http://www.poringa.net/posts/relatos/3883279/Juli-y-el-cornudo-de-las-tetas-1.html
¿Y? ¿Qué vas a hacer?
El lunes le había dicho a Mateo que no iba a acompañarlo más a sus partidos de fútbol. Se desanimó un poco, le gustaba que lo viera y que lo acompañara. Y a mí también me gustaba. Me sentía más su mujer, allí metida en ese ámbito tan de él. Claro que desde que su amigo Bencina me manoseara los pechos a sus espaldas, ya no podía pensar en otra cosa. Pasaba con él toda la mañana del sábado, el medio día y buena parte de la tarde. En cambio el manoseo furtivo de su amigo solo habían sido unos pocos segundos en solo dos oportunidades. Entonces ¿por qué le daba tanta importancia? Supe que la pregunta no era esa.
La pregunta era por qué se lo había permitido. No son cuernos, me repetí durante toda la semana. Y no lo eran. Solo me había dejado tocar uno de mis pechos mientras Mateo no estaba, no era que me había dejado coger. Durante la semana siguiente Mateo me insistió que vaya, y yo, que había arrancado muy firme el lunes, el viernes ya le decía que iba a ver. Mi excusa era la limpieza de la casa. Pero el mismo sábado rogaba que me insistiera para ir.
—Bueno, voy —resolví—. Pero mañana ayudame a limpiar.
Decidí ir para frenarlo a Bencina. La última vez me había pedido que vaya sin corpiño. ¡Qué desfachatez! Tenía que decirle que ya cortara con el jueguito.
—Dale, vamos —me apuró Mateo con el bolso en la mano.
—¿Ahora? Dame quince minutos, no voy a ir así, ¡estoy re crota!
Estaba vestida como me había levantado. Un short de algodón y una remera de dormir.
—Vamos a un parque a comer un asado, después de un partido de futbol. ¿me estás jodiendo, amor?
No me dejó maquillarme, apenas si pude ponerme una pollera larga —como para mostrarle a Bencina que iba en plan decente— y un cepillo para arreglarme el cabello en el auto. A medio camino me di cuenta que de la cintura para arriba esta igual que como había dormido: con una camisetita de algodón sin mangas y sin corpiño. ¡Mierda!
Vi el partido (aunque mi cabeza estaba en otro lado). Participé de los festejos (porque ganaron). Fueron a las duchas. Hicieron el fuego. Hicieron el asado.
En la comida me di cuenta que Bencina me miraba mucho los pechos. Un poco porque son grandes y llamativos, y otro poco porque se dio cuenta que no llevaba corpiño. Wate y Adrián también se dieron cuenta. Ahí caí por primera vez en los peligros en los que me había metido: ¿Bencina les habría ido con el chisme a los otros dos? Me agarró como una desesperación. No me hacía gracia ese panorama, no quería que Mateo quedara como un cornudo ante sus amigos o que le llegara el chisme y él creyese que lo engañaba.
Así que además de frenarlo, iba a tener que preguntarle si había estado hablando con Wate y Adri. Cuando después del asado, éstos dos se fueron, me sonó a complicidad.
—¡Te viniste sin corpiño! —me festejó Bencina en un momento en que quedamos solos—. ¡Sos re gauchita!
—No me vine así por vos, Mateo casi me arrancó de la cama.
—Te quiero manosear, Juli… Te las quiero estrujar hasta que grites.
Me estremecí por la manera bestial que me lo dijo. Igual disimulé:
—Vine a decirte que basta, que lo que sucedió la semana pasada nunca pasó.
—Pero pasó.
—¡No, no pasó!
Estábamos murmurando mientras levantábamos la mesa. Mateo limpiaba la parrilla.
—Pero pasó, Juli…
Esa determinación, esa insistencia me hizo humedecer.
Más tarde, cuando Mateo comenzó a llevar cosas al auto, Bencina estiró una mano y me sobó un pecho por encima de la camisetita, ignorando por completo el pedido de cortarla.
—¡Bencina, que está Mateo!
—Está en el auto. Desde ahí no puede ver lo que te hago, vos misma le tapás la visión con tu cuerpo.
