No dejes de pasar por mi mejor post
http://www.poringa.net/posts/imagenes/4084661/Mi-amada-esposa.html
No te vas a arrepentir!
CUANDO SE COGIERON A MI MUJER
Segunda parte
“No volvimos a repetir la experiencia con terceros, para muestra basta un botón y de común cuerdo decidimos dejar todo ahí, hay muchas enfermedades y gente loca en el mundo, todo fue perfecto en ese momento, en ese lugar, nos habíamos dado el gusto”
Así había terminado la historia original, ‘CUANDO SE COGIERON A MI MUJER’, que te propongo leas sí que no la has leído, para tener continuidad en esta segunda parte.
Honestamente, no había material para seguir adelante con la historia, no era la idea escribir lo que leerán a continuación, porque ese párrafo era el final de la historia, y esa era la verdad en ese momento, pero todas las verdades son relativas…
Elizabeth, mi esposa, me empujó a hacerlo, es que ella se excita mucho con los comentarios que le hacen llegar, de su forma de ser, de mi forma de ser, de nuestra singular relación.
Matías y Carlos eran historia, y nada me hacía pensar que ella volviera a ponerme los cuernos en mis narices. Una noche cruzamos el Río Paraná, fuimos a gastar unos pesos al casino de Victoria, a pesar de que en Rosario hay uno muy popular, a nosotros siempre nos gustaba hacer una mini excursión, un corto viaje, probar fortuna, cenar, hotel y regresar al día siguiente.
No lo digo porque fuera mi esposa, soy hombre y sé que su belleza llama la atención y más cuando está ‘producida’ como ella suele decir.
Elizabeth estaba sencillamente preciosa e irresistible, con sus cabellos recogidos, su rostro perfectamente maquillado, y lo más impactante, un vestido negro de una rara tela que parecía mimetizarse con su propia piel se adhería de tal manera que hasta se le marcaba la depresión natural en su vientre producida por su ombligo.
Con bretel asimétrico, solo por el lado izquierdo, por el lado derecho su hombro permanecía desnudo, bajando la vista se marcaban demasiado sus pezones como dos botones amenazantes, dibujando la diminuta cintura que contrastaba con sus amplias caderas y su cola respingona, la diminuta tanga que calzaba se marcaba exageradamente contra la fina tela, un poco más abajo, siguiendo la línea, se hacía un tanto amplio hasta llegar al suelo, con dos profundos tajos a los lados que dejaban ver sus piernas bronceadas hasta el límite de lo sexi y lo porno.
En resumen, mi esposa era un intrincado camino de curvas y contra curvas que invitaba a recorrerlo de punta a punta con mirada libidinosa.
Agregó sus infaltables tacos altos y la hicieron más atractiva, por si hiciera falta.
Ya en el lugar, no pasaba desapercibida, a pesar de que había muchas mujeres bonitas.
Fuimos a la ruleta, siempre soy el que maneja las fichas, ella permanece a mi lado en rol de observadora, prefiere sugerirme donde apostar y dejarme a mi tomar las decisiones.
Entre bola y bola algo no pasó desapercibido para nosotros, entre tanta gente y excitación del propio juego, un tipo al otro lado de la mesa no le quitaba los ojos de encima, se la comía con la mirada sin importarle que yo estuviera a su lado. Aparentaba entre sesenta y setenta años, era evidente su bienestar económico, perfectamente vestido con traje azul, rasurado, con el cabello cano prolijamente recortado, luciendo reloj y anillos dorados, probablemente de oro, resaltando fanfarronamente su opulencia.
En algún momento de la noche Elizabeth fue hasta el baño, yo me quedé jugando en el paño, y disimuladamente, tal cual imaginé, el viejo dejó su lugar en la mesa y pensando que yo no lo notaba, fue tras los pasos de mi mujer.
Ella volvió poco después con una sonrisa pícara en los labios, seguramente guardaba algún secreto, el viejo por su parte había cambiado de mesa, ahora apostaba a juegos de naipes, entonces me comentó lo que había sucedido.
El viejo, Juan Carlos era su nombre, la había abordado, por las curvas de mi mujer y por su sexi vestimenta, había asumido que era una prostituta vip, de las que suelen frecuentar esos sitios, le había propuesto que me dejara y fuera con él a pasar la noche, abrió la billetera y le enseñó varios dólares perfectamente acomodados. Por su parte ella le confió que no era la historia que había imaginado, que no era prostituta, que nosotros éramos marido y mujer y que ella no lo hacía por dinero, es más, le dijo que con gusto lo haría gratis con la sola condición que me permitiera a mi estar presente.
Honestamente me sorprendió en ese momento, no habíamos charlado nada acerca de nuevos encuentros con terceros, el tipo le respondió que no era lo suyo, que esa no era su forma, que era tradicional y que yo lo incomodaría.
Sin embargo, cerca de las cinco de la mañana, y después de varios intentos infructuosos en los que probó una y otra vez llevarla a la cama por dinero, situación con la cual nosotros reíamos, y viendo que Elizabeth estaba intransigente en su posición, terminó cediendo, asumiendo que era eso o nada.
No voy a abundar en detalles, la reunión fue un fiasco, el tipo no podía dejar de ignorar mi presencia y estaba nervioso, demasiado nervioso, no sabía qué hacer, como reaccionar, yo estaba sentado a un lado esperando que se la cogiera, pero eso nunca sucedería, a pesar de que mi mujer se había desnudado e irradiaba belleza, pecado y deseo por cada poro de su cuerpo.
