En mi perfil la primera parte.
...En esa posición yo podía verlo claramente y me encantaba.
Al recostarse de lado, sus pechos quedaron mucho más visibles y libres, puesto que ya no se apretaban contra mis muslos ni el sofá. Así que pude acariciarlos con mayor comodidad. Introduje la mano bajo los tirantes de la camiseta y los agarré sin el estorbo de la tela. Eran tremendamente suaves e increíblemente duros. Los estrujé y acaricié fascinado, deleitándome con la erección de sus pezones que pellizcaba con los dedos.
Irene siguió acariciando mi polla un rato, hasta que debió darse por vencida en su intento por extraer algo más de líquido de su interior. Entonces volvió a recostar la cabeza en mi regazo, de lado, y acercó la polla a sus labios. Rodeó el tronco con ellos más o menos a la mitad de su longitud, y noté cómo su lengua jugueteaba de nuevo con las venas, ahora ya algo menos hinchadas que antes. Su mano estaba ahora rodeando el capullo y lo estrujaba y acariciaba lentamente. La visión era maravillosa. El pacer seguía siendo increíble, así que centré mis esfuerzos en tratar de corresponderle con mis caricias en sus pechos y sus pezones.
De repente noté una sensación extraña en la polla. Comprendí que era Irene, que la había atrapado entre sus dientes mordisqueándola con suavidad. Movió la cabeza, ladeándola, de manera que el roce de sus dientes se deslizaba arriba y abajo por toda mi polla. De vez en cuando abría un poco la boca, evitando el roce de los dientes, y utilizaba la lengua para suavizar y lubricar la superficie, volviendo inmediatamente a repetir la ligera presión de los dientes. Esto, unido a las caricias que seguí haciéndome en la punta del capullo, volvieron a provocarme una erección en toda regla.
Irene trató de abarcar con sus labios en esa posición, de lado, todo el perímetro de mi polla, pero sin llegar a lograrlo por completo. Intentó utilizar la lengua para impulsar su boca un poco más allá, sin conseguirlo. Entonces, manteniendo sus labios alrededor, cerró su boca entorno al tranco de mi polla, clavando sus dientes en ella. Por supuesto no cerró la boca por completo, ni hizo una fuerza exagerada. Aún así, noté perfectamente cómo sus dientes se clavaban en mi carne. Nuevamente tuve que ahogar un grito de dolor. A pesar de ello, no quería que me soltara. Me estaba volviendo loco ver mi polla emergiendo de entre sus labios y mi capullo hinchado y de un color casi morado aparecer y desaparecer entre sus dedos.
Decidí que Irene ya me había proporcionado mucho más placer del que podía esperar y que ahora era mi turno. Así, deslicé por su vientre la mano con la que acariciaba sus pechos, descendiendo hasta tocar sus shorts con los dedos. Introduje la mano bajo ellos y localicé la goma de sus braguitas. La levanté, facilitando el avance de mis dedos. Tenía la piel muy suave y mis dedos se deslizaban perfectamente. Noté su vello entre mis dedos. Era escaso y muy cortito, por lo que supuse que debía depilarse. Eso me gustaba y, además, me permitió avanzar sin problemas y localizar los labios de su vagina. Jugueteé con el vello un rato, rozando de vez en cuando sus labios. Ella ladeó un poco más las piernas, dejando su cadera casi mirando al techo, lo que ponía completamente a mi alcance su sexo.
Estaba claro que deseaba que lo acariciara, así que decidí no hacerla esperar más. Con el dedo corazón fui recorriendo sus labios de arriba abajo, introduciendo la yema entre ellos. Al separarlos levemente pude notar el calor que se desprendía desde dentro de su coño, que además estaba completamente húmedo. Era tal su excitación que la ligera presión que estaba realizando fue suficiente para que mi dedo entrara casi hasta la mitad, provocando que su cuerpo se estremeciera.
Comencé a alternar movimientos circulares con movimientos ascendentes y descendentes, disfrutando de aquel sexo tan húmedo y tan ardiente. La sensación en mis dedos era muy similar a la que su boca producía en mi polla mientras tanto. Finalmente, el movimiento circular me permitió abrir su coño lo suficiente como para localizar su clítoris en uno de los recorridos ascendentes. Por fin había logrado encontrar mi objetivo. Utilicé los dedos índice y anular para mantener sus labios separados mientras hundía el corazón en las profundidades de su coño, restregándolo contra las paredes para impregnarlo bien de sus jugos, que por cierto eran muy abundantes.
Cuando estuvo bien lubricado, dirigí el dedo hacia su clítoris. Comencé a impregnarlo bien de su propia humedad, acariciándolo con la yema del dedo. Noté cómo se tensaba con el contacto. Aparté la fina capa de piel que lo recubría y accedí a él directamente, sujetándolo en la punta de mi dedo. Empecé a moverlo como si lo lamiera con la lengua, rozándolo de abajo arriba, lentamente al principio y aumentando la velocidad poco a poco. De vez en cuando volvía a introducir el dedo por completo dentro de su coño, follándola con él y lubricándolo para seguir con mis caricias en su clítoris.
Irene comenzó a gemir y a mover sus caderas para aumentar el roce sobre su clítoris. Entonces decidí ir un poco más allá e introduje de nuevo el dedo por completo dentro de su coño, dejándolo allí metido. Empecé a girar la mano, moviéndola como una perforadora tratando de penetrar hasta lo más profundo de aquél coño tan húmedo y tan ardiente. A continuación retiré uno de los dedos que separaban sus labios y lo introduje junto con el otro, sin cesar en el movimiento. Cuando la estrechez de su coño se relajó lo suficiente como para que los dos dedos la penetraran con facilidad, retiré el tercer dedo y lo introduje también, uniéndolo a los otros dos en una forma semicircular. Continué así un rato, follándomela con esa polla improvisada con tres dedos, disfrutando con la sensación.
Contemplé la escena de nuevo: La boca de Irene continuaba engullendo mi polla y recorriéndola de arriba abajo, mientras sus dientes se cerraban sobre ella y su mano acariciaba mi capullo. Una de mis manos acariciaba su pelo con cariño y excitación y la otra desaparecía dentro de sus pantaloncitos, entre sus piernas, mientras los muslos de Irene la apretaban y su cuerpo se movía al compás de mis dedos, acompañando la follada. Traté de grabar aquella imagen en mi mente para no olvidarla nunca.
Finalmente, cuando noté cómo mis huevos se llenaban de nuevo y comenzaban a hincharse, saqué mi mano del coño de Irene y aparté su cabeza con ambas manos, subiéndola hasta acercar su cara a la mía. Dirigí mis labios hacia los suyos y la besé. Inmediatamente ella abrió la boca y sacó la lengua, que se introdujo en mi boca y comenzó a recorrerla con avidez. Nuestras lenguas se cruzaron e intercambiamos caricias y saliva. Recorrió la parte interior de mis dientes con la punta de su lengua y luego la cruzó de nuevo con la mía, enrollándose a ella.
Con una mano se sujetaba para mantenerse erguida y poder besarnos, y dirigió la otra de nuevo hasta mi polla, apresándola y pajeándola, esta vez con rapidez. Si seguía así un solo momento más iba a estallar, así que la agarré por los brazos y la aparté. Vi el deseo reflejado en sus ojos. La lengua asomaba entre sus labios entreabiertos, lamiéndolos lentamente. Era la viva imagen de la lujuria. Si quedaba alguna parte de mí que todavía la viera como una niña, despareció por completo en ese momento.
La giré, sentándola en el sofá, y me incorporé frente a ella. Mi polla seguía fuera de los pantalones, apuntando al cielo. Irene hizo ademán de abalanzarse sobre ella, abriendo la boca y echándose hacia adelante. Tuve que pararla de nuevo. Ahora me tocaba a mí darle placer a ella. Me arrodillé entre sus piernas y puse mis manos en su cintura. Fui subiendo hasta sus pechos, deslizando la camiseta a medida que avanzaba. Me entretuve un rato a la altura de sus pechos y los acaricié, manteniendo la camiseta levantada apoyándola en mis brazos, de manera que por primera vez pude contemplar sus pechos al desnudo. Eran preciosos: blancos, muy redondos, con una aureola pequeña y rosada, terminada en el centro en un pezón pequeño pero grueso. Magreé durante un rato aquella preciosidad de pechos y luego le saqué la camiseta por la cabeza.
