Melisa
A pesar de que mido 1.87 metros, peso 80 kilos, ser de cabello claro, ojos pardos tirando a verdes soy un tipo “promedio”. Claro, muchos creerán que con esas características debo tener a muchas “detrás”. Y la verdad es que no, creo que detrás solo tengo a la AFIP.
Tengo happn, Tinder y Facebook date y la verdad que tampoco tengo mucha suerte.
En una de esas aplicaciones conocí a quién llamaremos “Melisa”.
Aproximadamente de mi edad (36), de mi ciudad, soltera y con lo que ahora llamarían “un cuerpo no hegemónico” (algunos kilos de más).
Transcurrieron los días, con charlas “normales”, nada relacionado al sexo. Al hasta que un día, no se cómo ni porqué empezamos a hablar del tema.
Ya antes de eso había ganas de encontrarnos, pero el tema sexo motivó más el primer encuentro. Pero, no nos adelantemos.
Me había relatado que ninguna de sus ex parejas le había practicado sexo oral, que no conocía un motel alojamiento, que le gustaba el sexo casi sadomasoquista, incluso en una ocasión que casi había perdido el conocimiento al ser estrangulada en el coito.
No soy fan de esas prácticas, pero debo reconocer que me causaban curiosidad y excitación.
Transcurrieron pocos días, en principio habíamos quedado en encontrarnos una noche, pero por culpa de la excitación cambió drásticamente. Sería ese mismo día, pero a la tarde.
Acordamos lugar y hora.
Soy un tipo puntual, que incluso llega antes de la hora. Ella ya estaba en el lugar.
Rulos sueltos, campera de jean, remera y pantalón de jean.
Sólo medió un “hola”, antes de que nuestras lenguas se entrelazaran en aquella esquina de un parque del barrio de Pichincha en Rosario.
Fue un beso largo, húmedo, ya caliente.
Caminamos hasta los bancos de una plaza, mientras decidíamos si íbamos a tomar algo o a entregarnos a la lujuria.
En la conversación hubo más besos que palabras, mientras me hacía el distraído y acariciaba sus pechos. Grandes, que se ponían gordos y los pezones se endurecían por su excitación.
Por la posición en la que estaba sentada, por momentos tocaba su vagina por sobre su pantalón, incluso hasta la golpeaba suavemente, mientras me miraba con cara de incredulidad.
Finalmente, fuimos a beber unas cervezas mientras el sol buscaba esconderse. Estaba nerviosa. Parecía que era su primera vez en todo.
No resistimos más. Fuimos a un motel.
Llegamos a la habitación asignada. Mi pene ya estaba duro, pero era momento que sea tratada como una mujer, como una hembra. Era momento de sacar su hembra en celo de adentro.
No paraba de observar la habitación, los detalles. Todo. Había ingresado a un mundo nuevo, a un lugar que desconocía a pesar de tener bastante experiencia.
Mientras yo giraba la llave para cerrar la puerta, arrojaba mi mochila al suelo, arrojé su cartera, mientras la besaba, saqué su campera casi de forma bruta.
De la misma forma voló su remera y su corpiño. Sin dejarla que piense o haga algo, mientras la tiraba en la cama.
Desabroché y quité su pantalón con rudeza, después fue el turno de su vedetina. A simple vista, ya estaba empapada antes de que la tocara.
Sin mediar palabra, la hice parar. La empujé contra el espejo de la habitación, el frío del espejo la había calentado. Se notaba.
Recogí sus cabellos con mi mano izquierda, mientras que con la derecha acariciaba por fuera su vulva. Estaba empapada, su clitoris asomaba pidiendo ser atendido.
Mis dedos comenzaron a penetrarla de una forma muy despacio y sutil, pero su cuerpo pedía fuerza y violencia.
Mi índice y medio estaban empapados, llegó a empaparme el dedo pulgar, que sin permiso penetró su ano, mientras nuestras bocas se besaban.
Después de un rato largo de ese juego previo, la tiré en la cama, boca arriba y separando sus piernas. Creo que pensó que la penetraría, ya que había sentido mi pene casi al borde de estallar en sus nalgas. Pero no.
Bajé desde su boca hasta sus pechos, dónde me instalé un buen rato, y sin hacer otro recorrido, subí sus piernas a mis hombros, enterrando mi lengua en su vagina. Vagina que al roce de mi lengua estalló. Acabo antes de hacer algún movimiento.
No, no me importó. Seguí.
Seguí degustando su clitoris, lamiendo cada centímetro de su concha. Toda. Sin dejar lugar por recorrer. Penetrandola con los dedos, mientras se la chupaba.
Se retorcía, mientras empujaba mi cabeza, jadeaba, me gritaba que soy un hijo de puta, trataba de mirarme y acababa.
Mi lengua no sólo recorría a esa altura su concha, también su ano, mientras mis dedos también jugaban en los dos lados.
Resistió un buen rato, hasta que decidió apartarme.
Me tiró ella a mi sobre la cama y de un solo envión se metió todo mi pene de golpe.
