El sábado (el 5) festejamos los setentas de Armando con sus amigos más cercanos.
Estuvieron los de la noche de poker, Julián, Antonio y Manuel, todos ex jueces del fuero federal, como el cumpleañero.
A ellos se les sumaba Alfonso, el ex comisario y un quinto amigo que no conocía, Valentín, que había sido fiscal y, según decían, en su día les había provocado más de un dolor de cabeza.
Todos clase '52, a excepción de Armando, que había nacido en el cincuenta, y por ende ya entraba en el bando de los septuagenarios. Los demás 67, 68 años, aunque todos bien conservados.
Con los seis me enfiesté.
Llegué cuando solamente estaba uno de los ex jueces, Antonio, rememorando con Armando causas judiciales que habían causado impacto en su momento.
Los saludé y me puse a preparar todo antes de que llegaran los demás.
Ya había hecho las compras el día anterior, los bocadillos y las bebidas, también la torta que estaba bien empaquetada en la heladera.
Tendí la mesa con un mantel acorde al festejo, y mientras ponía los sandwiches de miga, las empanadas y una picada de fiambres seleccionados, los escuchaba hablar de los tantos desaguisados que habían hecho en sus juzgados.
Cuánto más los escuchaba, más me convencía de que la justicia solo es para unos pocos.
Tocan el timbre. Atiendo. Otro de los ex jueces. Van llegando de a uno, saludándome con un beso en la mejilla y halagándome con esa clase de piropos que delatan que ya pertenecen a otra época.
El único que se zarpa es el comisario, que además del beso, me mete tremenda mano en la cola, haciendo presión con los dedos justo en medio de la raya.
Nos sentamos a la mesa, yo la única mujer en ese grupo de lascivos gerontes; abren un par de botellas de vino, otras de cerveza y nos ponemos a disfrutar de la comida mientras compartimos diferentes anécdotas de vida.
De lo que contaron en esa mesa tendría para escribir un libro. Favores a políticos, incluso ministros y ex presidentes, acerca de ciertas investigaciones que los perjudicaban. También a ciertos empresarios vinculados en negocios con el Estado. Ninguno se salva, todos están embarrados.
Julián incluso contó el caso de un político, hoy figura importante del Gobierno, al que habían ayudado en su divorcio, rechazando todas las apelaciones de la flamante ex esposa, a la que pretendía pasarle lo menos posible.
-Mientras la ex se gastaba los zapatos recorriendo tribunales, el muy hijo de puta estaba en el Caribe con una modelo de 23 años...-
-Ése se volteó hasta a la (.......) en su mejor momento- agregó Antonio risueño.
Las botellas se iban vaciando cada vez con mayor celeridad. En un momento me levanto y traigo un par de una caja que había guardado en la cocina.
-Este es un vino de las bodegas que administra mi marido- les digo mientras uno de ellos la descorcha y llena los vasos.
-Un brindis por tu marido, entonces- propone Manuel, levantando su copa.
Los demás levantan las suyas, se miran por un instante, y con pícara complicidad, entonan:
-¡Por el cornudo!- provocando una estruendosa carcajada general.
-¡Que hoy se va a volver más cornudo todavía!- vocifera el ex comisario, con la voz ya pastosa.
El tal Valentín mira a unos y otros sin entender, ya que no le habían dicho nada, hasta ese momento no sabía que venía a un cumpleaños con Gangbang incluído.
Mientras ellos siguen degustando el vino, abriendo una botella tras otra, voy a la cocina y preparo la torta. Le pongo un par de velas con los números 7 y 0, las prendo, y cantando el feliz cumpleaños, vuelvo a la sala.
La pongo delante del agasajado, y todos se suman al coro:
"¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Armando, que los cumplas feliz!".
Pide tres deseos, apaga las velas de un soplido, y enseguida todos se amontonan para saludarlo, deseándole setenta años más. Yo quedo para el final.
Los amigos se apartan, dejándome el camino libre.
Me acerco y tras desearle también un feliz cumpleaños, lo beso en la boca, con una pasión tal que despierta en los presentes un eco de exclamaciones.
Mientras nos chuponeamos, sus manos me aprietan los cachetes de la cola, incitándome esos aguijones de placer que me hacen perder por completo la cordura.
Me saco la blusa, no tengo corpiño, así que me quedo con los pechos al aire. Con un dedo unto un poco de crema de la torta, la esparzo en torno a las aureolas de mis pezones, y sentándome sobre sus piernas, le ofrezco a Armando el verdadero pastel de cumpleaños.
