Escribo desde la soledad de mi cuarto donde siempre me acuerdo de él. Quiero llamarlo, pero no puedo. Fue mio y ese fue mi error: creer que me pertenecía. Ahora no hago más que soñarlo.
Me acuerdo de ese día en el que vino del trabajo con su pelo rubio excesivamente despeinado. Estaba enojado porque una compañera había cargado mal un número a la base de datos y todo el equipo tuvo que quedarse dos horas extra en el lugar solucionando el problema. La ira se sentía en su mirada, pero transmutar la energía fue cuestión de segundos.
Lo conocía. Sabía lo que le gustaba. Fui al baño y me puse el disfraz marrón de Leia que habíamos comprado para nuestro primer viaje solos. Salí a buscarlo y lo encontré de espaldas. Lo abracé, primero. Le lamí el cuello, después. Mientras, mi mano bajaba lentamente desde su pecho al abdomen.
Él se dio vuelta y me vio sorprendido. No sabía qué responder y no fue necesario. Tampoco se negó. Entonces apreté, con suavidad, su pene sobre el jean que traía puesto hasta que empezó a necesitar más espacio. Le desabroché el pantalón y le saqué la ropa interior para poder sentir su piel en mi boca. Me agaché y empecé a chuparlo. Recorrí con mi lengua la superficie rugosa de sus testículos mientras estimulaba entre mis manos su pene mojando con saliva la punta cuando quedaba al descubierto.
En ese momento fue él quien tomó la iniciativa. Me agarró de los pelos, como me gusta, para indicarme que me pare. Me agarró de la cintura y caminamos besándonos hasta el sillón. Me condujo con su cuerpo hasta que me senté y metió una de sus manos dentro de mi corpiño para pellizcar mi pezón, ya duro. Me masajeó un rato por debajo del disfraz hasta que sacó una de mis tetas por arriba del corpiño para poder chuparla mientras se cercioraba que mi vagina esté lo suficientemente húmeda para poder meter su pene que, en ese momento, yo seguía acariciando con mi pierna.
Cuando fue hasta la pieza a buscar un preservativo fui con él para seguir chupando su cuerpo mientras abría el paquete con delicadeza. Se lo puso, me sacó el corpiño y me abrazó por la espalda. Yo me saqué la bombacha y apoyé mis manos contra la pared para sostenerme. Él, con una mano tocaba mis tetas, con la otra dibujaba círculos en mi clítoris. La lubricación natural era tanta que su pene entró en mi al primer intento.
Nuestros cuerpos, en sincronía, chocaban transpirados sonorizando el canto de nuestras voces combinadas en gemidos. Él metía y sacaba su pene de mi cuerpo con furia, pero lento. Su mano ya no tocaba mis tetas. Había subido su dedo para meterlo en mi boca. Yo lo mordía sin lastimarlo. Él acariciaba mis labios entrando y saliendo. El mismo movimiento. Mis pezones, duros, rozaban la pared fría y eso me excitaba.
Él dijo que estaba por acabar y no quise. Me di vuelta y lo empujé a la cama. Ahí era más cómodo pasar su pene entre mis tetas y chupar la punta cuando se asomaba. Él me pedía que siga pero no. No lo hice. Todavía no podía terminar. No así. Yo quería que acabe dentro mio. Que terminemos juntos. Me acosté sobre él para masturbarme con su pene. Empecé a moverme generando fricción en mi clítoris. Lo hice cada vez más rápido. Le pedí que me chupe las tetas, eso me encanta. Que las muerda. Él empezó a tocarme la cola. A rondar con su dedo índice mi ano. Me senté sin moverme del lugar. Agarré su pene y lo metí dentro mio. Los dos estábamos por terminar. Y lo hicimos. Después de un rato. Cuando le propuse que sumemos a nuestros encuentros sexuales a una persona con la que había estado saliendo hacía poco más de un mes.
Me acuerdo de ese día en el que vino del trabajo con su pelo rubio excesivamente despeinado. Estaba enojado porque una compañera había cargado mal un número a la base de datos y todo el equipo tuvo que quedarse dos horas extra en el lugar solucionando el problema. La ira se sentía en su mirada, pero transmutar la energía fue cuestión de segundos.
Lo conocía. Sabía lo que le gustaba. Fui al baño y me puse el disfraz marrón de Leia que habíamos comprado para nuestro primer viaje solos. Salí a buscarlo y lo encontré de espaldas. Lo abracé, primero. Le lamí el cuello, después. Mientras, mi mano bajaba lentamente desde su pecho al abdomen.
Él se dio vuelta y me vio sorprendido. No sabía qué responder y no fue necesario. Tampoco se negó. Entonces apreté, con suavidad, su pene sobre el jean que traía puesto hasta que empezó a necesitar más espacio. Le desabroché el pantalón y le saqué la ropa interior para poder sentir su piel en mi boca. Me agaché y empecé a chuparlo. Recorrí con mi lengua la superficie rugosa de sus testículos mientras estimulaba entre mis manos su pene mojando con saliva la punta cuando quedaba al descubierto.
En ese momento fue él quien tomó la iniciativa. Me agarró de los pelos, como me gusta, para indicarme que me pare. Me agarró de la cintura y caminamos besándonos hasta el sillón. Me condujo con su cuerpo hasta que me senté y metió una de sus manos dentro de mi corpiño para pellizcar mi pezón, ya duro. Me masajeó un rato por debajo del disfraz hasta que sacó una de mis tetas por arriba del corpiño para poder chuparla mientras se cercioraba que mi vagina esté lo suficientemente húmeda para poder meter su pene que, en ese momento, yo seguía acariciando con mi pierna.
Cuando fue hasta la pieza a buscar un preservativo fui con él para seguir chupando su cuerpo mientras abría el paquete con delicadeza. Se lo puso, me sacó el corpiño y me abrazó por la espalda. Yo me saqué la bombacha y apoyé mis manos contra la pared para sostenerme. Él, con una mano tocaba mis tetas, con la otra dibujaba círculos en mi clítoris. La lubricación natural era tanta que su pene entró en mi al primer intento.
Nuestros cuerpos, en sincronía, chocaban transpirados sonorizando el canto de nuestras voces combinadas en gemidos. Él metía y sacaba su pene de mi cuerpo con furia, pero lento. Su mano ya no tocaba mis tetas. Había subido su dedo para meterlo en mi boca. Yo lo mordía sin lastimarlo. Él acariciaba mis labios entrando y saliendo. El mismo movimiento. Mis pezones, duros, rozaban la pared fría y eso me excitaba.
Él dijo que estaba por acabar y no quise. Me di vuelta y lo empujé a la cama. Ahí era más cómodo pasar su pene entre mis tetas y chupar la punta cuando se asomaba. Él me pedía que siga pero no. No lo hice. Todavía no podía terminar. No así. Yo quería que acabe dentro mio. Que terminemos juntos. Me acosté sobre él para masturbarme con su pene. Empecé a moverme generando fricción en mi clítoris. Lo hice cada vez más rápido. Le pedí que me chupe las tetas, eso me encanta. Que las muerda. Él empezó a tocarme la cola. A rondar con su dedo índice mi ano. Me senté sin moverme del lugar. Agarré su pene y lo metí dentro mio. Los dos estábamos por terminar. Y lo hicimos. Después de un rato. Cuando le propuse que sumemos a nuestros encuentros sexuales a una persona con la que había estado saliendo hacía poco más de un mes.
2 comentarios - Recuerdo de cuando acabamos