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los embaucadores 2



Al cabo de la primera semana completa, Nati y yo hicimos un balance. Teníamos un cuaderno para eso, de los grandes de tapa dura tipo universitarios, y yo debía llenarlo y actualizarlo como un leal contador de la mafia.
—Ocho machos en total —me anunció Nati, y me dio un gracioso besito en la nariz. Estábamos acostados en la cama, boca abajo, uno junto al otro, compartiendo el cuaderno—: Don Rogelio, el Tune, Gardelito, Cicuta, el Pampeano, Pepe Grillo, el señor Benassi… ¿quién lo diría, no? …y el doctor.
Una semana y ocho machos. Más de una verga nueva por día de promedio. ¡Esa era mi novia! Con la frente llena de cuernos y mi amorcito llena de pija a mi lado, me sentí orgulloso de ella. Igual, la provoqué.
—Son ocho polvos, no ocho machos. Acordate que la idea es que todos los hombres del pueblo te cojan con regularidad.
—El Tune me está cogiendo todos los días. Y los otros vagos del almacén —se refería a los nombrados Gardelito, Cicuta, el Pampeano y Pepe Grillo—, día por medio… Y el doctor y don Rogelio van para un polvo por semana…
Eran casi las dos de la tarde. Nati estaba recién cogida por el Tune, que le había estado dando verga desde las doce hasta la una en el almacén. Yo ya la había limpiado, como a ella le gusta, y se había bañado y cambiado con ropita de puta para ir a un nuevo encuentro con don Rogelio, a la hora de la siesta.
En la medida que se corriera la voz y se fueran sumando machos, el cronograma de cogidas se iba a congestionar y deberíamos corregir todo. Por ejemplo, el Tune me la garchaba todos los días a la hora de la siesta. Y si la idea era mantener la farsa de que yo era un verdadero cornudo ignorante y ella una mujer decente que sucumbía por necesidad sólo con el amante de turno (a nadie le decía que cogía con otros), no iba a haber tiempo para que se la cogiera tanto.
Era obvio que en cuanto los machos comenzaran a hablar de ella entre sí, la farsa de la Nati decente se derrumbaría. Esperábamos con mucha ansiedad ese momento, tratando de adivinar cómo se darían los acontecimientos, y pendientes de cómo iban a mutar los rumores sobre ella y cómo iba a crecer su fama de puta.
La farsa de mi ignorancia ante su infidelidad queríamos mantenerla, por eso de todos modos ella actuaba como si se cuidara de mí.
A esta altura los vagos del almacén ya habrían hablado entre ellos. A esa altura de seguro cinco machos ya se estaban enterando que a la mujer del escritor —así me decían— le gustaba la verga más que el dulce de leche, que en una semana ya se había bajado a cinco tipos. Tenía una apuesta conmigo mismo sobre cuándo esos hijos de puta le propondrían a mi novia una gangbang.
—Cuerni, me voy a que me coja don Rogelio… —Le manoseé una última vez, desesperado, el culazo entangado hasta la médula. Se levantó sin importarle mi mendicidad pajera—. ¿Cómo encaro lo del amigo?
Don Rogelio, que había prometido con cara de serio no decir ni una palabra a nadie de que se cogía a la mujer del vecino, le vino el día anterior a Nati con que tenía un amigo, solo como él, discreto como él, con experiencia como él, y que, sin ofender, sólo es una sugerencia, que si ella algún día tenía la necesidad, o las ganas, que bueno, sin compromiso, que era muy bueno en la cama el amigo, que tenía buena fama, que con probar no se perdía nada, que total un cuerno a su marido ya le puso, que dos era lo mismo. Nati, en su papel, le dijo que no sabía. Que con él —con don Rogelio— descargaba una necesidad, pero que no quería que don Rogelio pensara que yo era un flor de cornudo (así le dijo Nati, con esas mismas palabras).
Un rato después, mientras se clavaba desde atrás a mi amorcito y me la bombeaba hasta los huevos, el viejo: Que no, que no pensaba que yo era un cornudo —y le amasaba las nalguitas y le mandaba verga a tope—, que se notaba que ella era una mujer decente —y otra vez la pija afuera y a empujar con más violencia— que haga de cuenta que no le había dicho nada, que solo lo había mencionado porque su compa era tan discreto como él. Y luego, mientras mi novia se lo cabalgaba, ella arrodillada sobre el viejo, que aprovechaba para masajearle los pechos y juguetear con los pezones, la muy turra de Nati puso carita de inocente y volvió sobre el tema, y muy morbosa.
—Pero si yo le autorizo a que su amigo me llame… ¡Ahhh…! y me llene de verga como usted… ¡Ahhhhh…! No quiero que se rían de mi novio como si fuera un cornudo…
—No, señorita, no se preocupe que nadie va a faltarle el respeto a don Marcelo —la tranquilizaba mientras la tomaba de la cintura y la bajaba con fuerza para hundirla más en su pija.