Inclina la cabeza y me chupa con entusiasmo, saboreando no sólo la crema, sino también la piel de mis pechos.
Cuando me deja bien limpia, sin un rastro de crema, me las vuelvo a untar, esta vez con mayor cantidad, y levantándome, se las ofrezco a sus invitados.
Contando con la venia del anfitrión, se arremolinan a mi alrededor, disputando entre ellos la mejor posición para chuparme las tetas.
Valentín, el nuevo del grupo, se queda un poco rezagado, sorprendido e impactado por el drástico cambio de situación.
En un momento le estamos cantando a uno de ellos el Feliz cumpleaños, y al otro, los tengo colgados de mis tetas.
De a poco, incentivado tanto por mí como por sus amigos, se va acercando y se suma a la chupeteada general.
Obvio que al tenerlos tan cerca, yo no me quedo quieta, besando una boca por aquí, manoteando un bulto por allá, sintiendo como las braguetas se van hinchando y endureciendo.
Un par de manos me bajan la pollera, otro par, la bombacha, dejándome desnuda en medio de ese aquelarre de viejos alzados.
Unos dedos me entran por la concha, otros por el culo, mientras ¿Antonio? me sigue succionando los pezones, y ¿Valentín?, me besa, metiéndome la lengua casi hasta la garganta.
Me pongo en cuclillas y los miro a todos desde abajo, sugestiva e incitante.
Saben lo que quiero, así que amontonándose a mi alrededor, se empiezan a bajar los pantalones. Algunos ya están con una erección por demás privilegiada para hombres de su edad, entre ellos, Valentín, el nuevo integrante de la tropa. Otros necesitan algo más que el estímulo visual para erigirse en la forma adecuada, por lo que mientras chupeteo las que ya están paradas, pajeo las restantes.
Las pijas se alternan en mi boca y entre mis manos, duras unas, gomosas otras, pero todas viriles y suculentas.
En mi paladar se forma un juguito, mezcla de saliva y líquido preseminal, que escupo y utilizo a modo de lubricante, para una pajeada en masa más efectiva.
Para cuándo ya están todos entonados, salto de una pija a otra, con chupadas cortas pero intensas, como un colibrí, aunque en vez de polinizar flores, me empacho de porongas.
De rodillas voy girando una y otra vez, completando el círculo varias veces, sin dejar a nadie desatendido, saboreando esos mástiles que pueden no tener la potencia de la juventud, pero que aún así me complacen por completo.
Me gusta sentirme así de sometida, bajo el influjo de varios hombres, con un buen racimo de porongas a disposición.
No es nada sencillo armar un Gangbang, por eso cuándo tengo la suerte de estar en uno, trato de disfrutarlo al máximo. De no quedarme con las ganas de nada.
Ya iba por la quinta o sexta vuelta, chupando y pajeando sin parar, cuando alguien me levanta de un tirón.
Cuándo no, se trata del comisario, el más enajenado de todos, quién aparta de unos cuántos manotazos a todos los demás, y llevándome a la rastra, me reclina sobre la mesa, por encima de los restos de comida.
Se pone tras de mí, y trata de metérmela, pero como está borrachísimo, tiene que insistir varias veces, porque se le resbala y no acierta el objetivo, pero entre los dos, él empujando y yo agarrándosela, logramos el cometido.
Igual no se puede aguantar mucho más, unos cuántos bombazos y me acaba por entre las piernas.
Satisfecho, como si se hubiera echado el polvo de su vida, se tambalea, se derrumba en el sofá, y ahí se queda dormido.
Entre los demás me ayudan a limpiarme el semen con servilletas de papel, y me llevan a la habitación de Armando. Yo voy por delante, desnuda, con ellos detrás, también en bolas, todos meneando sus respectivas erecciones.
Me recuesto en la cama, de espalda y me abro de piernas, acariciándome sin demasiada sutileza la concha, mostrándoles el fuego de mi interior.
Estoy ardiendo, con una espumita que me sale de adentro que confirma tal estado.
Uno de ellos, Manuel, se sube a la cama y me pone la pija cerca de la boca. Se la agarro, se la sacudo un poco y se la chupo, empezando por los huevos, a los que les dedico unas más que incitantes mordiditas.
Dentro de mi boca, y mientras se la succiono con fuerza, siento como se le va poniendo más gorda, armándose de la forma en que más me gusta una pija, pletórica de poder.
Ya para entonces otro (Julián) se zambulle entre mis piernas, chupándome a mansalva la concha, mientras los demás esperan su turno, usando mis pechos como aperitivo.
