No dejes de pasar por mi mejor post
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No te vas a arrepentir!
DURMIENDO CON UNA EXTRAÑA
PARTE 1 DE 2
Había conocido a Anabel por casualidad, en un transporte público, ella se sentó a mi lado como cualquier persona lo podría haber hecho, en verdad casi ni había reparado en ella y en algún momento del viaje uno de los tantos libros que llevaba en su regazo escapó de su control y fue a parar bajo mis pies. Cortesmente lo tomé para alcanzárselo sin poder evitar ver que se trataba de temas de biología, y como yo era biólogo solo le consulté al respecto.
Ella no tenía ni idea del tema, solo era bibliotecaria y llevaba en su regazo parte de su trabajo, eran recientes devoluciones.
Cruzamos algunas palabras hasta que llegó mi turno de bajarme del micro, nos despedimos con una sonrisa.
Dos semanas después, la historia volvería a repetirse, esta vez el ómnibus estaba lleno y no había asientos disponibles, Anabel hacía malabares con una pila de libros entre sus brazos, más un bolso de mano, haciendo equilibrio sobre finos tacos altos se aferraba a los pasamanos como podía para no terminar en el piso, obviamente que le cedí mi lugar, ella lo tomó con una sonrisa y me quedé parado viajando a su lado.
Volvimos a charlar y cada vez que ella levantaba su rostro para hacerlo me perdía en la profundidad de sus ojos negros, y también debo decir que cuando ella bajaba la mirada, la mía iba directo al discreto escote que apenas dejaba ver el nacimiento de sus generosos pechos y me gustaba la forma en que los mismos parecían saltar al compás del del defectos del asfalto que el micro copiaba a su andar.
Esas charlas se hicieron habituales y terminamos en el altar, como Dios manda.
Yo tenía treinta y dos, ella veinticuatro, y en ese momento pensé que lo nuestro sería para toda la vida, Anabel me llenaba como mujer, me encantaba su físico, su forma de ser, y mis padres la querían como a una hija.
Ella era muy bonita a mis ojos, de piel morena, ojos inquietos, una boquita de gruesos labios, un rostro fotogénico, pechos normales, una cola un tanto saltona que llamaba la atención y piernas bien torneadas, de esas chicas a las que toda ropa le quedaba bien. Pero Anabel no era solo un cuerpo bonito, me había enamorado de su inteligencia, de su inquietud, de su forma de ser, una mujer muy madura para su edad, su vida en la biblioteca la había llevado a leer un poco de todo, y así podía decir que con ella podrías hablar de cuanto tema quisieras hacerlo.
Pero había un problema, yo tenía otro amor, y era mi trabajo, yo era un obsesionado de mi profesión y soñaba con ser alguien importante y quedar en la historia, descubriendo alguna vacuna que salvara al mundo, o corrigiendo los genes defectuosos de la humanidad, extendiendo la vida humana, no se, solo sabía que yo podía hacer algo al respecto. Así solía pasar doce o catorce horas diarias en mi laboratorio y a veces me encerraba en casa a seguir investigando.
Y todo eso mas o menos funcionó mientras ella seguía con sus ocupaciones en la biblioteca.
Pero conforme avanzó la tecnología, con toda la digitalización, los interesados en impresiones fueron menguando y con ello llegaron las reducciones de puestos laborales.
Una mañana de mayo Anabel recibió el telegrama oficial que le indicaba que ya no tenía empleo.
Ella se quedó sola, sin obligaciones, con todo el tiempo disponible y cuando mas me necesitaba yo más la dejé de lado, en esos días yo vivía obsesionado con una posible beca para emigrar a Suiza.
Lo gracioso del tema es que yo manejaba todo esto por mi cuenta, asumiendo que ella estaría de acuerdo con todo lo que yo decidiera, ni siquiera la consultaba y en este presente recapacito día a día de todos mis errores, ella era mi esposa, cincuenta y cincuenta, no era el perro fiel que se tiraría a mis pies.
Y sexo? no se, dos veces al mes, ella debía entender que yo le daba todo lo que podía, no lo que quería, si ella me veía cansado y abrumado por mi trabajo, por mi obsesión, ya vendrían tiempos mejores, mañana, pasado, seguramente...
Nos transformamos en extraños, en desconocidos, pero yo asumía que no era así, que todo estaba bien, que todo estaba perfecto.
