El jueves combinaron con mi esposo para instalar la ventana que reemplazaría la de madera por aluminio y vendría a las 9.30 hs. por lo tanto no pude ir al gimnasio y esperé a los colocadores, porque el dueño estaba enfermo y vendrían un par de empleados a hacer la tarea. Llegaron puntualmente 2 muchachones de unos 25 a 30 años. Uno tenía la cabeza rasurada y el otro en cambio tenía una larga cabellera. José y Luis respectivamente.
Se pusieron manos a la obra y como no quería perder mi rutina de ejercicios me cambié en mi baño en suite, poniéndome un pantaloncito de gimnasia y una remera en la parte superior y pasando frente a los muchachos que estaban en su tarea, les avisé:
-Estaré en el jardín haciendo ejercicio. Si precisan algo me llaman.
-Vaya tranquila, señora -dijo el pelado- nosotros la vemos desde la ventana.
Me dediqué a mi rutina habitual y cuando terminé, cansada y traspirada, fui al dormitorio a ver como estaba la tarea. Les llevé una par de refrescos y me senté en una silla mientras también me tomaba un jugo y observaba el trabajo.
Noté que José (el pelado) me miraba el trasero, descaradamente. Lejos de molestarme; me hizo sentir bien. A una mujer siempre le gusta gustar. Caminé buscando algo de ropa para cambiarme, por el dormitorio y los 2 muchachos se dieron el gusto de mirarme la cola paradita y apretada en el pantaloncito de gimnasia.
Sé que tengo un cuerpo deseable para muchos hombres (no para mi esposo). Mi busto se mantiene firme, como mi cola y mis carnes.
-Chicos -les dije- voy a darme un baño y cambiarme mientras ustedes terminan.
Sentí sus miradas en mis nalgas entrando al baño. Me divertía sus actitudes.
Me bañé y me puse un vestidito liviano de falda corta abotonado al frente. Hacía calor intenso y no me puse el molesto corpiño. Descalza aún, salí del baño y ya estaban terminando la instalación.
Los muchachos estaban con bermudas (era una mañana de un calor elevado) y con camisas de mangas cortas sin abotonar.
-¿Qué tal quedó esto? -dije mirando su trabajo.
-Pruebe el cierre de las ventanas -contestó Luis.
Comprobé el buen funcionamiento y la terminación. El trabajo estaba perfecto. Estando frente al ventanal, Juan se paró detrás de mí y pasando el brazo por mi costado dijo:
-Fíjese que bien se desliza la persiana -dijo accionando la cinta. Subiendo y bajándola.
Se había puesto a mi espalda y para accionar la cinta, usó ambas manos, pasando los brazos por mis costados. Sentí su cuerpo pegado al mío y el bulto de su bermuda dejaba notar una considerable erección. Sentía en mi cola el miembro tieso de José.
Tomé su mano bajo mi falda y apartándole,
¿Qué pretenden?
-Usted sabe bien que queremos. Por eso nos estaba excitando -afirmó, poniendo nuevamente la mano en mi pierna y acariciándome.
Debía mantener mi dignidad y decoro, pero también me gustaba sentir que era capaz de hacer esta locura a dos hombres incontrolados.
De un empujón, me tiró sobre la cama y se abalanzó encima de mí. sentí que Luis me sujetaba las manos, mientras José levantaba mi falda y bajaba mi tanga. Literalmente me arrancó las bragas. Conseguí soltar una de mis manos y con mis uñas rasgué la espalda de José que se había quitado la camisa y se bajaba la bermuda. En tanto frenesí y tanta violencia, me estaba excitando inexplicablemente.
-Por favor -pedí- deténganse. Esto es una locura. Está por llegar mi marido. ¡Basta!
-Mentiras -dijo José -Sabemos que llega por la tarde. Y además no querrá decirle lo que gozará ahora.
-Vamos a pasarlo bien todos -murmuró Luis, mientras manoseaba mis pechos con una mano y con la otra sujetaba mis brazos.
Podría haber gritado, pero sabía que sería inútil, estaban descontrolados. Algo de cierto había en lo que decían. Este abuso me estaba poniendo muy cachonda. Me sentía deseada y eso me excitaba. Dos fornidos muchachos me deseaban sin medir las consecuencias de sus actos.
José terminó de arrancar los botones de mi vestido que quedaban y dejándome descubierta y desnuda, metió su cabeza en mi pelvis y buscó con su boca mi panocha. Sentí su lengua penetrando los labios de mi vagina, buscando mi clítoris.