Cuándo Manuel se hace a un lado, Valentín, el nuevo, ocupa su lugar, dándome a chupar una pija de robustas proporciones. Del otro lado se suma Antonio, que también tiene una muy buena erección, con unas venas que parecen palpitar con ritmo propio.
Se las chupo con frenesí, tragándomelas casi por completo, mientras los demás se siguen alternando para comerme las tetas y la concha.
Las lenguas y las bocas van y vienen, deslizándose por todo mi cuerpo, babeándome por doquier, saboreando cada resquicio de piel, cada curva, cada hondonada.
En plena euforia, me pongo en cuatro y me palmeo fuerte la cola, invitándolos a surtirme, sintiendo por entre los muslos cómo se me chorrean las ganas.
Armando es el primero en ponerse detrás y mandármela a guardar.
Ya en la noche de póker me había dado cuenta de lo mucho que disfrutaba el compartirme con sus amigos. En ese aspecto era sumamente generoso. No trataba de monopolizarme, sino que dejaba que cada uno tuviera su momento. Por eso, después de unas cuantas embestidas, se hace a un lado y tomando una cerveza, se dedica a contemplar como los demás me cogen en yunta.
De ahí en más me garcha cada cual a su turno, algunos más impetuosos, otros más contenidos, pero todos regalándome el más suntuoso de los placeres.
Armando no era el verdadero agasajado, sino yo, que recibía por partida quíntuple lo mejor que un hombre te puede dar.
Mientras uno me coge, a los demás les chupo la pija, así mi concha y mi boca se mantienen golosamente ocupadas. Son cinco tipos, cinco vejetes, todos calientes, excitados, por lo que siempre hay una chota dispuesta a complacerme.
Luego de una breve pausa, durante la cuál sigo chupando y pajeando, para que no decaigan, me vuelvo a tumbar de espalda y, abriéndome de piernas, vuelvo a recibirlos, de a uno por vez, cogiéndome todos con ese arrebato lógico que provoca el tumulto.
Todos quieren lucirse, destacarse por sobre los demás, demostrar con hechos que, pese a los años, la virilidad sigue intacta.
Aún así, y pese a su esfuerzo, Antonio es uno de los primeros en acabar, y me acaba adentro, ya que el polvo lo agarra desprevenido.
Mientras se licúa en mi interior, me aferro a su cuerpo como una araña, reteniéndolo con brazos y piernas, buscando su boca para besarlo con un fervor por demás genuino y entusiasta.
A los demás parece gustarles aquella repentina muestra de pasión, por lo que de uno en uno, y formando una fila, van pasando por mi cuerpo.
Se me suben encima, me cogen al ritmo de cada uno y me acaban adentro, quedándose luego enredados conmigo, besándome, mientras el semen se derrama por los conductos más íntimos de mi cuerpo. Julián, Manuel, Valentín, todos tienen su momento de Gloria, algunos más fluidamente que otros, pero todos me llenan de leche.
El más cargado resulta ser Manuel, que acaba conmigo, y cuando está por sacármela, vuelve a eyacular, por lo que me entra de nuevo, quedándose ahora sí hasta la última gota.
Quedo destruída, derrumbada sobre la cama, suspirando agitada, con los muslos enrojecidos de tanta fricción y la concha inundada de guasca.
Alguien trae una botella de vino, de la bodega de mi marido, la descorcha y comienza a pasarla de mano en mano, bebiendo directo del pico.
Estamos todos en la cama, desnudos, ellos acariciándome las tetas, metiéndome los dedos en la concha, yo manipulando alguna verga al azar.
No sé quién empieza, pero en cierto momento me estoy besando con uno, con dos, con tres, con los cinco, pasando de una boca a la otra con la misma efusividad. Besos jugosos, con mucha lengua, cargados de saliva y excitación.
Prontamente los labios son reemplazados por pijas todavía morcillonas, pero que con otra buena ronda de mamadas no tardan en estar listas de nuevo.
Esta vez Armando decide tener una participación más activa, así que cuándo se recuesta de espalda, me le subo encima, a caballito, y ensartándome yo misma en su erección, lo empiezo a montar con el brío y entusiasmo de una amazona.
Subo y bajo, disfrutando de esa generosa porción de su cuerpo, a la vez que unas manos distintas a las suyas, me acarician los pechos y la cola.
Ya sé lo que pretenden, imposible no intuirlo cuando un dedo me recorre la zanja y se introduce en mi culo.
Me quedo quieta, con toda la pija de Armando adentro, y echándome hacia adelante, lo dejo hacer.
Me volteo y veo que es Antonio el que para entonces ya me está metiendo dos dedos.