Años después, ella empezó a llenar sus horas con temas espirituales, cosas del alma, creencias orientales, cosas que se oponían de punta a punta con mis bases científicas, su mundo no tenía nada que ver con el mío, y así como a ella jamás le interesó conocer del mío, a mi no me interesó conocer del suyo.
Empezó a ir a reuniones, y sus agenda poco a poco de fue cargando de ocupaciones y llegó un momento en que su día estaba tan ocupado como el mío, y todo parecía perfecto, aunque en verdad yo no podía ver mas lejos que la punta de mi nariz.
Y todo mi mundo se cayó a pedazos en un abrir y cerrar de ojos...
Esa mañana la acompañé de casualidad al doctor Cayetano, un tipo que conocía de oído por lo que ella contaba, alguien que estaba con las cosas espirituales como ella y como coincidieron los horarios insistí en acompañarla.
Llegamos al sitio céntrico, Anabel bajó del coche y le dije que en quince minutos la alcanzaría, el centro de la ciudad era un infierno y sería imposible conseguir un lugar para estacionar en menos tiempo.
Pero de casualidad, segundos después un anciano se retiraba en su coche a metros de donde estaba, así que los quince minutos establecidos a priori, se transformarían en escuetos segundos, cosas del destino, casi estaba tras los pasos de mi esposa sin que ella lo imaginase.
Subí al octavo piso, como la había hecho en alguna otra oportunidad, era una ambiente grande, rectangular, alargado, a los lados estaban los bancos donde aguardaban para ser atendidos, al fondo la recepción donde la secretaria solía tomar los turnos del supuesto doctor Cayetano, al llegar, divisé a mi mujer parada al final del corredor, con su impecable vestido rojo marcandole el trasero en una forma muy sugerente, de casualidad el doctor estaba a su lado, un tipo alto y delgado, de unos cincuenta años, totalmente calvo y con unos anteojos de aumento de gruesos marcos negros, hablando en una forma demasiado amistosa para mi gusto.
Iba a ir al encuentro cruzando el corredor, pero nuevamente, y nuevamente por casualidad mi celular comenzó a vibrar en mi bolsillo, me detuve a atender la llamada, era solo para ofrecerme un nuevo plan de telefonía móvil, pero mientras mi oído escuchaba sin prestar atención a la chica que me hablaba al otro lado, mi vista se agudizó al notar detalles de lo que sucedía al otro extremo del lugar, es que el le hablaba casi al oído y se sonreían mutuamente, seguramente ella no esperaba que yo estuviera ahí, y seguramente el no notó que alguien estuviera observando y ese alguien justamente fuera el marido de Anabel. Al punto que disimuladamente el posó una de sus manos en uno de los glúteos de mi esposa y luego le dió un buen apretón en un gesto demasiado erótico para mi gusto.
Corté el llamado en forma grosera, y crucé el corredor con el alma herida, mientras veía que el doctor desaparecía de escena, llegué donde estaba ella y noté su sorpresa, no esperaba encontrarme tan rápido seguramente y noté que ella no sabía cuando había visto
- Todo bien? - pregunté con una falsa sonrisa esperando su respuesta
- Si mi amor, todo bien, la secretaria tomó mi turno, nos sentamos a esperar?
La mentira tenía sabor a un puñal entrando lentamente en mi corazón, de repente quise saber quien era este tipo, que hacía mi mujer, quería enterarme de todo lo que siempre había ignorado.
Cuando el tipo abrió la puerta del consultorio y la llamó, yo me colé a la fuerza tras sus pasos, actitud que tomó por sorpresa a ambos. Nos sentamos y empezó una charla entre ellos de temas espirituales en la cual yo era solo un oyente, porque en mi cerebro se repetía como una película la imagen de su mano perversa en el culo de mi mujer y solo quería saber mas, así que en algún momento no lo soporté mas y exploté interrumpiendo el diálogo que ellos mantenían
-Perdón, doctor Cayetano... ese es su nombre cierto? - dije haciéndome el desentendido
-Si, Cayetano es mi nombre...
-Digame, supongo que lo visitan muchas mujeres cierto?
-Si... en general son mujeres... - respondió sin saber a donde iban mis palabras
-Y supongo que llega un punto en que hay mucha confianza entre profesional y paciente cierto?
