100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.
CAPITULO 1
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Capítulo 18:
Entramos a la habitación y sin poder aguantarnos las ganas, nos empezamos a besar de una manera muy apasionada, como ella siempre solía hacerlo. Nos fuimos sacando la ropa mientras nos acomodábamos al borde de la cama y dejamos que las cosas se fueran dando solas. Su cuerpo perfecto me atrapaba, me envolvía, mientras que ella se iba desvistiendo yo me quedaba mirándola perdido en sus curvas. Me empujó contra la cama y se montó encima de mí, haciéndome saber que esa noche iba a ser una de las mejores de mi vida. Nuestras pieles se rozaban por todos lados y sentía el calor de su cuerpo sobre el mío. Volvió a besarme y me mordió los labios de una manera feroz, al mismo tiempo que mis manos se colocaban encima de su cola y se la agarraba con firmeza. “Me volvés loco pendejita trola” le dije al oído y las cosas se descontrolaron aún más.
Me llamo Matías, tengo 34 años y hace diez que estoy en pareja con Mariana. Nos conocimos en la facultad, mientras cursábamos el último año y nos sorprendió no habernos encontrado a lo largo de nuestra carrera. Con tan solo 24 años, supe que esa chica iba a ser el amor de mi vida. Empezamos a salir y descubrimos que teníamos muchísimo en común y que nos encantaba estar juntos. Compartíamos momentos solos, así como también con otros amigos y poco a poco nos fuimos presentando a nuestras familias. Los años de relación fueron pasando y las cosas iban cambiando. Nos mudamos juntos, empezamos a hablar de formar una familia y a los 7 años de noviazgo nos comprometimos. A fines de ese mismo año decidimos casarnos y las cosas poco a poco empezaron a cambiar.
Mariana era una chica bastante conservadora y pudorosa. A pesar de que eso me atraía de ella, no podía dejar de sentir curiosidad con experimentar algunas cosas en cuanto el sexo se trataba. Me costó mucho conseguir que ella me dejara chupársela, ya que decía que no se sentía cómoda humillándome de esa manera. Al final terminó gustándole y se adaptó a ello, pero tardé muchísimo más tiempo en lograr que ella se animara a chupármela a mí. Vencida esa barrera, empezaron a aparecer otras que hacían que el sexo se volviera cada vez más monótono. Ella solía ser sencilla y básica, tratando de buscar siempre el mismo lugar para hacerlo y las mismas poses. Por el contrario, a mí me gustaba la idea de experimentar, de buscar nuevos horizontes y de probar cosas nuevas.
Sugerirle el sexo anal fue uno de los mayores errores que cometí, pues ella aborrecía la idea y me lo hizo saber enojándose muchísimo conmigo y diciéndome que era un depravado. El cambio de poses costó un poco menos y logré incorporar nuevas posiciones a nuestra rutina que ayudaron a que pudiera disfrutar más de nuestra relación. Pero mientras más dejaba que mi mente divagara, más quería investigar y más complicado se volvía todo. Solía ver videos de todo tipo, sexo en lugares públicos, hombres dominando a mujeres, mujeres dominando a hombres, tríos, orgías y hasta sadomasoquismo, todas cosas que sabía que no iba a poder cumplir con mi esposa.
La aparición de nuestro primer hijo, provocó que la frecuencia con la que teníamos sexo disminuyera muchísimo. Mariana no se sentía a gusto con como su cuerpo había quedado y a pesar de que yo le decía que estaba hermosa y que me excitaba mucho, ella parecía solo estar dispuesta a hacerlo por compromiso y para saciar mi calentura. La llegada de nuestro segundo hijo duplicó las complicaciones generales en la casa y era cada vez menos frecuente encontrar tiempo para nosotros dos solos. Solíamos hacerlo muy de vez en cuando, los fines de semana y cuando los chicos se habían dormido. Pero siempre era algo simple y hasta rutinario. Unos besos calientes, un poco de toqueteo, yo arriba de ella, ella se ponía en cuatro y con suerte Mariana se subía arriba mío.