—No quiero que cuando ustedes dos se junten le anden diciendo cornudo…
—No, señorita, no…
—Cornudo… Cornudo, le van a decir… porque me cogen…
—No, señorita, mi amigo y yo somos muy respetuosos del cornudo… ¡digo, de su novio!
—Está bien, está bien, usted puede decirle cornudo, pero su amigo no… No quiero que se piensen que soy una puta…
—¡No, señorita! ¡Usted no es una puta! Usted tiene necesidades.
Fue una siesta donde mi Nati se trajo tres polvos: uno del viejo y dos de ella, que me hizo limpiar apenas cruzó la puerta. Le dijo a don Rogelio que su amigo podía llamarla, pero que para que yo no sospechara, se conectara por wasap y simulara un pedido de empanadas. Pero los viejos ni sabían lo que era el wasap, así que arreglaron un encuentro en la casa de don Rogelio, durante una siesta. “¡Pero nada de hacerlo con los dos a la vez —se hizo la decente Nati— que no soy ninguna puta!”, dijo, y se limpió un poco de leche de don Rogelio, que todavía le quedaba en los labios.
El otro viejo se llamaba don Ignacio. Y aunque el encuentro con Nati se dio en la segunda semana, voy a contarlo ahora.
Al día siguiente don Rogelio vino al mediodía y nos golpeó la puerta con la excusa tonta de pedir azúcar. El viejo comprobó que yo no andaba cerca y le dijo como si chismeara entre matronas.
—Señorita Nati, ya hablé con mi compa. Está muy ansioso y quiere verla cuanto antes —Hablaba bajito y echaba continuas miradas furtivas hacia dentro de casa, para asegurarse que yo no anduviera por ahí.
—Ay, don Rogelio, lo que debe estar pensando de mí…
—No pienso nada, señorita. Solo que usted es una mujer muy joven y muy bonita y no puede andar por la vida sin alegría por culpa de su novio…
—Está bien. Arregle para mañana a la hora de la siesta, que mi novio duerme.
—Listo, señorita Natalia. No se va a arrepentir. Don Ignacio tiene muy buena fama.
Lo de la fama era cierto. Al otro día Nati pudo comprobar que don Ignacio tenía una buena verga —más que nada gruesa— y la usaba bien (tampoco para hacerle un monumento, pero bien). Nati salió de casa a las 14 con un tapado que le cubría todo: una calza emputecida y una remera corta y holgada, esas descotadas de hombro a hombro. Como las otras veces, don Rogelio la hizo entrar de inmediato. Pero para sorpresa de Nati adentro no solo estaba don Ignacio sino otro tipo más, un cuarentón que no conocíamos. Nati se quedó rígida porque no lo esperaba. Los viejos lo interpretaron como rechazo y se apresuraron a aclarar.
—Señorita Natalia, no se asuste. Es el Chicho, capataz en el astillero y amigo de don Ignacio.
Y antes de que mi novia abriera la boca para decir algo, don Ignacio agregó:
—No lo traje para sumarlo, señorita. No es que nos estemos abusando de su don de gente, él solo vino a acompañarme.
Nati otra vez tomó aire para hablar pero observó bien al Chicho, un tipo mucho más joven que los otros dos, con un cuerpo alguna vez trabajado al que sin embargo se lo seguía viendo fibroso, unos bigotitos a lo 1930 y una cara de hijo de mil putas que, cuando la miró a los ojos, impasible, hizo mojar en el acto a mi novia.
—No es culpa de ellos, Nati —dijo el Chicho, tranquilo, y le sonrió. Mi novia supo en ese instante que ese tipo sabía qué clase de putita era ella—. Me dijeron que te llamabas Natalia, puedo decirte Nati, ¿no? —Nati se le acercó dos pasos y quedó rodeada por los tres hombres—. Yo estaba en lo de don Ignacio y cuando me dijo que salía, me intuí algo, y le insistí para venir.
—¡No le dije que venía a verla a usted, señorita Natalia!
—Le dije que si no me traía, lo iba a seguir. Él me conoce.
El pobre don Ignacio se desesperaba por explicar.
—Hubiese preferido no venir, pero si no venía, usted iba a pensar que la estaba despreciando…
Nati apenas estiró una comisura de sus labios. El Chicho, aun sentado, giró más hacia ella sin moverse de la silla y sonrió con suficiencia.
—Ella sabe perfectamente que ningún hombre la desprecia.
Nati se quitó el tapado y los tres hombres abrieron sus bocas, como idiotas. No es que debajo estuviera vestida de puta, pero en ese caserío lleno de hombres, una belleza como mi novia en calzas tan metidas y remerita sexy era un espectáculo impactante.
—Ustedes son tres desubicados. Yo no soy una puta, ¿qué se creen? —Giró para doblar el tapado sobre un respaldo, al solo efecto de darles la espalda y mostrarles el culo tragando calza hasta lo imposible—. Ay, no sé qué van a pensar de mi novio…
Avanzó otro paso, tomó a don Ignacio de la mano y se encaminó para la habitación. Nótese que nadie le había reclamado sumar al Chicho, sin embargo antes de meterse en la pieza y cerrar la puerta, mi novia dijo:
—Tengo dos horas hasta que se despierte mi novio, así que será una hora con él y una hora con vos —Y señaló al Chicho—. Y usted, don Rogelio, debería darle vergüenza, esto era sólo entre usted y yo.