-Está mojándose por la calentura. Le gusta lo que le hacemos
El de los largos caballos, Luis, me besaba apasionado metiendo su lengua en mi boca, buscando la mía. Con sus manos, ya sin sujetarme, pues no me resistía más, apretaba mis pechos. Mordía mis pezones de a ratos, en tanto José se quitó de los tobillos donde había quedado su bermuda.
José ayudado por mis jugos, comenzó a penetrarme de a poco. A pesar de la penumbra del dormitorio, vi su miembro erecto. Enorme. Grueso y de un largo casi el doble del de mi marido. Comenzó a empujar dentro de mi vagina esa enormidad.
-Me estas matando -rogué- Ahhh. No la saques. Sigue, sigue. ¡Dios mío! Sigue.
Mientras José me penetraba a lo bestia, sentí que Luis metía en mi boca su miembro también nada despreciable. Casi no podía caber entre mis labios. Se lo lamí ávidamente para satisfacerlo.
-Así. Así. Sigaaa. -gritaba- Siga . Siga chupándomela. Quiero acabarle. Pero también quiero metérsela. No me haga acabar ahora.
En tanto, José eyaculaba dentro mío, yo tenía un orgasmo que me hacía temblar frenéticamente y tenía unos espasmos de gozo
Estos muchachos habían despertado la yegua que hay en mí.
Extenuado y tendido a mi lado, José dejó su lugar a Luis, que me penetró bruscamente y comenzó un mete y saca, llevándome a un hermoso clímax.
-Hazme acabar de nuevo -le pedí- Asíiii. Me vengo, Me vengooo. Dame esa poronga, Dameee.
Acabé nuevamente. Fue un orgasmo sereno pero eterno. ¡Cómo me hicieron gozar estos malditos!
Se fueron, dejándome agotada en el lecho donde mi marido está casi siempre ausente.
Por la tarde luego de buscar a mis hijas en la casa de mi cuñada
Ya bañada y aseada como una buena esposa y madre, esperé la llegada de mi marido para contarle y mostrarle lo bien que había quedado el trabajo de los muchachos.
-Me alegro que estés conforme con la tarea que han hecho -dijo mi media naranja.
-Muy conforme, querido -le contesté.
-Debiéramos llamarles nuevamente, para reparar también la ventana del living -sugirió inocentemente.
-Estoy de acuerdo -dije- pero asegúrate que vengan los mismos que vinieron hoy.
Se pusieron manos a la obra y como no quería perder mi rutina de ejercicios me cambié en mi baño en suite, poniéndome un pantaloncito de gimnasia y una remera en la parte superior y pasando frente a los muchachos que estaban en su tarea, les avisé:
-Estaré en el jardín haciendo ejercicio. Si precisan algo me llaman.
-Vaya tranquila, señora -dijo el pelado- nosotros la vemos desde la ventana.
Me dediqué a mi rutina habitual y cuando terminé, cansada y traspirada, fui al dormitorio a ver como estaba la tarea. Les llevé una par de refrescos y me senté en una silla mientras también me tomaba un jugo y observaba el trabajo.
Noté que José (el pelado) me miraba el trasero, descaradamente. Lejos de molestarme; me hizo sentir bien. A una mujer siempre le gusta gustar. Caminé buscando algo de ropa para cambiarme, por el dormitorio y los 2 muchachos se dieron el gusto de mirarme la cola paradita y apretada en el pantaloncito de gimnasia.
Sé que tengo un cuerpo deseable para muchos hombres (no para mi esposo). Mi busto se mantiene firme, como mi cola y mis carnes.
-Chicos -les dije- voy a darme un baño y cambiarme mientras ustedes terminan.
Sentí sus miradas en mis nalgas entrando al baño. Me divertía sus actitudes.
Me bañé y me puse un vestidito liviano de falda corta abotonado al frente. Hacía calor intenso y no me puse el molesto corpiño. Descalza aún, salí del baño y ya estaban terminando la instalación.
Los muchachos estaban con bermudas (era una mañana de un calor elevado) y con camisas de mangas cortas sin abotonar.
-¿Qué tal quedó esto? -dije mirando su trabajo.
-Pruebe el cierre de las ventanas -contestó Luis.
Comprobé el buen funcionamiento y la terminación. El trabajo estaba perfecto. Estando frente al ventanal, Juan se paró detrás de mí y pasando el brazo por mi costado dijo:
-Fíjese que bien se desliza la persiana -dijo accionando la cinta. Subiendo y bajándola.