-Si... podría decirse que sí... - dijo el secamente tratando de adivinar a donde iría yo
-Y dígame... dado que yo soy biólogo y no se nada de estas pavadas de espiritualidad, es normal que a sus pacientes le toque el culo sin el mas mínimo pudor?
El se quedó callado entonces, no articuló palabra, sorprendido por mi acusación directa y sin rodeos, imperturbable, se cruzó de brazos al otro lado del escritorio, entonces fue Anabel quien abrió la boca
-Pero Mario, que te pasa? estás loco? que estás sugiriendo? él es un profesional!
-Anabel, se lo que vi, vi a la perfección como te sobaba el culo...
-Pero qué te pasa? me haces quedar como una puta!
-Y acaso que sos? como se le dice a las esposas que andan a las escondidas con otros tipos!
-No pienso seguir discutiendo esto, hacete ver la cabeza queres?
El tipo seguía imperturbable al otro lado del escritorio, ahora era el quien solo escuchaba, mi mujer me hacía ver como un tarado, si yo estaba seguro de lo que había visto y las cosas no salían como yo había esperado que salieran, yo esperaba una discusión, una confesión de ella, un perdón de el, una explicación, algo, algo para descargar mi ira, pero no, por el contrario, me trataban como un loco y me querían convencer de que no había visto lo que había visto y eso solo me puso peor.
Elevé el tono de voz y ante las continuas negativas me levanté enfurecido, fui a la puerta y me dirigí a todas las personas del lugar que pudieran oírme
-Perdón! perdón! quisiera que me escucharan un momento por favor! - dije captando la atención del entorno - supongo que ustedes son pacientes de este doctor Cayetano, cierto? quisiera saber si es normal que el doctorcito les ande tocando el culo... porque a la puta de mi mujer se lo toca bien tocado, y yo lo vi con mis propios ojos, aunque ahora me traten de loco!
Todos se quedaron viendo en silencio, creo que hasta asustados por mi grado de exaltación, yo buscabas respuestas y solo tenía silencio, acaso todos estaban complotados, la secretaria se acercó y en voz muy baja, apenas audible me dijo
-Señor, por favor, le ruego que se tranquilice, este es un sitio serio, no me haga llamar al personal de seguridad...
Comprendí que estaba perdiendo los estribos así que solo agaché la cabeza y fui a tratar de continuar mi día como si nada hubiera pasado, deje atrás al doctor y mi amada Anabel, ya mas tranquilo hablaría con ella.
Esa jornada laboral fue interminable, no pude concentrarme en nada, solo repasaba todo una y otra vez tratando de encontrar aristas a un círculo vicioso. Volví a casa, ella no estaba, ni sabía donde estaba, mis fichas iban cayendo poco a poco, Anabel tenía una vida de la cual yo no era parte, nunca me había interesado, hasta ese momento.
Llegó tarde, intenté hablar, intenté que ella me contara, pero ella una y otra vez negaba todo, nada había pasado y creo que eso era peor todavía, hubiera preferido que me dijera que se acostaba con ese tipo a que me tratara como un loco, como que yo no había visto lo que había visto.
Los días siguieron y empecé a ver cosas que antes no veía, ella salía y no sabía donde iba, no sabía que hora volvería, y por cierto, noté que se vestía demasiado bonita, noté que tenía dinero y no sabía de donde lo sacaba, noté que estaba quedando al margen de su mundo, noté tantas cosas que antes no había notado...
Cada noche trataba de arrancarle palabras, saber que es lo que hacía, si me era infiel, si me amaba todavía, pero siempre negaba todo, siempre me decía que eran ideas mías, que yo no podía soportar que ella llegara tarde, o que se vistiera bonita, y creí que me volvería loco, la negación dolía mas que la humillación.
Jugué una última y desesperada carta, una mañana le dije que había hablado con Raúl, un abogado amigo quien me representaría en el divorcio, que ella buscara a alguien con tiempo para empezar el papeleo. En verdad yo buscaba desesperadamente que reaccionara, pero encogiéndose de hombros me dijo
-Me parece bien, dividamos nuestras cosas como personas civilizadas.
Fue la peor respuesta, solo comprobé que ella ya no me amaba, que la había perdido...
