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Mi cuñadita Irene

Hola. Me llamo Marcos. Tengo 42 años. Salgo desde hace 8 con Inés, una mujer maravillosa con la que espero casarme algún día y formar una familia. Sí, ya sé que soy un poco mayor, pero ella tiene 34 y aún podríamos tener un par de críos. Pero primero tendremos que pasar por el altar, ya que aunque llevamos muchos años viviendo juntos, su familia tiene profundas creencias religiosas y no verían con buenos ojos que tuviéramos hijos sin estar casados. Bastante les costó ya aceptar el hecho de que vivamos juntos sin haber contraído matrimonio.
Aunque yo soy de fuera, Inés es de Madrid, donde vivimos actualmente y donde vive también su familia. Es por esto que solemos frecuentar mucho la casa de sus padres, ya que tanto ella como yo tenemos una relación muy estrecha con ellos. Con sus padres vive Irene, la hermana pequeña de Inés. Acaba de cumplir 21 años, por lo que la conozco desde que tenía 13. Es la niña mimada de la familia, ya que tanto sus padres como Inés la adoran. Nació cuando ya nadie lo esperaba y en su familia la ven como una bendición. Una especie de regalo divino. Y como tal la tratan.
A pesar de todo, Irene es una chica increíble. Es muy alegre y muy divertida, además de tener una mente brillante y ser sorprendentemente responsable para su edad. Tiene un punto de inocencia propio de sus 21 añitos que la hace parecer aún más tierna y adorable. Con todos los mimos y las atenciones que ha recibido, lo más fácil hubiera sido que se volviese una cría rebelde e insoportable, pero no fue así y realmente es una cría adorable. Estoy seguro de que algún día hará muy feliz al hombre que sepa merecérsela.
Mi cuñadita Irene

La historia que voy a relatar sucedió hará cosa de un mes, aunque yo lo recuerdo como si fuera ayer. Era sábado e Inés y yo habíamos ido a casa de sus padres a pasar el día, como tantas otras veces. Era junio y ya comenzaba a hacer calor, por lo que yo llevaba puestas unas bermudas, un polo y unas sandalias. Inés y su madre eran un calco la una de la otra, incluso en la forma de vestir. Ambas eran altas y delgadas, de pelo moreno largo y ondulado, nariz prominente, bocas grandes, pechos exageradamente abultados para su delgadez y culos diminutos, casi inexistentes. Llevaban sendos vestidos de verano, de falda larga y holgados, nada ajustados. Les sentaban realmente bien, ya que su altura y su delgadez les proporcionaban un tipo muy bonito.
A mí Inés me parecía una mujer tremendamente atractiva, y se notaba que su madre lo había sido también. Incluso mantenía buena parte de ese atractivo, a pesar de su edad. Durante la comida no pude evitar dirigir alguna que otra mirada al generoso escote de su vestido de verano, comprobando fascinado que su abultado busto se mantenía firme y erguido de forma natural, puesto que no llevaba sujetador.
Me encantó pensar que el de Inés seguramente seguiría también así de firme con el paso de los años. Adoro acariciar esos pechos tan enormes y tan duros. Me gusta pellizcar sus diminutos pezones y ver cómo se endurecen con el contacto. Hacía ya tiempo que había desistido de tratar de introducirme uno de sus pechos por completo en la boca y ahora simplemente me limito a cubrir su aureola y una buena parte del seno con mis labios, mientras jugueteo con su pezón usando la lengua y los dientes. Adoro estrechar el cerco de mis labios ciñéndolos a su pezón y succionarlo con fuerza mientras lo atrapo entre mis dientes. Aquel roce parece volverla loca, porque siempre comienza a gemir y jadear, y me agarra el pelo con las dos manos mientras su cuerpo se retuerce.
Después de estar un rato lamiendo sus pezones, alternando uno cada vez, siempre me gusta agarrar sus pechos con las manos y estrujarlos entre mis dedos. Me gusta también estrujar uno contra otro, viendo cómo se abultan aún más, y juntando los dos pezones lo suficiente como para poder metérmelos a la vez en la boca. En esa misma posición suelo recorrer el surco que queda entre ambos pechos con la punta de mi lengua, suavemente y con lentitud, introduciendo la puntita de la lengua en esa estrechez. Jugueteo con la base de los pechos, lamiéndolos como un perrito, de abajo hacia arriba, hasta llegar a la aureola y rozar el pezón. Realmente es maravilloso jugar con esos pechos tan grandes y tan redondos.
La imagen de los pechos de Inés y de mis jugueteos con ellos me vino a la mente mientras contemplaba el escote de su madre con todo el disimulo del que era capaz. Cuando se inclinaba sobre el plato, la holgura del vestido se ampliaba, separándose aún más de su cuerpo y ampliando mi campo de visión. Esto me permitió comprobar que sus pechos eran, efectivamente, tan hermosos como los de Inés. Los tenía grandes y redondos, y la aureola parecía ser también diminuta, puesto que a pesar de quedar a la vista una gran parte del pecho no lograba verla. Tenía la piel ligeramente morena, ya que hacía poco que habían abierto las piscinas y a ella le encantaba bajar a tomar el sol. Lo hacía en bikini, por lo que pude notar la marca del sujetador. La blancura de sus pechos contrastaba con el moreno de los hombros. Eso era algo que me enloquecía. Inés siempre quería tomar el sol en top less y yo siempre me negaba. Pero no por pudor, vergüenza o celos. Todo lo contrario: tenía unos pechos increíbles y era lógico que los enseñara. Incluso me producía cierta excitación pensar que el resto de hombres la podría estar contemplando, e incluso alguno de ellos se masturbaría al llegar a casa pensando en esos pechos. La verdadera razón por la que no me gustaba que hiciera top less era porque quería que se marcara bien el sujetador, que se observara perfectamente el contraste de los pechos blancos sobre la piel morena.
