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juli y el cornudo de las tetas 4

Los siguientes tres sábados el jueguito de manosearme las tetas a espaldas de mi marido se convirtió en una rutina. Cada vez que él iba al auto, o al baño, o si iba a lavar los cacharros, Bencina, Wate o Adrián (y en ocasiones dos a la vez) me manoseaban las tetas con una impunidad de comedia italiana. Había decidido ir siempre sin corpiño y remeritas sueltas, para que no se note tanto el relieve de los pezones. Ya no me engañaba: quería el contacto de sus manos sobre mi piel. Abajo alterné minifalda con dos shorts, pero me tomé la precaución de comprarme unos pantaloncitos cortos no muy sexys pero sí sueltitos que permitieron varias veces meterme mano ahí abajo como si no llevara nada. Era casi ridículo, de lo palpable, que tanto los chicos como yo estábamos ansiosos y pendientes de cada movimiento de Mateo para aprovechar y comenzar con el manoseo furtivo. ¡Parecíamos pre adolescentes!
Pero no todo se dio en la sobremesa. Entre los tres sábados hubo dos momentos donde el jueguito se fue un poco de cause. Un día yo no me sentí bien, me bajó la presión y me la pasé un rato largo en el auto, con el aire acondicionado. Mateo me atendió al principio llevándome un vaso de 7up, pero en cuanto se puso a hacer el asado comenzaron a venir los chicos. Con más 7up, o un poco de asado. Se sentaban del lado del quincho, como para cubrir con su cuerpo, el mío. Y mientras hacían como que me atendían, me manoseaban.
—¿Te sentís mejor, Juli? —Bencina se colocaba de costado y me metía la mano bajo la remera. Enseguida encontraba mis pechos, que son grandes, y los pezones, que esta vez no estaban duros.
—No, Bencina…
—Mirá que no venga el cornudo.
—Por favor, me siento mal…
Pero a Bencina no le importaba. Se llenaba las manos con mis pechos y los amasaba como un bollo de pan.
—Qué buenas gomas tenés… no me voy a cansar de tocártelas…
—Bencina, hoy no…
—¡Shhht! ¡Vos mirá que no venga!

Y me agarraba las dos tetas con la misma mano, y bajaba con la otra. Como me había puesto la minifalda por orden suya, me llegó fácil adentro.
—Dale, si esto no te jode, Ju… Es solo un poquito de toqueteo inocente… ni que estuviéramos cogiendo…
Me manoseó un rato más, me levantó la remera y expuso mis tetas libres al aire. Bajó un segundo y me mordisqueó apenas un pezón. Yo no lo disfrutaba. No me sentía bien y, además, estaba muy pendiente de mirar hacia dónde estaba Mateo. Finalmente me bajó la remera y abrió la puerta del auto.
—Ahora te mando a Adrián.
—No, Bencina, que no me siento bien…
Me lo mandaron a Adrián, y también me manoseó. Cuando le hubiese tocado el turno a Wate, ya la presión me tenía mejor y fui a la mesa y besé a mi marido como si nada. Así que Wate me tocó los pechos más tarde, igual que siempre, cuando Mateo fue a aguardar las cosas al auto.
La segunda ocasión fue mucho más extrema y, al cabo, la que desató la siguiente etapa. Los chicos se olvidaron el vino y yo me ofrecí a ir a comprar, mientras ellos hacían el asado y seguían hablando de su bendito partido. Resulta que sí habían llevado el vino. Me pidieron que fuera para los baños. Fui. Y Adrián vino atrás mío llevándome las botellas a escondidas.
—Te volvés en un rato con esto —me dijo, y se me tiró con todo a chuparme las tetas, así sin más, sin ningún preámbulo.
Me levantó la remera y mis pechos cayeron con su peso y gracia natural. Yo iba sin corpiño por ellos, deseaba su manoseo enfermo y si eran sus bocas, bueno… mejor. Me tragó las tetas. Se devoró mis pezones, los que masticaba con hambre y dulzura. Comencé a jadear, a tomarlo de los cabellos mientras él iba de un pecho al otro y murmuraba elogios indecentes.
—¡Por Dios, qué tetas! Siempre quise chupar estas tetas, hija de puta!
Fue abajo si dejar de chupar arriba. Metió mano en mi conchita y encontró el clítoris enseguida. Mi temperatura subía y subía en ese baño abandonado. Estuvo un rato y me largó. Me dejó arriba, con una necesidad asesina de bajar.
