http://www.poringa.net/posts/relatos/3883283/July-y-el-cornudo-de-las-tetas-2.html
El encuentro en el baño con Bencina pudo generarme alguna duda pero me disipó muchas otras. Que me manosearan las tetas no eran cuernos. A Bencina le gustaba y a mí, bueno, quizá también. Que mi marido estuviera siempre cerca de la vejación parecía sumar excitación, lo mismo que nombrarlo en voz alta con el apodo de cornudo. No podía negarlo.
Traté de llevar algo de esos encuentros bizarros a la cama, con Mateo. Fuera de aquel contexto tan particular, considerar a Mateo como cornudo no me gustaba, todo lo contrario. Que me manosearan fuerte, tampoco. Cogíamos normal, cogíamos bien.
Lo que sucedió la semana anterior iba a ser una excepción, no podía inventarle a Mateo una excusa semanal para irme diez minutos al baño, justo al salir. Me dejaría manosear por Bencina durante todo el campeonato, a espaldas de mi marido, y cuando el campeonato finalizara, él y yo haríamos como si nada hubiera pasado nunca, por el bien de él, del mío, y el de su amigo.
Fue la primera semana que estuve ansiosa por que llegara el sábado. No voy a mentirles: me pregunté y re pregunté muchas veces si estaba bien lo que sucedía, no tanto por una cuestión moral, pues no me sentía demasiado culpable por el hecho de que me manoseen, sino porque sus amigos se aprovechaban de él a sus espaldas y yo los ayudaba, y eso me ponía mal. Pero en cada oportunidad me decía lo mismo: que no era para tanto, que no eran cuernos, y que no se iba a enterar nunca porque las tetas me las tocaban cuando él estaba lejos.
El sábado me fui como me había pedido Bencina: sin corpiño y con minifalda. Para que Mate no se diera cuenta la remera era a rayas finitas horizontales, blancas y azules, y la pollera era blanca y algo corta, bastante acampanada, ideal para que Bencina me metiera manos furtivas. Por supuesto le dije a Mateo que me puse linda para él (lo que decimos siempre las mujeres cuando queremos llamar la atención a pesar de nuestros maridos) y, para darle verosimilitud a mi excusa, antes de salir lo toqueteé un poco, le di unos besos y me le hice la seductora, como si le tuviera ganas. Hacerle ese jueguito y saber que en unas pocas horas su amigo me estaría manoseando los pechos a sus espaldas me re calentó.
Sin embargo pasó otra cosa. Durante la mañana y luego en el asado, Wate y Adrián se me mostraron un poco más pícaros que de costumbre. Yo me había ido muy sexy, es cierto, por eso no le di importancia a los primeros piropos, pero pronto me di cuenta que me hacían bromas con doble intención cada vez que Mateo estaba en otra. Y en el asado se terminó improvisando una ronda de chistes de cornudos. De seguro el pelotudo de Bencina les habría contado. En ese caso lo tenía decidido: cortaba todo y me replegaba a mi lugar de esposa. No me interesaba dejar parado a mi marido como un cornudo de verdad. Que supieran que uno de ellos me había tocado las tetas era una cagada, pero los daños no iban a ser peores.
Después del asado, Wate y Adrián no se fueron. Se sumaron a la sobremesa. No había tensión, solo hablábamos tonterías, y ellos, como siempre, terminaban hablando de fútbol o de algún amigo en común.
Estábamos a la mesa, yo en el extremo, cuando Wate le dijo a Mateo si lo acompañaba a la administración del parque, para averiguar unas tarifas. La administración quedaba como a cien metros; desde nuestro lugar se podía ver la casuchita, y como mi marido y su amigo iban hacia allí charlando, Bencina, que estaba sentado junto a mí sobre un lado de la mesa, se acercó más, casi pegándose a mí.
—Juli, hoy la que puede ver sos vos. Yo estoy medio de espaldas a Mateo.
Me tomó desprevenida y me desconcertó. Adrián estaba sobre mi otro brazo de la mesa, frente a Bencina, aunque parecía distraído.
De pronto Adri se levantó un poco, dijo “permiso” y fue con un vaso —rebalsando de hielo hasta el borde— a agarrar la Coca Cola. Cuando el brazo pasó delante mío, lo rozó sobre mis pechos. Yo me corrí instintivamente, y unos hielos cayeron sobre mi falda.