Se había puesto a mi espalda y para accionar la cinta, usó ambas manos, pasando los brazos por mis costados. Sentí su cuerpo pegado al mío y el bulto de su bermuda dejaba notar una considerable erección. Sentía en mi cola el miembro tieso de José.
Tomé su mano bajo mi falda y apartándole,
¿Qué pretenden?
-Usted sabe bien que queremos. Por eso nos estaba excitando -afirmó, poniendo nuevamente la mano en mi pierna y acariciándome.
Debía mantener mi dignidad y decoro, pero también me gustaba sentir que era capaz de hacer esta locura a dos hombres incontrolados.
De un empujón, me tiró sobre la cama y se abalanzó encima de mí. sentí que Luis me sujetaba las manos, mientras José levantaba mi falda y bajaba mi tanga. Literalmente me arrancó las bragas. Conseguí soltar una de mis manos y con mis uñas rasgué la espalda de José que se había quitado la camisa y se bajaba la bermuda. En tanto frenesí y tanta violencia, me estaba excitando inexplicablemente.
-Por favor -pedí- deténganse. Esto es una locura. Está por llegar mi marido. ¡Basta!
-Mentiras -dijo José -Sabemos que llega por la tarde. Y además no querrá decirle lo que gozará ahora.
-Vamos a pasarlo bien todos -murmuró Luis, mientras manoseaba mis pechos con una mano y con la otra sujetaba mis brazos.
Podría haber gritado, pero sabía que sería inútil, estaban descontrolados. Algo de cierto había en lo que decían. Este abuso me estaba poniendo muy cachonda. Me sentía deseada y eso me excitaba. Dos fornidos muchachos me deseaban sin medir las consecuencias de sus actos.
José terminó de arrancar los botones de mi vestido que quedaban y dejándome descubierta y desnuda, metió su cabeza en mi pelvis y buscó con su boca mi panocha. Sentí su lengua penetrando los labios de mi vagina, buscando mi clítoris.
-Está mojándose por la calentura. Le gusta lo que le hacemos
El de los largos caballos, Luis, me besaba apasionado metiendo su lengua en mi boca, buscando la mía. Con sus manos, ya sin sujetarme, pues no me resistía más, apretaba mis pechos. Mordía mis pezones de a ratos, en tanto José se quitó de los tobillos donde había quedado su bermuda.
José ayudado por mis jugos, comenzó a penetrarme de a poco. A pesar de la penumbra del dormitorio, vi su miembro erecto. Enorme. Grueso y de un largo casi el doble del de mi marido. Comenzó a empujar dentro de mi vagina esa enormidad.
-Me estas matando -rogué- Ahhh. No la saques. Sigue, sigue. ¡Dios mío! Sigue.
Mientras José me penetraba a lo bestia, sentí que Luis metía en mi boca su miembro también nada despreciable. Casi no podía caber entre mis labios. Se lo lamí ávidamente para satisfacerlo.
-Así. Así. Sigaaa. -gritaba- Siga . Siga chupándomela. Quiero acabarle. Pero también quiero metérsela. No me haga acabar ahora.
En tanto, José eyaculaba dentro mío, yo tenía un orgasmo que me hacía temblar frenéticamente y tenía unos espasmos de gozo
Estos muchachos habían despertado la yegua que hay en mí.
Extenuado y tendido a mi lado, José dejó su lugar a Luis, que me penetró bruscamente y comenzó un mete y saca, llevándome a un hermoso clímax.
-Hazme acabar de nuevo -le pedí- Asíiii. Me vengo, Me vengooo. Dame esa poronga, Dameee.
Acabé nuevamente. Fue un orgasmo sereno pero eterno. ¡Cómo me hicieron gozar estos malditos!
Se fueron, dejándome agotada en el lecho donde mi marido está casi siempre ausente.
Por la tarde luego de buscar a mis hijas en la casa de mi cuñada
Ya bañada y aseada como una buena esposa y madre, esperé la llegada de mi marido para contarle y mostrarle lo bien que había quedado el trabajo de los muchachos.
-Me alegro que estés conforme con la tarea que han hecho -dijo mi media naranja.
-Muy conforme, querido -le contesté.
-Debiéramos llamarles nuevamente, para reparar también la ventana del living -sugirió inocentemente.
-Estoy de acuerdo -dije- pero asegúrate que vengan los mismos que vinieron hoy.
3 comentarios - descubri que me calienta que me obliguen