Supongo que, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo, debió notarse que estaba mirando los pechos de la madre de mi novia y la excitación que aquello me producía, porque de repente Inés, que estaba sentada delante de mí, me dio una patada por debajo de la mesa. Al mirarla me hizo un gesto de desaprobación con la cabeza y no tuve más remedio que bajar la cabeza avergonzado y centrar mi mirada en el plato durante el resto de la comida.
Al terminar de comer, los padres de Inés se fueron a la cocina. Mientras su madre metía en el lavavajillas los platos de la comida, su padre preparaba el café. Esto nos dio unos minutos para estar a solas. Minutos que Inés aprovechó para sentarse a mi lado y sacar el tema del pequeño incidente de la comida:
Bueno, ¿y tú qué? Ya te vale, ¿no? Mirarle las tetas a mi madre de una forma tan descarada…
¿Y qué querías que hiciera? No pude evitarlo. Es que son casi tan bonitas como las tuyas. Y me sorprendió mucho que a su edad aún estén tan firmes. Me ensimismé mirándolas y pensando que las tuyas serían así de bonitas, o incluso más, cuando tengas su edad.
¿Es que piensas estar conmigo cuando tenga su edad para verlas?
Pues claro, mi amor. Si tú quieres, claro.
Por supuesto que quiero, tonto. Y espero que te gusten tanto mis tetas como las suyas.
Eso ni lo dudes. Y seguiré chupándolas y lamiéndolas como hasta ahora. Sabes que me encanta lamer tus pechos.
Y a mí me encanta que lo hagas. Fíjate, me pongo tonta sólo de pensarlo.
Me cogió la mano y la acercó a uno de sus pechos. Ella tampoco llevaba sujetador, ya que hacía demasiado calor y además nunca lo había necesitado y, viendo a su madre, quizás nunca lo necesitaría. En seguida noté la dureza de su pequeño pezón en la palma de mi mano y comencé a moverla en círculos, de manera que rozase el pezón con la tela del vestido. Y de paso podía recorrer su enorme pecho, estrujándolo con los dedos, clavándoselos ligeramente para mezclar el placer del roce en el pezón con el ligero dolor de la yema de mis dedos clavándose en su piel.
Clavé mis ojos en los suyos para observar cómo se iluminaban por la excitación. Entreabrió los labios, lanzando un suspiro, y se los humedeció con la punta de la lengua. Llevé mi mano libre al otro pecho, repitiendo el mismo movimiento que estaba realizando en el otro. Mientras, Inés seguía sujetando mi mano, apretándola firmemente contra su pecho. De pronto noté un roce en mi pantalón. Era la mano libre de Inés, que se deslizaba por mi muslo hacia arriba, en busca de mi entrepierna. Cuando alcanzó mi pene, éste ya presentaba una gran excitación. Aún así, el contacto con su mano, larga, delgada, de dedos huesudos, la aumentó mucho más. Posó su mano sobre mi polla, abarcándola con su mano desde la punta hasta la base, aplastándola ligeramente contra mi muslo. La apretaba y la soltaba intermitentemente, provocando el roce contra mi piel y el pantalón. Mi polla temblaba y ardía de excitación.
Continuamos así, acariciándonos el uno al otro durante un rato, hasta que oímos un ruido en la puerta. Era la hermana pequeña de Inés, Irene. Apareció en el marco de la puerta en el preciso instante en que Inés y yo dábamos un respingo, sobresaltados, y soltábamos nuestras manos cesando en las caricias mutuas. No sabía si nos habría llegado a ver, aunque esperaba que no. Irene era como una hermana pequeña para mí y me daba un poco de vergüenza que nos viera así. Inés trató de recobrar la compostura y se dirigió a su hermana, tratando de desviar la atención:
Irene, ¿pero qué haces tú aquí? ¿No comías fuera con tus amigos?
Sí, pero se han ido todos a sus casas para echar una siesta antes de salir por ahí esta noche. Así que yo he hecho lo mismo.
Desde luego, -dije yo- vaya juventud. Parece que nazcáis cansados. A vuestra edad yo me pasaba todo el fin de semana fuera de casa, sin necesidad de echar ninguna siesta.
Hablas como si hiciera una eternidad de eso.
Es que es así. Hace ya muchos años que dejé de hacer esas locuras.
Ya, claro. Pero ahora harás otras, ¿no?
Ja ja. Claro, ahora hago las que mi cuerpo y mi edad me permiten.
Sí, bueno, tu cuerpo, tu edad y mi hermana, querrás decir.
Ahí le has dado, hermanita, ahí le has dado. Que ya sabes cómo son los hombres. Hay que atarles en corto o se te rebelan. Que son todos unos golfos.
Pero qué dices, mujer. Tendrás tú queja. Si el tuyo es un encanto. Ojala pudiera encontrar yo un hombre como él.
¿Ah sí, eso crees? Pues mira, lo mismo te lo regalo. Que hoy mismo, sin ir más lejos, se ha portado un poco mal. Hace solo un ratito. ¿Te puedes creer lo que ha hecho?
Bueno, bueno –intervine- tampoco creo que deba saberlo todo. Bastante le has contado ya.
¿No me digas que ahora te avergüenzas, cariño?
Hombre, es que me da un poco de apuro que se lo cuentes a tu hermana. Que para mí es como si fuera mi propia hermana pequeña.
¡Eh, no tan pequeña! Que ya tengo 21 años. Podría incluso beber alcohol en Estados Unidos, si quisiera.
Bueno, ya sabes a qué me refiero.