Lo que siguió fue rápido. Mucho más rápido que lo que tardaré en contarlo.
—Disculpame —me dijo Adrián, y me dio el vaso y tomó unas servilletas.
—¿Me servís, Juli? —pidió Bencina, y me dio la botella de Coca.
Adrián seguía disculpándose y comenzó a pasarme una servilleta sobre los muslos, pero la servilleta se mojó y se desintegró, y en un segundo ya no me secaba, me manoseaba las piernas.
—¡Está bien, está bien! —traté de que se dé cuenta que prefería limpiarme sola.
Un gesto de Bencina me llevó a servirle la Coca, y mientras yo hacía equilibrio con botella y vaso, y Adrián me manoseaba las piernas, Bencina llevó una mano a mis pechos.
—¿Qué hacés? —le increpé, porque estaba Adrián.
—Toda la semana esperando tocar estas tetas, Juli…
Adrián ni se mosqueó, era obvio que estaba al tanto de todo. Pero igual me parecía inapropiado. Con las dos manos ocupadas no pude detenerlos esos dos primeros segundos, y entonces ya fue tarde. Bencina estrujó mis pechos por sobre la remera, como para que viera Adrián. Adrián dejó mis muslos y llevó ambas manos a mis pechos.
—¡Por Dios qué buenas tetas, Juli!
Me calentó tanto hambre. Sonaba como si hubiera deseado mis tetas desde el día en que me conoció. Igual no me hacía mucha gracia lo que estaba sucediendo. Pero mis pezones se endurecieron por completo.
—¡Ey, se están zarpando para la mierda! Está Mateo ahí nomás.
Bencina comenzó a manosearme los muslos y las ancas, y lo que podía de mi culazo que, al estar yo sentada, se ponía ancho y tenso como el parche de un tambor.
—¡No pasa nada, Ju! Wate lo va a entretener por un buen rato.
Van a pensar que soy una hija de puta, pero oír cómo lo burlaban a mi marido, los mismos que ponían sus manos en mis pechos y muslos me cayó por un lado pésimo y me re calentó a un mismo tiempo. Me estaban diciendo que los tres lo consideraban un cornudo, y aunque no lo fuera, el hormigueo me vino igual.
Adrián no era tan bueno con las manos como Bencina, pero la novedad de otro tipo zarpándoseme me hizo subir la temperatura. Sentía su piel estrujando mi piel. Me miraba a los ojos mientras me masajeaba los pechos. Adrián me tenía más ganas que Bencina.
—No vamos a hacerlo cornudo a Mateo… No hacemos nada malo así, ¿no?
—Obvio, Juli. Es solo una caricita tonta para conocernos mejor…
Adrián iba de una teta a la otra. Me agarraba los pezones y me los retorcía con suavidad. Yo miraba para la casita de Administración, a la espera de que se abriera la puerta. Y Bencina me metía un dedo en la conchita, aunque la posición era incómoda y no lograba grandes avances.
—¡Quiero manosearte mejor ese culazo que tenés, mi amor! —me jadeó Bencina—. ¡Quiero verte la bombachita enterrada y arrancártela con mis manos!
—¡No! —lo corté—. ¡Las tetas, nada más! No quiero que el cornu… no quiero que… ¡Ay, carajo, se está abriendo la puerta de la casita!
—¡Mierda, el cornudo! —alertó Bencina, que lo dijo para mí. Estaba lejos, no podría ver ni sospechar nada, así que no era para tanto. Pero me soltaron y me adecenté un poco la remera y la faldita.
Cuando llegaron Mateo y Wate, yo estaba roja. Saber que Wate sabía que los otros dos me habían estado metiendo mano un segundo antes, y que mi marido parado de pie a su lado seguía ignorante de lo que le hacían a su mujer, me hizo subir el calor. Seguimos compartiendo el final de mesa, tonteando y hablando de bueyes perdidos. Yo me sentía cada vez menos indignada y más caliente: los tres amigos estaban al tanto de que era una puta, al menos una puta de tetas, que cualquiera me las podía manosear. Y allí estaba mi marido, sin enterarse de nada, burlado como los cornudos, haciendo bromas con los mismos tres que me metían mano donde querían y riendo con ellos.
A la media hora Mateo comenzó a llevar las cosas al auto y organizar el baúl. Yo supe lo que iba a suceder. Sé ahora que ustedes saben lo que sucedió. Y sin embargo, les digo, es difícil de explicar.
