Respondiendo lo que me preguntan siempre en los comentarios, me sigo viendo con la Diva, pero ya por fuera del mundo swinger. Me había invitado de nuevo a su casa, pero fue justo el mismo sábado que festejábamos el cumpleaños de Armando, así que lo dejamos para más adelante.
El día en cuestión, fuí al mediodía, con la excusa de hacer una inspección para la ampliación del seguro contra incendios.
Me recibió habiendo terminado recién una sesión de gimnasia, estaba toda transpirada, pero aún así se veía hermosa y olía a pura sensualidad.
Estábamos solas, así que nos saludamos con un beso en los labios.
-¿Me esperás en el cuarto?- me pregunta, agarrando una toalla que está encima de una de las máquinas.
-Me gustaría que no te bañes- le digo, frenándola antes de que se dé la vuelta.
Se sonríe.
-¿En serio? Mirá que estoy toda pegajosa- repone con picardía.
Me acerco, inclino la cabeza y le paso la lengua por uno de los hombros, recorriendo toda la línea de la clavícula hasta su cuello, saboreando el sudor de su piel.
Deja la toalla, me toma de la mano y siempre sonriendo en esa forma que resulta tan seductora, me lleva al cuarto del placer.
Tras desnudarnos, nos tiramos en la cama, revueltas y excitadas, besándonos, metiéndonos manos por doquier.
De mi boca baja hasta mis pechos para deleitarse largo rato con mis pezones, tras lo cuál sigue el camino hacia mi vientre, buscando entre mis muslos el tan ansiado fruto prohibido.
Cuando lo encuentra, me lo muerde y chupetea, poniéndomelo tan duro y erecto que siento como me sobresale por entre los labios.
Me chupa de una forma deliciosa, como solo otra mujer podría hacerlo, tocando los puntos más sensibles y delicados, aunque debo admitir que un poco se extraña la lengua áspera y torpe de un hombre.
No sé si sería por la sugestión o por algún deseo oculto, pero de un momento a otro me parece sentir unos modos más viriles entre mis piernas. Abro los ojos, levanto la cabeza y... ¡Oh Surprise!... me encuentro con que es el marido de la Diva quién me está chupando ahora, mientras ella observa divertida desde un costado.
Descubierta la trampa que me tendieron, vuelve entonces a chuparme junto a su marido, repartiéndose entre ambos mi acaramelada intimidad.
Me entrego sin renuencia a esas dos bocas y cuatro manos, disfrutando ser el centro de atención, el objeto del deseo de esos poliamantes que, pudiendo tener a quién quisieran en su cama, me han elegido a mí de partenaire.
La Diva me sigue chupando ella sola, bien encaramada entre mis piernas, mientras el marido me pone la pija en la boca. Se la agarro por los huevos y se la como entera, se la devoro, sintiendo como la lengua de su esposa sigue haciendo estragos en mi interior.
Todo mi cuerpo, todos mis orificios, están enfocados en darles placer, libertino, sensual, el complemento ideal para el lujurioso culto que ellos profesan.
Tras el sexo oral, la Diva se levanta y se queda a un lado, mirándome coger con su marido.
Resulta por demás estimulante garchar con un tipo mientras su propia esposa está ahí, como espectadora, masturbándose con el espectáculo que le ofrecemos. Supongo que el mundo swinger que ambos frecuentan los ha vuelto permeables a ciertas situaciones que para los demás podría resultar chocante. Pero es más que evidente lo mucho que ella disfruta mirando y él siendo mirado.
No sé que es lo que realmente me hace gozar, ¿el tipo que me está cogiendo, o la Diva que no nos saca los ojos de encima? O mejor dicho, que no me saca "a mí" los ojos de encima. Porque toda su atención parece estar puesta en mi cuerpo, en mis curvas, en la forma en que me muevo para sentir a su marido lo más profundo posible.