Volví a centrarme en sus pechos. Dirigí mi boca hacia uno de ellos, rodeándolo con mis labios. Cubrí toda la aureola, ensalivándola bien y succionando con fuerza, mamando de aquél pezón tan apetitoso. Lo mordisqueé levemente con los dientes y pude notar cómo Irene se estremecía y soltaba un gemido. Lo dejé así, aprisionado, y comencé a succionar con fuerza, de manera que el pezón rozaba constantemente con mis dientes. Luego lo liberé y empecé a lamerlo, pasando toda la lengua por encima. Fui abriendo la boca, introduciéndome cada vez un poco más de pecho en ella, hasta que descubrí con fascinación que lograba meterlo todo dentro. Aquello que era imposible hacer con los pechos de Inés sí pude lograrlo con los de su hermana. Aunque no sin cierto esfuerzo, puesto que estos también eran bastante grandes.
Con su pecho completamente dentro de mi boca, me dediqué a desplazar mi lengua por toda su superficie, centrándome en el pezón y en el borde inferior, y sin dejar de succionar con fuerza y estrujar el otro con la mano. Fui alternando los lametones y las chupadas entre ambos pechos, mordiendo y succionando los dos pezones mientras estrujaba las tetas entre mis dedos.
Cuando consideré que había disfrutado suficiente de sus pechos fui bajando la cabeza por su vientre recorriéndolo con la punta de la lengua y jugueteando con su ombligo hasta llegar a sus pantaloncitos. Se los bajé hasta las rodillas junto con las braguitas, y de allí los deslicé hacia abajo hasta terminar de quitárselos y dejarla completamente desnuda frente a mí. Contemplé su cuerpo durante un rato. Desde luego, aquél no era en absoluto el cuerpo de una niña. Lo que tenía frente a mí era una mujer preciosa.
Separé de nuevo sus piernas apoyando mis manos en sus rodillas y volví a meterme entre ellas. Acerqué mi cabeza a su entrepierna mientras la miraba a los ojos y deslizaba mis manos hacia arriba por sus muslos. Ella mantenía los ojos clavados en mí mientras se mordía el labio. Apoyó sus manos en mis brazos, acariciándolos, y subiendo hasta mis hombros. Cuando estuve lo bastante cerca, pude oler perfectamente su coño. Era un olor increíble. Muy apetitoso y sensual. Sus labios estaban abiertos, pidiéndome a gritos que los lamiera. Así que dirigí mi boca hacia ellos. Los besé con suavidad varias veces, con besos largos y suaves, mientras mis manos descendían de sus muslos y se colocaban junto a la abertura de su sexo, abriéndolo.
Irene colocó sus manos en mi cabeza, acariciándome a la altura de la nuca y enredando sus dedos en mi pelo. Era delicioso. Me centré de nuevo en lo que estaba haciendo y saqué la lengua. La coloqué entre los labios de su coño y comencé a lamerlo lentamente, de abajo a arriba. En cada pasada introducía la lengua un poco más en su interior. Notaba el sabor de sus jugos en mi boca mientras su olor penetraba en mi nariz. Finalmente logré meter la lengua por completo y cesé en mi movimiento, cambiándolo por uno de penetración cuando empecé a follármela con la lengua. La metía lo más profundo que podía, pegando mi boca a su coño y sacando la lengua al máximo, para posteriormente recogerla volviéndola a introducir en mi boca. De ese modo podía saborear perfectamente el sabor de sus jugos.
Estuve así un rato, penetrándola con la lengua y disfrutando del movimiento acompasado de sus caderas a compás de mi lengua. Luego retiré mi lengua y busqué con ella su clítoris, hasta encontrarlo. Jugueteé un poco con él con la punta, llenándolo de saliva y disfrutando de su dureza. Luego acerqué mis labios a él y lo apresé entre ambos, comenzando a succionarlo mientras lo acariciaba con la lengua. Irene no paraba de gemir y jadear, apretando mi cabeza contra su coño y moviendo las caderas para restregármelo por la boca. Era delicioso.
Segui así un buen rato, con su pequeño clítoris erecto dentro de mi boca, chupándolo y succionando hasta que, de repente, Irene lanzó un grito. Apretó con fuerza mi cabeza contra su coño y echó el cuerpo hacia delante. Noté cómo se tensaba todo su cuerpo mientras ella jadeaba y gritaba, agitando la cabeza. Agarré sus muslos con las manos por la parte trasera para hundir aún más mi cara en su coño. Casi no podía respirar, pero era delicioso. Seguía manteniendo su clítoris en mi boca, apresado entre mis labios, y succionándolo de forma continua mientras lo lamía con avidez.
Irene comenzó a agitar las caderas hacia delante y hacia atrás salvajemente, como si se follara mi boca, mientras me agarraba los lados de la cabeza con las manos. No paraba de gritar y de agitarse. "Sí, sí, sííííííí" repetía una y otra vez.
Finalmente su cuerpo se relajó. Se echó contra el sofá y soltó mi cabeza, dejando caer sus manos a los lados de sus piernas abiertas. Yo mantuve agarrados sus muslos, aunque con menos fuerza. Saqué mi lengua de su coño tras propinarle unos cuantos lametones más a sus labios abiertos de par en par. Posteriormente los besé con suavidad y finalmente retiré la cabeza. Me incorporé lentamente, apoyando las manos junto a las de Irene, y subiendo hacia su cara manteniendo mi cabeza muy cerca de su cuerpo y mis ojos clavados en los suyos. Estaba envuelta en sudor y jadeaba sin respiración. Finalmente nos besamos.
Gracias, Marcos, muchas gracias.
Gracias a ti, Irene, de verdad. Eres increíble. Pero esto aún no ha acabado, mi amor. Quiero proporcionarte todo el placer que me sea posible.
Te quiero, Marcos.
Schhh. Calla, no digas eso.
Pero es verdad.
Eso da igual, sabes que no es posible. Y, aunque lo fuera, tú te mereces algo más. Mucho más.
Pero yo no quiero nada más, Marcos, yo te quiero a ti.
Y me tienes, pequeña. Al menos ahora, soy todo tuyo.
Volvimos a besarnos. Ambos sabíamos que aquél sería nuestro primer y último encuentro y por eso queríamos disfrutarlo al máximo. Fue un beso dulce, tierno, cargado de cariño y de pasión. Estuvimos un rato besándonos, manteniendo pegados nuestros labios y entremezcladas nuestras lenguas, intercambiando aliento y saliva, disfrutando cada uno de la proximidad del otro. Esto nos permitió a ambos recuperar un poco el aliento, especialmente a Irene.
Cuando comprobé que su respiración se volvía menos agitada y que parecía haberse recuperado del orgasmo anterior, apoyé su cabeza sobre mi mano y con la otra la fui inclinando con suavidad hasta que su cabeza quedó recostada en el sofá. Mantuve mi mano bajo su cabeza y con la otra le acaricié la cara, apartando de ella un mechón de su cabello. Estaba preciosa. Me sonreía con aquella sonrisa amplia y plagada de dientes blancos que cada vez me parecía más hermosa y excitante.
Deslicé mi mano hasta su cuello, la pasé entre sus pechos, seguí hasta su vientre plano y ligeramente musculoso y finalmente agarré sus muslos. Le alcé las piernas para recostarla por completo encima del sofá y subí la mano lentamente por la cara interior de su muslo hasta alcanzar su entrepierna. La agarré con toda la mano, sintiendo su calor y su humedad, y moviendo mis dedos para acariciar su vello. Ella lanzó un gemido y sus caderas se sacudieron. Estiró un brazo y agarró mi polla con la mano, que seguía sobresaliendo de mis bermudas. Me levanté para quitarme la ropa. Irene continuó acariciando mi polla mientras me sacaba el polo por la cabeza. Tuvo que soltarla cuando me agaché para quitarme los pantalones y los calzoncillos, aunque en seguida volvió a agarrarla y acariciarla cuando me reincorporé.
