaves, ella seguía sin protestar, lo que me animó a separar sus muslos para verla mejor. Sus braguitas blancas, de algodón lisas, donde su coño se podía intuir bajo la tela, con un montón de pelos en su pubis. Lo palpé allí mismo y efectivamente al tacto noté lo esponjoso de su vellosidad. A estas alturas ya, ¡estaba que me salía!
Pero justo en el momento sonó el timbre de la puerta y rápidamente di un respingo y salté del sillón. Con mi corazón a punto de salírseme por la boca. ¡Si no llega a ser porque la cerré la boca intentando tragar saliva se me escapa!
Me relajé un momento, mientras Luisa gritaba: ¡mamá, mamá! Y salía disparada por el pasillo. La dejé ir y me recompuse, poniendo la mejor de mis sonrisas y disimulando con una mano en el bolsillo de mi pantalón salí a su encuentro.
Cuando la vi, Luisa ya había abierto la puerta y se abrazaba a su mamá. La saludé y entonces ella me dio las gracias por cuidar a su hija. Entonces me invitó a acompañarlas para tomarnos un refresco en su piso y aunque rechacé amablemente la oferta, sintiendo que mi badajo aún palpitaba en mis bermudas, pero ella me cogió del brazo y me sacó literalmente de mi casa, así que no me quedó más remedio que irme con ellas, seguramente colorado como un pimiento, temiendo que notase mi erección.
Ellas dos también vivían solas, su marido se había divorciado de ella hacía muchos años, me contó.
Puso algo de picar y unas bebidas bien fresquitas y nos sentamos a ver en la tele al Arguiñano cocinando. Entonces la madre aprovechó para ir a cambiarse y volvió ataviada con una blusa bastante transparente y unos shorts que mostraban sus largas y turgentes piernas morenas. ¡Esto me puso en alerta! No podía evitar dejar de mirarle sus tetas, con su sujetador blanco transparentándose bajo la blusa y creo que ella se dio cuenta más de una vez y aunque no dijo nada no paraba de sonreír y no pareció molestarle.
Por la tarde nos bajamos a la piscina con mi madre y la suya y allí jugaba con Luisa en el agua. Estábamos solos pues era el mes de agosto y casi todos los vecinos estaban de vacaciones en la playa. De modo que teníamos toda la piscina para nosotros, así que me dediqué a acariciarle el culo disimuladamente bajo el agua y me atreví incluso a palpar su entre pierna cuando nuestras madres no miraban. Ella disfrutaba jugando conmigo, así que estábamos súper bien juntos y eso creo que sí era evidente para nuestras madres.
Por la noche cené y me fui a dormir rápidamente, hasta mi madre se sorprendió, pues normalmente me iba a la cama muy tarde y nos quedábamos juntos viendo la tele. Pero hoy tenía muchas pajas atrasadas y me corrí como nunca rememorando las excitantes vivencias del día.
Al día siguiente eché en falta a mi vecina así que fui yo a visitarlas y nos fuimos los tres al centro. Mis vecinas eran muy simpáticas y hospitalarias conmigo así que yo les correspondía con chistes y locas ocurrencias de la edad. Recuerdo que la madre estaba bastante buena, especialmente me gustaban sus enormes pechos, y sus largas piernas, pues Elisa era una mujer bastante alta, como su hija. Encima le gustaba vestir con ropa ajustada, transparente y escotes pronunciados. Total que le dediqué más de una de mis masturbaciones solitarias en aquellos días.
Esa noche también salimos todos juntos a cenar a un burguer y tras la cena nuestras madres se quedaron viendo la tele en casa de Elisa, mientras yo conseguí llevarme conmigo a Luisa a la mía, para: jugar a los videojuegos —les dije— y quedaron conformes.
Cuando entré en casa mi excitación era máxima, el estómago me hacía cosquillas mientras pensaba en un plan para saciar mis ansias de sexo con Luisa.
Le puse un juego facilón que tenía y le dejé el mando para que ella jugara. Mientras, yo me coloqué en su espalda sentado en mi cama y dese atrás la abracé. Comencé por a acariciar sus pechos, palpándolos suavemente, buscando con mis yemas sus pezones en las puntas. Luisa reía pues decía que le hacía cosquillas.
Luego bajé mis manos y acaricié sus muslos desnudos, subiendo las llevé hasta sus inglés, cubiertas por unos pequeños shorts de vaqueros recortados, yo quería palpar allí pero los éstos me lo impedían, por lo que volví a sus pechos, pero esta vez deslicé mis manos bajo su camiseta y a flor de piel recorrí su barriguita hasta coger sus pechos menudos y sensuales.
Su sujetador impedía que pudiese cogerlos bien, así que con dificultad luché por quitar los broches a su espalda, hasta que lo conseguí. Mientras Luisa, divertida reía y repetía: “cosquillas”.