Le sonrío cómplice y entonces se sube encima, apuntando ahora con su verga hacia el objetivo que estuvo dilatando. Me la acomoda en la entrada y me la va metiendo de a poco, hasta que, llegado a la mitad, me la hunde hasta los pelos de un solo empujón.
No sé quién devora a quién, pero enseguida, acoplándose con Armando, me empiezan a bombear entre los dos, fuerte, profundo, empalándome bien hasta los huevos.
Siento como se raspan dentro mío, apenas separados por un débil tabique que amenazan romper con tanta fricción.
Estoy llena de pija, con mis agujeros que se abren al máximo para albergar tanta carne.
Mientras ellos me cogen y culean en tándem, los demás se mantienen expectantes, pajeándose mientras esperan que les toque.
Esta vez no acaban, sino que salen con las pijas aún en plenitud.
Otro dueto ocupa su lugar. Julián abajo, Manuel arriba, serruchándome ambos con un ímpetu devastador.
Tampoco acaban, frenándose antes que el orgasmo se precipite.
Valentín, el nuevo del grupo, se queda sin acompañante, así que me coje él solo, por el culo, dándome una biava que me aniquila.
Me quedo como borracha, pese a no haber probado casi nada de alcohol, cuando siento que se apura en levantarse, y en complicidad con los demás, me echan de rodillas en el suelo, se congregan a mi alrededor y se pajean. Con fuerza, con energía, acompañando el aguerrido movimiento de sus manos con jadeos cada vez más exaltados. Y yo ahí, con la carita levantada, esperando entre ansiosa y expectante el húmedo desenlace...
...CHAS CHAS CHAS...
Se escucha el ruido que provocan las manos al menear las porongas.
No sé quién acaba primero, porque la leche empieza a saltar de uno y otro lado. Encima, un chorrazo bien espeso me da en los ojos, por lo que tengo que cerrarlos. Aún así puedo sentir la lluvia láctea cayendo sobre mí.
Casi a ciegas, abro la boca, recibiendo en mi paladar la mayor cantidad de semen. No lo trago enseguida, sino que lo retengo ahí, hasta que resulta demasiado y no puedo evitar que resbale pesadamente hacia lo más profundo de mi garganta.
¡GLUP! se escucha cuando me lo trago todo.
Algún buen samaritano me limpia la guasca que se me amontona en los párpados. Recién ahí puedo abrir los ojos y verlos rodeándome, algunos descargándose todavía, otros solo agitándosela, pero todos con sus pijas apuntándome.
El olor a sexo, a semen, a huevos, impregna la habitación.
Empiezo por chupar la pija que tengo más cerca, sorbiendo los restos de semen que aún la impregna. Lo mismo con las demás, todas pringosas, dejándolas bien secas y limpitas.
Cuando termino con el último, me levanto y medio tambaleándome, vuelvo a la sala, con los cinco tras de mí.
Me echo delante del comisario, que aún está durmiendo la mona, y le chupo la pija. Cuándo consigo parársela, me le subo encima, y empiezo a montarlo, brindándole a mi fiel auditorio una verdadera clase de cabalgata erótica.
Ya despierto, aunque con la bruma del alcohol aún nublándole los ojos, Alfonso me agarra de la cintura y acompaña mis movimientos, arriba y abajo, hasta que el estallido se hace inevitable y ahora sí me acaba adentro, al igual que sus amigos, todos cálidos, efusivos, torrenciales...
Cuándo me levanto, con la leche goteándome por entre las piernas, todos se ponen a aplaudir.
Les hago una reverencia, como en el teatro, y salgo de escena, yéndome disparada al baño para darme una ducha.
Cuando salgo, los seis ya están vestidos y sentados a la mesa como si nada. Yo soy la única desubicada, que se pasea envuelta en una toalla, recogiendo la ropa del piso, para luego buscar rápido refugio en el mismo cuarto en dónde me acaban de garchar en montonera.
Después del sexo, pasado ese momento de calentura, como que siento un poco de vergüenza. La timidez aflora y ya no soy esa hembra en celo capaz de coger con más de un tipo a la vez.
Ya arreglada salgo del cuarto y me despido de todos en general, deseándole a Armando que termine muy bien su día. Después de lo que hicimos, no tiene sentido darle un beso a cada uno.
-Saludos a tu marido...- dice uno.
-Dale las gracias por el vino...- agrega otro levantando una copa.
-Y por ser tan cornudo...- añade un tercero, provocando un coro de risas.
Fuera del departamento, en el pasillo, sigo escuchando las carcajadas, y un "¡Que puta hermosa!", que logra un consenso generalizado...