Una vez desnudo me quedé unos instantes de pie, mirándola, contemplando su cuerpo desnudo tendido frente a mí. Era un cuerpo muy bonito. Menudo, pero muy bien formado. Sus pechos grandes y redondos se mantenían firmes pese a estar tumbada. Su vientre liso y suave estaba rematado por un ombligo pequeño y poco profundo. Sus piernas, largas a pesar de su escasa estatura, aparecían tersas y perfectamente torneadas ante mí. Su sexo estaba recubierto de un ligero vello rizado, corto y escaso, perfectamente recortado en forma de triángulo rodeando sus labios vaginales. Ella también me miraba. Con una mano seguía acariciando mi polla, mientras la otra se aferraba a uno de mis muslos y lo estrujaba, deslizándose por él.
Separé sus piernas y observé su entrepierna. Sus labios estaban entreabiertos, mostrando un coño pequeño y rosado. Estaba húmedo y brillante. Dirigí allí mi mano, restregando el dedo corazón por entre los labios. Luego llevé el dedo a sus labios y ella lo introdujo en su boca, lamiéndolo y chupándolo, cogiéndome la muñeca con la mano que antes aferraba mi muslo. Yo estaba súper excitado y decidí que era momento de avanzar un poco más, así que solté su mano de mi polla con suavidad y saqué el dedo de su boca.
Acomodé mis rodillas entre sus piernas abiertas y apoyé las manos a ambos lados de su cabeza. La diferencia de altura hacía que su cara quedase unos centímetros por debajo de la mía, por lo que tuve que agachar un poco la cabeza para poder mirarla a los ojos. Así, manteniendo su mirada, apoyé mi polla contra su coño, colocando todo el tronco entre sus labios. Empecé a restregarla en esa posición contra su coño, humedeciéndola y lubricándola. Irene empezó a gemir. Me miraba mientras su boca se entreabría y su lengua se apoyaba en el paladar, cerca de la parte interior de los blancos dientes de su mandíbula superior. Agarró mi culo con sus manos, abrió aún más las piernas, que ahora flotaban en el aire a ambos lados de mis caderas, y empezó a moverse acompasadamente para aumentar el roce.
En aquella postura me era imposible besarla, algo que me apetecía enormemente. Supongo que ella tenía la misma necesidad, imposibilitada por el mismo problema. Lo que hizo fue echar la cabeza hacia delante y comenzar a besarme el pecho. Lo fue recorriendo con sus labios y su lengua, jugueteando con mi escaso vello rizado, hasta alcanzar uno de mis pezones. Lo lamió y lo mordió con fuerza, manteniéndolo apretado entre los dientes mientras la punta de su lengua lo lamía sin parar. De vez en cuando succionaba con aspiraciones fuertes y prolongadas. Era delicioso.
El roce de mi polla contra sus labios era increíble. Mi polla no paraba de soltar líquidos, indicándome que estaba lista para algo más. Así que levanté un poco la cintura, apoyando esta vez mi capullo contra sus labios, depositándolo entre ellos. Comencé a echarme hacia atrás, de manera que mi capullo descendía entre sus labios buscando la apertura de su coño, aquel coño rosado y estrecho que tanto deseaba penetrar en esos momentos.
Tuve que retroceder bastante hasta que finalmente mi capullo quedó ubicado frente a su objetivo. En ese momento nuestras caras se emparejaron. Volví a besarla, esta vez con deseo y desesperación, la que me producía no haber podido besarla antes, y el saber que en cuanto la penetrara sus labios volverían a quedar fuera del alcance de los míos. Ella me agarró del pelo y me besó con la misma ansiedad. Inmediatamente volvió a colocar las manos en mi culo y presionó. Quería que la penetrara.
Separé mis labios de los suyos y levanté mi cuerpo, apoyándome en las manos. Me eché un poco hacia delante para que mi capullo avanzara y se internara en el coño de Irene. Miré hacia abajo para observar cómo desaparecía la punta en su interior. Estaba hinchado, casi morado, y palpitaba. A medida que se fue introduciendo en aquél orificio, una sensación de calor y humedad fue envolviéndolo. Empecé un movimiento de vaivén para irla penetrando poco a poco, con suavidad, con embestidas lentas. Con cada empujón avanzaba sólo un poquito, separando las paredes de su coño y dilatándolo para abrir el camino al siguiente avance. Después me echaba hacia atrás, retrocediendo hasta casi sacar la polla por completo de su coño. El roce de mi capullo contra sus labios, la sensación de penetración y el masaje que sus pareces ejercían sobre el tronco de mi polla me enloquecían. Por eso seguí haciéndolo lentamente, para disfrutar de cada instante y de cada milímetro ganado.
Cada vez que mi polla comenzaba una nueva internada, Irene echaba la cabeza hacia atrás y jadeaba, arqueándose y clavando con fuerza sus dedos en mi culo. Finalmente noté cómo en un último empujón mi polla había penetrado por completo en su interior. La dejé allí metida unos instantes, presionando mi cadera contra la suya. Mis huevos estaban apoyados contra su culo y nuestro vello púbico se entrelazaba. Empecé a mover las caderas de forma circular, en movimientos lentos y cortos, aumentando el roce y tratando de dilatar un poco más aquél orificio tan estrecho. El placer era increíble, así como la sensación de estar dentro de aquél cuerpo joven cuya hermosura acababa de descubrir.
Irene puso sus manos en mis caderas y me empujó levemente hacia atrás. Comprendí que quería que la follara. Así que cesé en mis movimientos y me apoyé fuertemente sobre mis manos y mis rodillas. Eché el cuerpo hacia atrás para retirar mi polla casi por completo. Cuando noté que el capullo estaba prácticamente fuera me abalancé sobre Irene, clavándosela hasta el fondo de un empujón, lento pero con fuerza. Repetí la operación una y otra vez, aumentando con cada embestida la velocidad y la fuerza de la penetración, aunque retirándome siempre con lentitud, disfrutando de las caricias que su coño realizaba en mi polla.
Irene había comenzado a jadear con fuerza. El sudor volvía a empapar su cuerpo y el mío también. Mis embestidas eran ahora brutales. Mis huevos chocaban con violencia contra su culo, produciendo un chasquido seco mezclado con el chapoteo que producía mi polla al entrar en ese coño tan húmedo, chorreante de jugos. Los jadeos de Irene se habían transformado en gemidos y gritos. Su cabeza estaba echada hacia atrás, sus pechos se bamboleaban con fuerza, sus dedos se clavaban en mi espalda, a la altura de los omóplatos. Aquello era delicioso. Irene apretaba su cadera contra la mía. Sus manos iban de mis hombros a mi culo y a mis muslos, alternándose, estrujándome y apretándome contra ella. Sus gritos eran cada vez más fuertes. Su cuerpo se convulsionaba bajo el mío. Era una locura, el sexo más agresivo, increíble y placentero que había tenido en toda mi vida. Estaba fascinado.
Cuando noté cómo mis huevos se hinchaban y mi polla se tensaba hice acopio de toda mi fuerza de voluntad y salí de aquél coño. Irene me miró sin comprender. Rápidamente me senté en el sofá con las piernas cerradas. Mi polla saltaba en el aire apuntando al techo. Parecía a punto de explotar y estaba húmeda y llena de jugos viscosos. Irene se incorporó y la cogía por la cintura, sentándola encima de mí. Ella me agarró la polla con la mano y apuntó hacia la entrada de su coño. Apoyó allí mi capullo, me agarró los hombros, me miró a la cara con deseo y se dejó caer de golpe, empalándose hasta el fondo.
Soltó un grito de placer y se quedó unos segundos así, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Luego empezó a moverse hacia arriba y hacia abajo, cada vez más rápido. Sus pechos saltaban delante de mí hacia arriba y hacia abajo, en movimientos casi circulares. La agarré por la cintura y tiré de ella, ayudándole a realizar sus movimientos y aumentando el recorrido de los mismos. Cuando mi capullo comenzaba a asomar fuera de su coño, la lanzaba hacia abajo, aumentando la fuerza de su propia embestida, y levantaba mi cadera proyectando mi polla hacia arriba. Ella lanzaba un grito desgarrador cada vez que la penetraba y me pedía que siguiera, que lo hiciera más rápido.