No solo yo lo cubría de su manoseo, él lo tenía de frente a mi marido y podía ver cuándo debía soltarme. Me manoseó sobre la tela pero ya conocen esas camisetitas escotadas. Las manos tocaron piel enseguida, mis pezones se pusieron duros y se marcaron a fuego sobre la tela. Comencé a respirar distinto.
—Juli, qué buenas gomas que tenés, ¡la puta madre! Dejame meterte mano por debajo de la remera…
—¡Ni se te ocurra, Bencina, que está Mateo a veinte metros…! Ahhh…
Terminé mi reprimenda con un gemido y el turro aprovechó y se metió por debajo de la remera y se llenó las manos con mis pechos.
—Tranquila… —me dijo—. El cuerno sigue acomodando cosas en el baúl.
Esta vez no le pedí que ya no le diga cornudo. Me manoseaba las dos tetas con una sola mano. Iba y venía de una a otra y a veces agarraba las dos juntas y las estrujaba. Yo me mojaba como una quinceañera. Lo que más me calentaba era que me manoseaba a mí pero sus ojos no abandonaban a mi marido, detrás mío a treinta metros.
Estaba bastante a punto cuando escuché el baúl cerrase. El sonido del baúl fue el sonido de Mateo, y como la mano de su amigo me estaba mangoneando un pezón, creo que en ese momento tuve un mini orgasmo.
Bencina me soltó y el cornudo, perdón, mi marido, comenzó a venir.
—Voy a decir que me voy pero me escondo en los baños. Quiero chuparte esos pechos, Juli. Te los voy a chupar como nunca te los chuparon en tu vida.
—Estás loco, Bencina. No puedo hacerle eso a Mateo.
Terminamos de acomodar cosas. Yo no sabía qué hacer, o qué decir. Por un lado me quería ir rápido con mi Mateo, llegar a casa y mirar una película romántica y besarlo, y por otro quería…
Enseguida Bencina hizo la pantomima de que se iba y, apenas cinco minutos después, Mateo y yo nos subimos a nuestro auto para irnos nosotros también. Si Bencina se había ido a los baños, yo no me di cuenta.
Y tampoco tenía por qué darme cuenta, ni que estuviera pendiente de la locura que estaba planeando. Porque era eso una locura. Además como si yo estuviera de acuerdo en propiciar un encuentro donde me fuera a estrujar los pechos. Está loco, qué se piensa… Cerré la puerta mirando hacia los baños. ¿Estaría realmente ahí? Que se joda, que se termine haciendo una paja.
No supe qué, hasta que Mateo puso primera y movió el auto.
—¡Mi amor, frená, tengo que ir al baño!
—¿Ahora?
Sentí que me abrasó el calor, de vergüenza. Como cuando te ponés colorada.
—Creo que me está bajando —Tomé el bolsito de mano—. Esperame, voy a tardar un rato —y fui corriendo a los baños. Bencina estaba en el de hombres, tuve que entrar ahí, con el riesgo de que alguno me viera.
Lo encontré, sonriendo como si me conociera. Lo odié.
—No voy a hacerlo cornudo a mi marido —dije, de pie ante él.
Me arrinconó contra una pared y me levantó la remerita de algodón. Mis pechos quedaron libres, sueltos, llenos, cayendo con gracia. Agachó la cabeza y se zambulló en ellos como un hambriento terminal.
—Ahhhhhhh… por Dios, Bencina, no… Ahhhh… No podemos…
Se apoyaba con un brazo extendido sobre la pared. Con la otra mano me acomodaba las tetas para llevarlas mejor a su boca o bajaba y me fregaba la cintura. Era difícil resistirse a esa boca, chupaba muy bien, pero lo que más me calentaba era el hambre que le ponía. Le tomé la cabeza por arriba, de los cabellos, no para guiarlo, sino para acompañarlo. Su boca me comía los pezones, los mordía sin morder, jugaba con la tetina, la apresaba con los labios, la removía con la lengua.
Me entró a subir mucho calor.
—¡Ahhhhh…! No podemos hacerle esto a Mateo… —murmuré con los ojos cerrados—. No se lo merece…
Era un recitado incesante el mío: “No se lo merece… No se lo merece…”. Pensé que era mi manera de buscar mi eximición, hasta que me di cuenta que lo que quería era que él me hablara, que me dijera que no era culpa mía, que Mateo sí se lo merecía, o que eso no era hacerlo cornudo.