Solo una parte para no dejar pasar por alto, después de tantos fracasos Elizabeth solo se limitó a masturbarlo con sus manos, hasta que el viejo apenas eyaculó sobre sus tiernos pechos, entonces ella, al igual que había hecho con sus amigos tiempo atrás, me pidió que la lamiera y la limpiara, muy loco, muy perverso, como sea, fui sobre ella y me dediqué a complacerla, a pasar mi lengua sobre sus tetas y beber los jugos del viejo que miraba sin entender, los pezones de mi esposa estaban duros y sus gemidos me hacían saber que moría de excitación, evidentemente había una química especial en este juego morboso.
Sin imaginarlo, empezamos con un juego loco de amantes improvisados, pero tuvimos que perfeccionar nuestras aventuras, ya que como nos había sucedido con el viejo, nos encontrábamos con más problemas de lo imaginado, así que una mañana, tomamos papel y lápiz y empezamos a escribir sobre que querríamos para nuestro futuro, para nuestros encuentros, mezclamos deseos, sensaciones, situaciones que a ambos nos excitaran, y sin quererlo, en unos días teníamos armado una especie de contrato con varios puntos a cumplir, que a ella le gustaba la pija no era novedad, y que mí me gustaba ver como otros se la cogían, tampoco.
Algunos puntos que dejamos plasmados y que empezaríamos a cumplir en ese momento
El lugar para estos encuentros sería un viejo departamento que nosotros teníamos desocupado y no le dábamos utilidad, teníamos que preservar nuestra imagen en el barrio, con amistades con la familia, no era cuestión que el nombre de Elizabeth estuviera de boca en boca como una puta cualquiera, tampoco que el mío lo estuviera como el cornudo feliz.
Los amates serían pagos, necesitábamos profesionales a los que estas cosas le resultaran normales, nada de improvisados, no queríamos más fiascos, ni fracasos
Los tipos elegidos, al menos deberían tener veinte centímetros de carne para dar, por lejos mucho más de los once que yo podía ofrecer con mi pene
Todos podrían tener sexo anal con ella, todos menos yo, voluntariamente acepté solo mirar su culito abierto y ya no usarlo, desearlo y no poseerlo, excitarme viendo como otros se lo hacían, sabiendo que yo nunca podría hacérselo, siendo ella mi propia esposa.
Usar preservativos, nada de locuras, nada de mezclar sus flujos vaginales con el semen de extraños, hay muchas enfermedades dando vueltas, y no queríamos complicaciones.
Yo la ‘limpiaría’ después de cada acto, algo que nos excitaba a ambos, notábamos en ese loco juego una perversa excitación.
En resumen, ese fue nuestro pacto secreto y así empezamos una maratónica sesión de amantes, algunos mejores, otros no tanto, pero pasó el tiempo en juegos, se la cogieron, se la culearon, se cansó de chupar pijas y yo de beber semen al final del juego, uno tras otro, hasta que sin darnos cuenta llegamos al número cien, llegamos a las tres cifras, y será parte del fin de mi relato, el encuentro con Jeremías, por mucho, el mejor de los amantes…
Jeremías era mucho más joven que nosotros, se ganaba la vida vendiendo su cuerpo y con creces aventajaba a cualquiera, limpio, discreto, brillante en lo suyo, el mejor amante según palabras salidas de los labios de mi mujer, nadie la cogía como el, sabía jugar con las palabras, tanto para ella como para mí, y que decir de su verga, enorme, no solo larga, cabezona y gruesa y por si fuera poco acababa como un caballo.
Jeremías era el que más veces se la había cogido, como que ya era parte de nuestros encuentros y él estaba al tanto de todo nuestro loco mundo.
Esa tarde, fuimos al departamento a jugar con él, Elizabeth estaba expectante, ansiosa, adoraba como él se la cogía, ella se había depilado cuidadosamente para él, se había puesto un top transparente verde agua, una diminuta colaless, y medias bucaneras al mismo tono, ese verde flúo solo hacía resaltar el bronceado candente de su piel.
Su amante llegó un poco tarde, como de costumbre me dio un fuerte apretón de manos y avanzó con descaro a mi esposa, metiéndole profundo la lengua en la boca al tiempo que le apretaba con fuerza uno de sus glúteos, ella esbozó una protesta porque en su saludo Jeremía llegó a meterle una falange en el culo, nos dijo por ser una ocasión especial no nos cobraría, y no solo eso, además nos había traído un obsequio.
Me tiró una pequeña caja, era para mí, la abrí intrigado, era una de esas jaulas plásticas para aprisionar penes, me reí por la loca idea, pero bueno, era excitante…
Me desnudé, yo ya sufría una pronunciada erección y casi que obligué a mi pene a perderla, como diera lugar, voluntariamente puse mi pija y mis testículos dentro, ajusté el candado y le entregué la llave a mi mujer, la sensación era rara, mi verga trataba de explotar dentro de la caja, pero estaba prisionera, solo me acomodé a un lado, era hora.
Mi esposa parecía hervir en fiebre, sus pezones se marcaban nítidamente en la fina tela de su top, sus ojos hambrientos mostraban lo puta que era, casi no le dio tiempo a Jeremías a desnudarse, empezó a besarlo como desesperada, como poseída, en la boca, en el pecho, en el vientre, hasta caer de rodillas a sus pies y llegar a su miembro, mi esposa lo admiraba como perdida, es que llamativamente la pija de ese hombre era casi tan ancha y tan larga como el antebrazo de mi querida.