Cubiertas por mi propio cuerpo, Bencina y Adrián me manosearon los pechos con una impunidad brutal. Wate observaba la acción de pie, y aunque ya sabía todo, no dejaba de asombrarse por lo que veía. Ahí, casi debajo suyo, dos amigos estaban manoseándole la mujer a otro amigo, que acomodaba cosas en su auto, treinta metros más allá. Noté la incertidumbre en sus ojos. Él veía las manos masajeándome las dos tetas, por encima de la remera, una teta masajeada por Adrián, la otra por Bencina. Y mi pasividad. Mi falta de reacción. Mi dejar hacer de mí lo que se les antojara.
—¿El cornudo sigue en el auto…? —pregunté con premeditación, pues lo tenía a mis espaldas. Esta vez los que vigilaban eran ellos.
—Ya está por cargar lo último… —mascullo Bencina—. Voy a entretenerlo un poco más —Se puso de pie—. Waté, aprovechá vos un rato.
Fue la primera vez que hablaron de mí como si fuera una cosa. Me calentó de tal manera que me mojé sin remedio.
Bencina fue hacia el auto, con mi marido. Wate, medio indeciso, o incrédulo tal vez, se sentó en el lugar que dejó tibio su amigo, pegado a mí, casi de frente. Estiró tímidamente una mano hacia mi pecho, mirando alternadamente al auto y a mí.
—¿Seguro que no ve…?
—Está lejos y yo tapo todo. Desde allá parece que estuviéramos hablando.
La mano por fin llegó a mi pecho y vi en su rostro que Wate disfrutó el contacto como un niño. Presionó el pecho con la punta de sus primeros tres dedos haciéndome estremecer, y enseguida abrió la palma y se llenó la mano de mí, de mis tetas, de las tetas del cornudo de su amigo.
—Mmmmm… —jadeé.
—¿Te gusta?
—Síiihhh… —y cerré los ojos.
—Mateo sigue en el auto, Bencina le está dando charla.
—Ohhh… Meté mano por debajo de la remera… Quiero que me manosees las tetas al natural, como hace Adrián…
Wate metió mano por debajo de la tela de algodón y manoteó pecho y pezón.
—¡Por Dios, qué buena que estás, hija de puta! Qué pedazo de gomas que tenés…
—No dejes de mirar al cornudo… —me salió. Ya no me importaba nada.
—Por favor… Qué rico se siente… Qué rico es tocarte así las tetas… Ufff…
—Voy a bajar, Juli… Quiero tocarte la conchita…
—¡No, no! Va a verse muy raro… Tiene que parecer que estamos charlando… —Sentía la mano de Wate manosearme suavemente. Con delicadeza; y al confundido Adrián quieto sobre el otro pecho—. Otro día… otro día… —les prometí para sacármelos de encima. Por supuesto no iba a cumplirles.
Adrián retomó el manoseo y por un buen rato tuve a los dos amigos de mi marido manoseándome las tetas. Uno la izquierda, y el otro la derecha, casi como dos adolescentes, cada uno con su juguete. Me estuvieron masajeando un buen rato hasta que en un momento Wate dijo:
—La seña.
—¿Qué seña? —pregunté.
Y tanto Adrian como Wate retiraron las manos con tranquilidad. Tiraron los torsos un poco hacia atrás, pero con movimientos suaves, como si hubieran estado aleccionados, y comenzaron a hablar del partido que habían empatado a la mañana.
Unos segundos después llegaron mi marido y Bencina hablando de otra cosa. Mateo me tomó de los hombros y me besó en la cabeza.
—Me aburro —dije en referencia a la hipotética charla de la mesa.
—¿Siguen con lo del partido, ustedes? Hasta que no consigamos un arquero como la gente nos van a seguir haciendo esos goles boludos.
—Yo tengo un amigo que es arquero —dijo Bencina con entusiasmo —Tiene unas manos así de grandes —agregó y, a la pasada, me miró a los ojos y a las tetas. Me mojé otra vez.
Quedaron en que quizá lo llamarían. Juntamos algunas cosas más y nos separamos cada uno para su auto. Yo me fui tomada de la cintura por mi Mateo, riéndome con él y besándolo por una cosa dulce que me dijo. A la noche vimos una peli e hicimos el amor. Éramos una pareja estándar, y yo una esposa de lo más ordinaria.