Estuvieron los de la noche de poker, Julián, Antonio y Manuel, todos ex jueces del fuero federal, como el cumpleañero.
A ellos se les sumaba Alfonso, el ex comisario y un quinto amigo que no conocía, Valentín, que había sido fiscal y, según decían, en su día les había provocado más de un dolor de cabeza.
Todos clase '52, a excepción de Armando, que había nacido en el cincuenta, y por ende ya entraba en el bando de los septuagenarios. Los demás 67, 68 años, aunque todos bien conservados.
Con los seis me enfiesté.
Llegué cuando solamente estaba uno de los ex jueces, Antonio, rememorando con Armando causas judiciales que habían causado impacto en su momento.
Los saludé y me puse a preparar todo antes de que llegaran los demás.
Ya había hecho las compras el día anterior, los bocadillos y las bebidas, también la torta que estaba bien empaquetada en la heladera.
Tendí la mesa con un mantel acorde al festejo, y mientras ponía los sandwiches de miga, las empanadas y una picada de fiambres seleccionados, los escuchaba hablar de los tantos desaguisados que habían hecho en sus juzgados.
Cuánto más los escuchaba, más me convencía de que la justicia solo es para unos pocos.
Tocan el timbre. Atiendo. Otro de los ex jueces. Van llegando de a uno, saludándome con un beso en la mejilla y halagándome con esa clase de piropos que delatan que ya pertenecen a otra época.
El único que se zarpa es el comisario, que además del beso, me mete tremenda mano en la cola, haciendo presión con los dedos justo en medio de la raya.
Nos sentamos a la mesa, yo la única mujer en ese grupo de lascivos gerontes; abren un par de botellas de vino, otras de cerveza y nos ponemos a disfrutar de la comida mientras compartimos diferentes anécdotas de vida.
De lo que contaron en esa mesa tendría para escribir un libro. Favores a políticos, incluso ministros y ex presidentes, acerca de ciertas investigaciones que los perjudicaban. También a ciertos empresarios vinculados en negocios con el Estado. Ninguno se salva, todos están embarrados.
Julián incluso contó el caso de un político, hoy figura importante del Gobierno, al que habían ayudado en su divorcio, rechazando todas las apelaciones de la flamante ex esposa, a la que pretendía pasarle lo menos posible.
-Mientras la ex se gastaba los zapatos recorriendo tribunales, el muy hijo de puta estaba en el Caribe con una modelo de 23 años...-
-Ése se volteó hasta a la (.......) en su mejor momento- agregó Antonio risueño.
Las botellas se iban vaciando cada vez con mayor celeridad. En un momento me levanto y traigo un par de una caja que había guardado en la cocina.
-Este es un vino de las bodegas que administra mi marido- les digo mientras uno de ellos la descorcha y llena los vasos.
-Un brindis por tu marido, entonces- propone Manuel, levantando su copa.
Los demás levantan las suyas, se miran por un instante, y con pícara complicidad, entonan:
-¡Por el cornudo!- provocando una estruendosa carcajada general.
-¡Que hoy se va a volver más cornudo todavía!- vocifera el ex comisario, con la voz ya pastosa.
El tal Valentín mira a unos y otros sin entender, ya que no le habían dicho nada, hasta ese momento no sabía que venía a un cumpleaños con Gangbang incluído.
Mientras ellos siguen degustando el vino, abriendo una botella tras otra, voy a la cocina y preparo la torta. Le pongo un par de velas con los números 7 y 0, las prendo, y cantando el feliz cumpleaños, vuelvo a la sala.
La pongo delante del agasajado, y todos se suman al coro:
"¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Armando, que los cumplas feliz!".
Pide tres deseos, apaga las velas de un soplido, y enseguida todos se amontonan para saludarlo, deseándole setenta años más. Yo quedo para el final.
Los amigos se apartan, dejándome el camino libre.
Me acerco y tras desearle también un feliz cumpleaños, lo beso en la boca, con una pasión tal que despierta en los presentes un eco de exclamaciones.
Mientras nos chuponeamos, sus manos me aprietan los cachetes de la cola, incitándome esos aguijones de placer que me hacen perder por completo la cordura.
Me saco la blusa, no tengo corpiño, así que me quedo con los pechos al aire. Con un dedo unto un poco de crema de la torta, la esparzo en torno a las aureolas de mis pezones, y sentándome sobre sus piernas, le ofrezco a Armando el verdadero pastel de cumpleaños.
Inclina la cabeza y me chupa con entusiasmo, saboreando no sólo la crema, sino también la piel de mis pechos.