Sí, ya lo sé. Pero ahora me pica la curiosidad. Cuenta, hermanita, cuenta, ¿qué fue lo que hizo?
Inés me miró con ojos maliciosos. Por un momento pensé que se lo contaría. Y realmente me daba mucha vergüenza que se enterase de que había estado fantaseando con los pechos de su madre delante de ella, de Inés y de su padre. Con Inés tenía una confianza tan grande que nos permitía bromear con aquellas cosas, e incluso reírnos de ello. Pero con Irene era distinto. Yo seguía viéndola como una chiquilla y me resultaba incómodo hablar de sexo delante de ella, aunque fuese de refilón, como en este caso. Finalmente, Inés se apiadó de mí y decidió no contárselo.
Es igual lo que hiciese, era una tontería. El caso es que estábamos viendo cómo me iba a compensar justo cuando tú llegaste.
Vaya, pues perdón si interrumpí algo, aunque supongo que sabéis que mamá y papá están en la cocina.
Claro que sí. ¿Qué te crees que hacíamos? Sólo estábamos hablando. Negociábamos las condiciones de su penitencia.
Ya, claro. Bueno, pues yo me voy a mi cuarto a dormir y así podéis seguir negociando. Chao.
Nos quedamos mirándola mientras desaparecía en el distribuidor que daba a las habitaciones, para asegurarnos de que se encerraba en su cuarto. Iba vestida con unos pantaloncitos blancos cortos y ajustados, unas zapatillas y una camiseta blanca de tirantes. A pesar de que mi cariño por Irene era casi fraternal, centré un poco mi atención en los detalles de su cuerpo mientras andaba hacia su habitación contoneándose de manera cómica y exagerada, girándose para saludar justo antes de entrar en su habitación y cerrar la puerta. Supongo que fue la excitación por las caricias de Inés lo que me hizo verla por un momento como una mujer en lugar de cómo a una niña.
incesto
El caso es que comprobé que físicamente no se parecía a Inés y su madre. Irene era más bajita que ellas y menos delgada. Tenía también el pelo largo y moreno, aunque en su caso era prácticamente liso. Su boca era grande, como la de Inés, aunque sus labios eran mucho más amplios y carnosos. Tenía unos dientes grandes y muy blancos, lo que le proporcionaba, junto con su amplia boca, una sonrisa cálida y encantadora. La nariz era pequeña, en armonía con sus ojos castaños y el resto de su cuerpo. Sus pechos eran grandes, aunque algo menores que los de Inés y su madre, pero también perfectamente redondos. Su culo, en cambio, era perfecto. Así como Inés y su madre no tenían a penas culo, Irene lo tenía redondo y respingón, y de un tamaño más que aceptable, aunque también en perfecta armonía con el resto de su cuerpo. Realmente era una chiquilla preciosa con un cuerpo duro, ligeramente musculoso y muy bien formado.
cunada

En cuanto Irene entró en su habitación, Inés llevó sus manos a mi cara, girándome la cabeza para que la mirase y preguntándome:
Bueno, ¿por dónde íbamos?
Pero justo en ese momento entraron sus padres con el café. Mientras lo tomábamos, la madre de Inés comentó que tenían una boda el fin de semana siguiente y que tenía que comprarse un vestido. Lo había ido dejando pero ya no podía esperar más. Así que le pidió a Inés que la acompañara esa tarde a ver tiendas. Ella, lógicamente, aceptó, con lo que mi "penitencia" tendría que posponerse hasta que volvieran. Así que mi calentura tendría que esperar un poco más de lo previsto para aliviarse.
Me invitaron a ir con ellas, aunque la perspectiva de pasarme toda la tarde recorriendo las tiendas del centro, cargando con las bolsas y dando una opinión que no sería tenida en cuenta sobre cómo le quedaban a su madre el vestido o los zapatos, no me atraía mucho. Así que decidí quedarme con el padre en casa y esperar a que volvieran. Nos sentamos en el sofá a ver la tele y nos despedimos de ellas prometiéndoles ser buenos y esperarlas pacientemente sin emborracharnos ni hacer "nada que no haríamos si estuvieran ellas". Pero, en cuanto salieron por la puerta, el padre se levantó y se dirigió a la puerta.
Bueno, chaval. No sé tú, pero yo no aguanto en casa toda la tarde. Me piro al bar a ver el fútbol. ¿Te vienes?
No, gracias, suegro. Creo que me quedaré en casa esperándolas, como les dijimos. No me apetece mucho tomar nada y tampoco me interesa mucho el partido.
Como quieras, calzonazos. Aunque más te vale espabilar un poco, o mi hija te va a tener tieso como una vela.
Era cierto que el partido no me interesaba demasiado. Pero realmente lo que no me apetecía era irme al bar con el padre de Inés.
En definitiva, de repente me encontré solo en el salón y con toda la tarde por delante para mí solito, pero sin saber qué hacer. Así que encendí la tele y puse el fútbol. Era un partido bastante aburrido, pero no echaban nada interesante tampoco en el resto de canales. Fui a la cocina y cogí una cerveza fresca y unas patatas, y me dispuse a aburrirme frente al televisor.
Inevitablemente, después de unos minutos de mirar la pantalla sin el más mínimo interés, mi cabeza dejó de pensar en el partido y empezó a centrarse en lo ocurrido en la comida. De nuevo volvió a mi mente la visión del escote de la madre de Inés, la redondez de sus pechos y la blancura de los mismos contrastada con su ligero bronceado. Cerré los ojos e imaginé sus pechos desnudos. Los visualicé frente a mí, a la altura de mi cara, grandes, redondos y duros. Imaginé mi boca cerrándose sobre ellos y mis manos estrujándolos, como me gustaba hacerle a Inés. No obstante, esa vez la cara que veía al mirar hacia arriba era la de su madre, y no la suya. Eso me excitaba. Imaginaba a Inés dándome patadas y haciéndome gestos con la cabeza mientras yo seguía disfrutando de los pechos de su madre.