Soltó una de sus manos de mi hombro y se la llevó a la cabeza, cogiéndose el pelo a la altura de la nuca, mientras movía la cabeza bruscamente de lado a lado. Al cabo de un rato hizo lo mismo con la otra mano. Aquello me enloquecía. Se echó hacia atrás, quedando sus pechos erguidos delante de mí. Me abalancé sobre ellos, sin cesar en mis embestidas ni ella en las suyas. Los lamí y los besé con deseo. Mordí sus pezones y la base de los senos. Lamí el valle entre ambos. Recorrí su cuello con mi lengua y mis labios. El sabor ácido del sudor invadía mi boca y los gritos de Irene llenaban mis oídos. De nuevo volvía a estar al límite de mi resistencia. Los espasmos continuos recorrían el cuerpo de Irene, que seguía con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, acariciando su pelo y proyectando su cabeza de un lado a otro.
Estaba decidido a terminar así, viéndola gozar, abrazándola y mordiendo su cuello y sus hombros, clavándosela hasta el fondo mientras mi semen inundaba su interior. Pero esta vez fue ella quien se levantó. Se dio la vuelta y se volvió a sentar encima de mí, aunque esta vez dándome la espalda. Se ajustó el pelo, echando atrás su melena. Cogió mis manos y las llevó a sus pechos, que inmediatamente comencé a apretar y estrujar.
Agarró de nuevo mi polla y la proyectó en su coño. Puso sus manos en mis rodillas y echó el cuerpo ligeramente hacia delante. En esa postura reanudó sus movimientos de penetración. El roce ahora era máximo. Mi polla era forzada a una postura en la que la penetración era un poco más difícil, aumentando el contacto y la sensación de abrirse paso en una cueva demasiado estrecha para aquél miembro tan ancho. Las embestidas de Irene eran algo más lentas. Dejaba que mi capullo saliera casi por completo, rozando así su clítoris. La oía suspirar de placer. Seguí acariciando sus pechos y pellizcando sus pezones. Acerqué la cabeza a su nuca, besándola. Mordí sus hombros. Le agarré una oreja con los dientes y lamí el lóbulo. Besé el lateral de su cuello. Ella seguía gimiendo. Su piel se puso de gallina ante mis caricias. El sabor de su sudor me parecía delicioso.
Súbitamente se echó hacia atrás, apoyando su espalda en mi pecho, y agarró mi cabeza con las manos. Inmediatamente la abracé y la estreché entre mis brazos. Ella no se movía, así que continué yo con la penetración, moviendo las caderas para penetrarla al máximo. El pelo de Irene se metía en mi cara y en mi boca. Yo besaba su cabeza sin parar, mordiendo su cabello. Bajé una de mis manos por su vientre, hasta su coño, y acaricié su vello. Posé un dedo en el clítoris, notando cómo rozaba contra mi polla. Empecé a acariciarlo con la yema del dedo. Irene gemía y gritaba sin cesar, agarrándome con fuerza del pelo y tirando de él. Su cintura se movía adelante y atrás entre espasmos. Soltó una de sus manos de mi pelo y agarró mis huevos con fuerza, clavándome las uñas. Los estrujó con violencia, como tratando de ordeñarlos. Mis embestidas provocaban que sus uñas se clavaran aún más. A pesar del dolor, el pacer era también indescriptible. Ella continuó agarrándolos y clavando sus uñas, tirando de ellos y estrujándolos con los dedos.
Debíamos llevar un buen rato ya con aquella follada descomunal, porque empecé a notar el cansancio. Mis embestidas perdieron algo de intensidad, así como la presión de mis manos en sus pechos. Irene debió darse cuenta y se levantó. Agarró mi polla con la mano, se agachó y la engulló con avidez. Comenzó a chuparla rápidamente, lamiéndola y acariciando con su mano la parte que iba quedando fuera.
Su cabeza se movía con rapidez, arriba y abajo, girando levemente. Sus manos agarraban mi polla y masajeaban mis huevos. Las dirigió hacia arriba, por mi barriga, hasta alcanzar mi pecho. Mantuvo mi polla en su boca mientras succionaba con fuerza, recorriéndola con la lengua, a la vez que acariciaba mi pecho y pellizcaba mis pezones.
Sus labios ahora cubrían mi capullo. El recorrido de su cabeza se redujo para lamer sólo esa parte de mi polla, que a aquellas alturas estaba híper sensible. Sus labios rozaban la base gruesa y carnosa del extremo de mi polla, cerrándose a su alrededor, enloqueciéndome y proporcionándome un placer sublime.
Le pedí que parara. No podía más y quería correrme dentro de ella. Quería llenarla con mi semen. Terminar en su interior. Sentir una vez más el placer de poseerla.
Ella se levantó y me tumbó en el sofá. Se sentó encima de mí y apoyó sus manos en mi pecho. Buscó mi polla con su culo. Cuando mi capullo rozó su ano, lo agarré con una mano y lo dirigí hacia su coño. Ella se incorporó y se lanzó contra mí con fuerza. Dirigió una mano hacia mi polla y la cogió con fuerza con la base, rodeándola con dos dedos. Con los otros acariciaba mis huevos y rozaba la abertura de mi ano. La cogí por la cintura y empezó a cabalgarme. Deslicé mis manos por todo su cuerpo, acariciándolo, disfrutando de su firmeza y su suavidad. El sudor lo impregnaba por completo. Acaricié su cuello, sus hombros, sus pechos, el vientre, los muslos. Quería recordar aquél momento y aquél cuerpo para siempre, así que lo hice con lentitud, memorizando cada pliegue de su piel. Ella me contemplaba mientras lo hacía. Mantenía una mano en mi polla y la otra se apoyaba en mi pecho, acariciándome con los dedos.
Finalmente, volví a sentir cómo mis huevos se hinchaban. Unas sacudidas enormes comenzaron a invadirlos. Irene lo notó claramente, puesto que seguía acariciándolos. Apoyó ambas manos en mi pecho y se echó hacia delante, acercando su cara a la mía y mirándome fijamente a los ojos. Yo agarré sus caderas y empecé a follarla con más fuerza y rapidez. Era un ritmo frenético. Mis caderas se proyectaban hacia arriba con fuerza. El ruido que producían al chocar con las de Irene era ensordecedor. Ella tenía la boca abierta y jadeaba a cada embestida. Mis huevos seguían hinchándose. Un cosquilleo de placer recorrió toda mi polla, mientras un escalofrío recorría mi espalda.
Fijé los ojos en los de Irene y lancé su cuerpo hacia abajo. Apoyé los pies sobre el sofá y levanté mis caderas. En esa postura, mi polla quedaba clavada por completo dentro de Irene, que estaba casi a cuatro patas. Su cara frente a la mía. Sus pechos colgando junto a mi cuello. Cuando sentí cómo la primera oleada de semen ascendía por mi polla eché aún más mi cuerpo hacia arriba. Apreté con fuerza la cadera de Irene, clavándole los dedos. Cerré los ojos y me abandoné a un placer indescriptible. Los espasmos invadían mi cuerpo mientras el semen brotaba a chorros por mi capullo, que se hinchaba bombeando. Un grito subió por mi garganta y escapó por mi boca, largo, fuerte, cargado de placer.
Cuando mis huevos quedaron secos mi cuerpo se relajó. Bajé las piernas y me recosté contra el asiento del sofá. Irene relajó también su cuerpo y apoyó su pecho contra el mío, pero sin sacar mi polla de su interior. Nos abrazamos. Ella mantenía su cabeza contra mi cuello. Yo apoye mi barbilla en su pelo mientras la acariciaba y la besaba. Mi polla fue perdiendo parte de su dureza y la presión que su coño ejercía sobre ella fue disminuyendo.
Irene levantó la cabeza y me besó con dulzura en los labios, mientras me sonreía.
No quieres que te lo diga, pero te quiero.
Y volvió a dejar caer su cabeza en mi pecho, acariciándolo con las manos.
Permanecimos así un largo rato, descansando, disfrutando, acariciándonos. Recordé que una vez un amigo me dijo que, según él, estaba seguro de que el sexo podía ser bueno con unas mujeres y muy bueno con otras, pero que siempre había una especial, una con la que el sexo sería siempre increíble. Según él, cada polla tiene su coño. Si eso es así, desde luego yo acababa de encontrar el mío. Lamentablemente, era un coño que nunca volvería a probar.