El solo asociar a mi marido con la palabra cornudo me aceleró el pulso. Bencina no iba a hablar. Me di cuenta que algo extrañamente malvado se había metido en mí cuando yo solita comencé a decir:
—Ahhhhhhh… No se merece que lo hagamos cornudo… Tu amigo no se merece que lo hagamos así de cornudo… Ahhhh… cornudo… Cor… nu… Ahhhh…
Yo ya gemía como una puta, jadeaba fuerte y con los ojos cerrados tenía en mi mente la rostro de mi marido y me escuchaba decir cornudo… cornudo… Sentí que me empezaba a nacer el orgasmo.
Bencina se desprendió de mis tetas de repente.
—¡No! ¿Qué hacés? —grité desesperada.
Me tomó del cuello, se puso detrás de mí con su boca en mi oreja. Me estrujó un pecho con fuerza, incluso más fuerza de la que jamás nadie me había apretado, y mandó la otra mano a mi entrepierna, bajo la pollera.
—Putita hermosa, te voy a arrancar un polvo con el cornudo de tu marido esperándote en el auto.
La imagen me levantó el mini bajón de calentura. Deshizo el nudo de la cintura y la falda cayó al piso, dejándome regalada a lo que él quisiera. Metió mano por adelante, sobre mi bombacha, y empezó a fregarme la concha, sin dejar de jugar con mis pezones.
—Abajo no… Abajo no… —le supliqué con tal poca convicción que yo misma me desprecié por ser tan débil.
Como si mi voz temblorosa lo animara, los dedos de abajo hurgaron y combatieron con la telita ya empapada de mi tanga. Un dedo llegó. Dos. Otro quedó frustrado por la tela. Pero la fricción era buena, y la voz de un macho respirándote sexo en el oído resultó demasiado.
—Sos una putita de verdad… —me murmuraba— Te perdés por la pija de cualquiera que no sea el cornudo…
Los dedos me estaban levantando la temperatura.
—No… No… Ahhh… —Yo no podía ni hablar—. No es una pija… Ahhh… No lo hacemos cornudo… Ahhh… Seguí… Seguíii… —Y él seguía y a mí me venía—. No lo hacemos cornudo… Ahhhh… no lo hacemos… Uhhhh… sí… así… cornudo… síiii… cornudo… Ahhhh…
—¡Seguí, seguí! —me espoleó Bencina, que aceleró la paja en concha y se las arregló para empezar a chuparme uno de mis pechos.
—Cornudo… Cornudo… Ahhhh… —empecé a gemir fuerte. Me venía—. Cornudo… ¡Cornudo! —me venía, y me venía como una ola.
—¡Gritalo, puta!
—¡Cornudo! ¡Cornudo! ¡Cornudo! —me explotó— ¡Cornudoooaaahhhhh…!
Bencina seguía con todo. Paja y tetas. Me chupaba como nunca nadie.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh… por Diooooosssssss…!!!
Y seguía más.
—¡Cornudooooohhhhh…!
Tenía la sensibilidad tan a flor de piel cuando me bajó el orgasmo que el manoseo lo sentí demasiado fuerte. Me lo leyó en los ojos y cedió el ritmo y la intensidad. Me aflojé. Él sonrió. La respiración se me encausaba y finalmente Bencina quitó sus manos. Llevó los dedos que me había metido abajo, a su boca, y me degustó mirándome a los ojos.
—Andá con tu marido —me dijo—. No quiero que sospeche.
Recogí la falda y me la acomodé sin decir nada. De pronto me sentí ofuscada.
—No voy a compensarte —le dije— No voy a chupártela o dejarme coger.
—Está bien.
—No voy a hacerlo cornudo a tu amigo.
—No quiero cogerte, Juli. Solo quiero tus tetas.
Me adecenté un poco, até la pollera y me acomodé mejor el cabello
—¿Cómo que no me querés coger?
—La semana que viene, sin corpiño y con minifalda.
Me encaminé hacia la salida. No me respondió lo que le había preguntado. Afuera se escuchó un bocinazo corto.
—No me digas cómo me tengo que vestir. ¡Voy a venir como yo quiera!
—Sin corpiño y con minifalda, putita hermosa…
Me mordí los labios de la bronca. Me di media vuelta y salí del baño, de regreso a mi marido
¿Y? ¿Qué vas a hacer?