—Ahora te mando a otro —dijo, y supe que me estaban usando, y yo a ellos. Se fue y quedé re caliente.
Un minuto después vinieron Bencina y Wate. Me vieron regalada, sonrieron, me metieron en un cubículo y ya con la remera levantada comenzaron a chuparme las tetas, una cada uno, como dos bebés depravados. Yo pensaba en Mateo haciendo el asado, inocente, ignorante de que a pocos metros le mancillaban a su mujer… y más me calentaba. Me chuparon, me manoseaban abajo. Bencina se fue por detrás de mío y se arrodilló.
—¡Qué pedazo de culo, Juli! ¡Decime que el cornudo no te lo hace!
Me tenía tomada de los muslos, el shortcito ya bajado y el rostro sobre mi culazo entangado bien metido, bien de puta. Recordé las veces que Mateo había querido hacérmelo y yo siempre le daba vueltas sin darle el gusto jamás. Me empapé abajo.
—N-no… no me lo hace… ¡Y vos tampoco me lo vas a hacer!
Era demasiado. Wate adelante agarrándome los dos pechos con ambas manos y comenzando a llevárselos a la boca, y abajo Bencina metiéndome su lengua en mi culito y bajando a veces a explorar mi concha.
—¿Estará bien esto, chicos…? Ahhhh… —jadeé, un poco por morbo pero también porque las chupadas eran ricas. Esto era sin dudas mucho más íntimo que un toqueteo—. No son cuernos, ¿no…?
—No, Juli, no… Si no te estamos cogiendo…
—Por eso, por eso, no son cuernos… Todavía lo respetamos…
Wate me succionaba el pezón y me lo mordisqueaba con los labios.
 —Sí, sí… —dijo—. Todavía lo respetamos al cornudo…
Era una burla, y era su amigo. No sé por qué eso me calentó tanto. Me revolucioné.
—Sí… Sí… Ahhhhh… Lo respetamos al cornudo… —comencé a gemir—. Al cornudo siempre lo respetamos…
Bencina apoyó un dedo medio en el agujerito de mi culo y presionó. Comenzó a penetrarme lentamente, disfrutando y viendo cómo el dedo iba avanzando lentamente y hundiéndose y despareciendo de a poco.
—¿A quién hay que respetar, Juli…?
—Al cornudo… Al cornudo hay que respetar… —El dedo ya estaba por la mitad y seguía avanzando muy despacito. Pero siempre más adentro. Arriba, Wate no paraba de chuparme las tetas, ahora devorándomelas con desesperación—. Hay que respetarlo al cornudo… ¡Ahhhhhhh…! ¡Cómo lo respeto! ¡Cómo lo respeto al cornudo de mi marido!
—Sí, sí, cómo los respetás al cornudo de nuestro amigo… —comenzó a meter y sacar el dedo en mi culito. La fricción no me calentaba, pero el abuso en manos de dos amigos de Mateo, sí.
—Por favor… —respondí entre jadeos. Me estaba subiendo un remolino de calentura que ya conocía. La boca de Wate saltando de pezón en pezón solo me aceleraba— Dejen de decirle cornudo… Ahhhh… al cornudo… Ahhhh… cornu… Uhhh… Ahhh…
Mi orgasmo sacudió a los chicos. Wate me estrujó más las tetas y comenzó a chuparme con violencia, a jadear también él, a morderme ya no con los labios sino con los dientes, aunque suave. Abajo, Bencina trataba de meterme un segundo dedo en mi culito apretado, y no dejaba de comerme la concha y lengüetearme el clítoris.
¿Dónde estaría mi Mateo ahora? ¿Qué estaría haciendo?
—¡Ahhhhhhhhhhhh…! —grité. Sí, grité, y por un segundo pensé en si mi marido me habría escuchado, pero enseguida me olvidé de él y me abandoné al placer—. ¡Ahhhhhhhhhh…!
Regresé con mi cornudito diez minutos después. Lo besé amorosamente con una sonrisa y me puse a su lado a hacer la ensalada, hablando de un aromatizador muy bonito que había visto en una casa de regalos y que vendría bien para el cumpleaños de su madre.




6.