Intercalaba chupadas, pajas y meterse toda mi pija en la boca. Me llenaba de saliva hasta los testiculos y volvía a engullir mi pene en su totalidad. Yo no daba más, pero resistía. Hasta que decidió montarme.
Frenética y sin pausa, me cogia con su concha moviéndola de adelante a atrás, en círculos y cabalgando cuál jinete en doma.
Había liberado una puta.
Tuvimos sexo en varias posiciones, hasta que se puso en posición de perrito, dejándome sus nalgas abiertas y su ano expuesto.
Claro, ¿Quien resistiría eso? De mi mochila extraje un gel íntimo recién comprado con el que llené su ano y empapé mi erección descomunal, mientras había vuelto a lamer su concha y su ano.
Tanta calentura, tanto juego previo permitieron que mi verga penetrara ese culo sin restricciones ni demoras.
Mi mano izquierda nuevamente estaba enredada entre sus cabellos, alzando su cabeza mientras se miraba en los espejos de aquel hotel alojamiento.
Mi mano derecha golpeaba con fuertes nalgadas sus glúteos y eventualmente separaba sus nalgas para penetrarla más profundo, mientras el cuarto era invadido por nuestros gritos y jadeos.
Llegó el momento dónde ya no daba más, saque mi verga al punto de estallar de su culo. Me tiré de espaldas sobre la cama y ella me volvió a comer la pija de una forma descomunal.
Lamia y chupaba, hasta que el semen empezó a salir a borbotones. Acabé dentro de su boca, mientras que ella largaba por un costado de sus labios el semen, me decía con cara pícara qué “jamás había tragado”.
Aún con sus cabellos entre mis dedos, fuí guiando su cabeza por cada lugar dónde había semen. Lo tragaba con gusto, con placer. Hasta que volvió a meterse la verga en la boca, que ya casi estaba en estado de reposo.
Nuevamente se endureció, nuevamente terminó con las piernas completamente separadas y yo entre ellas. Penetrandola sin piedad.
La penetracion era casi violenta, hasta llenar todo su interior con mi semen y caer rendidos los dos.
Llenamos el jacuzzi, disfrutaba de verla desnuda en el agua. Nuevamente muchos besos, mientras otra vez se me paraba. Mis manos jugaban con sus pechos, bajaban hasta su concha para masturbarla mientras ella nuevamente la chupaba hasta llenar su boca de leche otra vez. Hasta hacerla acabar como una loca. Conociendo cosas que algún idiota no le hizo conocer.
Y así fue nuestro primer encuentro, más no el ultimo.
A pesar de que mido 1.87 metros, peso 80 kilos, ser de cabello claro, ojos pardos tirando a verdes soy un tipo “promedio”. Claro, muchos creerán que con esas características debo tener a muchas “detrás”. Y la verdad es que no, creo que detrás solo tengo a la AFIP.
Tengo happn, Tinder y Facebook date y la verdad que tampoco tengo mucha suerte.
En una de esas aplicaciones conocí a quién llamaremos “Melisa”.
Aproximadamente de mi edad (36), de mi ciudad, soltera y con lo que ahora llamarían “un cuerpo no hegemónico” (algunos kilos de más).
Transcurrieron los días, con charlas “normales”, nada relacionado al sexo. Al hasta que un día, no se cómo ni porqué empezamos a hablar del tema.
Ya antes de eso había ganas de encontrarnos, pero el tema sexo motivó más el primer encuentro. Pero, no nos adelantemos.
Me había relatado que ninguna de sus ex parejas le había practicado sexo oral, que no conocía un motel alojamiento, que le gustaba el sexo casi sadomasoquista, incluso en una ocasión que casi había perdido el conocimiento al ser estrangulada en el coito.
No soy fan de esas prácticas, pero debo reconocer que me causaban curiosidad y excitación.
Transcurrieron pocos días, en principio habíamos quedado en encontrarnos una noche, pero por culpa de la excitación cambió drásticamente. Sería ese mismo día, pero a la tarde.
Acordamos lugar y hora.
Soy un tipo puntual, que incluso llega antes de la hora. Ella ya estaba en el lugar.
Rulos sueltos, campera de jean, remera y pantalón de jean.
Sólo medió un “hola”, antes de que nuestras lenguas se entrelazaran en aquella esquina de un parque del barrio de Pichincha en Rosario.
Fue un beso largo, húmedo, ya caliente.
Caminamos hasta los bancos de una plaza, mientras decidíamos si íbamos a tomar algo o a entregarnos a la lujuria.
En la conversación hubo más besos que palabras, mientras me hacía el distraído y acariciaba sus pechos. Grandes, que se ponían gordos y los pezones se endurecían por su excitación.
Por la posición en la que estaba sentada, por momentos tocaba su vagina por sobre su pantalón, incluso hasta la golpeaba suavemente, mientras me miraba con cara de incredulidad.
Finalmente, fuimos a beber unas cervezas mientras el sol buscaba esconderse. Estaba nerviosa. Parecía que era su primera vez en todo.
No resistimos más. Fuimos a un motel.