CONTINUARA
Si te gustó la historia puedes escribirme con título DURMIENDO CON UNA EXTRAÑA a dulces.placeres@live.com
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DURMIENDO CON UNA EXTRAÑA
PARTE 1 DE 2
Había conocido a Anabel por casualidad, en un transporte público, ella se sentó a mi lado como cualquier persona lo podría haber hecho, en verdad casi ni había reparado en ella y en algún momento del viaje uno de los tantos libros que llevaba en su regazo escapó de su control y fue a parar bajo mis pies. Cortesmente lo tomé para alcanzárselo sin poder evitar ver que se trataba de temas de biología, y como yo era biólogo solo le consulté al respecto.
Ella no tenía ni idea del tema, solo era bibliotecaria y llevaba en su regazo parte de su trabajo, eran recientes devoluciones.
Cruzamos algunas palabras hasta que llegó mi turno de bajarme del micro, nos despedimos con una sonrisa.
Dos semanas después, la historia volvería a repetirse, esta vez el ómnibus estaba lleno y no había asientos disponibles, Anabel hacía malabares con una pila de libros entre sus brazos, más un bolso de mano, haciendo equilibrio sobre finos tacos altos se aferraba a los pasamanos como podía para no terminar en el piso, obviamente que le cedí mi lugar, ella lo tomó con una sonrisa y me quedé parado viajando a su lado.
Volvimos a charlar y cada vez que ella levantaba su rostro para hacerlo me perdía en la profundidad de sus ojos negros, y también debo decir que cuando ella bajaba la mirada, la mía iba directo al discreto escote que apenas dejaba ver el nacimiento de sus generosos pechos y me gustaba la forma en que los mismos parecían saltar al compás del del defectos del asfalto que el micro copiaba a su andar.
Esas charlas se hicieron habituales y terminamos en el altar, como Dios manda.
Yo tenía treinta y dos, ella veinticuatro, y en ese momento pensé que lo nuestro sería para toda la vida, Anabel me llenaba como mujer, me encantaba su físico, su forma de ser, y mis padres la querían como a una hija.
Ella era muy bonita a mis ojos, de piel morena, ojos inquietos, una boquita de gruesos labios, un rostro fotogénico, pechos normales, una cola un tanto saltona que llamaba la atención y piernas bien torneadas, de esas chicas a las que toda ropa le quedaba bien. Pero Anabel no era solo un cuerpo bonito, me había enamorado de su inteligencia, de su inquietud, de su forma de ser, una mujer muy madura para su edad, su vida en la biblioteca la había llevado a leer un poco de todo, y así podía decir que con ella podrías hablar de cuanto tema quisieras hacerlo.
Pero había un problema, yo tenía otro amor, y era mi trabajo, yo era un obsesionado de mi profesión y soñaba con ser alguien importante y quedar en la historia, descubriendo alguna vacuna que salvara al mundo, o corrigiendo los genes defectuosos de la humanidad, extendiendo la vida humana, no se, solo sabía que yo podía hacer algo al respecto. Así solía pasar doce o catorce horas diarias en mi laboratorio y a veces me encerraba en casa a seguir investigando.
Y todo eso mas o menos funcionó mientras ella seguía con sus ocupaciones en la biblioteca.
Pero conforme avanzó la tecnología, con toda la digitalización, los interesados en impresiones fueron menguando y con ello llegaron las reducciones de puestos laborales.
Una mañana de mayo Anabel recibió el telegrama oficial que le indicaba que ya no tenía empleo.
Ella se quedó sola, sin obligaciones, con todo el tiempo disponible y cuando mas me necesitaba yo más la dejé de lado, en esos días yo vivía obsesionado con una posible beca para emigrar a Suiza.
Lo gracioso del tema es que yo manejaba todo esto por mi cuenta, asumiendo que ella estaría de acuerdo con todo lo que yo decidiera, ni siquiera la consultaba y en este presente recapacito día a día de todos mis errores, ella era mi esposa, cincuenta y cincuenta, no era el perro fiel que se tiraría a mis pies.
Y sexo? no se, dos veces al mes, ella debía entender que yo le daba todo lo que podía, no lo que quería, si ella me veía cansado y abrumado por mi trabajo, por mi obsesión, ya vendrían tiempos mejores, mañana, pasado, seguramente...