—No voy a coger, Bencina, ya te lo dije. A mí también me calienta el jueguito y en otras circunstancias lo haríamos, pero no quiero hacer cornudo a Mateo… Cornudo de verdad, me refiero…
—No seas boluda, no digo que cojamos, no vamos a coger… Ahora, no me vas a negar que los manoseos en el asado ya no dan para más… y que también vos estás necesitando otra cosa.
Estábamos hablando por teléfono. Por segunda vez esa semana. Bencina tenía razón. Él lo sabía. Yo lo sabía. El manoseo furtivo podía ser excitante pero era riesgoso, incómodo, insuficiente. Y la mayoría de las veces solo servía para dejarme más caliente. Ahora me proponía cambiar los encuentros a los jueves, en su departamento, con los otros dos, sin maridos molestando alrededor (él dijo “sin cornudos”), sin nervios, con todo el tiempo del mundo, y con garantía de que en cada encuentro me podrían chupar las tetas y la concha a gusto para arrancarme uno o más orgasmos cada vez.
—Cuando me tengan medio en bolas en tu departamento me van a querer coger, les voy a decir que no, vamos a estar discutiendo media hora y se va a pudrir todo…
—Te juro que no, Juli —me prometió—. Te doy mi palabra que no te vamos a pedir nada. Y si te insinuamos algo, agarrás tus cosas y te vas.
Fui ese jueves. Estaba nerviosa como si fuera a encontrarme con un tipo por primera vez, no sé por qué. Me fui vestida como ellos me pidieron, a esa altura era parte indiscutible del juego, aunque tampoco me iba a vestir de puta para andar por la calle. Jean muy muy ajustado, botitas de cuero y remera liviana sin corpiño. Me puse, además, una tanguita bien linda, bien puta, que no me pidieron, pero que me dieron ganas de usar con ellos, y que compré para la ocasión. Ya que me iban a poder desvestir con mayor tranquilidad.
Bencina bajó a abrirme. Vi en su rostro la sorpresa de verme así vestida. No es que estuviera puta, pero como dije, aunque tengo buenas formas soy rellenita, y un jean ajustado me hace un culo explosivo. En el ascensor me dijo que estaba linda, nada más. Él también estaba un poco nervioso.
En su departamento nos esperaba solo Wate; Adrián trabajaba y vendría más tarde, si es que llegaba. Tomamos un café, hablamos tonterías, ellos expectantes, yo, nerviosa.
—¡Qué linda que estás, Juli! —rompió inesperadamente Wate—. Con los shortcitos y las minis estás cogible, pero con este jean… —y dejó colgada la frase— A ver, parate, danos una vueltita… —Me puse de pie, les sonreí. Y comencé a girar lentamente. Cuando mi cola les quedó apuntando a ellos, Wate aulló—. ¡Waw, Juli! ¡Qué pedazo de culo, hermosa!
—¡Dan ganas de clavarlo! —aventuró Bencina.
—¡Dijimos que nada de coger! —me mantuve firme.
—No, no, quiero decir que así… con jean y botas… estás más perrona… más puta. Aunque estés más vestida, estás más puta, ¡no sé por qué!
Sonreí. Qué tontos los hombres, nunca saben por qué. Y por eso los dominamos. Así de pie como estaba, de espaldas a ellos, Wate se me vino por detrás y me abrazó por la cintura y panza y pecho, y con la mano libre me la pasó por la cola, me manoseó con muchas ganas una nalga y luego me frotó la raya del culo, tomándome parte de cada nalga. La mano bajó y llegó a tomarme la concha, siempre por sobre el jean. Cerré los ojos, jadeé, tiré mi cabeza hacia atrás. Dios, ¿qué estaba haciendo? De incógnito en el departamento de un hombre, sin que Mateo supiera nada, entregada como una puta a dos turros que solo querían manosearme y vejarme como a un pedazo de carne. Y mi pobre Mateo que en ese momento estaría matándose en el trabajo, tratando de vender un tomógrafo o no sé qué. En cuanto las manos me volvieron a magrear el culazo, volví a jadear sin que me importara nada.
Bencina se me vino por adelante y me besó el cuello y me manoteó los pechos, primero por arriba de la remera, luego por debajo, piel con piel. No podía creerlo. De verdad, ¿qué estaba haciendo en ese departamento, jugándome el matrimonio por una tontería?