Don Ignacio me la cogió desde las 14 hasta más o menos las 14:30. Me enteré en el momento, por wasap: “Cuerni, me trajeron un macho extra. Me van a coger el doble de lo que pensamos”.
Yo estaba en casa matándome a pajas. No contaría con los detalles hasta que Nati volviera a las 16, pero podía imaginármelos, y el dato de que le habían llevado a alguien más, solo me potenció el morbo.
Resulta que don Ignacio tenía una buena tranca y me la cogió a Nati muy bien para ser un primer encuentro. Le daba bomba con ganas y le gustaba agarrarla tomarla de la cintura y regodearse con eso. Don Ignacio cogía mejor que su amigo, y le hablaba más, cuando Nati le decía algo.
—¡Qué buena pija que tiene, don Ignacio! Qué suerte que don Rogelio le contó que el cornudo de mi novio no me coge…
—¡Y yo qué estrechita la siento… ¡Se nota que su novio no la usa nunca!
—¿Quién…?
—Su novio, señorita Natalia…
—Ah, me confundí… Como don Rogelio siempre le dice cornudo…
—¿Cor-cornudo…?
—Sí, es más fácil, creo… No sé, a mí me sale más fácil…
No sé si habrá sido por el morbo, o porque Nati en verdad es estrechita, y con seguridad porque un viejo de esa edad, por más verga rechoncha que tenga, en su puta vida se podía coger una mujer tan hermosa como mi novia, don Ignacio se deslechó a la media hora de estar dándole a la matraca. Antes de que el viejo siquiera llegara insinuar un segundo polvo, Nati lo sacó de la habitación y le dijo que hiciera entrar al Chicho. La verdad es que mi novia lo veía portador de una esencia morbosa y turra, y quería que se la coja cuanto antes.
Y sí que era morboso. Muy morboso. Y turro. Muy turro.
Lo primero que el Chicho hizo al cruzar la puerta fue darle una nalgada suave pero sonora a mi novia y decir:
—Otro cuerno para la colección de tu marido… —y le sobó la cola, llenándose una de las manos, y con la otra fue a los pechos, y luego a su rostro, a los labios. Y le sonrió—. El cornudo no debe pasar por la puerta con una hermosura como vos.
Y como vio que mi Nati se iba a hacer la decente, le tapó la boca con un beso.
Me la cogió como un animal hasta las 16: la hora de él y la media hora que le sobró al otro. Me la cogió en perrito, y luego ella patitas arriba, y más luego de costado. Me la hizo acabar un montón de veces, mientras le gritaba puta y le entraba verga hasta los huevos. El hijo de puta se deslechó dos veces, siempre adentro. Una por la conchita apretada, el primero. Y el segundo lechazo por el culo en medio de nalgadas, de “puta, puta, puta” y de “¡ahí te va para el cuerno!”.
Mientras le llenaban el culo de verga, antes del desleche, la turrita morbosa de Nati le hablaba de mí.
—¡Nunca me hizo la cola! ¡Mi novio nunca me hizo la cola!
Y eso enardecía al Chicho, que le mandaba verga con mayor violencia.
—Me jodés… —jadeaba— ¡No puede ser tan cornudo! —y le daba más bomba, mirando su pija enterrase en el culito de ella, ensanchándolo con cada clavada a fondo. Se la veía entrar, hundirse y perderse en ese cuito que no le pertenecía—. ¡Se lo merece! ¡Se merece todo lo pedazo de puta que sos, bebé! ¡Se merece que te esté rompiendo el culo mientras él se queda durmiendo la siesta como un pelotudo!
Y Nati, volviendo a acabar:
—¡Sí, sí, lo vamos a hacer el rey de los cornudos!
Y el propio Chicho, sin que Nati le dijera nada:
—¡Lo vamos a convertir en el cornudo del pueblo, putita!
Y con Nati en un grito, acabando, el hijo de puta del capataz del astillero comenzó a soltarle la leche adentro del culo.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh…!!!
Esa doble ración de cuernos se repitió, desde ese día, todos los miércoles. Pero como el Chicho era de los más morbosos, pronto Nati lo pasó a diario y los miércoles a la siesta juntó a los dos viejos: don Rogelio y don Ignacio. A los que luego se le sumarían otros, forjando un sistema que comentaré en otra ocasión.






7.


Lo del almacén fue lo más simple y lineal del mundo. Fue, con seguridad, el racimo de cuernos más previsible e todos.