Llegamos a la habitación asignada. Mi pene ya estaba duro, pero era momento que sea tratada como una mujer, como una hembra. Era momento de sacar su hembra en celo de adentro.
No paraba de observar la habitación, los detalles. Todo. Había ingresado a un mundo nuevo, a un lugar que desconocía a pesar de tener bastante experiencia.
Mientras yo giraba la llave para cerrar la puerta, arrojaba mi mochila al suelo, arrojé su cartera, mientras la besaba, saqué su campera casi de forma bruta.
De la misma forma voló su remera y su corpiño. Sin dejarla que piense o haga algo, mientras la tiraba en la cama.
Desabroché y quité su pantalón con rudeza, después fue el turno de su vedetina. A simple vista, ya estaba empapada antes de que la tocara.
Sin mediar palabra, la hice parar. La empujé contra el espejo de la habitación, el frío del espejo la había calentado. Se notaba.
Recogí sus cabellos con mi mano izquierda, mientras que con la derecha acariciaba por fuera su vulva. Estaba empapada, su clitoris asomaba pidiendo ser atendido.
Mis dedos comenzaron a penetrarla de una forma muy despacio y sutil, pero su cuerpo pedía fuerza y violencia.
Mi índice y medio estaban empapados, llegó a empaparme el dedo pulgar, que sin permiso penetró su ano, mientras nuestras bocas se besaban.
Después de un rato largo de ese juego previo, la tiré en la cama, boca arriba y separando sus piernas. Creo que pensó que la penetraría, ya que había sentido mi pene casi al borde de estallar en sus nalgas. Pero no.
Bajé desde su boca hasta sus pechos, dónde me instalé un buen rato, y sin hacer otro recorrido, subí sus piernas a mis hombros, enterrando mi lengua en su vagina. Vagina que al roce de mi lengua estalló. Acabo antes de hacer algún movimiento.
No, no me importó. Seguí.
Seguí degustando su clitoris, lamiendo cada centímetro de su concha. Toda. Sin dejar lugar por recorrer. Penetrandola con los dedos, mientras se la chupaba.
Se retorcía, mientras empujaba mi cabeza, jadeaba, me gritaba que soy un hijo de puta, trataba de mirarme y acababa.
Mi lengua no sólo recorría a esa altura su concha, también su ano, mientras mis dedos también jugaban en los dos lados.
Resistió un buen rato, hasta que decidió apartarme.
Me tiró ella a mi sobre la cama y de un solo envión se metió todo mi pene de golpe.
Intercalaba chupadas, pajas y meterse toda mi pija en la boca. Me llenaba de saliva hasta los testiculos y volvía a engullir mi pene en su totalidad. Yo no daba más, pero resistía. Hasta que decidió montarme.
Frenética y sin pausa, me cogia con su concha moviéndola de adelante a atrás, en círculos y cabalgando cuál jinete en doma.
Había liberado una puta.
Tuvimos sexo en varias posiciones, hasta que se puso en posición de perrito, dejándome sus nalgas abiertas y su ano expuesto.
Claro, ¿Quien resistiría eso? De mi mochila extraje un gel íntimo recién comprado con el que llené su ano y empapé mi erección descomunal, mientras había vuelto a lamer su concha y su ano.
Tanta calentura, tanto juego previo permitieron que mi verga penetrara ese culo sin restricciones ni demoras.
Mi mano izquierda nuevamente estaba enredada entre sus cabellos, alzando su cabeza mientras se miraba en los espejos de aquel hotel alojamiento.
Mi mano derecha golpeaba con fuertes nalgadas sus glúteos y eventualmente separaba sus nalgas para penetrarla más profundo, mientras el cuarto era invadido por nuestros gritos y jadeos.
Llegó el momento dónde ya no daba más, saque mi verga al punto de estallar de su culo. Me tiré de espaldas sobre la cama y ella me volvió a comer la pija de una forma descomunal.
Lamia y chupaba, hasta que el semen empezó a salir a borbotones. Acabé dentro de su boca, mientras que ella largaba por un costado de sus labios el semen, me decía con cara pícara qué “jamás había tragado”.
Aún con sus cabellos entre mis dedos, fuí guiando su cabeza por cada lugar dónde había semen. Lo tragaba con gusto, con placer. Hasta que volvió a meterse la verga en la boca, que ya casi estaba en estado de reposo.
Nuevamente se endureció, nuevamente terminó con las piernas completamente separadas y yo entre ellas. Penetrandola sin piedad.
La penetracion era casi violenta, hasta llenar todo su interior con mi semen y caer rendidos los dos.
Llenamos el jacuzzi, disfrutaba de verla desnuda en el agua. Nuevamente muchos besos, mientras otra vez se me paraba. Mis manos jugaban con sus pechos, bajaban hasta su concha para masturbarla mientras ella nuevamente la chupaba hasta llenar su boca de leche otra vez. Hasta hacerla acabar como una loca. Conociendo cosas que algún idiota no le hizo conocer.
Y así fue nuestro primer encuentro, más no el ultimo.
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