—Qué suerte tiene el cornudo —tiró Wate—. Mirá el cuerpazo que se disfruta todas las noches…
Lo decía de morboso, metiéndome manos por todos lados, tanto él como Bencina. Y era más perverso aun porque todos sabíamos que más tarde me tendrían semi desnuda para ellos. Como siempre, que sus amigos se refirieran a mi esposo como el cornudo, me encendía. Los besos en el cuello pronto bajaron a las tetas. Y a los pezones. Mi fiebre me hacía volar. Wate buscó el cierre de mi jean, y luego el botón. Metió mano. Lo llevaba tan ajustado que fue incómodo y en un segundo éramos socios en el intento de vencer al pantalón. Tuvimos que detenernos, coloqué a mis dos machitos detrás, y entre risas, aliento y alusiones al cornudo, saqué culo y comencé a bajarme el jean en sus narices, como una porn star de sitio web. Aullaron cuando el culazo entangado les quedó libre y sobre su rostro. El jean en mis rodillas, ya flojo. Se abalanzaron sobre mi culo con gula. Lo lamieron, lo mordieron, jugaban con el elástico de la tanguita, y enseguida se repartieron conchita y ano para comer. Volé.
—No paren… —gemí—. No paren por favor…
Pensé en Mateo. En que, por increíble y tonto que sonara, nunca le había hecho ese mínimo showcito tonto de bajarme así un jean. Y explotó mi primer orgasmo.
—¡Ahhhhhhhhhhhh…!!! ¡Sigan! ¡No paren, turrrros! ¡Ahhhhhhhh…!!!
Me siguieron chupando durante la tarde, me chuparon toda. Todo el cuerpo, toda la piel. Y acabé tres veces más antes de irme, en uno de los cuales ya estaba Adrián, que había llegado.




7.
Volvimos a encontrarnos al otro jueves, y luego todos los jueves. Y se dieron dos cosas inevitables: Uno, los sábados después de fútbol pasaron a no tener sentido. Dejamos de tomar riesgos, aunque siempre alguno me manoseaba cuando Mateo iba al auto. Dos, los chicos comenzaron a sentir la necesidad de cogerme. O que al menos les chupara la pija. Era esperable. Yo me volvía a casa cada jueves con tres o cuatro orgasmo encima y ellos con nada.
No acepté coger. Tampoco chupárselas. Eso originó lo que yo siempre temí que fuera a suceder: enojos y reclamos.
—¡Es injusto, Julieta! —me decían—. Vos te vas satisfecha y nosotros nos vamos con los huevos que explotan.
—No se las voy a chupar. Se los dije desde el primer día, no voy a hacerle eso a Mateo.
—¡Te dejás chupar toda por tres tipos de punta a punta! ¿Qué cambia?
Era cierto y no. Para mí, al menos, era distinto. Pero los entendía.
Me quedé callada y por unos segundos no dije nada. Me di cuenta que la única que podía negociar era yo, a ellos no les quedaba nada por ceder. Era negociar o perder ese escape de la rutina que me calentaba cada vez más, incluso más que las cogidas con mi marido.
—No voy a hacer cornudo a Mateo, ya se los dije, pero podemos encontrar otra forma de que se desahoguen.
Estábamos en la cama, yo en medio y solo en tanguita y tetas, y rodeada de los amigos de mi marido, y ellos vestidos. Me habían chupado toda: las tetas, el culo, la conchita. Me habían regalado dos orgasmos de los buenos. Me incorporé y busqué a Adrián, que estaba más cerca. Fui con mis manos a su cinturón y lo desabroché. Abrí el botón de su jean. Fui consciente de la expectativa de los tres, que se asomaron a mi maniobra como quien se asoma desde un balcón. Descorrí el cierre, Adrián desplegó una sonrisa de niño desempacando un regalo. Nunca los había tocado, solo por arriba de sus pantalones, para medirlos, para excitarlos. Bajé un poco el calzoncillo y con mis propias manitos hurgué ahí abajo y lo encontré. Primero, el contacto con el vello púbico, igual y distinto a otros, y luego la textura de la piel de su pija. ¡Dios! ¡Cuántos años hacía que no tocaba otra pija que no fuera la de mi marido! Sentí mi sangre bullir. No por la pija, que era normal, sino por lo que yo estaba haciendo. Tuve de inmediato un golpe de memoria, un shock de recuerdos de viejos novios, de viejos amantes, de viejos encuentros de una noche: todas las pijas en esa pija. Todas las texturas, todas las temperaturas y humedades. Se la tomé con ganas, con muchas más ganas de las que hubiera imaginado. Toda. Se la rodeé con toda mi mano. Y comencé a pajearla.
