Fue con una de esas personas con las que nos disfrutábamos plenamente.
Ella era una señora que le gustaba decir que era de Barrio Norte, pero era de Recoleta. Bien de Recoleta. Y era muy gracioso, porque decía que era de Barrio Norte, porque le daba culpa ser tan cheta.
Y esa posición pequeño-burguesa-culposa, es la que llevaba a la señora sofisticada, a desatarse y dejarse disfrutar en el momento de cerrar la puertita del telo sórdido donde solía llevarla.
Pero la vez que quiero contar hoy, ocurrió en su casa. Después de algunos encuentros, se atrevió a llevarme a su departamento, y a partir de ahí, pude decir con certeza, que la señora no era una cheta de Barrio Norte, sino que era una auténtica cheta de Recoleta.
Llegué a la esquina de su calle y Avda. Libertador, toqué el portero eléctrico y subí el ascensor.
Me recibió un perrazo. No es que no me gusten los perros ¡Claro que me gustan! Pero este era enorme, pesado, juguetón, y yo no había ido a jugar con el perro. No tuve más remedio que hacerle un poco de juguete, porque así lo requería el animal, hasta que la señora -deberíamos ponerle un nombre, llamemoslá Leonor- hasta que Leonor se aburrió del juego del perro y su amante, y lo encerró en el lavadero.
Ella tampoco quería ver el espectáculo de un hombre jugando con su perro. Ella, la pequeña burguesa, separada y madre de tres adolescentes, me había convocado con cualquier excusa a su departamento, pero con un único objetivo.
Así que me arrastró a su habitación y noté una mirada lasciva cuando me pasó la mano por mi cráneo. Era la época en que me afeitaba la cabeza, y la última vez hacía una semana, así que tenía el pelo apenas crecido como una especie de cepillo
Me empujó a la cama, me desabrochó el pantalón y me empezó a chupar la pija de un modo intenso, casi violento. Hoy Leonor estaba sacada. Quería coger fuerte, y yo no la iba a dejar con las ganas.
Sin embargo, la dejé hacer. Ya tendría tiempo de tocar, meter, romper. Y a ella se la veía muy divertida aferrada a mis huevos y dándole lambetazos a la cabeza de mi pija. Ponía cara de borracha cada vez que robaba una gotita de miel de la punta.
Me puso la mano en el pecho y dejó caer su vestido. No tenía ropa interior. Y desnuda, se lanzó sobre mi. Se frotó el clítoris sobre mi abdomen en forma indisimulada. Estaba pajeándose con mi panza… y después me puso su mano en mi frente, para inmovilizarme, mientras se contorsionaba contra mi pecho.
Murmuraba cosas que nadie se hubiera imaginado en ella. Una señora tan sofisticada, tan conservadora, tan “pañuelo celeste”, movía sus caderas sobre mi pecho y decía incoherencias
-Qué caliente que estoy…. mirá, mirá como me pajeo… que lindo pechito… quiero coger….
Voy a ser sincero. Me tentaba, me daba gracia. Pero también me calentaba. Su calentura provocaba mi propia calentura. Sus formas de decir me prendía fuego. De solo imaginar la cara de sus amigas, si la vieran ahora, en este preciso momento, cuando me pone de espaldas, y se encarama sobre mi nuca, y se da, por fin, el gusto.
Siento sus muslos en mis orejas. Está subida en mi nuca. Y siento el calor en mi cuello. Ese calor intenso que brota del centro de su ser. Sus manos aferradas a mi frente, y ella, en una postura única e irrepetible, cabalgándome la nuca, pajeándose con los pelos recién nacidos de mi craneo afeitado, frotándose con mucha energía contra el cepillo de mi cabeza, y diciendo barbaridades lascivas….
-mirá como te garcho la cabeza, puto… mirá como te acabo en la nuca y no podes ni verme ni tocarme… ahhh… qué caliente que estoy! Qué puta que soy… tomá puto, aaagggghhhhh!!!!
Y así, en un quejido intenso tuvo su orgasmo en mi nuca.
No había recuperado el aliento, cuando largó una carcajada. Estaba asombrada de lo que había hecho, se sentía maravillosa. Los pequeños permisos de la pequeña burguesía… una travesura más de una mujer que había vivido toda su vida reprimida por el deber y la familia.
Cuando se tumbó y me miró a los ojos, supo que ese trato iba a tener revancha, y que hoy, en su cama, en lo que fue su lecho nupcial, me la cogería de mil maneras. Fue en el instante en que lo supo, cuando me dijo, sonriéndome..
-No se que estas esperando para romperme el culo, puto.