Noté cómo la excitación volvía a apoderarse de mí. Mi polla iba creciendo en mis pantalones, así que dirigí mi mano hacia ella y comencé a acariciarla por encima, como lo había hecho antes Inés. Seguía con los ojos cerrados, imaginando cómo mordía, chupaba y succionaba aquellos enormes pechos.
Pero ahora Inés, en lugar de darme patadas, había puesto su mano en mi entrepierna y era ella quien me acariciaba la polla. Yo tenía mis manos en la cintura de su madre, agarrándola fuerte mientras hundía mi cabeza entre sus pechos, lamiendo y mordisqueando sin cesar. Ella me agarraba la cabeza, acariciando mi pelo y agarrándose a él sin dejar de gemir, mientras echaba su cuerpo hacia mí. Mientras, Inés había sacado mi polla fuera de los pantalones y la agarraba con fuerza con una mano, mientras con la otra acariciaba mi pecho bajo el polo, pellizcándome los pezones.
De repente oí un ruido y abrí los ojos. Al igual que en mi sueño, tenía la polla fuera, aunque era mi mano la que la agarraba con fuerza. Tardé unos segundos en reponerme y darme cuenta de la situación. En cuanto lo hice, guardé mi polla en los pantalones y traté de recomponerme. Me había olvidado por completo de Irene, que echaba la siesta en su habitación.
El ruido lo había hecho ella de camino al cuarto de baño, ya que al rato oí la cisterna y escuché cómo abría la puerta. Unos segundos más tarde aparecía en el salón y me preguntaba dónde estaba todo el mundo. Se lo conté mientras se sentaba a mi lado en el sofá.
¿Y te han dejado solito?
Pues sí, ya ves. Ninguno de los dos planes me entusiasmaba demasiado.
¿Y prefieres quedarte en casa solo? ¿No prefieres salir a dar una vuelta? Quién sabe, lo mismo ligas y todo.
No digas tonterías. Yo ya estoy muy mayor para ligar. Además, no estoy solo en casa, estoy contigo.
¿Y eso que quiere decir? ¿Qué entonces no necesitas salir de casa para ligar porque ya estoy yo aquí para que ligues conmigo?
Pero qué retorcida eres, jovencita. Es mucho más sencillo. Quiero decir que no voy a salir para darte la oportunidad de quedarte sola en casa toda la tarde y traerte a tu novio para hacer vete tú a saber qué cosas malas. Que yo ya soy perro viejo.
Ya ¿Y ahora quién es el retorcido? Si ni siquiera tengo novio.
¿Cómo que no? Pero si eres un bombón. Los chicos de tu edad deben ser todos gilipollas.
Pues sí que lo son, sí. Quizás debería pasar de ellos y buscarme alguien que me sepa apreciar mejor, como haces tú.
Bueno, es que me cuesta creer que ningún chico se interese por ti. A tu edad, los chicos buscan principalmente una cosa. Y te puedo asegurar que tú tienes todo lo que hay que tener, y como hay que tenerlo, para poder dárselo igual o mejor que cualquier otra chica.
Ja ja ja. Vaya, cualquiera diría que estás tratando de ligar conmigo.
No seas tonta. ¿Cómo iba a ligar con mi hermanita pequeña?
¿Así que es así como me ves?
Claro. Te conozco desde que eras una cría.
¿Y te sigo pareciendo una cría?
Bueno, sí, más o menos. ¿Cómo quieres que te vea si no?
Pues como lo que soy. Una mujer. ¿No ves que hace tiempo que mi cuerpo se transformó y dejó de ser el de una chiquilla? Deberías tú también de transformar tu imagen mental sobre mí.
Esas palabras hicieron que nuevamente la mirara como por primera vez, recorriendo su cuerpo con la mirada y olvidando que se trataba de la hermana pequeña de mi novia. Efectivamente, tenía cuerpo de mujer. Y una mujer preciosa, ciertamente. Estaba sentada junto a mí en el sofá, de lado y con las piernas encogidas sobre el asiento. Se había quitado las zapatillas, seguramente para echar la siesta. Tenía unos pies muy bonitos y llevaba las uñas pintadas, supongo que porque le gustaba llevar sandalias y en aquella época estaría empezando a usarlas. Con un brazo se sujetaba la cabeza, apoyando el codo sobre el respaldo del sofá, y con la otra mano se agarraba los tobillos. El pelo largo caía sobre la mano que tenía apoyada en su cara mientras ella ladeaba la cabeza y me sonreía con esa sonrisa amplia, reluciente y encantadora. Seguramente muchos chicos se habrían derretido ante aquella sonrisa.
Supongo que algo debió cambiar en mi mirada, porque ella se sonrió con picardía.
Así me gusta. Mírame bien. Me gusta que me miren. Me gusta que me mires tú. Dime, ¿qué es lo que más te gusta de mí?
¿Cómo dices?
Pues eso, que qué es lo que más te gusta de mí, ahora que por fin me estás mirando como a una chica y no como a una hermana pequeña.
Vaya, perdona, no pretendía.
No seas tonto, ya te he dicho que me encanta. Pero dime, en serio, ¿qué es lo que más te gusta?
No lo sé. Irene. Sinceramente, no sé qué decir.
Pues no sé. ¿Te gustan mis piernas, por ejemplo? Algunos chicos dicen que son demasiado gordas.
Pues puedes decirles de mi parte a esos chicos que no tienen ni idea de mujeres ni de lo que son unas piernas bonitas, porque las tuyas son preciosas. Y se ven muy firmes y muy suaves.