Como conté, el Tune ya me la había garchado. Y tan bien que en ese mismo primer encuentro acordaron repetirlo siempre que pudieran. Como se suponía que yo no sabía nada, arreglaron hacerlo en las siestas, que era cuando el almacén cerraba y cuando el cornudo se suponía se echaba una siesta (cuando en realidad se echaba una flor de paja). Ese mismo día que me la garchó —pero a la tarde—, el Tune, en esa reunión de amigos que se daba a diario hacia las 6-7, les contó a los otros que se había cogido a la nueva, y que era una putita tremenda y bien estrechita.
Los vagos se mostraron entusiasmados, festivos. El negro era el más zángano de todos —aunque todos eran zánganos— y en definitiva, un poco el líder del grupete. Disfrutaron de la anécdota, felicitaron al Tune pero, estoy seguro como que soy el más grande cornudo de Latinoamérica, en el fondo guardaron la expectativa de buenas chances de cogerse ellos también a “la nueva”. Supongo en ese momento por fin vieron la ventaja de comprar esas empanadas y que Nati se las lleve a su casa.
Esa misma noche Nati recibió el pedido de Pepe Grillo, uno de los vagos del almacén.
—Cuerni, me están buscando para coger —me anuncio Nati, puro entusiasmo.
—¿Qué sabés? —la provoqué— En una de esas tienen hambre y quieren empanadas de verdad.
—Seguro que tiene hambre. Y yo me voy a encargar de darle de comer. Es mi trabajo, ¿no?
Le respondió por mensaje que las preparaba y se las llevaba, y se fue a duchar. La acompañé sentado en el inodoro.
—Seguro que te quiere coger. Pero hay que ver si se anima a encararte.
Nati largó una risita corta.
—Ay, cuerni, cuerni… —dijo maternalmente.
—No, en serio. Esto es un pueblo, no un boliche de Buenos Aires.
—Cuerni, no seas bobo. A esta altura Pepe Grillo y los demás ya deben saber que sos cornudo y que con el Tune vamos a garchar todos los días. Pepe Grillo querrá tantear el terreno, ver si soy una minita más o menos decente que le pintó con un tipo, o una puta remachada que se garcha todo lo que le ponen adelante.
—Sí, amor, ya sé —Ahora estábamos en la habitación, ella en una tanguita casi invisible de tan metida en el orto que la tenía, eligiendo qué ponerse— Pero hay que ver si él se anima hoy. Lo más probable que te insinúe algo y te encare cuando esté más seguro.
Terminé de decir eso justo cuando Nati terminó de vestirse, y me di cuenta que lo que yo pensaba eran puras estupideces. Mi novia estaba vestida bien bien puta, botas altas de puta, mini negra bastante corta y un top que daban ganas de arrancárselo.
—Vos no te preocupes que en un rato me van a tener clavada hasta los huevos.
Se puso un tapado y agarró las llaves de la camioneta. Le di el paquetito con cuatro empanadas calientes y quise que razonara:
—Amor, me recalienta cómo estás vestida pero no tiene nada que ver que vayas así. Se supone que yo no te dejaría ir vestida así de esa manera.
—Cuerni, dejala a mami que sabe qué decirle a un tipo caliente.
Y habrá sabido porque volvió una hora y cuarto después, toda cogida. Sabiendo lo que había sucedido me abalancé a su conchita buscando mi participación. Ella se abrió de piernas, me acarició la cabeza y se puso a jadear y contarme lo sucedido.
Efectivamente Pepe Grillo tenía la intención de semblantearla. Pero la ropa de puta y la mirada y la actitud de buscona que llevaba mi novia desencadenaron todo rápidamente. Luego de la sorpresa de verla tan hermosa vinieron los halagos. Nati, cuyo único objeto en el pueblo era convertirme en el cornudo del mismo, entró a la casa sin pedir permiso y lo avanzó directamente: que él también era un tipo lindo, que parecía recio y macho, no como su marido. Eso hizo que Pepe Grillo le preguntara si era cierto que yo no me la cogía. No se lo creía. Entonces Nati juntó hombros, ocultó un poco el rostro hacia abajo y fingió un sollozo.
—Es que mi marido tiene un problema de salud… y bueno, no… —Nati hizo como que le dejaba entender a Pepe Grillo, pero no pudo con su genio y aprovechó para humillarme—. No se le para, ¿entendés? —Pepe Grillo asintió en silencio—. Yo lo amo, pero bueno… Soy joven… Lo amo pero no puedo vivir sin… ya sabés... Aunque sea una vez cada tantísimo lo engaño… Con mucha culpa… Me da tanta vergüenza…
Terminó de decir eso ya arriba de la cama y sin su pollerita, con Pepe Grillo acariciándole los hombros y la espalda. Entonces ella calló y él llevó sus manos a la cintura y a la cola, y le besó los hombros y el cuello mientras la manoseaba cada vez más lascivamente.
Me la empezó a coger enseguida, con Nati agitada, movida a topetazos por el bombeo cortito y furioso del macho, morboseando:
—Ay, Pepe… —entre jadeos—. No te creas que soy una mujer ligera, ¿eh? Ahhhh… Es esta vez y nada más… —y le apretaba abajo para para que la verga le ajustara más.