Fue entonces cuando apareció Elisa. Secretaria de la empresa de la que soy vendedor, Elisa comenzó a trabajar a los pocos meses que nació mi primer hijo. Por ese entonces yo tenía 32 años y ella 23. Era estudiante de psicología y con inclinación hacia recursos humanos, por lo que rápidamente encontró su lugar en la empresa y se adaptó al funcionamiento de esta. Yo la veía todos los días, cada vez que entraba a trabajar, notando su sonrisa hermosa y su carita divina. Poco a poco empezamos a intercambiar palabras, después algunas que otras conversaciones largas y un año después de su llegada, me propuso una salida más formal.
- No puedo.- Le respondí yo con una sonrisa pero demostrándole que estaba más que tentado.- Soy casado.- Le aclaré señalando el anillo que tenía en la mano.
- Bueno, ¿entonces una salida más informal?- Redobló la apuesta y ahí fue cuando supe que no podía desperdiciar esa oportunidad.
La pasé a buscar esa noche por su casa y fuimos a un motel para pasar una de las horas más calientes que había tenido en los últimos años. La pendeja de tan solo 24 años, demostró ser una loba en la cama, chupándome la pija como loca, gimiendo desesperada cuando se la ponía y pidiéndome que la llenara de leche después de coger por más de media hora. Quedé fascinado con su comportamiento y me dejó tan caliente que aprovechamos el resto del tiempo para darnos una revancha en la que ella me demostró que sabía muy bien como cabalgar una pija. Al día siguiente me sentí culpable, sabía que lo que había hecho estaba mal, pero no podía negar que había disfrutado al máximo de mi aventura con la secretaria.
El año siguió repleto de encuentros con Elisa. La noche antes de que yo cumpliera años, me confesó que quería recibir mis 34 chupándomela y yo no pude resistirme a esa tentación. Cuando le tocó a ella cumplir 25, nos encontramos nuevamente en el motel y le chupé tanto la concha que no tardó en acabar sobre mis labios. Después de que naciera mi segundo hijo, los encuentros cesaron un poco, pero volvieron a sucederse esporádicamente y me daban tanto placer que no podía aguantarme las ganas de volver a verla. No dejábamos pasar más de una o dos semanas para vernos y cuando lo hacíamos, era una noche de pasión y calentura absoluta.
Esa tarde llegué a mi casa cansado del trabajo y me encontré con que Mariana se iba a cenar a lo de mis padres con los chicos. Me preguntó si quería ir, pero yo le dije que había organizado para cenar con uno de mis compañeros de trabajo y que por ende no podía ir. Luego de que ella se fuera, me bañé, comí algo rápido en la casa y me vestí para salir a encontrarme con quien de verdad había arreglado para verme. Pasé a buscar a Elisa por su casa y mientras esperaba que ella bajara, pude ver una foto que mi esposa había subido a las redes sociales con mis padres y mi hermano, dos años menor que yo. Elisa se subió al auto y tras darnos un beso en la mejilla, arranqué para el motel donde siempre solíamos tener nuestras aventuras.
“Te tengo preparada una sorpresita” me dijo y yo giré la cabeza para comprobar su cara de pícara que tanto me gustaba. Entramos al motel, pedimos una habitación y estacioné el auto en la puerta de la misma. Nos bajamos mirando a ambos lados para comprobar que no había nadie en la zona y entramos al cuarto dispuestos a volvernos locos de placer. Ni bien cerré la puerta, ella se abalanzó sobre mí y estampándome contra la pared me empezó a besar aceleradamente. Eso era algo que me encantaba de Elisa, sus bruscos impulsos y la forma en la que se volvía loca por besarme y tocarme. Empezamos a manosearnos a toda velocidad y la ropa desapareció tan rápido que cuando nos dimos cuenta, ya estábamos los dos desnudos. Hacía casi un mes que no teníamos uno de nuestros encuentros y esto se hizo notar en la forma en la que nos comportábamos.
Elisa me empujó sobre la cama y se subió encima de mi cuerpo para comerme la boca de una manera feroz. “Me volvés loco pendejita trola” le dije al oído mientras sus labios bajaban a mi cuello y ella volvió a colocarse en frente mío para decirme que todavía no había llegado a lo mejor. Enseguida, sus labios carnosos y su lengua juguetona fueron bajando por mi cuerpo, dándome besos y lamidas por todos lados. Llegó a mi cintura y yo me abrí de piernas para hacerle lugar y ella se acomodó entre mis muslos para sujetar mi verga bien dura con sus dos más. Me lanzó una mirada desafiante y se dedicó a darme placer como a ella bien le gustaba hacerlo.