Y lo son. Mira, compruébalo.
No sabía qué hacer. No tenía muy claro si estaba jugando conmigo o iba en serio. Y, en caso de que fuera en serio, no sabía cómo reaccionar. Realmente Irene es una chica preciosa, pero es la hermana pequeña de mi novia. Así que extendí dos dedos y los posé en su pierna, bajo la rodilla, a la altura del gemelo.
Joder, Marcos, ¿así pretendes comprobar si son suaves o no? No tengas vergüenza, joder.
Extendí otro dedo más y deslicé los tres dedos tímidamente por la parte posterior del gemelo. Ella soltó un resoplido, agitó la cabeza y me agarró la mano por la muñeca, apretándola contra su pierna.
Así, coño, así. ¿Cómo vas a notar algo si no?
Extendí toda la mano y agarré su gemelo, acariciándolo suavemente de arriba abajo y estrujándolo con la yema de los dedos. Efectivamente, tal y como parecía, era duro y muy suave. Lo acaricié durante unos instantes y luego fui subiendo la mano hasta su rodilla, y de allí hasta el muslo, que acaricié y estrujé como había hecho con el gemelo.
Eso está mucho mejor. ¿Entonces te gusta?
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Mucho, Irene. Ya te dije que tienes unas piernas preciosas. Duras y muy suaves. Es muy agradable acariciarlas.
¿Agradable? Vaya, es una expresión un poco extraña. Me pregunto si será igual de "agradable" acariciar lo que tú tienes duro. Y me pregunto si también será suave.
Seguí su mirada hasta mi entrepierna y pude observar cómo se adivinaba un bulto, así que estaba claro a qué se refería con lo que yo tenía duro.
Pues no sé si será suave o no.
¿Ah, no? ¿Es que nunca la has tocado?
Sí, claro que sí. Pero nunca me he fijado en si es suave o no.
O sea que te masturbas.
Claro, como todos los tíos.
¿Y alguna vez te has masturbado pensando en mí?
No digas tonterías. Sería incapaz.
¿Y mi hermana? ¿Te ha masturbado ella alguna vez?
Sí, alguna vez. Pero oye, no sé si deberíamos hablar de esto. Me da un poco de apuro.
Ya veo. Entonces será mejor que lo dejemos. Ya le preguntaré a mi hermana.
¿Preguntarle a tu hermana? ¿El qué?
Si tu polla es suave o no.
Bueno, no creo que sea una buena idea que hables con tu hermana de mi polla, la verdad.
Pues entonces tú me dirás. Si tú no me sabes decir si tu polla es suave o no, y no quieres que se lo pregunte a ella, a ver cómo puedo saberlo.
Bueno, no veo por qué debería ser tan importante.
Por simple curiosidad. Ya sabes que las mujeres somos muy curiosas. Y las jovencitas aún más. Así que ahora ya no puedo quedarme con la duda y necesito saber si tu polla es suave o no.
Bueno, pues tú tranquila, que el próximo día que me haga una paja me fijaré y te lo diré.
Pero es que yo quiero saberlo ahora.
No pretenderás que me haga una paja ahora. Y menos aquí, delante de ti.
Bueno, si quieres yo puedo ayudarte. Así además lo compruebo personalmente. Que ya sabes tú que esto de las sensaciones es muy subjetivo, y lo que para uno es suave, para otro puede no serlo.
Mira, Irene, creo que esto está yendo demasiado lejos. No me siento cómodo hablando de esto contigo. Deberíamos dejar ya este jueguecito.
Yo no estoy jugando, Marcos. Realmente me muero de curiosidad por acariciar tu polla.
En ese instante dirigió a mi pierna la mano con la que se sujetaba los tobillos, agarrando mi muslo. Aprovechó mi desconcierto, que me impedía reaccionar, para acariciar la parte interior de mi muslo que quedaba visible fuera de las bermudas. Fue subiendo hacia mi entrepierna, recorriendo mi pierna con sus dedos y acariciándola con la mano, hasta alcanzar mi polla con la punta de los dedos. No pude evitar dar un respingo. Ella se sonrió y me dirigió una mirada entre pícara y lasciva. Sabía que tenía el control de la situación, que me estaba dominando a mí, a un hombre que la doblaba en edad, y se notaba que disfrutaba con ello.
Mantuvo la mano donde estaba, acariciando mi muslo, pero rozando constantemente la punta de mi polla con las yemas de los dedos. Mi polla estaba bastante hinchada y empezaba a arderme en los pantalones. Estaba súper excitado, y mi excitación seguía aumentando por momentos, así que me dejé hacer.
Poco a poco, Irene fue subiendo más aún, muy lentamente. Ahora acariciaba mi polla con los dedos y no solo con las yemas, mientras seguía acariciándome el muslo con la palma de la mano. Finalmente terminó su ascensión por mi pierna. Agarró mi polla con la mano por encima del pantalón y empezó a estrujarla mientras realizaba un movimiento ascendente y descendente, recorriendo toda su longitud. Mi polla estaba al máximo de su excitación y no paraba de temblar entre sus dedos.
cunadita

A Irene debió parecerle grande, puesto que pude ver cómo asomaba un gesto de sorpresa a su cara y sus ojos. Tenía las manos bastante más pequeñas que Inés, por lo que para recorrer toda mi polla tenía que balancearse hacia delante y hacia atrás. Sus caricias, junto con su balanceo y su mirada lasciva, me estaban volviendo completamente loco. Pero seguía sin saber cómo reaccionar.
Vaya, parece que tienes un buen instrumento ahí guardado, ¿eh?
Bueno, no puedo quejarme.