Solo que con las tetas más manoseadas del parque.
El encuentro en el baño con Bencina pudo generarme alguna duda pero me disipó muchas otras. Que me manosearan las tetas no eran cuernos. A Bencina le gustaba y a mí, bueno, quizá también. Que mi marido estuviera siempre cerca de la vejación parecía sumar excitación, lo mismo que nombrarlo en voz alta con el apodo de cornudo. No podía negarlo.
Traté de llevar algo de esos encuentros bizarros a la cama, con Mateo. Fuera de aquel contexto tan particular, considerar a Mateo como cornudo no me gustaba, todo lo contrario. Que me manosearan fuerte, tampoco. Cogíamos normal, cogíamos bien.
Lo que sucedió la semana anterior iba a ser una excepción, no podía inventarle a Mateo una excusa semanal para irme diez minutos al baño, justo al salir. Me dejaría manosear por Bencina durante todo el campeonato, a espaldas de mi marido, y cuando el campeonato finalizara, él y yo haríamos como si nada hubiera pasado nunca, por el bien de él, del mío, y el de su amigo.
Fue la primera semana que estuve ansiosa por que llegara el sábado. No voy a mentirles: me pregunté y re pregunté muchas veces si estaba bien lo que sucedía, no tanto por una cuestión moral, pues no me sentía demasiado culpable por el hecho de que me manoseen, sino porque sus amigos se aprovechaban de él a sus espaldas y yo los ayudaba, y eso me ponía mal. Pero en cada oportunidad me decía lo mismo: que no era para tanto, que no eran cuernos, y que no se iba a enterar nunca porque las tetas me las tocaban cuando él estaba lejos.
El sábado me fui como me había pedido Bencina: sin corpiño y con minifalda. Para que Mate no se diera cuenta la remera era a rayas finitas horizontales, blancas y azules, y la pollera era blanca y algo corta, bastante acampanada, ideal para que Bencina me metiera manos furtivas. Por supuesto le dije a Mateo que me puse linda para él (lo que decimos siempre las mujeres cuando queremos llamar la atención a pesar de nuestros maridos) y, para darle verosimilitud a mi excusa, antes de salir lo toqueteé un poco, le di unos besos y me le hice la seductora, como si le tuviera ganas. Hacerle ese jueguito y saber que en unas pocas horas su amigo me estaría manoseando los pechos a sus espaldas me re calentó.
Sin embargo pasó otra cosa. Durante la mañana y luego en el asado, Wate y Adrián se me mostraron un poco más pícaros que de costumbre. Yo me había ido muy sexy, es cierto, por eso no le di importancia a los primeros piropos, pero pronto me di cuenta que me hacían bromas con doble intención cada vez que Mateo estaba en otra. Y en el asado se terminó improvisando una ronda de chistes de cornudos. De seguro el pelotudo de Bencina les habría contado. En ese caso lo tenía decidido: cortaba todo y me replegaba a mi lugar de esposa. No me interesaba dejar parado a mi marido como un cornudo de verdad. Que supieran que uno de ellos me había tocado las tetas era una cagada, pero los daños no iban a ser peores.
Después del asado, Wate y Adrián no se fueron. Se sumaron a la sobremesa. No había tensión, solo hablábamos tonterías, y ellos, como siempre, terminaban hablando de fútbol o de algún amigo en común.
Estábamos a la mesa, yo en el extremo, cuando Wate le dijo a Mateo si lo acompañaba a la administración del parque, para averiguar unas tarifas. La administración quedaba como a cien metros; desde nuestro lugar se podía ver la casuchita, y como mi marido y su amigo iban hacia allí charlando, Bencina, que estaba sentado junto a mí sobre un lado de la mesa, se acercó más, casi pegándose a mí.
—Juli, hoy la que puede ver sos vos. Yo estoy medio de espaldas a Mateo.
Me tomó desprevenida y me desconcertó. Adrián estaba sobre mi otro brazo de la mesa, frente a Bencina, aunque parecía distraído.
De pronto Adri se levantó un poco, dijo “permiso” y fue con un vaso —rebalsando de hielo hasta el borde— a agarrar la Coca Cola. Cuando el brazo pasó delante mío, lo rozó sobre mis pechos. Yo me corrí instintivamente, y unos hielos cayeron sobre mi falda.
Lo que siguió fue rápido. Mucho más rápido que lo que tardaré en contarlo.