Empezó a chuparme la pija de una manera increíble. Me fascinaba la manera en la que se comía mi verga como loca, tragándosela toda hasta ahogarse con ella y llenándomela de saliva. Movía su cabeza de forma acelerada hacia arriba y hacia abajo, provocando que mi pija desapareciera adentro de su boca y después volviera aparecer para jugar con su lengua sobre la cabeza. Nunca descuidaba los huevos y siempre me los lamía gentilmente, provocándome unas cosquillas que nunca nadie me había hecho sentir antes. Y todo eso lo hacía pajeándome a ritmos variantes, sin soltar mi verga bien dura, sujetándola con sus dedos como garras.
Luego de eso, volvió a subir por mi cuerpo y yo tomé cartas en el asunto. La acosté al lado mío boca abajo y me coloqué encima de ella para besarle el cuello y morderle la oreja. Mi pija, que estaba al palo, se colaba entre los cachetes de su cola y con cada movimiento que yo daba le hacía sentir lo dura que me la había puesto. Bajé por su espalda, llenándosela de besos y manoseándole las tetas cuando ella levantó un poco su cuerpo para permitirme ese atrevimiento. Llegué hasta su cintura y, al igual que yo lo había hecho antes, Elisa abrió sus piernas para hacerme lugar entre ellas. Levantó sutilmente la cola y no pude aguantarme las canas de comérmela entera.
Comencé pasando mi lengua por encima de su conchita, que ya estaba toda mojada. Me encantaba chupársela a lo bestia, pasando mi boca por todos lados y lamiéndole la concha de forma casi desesperada. Elisa se movía en todas direcciones cada vez que sentía mi lengua entrar en su conchita, pero sobre todo cuando notaba mis dedos frotar su clítoris de arriba a abajo. Esa noche, aproveché la pose en la que estábamos para abrirle los cachetes de la cola y comerle el culito de una forma violenta y agresiva. Nunca me había dado ese regalo tan hermoso que tenía, aunque en más de una oportunidad me había permitido chupárselo y hasta jugar con mis deditos por encima de él. Es por eso, que aproveché el momento para hacerlo y para escuchar los gemidos de placer que emitía cuando sentía uno de mis dedos entrando en su concha y otro rozando su culito por fuera.
Rápidamente, Elisa se colocó en cuatro y me pidió que la penetrara. Me puse un preservativo a toda velocidad y se la metí tan a fondo que no pudo evitar un grito que mezclaba placer con dolor. La agarré firmemente de la cintura y me la empecé a coger a toda velocidad, moviendo mi cuerpo hacia adelante y hacia atrás provocando que mi cintura chocara con su cola. Cada golpe que daba hasta el fondo, ella me lo respondía con un grito de placer puro que me volaba la cabeza. Me encantaba la manera en la que gemía al sentir toda mi pija adentro suyo y eso me provocaba a seguir cogiéndomela más y más duro.
Cambiamos de posición para que Elisa controlara un poco la noche y se sentara encima de mí. En esa oportunidad lo hizo dándome la espalda, dejándome acceso a su pelo y a su cola descomunal. Le tiré de la colita de caballo que se había puesto en varias oportunidades y cada vez que lo hacía, ella respondía con saltos más bruscos y salvajes. Era como si quiera hacerme saber que le encantaba lo bestia que yo me ponía cuando estaba con ella. Pero lo que más me gustaba de esa posición era tener ese orto precioso en primer plano. Se lo agarraba con fuerza, se lo llenaba de chirlos y se lo movía para un lado y para el otro sin poder dejar de mirarlo.
En un momento, Elisa se inclina levemente hacia adelante y su culito quedó aún más expuesto. Aproveché el momento para agarrarle los dos cachetes y apretárselos con fuerza, mientras que ella seguía subiendo y bajando su cintura. “Meteme un dedito” me dijo de golpe entre gemidos y tuve que pedirle que me repitiera eso pues no estaba seguro de lo que había escuchado. Cuando la pendeja me repitió la frase, no lo dudé ni un segundo y empecé a jugar con mi dedo índice de la mano derecha por encima de su orto. Este se abrió poco a poco y dejó que entrara la primera falange, haciéndome sentir el hermoso placer de estar jugando con su cola. Ella también se volvió loca en ese momento y se empezó a mover de forma tan brusca, que terminó provocando que me dedo entrara más en su culito delicioso.