El lunes le había dicho a Mateo que no iba a acompañarlo más a sus partidos de fútbol. Se desanimó un poco, le gustaba que lo viera y que lo acompañara. Y a mí también me gustaba. Me sentía más su mujer, allí metida en ese ámbito tan de él. Claro que desde que su amigo Bencina me manoseara los pechos a sus espaldas, ya no podía pensar en otra cosa. Pasaba con él toda la mañana del sábado, el medio día y buena parte de la tarde. En cambio el manoseo furtivo de su amigo solo habían sido unos pocos segundos en solo dos oportunidades. Entonces ¿por qué le daba tanta importancia? Supe que la pregunta no era esa.
La pregunta era por qué se lo había permitido. No son cuernos, me repetí durante toda la semana. Y no lo eran. Solo me había dejado tocar uno de mis pechos mientras Mateo no estaba, no era que me había dejado coger. Durante la semana siguiente Mateo me insistió que vaya, y yo, que había arrancado muy firme el lunes, el viernes ya le decía que iba a ver. Mi excusa era la limpieza de la casa. Pero el mismo sábado rogaba que me insistiera para ir.
—Bueno, voy —resolví—. Pero mañana ayudame a limpiar.
Decidí ir para frenarlo a Bencina. La última vez me había pedido que vaya sin corpiño. ¡Qué desfachatez! Tenía que decirle que ya cortara con el jueguito.
—Dale, vamos —me apuró Mateo con el bolso en la mano.
—¿Ahora? Dame quince minutos, no voy a ir así, ¡estoy re crota!
Estaba vestida como me había levantado. Un short de algodón y una remera de dormir.
—Vamos a un parque a comer un asado, después de un partido de futbol. ¿me estás jodiendo, amor?
No me dejó maquillarme, apenas si pude ponerme una pollera larga —como para mostrarle a Bencina que iba en plan decente— y un cepillo para arreglarme el cabello en el auto. A medio camino me di cuenta que de la cintura para arriba esta igual que como había dormido: con una camisetita de algodón sin mangas y sin corpiño. ¡Mierda!
Vi el partido (aunque mi cabeza estaba en otro lado). Participé de los festejos (porque ganaron). Fueron a las duchas. Hicieron el fuego. Hicieron el asado.
En la comida me di cuenta que Bencina me miraba mucho los pechos. Un poco porque son grandes y llamativos, y otro poco porque se dio cuenta que no llevaba corpiño. Wate y Adrián también se dieron cuenta. Ahí caí por primera vez en los peligros en los que me había metido: ¿Bencina les habría ido con el chisme a los otros dos? Me agarró como una desesperación. No me hacía gracia ese panorama, no quería que Mateo quedara como un cornudo ante sus amigos o que le llegara el chisme y él creyese que lo engañaba.
Así que además de frenarlo, iba a tener que preguntarle si había estado hablando con Wate y Adri. Cuando después del asado, éstos dos se fueron, me sonó a complicidad.
—¡Te viniste sin corpiño! —me festejó Bencina en un momento en que quedamos solos—. ¡Sos re gauchita!
—No me vine así por vos, Mateo casi me arrancó de la cama.
—Te quiero manosear, Juli… Te las quiero estrujar hasta que grites.
Me estremecí por la manera bestial que me lo dijo. Igual disimulé:
—Vine a decirte que basta, que lo que sucedió la semana pasada nunca pasó.
—Pero pasó.
—¡No, no pasó!
Estábamos murmurando mientras levantábamos la mesa. Mateo limpiaba la parrilla.
—Pero pasó, Juli…
Esa determinación, esa insistencia me hizo humedecer.
Más tarde, cuando Mateo comenzó a llevar cosas al auto, Bencina estiró una mano y me sobó un pecho por encima de la camisetita, ignorando por completo el pedido de cortarla.
—¡Bencina, que está Mateo!
—Está en el auto. Desde ahí no puede ver lo que te hago, vos misma le tapás la visión con tu cuerpo.
No solo yo lo cubría de su manoseo, él lo tenía de frente a mi marido y podía ver cuándo debía soltarme. Me manoseó sobre la tela pero ya conocen esas camisetitas escotadas. Las manos tocaron piel enseguida, mis pezones se pusieron duros y se marcaron a fuego sobre la tela. Comencé a respirar distinto.