—Disculpame —me dijo Adrián, y me dio el vaso y tomó unas servilletas.
—¿Me servís, Juli? —pidió Bencina, y me dio la botella de Coca.
Adrián seguía disculpándose y comenzó a pasarme una servilleta sobre los muslos, pero la servilleta se mojó y se desintegró, y en un segundo ya no me secaba, me manoseaba las piernas.
—¡Está bien, está bien! —traté de que se dé cuenta que prefería limpiarme sola.
Un gesto de Bencina me llevó a servirle la Coca, y mientras yo hacía equilibrio con botella y vaso, y Adrián me manoseaba las piernas, Bencina llevó una mano a mis pechos.
—¿Qué hacés? —le increpé, porque estaba Adrián.
—Toda la semana esperando tocar estas tetas, Juli…
Adrián ni se mosqueó, era obvio que estaba al tanto de todo. Pero igual me parecía inapropiado. Con las dos manos ocupadas no pude detenerlos esos dos primeros segundos, y entonces ya fue tarde. Bencina estrujó mis pechos por sobre la remera, como para que viera Adrián. Adrián dejó mis muslos y llevó ambas manos a mis pechos.
—¡Por Dios qué buenas tetas, Juli!
Me calentó tanto hambre. Sonaba como si hubiera deseado mis tetas desde el día en que me conoció. Igual no me hacía mucha gracia lo que estaba sucediendo. Pero mis pezones se endurecieron por completo.
—¡Ey, se están zarpando para la mierda! Está Mateo ahí nomás.
Bencina comenzó a manosearme los muslos y las ancas, y lo que podía de mi culazo que, al estar yo sentada, se ponía ancho y tenso como el parche de un tambor.
—¡No pasa nada, Ju! Wate lo va a entretener por un buen rato.
Van a pensar que soy una hija de puta, pero oír cómo lo burlaban a mi marido, los mismos que ponían sus manos en mis pechos y muslos me cayó por un lado pésimo y me re calentó a un mismo tiempo. Me estaban diciendo que los tres lo consideraban un cornudo, y aunque no lo fuera, el hormigueo me vino igual.
Adrián no era tan bueno con las manos como Bencina, pero la novedad de otro tipo zarpándoseme me hizo subir la temperatura. Sentía su piel estrujando mi piel. Me miraba a los ojos mientras me masajeaba los pechos. Adrián me tenía más ganas que Bencina.
—No vamos a hacerlo cornudo a Mateo… No hacemos nada malo así, ¿no?
—Obvio, Juli. Es solo una caricita tonta para conocernos mejor…
Adrián iba de una teta a la otra. Me agarraba los pezones y me los retorcía con suavidad. Yo miraba para la casita de Administración, a la espera de que se abriera la puerta. Y Bencina me metía un dedo en la conchita, aunque la posición era incómoda y no lograba grandes avances.
—¡Quiero manosearte mejor ese culazo que tenés, mi amor! —me jadeó Bencina—. ¡Quiero verte la bombachita enterrada y arrancártela con mis manos!
—¡No! —lo corté—. ¡Las tetas, nada más! No quiero que el cornu… no quiero que… ¡Ay, carajo, se está abriendo la puerta de la casita!
—¡Mierda, el cornudo! —alertó Bencina, que lo dijo para mí. Estaba lejos, no podría ver ni sospechar nada, así que no era para tanto. Pero me soltaron y me adecenté un poco la remera y la faldita.
Cuando llegaron Mateo y Wate, yo estaba roja. Saber que Wate sabía que los otros dos me habían estado metiendo mano un segundo antes, y que mi marido parado de pie a su lado seguía ignorante de lo que le hacían a su mujer, me hizo subir el calor. Seguimos compartiendo el final de mesa, tonteando y hablando de bueyes perdidos. Yo me sentía cada vez menos indignada y más caliente: los tres amigos estaban al tanto de que era una puta, al menos una puta de tetas, que cualquiera me las podía manosear. Y allí estaba mi marido, sin enterarse de nada, burlado como los cornudos, haciendo bromas con los mismos tres que me metían mano donde querían y riendo con ellos.
A la media hora Mateo comenzó a llevar las cosas al auto y organizar el baúl. Yo supe lo que iba a suceder. Sé ahora que ustedes saben lo que sucedió. Y sin embargo, les digo, es difícil de explicar.