Elizabeth solo empezó a chupársela de una manera mi puta, se la metía en la boca sin lograr mucha profundidad, masturbándolo con ambas manos, o solo pasando la lengua desde sus depilados testículos hasta su glande, pasando por todo su tronco con venas marcadas, tratando en todo momento de mantener contacto visual con su amante. Jeremías observaba la situación con una mirada altanera, sabiendo que tenía el control, sabía que mi mujer se moría por su verga, sabiendo que yo disfrutaría cada acto que el realizase, el maldito sabía que todo se haría a su manera.
Mi mujer le chupaba la verga en una forma tan exquisita, casi desesperada, mi pija quería escapar de la jaula que la mantenía prisionera, por la imposibilidad sentía un dulce placer entre mis piernas, con la necesidad de querer tocarme y no poder hacerlo.
Elizabeth, como una puta caliente en un momento lo dejó y fue por los preservativos, tan desesperada que hasta patinó al borde de la cama, sacó uno con prisa y con cuidado de no lastimarlo con sus uñas empezó a desenvolverlo sobre el tronco venoso de nuestro invitado, al llegar a su fin, aún quedaban unos cinco centímetros por cubrir, ella imploró como una chiquilla para que él se la cogiera.
El la acomodó en cuatro patas sobre el colchón de la cama, le acarició un par de veces con su verga dura la entrada, hasta que al final se la enterró hasta el fondo arrancándole un grito, empezó a cogerla con ganas, profundo, Elizabeth trataba de zafar hacia adelante, evidentemente era demasiado grande, pero el solo la tomaba por su diminuta cintura con sus grandes manos, arrastrándola nuevamente contra él, haciendo que sus perfectas nalgas bronceadas chocaran una y otra vez contra su cuerpo, así, bien animal, bien profundo, y cada vez que mi mujer no se entregaba como él quería recibía una fuerte nalgada en respuesta, demostrando quien era el macho, quien tenía el mando
Ella solo disfrutaba, su rostro estaba de lado sobre el colchón, con esas facciones tan excitantes de una mujer recibiendo placer, con su boca entreabierta, jadeando, con sus ojos cerrados y su ceño fruncido, con sus perfectas uñas rojas clavándose en las sábanas, largando gemidos que no podía controlar, y todo esto me enloquecía, sabía que él le daba un placer que yo no podía darle, jampas podría, empezaron a cambiar de posiciones, y también el empezó a jugar con las palabras
-Y puta… te gusta mi verga?
-Si… si… me… me en… encanta…
-Quién te coge mejor? decilo, decí el nombre del hombre que te coge mejor…
-Vos… Jere… mias… Jeremias!
-Pero y tu esposo? el está acá mirando…
-No.. no im.. porta… vos… vos..
Mi esposa hasta sonaba inconexa, él la llevaba a ese estado de placer y excitación, y mi verga parecía explotar en cualquier momento…
-Y quien tiene la verga mas grandota, la que mas placer te da?
-Vos… vos… Jere… amo tu… tu verga…
-Y te gusta hacerlo cornudo a tu marido? el disfruta de esto…
Creo que en ese momento ella hizo un click ante la pregunta y recordó que yo estaba ahí, y que era parte del juego, por primera vez tomó el control, hizo que él se recostara, y vino casi a mi frente, con sus piernas abiertas, en cuclillas, fue bajando, tomó la verga de su amante y dulcemente la fue metiendo en su concha, la maldita empezó a jugar con eso, ella manejaba el ritmo haciendo todo con cadencia, meneando sus caderas de lado a lado, haciendo un mete y saca muy lento y provocativo, a medio metro de donde yo estaba sentado, mi mujer me dejaba ver como su lujuria le hacía disfrutar más de veinte centímetros de gruesa carne.
En ese momento me di cuenta que ella no lo estaba haciendo por ella, lo hacía por mí, ella quería regalarme un primer plano de su golosa concha comiéndose todo esa carne, ella me miraba fijamente, ella me quemaba con su mirada, y cada movimiento sensual que hacía me llevaba al abismo, le supliqué que dejara de provocarme, era todo muy rico, y ella fue cayendo presa de su propia seducción, empezó a perder la cordura, era evidente que su amante se acercaba al orgasmo, ella solo empezó a gemir nuevamente pero no aceleraba el ritmo, todo era lento, la verga de Jeremías empezó a contraerse rítmicamente y Elizabeth solo bramó, dejándome saber que le estaba regalando un terrible orgasmo.
Sus cuerpos se mostraban transpirados por el calor de primavera, las gotas de transpiración rodaban por el rostro de mi amada, sus pechos humedecidos aun cubiertos por el top se transparentaban en una forma tan sensual como una competencia de remeras mojadas, ella salió a un costado, la pija del tercero empezaba a perder rigidez, el preservativo que lo cubría estaba saturado de esperma, realmente acababa como un caballo, ella fue a retirarlo con sumo cuidado de que no escapara una gota, al fin lo consiguió y me dijo
-Mi amor… tengo tu premio…
Ella vino a mi lado, me besó dulcemente, un beso de lengua profundo, como pocos, hizo que inclinara mi cabeza hacia atrás, se acomodó, abrí la boca y empezó a verter con sumo cuidado el contenido del preservativo, era excitante para ambos, el semen aun tibio de Jeremías llegó a mi boca y empecé a degustarlo, más y más, pasándolo por todos lados como a ella le gustaba, poco a poco, sin prisa, sin pausa fui ingiriendo el producto de su amor.