En un momento estoy montada sobre él, subiendo y bajando, disfrutando de una cabalgata categoría Premium, cuándo veo que la Diva se levanta y se pone un cinturonga de regulares dimensiones.
Viene hacía mí, hacia nosotros, y chupándose un par de dedos, me los mete en el culo, bien adentro, dilatándome el esfínter para, acto seguido, mandarme toda la pija de látex de un solo envión.
Quedo en el medio, penetrada por ambos lados, una pija de verdad por la concha, una de mentira por la cola. Ensanguchada por los dos, marido y mujer, fieles devotos del amor libre, del sexo por el sexo mismo.
No somos muy distintos, a mí también me gusta coger, expresar libremente mi sexualidad, aunque claro, en mi caso, mi marido no está en mi misma sintonía.
Por mis apetitos y debilidades, podría decirse que una relación así sería lo que necesito en mi vida, pero la idea del poliamor, de tener una pareja abierta nunca me sedujo del todo. En primer lugar porque, aunque no lo crean, soy bastante celosa e imaginar a mi marido con otra me pondría los pelos de punta. Ni hablemos de verlo cogiendo, como tan naturalmente lo hacía la Diva con el suyo.
Y en segundo lugar, porque la infidelidad es lo que me motiva a estar con otros hombres, el morbo de los cuernos, de la trampa, es el combustible que me alimenta.
Conciente de los deseos de su mujer, el marido se aparta y me deja cogiendo un rato con ella.
Ya fui más que descriptiva respecto a la belleza y sensualidad de la Diva, sobre lo mucho que me gusta, pero en ese momento, y aunque la tenía encima, entre mis piernas, penetrándome con la pija de látex como lo haría cualquier hombre, los ojos se me iban hacia dónde estaba echado su marido y el reluciente porongazo que acunaba entre sus manos.
Estaba "on fire", más duro y alzado de lo que recordaba, con la cabeza tan hinchada, tan enrojecida, y tan mojadita, que daban ganas de arrancársela a besos.
La Diva pareció intuir mis ganas, por lo que tras reventarme a cinturongazos, me deja en libertad de acción para que yo misma decida como seguir.
El marido está en el otro extremo de la cama, recuerden que es una King Size de forma circular en la que pueden entrar con absoluta comodidad diez personas, así que voy gateando hacia él, toda mi atención puesta en ese pulsante objetivo que parece agrandarse cuánto más me acerco.
Cuando llego me recibe abriendo las piernas, ofreciéndome en todo su esplendor aquel exquisito manjar por el que ya me relamía gustosa.
Con la Diva ya me había saciado de concha y tetas, lo que quería ahora, lo que necesitaba, lo que me urgía era comerme una buena pija. Atragantarme con un buen pedazo de carne en barra.
Le paso la lengua por esa rendija que está debajo de los huevos, subiendo para besarlos y lamerlos, para chuparlos, estirándolos y soltándolos con un sonoro ¡PLOP!
Subo por ese fierro candente, siempre besando y lamiendo, oliendo también, regocijándome con ese olor a macho, a virilidad pura, que tanto me exacerba.
Llegando a la cima, se la chupo con tantas ganas, con tanta desesperación, que tiene que frenarme para no acabarme en la boca.
Me atrae hacia sí, haciendo que me le suba encima. Él mismo se la sostiene mientras me acomodo y me la mete, de nuevo sin forro, detalle que, una vez más, no me pasa para nada desapercibido.
Don Nacho, mi ex suegro, había sido muy claro respecto a las reglas del mundo swinger, el preservativo era de uso obligatorio, pero ahí estaba el marido de la Diva, cogiéndome a pelo, en carne viva, demostrando que mi participación trascendía el ambiente en el que nos habíamos conocido.
Me movía primero yo, arriba y abajo, después él, luego de nuevo yo, y otra vez él, cogiéndonos con fuerza, con ímpetu, chocando los cuerpos, PLAP PLAP PLAP, mientras la Diva nos miraba, atenta y excitada, los dedos guitarreando sobre el clítoris, que de tan inflamado parecía que fuera a explotarle en cualquier momento.