Cuando me deja bien limpia, sin un rastro de crema, me las vuelvo a untar, esta vez con mayor cantidad, y levantándome, se las ofrezco a sus invitados.
Contando con la venia del anfitrión, se arremolinan a mi alrededor, disputando entre ellos la mejor posición para chuparme las tetas.
Valentín, el nuevo del grupo, se queda un poco rezagado, sorprendido e impactado por el drástico cambio de situación.
En un momento le estamos cantando a uno de ellos el Feliz cumpleaños, y al otro, los tengo colgados de mis tetas.
De a poco, incentivado tanto por mí como por sus amigos, se va acercando y se suma a la chupeteada general.
Obvio que al tenerlos tan cerca, yo no me quedo quieta, besando una boca por aquí, manoteando un bulto por allá, sintiendo como las braguetas se van hinchando y endureciendo.
Un par de manos me bajan la pollera, otro par, la bombacha, dejándome desnuda en medio de ese aquelarre de viejos alzados.
Unos dedos me entran por la concha, otros por el culo, mientras ¿Antonio? me sigue succionando los pezones, y ¿Valentín?, me besa, metiéndome la lengua casi hasta la garganta.
Me pongo en cuclillas y los miro a todos desde abajo, sugestiva e incitante.
Saben lo que quiero, así que amontonándose a mi alrededor, se empiezan a bajar los pantalones. Algunos ya están con una erección por demás privilegiada para hombres de su edad, entre ellos, Valentín, el nuevo integrante de la tropa. Otros necesitan algo más que el estímulo visual para erigirse en la forma adecuada, por lo que mientras chupeteo las que ya están paradas, pajeo las restantes.
Las pijas se alternan en mi boca y entre mis manos, duras unas, gomosas otras, pero todas viriles y suculentas.
En mi paladar se forma un juguito, mezcla de saliva y líquido preseminal, que escupo y utilizo a modo de lubricante, para una pajeada en masa más efectiva.
Para cuándo ya están todos entonados, salto de una pija a otra, con chupadas cortas pero intensas, como un colibrí, aunque en vez de polinizar flores, me empacho de porongas.
De rodillas voy girando una y otra vez, completando el círculo varias veces, sin dejar a nadie desatendido, saboreando esos mástiles que pueden no tener la potencia de la juventud, pero que aún así me complacen por completo.
Me gusta sentirme así de sometida, bajo el influjo de varios hombres, con un buen racimo de porongas a disposición.
No es nada sencillo armar un Gangbang, por eso cuándo tengo la suerte de estar en uno, trato de disfrutarlo al máximo. De no quedarme con las ganas de nada.
Ya iba por la quinta o sexta vuelta, chupando y pajeando sin parar, cuando alguien me levanta de un tirón.
Cuándo no, se trata del comisario, el más enajenado de todos, quién aparta de unos cuántos manotazos a todos los demás, y llevándome a la rastra, me reclina sobre la mesa, por encima de los restos de comida.
Se pone tras de mí, y trata de metérmela, pero como está borrachísimo, tiene que insistir varias veces, porque se le resbala y no acierta el objetivo, pero entre los dos, él empujando y yo agarrándosela, logramos el cometido.
Igual no se puede aguantar mucho más, unos cuántos bombazos y me acaba por entre las piernas.
Satisfecho, como si se hubiera echado el polvo de su vida, se tambalea, se derrumba en el sofá, y ahí se queda dormido.
Entre los demás me ayudan a limpiarme el semen con servilletas de papel, y me llevan a la habitación de Armando. Yo voy por delante, desnuda, con ellos detrás, también en bolas, todos meneando sus respectivas erecciones.
Me recuesto en la cama, de espalda y me abro de piernas, acariciándome sin demasiada sutileza la concha, mostrándoles el fuego de mi interior.
Estoy ardiendo, con una espumita que me sale de adentro que confirma tal estado.
Uno de ellos, Manuel, se sube a la cama y me pone la pija cerca de la boca. Se la agarro, se la sacudo un poco y se la chupo, empezando por los huevos, a los que les dedico unas más que incitantes mordiditas.
Dentro de mi boca, y mientras se la succiono con fuerza, siento como se le va poniendo más gorda, armándose de la forma en que más me gusta una pija, pletórica de poder.
Ya para entonces otro (Julián) se zambulle entre mis piernas, chupándome a mansalva la concha, mientras los demás esperan su turno, usando mis pechos como aperitivo.
Cuándo Manuel se hace a un lado, Valentín, el nuevo, ocupa su lugar, dándome a chupar una pija de robustas proporciones. Del otro lado se suma Antonio, que también tiene una muy buena erección, con unas venas que parecen palpitar con ritmo propio.