Fue tan potente, tan fuerte, que mi propio pene, aun comprimido por la jaula empezó a emanar semen, en un precioso orgasmo…
Jeremías permanecía a un costado, solo observando como yo disfrutaba sus jugos, manoseándose pacientemente la verga para conseguir una nueva erección, cosa que no tardaría en suceder, para volver al juego, tomó un segundo preservativo y con trabajo lo acomodó en su temeraria pija, también tomó lubricante y la untó por completo, a su vez le indicó a mi mujer que se acomodara nuevamente en cuatro y a mí que me preparara para ayudarlo.
Elizabeth solo se quedó a la espera de lo que él deseara hacer con ella, su amante fue por detrás y con sus dedos aun lubricados empezó a jugar en el esfínter de mi amor, de dijo a mí que pusiera mis manos en sus nalgas y se las separara, quería que viera como se le abría todo el culito, y entre nosotros, ella se había comido tantas vergas que su trasero se abría naturalmente sin mucha resistencia.
El jugó un poco más, acariciando con su falo lubricado todo el sexo de mi mujer, hasta que apuntó y lentamente lo fue penetrando, arrancándole un quejido sordo, mezcla de dolor y placer. En unas embestidas mas todo estaba consumado y mi compañero empezó a hacerle el culo en una manera muy salvaje, mientras yo era espectador de lujo a centímetros de distancia, entonces, nuevamente empezó a jugar con las palabras
-Qué hermoso culo tiene tu mujer… mirá como se lo abro todo, mirá como se lo dejo…
Y tras decir esto solo la sacaba la verga para que yo observara su ano dilatado del tamaño de una bola de pool, y todo esto me llevaba a una nueva e incontenible excitación, el prosiguió
Y que puta que sos, no muchas mujeres se comen todo esto por el orto, te gusta perra sucia…
Pero Elizabeth no contestaba, no podía, solo bramaba cada vez que él le enterraba la verga tan profunda como podía hasta el fondo, salvaje, parecía que ella iba acceder ante cualquier momento por la fuerza que él le proporcionaba, en embates animales, prosiguió
-Cuantas vergas se comió por el culo esta puta? y me enteré que vos, que sos su esposo no podes hacérselo… cierto?, si vieras que rico sabe…
Mierda, el bastardo sabía cómo jugar el juego, y era cierto, cada vez que yo la cogía a Elizabeth en cuatro patas no podía dejar de mirar como su culito se habría todo de tantas pijas que se había comido y esa situación me excitaba tanto que solo me acababa mirándola.
En un momento, Elizabeth solo se zafó y se tiró de costado, rendida, no podía más con semejante verga en el culo, habían pasado veinte minutos en el que el solo le daba y le daba y le daba…
Mis sentimientos eran encontrados, el culo de mi esposa era mi tesoro más preciado, pero voluntariamente había aceptado que todos, todos menos yo pudieran disfrutarlo, y que mi placer pasara por otro lado, sentirme un cornudo feliz mientras otros le hacían lo que yo jamás le haría…
Elizabeth había tomado el control del juego, su amante ya no lucía el preservativo en su sable amenazante, y nos acomodamos a su lado, a su derecha, con la mano de ese lado mantenía con firmeza la verga de Jeremías, chupándola nuevamente, metiéndola en su boca lo poco que podía, lamiéndola como puta paga, a su izquierda estaba yo, y con la mano de ese lado me acariciaba dulcemente los cabellos, y me daba profundos y eternos besos de amantes, su lengua en mi boca, la mía en la suya, nuestros labios fundidos en uno.
Ante nuestra pasividad ella giraba su cabeza de lado a lado, chupándole la verga a él, besándome a mí, y a él, y a mí, y otra vez, en un juego infinito, donde sentía el sabor de lo que ella lamía con esmero, sentía mi verga comprimida en la jaula querer explotar, es que era tan placentero disfrutar lo que ella disfrutaba, porque sabía que la excitaba mucho jugar ese juego.
Jeremías no tardaría en llegar nuevamente, ella rodeo con sus labios el apetitoso glande y poco a poco recibió en su boca los jugos de ese hombre, más y más, hasta notar como sus cachetes se inflamaban buscando más lugar donde guardar, luego vino sobre mi haciéndome recostar ligeramente, y desde un plano levemente superior me dio el beso final, dejando pasar de su boca a mi boca, nuevamente recibí el amargor del semen de su amante, esa melaza espesa disfrutándolo en un glorioso cruce de lenguas, poco a poco me pasó los flujos y solo separó sus labios de los míos luego de asegurarse de que todo había pasado ya por mi garganta.
Fue suficiente por ese día, con el único detalle que ella se reía limpiando la comisura de sus labios mientras observaba mi pequeña jaula por la que nuevamente escurría mi propio semen, otra vez, un segundo orgasmo.
Nos dimos una ducha de despedida, los tres juntos, pero solo fue una ducha, donde mi esposa le recriminó a Jeremías porque le había dejado todo el culo adolorido, reímos los tres, cómplices…
Hoy mi jaula se transformó en mi amuleto, en mi amigo inseparable, el que no puede faltar a nuestros encuentros, cuando disfruto que extraños posean a mi mujer, y ahora sí, llega el final, ya no habrá tercera parte, ya no hay barreras por romper…
Solo espero que les gustara i historia y se animen a compartir vuestras mujeres…
Si eres mayor de edad puedes escribirme a con título ’CUANDO SE COGIERON A MI MUJER’ a dulces.placeres@live.com
http://www.poringa.net/posts/imagenes/4084661/Mi-amada-esposa.html
No te vas a arrepentir!