Nos transformamos en extraños, en desconocidos, pero yo asumía que no era así, que todo estaba bien, que todo estaba perfecto.
Años después, ella empezó a llenar sus horas con temas espirituales, cosas del alma, creencias orientales, cosas que se oponían de punta a punta con mis bases científicas, su mundo no tenía nada que ver con el mío, y así como a ella jamás le interesó conocer del mío, a mi no me interesó conocer del suyo.
Empezó a ir a reuniones, y sus agenda poco a poco de fue cargando de ocupaciones y llegó un momento en que su día estaba tan ocupado como el mío, y todo parecía perfecto, aunque en verdad yo no podía ver mas lejos que la punta de mi nariz.
Y todo mi mundo se cayó a pedazos en un abrir y cerrar de ojos...
Esa mañana la acompañé de casualidad al doctor Cayetano, un tipo que conocía de oído por lo que ella contaba, alguien que estaba con las cosas espirituales como ella y como coincidieron los horarios insistí en acompañarla.
Llegamos al sitio céntrico, Anabel bajó del coche y le dije que en quince minutos la alcanzaría, el centro de la ciudad era un infierno y sería imposible conseguir un lugar para estacionar en menos tiempo.
Pero de casualidad, segundos después un anciano se retiraba en su coche a metros de donde estaba, así que los quince minutos establecidos a priori, se transformarían en escuetos segundos, cosas del destino, casi estaba tras los pasos de mi esposa sin que ella lo imaginase.
Subí al octavo piso, como la había hecho en alguna otra oportunidad, era una ambiente grande, rectangular, alargado, a los lados estaban los bancos donde aguardaban para ser atendidos, al fondo la recepción donde la secretaria solía tomar los turnos del supuesto doctor Cayetano, al llegar, divisé a mi mujer parada al final del corredor, con su impecable vestido rojo marcandole el trasero en una forma muy sugerente, de casualidad el doctor estaba a su lado, un tipo alto y delgado, de unos cincuenta años, totalmente calvo y con unos anteojos de aumento de gruesos marcos negros, hablando en una forma demasiado amistosa para mi gusto.
Iba a ir al encuentro cruzando el corredor, pero nuevamente, y nuevamente por casualidad mi celular comenzó a vibrar en mi bolsillo, me detuve a atender la llamada, era solo para ofrecerme un nuevo plan de telefonía móvil, pero mientras mi oído escuchaba sin prestar atención a la chica que me hablaba al otro lado, mi vista se agudizó al notar detalles de lo que sucedía al otro extremo del lugar, es que el le hablaba casi al oído y se sonreían mutuamente, seguramente ella no esperaba que yo estuviera ahí, y seguramente el no notó que alguien estuviera observando y ese alguien justamente fuera el marido de Anabel. Al punto que disimuladamente el posó una de sus manos en uno de los glúteos de mi esposa y luego le dió un buen apretón en un gesto demasiado erótico para mi gusto.
Corté el llamado en forma grosera, y crucé el corredor con el alma herida, mientras veía que el doctor desaparecía de escena, llegué donde estaba ella y noté su sorpresa, no esperaba encontrarme tan rápido seguramente y noté que ella no sabía cuando había visto
- Todo bien? - pregunté con una falsa sonrisa esperando su respuesta
- Si mi amor, todo bien, la secretaria tomó mi turno, nos sentamos a esperar?
La mentira tenía sabor a un puñal entrando lentamente en mi corazón, de repente quise saber quien era este tipo, que hacía mi mujer, quería enterarme de todo lo que siempre había ignorado.
Cuando el tipo abrió la puerta del consultorio y la llamó, yo me colé a la fuerza tras sus pasos, actitud que tomó por sorpresa a ambos. Nos sentamos y empezó una charla entre ellos de temas espirituales en la cual yo era solo un oyente, porque en mi cerebro se repetía como una película la imagen de su mano perversa en el culo de mi mujer y solo quería saber mas, así que en algún momento no lo soporté mas y exploté interrumpiendo el diálogo que ellos mantenían
-Perdón, doctor Cayetano... ese es su nombre cierto? - dije haciéndome el desentendido
-Si, Cayetano es mi nombre...
-Digame, supongo que lo visitan muchas mujeres cierto?
-Si... en general son mujeres... - respondió sin saber a donde iban mis palabras
-Y supongo que llega un punto en que hay mucha confianza entre profesional y paciente cierto?
