Durante los últimos años de la década pasada, psicólogos de la Universidad de Buenos Aires llevaron adelante una investigación extensiva sobre la sexualidad humana en situaciones de la vida diaria. Parte de esa investigación consistía en recolectar testimonios de más de cien personas comunes y corrientes.
Mi mejor amiga dirigió ese estudio y, conociendo mi experiencia como periodista, me solicitó que condujera las entrevistas a los sujetos de estudio.
Esta es una de esas historias.
Agostina fue una de las primeras personas que tuve que entrevistar. La universidad me había ofrecido una oficina en la que hacer las entrevistas, pero ella insistió en reunirnos en un bar. Nunca se me hubiera ocurrido que un lugar público hubiera sido un buen escenario para tener una conversación tan privada, pero si hay algo que aprendí con los años es que mantener al entrevistado complacido es la regla número uno.
Acordamos encontrarnos a las seis de la tarde, pero como yo quería llegar antes que ella salí de la oficina veinte minutos antes. Ella debe haber tenido la misma idea porque cuando llegué ya estaba ahí, sentada en una mesa en el extremo más alejado del local. El lugar era oscuro pero de una forma acogedora y tranquilizante. Reconocí a Agostina por la foto en su ficha de investigación. Su pelo era oscuro, lacio y caía sobre sus hombros, tenía ojos marrones y grandes, piel tostada y era más baja de lo que yo había esperado.
Me presenté, le di la mano y me senté del otro lado de la mesa. Hablamos cortésmente sobre el clima de verano y me contó cómo se había anotado en el estudio mientras esperábamos que el mozo trajera nuestro pedido. Ella había pedido una copa de vino blanco, yo una taza de café.
- Bueno, antes que nada quiero agradecerte por reunirte conmigo. Leyendo tu ficha vi que respondiste que sí a la pregunta de si tenías un recuerdo sexual favorito. Quizás te sorprenda saber que la mayoría de la gente responde que no.
- ¿Eso significa que soy especial? Jajaja. Respondí eso porque fue mi primera experiencia... atrevida. Hasta ese momento sólo había tenido sexo en dormitorios y con gente a la que había conocido por mucho tiempo. Esto fue algo completamente distinto, así que hizo que fuera extra especial.
- ¿Qué edad tenías en ese momento?
- Diecinueve años. Me acuerdo porque fue la primera vez que me fui de vacaciones con mis amigas. Éramos seis pero como queríamos estar cerca de la playa y no teníamos mucha plata terminamos alquilando un departamento de dos habitaciones. Salíamos todas las noches y siempre una o dos volvía con un chico.
- Parece una situación ideal para la experimentación.
- Y, sí. Lo habría sido, en realidad, pero hacía poco yo me había separado de mi noviecito del secundario, así que no estaba en esa mentalidad. Al menos eso pensaba al principio, pero ver todos esos hombres desfilar por el departamento me empezó a dar ideas. ¡A todas se las estaban garchando menos a mí!
- ¿Y entonces qué pasó?
- Bueno, el verano se estaba terminando y yo tenía que empezar las clases antes que mis amigas, así que me tuve que tomarme un colectivo a casa sola. No había viajado sola antes de esa vez, así que estaba muy nerviosa imaginando con quién iba a tener que viajar. Me había tocado el asiento de la ventana y recuerdo haber estado mirando a cada persona que pasaba por el pasillo y haber estado pensando que ojalá no me tocara alguien muy molesto jajaja.
- Suena a que tuviste suerte.
- ¡Sí! Jajaja. Él habrá sido unos años más grande que yo y tenía la misma pinta que tenían los chicos que mis amigas se llevaban al departamento. Alto, bronceadito, buen cuerpo y lindo. Ni bien lo vi caminar por el pasillo, algo adentro mío supo que iba a pararse al lado mío, y lo así fue.
Me dijo hola y me tiró la sonrisa más linda antes de estirar los brazos para guardar su bolso en el estante de arriba. Su remerita blanca se levantó un segundo exhibiendo la parte baja de sus abdominales y me gustó mucho lo que vi. Era un bombón total, así que ni bien se sentó empecé a hablarle. ¡Además era simpático!
- ¿Qué hora era?
- ¡Eso fue el otro tema! No me acuerdo exactamente, pero ya era tarde de noche. Así que media hora después de que el colectivo arrancó apagaron las luces. Era un viaje de siete horas, así que la gente se estaba yendo a dormir y no podíamos hacer mucho ruido. Esto obvio significó hablar muy bajito en susurros, y muy cerquita el uno del otro.
La luz que entraba de las ventas era suficiente para poder distinguir sus labios. Estaba fijada mirando cómo se movían mientras él hablaba. Se veían gruesos y brillantes y yo no podía aguantarme las ganas. A media oración lo agarré del cuello y le comí la boca.