CUANDO SE COGIERON A MI MUJER
Segunda parte
“No volvimos a repetir la experiencia con terceros, para muestra basta un botón y de común cuerdo decidimos dejar todo ahí, hay muchas enfermedades y gente loca en el mundo, todo fue perfecto en ese momento, en ese lugar, nos habíamos dado el gusto”
Así había terminado la historia original, ‘CUANDO SE COGIERON A MI MUJER’, que te propongo leas sí que no la has leído, para tener continuidad en esta segunda parte.
Honestamente, no había material para seguir adelante con la historia, no era la idea escribir lo que leerán a continuación, porque ese párrafo era el final de la historia, y esa era la verdad en ese momento, pero todas las verdades son relativas…
Elizabeth, mi esposa, me empujó a hacerlo, es que ella se excita mucho con los comentarios que le hacen llegar, de su forma de ser, de mi forma de ser, de nuestra singular relación.
Matías y Carlos eran historia, y nada me hacía pensar que ella volviera a ponerme los cuernos en mis narices. Una noche cruzamos el Río Paraná, fuimos a gastar unos pesos al casino de Victoria, a pesar de que en Rosario hay uno muy popular, a nosotros siempre nos gustaba hacer una mini excursión, un corto viaje, probar fortuna, cenar, hotel y regresar al día siguiente.
No lo digo porque fuera mi esposa, soy hombre y sé que su belleza llama la atención y más cuando está ‘producida’ como ella suele decir.
Elizabeth estaba sencillamente preciosa e irresistible, con sus cabellos recogidos, su rostro perfectamente maquillado, y lo más impactante, un vestido negro de una rara tela que parecía mimetizarse con su propia piel se adhería de tal manera que hasta se le marcaba la depresión natural en su vientre producida por su ombligo.
Con bretel asimétrico, solo por el lado izquierdo, por el lado derecho su hombro permanecía desnudo, bajando la vista se marcaban demasiado sus pezones como dos botones amenazantes, dibujando la diminuta cintura que contrastaba con sus amplias caderas y su cola respingona, la diminuta tanga que calzaba se marcaba exageradamente contra la fina tela, un poco más abajo, siguiendo la línea, se hacía un tanto amplio hasta llegar al suelo, con dos profundos tajos a los lados que dejaban ver sus piernas bronceadas hasta el límite de lo sexi y lo porno.
En resumen, mi esposa era un intrincado camino de curvas y contra curvas que invitaba a recorrerlo de punta a punta con mirada libidinosa.
Agregó sus infaltables tacos altos y la hicieron más atractiva, por si hiciera falta.
Ya en el lugar, no pasaba desapercibida, a pesar de que había muchas mujeres bonitas.
Fuimos a la ruleta, siempre soy el que maneja las fichas, ella permanece a mi lado en rol de observadora, prefiere sugerirme donde apostar y dejarme a mi tomar las decisiones.
Entre bola y bola algo no pasó desapercibido para nosotros, entre tanta gente y excitación del propio juego, un tipo al otro lado de la mesa no le quitaba los ojos de encima, se la comía con la mirada sin importarle que yo estuviera a su lado. Aparentaba entre sesenta y setenta años, era evidente su bienestar económico, perfectamente vestido con traje azul, rasurado, con el cabello cano prolijamente recortado, luciendo reloj y anillos dorados, probablemente de oro, resaltando fanfarronamente su opulencia.
En algún momento de la noche Elizabeth fue hasta el baño, yo me quedé jugando en el paño, y disimuladamente, tal cual imaginé, el viejo dejó su lugar en la mesa y pensando que yo no lo notaba, fue tras los pasos de mi mujer.
Ella volvió poco después con una sonrisa pícara en los labios, seguramente guardaba algún secreto, el viejo por su parte había cambiado de mesa, ahora apostaba a juegos de naipes, entonces me comentó lo que había sucedido.
El viejo, Juan Carlos era su nombre, la había abordado, por las curvas de mi mujer y por su sexi vestimenta, había asumido que era una prostituta vip, de las que suelen frecuentar esos sitios, le había propuesto que me dejara y fuera con él a pasar la noche, abrió la billetera y le enseñó varios dólares perfectamente acomodados. Por su parte ella le confió que no era la historia que había imaginado, que no era prostituta, que nosotros éramos marido y mujer y que ella no lo hacía por dinero, es más, le dijo que con gusto lo haría gratis con la sola condición que me permitiera a mi estar presente.
Honestamente me sorprendió en ese momento, no habíamos charlado nada acerca de nuevos encuentros con terceros, el tipo le respondió que no era lo suyo, que esa no era su forma, que era tradicional y que yo lo incomodaría.
Sin embargo, cerca de las cinco de la mañana, y después de varios intentos infructuosos en los que probó una y otra vez llevarla a la cama por dinero, situación con la cual nosotros reíamos, y viendo que Elizabeth estaba intransigente en su posición, terminó cediendo, asumiendo que era eso o nada.
No voy a abundar en detalles, la reunión fue un fiasco, el tipo no podía dejar de ignorar mi presencia y estaba nervioso, demasiado nervioso, no sabía qué hacer, como reaccionar, yo estaba sentado a un lado esperando que se la cogiera, pero eso nunca sucedería, a pesar de que mi mujer se había desnudado e irradiaba belleza, pecado y deseo por cada poro de su cuerpo.