Hirviendo de calentura, el marido me voltea de espalda, se calza mis tobillos sobre los hombros y me surte como si se le fuera la vida en ello, fuerte, con rudeza, mirando a su mujer mientras me coge a mí, como queriéndole dedicar el polvo que está a punto de echarse conmigo.
Me garcha como hacía un rato nomás me garchaba la Diva, solo que con una pija de verdad, un pingazo divino que me golpea duro y sin piedad, sacudiéndome a puro embiste.
Acabo llevándome las manos a la cabeza, estallando en medio de un desborde de flujo que parece inundarlo todo con sus envolventes delicias.
Él acaba tras de mí, pero antes de fertilizarme con su simiente, se levanta, con la pija al rojo vivo, se la agarra y se la sacude, preparándose para el colapso final, momento que aprovechamos con la Diva para echarnos delante suyo y ofrecerles las tetas para que nos acabe encima.
Las dos somos tetonas, así que tiene una amplia superficie como para despacharse a gusto.
De solo tenernos ahí, sometidas y subyugadas, la leche empieza a saltar para todos lados, en chorretones largos y pesados, empapándonos no solo las tetas, sino también las caras.
La Diva suelta una carcajada al ver cómo quedamos, toda chorreadas de semen.
-¡Linda pintadita nos dedicaste...!- le dice a su marido, que sigue como en trance, suspirando complacido.
Divertida se refriega las tetas contra las mías, y me besa en la boca, como agradeciendo el momento casi pornográfico que les acabo de regalar.
Esa fue mi última experiencia con la Diva y su marido, ya sin mi ex suegro de por medio.
Debo agregar que en la semana recibí en la oficina sendos regalos de cada uno, un arreglo floral de parte de él, un juguete íntimo de parte de ella, dándome a entender que el trío de aquel día no fue algo circunstancial, sino una práctica que habría de repetirse en el futuro. Por mí, encantada...
El día en cuestión, fuí al mediodía, con la excusa de hacer una inspección para la ampliación del seguro contra incendios.
Me recibió habiendo terminado recién una sesión de gimnasia, estaba toda transpirada, pero aún así se veía hermosa y olía a pura sensualidad.
Estábamos solas, así que nos saludamos con un beso en los labios.
-¿Me esperás en el cuarto?- me pregunta, agarrando una toalla que está encima de una de las máquinas.
-Me gustaría que no te bañes- le digo, frenándola antes de que se dé la vuelta.
Se sonríe.
-¿En serio? Mirá que estoy toda pegajosa- repone con picardía.
Me acerco, inclino la cabeza y le paso la lengua por uno de los hombros, recorriendo toda la línea de la clavícula hasta su cuello, saboreando el sudor de su piel.
Deja la toalla, me toma de la mano y siempre sonriendo en esa forma que resulta tan seductora, me lleva al cuarto del placer.
Tras desnudarnos, nos tiramos en la cama, revueltas y excitadas, besándonos, metiéndonos manos por doquier.
De mi boca baja hasta mis pechos para deleitarse largo rato con mis pezones, tras lo cuál sigue el camino hacia mi vientre, buscando entre mis muslos el tan ansiado fruto prohibido.
Cuando lo encuentra, me lo muerde y chupetea, poniéndomelo tan duro y erecto que siento como me sobresale por entre los labios.
Me chupa de una forma deliciosa, como solo otra mujer podría hacerlo, tocando los puntos más sensibles y delicados, aunque debo admitir que un poco se extraña la lengua áspera y torpe de un hombre.
No sé si sería por la sugestión o por algún deseo oculto, pero de un momento a otro me parece sentir unos modos más viriles entre mis piernas. Abro los ojos, levanto la cabeza y... ¡Oh Surprise!... me encuentro con que es el marido de la Diva quién me está chupando ahora, mientras ella observa divertida desde un costado.