Cuando ya me la estaba cogiendo como pija y con mi mano, Elisa se puso como loca y empezó a saltar encima de mi cuerpo. Caía dado golpes encima de mi verga, la cual se clavaba en su conchita empapada. Pero también caía sobre mi dedo que se hundía en su culito de una forma magistral y eso la ponía a gemir como loca. El placer que yo sentía era increíble y el morbo de estar haciéndola gozar por dos agujeros a la vez me volaba la cabeza. De golpe, Elisa se levantó y se acostó boca arriba contra el borde de la cama, después de pedirme que me la cogiera por detrás. Levantó las piernas y las colocó encima de mis hombros mientras yo apuntaba con mi pija bien dura a su culito. La apoyé encima de este y haciendo fuerza comencé a penetrarla con ganas.
- ¡Ay sí! ¡Dame duro mi amor! ¡Cogeme la colita!- Gritaba ella mientras yo se la metía hasta el fondo.
Me agarré firme de sus piernas y comencé a mover mi cintura hacia adelante y hacia atrás de manera lenta hasta que su culito se amoldó a mi pija. Entonces, me puse como loco y aceleré todo mi cuerpo, para cogerla de una forma más brusca y violenta. Elisa llevó sus manos a sus tetas y se las apretó con fuerza para que estas no rebotaran como locas con cada golpe que mi cintura daba sobre sus piernas. De su boca, salían gemidos de placer puro que resonaban en toda la habitación y que explotaban en mi cabeza. Sentía un fuego abrazador envolver todo mi cuerpo cada vez que mi pija entraba bien a fondo en su culito y notaba como este se apretaba más y más.
Tras unos minutos de coger en esa posición, Elisa me pidió de volver a ponerse en cuatro y yo dejé que lo hiciera. Enseguida abrí su cola con mis dos mános y volví a meter mi verga en su otro, haciéndola entrar hasta el fondo y logrando sacarle un grito hermoso. “¡Ay sí! ¡Cogeme la colita!” volvió a pedirme ella casi en tono de súplica, algo que me hizo estallar la cabeza. Empecé a moverme de forma tan violenta hacia adelante y hacia atrás que noté como mis piernas empezaban a temblar mientras que sentía su culito abrirse para recibir mi pija. “¡Dale cogeme! ¡Cogeme toda!” me seguía pidiendo a gritos la pendeja y yo le daba más y más duro. Estaba desacatado, totalmente descontrolado y gozando de ese orto que se comía mi verga de una forma increíble.
Fue tal la calentura que tenía, que de golpe le agarré el pelo a mi amante y tiré de esté haciendo que ella levantara la cabeza y la tirara hacia atrás gritando de dolor. Me incliné hacia adelante y acercando mi boca a su oído le pregunté si me dejaba acabarle en la cola y en el cuerpo, algo que hasta ese momento nunca habíamos hecho. Excitada, caliente y envuelta en gemidos de placer, Elisa me dijo que sí, que podía llenarla de leche y tras esa respuesta yo le solté el cabello y volví a cogérmela a toda velocidad. Era tan satisfactoria esa sensación, que no me pude aguantar mucho más. Saqué la pija de cola, me quité el preservativo y me empecé a pajear encima de su cuerpo para terminar descargando todo mi semen sobre sus nalgas y su espalda.
Tras esa experiencia terriblemente placentera y estimulante, quedé rendido en la cama esperando que Elisa saliera de la ducha. Cuando ella lo hizo, volvió a acostarse en la cama y empezamos a darnos unos besos con la idea de jugar nuevamente, pero el tiempo se nos estaba acabando. Nos cambiamos, devolví la llave de la habitación y nos subimos al auto con la idea de volver cada uno a su casa. Pero cuando estábamos saliendo del estacionamiento del motel, uno de los autos allí presentes me llamó la atención. Bajé la vista para mirar la patente y descubrí que se trataba del auto de Mariana, mi esposa y no pude evitar recordar que hacía tan solo unas horas había visto una foto de ella cenando con mis padres y mi hermano. La sola idea de pensar en ella y mi hermano, me dibujó una sonrisa en el rostro, al fin y al cabo yo estaba haciendo lo mismo con la secretaria de la empresa.
Lugar n° 18: Motel
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