Cubiertas por mi propio cuerpo, Bencina y Adrián me manosearon los pechos con una impunidad brutal. Wate observaba la acción de pie, y aunque ya sabía todo, no dejaba de asombrarse por lo que veía. Ahí, casi debajo suyo, dos amigos estaban manoseándole la mujer a otro amigo, que acomodaba cosas en su auto, treinta metros más allá. Noté la incertidumbre en sus ojos. Él veía las manos masajeándome las dos tetas, por encima de la remera, una teta masajeada por Adrián, la otra por Bencina. Y mi pasividad. Mi falta de reacción. Mi dejar hacer de mí lo que se les antojara.
—¿El cornudo sigue en el auto…? —pregunté con premeditación, pues lo tenía a mis espaldas. Esta vez los que vigilaban eran ellos.
—Ya está por cargar lo último… —mascullo Bencina—. Voy a entretenerlo un poco más —Se puso de pie—. Waté, aprovechá vos un rato.
Fue la primera vez que hablaron de mí como si fuera una cosa. Me calentó de tal manera que me mojé sin remedio.
Bencina fue hacia el auto, con mi marido. Wate, medio indeciso, o incrédulo tal vez, se sentó en el lugar que dejó tibio su amigo, pegado a mí, casi de frente. Estiró tímidamente una mano hacia mi pecho, mirando alternadamente al auto y a mí.
—¿Seguro que no ve…?
—Está lejos y yo tapo todo. Desde allá parece que estuviéramos hablando.
La mano por fin llegó a mi pecho y vi en su rostro que Wate disfrutó el contacto como un niño. Presionó el pecho con la punta de sus primeros tres dedos haciéndome estremecer, y enseguida abrió la palma y se llenó la mano de mí, de mis tetas, de las tetas del cornudo de su amigo.
—Mmmmm… —jadeé.
—¿Te gusta?
—Síiihhh… —y cerré los ojos.
—Mateo sigue en el auto, Bencina le está dando charla.
—Ohhh… Meté mano por debajo de la remera… Quiero que me manosees las tetas al natural, como hace Adrián…
Wate metió mano por debajo de la tela de algodón y manoteó pecho y pezón.
—¡Por Dios, qué buena que estás, hija de puta! Qué pedazo de gomas que tenés…
—No dejes de mirar al cornudo… —me salió. Ya no me importaba nada.
—Por favor… Qué rico se siente… Qué rico es tocarte así las tetas… Ufff…
—Voy a bajar, Juli… Quiero tocarte la conchita…
—¡No, no! Va a verse muy raro… Tiene que parecer que estamos charlando… —Sentía la mano de Wate manosearme suavemente. Con delicadeza; y al confundido Adrián quieto sobre el otro pecho—. Otro día… otro día… —les prometí para sacármelos de encima. Por supuesto no iba a cumplirles.
Adrián retomó el manoseo y por un buen rato tuve a los dos amigos de mi marido manoseándome las tetas. Uno la izquierda, y el otro la derecha, casi como dos adolescentes, cada uno con su juguete. Me estuvieron masajeando un buen rato hasta que en un momento Wate dijo:
—La seña.
—¿Qué seña? —pregunté.
Y tanto Adrian como Wate retiraron las manos con tranquilidad. Tiraron los torsos un poco hacia atrás, pero con movimientos suaves, como si hubieran estado aleccionados, y comenzaron a hablar del partido que habían empatado a la mañana.
Unos segundos después llegaron mi marido y Bencina hablando de otra cosa. Mateo me tomó de los hombros y me besó en la cabeza.
—Me aburro —dije en referencia a la hipotética charla de la mesa.
—¿Siguen con lo del partido, ustedes? Hasta que no consigamos un arquero como la gente nos van a seguir haciendo esos goles boludos.
—Yo tengo un amigo que es arquero —dijo Bencina con entusiasmo —Tiene unas manos así de grandes —agregó y, a la pasada, me miró a los ojos y a las tetas. Me mojé otra vez.
Quedaron en que quizá lo llamarían. Juntamos algunas cosas más y nos separamos cada uno para su auto. Yo me fui tomada de la cintura por mi Mateo, riéndome con él y besándolo por una cosa dulce que me dijo. A la noche vimos una peli e hicimos el amor. Éramos una pareja estándar, y yo una esposa de lo más ordinaria.
Solo que con las tetas más manoseadas del parque.
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