Cuando mis manos por fin cogieron sus pechos desnudos Luisa gimió y yo me excité muchísimo, sentí claramente sus pezones duros en mis manos, los acaricié suavemente con mis yemas y ambos nos unimos en una excitación creciente.
Bajé de nuevo las manos y desabroché sus shorts. Introduje una con dificultad bajo sus bragas y alcancé la suave vellosidad de su pubis. Allí luché por que mis dedos alcanzasen su rajita entre su bello y siguiendo el rastro de humedad mi dedo corazón aterrizó sobre ella.
Estaba muy excitada a estas alturas, mi dedo se mojó en su raja, pero estaba tan apretado, que apenas tenía libertad de movimiento para gozar.
Luisa gemía con mis caricias, así que decidí dar por terminada la partida y colocándome frente a ella tiré de sus shorts para bajárselos. Esta cooperó y me facilitó bajárselos. Luego tiré de sus blancas braguitas y por fin descubrí su sexo, cubierto por una capa de finos bello claro. ¡Era una visión deliciosa!
Me eché sobre ella en la cama y levantando su camiseta le comí los pezones, Luisa gimió de placer ante mi sensual ocurrencia. Luego fui besándola mientras bajaba por su estómago y ésta permaneció tendida, inmóvil y tremendamente excitada.
Cuando llegué a su sexo besé sus pelillos, lamí sus ingles y bajé hasta la pequeña rajita que se ocultaba entre ellos. Saqué mi lengua y tímidamente la recorrí de abajo a arriba.
Con tan sólo el simple roce la chica gimió más alto de lo que hasta ahora lo había hecho. Mientras yo saboreé apenas con la punta de mi lengua, su sexo. De modo que decidí hundirla un poco más en sus labios vaginales y llenarla con sus jugos para así conocer a qué sabía un coño.
La sensación fue espectacular, noté un sabor amargo como a pipí y también un sabor dulce y meloso de sus jugos, decidí seguir lamiendo y comiendo cuanto saliese de allí, mientras Luisa gemía y gemía, lánguidamente tumbada en la cama de mi cuarto.
Aquella noche disfruté de una comida de coño por primera vez y bebí tantos jugos que acabé saciado, al final la suave textura de sus jugos me embriagó y fueron tantas las lamidas que le di que finalmente Luisa alcanzó su orgasmo mientras se lo chupaba, convulsionándose frenéticamente encima de la cama.
Cuando terminó me senté a su lado y la dejé descansar. Aunque yo no podía más así que extraje mi polla de mi pantalón y mientras la acariciaba con una mano me masturbaba con la otra.
Allí estaba, un cuerpo joven y muy bonito palpitando porque yo la había llevado al éxtasis, y allí estaba yo, masturbándome mientras mi mano acariciaba su sexo, húmedo y caliente, palpaba sus pechos, redondos y firmes, con sus pezones duros y rosados.
Decidí que me la cogiese ella con la mano y me masturbara, y así lo hice. Tímidamente Luisa se incorporó y asiéndola mientras yo con mi mano la guiaba, comenzó a cascármela.
Estábamos muy próximos, así que fue inevitable que nuestros labios se unieran y se saborearan mientras me masturbaba.
Aquello era delicioso, yo le chupaba dulcemente sus labios mientras ella me masturbaba y liberando ya su mano decidí volver a coger sus pechos y más abajo su culo desnudo abrazándola.
Ignoraba el rato que llevábamos así y temía que mi madre pudiese volver en cualquier momento, así que ya no podía esperar más. Aparté su mano delicadamente y la cogí con la mía, masturbándome con frenesí alcancé mi orgasmo en segundos.
Mi leche saltó de repente y como una blanca fuente, ante los atónitos ojos de Luisa, fui soltando chorros por aquí y por allá poniéndome perdido. ¡Qué excitante sensación! Correrme tras haber comido un coño, besado a una chica y que ésta me hubiese masturbado.
Preocupado porque llegase mi madre me limpié rápidamente, también limpié un poco a Luisa y la ayudé a vestirse, le puse sus braguitas, le subí sus shorts y le abroché el sujetador, fue todo como muy natural, unos momentos también muy sensuales, mientras nos mirábamos y sonreíamos… ¡habíamos sido chicos malos!
Casi en seguida volvió mi madre, así que acompañe a Luisa a su casa, en realidad estaba en frente de la mía, pero bueno, así me despedí dándole un beso de buenas noches. A la vuelta mi madre me felicitó, pues según ella estaba siendo muy cariñoso con mi vecina, le dije que no me importaba, es más, ¡era un auténtico placer!
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Caluroso Verano fue mi tercera novela, ahora forma parte de “La trilogía original de Zorro Blanco”, sin duda tres novelas a las que guardo un cariño muy especial, por ser las tres primeras obras que conseguí terminar y es que, escribir un relato en un calentón es de lo más sencillo, continuarlo también pero construir una novela no, hay un salto cualitativo en este punto.
Puedes leer los primeros capítulos de mis obras aquí, en mi perfil de autor.
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