—Uhhhh… Sí, Juli, sí… —gimió Adrián.
Sabía cómo hacerlo. Años atrás, con un novio debilucho que supe tener a mis 19, se la hacía tres o cuatro veces por semana, cada vez que nos veíamos. Ahora que lo recordaba, a ese novio lo dejaba cogerme poco y en cambio yo cogía seguido con desconocidos, tipos que me levantaba en la calle o flacos del boliche de cuando me iba a bailar con mis amigas. No había asociado hasta ese momento —ni siquiera me había dado cuenta— la perversión que ataba a los dos hechos, el de antes y el actual. La paja al cornudo de mi novio, que en la práctica lo castraba, porque la mayoría de las veces era paja y gracias, y la libertad sexual absoluta que yo me regalaba para mí, cada viernes aquella vez, y cada jueves ahora.
—Seguí… Seguí, Juli…
Adrián ya estaba a punto, lo iba a hacer acabar. Me pareció que faltaba mi Mateo en esa ecuación.
—¡Dedicáselo a tu amigo, Adri!
Eso lo aceleró.
—¡¡Síiii…! ¡Sí, hija de puta, sí…! Para tu marido… Ahí va la leche para tu marido…
—¡Para el cornudo! —lo corregí—. ¡Acabame para el cornudo!
Dios, ¿qué me estaba pasando?
—Sí, Juli, sí… —jadeó ya muy fuerte—. ¡Pajeá más fuerte! ¡Pajeá más fuerte que te la suelto para el cornudo!
—¡Acabame, Adrián! ¡Dámela toda que se la llevo a tu amigo!
—¡Sí, sí, sí, hija de puta! Síiiihhh... ¡¡Ahhhhhhhhhhhhh…!
La pija estaba durísima y latía. Sentí el latigazo de leche recorrerme la palma de la mano en un segundo y el lechazo saltó con la velocidad de un fogonazo.
—¡¡¡Aaahhhhhhhhhhhhhhhhh…!!!
Yo estaba su lado, en bombachita y tetas, arrodillada. El segundo lechazo me dio en el brazo y algo cayó sobre mi muslo.
—¡Para el cornudo, Adri!
—Sí, puta, sí, ¡para el cornudo…!
Me limpié en la sábana mientras la agitación y los jadeos de Adrián se normalizaban. Bencina, que estaba sobre mi otro lado, se recostó y se aflojó el pantalón.
—¡Mi turno! —dijo, y reí.
Y fui sobre él con más entusiasmo, con una decisión y vocación que no me conocía. Lo pajeé con muchísimo gusto, su pija era más grande y linda que la de Adrián, me llenaba la mano, y eso me colmaba por dentro. Lo pajeé y lo pajeé, y lo hice acabar entre gritos y dedicatorias al cornudo, y luego fue el turno de Wate y ya desde esa tarde se agregó sus descargas en mis manitos, como parte del encuentro. Bueno, no solo en mis manitos, claro. Fue inevitable —algo obvio— que prefirieran mis tetas como destino de los lechazos. A veces lo hacían también sobre mis muslos. Adrián un par de veces lo hizo sobre mis pies. Y sobre mi cola, todos, al menos una vez.




8.
Este nuevo esquema funcionó muy bien los primeros dos meses, incluso me sumó morbo porque tocar otras pijas que no fueran las de mi marido era excitante, y la leche siempre se terminaba derramando en mi cuerpo.
Igual, no duró. A mitad de año Wate y Adrián se fueron abriendo. Primero fue Adrián, que simplemente dejó de venir corriendo del trabajo, y luego ya ni corriendo ni caminando. Wate fue por un camino parecido: una semana se ausentó. A la siguiente vino y luego otra vez no. Por último conoció a una chica y ya no vino más. Solo quedó Bencina, fiel a mis tetas, enamorado de mis tetas. En fin, justo antes de que Wate dejara de venir —hoy me doy cuenta que fue una estratega de Bencina— un jueves frio de agosto, Bencina me hizo ir especialmente vestida ultra puta. “Botas bien altas”, me dijo, “y minifalda bien perra”. Además me puse una remera de modal súper ajustada que me hacía explotar los pechos y me remarcaba los pezones.
—No sé qué le voy a inventar al cornudo cuando vuelva a casa —le dije entre risas a Bencina en el ascensor. Es que me vio tan puta que me empezó a meter mano y lengua allí mismo.