Y Pepe Grillo, tonto o astuto, le agarraba el culo y le enterraba verga dándole la razón:
—Claro, Nati, claro… Esta es la única vez… La única…
Pero un rato después ella estaba acabando y Pepe Grillo la surtía pija al grito de “¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! Cómo te gusta la verga, hija de puta!”, que parecía iba a convertirse en el hit del verano.
Y Nati, que alcanzó a manotear el celular para grabarme el audio de su propio orgasmo:
—¡¡Ahhhhhhhh…!! ¡¡Sí, Pepe!! ¡¡Rompeme toda, mandámela hasta los huevos!! ¡¡Ahhhhh…!!!
Pepe, obediente, le mandaba verga hasta bien al fondo, la sacaba luego hasta el glande y otra vez a clavar.
—Es la única vez… Es la única vez que lo hago cornudo a mi novio… —recitaba Nati cuando iba aflojando el orgasmo. El otro seguía surtiéndole fuerte, ahora queriendo descargarse él.
—¡Sos una puta tremenda, mi amor! ¡Ahhhhhhhh…! Te coge el Tune, te cojo yo… ¡Ahhhhhhhh…! Y te van a coger todos los muchachos… ¡Ohhhh…!! Me voy, mi amor… Ahhhhhh… Te doy la cremita, puta…!
—¡Sí, sí! ¡Echámela adentro!
—¡¡Ahhhhhhh…!! ¡Hija de puta, cada vez que te pida empanadas te voy a devolver a lo del cuerno toda cogida! ¡Ahhhhhh…!
—Sí, sí, sí, Pepe, síiii… Así… Ahhhhh…
—¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh…!!!






8.


A la tarde siguiente Nati quiso ir a estrenar mis cuernos. A veces lo hacíamos en Buenos Aires pero en general se complicaba. Acá, en el pueblo, se iba a dar todos los días. Estrenar los cuernos significaba que ella me llevaba ante sus machos para la exhibición pública de mis nuevas astas. Era un jueguito perverso que empapaba a mi novia, y que a mí me excitaba y a la vez me ponía nervioso.
Esa tarde, a las 18:30, Nati me llevó al almacén. Como siempre para andar en público, se puso una calza que la marcaba y hacía lucir sus piernas y su culito, más una remera ajustada con escote normal y una camperita arriba (no terminaba de llegar el calor, en esa primavera). Con diez días en el lugar, ya conocíamos a algunos vecinos y saludábamos al reconocer a alguien. Igual que el día que nos llevó don Rogelio, volvimos a cruzarnos con la pareja joven y su chiquillo. A esa altura ya sabíamos que a Elizabeth —la mujer— se la garchaban el carnicero y el Tune, y calculaba que alguno de los otros cuatro vagos también. Fue raro por un momento no ser el cornudo del encuentro. Al pobre esposo, muy simpático y buen tipo, le cogían a la mujer al menos —y con seguridad— dos vergas ajenas, y andaba ahí sonriente y abrazando a su infiel media naranja, y corriendo al chiquito que se les iba a cada rato. Fue solo un minuto que charlamos, ahí en la calle y con el aire aguado de los esteros, en el que preguntaron cortesmente cómo nos estábamos adaptando. Noté que Elizabeth eludía la mirada de mi novia, así que más que nada me miraba a mí. Y en un momento —nomás por un instante— me pareció que me vio con cara de “pobrecito”.
Y entendí.
Así como Nati la había cruzado a ella viniendo de la carnicería en horarios de trampa, también ella la había visto a Nati viniendo de lo del Tune en idéntica situación. Me pregunté si ella habría hecho el mismo cálculo, sobre Nati, que yo hice sobre ella: que alguno de los amigos del Tune de seguro también se la estarían garchando. También me pregunté si más adelante estas dos mujeres, con su infidelidad como común denominador, terminarían siendo amigas o, por el contrario, enemigas celosas de los machos a repartir.
Seguimos y nos cruzamos y saludamos con algunos otros vecinos y llegamos al almacén. Estaban el Tune y los vagos de la otra vez, aunque ya no eran los mismos. 
Ahora sabían. 
Sabían que la hermosa porteñita que tenían ahí adelante, la de cara de pícara y buenita a la vez, se dejaba coger fácil. Sabían que lo hacía a mis espaldas. Y que yo era un flor de cornudo ignorante. Por Dios, dos de ellos se la habían empernado en las últimas 24 horas.
Mirar a la cara a los machos de Nati cuando ellos no saben que yo sé, siempre me despierta un millón de emociones, algunas contradictorias. Primero, me da mucha curiosidad. De ver sus gestos y reacciones al tenerme en frente. ¿Me mirarán con culpa? ¿Me mirarán burlonamente? ¿O con indiferencia? Por otro lado, enfrentar esas miradas muchas veces me provocaba vergüenza, por la humillación de saber —todos ellos— que como hombres sexuales eran por defecto superiores a mí, eran elegidos por mi mujer por encima de mí. Quería mirarlos a los ojos, enfrentarlos, desafiarlos, superarlos aunque sea en ese duelo de miradas, ser más macho con los ojos, ya que no podía serlo con mi pija. Pero a la vez también quería rehuirles. Me avergonzaba que supieran que era un cornudo. Y me avergonzaba muchísimo más cuando los machos eran más de uno.