Descubierta la trampa que me tendieron, vuelve entonces a chuparme junto a su marido, repartiéndose entre ambos mi acaramelada intimidad.
Me entrego sin renuencia a esas dos bocas y cuatro manos, disfrutando ser el centro de atención, el objeto del deseo de esos poliamantes que, pudiendo tener a quién quisieran en su cama, me han elegido a mí de partenaire.
La Diva me sigue chupando ella sola, bien encaramada entre mis piernas, mientras el marido me pone la pija en la boca. Se la agarro por los huevos y se la como entera, se la devoro, sintiendo como la lengua de su esposa sigue haciendo estragos en mi interior.
Todo mi cuerpo, todos mis orificios, están enfocados en darles placer, libertino, sensual, el complemento ideal para el lujurioso culto que ellos profesan.
Tras el sexo oral, la Diva se levanta y se queda a un lado, mirándome coger con su marido.
Resulta por demás estimulante garchar con un tipo mientras su propia esposa está ahí, como espectadora, masturbándose con el espectáculo que le ofrecemos. Supongo que el mundo swinger que ambos frecuentan los ha vuelto permeables a ciertas situaciones que para los demás podría resultar chocante. Pero es más que evidente lo mucho que ella disfruta mirando y él siendo mirado.
No sé que es lo que realmente me hace gozar, ¿el tipo que me está cogiendo, o la Diva que no nos saca los ojos de encima? O mejor dicho, que no me saca "a mí" los ojos de encima. Porque toda su atención parece estar puesta en mi cuerpo, en mis curvas, en la forma en que me muevo para sentir a su marido lo más profundo posible.
En un momento estoy montada sobre él, subiendo y bajando, disfrutando de una cabalgata categoría Premium, cuándo veo que la Diva se levanta y se pone un cinturonga de regulares dimensiones.
Viene hacía mí, hacia nosotros, y chupándose un par de dedos, me los mete en el culo, bien adentro, dilatándome el esfínter para, acto seguido, mandarme toda la pija de látex de un solo envión.
Quedo en el medio, penetrada por ambos lados, una pija de verdad por la concha, una de mentira por la cola. Ensanguchada por los dos, marido y mujer, fieles devotos del amor libre, del sexo por el sexo mismo.
No somos muy distintos, a mí también me gusta coger, expresar libremente mi sexualidad, aunque claro, en mi caso, mi marido no está en mi misma sintonía.
Por mis apetitos y debilidades, podría decirse que una relación así sería lo que necesito en mi vida, pero la idea del poliamor, de tener una pareja abierta nunca me sedujo del todo. En primer lugar porque, aunque no lo crean, soy bastante celosa e imaginar a mi marido con otra me pondría los pelos de punta. Ni hablemos de verlo cogiendo, como tan naturalmente lo hacía la Diva con el suyo.
Y en segundo lugar, porque la infidelidad es lo que me motiva a estar con otros hombres, el morbo de los cuernos, de la trampa, es el combustible que me alimenta.
Conciente de los deseos de su mujer, el marido se aparta y me deja cogiendo un rato con ella.
Ya fui más que descriptiva respecto a la belleza y sensualidad de la Diva, sobre lo mucho que me gusta, pero en ese momento, y aunque la tenía encima, entre mis piernas, penetrándome con la pija de látex como lo haría cualquier hombre, los ojos se me iban hacia dónde estaba echado su marido y el reluciente porongazo que acunaba entre sus manos.
Estaba "on fire", más duro y alzado de lo que recordaba, con la cabeza tan hinchada, tan enrojecida, y tan mojadita, que daban ganas de arrancársela a besos.
La Diva pareció intuir mis ganas, por lo que tras reventarme a cinturongazos, me deja en libertad de acción para que yo misma decida como seguir.