Y seguro que mi hermana tampoco. No me extraña que le guste tanto acariciarla. Porque era así como te lo hacía antes, ¿no?
Así que al final sí que nos había visto. No pude evitar sentir un poco de vergüenza. Seguramente debí ponerme incluso un poco colorado, porque ella añadió, mientras seguía acariciándome:
Eh, vamos, que no pasa nada. Si es algo natural que te la acaricie. Y yo ya soy mayorcita, lo he visto, e incluso lo he hecho otras veces.
¡¿Cómo?!
Pues claro, Marcos, joder. Yo no paro de repetirte que ya no soy una cría, pero tú no te enteras.
Es que me cuesta mucho aceptarlo, entiéndelo.
Pues parece que a tu polla no le cuesta tanto. Y debe gustarle que juegue con ella, porque no para de crecer.
Tenía razón. Mi polla estaba tan dura que parecía que fuera a estallar. Jamás la había sentido así antes. Estaba tan excitado que incluso me dolían los huevos, que estaban apretados contra la base de mi polla por la falta de carne debida a la descomunal erección que tenía.
Dios mío, Marcos, tiene que ser enorme. Nunca había tocado una así de grande. Me encanta.
Mira, Irene, en serio, creo que deberíamos dejarlo ahora que aún estamos a tiempo de hacer algo de lo que nos podamos arrepentir toda la vida.
Dudo que pueda arrepentirme nunca de nada de lo que pueda pasar a partir de ahora, cariño.
Aquello era demasiado. Escuchar a Irene llamarme cariño me terminó de romper todos los esquemas. Mi desconcierto era total. O sabía qué hacer. Ella, en cambio, parecía tener las ideas muy claras. Con la mano que tenía libre agarró una de mis manos y la acercó a su pecho.
Mi cuñadita Irene

¿Era así como acariciabas a mi hermana mientras ella te lo hacía a ti antes, no?
Sus pechos eran grandes, como ya dije antes, pero no tanto como los del Inés. En el caso de Irene sí que pude abarcar su pecho con toda la mano, aunque a duras penas, así que comencé a acariciárselo como solía hacer con su hermana. Lo hice con movimientos circulares de izquierda a derecha de la palma de mi mano, mientras con los dedos lo apretaba ligeramente y lo soltaba. Tampoco llevaba sujetador y noté inmediatamente cómo su pezón se endurecía. También era pequeño, aunque más gordito que el de Inés. Ella cogió mi otra mano y la acercó a su otro pecho. Repetí las mismas caricias en ambos, sin dejar de mirarle a los ojos. Podía ver el deseo y la lujuria reflejados en ellos.
Así, eso es, así es como estaban antes. Pobrecitos, y quedaron a medias por mi culpa. Pero tranquilo, que en tu caso ya me encargo yo de terminar la faena.
Irene, yo…
Schhhhh. Calla, no digas nada. Tú déjame hacer a mí. Para empezar, olvidemos a mi hermana. A mí me gusta más así, sintiendo el contacto más directo.
incesto

En ese momento bajo la mano hasta la base de mis bermudas e introdujo los dedos bajo ellas, abriendo camino al resto de su mano. Al encontrar el boxer repitió la operación, introduciéndose también bajo ellos. Rápidamente alcanzó mi polla, comprimida por las bermudas. El contacto con sus dedos fue increíble. Tenía las manos calientes, como mi polla. Deslizó los dedos todo lo arriba que pudo, recorriendo mi capullo con la palma de la mano y rodeándolo con ella. Comenzó a mover la mano de un lado a otro, apretando ligeramente la palma contra mi capullo y comprimiéndolo contra mi muslo.
Mi polla temblaba y se agitaba, tratando de soltarse de la prisión que suponían las bermudas, pero Irene la mantenía quieta presionándola con la mano. Luego subió un poco más y cerró la mano, rodeando mi polla con sus dedos. Comenzó a repetir el movimiento de balanceo mientras ascendía y descendía por mi polla, apretándola con fuerza. Estuvo así un rato y luego se echó hacia delante un poco más, acercando su mano todo lo que pudo hasta la base de mi polla, sin soltarla. Entonces extendió los dedos y agarró con ellos suavemente mis huevos, jugueteando con ellos y acariciándolos mientras seguía frotando mi polla con la palma de la mano. Yo estaba a punto de explotar.
No puedo más Irene. Me encanta. Creo que voy a explotar de un momento a otro.
cunada

Sin decir nada me miró a los ojos y me sonrió. Quitó el codo del respaldo del sofá, donde lo había vuelto a colocar tras dirigir mis manos a sus pechos, y se echó hacia delante. Se tumbó del todo en el sofá y recostó la cabeza en mi vientre, sin soltar mi polla ni sacar la mano de debajo de mis bermudas. Volvió a agarrarla con fuerza con la mano mientras subía y bajaba. Yo dejé una de mis manos sobre el sofá, mientras posaba la otra en su cabeza y acariciaba su pelo y sus hombros.
Después de unos instantes ella soltó mi polla y sacó la mano de debajo de las bermudas. La dirigió a la cremallera y empezó a bajarla, después de desabrochar el botón.
Irene, ¿qué…?
Schhhh. Ya te he dicho que te calles y me dejes hacer a mí.
Pero…
Por favor, Marcos.
Está bien, tú mandas.
Abrió bien la bragueta de mis bermudas e introdujo los dedos por debajo del boxer. Agarró mi polla con fuerza y la sacó fuera. A pesar de tener su cabeza delante, pude ver parte de mi polla sobresalir por encima de ella. Estaba dura y tiesa, y temblaba. El capullo estaba completamente rojo, cargado de sangre y a punto de estallar. Ambos nos quedamos mirándola unos instantes, como viéndola por primera vez. Lo cual, en el caso de Irene, era cierto. Y en mi caso me costaba creer que aquella fuera mi polla. Nunca la había visto así de hinchada.