Estaba recaliente esa tarde, seguro que por cómo me habían hecho vestir.
Pero cuando entré al departamento me congelé. Además de Bencina y Wate había otro hombre que yo no conocía. Era un tipo grande, mínimo quince años mayor que los chicos, y parecía rústico, como un tipo bruto de campo. Me cerré de inmediato, nadie me había dicho nada y esa intromisión me resultó violenta. El tipo me perforaba con la mirada, tenía cara de malo. Intimidaba por completo, así que solo atiné a cerrarme el sobretodo.
—Él es Tutuca… Es un buen amigo… —lo presentó Bencina—. Desde hoy va a venir todos los jueves… —Me miró, tomó por detrás las solapas de mi abrigo— para meterte mano y seguir dejando parado a tu marido como un cornudo.
Me quitó el sobretodo y quedé expuesta como la puta que era. Las botas. La mini. La remerita… Wate, que me había visto prácticamente desnuda una docena de veces casi se cae de traste. El nuevo, Tutuca, abandonó su expresión neutra y se le leyó en los ojos, con la claridad que se lee un titular, que me quería coger toda y allí mismo.
—No me dijiste que iba a haber alguien nuevo… —me quejé débilmente cruzando mis brazos. Bencina se me acercó por un lado y Wate por otro, como cada jueves.
—Estás tremenda, hija de puta… ¡Estás hecha una perra infernal!
Para qué mentirles, el elogio me aflojó un poco. Mientras comenzaron a meterme mano en las tetas y bajo la minifalda, yo no quitaba mi vista de Tutuca, que permanecía inmóvil.
—Me parece que no está bien… No conozco al señor. Mateo…
—Mateo va a tener la mujer más manoseada del país, putita… —me cortó Bencina, murmurándome al oído—. Cada jueves voy a traer a un tipo distinto para que te meta mano en las tetas, para que te chupe toda, para que les agarres las pijas hasta deslecharlos…
—¡No! —me resistí, porque no me parecía bien hacer eso. Me daba la sensación que si me salía de ese círculo íntimo, si cualquiera podía meterme mano, estaba siendo infiel un poco más en serio—. No le puedo hacer eso a Mateo…
—¡Al cornudo! —me corrigieron.
—Sí, al cornudo… —claudiqué. Dios, los besos de Bencina en el cuello y el mineteo al que me estaba sometiendo Wate me estaban levantando temperatura y me aflojaban las piernas—. No podés traer tipos a tu departamento para que… Ahhh… para que me… —Cerré los ojos—. Uhhh…
Wate me estaba chupando la conchita mejor que nunca, y Bencina ya me masajeaba un pecho y se llevaba el otro a la boca. Me abandoné al placer. Ya habría tiempo para decirle al nuevo que no. Ya habría tiempo para frenar esa locura de traer un tipo nuevo cada jueves. El calor me subía. Las lenguas me llevaban lejos. Los dedos me hacían delirar. Me venía. Me venía rápido, como siempre. Comencé a jadear. Comencé a gemir. Comencé a nombrar a mi marido, como cada vez que me venía.
—Cornudo cornudo cornudo cornudo cornudooohhhhh…
Abrí los ojos para ver a Wate entre mis piernas, devorándome tan bien. Pero para mi sorpresa, era Tutuca. Ver a un desconocido comerme así, saberme usada por cualquiera, en vez de inhibirme, me calentó más. El orgasmo se me intensificó.
—¡¡¡Cornudooooooaaaaaaahhhhhh…!!!
Acabé con el tipo abajo haciéndome delirar, y Bencina y Wate prendidos cada uno a un pecho mío. Cuando terminé de explotar, cuando me calmé, me vi de pie en el espejo, en el otro extremo. Estaba vestida como había llegado de la calle.
Acepté a Tutuca con resignación. No una resignación contrariada, sino la resignación de una tragedia. Desde esa tarde me dejaría manosear por cualquier desconocido que me trajera Bencina. Y la prueba vino un par de horas después. Ya pajeando a Wate, que se tenía que ir, yo en lencería fina, y arrodillada en la cama, con la pija de Wate agitándola en una mano y los huevos en la otra, pajeándolo, poniéndole la sonrisa de puta mientras Tutuca me sobaba los pechos, tocaron timbre y Bencina se apareció con otro tipo.