-Si... podría decirse que sí... - dijo el secamente tratando de adivinar a donde iría yo
-Y dígame... dado que yo soy biólogo y no se nada de estas pavadas de espiritualidad, es normal que a sus pacientes le toque el culo sin el mas mínimo pudor?
El se quedó callado entonces, no articuló palabra, sorprendido por mi acusación directa y sin rodeos, imperturbable, se cruzó de brazos al otro lado del escritorio, entonces fue Anabel quien abrió la boca
-Pero Mario, que te pasa? estás loco? que estás sugiriendo? él es un profesional!
-Anabel, se lo que vi, vi a la perfección como te sobaba el culo...
-Pero qué te pasa? me haces quedar como una puta!
-Y acaso que sos? como se le dice a las esposas que andan a las escondidas con otros tipos!
-No pienso seguir discutiendo esto, hacete ver la cabeza queres?
El tipo seguía imperturbable al otro lado del escritorio, ahora era el quien solo escuchaba, mi mujer me hacía ver como un tarado, si yo estaba seguro de lo que había visto y las cosas no salían como yo había esperado que salieran, yo esperaba una discusión, una confesión de ella, un perdón de el, una explicación, algo, algo para descargar mi ira, pero no, por el contrario, me trataban como un loco y me querían convencer de que no había visto lo que había visto y eso solo me puso peor.
Elevé el tono de voz y ante las continuas negativas me levanté enfurecido, fui a la puerta y me dirigí a todas las personas del lugar que pudieran oírme
-Perdón! perdón! quisiera que me escucharan un momento por favor! - dije captando la atención del entorno - supongo que ustedes son pacientes de este doctor Cayetano, cierto? quisiera saber si es normal que el doctorcito les ande tocando el culo... porque a la puta de mi mujer se lo toca bien tocado, y yo lo vi con mis propios ojos, aunque ahora me traten de loco!
Todos se quedaron viendo en silencio, creo que hasta asustados por mi grado de exaltación, yo buscabas respuestas y solo tenía silencio, acaso todos estaban complotados, la secretaria se acercó y en voz muy baja, apenas audible me dijo
-Señor, por favor, le ruego que se tranquilice, este es un sitio serio, no me haga llamar al personal de seguridad...
Comprendí que estaba perdiendo los estribos así que solo agaché la cabeza y fui a tratar de continuar mi día como si nada hubiera pasado, deje atrás al doctor y mi amada Anabel, ya mas tranquilo hablaría con ella.
Esa jornada laboral fue interminable, no pude concentrarme en nada, solo repasaba todo una y otra vez tratando de encontrar aristas a un círculo vicioso. Volví a casa, ella no estaba, ni sabía donde estaba, mis fichas iban cayendo poco a poco, Anabel tenía una vida de la cual yo no era parte, nunca me había interesado, hasta ese momento.
Llegó tarde, intenté hablar, intenté que ella me contara, pero ella una y otra vez negaba todo, nada había pasado y creo que eso era peor todavía, hubiera preferido que me dijera que se acostaba con ese tipo a que me tratara como un loco, como que yo no había visto lo que había visto.
Los días siguieron y empecé a ver cosas que antes no veía, ella salía y no sabía donde iba, no sabía que hora volvería, y por cierto, noté que se vestía demasiado bonita, noté que tenía dinero y no sabía de donde lo sacaba, noté que estaba quedando al margen de su mundo, noté tantas cosas que antes no había notado...
Cada noche trataba de arrancarle palabras, saber que es lo que hacía, si me era infiel, si me amaba todavía, pero siempre negaba todo, siempre me decía que eran ideas mías, que yo no podía soportar que ella llegara tarde, o que se vistiera bonita, y creí que me volvería loco, la negación dolía mas que la humillación.
Jugué una última y desesperada carta, una mañana le dije que había hablado con Raúl, un abogado amigo quien me representaría en el divorcio, que ella buscara a alguien con tiempo para empezar el papeleo. En verdad yo buscaba desesperadamente que reaccionara, pero encogiéndose de hombros me dijo
-Me parece bien, dividamos nuestras cosas como personas civilizadas.
Fue la peor respuesta, solo comprobé que ella ya no me amaba, que la había perdido...
CONTINUARA
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