...En esa posición yo podía verlo claramente y me encantaba.
Al recostarse de lado, sus pechos quedaron mucho más visibles y libres, puesto que ya no se apretaban contra mis muslos ni el sofá. Así que pude acariciarlos con mayor comodidad. Introduje la mano bajo los tirantes de la camiseta y los agarré sin el estorbo de la tela. Eran tremendamente suaves e increíblemente duros. Los estrujé y acaricié fascinado, deleitándome con la erección de sus pezones que pellizcaba con los dedos.
Irene siguió acariciando mi polla un rato, hasta que debió darse por vencida en su intento por extraer algo más de líquido de su interior. Entonces volvió a recostar la cabeza en mi regazo, de lado, y acercó la polla a sus labios. Rodeó el tronco con ellos más o menos a la mitad de su longitud, y noté cómo su lengua jugueteaba de nuevo con las venas, ahora ya algo menos hinchadas que antes. Su mano estaba ahora rodeando el capullo y lo estrujaba y acariciaba lentamente. La visión era maravillosa. El pacer seguía siendo increíble, así que centré mis esfuerzos en tratar de corresponderle con mis caricias en sus pechos y sus pezones.
De repente noté una sensación extraña en la polla. Comprendí que era Irene, que la había atrapado entre sus dientes mordisqueándola con suavidad. Movió la cabeza, ladeándola, de manera que el roce de sus dientes se deslizaba arriba y abajo por toda mi polla. De vez en cuando abría un poco la boca, evitando el roce de los dientes, y utilizaba la lengua para suavizar y lubricar la superficie, volviendo inmediatamente a repetir la ligera presión de los dientes. Esto, unido a las caricias que seguí haciéndome en la punta del capullo, volvieron a provocarme una erección en toda regla.
Irene trató de abarcar con sus labios en esa posición, de lado, todo el perímetro de mi polla, pero sin llegar a lograrlo por completo. Intentó utilizar la lengua para impulsar su boca un poco más allá, sin conseguirlo. Entonces, manteniendo sus labios alrededor, cerró su boca entorno al tranco de mi polla, clavando sus dientes en ella. Por supuesto no cerró la boca por completo, ni hizo una fuerza exagerada. Aún así, noté perfectamente cómo sus dientes se clavaban en mi carne. Nuevamente tuve que ahogar un grito de dolor. A pesar de ello, no quería que me soltara. Me estaba volviendo loco ver mi polla emergiendo de entre sus labios y mi capullo hinchado y de un color casi morado aparecer y desaparecer entre sus dedos.
Decidí que Irene ya me había proporcionado mucho más placer del que podía esperar y que ahora era mi turno. Así, deslicé por su vientre la mano con la que acariciaba sus pechos, descendiendo hasta tocar sus shorts con los dedos. Introduje la mano bajo ellos y localicé la goma de sus braguitas. La levanté, facilitando el avance de mis dedos. Tenía la piel muy suave y mis dedos se deslizaban perfectamente. Noté su vello entre mis dedos. Era escaso y muy cortito, por lo que supuse que debía depilarse. Eso me gustaba y, además, me permitió avanzar sin problemas y localizar los labios de su vagina. Jugueteé con el vello un rato, rozando de vez en cuando sus labios. Ella ladeó un poco más las piernas, dejando su cadera casi mirando al techo, lo que ponía completamente a mi alcance su sexo.
Estaba claro que deseaba que lo acariciara, así que decidí no hacerla esperar más. Con el dedo corazón fui recorriendo sus labios de arriba abajo, introduciendo la yema entre ellos. Al separarlos levemente pude notar el calor que se desprendía desde dentro de su coño, que además estaba completamente húmedo. Era tal su excitación que la ligera presión que estaba realizando fue suficiente para que mi dedo entrara casi hasta la mitad, provocando que su cuerpo se estremeciera.
Comencé a alternar movimientos circulares con movimientos ascendentes y descendentes, disfrutando de aquel sexo tan húmedo y tan ardiente. La sensación en mis dedos era muy similar a la que su boca producía en mi polla mientras tanto. Finalmente, el movimiento circular me permitió abrir su coño lo suficiente como para localizar su clítoris en uno de los recorridos ascendentes. Por fin había logrado encontrar mi objetivo. Utilicé los dedos índice y anular para mantener sus labios separados mientras hundía el corazón en las profundidades de su coño, restregándolo contra las paredes para impregnarlo bien de sus jugos, que por cierto eran muy abundantes.
Cuando estuvo bien lubricado, dirigí el dedo hacia su clítoris. Comencé a impregnarlo bien de su propia humedad, acariciándolo con la yema del dedo. Noté cómo se tensaba con el contacto. Aparté la fina capa de piel que lo recubría y accedí a él directamente, sujetándolo en la punta de mi dedo. Empecé a moverlo como si lo lamiera con la lengua, rozándolo de abajo arriba, lentamente al principio y aumentando la velocidad poco a poco. De vez en cuando volvía a introducir el dedo por completo dentro de su coño, follándola con él y lubricándolo para seguir con mis caricias en su clítoris.
Irene comenzó a gemir y a mover sus caderas para aumentar el roce sobre su clítoris. Entonces decidí ir un poco más allá e introduje de nuevo el dedo por completo dentro de su coño, dejándolo allí metido. Empecé a girar la mano, moviéndola como una perforadora tratando de penetrar hasta lo más profundo de aquél coño tan húmedo y tan ardiente. A continuación retiré uno de los dedos que separaban sus labios y lo introduje junto con el otro, sin cesar en el movimiento. Cuando la estrechez de su coño se relajó lo suficiente como para que los dos dedos la penetraran con facilidad, retiré el tercer dedo y lo introduje también, uniéndolo a los otros dos en una forma semicircular. Continué así un rato, follándomela con esa polla improvisada con tres dedos, disfrutando con la sensación.
Contemplé la escena de nuevo: La boca de Irene continuaba engullendo mi polla y recorriéndola de arriba abajo, mientras sus dientes se cerraban sobre ella y su mano acariciaba mi capullo. Una de mis manos acariciaba su pelo con cariño y excitación y la otra desaparecía dentro de sus pantaloncitos, entre sus piernas, mientras los muslos de Irene la apretaban y su cuerpo se movía al compás de mis dedos, acompañando la follada. Traté de grabar aquella imagen en mi mente para no olvidarla nunca.
Finalmente, cuando noté cómo mis huevos se llenaban de nuevo y comenzaban a hincharse, saqué mi mano del coño de Irene y aparté su cabeza con ambas manos, subiéndola hasta acercar su cara a la mía. Dirigí mis labios hacia los suyos y la besé. Inmediatamente ella abrió la boca y sacó la lengua, que se introdujo en mi boca y comenzó a recorrerla con avidez. Nuestras lenguas se cruzaron e intercambiamos caricias y saliva. Recorrió la parte interior de mis dientes con la punta de su lengua y luego la cruzó de nuevo con la mía, enrollándose a ella.
Con una mano se sujetaba para mantenerse erguida y poder besarnos, y dirigió la otra de nuevo hasta mi polla, apresándola y pajeándola, esta vez con rapidez. Si seguía así un solo momento más iba a estallar, así que la agarré por los brazos y la aparté. Vi el deseo reflejado en sus ojos. La lengua asomaba entre sus labios entreabiertos, lamiéndolos lentamente. Era la viva imagen de la lujuria. Si quedaba alguna parte de mí que todavía la viera como una niña, despareció por completo en ese momento.
La giré, sentándola en el sofá, y me incorporé frente a ella. Mi polla seguía fuera de los pantalones, apuntando al cielo. Irene hizo ademán de abalanzarse sobre ella, abriendo la boca y echándose hacia adelante. Tuve que pararla de nuevo. Ahora me tocaba a mí darle placer a ella. Me arrodillé entre sus piernas y puse mis manos en su cintura. Fui subiendo hasta sus pechos, deslizando la camiseta a medida que avanzaba. Me entretuve un rato a la altura de sus pechos y los acaricié, manteniendo la camiseta levantada apoyándola en mis brazos, de manera que por primera vez pude contemplar sus pechos al desnudo. Eran preciosos: blancos, muy redondos, con una aureola pequeña y rosada, terminada en el centro en un pezón pequeño pero grueso. Magreé durante un rato aquella preciosidad de pechos y luego le saqué la camiseta por la cabeza.