- ¿Creés que él se sorprendió?
- Para nada. Por un lado los dos sabíamos que iba a terminar pasando, pero por el otro su respuesta fue inmediata. Me rodeó con sus brazos y me agarró de la cintura con una mano y de la nuca con la otra, inclinándose sobre mí para besarme mejor. Al principio eran sólo nuestros labios, frotándose rítmicamente, pero en un segundo nuestras lenguas empezaron a involucrarse.
Había algo en la forma en que besaba que a mí me calentaba mucho. Como si cada movimiento que hiciera estuviera perfectamente coordinado con los demás. Cada vez que me metía la lengua en la boca sentía cómo sus dedos ponían presión sobre mi piel y cada vez que sacaba la lengua sentía cómo sus manos aflojaba. De una forma se sentía como estar bailando.
El apoyabrazos entre nuestros asientos era retráctil y las cosas ya estaban empezando a calentarse mucho, así que lo corrió y apretó su cuerpo contra el mío. Sus manos empezaron a recorrerme toda, sintiendo mi figura por encima de la ropa. Se sentían tan grandes cuando las abría para tocarme las tetas y tan fuertes cuando las cerraba para apretármelas.
Yo ya tenía los pezones re duros y aunque estaba usando un corpiño abajo de mi musculosita, estoy segura de que él podía sentirlos. Empezó a pellizcarlos con mucho cuidado y a tironear bien suavecito, simultáneamente besándome el cuello.
No podía evitar tirar mi cabeza para atrás para que él tuviera mejor acceso a toda la zona de mi pecho. Siempre me calentaron mucho los besos en el cuello y él era muy bueno. Además mientras estaba en eso había deslizado sus manos por abajo de mi musculosa y me había bajado el corpiño hasta la panza. Podía sentir las palmas de sus manos y las puntas de sus dedos frotando mis tetas desnudas y era completamente electrificante.
Para ese momento mis piernas estaban apretadas entre sí y podía sentir que ya estaba muy mojada. Una de sus manos se deslizó hacia abajo y empezó a manosearme el culo y la otra tiró de mi musculosa hasta que se me saltaron las tetas para afuera. Recuerdo haber abierto los ojos en ese momento y haber echado una mirada alrededor. A él no parecía importarle nada que no fuera yo, así que todo lo que hacía era pasar su boca de mi cuello a mis clavículas y de ahí a mis pezones expuestos.
Con el contacto de su lengua mis ojos se cerraron inmediatamente y mi cabeza volvió a caer hacia atrás. No creo haber tenido jamás los pezones tan duros como esa noche y él aprovechaba eso para darles lamidas cortas y fuertes. El placer me invadió y dejé que mis dedos acariciaran su pelo y su espalda ancha.
Para ese momento yo estaba oprimiendo mis muslos para estimularme la concha y él debe haberlo notado. Me agarró una rodilla y la empujo a un lado abriéndome de piernas. Yo estaba usando una pollerita corta así que por un segundo pude sentir el frío del aire acondicionado del colectivo contra mis muslos. La sensación se vio inmediatamente remplazada por la de su mano sintiendo mi tanga empapada. En ese momento empecé a gemir.
- ¿Es posible que alguien los haya visto u oído? ¿Te preocupó la posibilidad en ese momento?
- Realmente no le presté ninguna atención a eso en ese momento, pero puedo decirte que la luz que venía de los faroles de la calle era muy poca. Es posible que alguien me haya oído gemir, pero no lo hice por mucho tiempo. Ni bien empecé, él puso su mano libre sobre mi boca, cubriéndola con su palma y hundiéndome los dedos en las mejillas.
- ¿Y qué hay de la otra mano?
- ¡Su otra mano lo estaba dando todo! Jajaja. Había juntado todos sus dedos y me estaba frotando la vulva de punta a punta. El movimiento era lento y parejo, yendo desde el extremo más bajo de mi concha hasta mi clítoris y bajando de vuelta. Yo ya sentía que hasta los muslos se me estaban empapando.
- ¿Seguías teniendo la tanga puesta?
- Sí. Nunca se la sacó, pero sí la corrió a un costado unos minutos después. Todavía estaba lamiéndome los pezones, saltando de un a otro. Yo lo miraba porque me calentaba mucho verlo con mis tetas llenándole la boca. Él era increíblemente rítmico: pasaba de chupar a lamer a la misma vez que su mano pasaba de frotarme para arriba a frotarme para abajo.
Un rato después cambió de manos, la que me cubría los labios bajó a mi pollera y me puso la otra en la cara. Instintivamente abrí la boca y dejé que me pusiera un par de dedos adentro. Se sentían gruesos y largos, pero más que nada se sentían empapados y tenían mucho sabor a mí.