Ella era una señora que le gustaba decir que era de Barrio Norte, pero era de Recoleta. Bien de Recoleta. Y era muy gracioso, porque decía que era de Barrio Norte, porque le daba culpa ser tan cheta.
Y esa posición pequeño-burguesa-culposa, es la que llevaba a la señora sofisticada, a desatarse y dejarse disfrutar en el momento de cerrar la puertita del telo sórdido donde solía llevarla.
Pero la vez que quiero contar hoy, ocurrió en su casa. Después de algunos encuentros, se atrevió a llevarme a su departamento, y a partir de ahí, pude decir con certeza, que la señora no era una cheta de Barrio Norte, sino que era una auténtica cheta de Recoleta.
Llegué a la esquina de su calle y Avda. Libertador, toqué el portero eléctrico y subí el ascensor.
Me recibió un perrazo. No es que no me gusten los perros ¡Claro que me gustan! Pero este era enorme, pesado, juguetón, y yo no había ido a jugar con el perro. No tuve más remedio que hacerle un poco de juguete, porque así lo requería el animal, hasta que la señora -deberíamos ponerle un nombre, llamemoslá Leonor- hasta que Leonor se aburrió del juego del perro y su amante, y lo encerró en el lavadero.
Ella tampoco quería ver el espectáculo de un hombre jugando con su perro. Ella, la pequeña burguesa, separada y madre de tres adolescentes, me había convocado con cualquier excusa a su departamento, pero con un único objetivo.
Así que me arrastró a su habitación y noté una mirada lasciva cuando me pasó la mano por mi cráneo. Era la época en que me afeitaba la cabeza, y la última vez hacía una semana, así que tenía el pelo apenas crecido como una especie de cepillo
Me empujó a la cama, me desabrochó el pantalón y me empezó a chupar la pija de un modo intenso, casi violento. Hoy Leonor estaba sacada. Quería coger fuerte, y yo no la iba a dejar con las ganas.
Sin embargo, la dejé hacer. Ya tendría tiempo de tocar, meter, romper. Y a ella se la veía muy divertida aferrada a mis huevos y dándole lambetazos a la cabeza de mi pija. Ponía cara de borracha cada vez que robaba una gotita de miel de la punta.
Me puso la mano en el pecho y dejó caer su vestido. No tenía ropa interior. Y desnuda, se lanzó sobre mi. Se frotó el clítoris sobre mi abdomen en forma indisimulada. Estaba pajeándose con mi panza… y después me puso su mano en mi frente, para inmovilizarme, mientras se contorsionaba contra mi pecho.
Murmuraba cosas que nadie se hubiera imaginado en ella. Una señora tan sofisticada, tan conservadora, tan “pañuelo celeste”, movía sus caderas sobre mi pecho y decía incoherencias
-Qué caliente que estoy…. mirá, mirá como me pajeo… que lindo pechito… quiero coger….
Voy a ser sincero. Me tentaba, me daba gracia. Pero también me calentaba. Su calentura provocaba mi propia calentura. Sus formas de decir me prendía fuego. De solo imaginar la cara de sus amigas, si la vieran ahora, en este preciso momento, cuando me pone de espaldas, y se encarama sobre mi nuca, y se da, por fin, el gusto.
Siento sus muslos en mis orejas. Está subida en mi nuca. Y siento el calor en mi cuello. Ese calor intenso que brota del centro de su ser. Sus manos aferradas a mi frente, y ella, en una postura única e irrepetible, cabalgándome la nuca, pajeándose con los pelos recién nacidos de mi craneo afeitado, frotándose con mucha energía contra el cepillo de mi cabeza, y diciendo barbaridades lascivas….
-mirá como te garcho la cabeza, puto… mirá como te acabo en la nuca y no podes ni verme ni tocarme… ahhh… qué caliente que estoy! Qué puta que soy… tomá puto, aaagggghhhhh!!!!
Y así, en un quejido intenso tuvo su orgasmo en mi nuca.
No había recuperado el aliento, cuando largó una carcajada. Estaba asombrada de lo que había hecho, se sentía maravillosa. Los pequeños permisos de la pequeña burguesía… una travesura más de una mujer que había vivido toda su vida reprimida por el deber y la familia.
Cuando se tumbó y me miró a los ojos, supo que ese trato iba a tener revancha, y que hoy, en su cama, en lo que fue su lecho nupcial, me la cogería de mil maneras. Fue en el instante en que lo supo, cuando me dijo, sonriéndome..
-No se que estas esperando para romperme el culo, puto.
1 comentarios - Orgasmo en la nuca
(gracias!)