Volví a centrarme en sus pechos. Dirigí mi boca hacia uno de ellos, rodeándolo con mis labios. Cubrí toda la aureola, ensalivándola bien y succionando con fuerza, mamando de aquél pezón tan apetitoso. Lo mordisqueé levemente con los dientes y pude notar cómo Irene se estremecía y soltaba un gemido. Lo dejé así, aprisionado, y comencé a succionar con fuerza, de manera que el pezón rozaba constantemente con mis dientes. Luego lo liberé y empecé a lamerlo, pasando toda la lengua por encima. Fui abriendo la boca, introduciéndome cada vez un poco más de pecho en ella, hasta que descubrí con fascinación que lograba meterlo todo dentro. Aquello que era imposible hacer con los pechos de Inés sí pude lograrlo con los de su hermana. Aunque no sin cierto esfuerzo, puesto que estos también eran bastante grandes.
Con su pecho completamente dentro de mi boca, me dediqué a desplazar mi lengua por toda su superficie, centrándome en el pezón y en el borde inferior, y sin dejar de succionar con fuerza y estrujar el otro con la mano. Fui alternando los lametones y las chupadas entre ambos pechos, mordiendo y succionando los dos pezones mientras estrujaba las tetas entre mis dedos.
Cuando consideré que había disfrutado suficiente de sus pechos fui bajando la cabeza por su vientre recorriéndolo con la punta de la lengua y jugueteando con su ombligo hasta llegar a sus pantaloncitos. Se los bajé hasta las rodillas junto con las braguitas, y de allí los deslicé hacia abajo hasta terminar de quitárselos y dejarla completamente desnuda frente a mí. Contemplé su cuerpo durante un rato. Desde luego, aquél no era en absoluto el cuerpo de una niña. Lo que tenía frente a mí era una mujer preciosa.
Separé de nuevo sus piernas apoyando mis manos en sus rodillas y volví a meterme entre ellas. Acerqué mi cabeza a su entrepierna mientras la miraba a los ojos y deslizaba mis manos hacia arriba por sus muslos. Ella mantenía los ojos clavados en mí mientras se mordía el labio. Apoyó sus manos en mis brazos, acariciándolos, y subiendo hasta mis hombros. Cuando estuve lo bastante cerca, pude oler perfectamente su coño. Era un olor increíble. Muy apetitoso y sensual. Sus labios estaban abiertos, pidiéndome a gritos que los lamiera. Así que dirigí mi boca hacia ellos. Los besé con suavidad varias veces, con besos largos y suaves, mientras mis manos descendían de sus muslos y se colocaban junto a la abertura de su sexo, abriéndolo.
Irene colocó sus manos en mi cabeza, acariciándome a la altura de la nuca y enredando sus dedos en mi pelo. Era delicioso. Me centré de nuevo en lo que estaba haciendo y saqué la lengua. La coloqué entre los labios de su coño y comencé a lamerlo lentamente, de abajo a arriba. En cada pasada introducía la lengua un poco más en su interior. Notaba el sabor de sus jugos en mi boca mientras su olor penetraba en mi nariz. Finalmente logré meter la lengua por completo y cesé en mi movimiento, cambiándolo por uno de penetración cuando empecé a follármela con la lengua. La metía lo más profundo que podía, pegando mi boca a su coño y sacando la lengua al máximo, para posteriormente recogerla volviéndola a introducir en mi boca. De ese modo podía saborear perfectamente el sabor de sus jugos.
Estuve así un rato, penetrándola con la lengua y disfrutando del movimiento acompasado de sus caderas a compás de mi lengua. Luego retiré mi lengua y busqué con ella su clítoris, hasta encontrarlo. Jugueteé un poco con él con la punta, llenándolo de saliva y disfrutando de su dureza. Luego acerqué mis labios a él y lo apresé entre ambos, comenzando a succionarlo mientras lo acariciaba con la lengua. Irene no paraba de gemir y jadear, apretando mi cabeza contra su coño y moviendo las caderas para restregármelo por la boca. Era delicioso.
Segui así un buen rato, con su pequeño clítoris erecto dentro de mi boca, chupándolo y succionando hasta que, de repente, Irene lanzó un grito. Apretó con fuerza mi cabeza contra su coño y echó el cuerpo hacia delante. Noté cómo se tensaba todo su cuerpo mientras ella jadeaba y gritaba, agitando la cabeza. Agarré sus muslos con las manos por la parte trasera para hundir aún más mi cara en su coño. Casi no podía respirar, pero era delicioso. Seguía manteniendo su clítoris en mi boca, apresado entre mis labios, y succionándolo de forma continua mientras lo lamía con avidez.
Irene comenzó a agitar las caderas hacia delante y hacia atrás salvajemente, como si se follara mi boca, mientras me agarraba los lados de la cabeza con las manos. No paraba de gritar y de agitarse. "Sí, sí, sííííííí" repetía una y otra vez.
Finalmente su cuerpo se relajó. Se echó contra el sofá y soltó mi cabeza, dejando caer sus manos a los lados de sus piernas abiertas. Yo mantuve agarrados sus muslos, aunque con menos fuerza. Saqué mi lengua de su coño tras propinarle unos cuantos lametones más a sus labios abiertos de par en par. Posteriormente los besé con suavidad y finalmente retiré la cabeza. Me incorporé lentamente, apoyando las manos junto a las de Irene, y subiendo hacia su cara manteniendo mi cabeza muy cerca de su cuerpo y mis ojos clavados en los suyos. Estaba envuelta en sudor y jadeaba sin respiración. Finalmente nos besamos.
Gracias, Marcos, muchas gracias.
Gracias a ti, Irene, de verdad. Eres increíble. Pero esto aún no ha acabado, mi amor. Quiero proporcionarte todo el placer que me sea posible.
Te quiero, Marcos.
Schhh. Calla, no digas eso.
Pero es verdad.
Eso da igual, sabes que no es posible. Y, aunque lo fuera, tú te mereces algo más. Mucho más.
Pero yo no quiero nada más, Marcos, yo te quiero a ti.
Y me tienes, pequeña. Al menos ahora, soy todo tuyo.
Volvimos a besarnos. Ambos sabíamos que aquél sería nuestro primer y último encuentro y por eso queríamos disfrutarlo al máximo. Fue un beso dulce, tierno, cargado de cariño y de pasión. Estuvimos un rato besándonos, manteniendo pegados nuestros labios y entremezcladas nuestras lenguas, intercambiando aliento y saliva, disfrutando cada uno de la proximidad del otro. Esto nos permitió a ambos recuperar un poco el aliento, especialmente a Irene.
Cuando comprobé que su respiración se volvía menos agitada y que parecía haberse recuperado del orgasmo anterior, apoyé su cabeza sobre mi mano y con la otra la fui inclinando con suavidad hasta que su cabeza quedó recostada en el sofá. Mantuve mi mano bajo su cabeza y con la otra le acaricié la cara, apartando de ella un mechón de su cabello. Estaba preciosa. Me sonreía con aquella sonrisa amplia y plagada de dientes blancos que cada vez me parecía más hermosa y excitante.
Deslicé mi mano hasta su cuello, la pasé entre sus pechos, seguí hasta su vientre plano y ligeramente musculoso y finalmente agarré sus muslos. Le alcé las piernas para recostarla por completo encima del sofá y subí la mano lentamente por la cara interior de su muslo hasta alcanzar su entrepierna. La agarré con toda la mano, sintiendo su calor y su humedad, y moviendo mis dedos para acariciar su vello. Ella lanzó un gemido y sus caderas se sacudieron. Estiró un brazo y agarró mi polla con la mano, que seguía sobresaliendo de mis bermudas. Me levanté para quitarme la ropa. Irene continuó acariciando mi polla mientras me sacaba el polo por la cabeza. Tuvo que soltarla cuando me agaché para quitarme los pantalones y los calzoncillos, aunque en seguida volvió a agarrarla y acariciarla cuando me reincorporé.