Se las chupo con frenesí, tragándomelas casi por completo, mientras los demás se siguen alternando para comerme las tetas y la concha.
Las lenguas y las bocas van y vienen, deslizándose por todo mi cuerpo, babeándome por doquier, saboreando cada resquicio de piel, cada curva, cada hondonada.
En plena euforia, me pongo en cuatro y me palmeo fuerte la cola, invitándolos a surtirme, sintiendo por entre los muslos cómo se me chorrean las ganas.
Armando es el primero en ponerse detrás y mandármela a guardar.
Ya en la noche de póker me había dado cuenta de lo mucho que disfrutaba el compartirme con sus amigos. En ese aspecto era sumamente generoso. No trataba de monopolizarme, sino que dejaba que cada uno tuviera su momento. Por eso, después de unas cuantas embestidas, se hace a un lado y tomando una cerveza, se dedica a contemplar como los demás me cogen en yunta.
De ahí en más me garcha cada cual a su turno, algunos más impetuosos, otros más contenidos, pero todos regalándome el más suntuoso de los placeres.
Armando no era el verdadero agasajado, sino yo, que recibía por partida quíntuple lo mejor que un hombre te puede dar.
Mientras uno me coge, a los demás les chupo la pija, así mi concha y mi boca se mantienen golosamente ocupadas. Son cinco tipos, cinco vejetes, todos calientes, excitados, por lo que siempre hay una chota dispuesta a complacerme.
Luego de una breve pausa, durante la cuál sigo chupando y pajeando, para que no decaigan, me vuelvo a tumbar de espalda y, abriéndome de piernas, vuelvo a recibirlos, de a uno por vez, cogiéndome todos con ese arrebato lógico que provoca el tumulto.
Todos quieren lucirse, destacarse por sobre los demás, demostrar con hechos que, pese a los años, la virilidad sigue intacta.
Aún así, y pese a su esfuerzo, Antonio es uno de los primeros en acabar, y me acaba adentro, ya que el polvo lo agarra desprevenido.
Mientras se licúa en mi interior, me aferro a su cuerpo como una araña, reteniéndolo con brazos y piernas, buscando su boca para besarlo con un fervor por demás genuino y entusiasta.
A los demás parece gustarles aquella repentina muestra de pasión, por lo que de uno en uno, y formando una fila, van pasando por mi cuerpo.
Se me suben encima, me cogen al ritmo de cada uno y me acaban adentro, quedándose luego enredados conmigo, besándome, mientras el semen se derrama por los conductos más íntimos de mi cuerpo. Julián, Manuel, Valentín, todos tienen su momento de Gloria, algunos más fluidamente que otros, pero todos me llenan de leche.
El más cargado resulta ser Manuel, que acaba conmigo, y cuando está por sacármela, vuelve a eyacular, por lo que me entra de nuevo, quedándose ahora sí hasta la última gota.
Quedo destruída, derrumbada sobre la cama, suspirando agitada, con los muslos enrojecidos de tanta fricción y la concha inundada de guasca.
Alguien trae una botella de vino, de la bodega de mi marido, la descorcha y comienza a pasarla de mano en mano, bebiendo directo del pico.
Estamos todos en la cama, desnudos, ellos acariciándome las tetas, metiéndome los dedos en la concha, yo manipulando alguna verga al azar.
No sé quién empieza, pero en cierto momento me estoy besando con uno, con dos, con tres, con los cinco, pasando de una boca a la otra con la misma efusividad. Besos jugosos, con mucha lengua, cargados de saliva y excitación.
Prontamente los labios son reemplazados por pijas todavía morcillonas, pero que con otra buena ronda de mamadas no tardan en estar listas de nuevo.
Esta vez Armando decide tener una participación más activa, así que cuándo se recuesta de espalda, me le subo encima, a caballito, y ensartándome yo misma en su erección, lo empiezo a montar con el brío y entusiasmo de una amazona.
Subo y bajo, disfrutando de esa generosa porción de su cuerpo, a la vez que unas manos distintas a las suyas, me acarician los pechos y la cola.
Ya sé lo que pretenden, imposible no intuirlo cuando un dedo me recorre la zanja y se introduce en mi culo.
Me quedo quieta, con toda la pija de Armando adentro, y echándome hacia adelante, lo dejo hacer.
Me volteo y veo que es Antonio el que para entonces ya me está metiendo dos dedos.
