Esto pasó el año pasado.
Primero leí una entrevista que le hacían en un blog. Yo no sabía quién era, pero su foto, mirando a la cámara de costado mientras pitaba un pucho, me hizo sentir cosquillas. Le hacían la nota porque era profesor en una universidad y, a las preguntas, él contestaba breve y usando algunos ejemplos que me calentaban. En una parte hablaba agarrar a alguien con fuerza del cuello, de cómo eso podía ser violento o podía ser un acto de amor, de entrega, de abandono, y de cómo a veces lo que uno necesitaba era que le hicieran sentir esa fuerza. En otra parte hablaba de la educación y decía que los seres humanos somos como los perros o los niños, que a veces necesitamos un chirlo para hacernos entender quién manda. Para ese entonces, y casi sin darme cuenta, yo ya estaba pasando la yema de mis dedos sobre la tela de mi bombacha y buscando fotos de D. En varias aparecía con una camisa a cuadros como de leñador, con el pelo revuelto y unos dientes blancos que me daban ganas de chupar. Esa misma noche le escribí un mail diciéndole que estaba en mi cama pajeándome con sus imágenes y ahi empezamos a escribirnos durantes algunas semanas.
Cuando llegó a retiro lo fui a buscar a la estación. Tenía miedo de estar haciendo una locura, de que fuera un loco o un sicópata y de que me hiciera cualquier cosa. Pero necesitaba saber qué me pasaba con él. Ni bien apareció por la puerta se me secó la boca. D. medía un metro noventa y cuatro y eso ya me hacía fantasear. Me sonrió, nos abrazamos y mi cabeza quedaba a la altura de su pecho. Hundí la nariz en su camisa y sentí olor a perfume y a transpiración y fui acercándome a su axila para olerlo todo. Yo creo que él se dio cuenta y me apretó la cabeza para darme su olor.
Yo me había puesto una pollera tableada bordó y una remera gris. El look colegiala me beneficia pero tampoco quería quedar como una putita tan pronto. Le dije que me acompañara a mi oficina en villa urquiza, que tenía que buscar unas cosas, un poco porque era cierto pero también para no llevarlo tan pronto a mi casa. Caminamos unas cuadras y me sonó el celular. Era mi papá y le dije a D. que le tenía que devolver el llamado, que iban a ser cinco minutos. Él se apoyó contra una pared y yo caminé unos metros, para no hablar al lado de él. Me senté en el escalón de una cochera, apuntando justo a donde estaba D. y lo llamé a mi papá. Al principio cerré bien las piernas como me enseñaron, para que no se me viera la bombachita blanca que me había puesto. Hablaba con papá y de vez en cuando miraba a D., que al principio me miraba menos pero ahora se había prendido un pucho y me miraba fijo, como si quisera comerme. Yo empecé a sentir un calorcito en la concha y a apretar cada vez las piernas, un poco por calentura y otro poco por verguenza. No me podía concentrar en lo que me decía papá y no podía cortarle porque no paraba de hablar. De repente D. se agachó y se quedó ahí abajo, en cuclillas, mirándome. Me mientras le daba una pitada al pucho con la otra mano me hizo un gesto como de “correte”, que en ese contexto sólo podía querer decir “abrí las piernas”. Sentí calor en la cara, en la panza, en la concha, y separé un poquito las piernas. D. sonrió y me clavó la mirada ahí. Después me miró de nuevo y, serio, me dijo “más”. Las abrí más. Papá seguía hablando y yo sentía que me faltaba la saliva. D. se pasó una mano por el pantalón y se agarró el bulto que se le había formado, duro y grande, y yo pensé que esa pija con la que tanto había soñado y él no me había querido mostrar nunca estaba ahi, y mientras pensaba esto sentí cómo mojaba la telita de mi bombacha y me preguntaba si D. vería que me había mojado por él como sólo una putita se moja.
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