Una vez desnudo me quedé unos instantes de pie, mirándola, contemplando su cuerpo desnudo tendido frente a mí. Era un cuerpo muy bonito. Menudo, pero muy bien formado. Sus pechos grandes y redondos se mantenían firmes pese a estar tumbada. Su vientre liso y suave estaba rematado por un ombligo pequeño y poco profundo. Sus piernas, largas a pesar de su escasa estatura, aparecían tersas y perfectamente torneadas ante mí. Su sexo estaba recubierto de un ligero vello rizado, corto y escaso, perfectamente recortado en forma de triángulo rodeando sus labios vaginales. Ella también me miraba. Con una mano seguía acariciando mi polla, mientras la otra se aferraba a uno de mis muslos y lo estrujaba, deslizándose por él.
Separé sus piernas y observé su entrepierna. Sus labios estaban entreabiertos, mostrando un coño pequeño y rosado. Estaba húmedo y brillante. Dirigí allí mi mano, restregando el dedo corazón por entre los labios. Luego llevé el dedo a sus labios y ella lo introdujo en su boca, lamiéndolo y chupándolo, cogiéndome la muñeca con la mano que antes aferraba mi muslo. Yo estaba súper excitado y decidí que era momento de avanzar un poco más, así que solté su mano de mi polla con suavidad y saqué el dedo de su boca.
Acomodé mis rodillas entre sus piernas abiertas y apoyé las manos a ambos lados de su cabeza. La diferencia de altura hacía que su cara quedase unos centímetros por debajo de la mía, por lo que tuve que agachar un poco la cabeza para poder mirarla a los ojos. Así, manteniendo su mirada, apoyé mi polla contra su coño, colocando todo el tronco entre sus labios. Empecé a restregarla en esa posición contra su coño, humedeciéndola y lubricándola. Irene empezó a gemir. Me miraba mientras su boca se entreabría y su lengua se apoyaba en el paladar, cerca de la parte interior de los blancos dientes de su mandíbula superior. Agarró mi culo con sus manos, abrió aún más las piernas, que ahora flotaban en el aire a ambos lados de mis caderas, y empezó a moverse acompasadamente para aumentar el roce.
En aquella postura me era imposible besarla, algo que me apetecía enormemente. Supongo que ella tenía la misma necesidad, imposibilitada por el mismo problema. Lo que hizo fue echar la cabeza hacia delante y comenzar a besarme el pecho. Lo fue recorriendo con sus labios y su lengua, jugueteando con mi escaso vello rizado, hasta alcanzar uno de mis pezones. Lo lamió y lo mordió con fuerza, manteniéndolo apretado entre los dientes mientras la punta de su lengua lo lamía sin parar. De vez en cuando succionaba con aspiraciones fuertes y prolongadas. Era delicioso.
El roce de mi polla contra sus labios era increíble. Mi polla no paraba de soltar líquidos, indicándome que estaba lista para algo más. Así que levanté un poco la cintura, apoyando esta vez mi capullo contra sus labios, depositándolo entre ellos. Comencé a echarme hacia atrás, de manera que mi capullo descendía entre sus labios buscando la apertura de su coño, aquel coño rosado y estrecho que tanto deseaba penetrar en esos momentos.
Tuve que retroceder bastante hasta que finalmente mi capullo quedó ubicado frente a su objetivo. En ese momento nuestras caras se emparejaron. Volví a besarla, esta vez con deseo y desesperación, la que me producía no haber podido besarla antes, y el saber que en cuanto la penetrara sus labios volverían a quedar fuera del alcance de los míos. Ella me agarró del pelo y me besó con la misma ansiedad. Inmediatamente volvió a colocar las manos en mi culo y presionó. Quería que la penetrara.
Separé mis labios de los suyos y levanté mi cuerpo, apoyándome en las manos. Me eché un poco hacia delante para que mi capullo avanzara y se internara en el coño de Irene. Miré hacia abajo para observar cómo desaparecía la punta en su interior. Estaba hinchado, casi morado, y palpitaba. A medida que se fue introduciendo en aquél orificio, una sensación de calor y humedad fue envolviéndolo. Empecé un movimiento de vaivén para irla penetrando poco a poco, con suavidad, con embestidas lentas. Con cada empujón avanzaba sólo un poquito, separando las paredes de su coño y dilatándolo para abrir el camino al siguiente avance. Después me echaba hacia atrás, retrocediendo hasta casi sacar la polla por completo de su coño. El roce de mi capullo contra sus labios, la sensación de penetración y el masaje que sus pareces ejercían sobre el tronco de mi polla me enloquecían. Por eso seguí haciéndolo lentamente, para disfrutar de cada instante y de cada milímetro ganado.
Cada vez que mi polla comenzaba una nueva internada, Irene echaba la cabeza hacia atrás y jadeaba, arqueándose y clavando con fuerza sus dedos en mi culo. Finalmente noté cómo en un último empujón mi polla había penetrado por completo en su interior. La dejé allí metida unos instantes, presionando mi cadera contra la suya. Mis huevos estaban apoyados contra su culo y nuestro vello púbico se entrelazaba. Empecé a mover las caderas de forma circular, en movimientos lentos y cortos, aumentando el roce y tratando de dilatar un poco más aquél orificio tan estrecho. El placer era increíble, así como la sensación de estar dentro de aquél cuerpo joven cuya hermosura acababa de descubrir.
Irene puso sus manos en mis caderas y me empujó levemente hacia atrás. Comprendí que quería que la follara. Así que cesé en mis movimientos y me apoyé fuertemente sobre mis manos y mis rodillas. Eché el cuerpo hacia atrás para retirar mi polla casi por completo. Cuando noté que el capullo estaba prácticamente fuera me abalancé sobre Irene, clavándosela hasta el fondo de un empujón, lento pero con fuerza. Repetí la operación una y otra vez, aumentando con cada embestida la velocidad y la fuerza de la penetración, aunque retirándome siempre con lentitud, disfrutando de las caricias que su coño realizaba en mi polla.
Irene había comenzado a jadear con fuerza. El sudor volvía a empapar su cuerpo y el mío también. Mis embestidas eran ahora brutales. Mis huevos chocaban con violencia contra su culo, produciendo un chasquido seco mezclado con el chapoteo que producía mi polla al entrar en ese coño tan húmedo, chorreante de jugos. Los jadeos de Irene se habían transformado en gemidos y gritos. Su cabeza estaba echada hacia atrás, sus pechos se bamboleaban con fuerza, sus dedos se clavaban en mi espalda, a la altura de los omóplatos. Aquello era delicioso. Irene apretaba su cadera contra la mía. Sus manos iban de mis hombros a mi culo y a mis muslos, alternándose, estrujándome y apretándome contra ella. Sus gritos eran cada vez más fuertes. Su cuerpo se convulsionaba bajo el mío. Era una locura, el sexo más agresivo, increíble y placentero que había tenido en toda mi vida. Estaba fascinado.
Cuando noté cómo mis huevos se hinchaban y mi polla se tensaba hice acopio de toda mi fuerza de voluntad y salí de aquél coño. Irene me miró sin comprender. Rápidamente me senté en el sofá con las piernas cerradas. Mi polla saltaba en el aire apuntando al techo. Parecía a punto de explotar y estaba húmeda y llena de jugos viscosos. Irene se incorporó y la cogía por la cintura, sentándola encima de mí. Ella me agarró la polla con la mano y apuntó hacia la entrada de su coño. Apoyó allí mi capullo, me agarró los hombros, me miró a la cara con deseo y se dejó caer de golpe, empalándose hasta el fondo.
Soltó un grito de placer y se quedó unos segundos así, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Luego empezó a moverse hacia arriba y hacia abajo, cada vez más rápido. Sus pechos saltaban delante de mí hacia arriba y hacia abajo, en movimientos casi circulares. La agarré por la cintura y tiré de ella, ayudándole a realizar sus movimientos y aumentando el recorrido de los mismos. Cuando mi capullo comenzaba a asomar fuera de su coño, la lanzaba hacia abajo, aumentando la fuerza de su propia embestida, y levantaba mi cadera proyectando mi polla hacia arriba. Ella lanzaba un grito desgarrador cada vez que la penetraba y me pedía que siguiera, que lo hiciera más rápido.