Le sonrío cómplice y entonces se sube encima, apuntando ahora con su verga hacia el objetivo que estuvo dilatando. Me la acomoda en la entrada y me la va metiendo de a poco, hasta que, llegado a la mitad, me la hunde hasta los pelos de un solo empujón.
No sé quién devora a quién, pero enseguida, acoplándose con Armando, me empiezan a bombear entre los dos, fuerte, profundo, empalándome bien hasta los huevos.
Siento como se raspan dentro mío, apenas separados por un débil tabique que amenazan romper con tanta fricción.
Estoy llena de pija, con mis agujeros que se abren al máximo para albergar tanta carne.
Mientras ellos me cogen y culean en tándem, los demás se mantienen expectantes, pajeándose mientras esperan que les toque.
Esta vez no acaban, sino que salen con las pijas aún en plenitud.
Otro dueto ocupa su lugar. Julián abajo, Manuel arriba, serruchándome ambos con un ímpetu devastador.
Tampoco acaban, frenándose antes que el orgasmo se precipite.
Valentín, el nuevo del grupo, se queda sin acompañante, así que me coje él solo, por el culo, dándome una biava que me aniquila.
Me quedo como borracha, pese a no haber probado casi nada de alcohol, cuando siento que se apura en levantarse, y en complicidad con los demás, me echan de rodillas en el suelo, se congregan a mi alrededor y se pajean. Con fuerza, con energía, acompañando el aguerrido movimiento de sus manos con jadeos cada vez más exaltados. Y yo ahí, con la carita levantada, esperando entre ansiosa y expectante el húmedo desenlace...
...CHAS CHAS CHAS...
Se escucha el ruido que provocan las manos al menear las porongas.
No sé quién acaba primero, porque la leche empieza a saltar de uno y otro lado. Encima, un chorrazo bien espeso me da en los ojos, por lo que tengo que cerrarlos. Aún así puedo sentir la lluvia láctea cayendo sobre mí.
Casi a ciegas, abro la boca, recibiendo en mi paladar la mayor cantidad de semen. No lo trago enseguida, sino que lo retengo ahí, hasta que resulta demasiado y no puedo evitar que resbale pesadamente hacia lo más profundo de mi garganta.
¡GLUP! se escucha cuando me lo trago todo.
Algún buen samaritano me limpia la guasca que se me amontona en los párpados. Recién ahí puedo abrir los ojos y verlos rodeándome, algunos descargándose todavía, otros solo agitándosela, pero todos con sus pijas apuntándome.
El olor a sexo, a semen, a huevos, impregna la habitación.
Empiezo por chupar la pija que tengo más cerca, sorbiendo los restos de semen que aún la impregna. Lo mismo con las demás, todas pringosas, dejándolas bien secas y limpitas.
Cuando termino con el último, me levanto y medio tambaleándome, vuelvo a la sala, con los cinco tras de mí.
Me echo delante del comisario, que aún está durmiendo la mona, y le chupo la pija. Cuándo consigo parársela, me le subo encima, y empiezo a montarlo, brindándole a mi fiel auditorio una verdadera clase de cabalgata erótica.
Ya despierto, aunque con la bruma del alcohol aún nublándole los ojos, Alfonso me agarra de la cintura y acompaña mis movimientos, arriba y abajo, hasta que el estallido se hace inevitable y ahora sí me acaba adentro, al igual que sus amigos, todos cálidos, efusivos, torrenciales...
Cuándo me levanto, con la leche goteándome por entre las piernas, todos se ponen a aplaudir.
Les hago una reverencia, como en el teatro, y salgo de escena, yéndome disparada al baño para darme una ducha.
Cuando salgo, los seis ya están vestidos y sentados a la mesa como si nada. Yo soy la única desubicada, que se pasea envuelta en una toalla, recogiendo la ropa del piso, para luego buscar rápido refugio en el mismo cuarto en dónde me acaban de garchar en montonera.
Después del sexo, pasado ese momento de calentura, como que siento un poco de vergüenza. La timidez aflora y ya no soy esa hembra en celo capaz de coger con más de un tipo a la vez.
Ya arreglada salgo del cuarto y me despido de todos en general, deseándole a Armando que termine muy bien su día. Después de lo que hicimos, no tiene sentido darle un beso a cada uno.
-Saludos a tu marido...- dice uno.
-Dale las gracias por el vino...- agrega otro levantando una copa.
-Y por ser tan cornudo...- añade un tercero, provocando un coro de risas.
Fuera del departamento, en el pasillo, sigo escuchando las carcajadas, y un "¡Que puta hermosa!", que logra un consenso generalizado...
18 comentarios - Festejando los 70 de mi vecino...
+10
Buen relato, van diez puntos.