El marido está en el otro extremo de la cama, recuerden que es una King Size de forma circular en la que pueden entrar con absoluta comodidad diez personas, así que voy gateando hacia él, toda mi atención puesta en ese pulsante objetivo que parece agrandarse cuánto más me acerco.
Cuando llego me recibe abriendo las piernas, ofreciéndome en todo su esplendor aquel exquisito manjar por el que ya me relamía gustosa.
Con la Diva ya me había saciado de concha y tetas, lo que quería ahora, lo que necesitaba, lo que me urgía era comerme una buena pija. Atragantarme con un buen pedazo de carne en barra.
Le paso la lengua por esa rendija que está debajo de los huevos, subiendo para besarlos y lamerlos, para chuparlos, estirándolos y soltándolos con un sonoro ¡PLOP!
Subo por ese fierro candente, siempre besando y lamiendo, oliendo también, regocijándome con ese olor a macho, a virilidad pura, que tanto me exacerba.
Llegando a la cima, se la chupo con tantas ganas, con tanta desesperación, que tiene que frenarme para no acabarme en la boca.
Me atrae hacia sí, haciendo que me le suba encima. Él mismo se la sostiene mientras me acomodo y me la mete, de nuevo sin forro, detalle que, una vez más, no me pasa para nada desapercibido.
Don Nacho, mi ex suegro, había sido muy claro respecto a las reglas del mundo swinger, el preservativo era de uso obligatorio, pero ahí estaba el marido de la Diva, cogiéndome a pelo, en carne viva, demostrando que mi participación trascendía el ambiente en el que nos habíamos conocido.
Me movía primero yo, arriba y abajo, después él, luego de nuevo yo, y otra vez él, cogiéndonos con fuerza, con ímpetu, chocando los cuerpos, PLAP PLAP PLAP, mientras la Diva nos miraba, atenta y excitada, los dedos guitarreando sobre el clítoris, que de tan inflamado parecía que fuera a explotarle en cualquier momento.
Hirviendo de calentura, el marido me voltea de espalda, se calza mis tobillos sobre los hombros y me surte como si se le fuera la vida en ello, fuerte, con rudeza, mirando a su mujer mientras me coge a mí, como queriéndole dedicar el polvo que está a punto de echarse conmigo.
Me garcha como hacía un rato nomás me garchaba la Diva, solo que con una pija de verdad, un pingazo divino que me golpea duro y sin piedad, sacudiéndome a puro embiste.
Acabo llevándome las manos a la cabeza, estallando en medio de un desborde de flujo que parece inundarlo todo con sus envolventes delicias.
Él acaba tras de mí, pero antes de fertilizarme con su simiente, se levanta, con la pija al rojo vivo, se la agarra y se la sacude, preparándose para el colapso final, momento que aprovechamos con la Diva para echarnos delante suyo y ofrecerles las tetas para que nos acabe encima.
Las dos somos tetonas, así que tiene una amplia superficie como para despacharse a gusto.
De solo tenernos ahí, sometidas y subyugadas, la leche empieza a saltar para todos lados, en chorretones largos y pesados, empapándonos no solo las tetas, sino también las caras.
La Diva suelta una carcajada al ver cómo quedamos, toda chorreadas de semen.
-¡Linda pintadita nos dedicaste...!- le dice a su marido, que sigue como en trance, suspirando complacido.
Divertida se refriega las tetas contra las mías, y me besa en la boca, como agradeciendo el momento casi pornográfico que les acabo de regalar.
Esa fue mi última experiencia con la Diva y su marido, ya sin mi ex suegro de por medio.
Debo agregar que en la semana recibí en la oficina sendos regalos de cada uno, un arreglo floral de parte de él, un juguete íntimo de parte de ella, dándome a entender que el trío de aquel día no fue algo circunstancial, sino una práctica que habría de repetirse en el futuro. Por mí, encantada...
13 comentarios - Un trío divino...
Van diez puntos.