Dios mío, Marcos, es enorme. Y preciosa. ¡Cuantas venas me encanta!
Efectivamente, la gran cantidad de sangre que debía tener acumulada por culpa de aquella erección monumental había hinchado todas las venas de mi polla, que parecían a punto de estallar. Irene las acariciaba con los dedos sin soltar la polla, que seguía agarrando con fuerza. Al poco comenzó a mover la mano de arriba abajo, muy lentamente, acariciando toda la extensión de mi polla.
Pues sí, es suave.
No pude evitar reírme. Ella también lo hizo, sin dejar de acariciarme con la misma lentitud. De repente dejé de escuchar sus risas y noté algo húmedo y caliente rodeando mi capullo. Miré hacia abajo y comprobé que Irene había levantado su cabeza y la había dirigido hacia la punta de mi polla, introduciéndosela dentro de la boca. Lo que notaba era su aliento y la saliva con la que estaba lubricándome, recorriendo mi capullo con su lengua lentamente, esparciendo la saliva por toda su superficie.
Su cabeza se movía hacia los lados mientras movía la boca para cubrir bien toda la punta. Seguía agarrando con fuerza mi polla y bajó la mano hasta mis huevos. Los agarró con fuerza y los apretó. El dolor fue inmediato, aunque mezclado con el placer que me proporcionaba su lengua y el contacto de su mano. Sin soltarlos comenzó a moverlos entre sus dedos, jugueteando con ellos. La sensación era increíble. Seguía chupando mi capullo, ahora alternando las lamidas con ligeras succiones, acompañadas de caricias con la lengua por la parte inferior. A veces ponía la punta de su lengua sobre la punta de mi capullo y la movía rápidamente, produciéndome un placer y un cosquilleo indescriptibles.
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Continuó estrujando mis huevos un rato y a continuación estiró la mano y empezó a acariciarlos con la palma, de arriba abajo. Cerró ligeramente los dedos, de manera que se introducían por debajo del boxer, que tenía ligeramente bajado aunque seguía cubriéndome los muslos al estar sentado. Continuó un rato con esas caricias, avanzando cada vez más con sus dedos, hasta llegar a al orificio de mi ano. Entonces cambió el movimiento por uno circular, masajeándome los huevos con la palma mientras recorría el perímetro del agujero de mi ano con su dedo índice.
Mientras, fue avanzando poco a poco con su boca por mi polla. A cada centímetro se paraba, apretaba los labios y subía, recorriendo con su lengua cada milímetro y lamiendo con la punta las venas hinchadas. Al llegar a la punta del capullo abría la boca y volvía a descender, sin dejar de jugar con su lengua sobre mi polla, ensalivando toda la superficie.
En un momento dado sacó mi polla de su boca, acercó a sus labios la mano con la que acariciaba mis huevos y mi ano y chupó lentamente su dedo índice. Cuando estuvo completamente húmedo volvió a ponerlo sobre el agujero de mi ano, extendiendo toda la saliva por el borde. Repitió la operación un par de veces más, hasta que mi ano estuvo completamente húmedo. En ese momento introdujo de nuevo mi polla en su boca volviendo a recorrerla con la lengua, succionándola y lamiéndola poco a poco, descendiendo cada vez más.
A pesar del tamaño de mi polla y del grosor tan exagerado que presentaba, logró meterla casi por completo dentro de su boca. Paró cuando noté cómo la punta de mi capullo golpeaba contra el fondo de su garganta. Se quedó inmóvil, con mi polla metida casi por completo dentro de la boca. Notaba cómo su lengua recorría el tronco de mi polla, buscando las venas hinchadas y acariciándolas con la punta. La oía sacar saliva y notaba cómo goteaba por mi polla desde la punta hasta la base, donde su lengua la recogía para esparcirla por toda la superficie.
Mientras tanto, acercó de nuevo el dedo índice a mi ano y lo depositó justo en la abertura del orificio. Lo dejó allí unos instantes y luego comenzó a ejercer una ligera presión. Muy leve al principio, aunque aumentándola cada vez un poco más. Hasta que, finalmente, logró vencer la resistencia que ofrecía aquel agujero hasta entonces inexpugnado.
Noté cómo su dedo se introducía dentro de mí. Al principio sólo un poco, lentamente, forzando que mi ano se contrajera, lo que dificultaba su avance. De repente, con un rápido movimiento, lo introdujo casi por completo, logrando vencer mi resistencia. Ahogué un grito de sorpresa, más que de dolor, pero no pude evitar un espasmo que proyectó mi ingle hacia delante con brusquedad. Ella siguió apretando con fuerza su dedo contra mi culo, por lo que no salió ni un milímetro.
Noté cómo mi polla se clavaba en el fondo de su garganta, proyectando su cabeza hacia arriba. Aunque el mismo espasmo que me provocó lanzar mi ingle hacia arriba también provocó que tensase mis manos con fuerza, por lo que aquella con la que acariciaba su pelo sujetó su cabeza impidiendo su retroceso más allá de unos pocos centímetros.
El golpe contra su garganta fue bastante duro, aunque a mí me provocó mucho más placer que dolor. A decir verdad, la sensación fue maravillosa. Mi polla quedó introducida por completo dentro de su boca, comprimida contra las paredes de su garganta. Esto provocó algunos jadeos de Irene, que tenía la boca completamente llena con mi carne, e incluso un par de arcadas.
No obstante, en lugar de hacer fuerza para tratar de sacarse mi polla de la boca, apretó aún más sus labios contra mi ingle. Notaba cómo rozaban con mi vello público, que lamió con la punta de la lengua, enredándola en él.