Solo una parte para no dejar pasar por alto, después de tantos fracasos Elizabeth solo se limitó a masturbarlo con sus manos, hasta que el viejo apenas eyaculó sobre sus tiernos pechos, entonces ella, al igual que había hecho con sus amigos tiempo atrás, me pidió que la lamiera y la limpiara, muy loco, muy perverso, como sea, fui sobre ella y me dediqué a complacerla, a pasar mi lengua sobre sus tetas y beber los jugos del viejo que miraba sin entender, los pezones de mi esposa estaban duros y sus gemidos me hacían saber que moría de excitación, evidentemente había una química especial en este juego morboso.
Sin imaginarlo, empezamos con un juego loco de amantes improvisados, pero tuvimos que perfeccionar nuestras aventuras, ya que como nos había sucedido con el viejo, nos encontrábamos con más problemas de lo imaginado, así que una mañana, tomamos papel y lápiz y empezamos a escribir sobre que querríamos para nuestro futuro, para nuestros encuentros, mezclamos deseos, sensaciones, situaciones que a ambos nos excitaran, y sin quererlo, en unos días teníamos armado una especie de contrato con varios puntos a cumplir, que a ella le gustaba la pija no era novedad, y que mí me gustaba ver como otros se la cogían, tampoco.
Algunos puntos que dejamos plasmados y que empezaríamos a cumplir en ese momento
El lugar para estos encuentros sería un viejo departamento que nosotros teníamos desocupado y no le dábamos utilidad, teníamos que preservar nuestra imagen en el barrio, con amistades con la familia, no era cuestión que el nombre de Elizabeth estuviera de boca en boca como una puta cualquiera, tampoco que el mío lo estuviera como el cornudo feliz.
Los amates serían pagos, necesitábamos profesionales a los que estas cosas le resultaran normales, nada de improvisados, no queríamos más fiascos, ni fracasos
Los tipos elegidos, al menos deberían tener veinte centímetros de carne para dar, por lejos mucho más de los once que yo podía ofrecer con mi pene
Todos podrían tener sexo anal con ella, todos menos yo, voluntariamente acepté solo mirar su culito abierto y ya no usarlo, desearlo y no poseerlo, excitarme viendo como otros se lo hacían, sabiendo que yo nunca podría hacérselo, siendo ella mi propia esposa.
Usar preservativos, nada de locuras, nada de mezclar sus flujos vaginales con el semen de extraños, hay muchas enfermedades dando vueltas, y no queríamos complicaciones.
Yo la ‘limpiaría’ después de cada acto, algo que nos excitaba a ambos, notábamos en ese loco juego una perversa excitación.
En resumen, ese fue nuestro pacto secreto y así empezamos una maratónica sesión de amantes, algunos mejores, otros no tanto, pero pasó el tiempo en juegos, se la cogieron, se la culearon, se cansó de chupar pijas y yo de beber semen al final del juego, uno tras otro, hasta que sin darnos cuenta llegamos al número cien, llegamos a las tres cifras, y será parte del fin de mi relato, el encuentro con Jeremías, por mucho, el mejor de los amantes…
Jeremías era mucho más joven que nosotros, se ganaba la vida vendiendo su cuerpo y con creces aventajaba a cualquiera, limpio, discreto, brillante en lo suyo, el mejor amante según palabras salidas de los labios de mi mujer, nadie la cogía como el, sabía jugar con las palabras, tanto para ella como para mí, y que decir de su verga, enorme, no solo larga, cabezona y gruesa y por si fuera poco acababa como un caballo.
Jeremías era el que más veces se la había cogido, como que ya era parte de nuestros encuentros y él estaba al tanto de todo nuestro loco mundo.
Esa tarde, fuimos al departamento a jugar con él, Elizabeth estaba expectante, ansiosa, adoraba como él se la cogía, ella se había depilado cuidadosamente para él, se había puesto un top transparente verde agua, una diminuta colaless, y medias bucaneras al mismo tono, ese verde flúo solo hacía resaltar el bronceado candente de su piel.
Su amante llegó un poco tarde, como de costumbre me dio un fuerte apretón de manos y avanzó con descaro a mi esposa, metiéndole profundo la lengua en la boca al tiempo que le apretaba con fuerza uno de sus glúteos, ella esbozó una protesta porque en su saludo Jeremía llegó a meterle una falange en el culo, nos dijo por ser una ocasión especial no nos cobraría, y no solo eso, además nos había traído un obsequio.
Me tiró una pequeña caja, era para mí, la abrí intrigado, era una de esas jaulas plásticas para aprisionar penes, me reí por la loca idea, pero bueno, era excitante…
Me desnudé, yo ya sufría una pronunciada erección y casi que obligué a mi pene a perderla, como diera lugar, voluntariamente puse mi pija y mis testículos dentro, ajusté el candado y le entregué la llave a mi mujer, la sensación era rara, mi verga trataba de explotar dentro de la caja, pero estaba prisionera, solo me acomodé a un lado, era hora.
Mi esposa parecía hervir en fiebre, sus pezones se marcaban nítidamente en la fina tela de su top, sus ojos hambrientos mostraban lo puta que era, casi no le dio tiempo a Jeremías a desnudarse, empezó a besarlo como desesperada, como poseída, en la boca, en el pecho, en el vientre, hasta caer de rodillas a sus pies y llegar a su miembro, mi esposa lo admiraba como perdida, es que llamativamente la pija de ese hombre era casi tan ancha y tan larga como el antebrazo de mi querida.