Soltó una de sus manos de mi hombro y se la llevó a la cabeza, cogiéndose el pelo a la altura de la nuca, mientras movía la cabeza bruscamente de lado a lado. Al cabo de un rato hizo lo mismo con la otra mano. Aquello me enloquecía. Se echó hacia atrás, quedando sus pechos erguidos delante de mí. Me abalancé sobre ellos, sin cesar en mis embestidas ni ella en las suyas. Los lamí y los besé con deseo. Mordí sus pezones y la base de los senos. Lamí el valle entre ambos. Recorrí su cuello con mi lengua y mis labios. El sabor ácido del sudor invadía mi boca y los gritos de Irene llenaban mis oídos. De nuevo volvía a estar al límite de mi resistencia. Los espasmos continuos recorrían el cuerpo de Irene, que seguía con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, acariciando su pelo y proyectando su cabeza de un lado a otro.
Estaba decidido a terminar así, viéndola gozar, abrazándola y mordiendo su cuello y sus hombros, clavándosela hasta el fondo mientras mi semen inundaba su interior. Pero esta vez fue ella quien se levantó. Se dio la vuelta y se volvió a sentar encima de mí, aunque esta vez dándome la espalda. Se ajustó el pelo, echando atrás su melena. Cogió mis manos y las llevó a sus pechos, que inmediatamente comencé a apretar y estrujar.
Agarró de nuevo mi polla y la proyectó en su coño. Puso sus manos en mis rodillas y echó el cuerpo ligeramente hacia delante. En esa postura reanudó sus movimientos de penetración. El roce ahora era máximo. Mi polla era forzada a una postura en la que la penetración era un poco más difícil, aumentando el contacto y la sensación de abrirse paso en una cueva demasiado estrecha para aquél miembro tan ancho. Las embestidas de Irene eran algo más lentas. Dejaba que mi capullo saliera casi por completo, rozando así su clítoris. La oía suspirar de placer. Seguí acariciando sus pechos y pellizcando sus pezones. Acerqué la cabeza a su nuca, besándola. Mordí sus hombros. Le agarré una oreja con los dientes y lamí el lóbulo. Besé el lateral de su cuello. Ella seguía gimiendo. Su piel se puso de gallina ante mis caricias. El sabor de su sudor me parecía delicioso.
Súbitamente se echó hacia atrás, apoyando su espalda en mi pecho, y agarró mi cabeza con las manos. Inmediatamente la abracé y la estreché entre mis brazos. Ella no se movía, así que continué yo con la penetración, moviendo las caderas para penetrarla al máximo. El pelo de Irene se metía en mi cara y en mi boca. Yo besaba su cabeza sin parar, mordiendo su cabello. Bajé una de mis manos por su vientre, hasta su coño, y acaricié su vello. Posé un dedo en el clítoris, notando cómo rozaba contra mi polla. Empecé a acariciarlo con la yema del dedo. Irene gemía y gritaba sin cesar, agarrándome con fuerza del pelo y tirando de él. Su cintura se movía adelante y atrás entre espasmos. Soltó una de sus manos de mi pelo y agarró mis huevos con fuerza, clavándome las uñas. Los estrujó con violencia, como tratando de ordeñarlos. Mis embestidas provocaban que sus uñas se clavaran aún más. A pesar del dolor, el pacer era también indescriptible. Ella continuó agarrándolos y clavando sus uñas, tirando de ellos y estrujándolos con los dedos.
Debíamos llevar un buen rato ya con aquella follada descomunal, porque empecé a notar el cansancio. Mis embestidas perdieron algo de intensidad, así como la presión de mis manos en sus pechos. Irene debió darse cuenta y se levantó. Agarró mi polla con la mano, se agachó y la engulló con avidez. Comenzó a chuparla rápidamente, lamiéndola y acariciando con su mano la parte que iba quedando fuera.
Su cabeza se movía con rapidez, arriba y abajo, girando levemente. Sus manos agarraban mi polla y masajeaban mis huevos. Las dirigió hacia arriba, por mi barriga, hasta alcanzar mi pecho. Mantuvo mi polla en su boca mientras succionaba con fuerza, recorriéndola con la lengua, a la vez que acariciaba mi pecho y pellizcaba mis pezones.
Sus labios ahora cubrían mi capullo. El recorrido de su cabeza se redujo para lamer sólo esa parte de mi polla, que a aquellas alturas estaba híper sensible. Sus labios rozaban la base gruesa y carnosa del extremo de mi polla, cerrándose a su alrededor, enloqueciéndome y proporcionándome un placer sublime.
Le pedí que parara. No podía más y quería correrme dentro de ella. Quería llenarla con mi semen. Terminar en su interior. Sentir una vez más el placer de poseerla.
Ella se levantó y me tumbó en el sofá. Se sentó encima de mí y apoyó sus manos en mi pecho. Buscó mi polla con su culo. Cuando mi capullo rozó su ano, lo agarré con una mano y lo dirigí hacia su coño. Ella se incorporó y se lanzó contra mí con fuerza. Dirigió una mano hacia mi polla y la cogió con fuerza con la base, rodeándola con dos dedos. Con los otros acariciaba mis huevos y rozaba la abertura de mi ano. La cogí por la cintura y empezó a cabalgarme. Deslicé mis manos por todo su cuerpo, acariciándolo, disfrutando de su firmeza y su suavidad. El sudor lo impregnaba por completo. Acaricié su cuello, sus hombros, sus pechos, el vientre, los muslos. Quería recordar aquél momento y aquél cuerpo para siempre, así que lo hice con lentitud, memorizando cada pliegue de su piel. Ella me contemplaba mientras lo hacía. Mantenía una mano en mi polla y la otra se apoyaba en mi pecho, acariciándome con los dedos.
Finalmente, volví a sentir cómo mis huevos se hinchaban. Unas sacudidas enormes comenzaron a invadirlos. Irene lo notó claramente, puesto que seguía acariciándolos. Apoyó ambas manos en mi pecho y se echó hacia delante, acercando su cara a la mía y mirándome fijamente a los ojos. Yo agarré sus caderas y empecé a follarla con más fuerza y rapidez. Era un ritmo frenético. Mis caderas se proyectaban hacia arriba con fuerza. El ruido que producían al chocar con las de Irene era ensordecedor. Ella tenía la boca abierta y jadeaba a cada embestida. Mis huevos seguían hinchándose. Un cosquilleo de placer recorrió toda mi polla, mientras un escalofrío recorría mi espalda.
Fijé los ojos en los de Irene y lancé su cuerpo hacia abajo. Apoyé los pies sobre el sofá y levanté mis caderas. En esa postura, mi polla quedaba clavada por completo dentro de Irene, que estaba casi a cuatro patas. Su cara frente a la mía. Sus pechos colgando junto a mi cuello. Cuando sentí cómo la primera oleada de semen ascendía por mi polla eché aún más mi cuerpo hacia arriba. Apreté con fuerza la cadera de Irene, clavándole los dedos. Cerré los ojos y me abandoné a un placer indescriptible. Los espasmos invadían mi cuerpo mientras el semen brotaba a chorros por mi capullo, que se hinchaba bombeando. Un grito subió por mi garganta y escapó por mi boca, largo, fuerte, cargado de placer.
Cuando mis huevos quedaron secos mi cuerpo se relajó. Bajé las piernas y me recosté contra el asiento del sofá. Irene relajó también su cuerpo y apoyó su pecho contra el mío, pero sin sacar mi polla de su interior. Nos abrazamos. Ella mantenía su cabeza contra mi cuello. Yo apoye mi barbilla en su pelo mientras la acariciaba y la besaba. Mi polla fue perdiendo parte de su dureza y la presión que su coño ejercía sobre ella fue disminuyendo.
Irene levantó la cabeza y me besó con dulzura en los labios, mientras me sonreía.
No quieres que te lo diga, pero te quiero.
Y volvió a dejar caer su cabeza en mi pecho, acariciándolo con las manos.
Permanecimos así un largo rato, descansando, disfrutando, acariciándonos. Recordé que una vez un amigo me dijo que, según él, estaba seguro de que el sexo podía ser bueno con unas mujeres y muy bueno con otras, pero que siempre había una especial, una con la que el sexo sería siempre increíble. Según él, cada polla tiene su coño. Si eso es así, desde luego yo acababa de encontrar el mío. Lamentablemente, era un coño que nunca volvería a probar.
1 comentarios - Mi cuñadita Irene 2