Su dedo continuaba metido casi por completo dentro de mi ano y había iniciado un movimiento de bombeo, entrando y saliendo tan sólo unos centímetros, como para evitar que me escapara si lo sacaba demasiado. Pero yo no deseaba hacerlo. Deseaba que me follara. Nunca imaginé que la sensación pudiera ser tan increíble. Notaba un placer enorme en mi polla, engullida por completo por su boca, y también en mi ano, que estaba siendo follado por sus hábiles dedos.
Coloqué mi otra mano sobre su cabeza. Pero, en lugar de acariciar su pelo, la apreté aún más contra mi polla. No debía resultarle cómodo tener mi capullo apretado contra su garganta, pero al parecer le gustaba. Y a mí, desde luego, me estaba volviendo loco. Deslicé una mano por su cuello hasta su espalda, y de ahí hasta su culo. Era fantástico: duro, redondo. Lo acaricié por encima del pantalón, apretándolo con la mano, magreándolo con avidez.
De repente, el placer superó la barrera de lo que mi cuerpo podía aguantar. Noté cómo mi polla se tensaba aún un poco más, aplastándose contra el fondo de su garganta. Un espasmo indescriptible recorrió toda mi espalda, comenzando en el cuello y propagándose hasta la base de la espalda, provocando que mi ano se contrajera apresando el dedo de Irene, que estaba introducido por completo dentro de él. Mi cuerpo se proyectó hacia arriba. Deslicé la mano con la que acariciaba su culo de nuevo hasta su cabeza, que empujé con fuerza hacia abajo con ambas manos y permanecí así unos segundos, mirando a Irene y viendo su pelo extendiéndose por mi vientre, mi ingle y mis muslos. Tenía una mano introducida entre mis piernas, con la que estaba follando mi ano. La otra la tenía apoyada en mi muslo.
Cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y abrí los labios. Un suspiro largo escapó de mi boca, seguido por un gemido de placer cuando noté cómo mis huevos se sacudían, hinchándose y bombeando semen a través de mi polla. Enormes sacudidas agitaron mi ingle. Por cada sacudida notaba cómo brotaba un chorro de esperma caliente a través de mi capullo, golpeaba la garganta de Irene y volvía a caer goteando por mi polla. Ella jadeaba, atragantándose con el líquido que no cesaba de manar. Se revolvía entre mis manos, pero la tenía completamente inmovilizada. Su dedo seguía aprisionado dentro de mi culo y su otra mano se apoyaba en mi muslo, tratando de empujar hacia arriba.
Pasó un rato y bastantes sacudidas hasta que mis huevos dejaron de bombear semen. Entonces relajé todo mi cuerpo, soltando un último suspiro de placer. Liberé el dedo de Irene y alivié la presión sobre su cabeza. Abrí los ojos y la miré. Echó la cabeza ligeramente hacia atrás, pero sin sacar mi polla del todo de su boca. Sacó el dedo de mi culo y con la mano agarró la base de mi polla con fuerza, aprisionándola entre sus dedos pulgar e índice, manteniéndola recta a pesar de que comenzaba a perder algo de vigor.
Notaba cómo varios chorros de semen iban deslizándose lentamente por el tronco de mi polla, produciéndome un cosquilleo. Irene fue recogiendo uno a uno cada goteo con la punta de su lengua, subiendo luego hacia arriba para llenar la lengua con todo el chorro.
A continuación notaba cómo lo tragaba y volvía a descender en busca de más semen. Esta tarea le llevó un rato, puesto que mis huevos habían quedado completamente secos y la cantidad de semen que bombearon debió ser enorme. Poco a poco pude notar como el número de gotas que se deslizaban por mi polla iba disminuyendo, hasta desaparecer por completo.
Cuando estuvo limpia por completo, Irene continuó chupándola un poco más, descendiendo por ella todo lo que podía. Al llegar abajo cerraba sus labios con fuerza y, succionando, subía lentamente, mientras con la lengua recorría de nuevo toda la superficie. A pesar de que hacía ya un rato que me había corrido, las caricias de los labios y la lengua de Irene, la succión de su boca y la humedad de su aliento sobre mi polla impedían que ésta perdiera por completo toda su erección, por lo que continuó lamiéndola aún un rato más.
Yo estaba roto de placer. Me recosté en el sofá y contemplé excitado el movimiento de su cabeza, disfrutando de los instantes de goce adicionales con los que me estaba regalando Irene.
Logré reunir las fuerzas suficientes como para deslizar una de mis manos hasta su pecho. Comencé a acariciarlo, localizando su pezón con la punta de los dedos y rozándolo para provocar que se erizara por completo. Una vez que lo hube conseguido, lo aprisioné entre las yemas de mis dedos, pellizcándolo suavemente.
Irene sacó mi polla de su boca y se recostó de lado, manteniendo la cabeza en mi regazo y sin soltar mi polla, que seguía ligeramente tiesa. En aquella postura pude ver parte de su cara.
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Estaba sonriendo, al parecer de felicidad, con aquella sonrisa encantadora, mientras mantenía los ojos clavados en mi polla, que ahora acariciaba con la mano lentamente de abajo arriba, apretando con fuerza al subir y relajando la presión al descender, como tratando de extraer hasta la última gota de semen que pudiera quedar en su interior. En un par de ocasiones logró que en la punta de mi capullo apareciera una gota y entonces acercaba la boca a ella y la recogía con la punta de la lengua. En esa posición yo podía verlo claramente y me encantaba...

Continuara...

2 comentarios - Mi cuñadita Irene

Garchamay +2
Su instagram es @lily_constantine, tengo material de su only fans