—Yoto, esta es la putita que se deja manosear por cualquiera…
Era un negro-negro, de mediana edad, y ancho, cara de turro y ropa barata.
—¡Qué buena que está! —dio, y comenzó a sacarse los pantalones.
No dije nada. Seguí pajeando a Wate, que ya estaba a punto.
—Bencina —dije lo más tranquila—, me está esperando el cornudo…
—No aflojes, Juli, no aflojes… —me pidió Wate, y aceleré la paja.
—¡El cornudo que espere!
El negro se sentó a mi lado y comenzó a manosearme la cintura, las ancas y las nalgas. Le miré el calzoncillo: no sé si estaba al palo o no pero se adivinaba un miembro importante.
Wate comenzó a gemir más y más fuerte. Se le endurecieron los huevos y le reclamé:
—¿Qué se dice? ¿Qué se dice?
Y a Wate se le endureció la pija también, se tensó, gimió casi en un grito y comenzó a soltarme la leche.
—¡Ahí va, putón! ¡Ahí tenés la leche para el cuerno! ¡Aaahhhhhhhhhh…!
—¡Sí, sí! —festejé—. ¡Para tu amiguito, Wate, para tu amiguito del alma!
—Ahhhhhhh…!! Sí, puta, sí! ¡¡Ahhhhhh…! ¡Tenela para el cornudo! ¡Llevásela en la mano!
Me llenó de leche la mano, la panza, y me cayó un poco sobre los muslos. Tutuca y el negro nos miraban sorprendidos. Y sonrientes.


Ese jueves llegué tardísimo a casa. Tutuca y el negro me estuvieron manoseando y chupando un buen rato más, supongo que porque yo era nueva para ellos. Bencina más que nada observaba, y sonreía enigmáticamente, como si estuviera sacando cuentas. Lo pajeé, por supuesto, y tuve, por primera vez, la tentación real, concreta, de chuparle la pija para llevársela al cuerno en mi pancita. Me cambié antes de volver: podía llegar a casa más tarde con una excusa pero no vestida de puta.
Al jueves siguiente ya no vino más Wate y sí Tutuca y el negro. Y dos tipos nuevos más. Todos me usaron. Todos me chuparon y me sacaron algún orgasmo. Y a todos ordeñé con una dedicatoria para el cuerno. Por varios jueves Bencina me recibió con nuevos tipos desconocidos, que más parecían sacados del puerto o de una villa narco que de su trabajo o algún lugar normal. Para noviembre me habían manoseado y chupado toda más de veinte desconocidos, que me habían derramado su leche en las manos, tetas piernas o incluso en el rostro, más de una vez.
Un jueves Bencina se despidió así:
—La semana que viene no nos encontramos acá. Te voy a llamar para darte una esquina y un horario, ¿sí? —Asentí como una nena buena. A esa altura si Bencina me decía que tenía que pajear a cien tipos en una tarde, lo hacía— El jueves comienza una nueva etapa, así que vení con la cabeza abierta porque te van a pasar cosas que nunca soñaste.
Quise saber y no me dijo nada.
Le insistí, no hubo caso.
—Tené paciencia, en una semana te enterás.

6 comentarios - juli y el cornudo de las tetas 4

cordobes755 +2
alguien que me avise de algun grupo de cuckold asi me sumo
leloir2010
Tremenda historia y tremenda puta siendo infiel a tu marido. Vas a perder todo por una calentura de que te manoseen y te humillen. Te vas a quedar sin el pan y sin la torta!!!!!. Van puntos
sebatatu1984
la verdad que un historia interesante, es verdad lo que dijiste en el primer capitulo, y comprendo, la mujer siempre lleva esa putita interior, pero cuando estas en pareja ce sierran y no la dejan salir, lo prohivido le gusta mas y por mas que pienses que no es cornudo, quedo cornudo, alguien que te toque que no cea tu marido es infidelidad, estas rompiendo su confianza, respeto y fidelidad, y perderas todo por una simple calentura, los años te vas a repentir y no hay vuelta atras, respeto tu pensamiento y tu forma de pensar, es una simple opinion mi, escrivis muy bien, narras exelente segui asi escribiendo te felicito
DnIncubus
Siempre va a ver puntos diferentes, dices que no son cuernos, porque no hay penetracion, literal si pueden ser por lo que haces, ahora cuidado, se está saliendo de control y si puede pasar algo, dizque llamas a tu marido se llama Cornudo o Mateo?