Esto último es difícil de explicar. Se supone que al convertirse en cornudo, uno ya está por completo humillado; quiero decir, uno no es más cornudo porque su mujer se acueste con dos en vez de con uno. Sin embargo cuando Nati me exhibía ante dos o más machos, mi vergüenza se multiplicaba, y el problema era comportarse con una gestualidad normal.
Es lo que sucedió cuando entramos al almacén y el Tune y los otros hijos de puta nos saludaron con una sonrisa que a mí me pareció de burla. Nati saludó con naturalidad, alegre pero no festiva, fiel al juego. Nadie que pasara por allí en ese momento hubiera sospechado nada de ella.
—¿Cómo le va a la parejita nueva? —saludó el Tune con mucha empatía, dedicándome una sonrisa amable.
Yo quería eludir la mirada pero no podía. Temí enrojecer de la vergüenza.
—Buenas tardes, señora Natalia. Buenas tardes, señor Marcelo.
Pepe Grillo fue así de formal, y nos habló muy seriamente. Yo todavía tenía fresco el recuerdo de su propia voz gritándole “puta, te lleno de leche” mientras le metía verga a mi novia.
Se me paró. Los otros dos también saludaron y a ellos sí les vi cierto brillo burlón en los ojos. Supe —no supuse, supe—que se iban a garchar a mi Nati esa misma noche o a lo sumo la siguiente. Nos fuimos a recorrer el almacén para comprar algunas cosas, dándoles la espalda por un buen rato, con Nati caminando despacio y agachándose cada tanto a mirar artículos en los estantes de abajo. Sentía las miradas de los cuatro vagos clavadas en el culo de ella y en los cuernos míos.
Al regresar, Nati con las manos vacías y yo con dos canastitos llenos de cosas, nos encontramos en la caja con más vecinos, que el Tune nos presentó. Dos tipos grandes, fieros, rústicos: Ángel y Pergamino, que le echaron a mi novia una mirada que no dejaba dudas.
—La señora hace empanadas ricas —dijo Pepe Grillo a los viejos—. Usted la llama, le pide y ella va a su casa y le hace la entrega.
Los tipos fieros se aflojaron un poco, pero solo un poco. Me miraron a mí, que traté de poner cara de póquer.
—Puede venir bien —comentó el que estaba pagando.
Nati se apresuró a darles el celular.
—Estoy empezando, por ahora a la noche. Usted llame a cualquier hora, que voy y le doy lo que le guste.
—Sí, sí, ella es muy buena —dije yo, más que nada porque estaba quedando como cero a la izquierda. Pero con mi comentario quedé como un pelotudo, cosa que de seguro excitó a Nati. Los dos viejos supieron en ese instante que yo era un flor de cornudo, no necesitarían que nadie les contara nada.
—Voy a probarla —dijo el tal Ángel, la miró de arriba abajo por última vez y se fue.
Mientras el Tune le iba haciendo la cuenta al otro viejo —a Pergamino—, Cicuta nos dijo a nosotros:
—Hoy a la noche les hago un pedido.
Yo esbocé una sonrisa estúpida; la que pude, en realidad, porque quise mostrarme agradecido pero en el mismo instante me lo imaginé cogiéndomela. Nati se paró más derecha, sacando tetas.
—Sí, yo también —secundó otro, el Pampeano—. Hoy tengo fiaca de cocinar.
Nos fuimos del almacén, Nati revisando su celular, y yo cargado con tres bolsas llenas de cosas y una terrible erección en el pantalón.
Esa noche a mi novia se la garcharon los dos, Cicuta y el Pampeano. Tuvo que proponer cogidas más breves, pues no podía ausentarse de casa dos horas sin levantar sospechas. Según me contó mientras yo me masturbaba sobre su culo, los dos vaguitos no se la cogieron tan bien como el Tune, el Chicho o el doctor, pero el morbo de estar cogiendo con uno sabiendo que unos minutos antes o después cogía con el otro (y que al día siguiente se contarían entre ellos lo puta que era), le alcanzó para arrancarle un orgasmo con cada uno.






9.


Al día siguiente, antes de que se haga de noche, Nati recibió el pedido de los dos viejos que conociéramos en el almacén: Ángel y Pergamino. Cuando leyó el mensaje Nati pegó un salto y me mostró el celular, más entusiasmada que nunca.
—Cornudito, mi amor… ¡Mirá! ¡Mirá!
El mensaje decía: “Necesitamos tus empanadas para esta noche. Estoy con mi compa Pergamino. ¿Entregás en el mismo domicilio a los dos o a cada uno por separado? Pergamino no tiene celular”.