—Juli, qué buenas gomas que tenés, ¡la puta madre! Dejame meterte mano por debajo de la remera…
—¡Ni se te ocurra, Bencina, que está Mateo a veinte metros…! Ahhh…
Terminé mi reprimenda con un gemido y el turro aprovechó y se metió por debajo de la remera y se llenó las manos con mis pechos.
—Tranquila… —me dijo—. El cuerno sigue acomodando cosas en el baúl.
Esta vez no le pedí que ya no le diga cornudo. Me manoseaba las dos tetas con una sola mano. Iba y venía de una a otra y a veces agarraba las dos juntas y las estrujaba. Yo me mojaba como una quinceañera. Lo que más me calentaba era que me manoseaba a mí pero sus ojos no abandonaban a mi marido, detrás mío a treinta metros.
Estaba bastante a punto cuando escuché el baúl cerrase. El sonido del baúl fue el sonido de Mateo, y como la mano de su amigo me estaba mangoneando un pezón, creo que en ese momento tuve un mini orgasmo.
Bencina me soltó y el cornudo, perdón, mi marido, comenzó a venir.
—Voy a decir que me voy pero me escondo en los baños. Quiero chuparte esos pechos, Juli. Te los voy a chupar como nunca te los chuparon en tu vida.
—Estás loco, Bencina. No puedo hacerle eso a Mateo.
Terminamos de acomodar cosas. Yo no sabía qué hacer, o qué decir. Por un lado me quería ir rápido con mi Mateo, llegar a casa y mirar una película romántica y besarlo, y por otro quería…
Enseguida Bencina hizo la pantomima de que se iba y, apenas cinco minutos después, Mateo y yo nos subimos a nuestro auto para irnos nosotros también. Si Bencina se había ido a los baños, yo no me di cuenta.
Y tampoco tenía por qué darme cuenta, ni que estuviera pendiente de la locura que estaba planeando. Porque era eso una locura. Además como si yo estuviera de acuerdo en propiciar un encuentro donde me fuera a estrujar los pechos. Está loco, qué se piensa… Cerré la puerta mirando hacia los baños. ¿Estaría realmente ahí? Que se joda, que se termine haciendo una paja.
No supe qué, hasta que Mateo puso primera y movió el auto.
—¡Mi amor, frená, tengo que ir al baño!
—¿Ahora?
Sentí que me abrasó el calor, de vergüenza. Como cuando te ponés colorada.
—Creo que me está bajando —Tomé el bolsito de mano—. Esperame, voy a tardar un rato —y fui corriendo a los baños. Bencina estaba en el de hombres, tuve que entrar ahí, con el riesgo de que alguno me viera.
Lo encontré, sonriendo como si me conociera. Lo odié.
—No voy a hacerlo cornudo a mi marido —dije, de pie ante él.
Me arrinconó contra una pared y me levantó la remerita de algodón. Mis pechos quedaron libres, sueltos, llenos, cayendo con gracia. Agachó la cabeza y se zambulló en ellos como un hambriento terminal.
—Ahhhhhhh… por Dios, Bencina, no… Ahhhh… No podemos…
Se apoyaba con un brazo extendido sobre la pared. Con la otra mano me acomodaba las tetas para llevarlas mejor a su boca o bajaba y me fregaba la cintura. Era difícil resistirse a esa boca, chupaba muy bien, pero lo que más me calentaba era el hambre que le ponía. Le tomé la cabeza por arriba, de los cabellos, no para guiarlo, sino para acompañarlo. Su boca me comía los pezones, los mordía sin morder, jugaba con la tetina, la apresaba con los labios, la removía con la lengua.
Me entró a subir mucho calor.
—¡Ahhhhh…! No podemos hacerle esto a Mateo… —murmuré con los ojos cerrados—. No se lo merece…
Era un recitado incesante el mío: “No se lo merece… No se lo merece…”. Pensé que era mi manera de buscar mi eximición, hasta que me di cuenta que lo que quería era que él me hablara, que me dijera que no era culpa mía, que Mateo sí se lo merecía, o que eso no era hacerlo cornudo.