Elizabeth solo empezó a chupársela de una manera mi puta, se la metía en la boca sin lograr mucha profundidad, masturbándolo con ambas manos, o solo pasando la lengua desde sus depilados testículos hasta su glande, pasando por todo su tronco con venas marcadas, tratando en todo momento de mantener contacto visual con su amante. Jeremías observaba la situación con una mirada altanera, sabiendo que tenía el control, sabía que mi mujer se moría por su verga, sabiendo que yo disfrutaría cada acto que el realizase, el maldito sabía que todo se haría a su manera.
Mi mujer le chupaba la verga en una forma tan exquisita, casi desesperada, mi pija quería escapar de la jaula que la mantenía prisionera, por la imposibilidad sentía un dulce placer entre mis piernas, con la necesidad de querer tocarme y no poder hacerlo.
Elizabeth, como una puta caliente en un momento lo dejó y fue por los preservativos, tan desesperada que hasta patinó al borde de la cama, sacó uno con prisa y con cuidado de no lastimarlo con sus uñas empezó a desenvolverlo sobre el tronco venoso de nuestro invitado, al llegar a su fin, aún quedaban unos cinco centímetros por cubrir, ella imploró como una chiquilla para que él se la cogiera.
El la acomodó en cuatro patas sobre el colchón de la cama, le acarició un par de veces con su verga dura la entrada, hasta que al final se la enterró hasta el fondo arrancándole un grito, empezó a cogerla con ganas, profundo, Elizabeth trataba de zafar hacia adelante, evidentemente era demasiado grande, pero el solo la tomaba por su diminuta cintura con sus grandes manos, arrastrándola nuevamente contra él, haciendo que sus perfectas nalgas bronceadas chocaran una y otra vez contra su cuerpo, así, bien animal, bien profundo, y cada vez que mi mujer no se entregaba como él quería recibía una fuerte nalgada en respuesta, demostrando quien era el macho, quien tenía el mando
Ella solo disfrutaba, su rostro estaba de lado sobre el colchón, con esas facciones tan excitantes de una mujer recibiendo placer, con su boca entreabierta, jadeando, con sus ojos cerrados y su ceño fruncido, con sus perfectas uñas rojas clavándose en las sábanas, largando gemidos que no podía controlar, y todo esto me enloquecía, sabía que él le daba un placer que yo no podía darle, jampas podría, empezaron a cambiar de posiciones, y también el empezó a jugar con las palabras
-Y puta… te gusta mi verga?
-Si… si… me… me en… encanta…
-Quién te coge mejor? decilo, decí el nombre del hombre que te coge mejor…
-Vos… Jere… mias… Jeremias!
-Pero y tu esposo? el está acá mirando…
-No.. no im.. porta… vos… vos..
Mi esposa hasta sonaba inconexa, él la llevaba a ese estado de placer y excitación, y mi verga parecía explotar en cualquier momento…
-Y quien tiene la verga mas grandota, la que mas placer te da?
-Vos… vos… Jere… amo tu… tu verga…
-Y te gusta hacerlo cornudo a tu marido? el disfruta de esto…
Creo que en ese momento ella hizo un click ante la pregunta y recordó que yo estaba ahí, y que era parte del juego, por primera vez tomó el control, hizo que él se recostara, y vino casi a mi frente, con sus piernas abiertas, en cuclillas, fue bajando, tomó la verga de su amante y dulcemente la fue metiendo en su concha, la maldita empezó a jugar con eso, ella manejaba el ritmo haciendo todo con cadencia, meneando sus caderas de lado a lado, haciendo un mete y saca muy lento y provocativo, a medio metro de donde yo estaba sentado, mi mujer me dejaba ver como su lujuria le hacía disfrutar más de veinte centímetros de gruesa carne.
En ese momento me di cuenta que ella no lo estaba haciendo por ella, lo hacía por mí, ella quería regalarme un primer plano de su golosa concha comiéndose todo esa carne, ella me miraba fijamente, ella me quemaba con su mirada, y cada movimiento sensual que hacía me llevaba al abismo, le supliqué que dejara de provocarme, era todo muy rico, y ella fue cayendo presa de su propia seducción, empezó a perder la cordura, era evidente que su amante se acercaba al orgasmo, ella solo empezó a gemir nuevamente pero no aceleraba el ritmo, todo era lento, la verga de Jeremías empezó a contraerse rítmicamente y Elizabeth solo bramó, dejándome saber que le estaba regalando un terrible orgasmo.
Sus cuerpos se mostraban transpirados por el calor de primavera, las gotas de transpiración rodaban por el rostro de mi amada, sus pechos humedecidos aun cubiertos por el top se transparentaban en una forma tan sensual como una competencia de remeras mojadas, ella salió a un costado, la pija del tercero empezaba a perder rigidez, el preservativo que lo cubría estaba saturado de esperma, realmente acababa como un caballo, ella fue a retirarlo con sumo cuidado de que no escapara una gota, al fin lo consiguió y me dijo
-Mi amor… tengo tu premio…
Ella vino a mi lado, me besó dulcemente, un beso de lengua profundo, como pocos, hizo que inclinara mi cabeza hacia atrás, se acomodó, abrí la boca y empezó a verter con sumo cuidado el contenido del preservativo, era excitante para ambos, el semen aun tibio de Jeremías llegó a mi boca y empecé a degustarlo, más y más, pasándolo por todos lados como a ella le gustaba, poco a poco, sin prisa, sin pausa fui ingiriendo el producto de su amor.