La sola lectura del mensaje me aceleró el ritmo cardíaco. Nati les respondió: “a los dos juntos, mejor”, y se fue a duchar, encargándome calentar las empanadas en cuanto sus nuevos machos le enviaran el pedido. Fue otra vez con la camioneta —lo que iba a representar un problema, porque así cualquiera podía enterarse que el auto de los porteños tardaba media hora en hacer una entrega que debía tomar cinco minutos—, con doce empanadas y una ropa no muy zafada: calzas gris topo bien ajustaditas y un suéter fucsia escotado, sin remera abajo.
La hicieron entrar a la casa y en no más de cinco minutos ya me la estaban garchando. El tal Ángel, en la habitación, contra una pared. Mientras el otro picoteaba una empanada en el comedor.
Con Nati habíamos decidido que entrara con la cámara del celular grabando, de modo que yo pudiera escuchar todo el verso que le hicieran y cómo se la garchaban. Desgraciadamente no pude ver mucho —tan solo un momento— pues el celular quedó apuntando hacia arriba, grabando el techo. Pero el sonido era excelente y me brindó varias pajas esa semana.
Apenas llegó mi amorcito, Ángel la hizo entrar, con la excusa de que no encontraba el dinero y no esperara afuera con ese frío (no hacía frío, apenas estaba fresco). Una vez adentro, los dos viejos la elogiaron de arriba abajo, lo bella que era, lo bien que le quedaba esa ropa. En realidad estaban semblanteando a mi novia, para verle la cara, las reacciones y la postura corporal al salamearla. Nati no necesitaba nada para arrancar. Si quiere verga te pone una cara que no te dejan dudas, y el juego que estaba jugando en ese pueblito era el de cogerse regularmente a todos los hombres en el menor tiempo posible. Luego de un cruce breve de miradas y sonrisas, mi novia dijo:
—No puedo perder mucho tiempo, el cornudo me espera de vuelta en un lapso razonable.
Lo dijo mientras se bajaba las calzas, y con el hijo de puta de Ángel, sorprendido, desabrochándose los pantalones.
—Bueno, pero fuiste a entregar dos pedidos. No tiene que saber que es todo en la misma casa.
El suéter fucsia fue a aparar al piso y en un minuto Ángel tomaba a mi novia de un brazo y contra la pared, ella de espaldas a él, con la tanguita negra y diminuta enterrada en el culazo perfecto. Comenzó a darle bomba enseguida, metiéndole saliva y penetrando con cierta leve dificultad.
—Carajo que sos estrechita, china... ¡Lo que debe disfrutar el cuerno!
Ese tipo de comentarios siempre lubrican a Nati.
—¡El cuerno no me coge, don Ángel! ¡Ahhhh…! No puede, pobre…
El viejo comenzó un bombeo lento.
—¿Cómo que no puede? ¿Es puto?
Nati, contra la pared, sacó culo para que se le abriera mejor y la verga le entrara más hondo. El viejo entendió y se la mandó hasta los huevos.
—¡¡Ahhhhhhhhh…!! —gritó ella.
Con los dedos clavados en las nalgas, uno enganchado al elástico de la tanguita para mantenerla corrida de costado, Ángel aceleró el bombeo.
Nati siguió morboseando:
—Tiene una pijita de mierda y encima no se le para… ¡¡Oh, Dios, qué buena verga, don Ángel…!!
La grabación enfocaba el techo pero se escuchaba perfecto lo que decían y hasta el chasquido del abdomen del viejo turro contra la cola de mi novia.
—Te gusta la pija, putita… Apenas te vi me di cuenta que te perdés por una buena  poronga…
—¡Sí, don Ángel, sí…! ¡Soy su putita…!
—Vas a ser la putita mía y de Pergamino. Te vamos a hacer todo lo que el cornudo no puede…
El flap flap del abdomen del viejo contra el culo de Nati era cada vez más rápido y fuerte.
—¡Sí, sí, don Ángel! ¡Todo lo que el pija-floja no pueda! ¡Todooo!
—¡Te vamos a llenar todos los agujeros, putita, y te vamos a inunda de leche para que se la lleves chorreando al cornudo!
—Sí… Sí, don Ángel… Chorreando, sí… Ahhhhh…
—Y te vamos a presentar unos amigos más, ¿sabés? Acá en el pueblo hay gente que va a querer ayudarle al cuerno a satisfacerle a la mujer...
El tal Ángel se la cogió un rato más hasta que en un momento Nati volvió a su papel de mujer infiel de verdad, a quien esperaba en su casa un cornudo de verdad.
—Don Ángel… me tengo que ir… —dijo con el chapoteo del abdomen bombeándola— No quiero que el cuerno sospeche…
El bombeo aflojó, y se escuchó a don Ángel, preocupado.
—Pero falta Pergamino. Y yo no acabé.
—Me tengo que ir, don Ángel. Es por el cornudo, hay que respetarlo.
—Dejá que entre Pergamino, te va a gustar lo que tiene…
—¿Pero y usted…?