El solo asociar a mi marido con la palabra cornudo me aceleró el pulso. Bencina no iba a hablar. Me di cuenta que algo extrañamente malvado se había metido en mí cuando yo solita comencé a decir:
—Ahhhhhhh… No se merece que lo hagamos cornudo… Tu amigo no se merece que lo hagamos así de cornudo… Ahhhh… cornudo… Cor… nu… Ahhhh…
Yo ya gemía como una puta, jadeaba fuerte y con los ojos cerrados tenía en mi mente la rostro de mi marido y me escuchaba decir cornudo… cornudo… Sentí que me empezaba a nacer el orgasmo.
Bencina se desprendió de mis tetas de repente.
—¡No! ¿Qué hacés? —grité desesperada.
Me tomó del cuello, se puso detrás de mí con su boca en mi oreja. Me estrujó un pecho con fuerza, incluso más fuerza de la que jamás nadie me había apretado, y mandó la otra mano a mi entrepierna, bajo la pollera.
—Putita hermosa, te voy a arrancar un polvo con el cornudo de tu marido esperándote en el auto.
La imagen me levantó el mini bajón de calentura. Deshizo el nudo de la cintura y la falda cayó al piso, dejándome regalada a lo que él quisiera. Metió mano por adelante, sobre mi bombacha, y empezó a fregarme la concha, sin dejar de jugar con mis pezones.
—Abajo no… Abajo no… —le supliqué con tal poca convicción que yo misma me desprecié por ser tan débil.
Como si mi voz temblorosa lo animara, los dedos de abajo hurgaron y combatieron con la telita ya empapada de mi tanga. Un dedo llegó. Dos. Otro quedó frustrado por la tela. Pero la fricción era buena, y la voz de un macho respirándote sexo en el oído resultó demasiado.
—Sos una putita de verdad… —me murmuraba— Te perdés por la pija de cualquiera que no sea el cornudo…
Los dedos me estaban levantando la temperatura.
—No… No… Ahhh… —Yo no podía ni hablar—. No es una pija… Ahhh… No lo hacemos cornudo… Ahhh… Seguí… Seguíii… —Y él seguía y a mí me venía—. No lo hacemos cornudo… Ahhhh… no lo hacemos… Uhhhh… sí… así… cornudo… síiii… cornudo… Ahhhh…
—¡Seguí, seguí! —me espoleó Bencina, que aceleró la paja en concha y se las arregló para empezar a chuparme uno de mis pechos.
—Cornudo… Cornudo… Ahhhh… —empecé a gemir fuerte. Me venía—. Cornudo… ¡Cornudo! —me venía, y me venía como una ola.
—¡Gritalo, puta!
—¡Cornudo! ¡Cornudo! ¡Cornudo! —me explotó— ¡Cornudoooaaahhhhh…!
Bencina seguía con todo. Paja y tetas. Me chupaba como nunca nadie.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh… por Diooooosssssss…!!!
Y seguía más.
—¡Cornudooooohhhhh…!
Tenía la sensibilidad tan a flor de piel cuando me bajó el orgasmo que el manoseo lo sentí demasiado fuerte. Me lo leyó en los ojos y cedió el ritmo y la intensidad. Me aflojé. Él sonrió. La respiración se me encausaba y finalmente Bencina quitó sus manos. Llevó los dedos que me había metido abajo, a su boca, y me degustó mirándome a los ojos.
—Andá con tu marido —me dijo—. No quiero que sospeche.
Recogí la falda y me la acomodé sin decir nada. De pronto me sentí ofuscada.
—No voy a compensarte —le dije— No voy a chupártela o dejarme coger.
—Está bien.
—No voy a hacerlo cornudo a tu amigo.
—No quiero cogerte, Juli. Solo quiero tus tetas.
Me adecenté un poco, até la pollera y me acomodé mejor el cabello
—¿Cómo que no me querés coger?
—La semana que viene, sin corpiño y con minifalda.
Me encaminé hacia la salida. No me respondió lo que le había preguntado. Afuera se escuchó un bocinazo corto.
—No me digas cómo me tengo que vestir. ¡Voy a venir como yo quiera!
—Sin corpiño y con minifalda, putita hermosa…
Me mordí los labios de la bronca. Me di media vuelta y salí del baño, de regreso a mi marido
Y con un orgasmo encima.
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