Fue tan potente, tan fuerte, que mi propio pene, aun comprimido por la jaula empezó a emanar semen, en un precioso orgasmo…
Jeremías permanecía a un costado, solo observando como yo disfrutaba sus jugos, manoseándose pacientemente la verga para conseguir una nueva erección, cosa que no tardaría en suceder, para volver al juego, tomó un segundo preservativo y con trabajo lo acomodó en su temeraria pija, también tomó lubricante y la untó por completo, a su vez le indicó a mi mujer que se acomodara nuevamente en cuatro y a mí que me preparara para ayudarlo.
Elizabeth solo se quedó a la espera de lo que él deseara hacer con ella, su amante fue por detrás y con sus dedos aun lubricados empezó a jugar en el esfínter de mi amor, de dijo a mí que pusiera mis manos en sus nalgas y se las separara, quería que viera como se le abría todo el culito, y entre nosotros, ella se había comido tantas vergas que su trasero se abría naturalmente sin mucha resistencia.
El jugó un poco más, acariciando con su falo lubricado todo el sexo de mi mujer, hasta que apuntó y lentamente lo fue penetrando, arrancándole un quejido sordo, mezcla de dolor y placer. En unas embestidas mas todo estaba consumado y mi compañero empezó a hacerle el culo en una manera muy salvaje, mientras yo era espectador de lujo a centímetros de distancia, entonces, nuevamente empezó a jugar con las palabras
-Qué hermoso culo tiene tu mujer… mirá como se lo abro todo, mirá como se lo dejo…
Y tras decir esto solo la sacaba la verga para que yo observara su ano dilatado del tamaño de una bola de pool, y todo esto me llevaba a una nueva e incontenible excitación, el prosiguió
Y que puta que sos, no muchas mujeres se comen todo esto por el orto, te gusta perra sucia…
Pero Elizabeth no contestaba, no podía, solo bramaba cada vez que él le enterraba la verga tan profunda como podía hasta el fondo, salvaje, parecía que ella iba acceder ante cualquier momento por la fuerza que él le proporcionaba, en embates animales, prosiguió
-Cuantas vergas se comió por el culo esta puta? y me enteré que vos, que sos su esposo no podes hacérselo… cierto?, si vieras que rico sabe…
Mierda, el bastardo sabía cómo jugar el juego, y era cierto, cada vez que yo la cogía a Elizabeth en cuatro patas no podía dejar de mirar como su culito se habría todo de tantas pijas que se había comido y esa situación me excitaba tanto que solo me acababa mirándola.
En un momento, Elizabeth solo se zafó y se tiró de costado, rendida, no podía más con semejante verga en el culo, habían pasado veinte minutos en el que el solo le daba y le daba y le daba…
Mis sentimientos eran encontrados, el culo de mi esposa era mi tesoro más preciado, pero voluntariamente había aceptado que todos, todos menos yo pudieran disfrutarlo, y que mi placer pasara por otro lado, sentirme un cornudo feliz mientras otros le hacían lo que yo jamás le haría…
Elizabeth había tomado el control del juego, su amante ya no lucía el preservativo en su sable amenazante, y nos acomodamos a su lado, a su derecha, con la mano de ese lado mantenía con firmeza la verga de Jeremías, chupándola nuevamente, metiéndola en su boca lo poco que podía, lamiéndola como puta paga, a su izquierda estaba yo, y con la mano de ese lado me acariciaba dulcemente los cabellos, y me daba profundos y eternos besos de amantes, su lengua en mi boca, la mía en la suya, nuestros labios fundidos en uno.
Ante nuestra pasividad ella giraba su cabeza de lado a lado, chupándole la verga a él, besándome a mí, y a él, y a mí, y otra vez, en un juego infinito, donde sentía el sabor de lo que ella lamía con esmero, sentía mi verga comprimida en la jaula querer explotar, es que era tan placentero disfrutar lo que ella disfrutaba, porque sabía que la excitaba mucho jugar ese juego.
Jeremías no tardaría en llegar nuevamente, ella rodeo con sus labios el apetitoso glande y poco a poco recibió en su boca los jugos de ese hombre, más y más, hasta notar como sus cachetes se inflamaban buscando más lugar donde guardar, luego vino sobre mi haciéndome recostar ligeramente, y desde un plano levemente superior me dio el beso final, dejando pasar de su boca a mi boca, nuevamente recibí el amargor del semen de su amante, esa melaza espesa disfrutándolo en un glorioso cruce de lenguas, poco a poco me pasó los flujos y solo separó sus labios de los míos luego de asegurarse de que todo había pasado ya por mi garganta.
Fue suficiente por ese día, con el único detalle que ella se reía limpiando la comisura de sus labios mientras observaba mi pequeña jaula por la que nuevamente escurría mi propio semen, otra vez, un segundo orgasmo.
Nos dimos una ducha de despedida, los tres juntos, pero solo fue una ducha, donde mi esposa le recriminó a Jeremías porque le había dejado todo el culo adolorido, reímos los tres, cómplices…
Hoy mi jaula se transformó en mi amuleto, en mi amigo inseparable, el que no puede faltar a nuestros encuentros, cuando disfruto que extraños posean a mi mujer, y ahora sí, llega el final, ya no habrá tercera parte, ya no hay barreras por romper…
Solo espero que les gustara i historia y se animen a compartir vuestras mujeres…
Si eres mayor de edad puedes escribirme a con título ’CUANDO SE COGIERON A MI MUJER’ a dulces.placeres@live.com
2 comentarios - Cuando se cogieron a mi mujer - 2da parte
van 10