—Te damos entre los dos, mi amor…
—Ay, don Ángel, no sé… Dos hombres a la vez... Qué va a pensar de mí…
Y la muy turra sonreía. El bombeo recomenzó y se escuchó el grito del viejo.
—¡Pergamino, vení a ponerla!
La risita de Nati se confundió con el ruido de la puerta al abrir. Y luego otra vez Ángel:
—Vení, vamos a darle entre los dos, que el cornudo la está esperando.
Se escuchó la risotada gruesa de Pergamino —risotada que escucharía luego mil otras veces, en el pueblo, en situaciones públicas y cotidianas—, luego un silencio, un reacomodar, y de pronto el techo tembló en la pantalla de la filmación. Habían subido los tres a la cama, y con el apuro y ganas nadie había quitado el celular. Y mientras los tres se terminaron de acomodar, Nati en el medio y un viejo atrás y otro adelante, la imagen varias veces enfocó, desde abajo, cuerpos, caras, piernas, culos y hasta un vergón medio y ancho, propiedad de Pergamino. Finalmente la cámara quedó junto a una pierna de mi novia, siempre apuntando hacia arriba. De ahí en adelante la cámara tomó el muslo de ella, muslo y cintura de Pergamino bombeándola desde atrás. Y mucho movimiento.
—No le digan así a mi novio… Ahhhh… Qué buena pija, Pergamino… Mi novio es bueno… es un buen hombre… Qué buena pija…
—¡Un buen cornudo! —secundó don Ángel, que ahora estaba arrodillado delante de mi Nati—. Abrí la boca más grande, putita… Así… Tragá verga… Muy bien…
—Tenías razón que le gustaba la pija, Ángel… Ahí te va hasta el fondo, chinita…
Se ve que clavó fuerte Pergamino, porque Nati bufó como si la estuvieran empernando.
—¡Ahhhhh…! —pero enseguida recapacitó—: ¡Cójanme rápido! ¡No quiero que el cornudo me ponga cara de culo por llegar tarde!
—¡Te vamos a coger todos los días, pedazo de puta, y nunca va sospechar nada!
Nati agregó, así ensartada como iba, agitada, movida, bombeada de verga por la concha y la boca:
—Y a sus amigos… Ahhh… Díganle que cuando me llamen… Ahhh… me hagan el pedido “Especial”… Uhhh Diosss… Así yo ya sé que me voy a demorar un poco más… Ahhhhhhsssiiíííííí…!!!
El muslo de mi novia se movía cada vez más frenéticamente, adelante y atrás, y la carne del segundo viejo le daba choques cada vez más violentos.
—¡Llénenme! —pidió Nati—. ¡Llénenme que me tengo que volver!
Los viejos no se hicieron rogar, especialmente Ángel, que ya se la había cogido un rato.
—¡Te la suelto, puta! ¡Me voy…!
Y el chup-chup de la boca de mi novia tragando pija se aceleró.
—Yo te quiero coger un rato más, chinita —Pergamino, que seguía sacudiendo.
—Mañana… Hágame un pedido especial y le vengo…
—¡No me soltés la pija, mi amor, que estoy por acabar! —don Ángel.
El chup-chup retomó y ya Ángel no esperó más.
—¡AAAAHHHHHH…!
El muslo y el culo de mi novia seguían moviéndose, con Pergamino que la chocaba desde atrás. Don Ángel seguía acabando y entre todo el batifondo de la cogida escuché claramente el garguero de Nati tragándose la acabada del viejo. Imagino que eso habrá acelerado a Pergamino porque comenzó a gemir fuerte, muy fuerte, y a darle chirlos en las nalgas a mi mujer.
No dijo nada. No lo anunció. Simplemente comenzó a acabar.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh…!! ¡¡Por Diossssssss…!!
Vi el choque de carnes, los muslos pegados. No veía la penetración pero era como si la viera. El segundo viejo turro se fue deslechando y poco a poco el jadeo rítmico de mi novia volvió a aparecer.
Un minuto después había pasado todo.
—Tenemos que repetirlo con más tiempo… ¡Vos no acabaste!
—No se preocupen, estos diez minutos con ustedes fueron mil veces mejor que una hora al pedo con el cornudo.
Entonces se ve que la dejaron sola para cambiarse, porque ella tomó el celular —la cámara— y se paneó a sí misma, aun en tanguita y corpiño, luego apuntó a su rostro y me sonrió con esa carita de felicidad y de turra que me enamoraba. Luego la filmación se apagó.


Levanté la vista, ahí estaba mi novia. Conmigo. Como siempre. Vestía igual que en la filmación, se la habían terminado de coger hacía quince minutos. Me sonrió con la misma, idéntica expresión de turra que me puso en la peli.
—Cuerni, te deseo… Quiero que me cojas como solo vos sabés hacerlo.
Se abrió de piernas, se corrió la tanguita, y me zambullí en su conchita recién cogida para limpiarla y amarla, y provocarle el primer orgasmo de su noche.



autor: rebeldeb

3 comentarios - los embaucadores 2

Luna-Travesti
es mi relato favorito! me encanta! quiero mas!