Yo todavía estaba saboreándome a mí misma cuando sentí sus otros dedos dibujando círculos alrededor de mi clítoris. Podía sentirlo bien hinchado y con cada movimiento suyo una ráfaga de placer me disparaba para arriba a través del estómago. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me habían tocado que sentí que podía acabar en cualquier momento.
- ¿Y acabaste?
- Sí. Paró de chuparme las tetas y se inclinó hacia atrás mirándome. Creí que quizás quería cambiar de roles, pero su mano no paraba de frotarme. Ahí entendí, sólo quería ver cómo mi cuerpo reaccionaba a las cosas que él le hacía.
En ese momento sentí su pulgar frotándome el clítoris mientras otros dos dedos, seguro el índice y el medio, se colocaban justo en la entrada de mi concha. Por unos segundos sentí cómo sus yemas dibujaron círculos alrededor de mi abertura y de pronto, en un instante, sentí cómo se deslizaron hacia adentro.
- ¿Cómo reaccionaste?
Ya estaba respirando muy agitada, lo que hacía que mis tetas desnudas se movieran para arriba y para abajo, pero ni bien me clavó los dedos todo se magnificó. También empezaron a moverse mis caderas acompañando los movimientos de su mano.
Si sus dedos se habían sentido grandes adentro de mi boca, no puedo empezar a explicar cómo se sintieron adentro de mi concha. Me sentía llena... plena... ¡como si me hubiera metido la pija! Además nunca paró de mover su pulgar, apretando y estimulándome el clítoris.
A medida que él empezó a subir el ritmo yo empecé a apretarme las tetas y pellizcarme los pezones. Hice mi mejor esfuerzo por no hacer ruido, pero él me estaba dedeando tan fuerte y yo estaba tan mojada que se escuchaba claramente cada vez que él volvía a clavarme los dedos.
Tenía los ojos muy cerrados, pero cuando empezó a darme con todo, los entreabrí un poquito para ver. Las lámparas de la calle pasaban volando y proyectaban su luz en flashes constantes que iluminaban nuestras figuras. Él todavía estaba echado hacia atrás mirándome, pero tenía la cara de un diablo. Su sonrisa era tan hermosa como la que me había dado cuando me había dicho hola, pero se veía completamente distinta. Estaba frunciendo el ceño y mordiéndose el labio inferior en anticipación, como sabiendo que yo estaba a punto de acabar.
Mis piernas empezaron a temblar fuera de control y de repente lo mismo le empezó a pasar a todo mi cuerpo. Volví a cerrar los ojos y, arqueando la espalda, estiré los brazos para agarrarlo de la nuca. Él se inclinó sobre mí, metió su lengua en mi boca y empezó a frotarme con más fuerza.
Creo que nunca acabé tan fuerte como esa noche. Solté tres gemidos muy fuertes, sólo contenidos por su lengua y sentí de repente una onda de placer expandiéndose desde mi vientre en toda dirección. Para cuando él paró de tocarme me di cuenta de que todo estaba mojado: su mano, mis muslos, mi culo, el asiento. Había hecho un enchastre y me encantaba.
- ¿Y dijiste que todas tus experiencias sexuales hasta ese momento había sido estándar? No sorprende que tengas tan buen recuerdo de esa.
- Absolutamente. Había estado de novia desde mi primera vez y no experimentábamos mucho con ese novio. Creo que las vacaciones con mis amigas me abrieron los ojos a las oportunidades y que ese viaje en colectivo fue el espacio para ponerlas a prueba.
Todo estuvo tan bien que le agradecí con una chupada. Debo haber estado diez o quince minutos chupándosela hasta que acabó. En esa época no me gustaba mucho que me acabaran en la boca, pero arrodillada en ese colectivo oscuro y con la concha todavía mojada estaba tan caliente como para no sólo permitirlo, sino también disfrutarlo.
- ¿Qué pasó después de eso?
- Charlamos un poquito más y nos quedamos dormidos. Para cuando el colectivo llegó ya era de día. Nos dimos la mano, nos dijimos chau y nunca nos volvimos a ver.
- ¿No intercambiaron información de contacto? ¿Te arrepentís de eso?
- No, no lo hicimos y tampoco me arrepiento. Siempre hubo muchos chicos disponibles y me gusta pensar en él como el chico de la vuelta a casa.
Después de nuestra entrevista le agradecí a Agostina y pagué la cuenta. Salimos del bar y me quedé con ella en la vereda hasta que se subió un taxi. Ya estaba oscuro afuera pero mi departamento no estaba lejos, así que decidí volver caminando.
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