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MI MADRE FOLLADA EN EL PARQUE ACUATICO
Esta historia transcurrió cuando tenía unos 13 años.
Mi madre debía tener entonces unos 35 años, que causaban autentica admiración entre los hombres y envidia entre las mujeres, ya que no sólo poseía una melena de color castaño oscuro, ojos negros, nariz respingona y labios carnosos, sino que además estaba dotada de un espléndido cuerpo con unas medidas de 105x60x95 en algo menos de un metro sesenta y cinco de estatura coronado con un buen par de tetas redondas, grandes y erguidas, un culo firme, alto y respingón, y un par de piernas largas y esbeltas.
Era un día caluroso y soleado de verano en el que mi madre había aprovechado para ir conmigo a pasar el día en un parque acuático que ese año acababan de abrir cerca de donde vivíamos.
Aunque mi madre nunca ha estado ni mucho menos gorda, ese verano la recuerdo algo más rellenita que de costumbre.
Ella no debió darse cuenta o pasaba de sus curvas más rotundas de lo habitual, pero el hecho es que justamente ese día eligió ponerse un bañador rojo de un tejido muy fino que le quedaba muy ceñido, demasiado ceñido como para pasar inadvertido, que marcaba todos los detalles de su voluptuoso cuerpo.
No la dije nada, aunque, cuando no me miraba, no dejaba de fijarme en sus caderas, en sus glúteos, en sus tetazas, en sus pezones e incluso en las aureolas que también se marcaban bajo su bañador. Sin decir nada, de su conejito, en el que se notaba la pequeña mata de pelo que lo cubría, así como la entrada a su raja, a su “sonrisa vertical”.
No era yo el único que no se daba cuenta, habría que estar muy ciego para no ver lo que era totalmente visible.
No solamente miraban, sino que incluso comentaban, y mucho de lo que comentaban llegaba a mis oídos y seguro que también a los de mi madre, que hacía como si no oyera y lo único que hacía era sonreír o hacer que se reía conmigo. Me daba la impresión de que estaba disfrutando con la experiencia de sentirse deseada, de ser vista y no tocada, pero se daría cuenta a lo largo del día de lo lejos que estaba su previsión.
Los comentarios eran del tipo de “la falta de vergüenza por ir así” que comentaban las mujeres a sus maridos o entre ellas, “el fíjate en las tetazas que tiene esa tía” que hacían los adolescentes, “esa tía lo que está buscando es polla y la va a encontrar, la muy zorra” que hacían los hombres. También había miradas silenciosas, cargadas de deseo, que la seguían, y la desnudaban y follaban.
El problema surgió cuando mi madre quiso que bajáramos por un largo tobogán de unos 40 metros de longitud que acababa en una pequeña piscina.
Para acceder a la parte superior del tobogán había que subir por una escalera de unos 15 metros de altura, que tenía una cola de personas para subir.
Ella comenzó a subir la primera y yo detrás, sin dejar de mirar cómo, al subir cada escalón, se contraían sus nalgas y se movían sus caderas, pero no por ello deje de fijarme en las miradas que la echaban y de los comentarios que hacían.
Cuando ya llevábamos un buen trecho subido, me dio vergüenza seguir subiendo con ella y la dije que me bajaba. Insistió en que no me fuera, que sería divertido, pero me dejo que la esperara abajo mientras ella bajaba deslizándose por el tobogán.
Nada más llegar a bajo, vi que mi madre acababa de acceder a la plataforma superior de donde se tiraba la gente.
Se dispuso a comenzar la bajada, sentándose en el suelo y nada más deslizarse tobogán abajo, su bañador se enganchó con algo o alguien tiro de él.
Mi madre sintió por un instante interrumpida su bajada, pero, al momento, con un ruido inequívoco que fue oído por todos, su bañador se rasgó totalmente, de arriba a abajo, quedándose arriba mientras mi madre, totalmente desnuda, continúo bajando ante los atónitos ojos de todo el mundo, incluidos los míos,
Se oyeron exclamaciones de asombro por sus enormes tetas que se mantenían erguidas, botando como balones de baloncesto.
Intento cerrarse de piernas para no dejar totalmente expuesto su conejo, así como tapar con sus manos sus melones, pero su cuerpo se inclinaba hacia un lado y podía acabar bajando de cabeza por lo que tuvo que abrirse bien de piernas y poner sus manos sobre el tobogán, mostrando sus tetazas y su conejo depilado a las miradas ansiosas de todo el mundo.
Se tomaron fotografías y se oyeron aplausos y vítores, mientras mi madre se deslizaba, no tan rápidamente como me hubiera gustado, hasta caer al agua de la piscina que la esperaba abajo.
Nada más sumergirse, un montón de chavales y no tan chavales se tiraron rápidamente al agua y se acercaron corriendo hacia donde estaba mi madre.
Cuando mi madre sacó la cabeza, ya tenía un montón de chicos rodeándola, sobándola todo el cuerpo.
La oí chillar, pero los chavales chillaban más. La vi moverse, forcejear inútilmente.
Se intentó levantar, y sus tetas casi ni se veían por la cantidad de manos que las cubrían, que se las sobaban.
Se las intentó quitar moviendo los brazos, pero los metió rápidamente bajo el agua para quitarse las manos que la sobaban el conejo y el culo.
Y en medio de ese caos de manos, ¡se oyó un silbato!.
Un hombre, sin dejar de hacer sonar su silbato, se metió en la piscina, les gritó a los chavales que se apartasen y se acercó a mi madre. Era un empleado del parque.
Los chicos poco a poco se fueron apartando de mi madre, sin dejar de protestar, sobre todo porque el hombre los empujaba y tiraba de ellos para que se alejaran
Se oyeron voces, sobre todo de mujeres, que la decían cosas que lo tenía bien merecido por calientapollas, que era una calentorra, una puta. Otros preferían llamarla tía buena, que querían más, entre risas.
Mi madre, muy digna, se tapaba los pezones más que las tetas con las manos, ya que no las abarcaba todas.
Se levantó y se fue hacia el borde de la piscina, donde había otro empleado del parque esperándola con una toalla grande en las manos.
Algunos chicos querían otra vez acercarse a mi madre para continuar sobándola, pero el hombre les increpó y se pusieron a discutir a voces.
Mi madre se empezó a subir al borde de la piscina y estaba saliendo muy digna, cuando un chaval mayor, de unos diecisiete años, se acercó rápido a ella, la agarró por detrás de las caderas y tiró de ella hacia él.
Mi madre dio un chillido y se fue hacia atrás, descubriendo una vez más sus tetazas con pezones oscuros, cayéndose de culo, dentro del agua, pegada al chaval.
En ese caos de espuma que se formó, mi madre chilló.
Tenía los ojos muy abiertos, así como su boca.
El chico, pegado a su espalda, se movía rápido adelante y atrás, con sus brazos debajo del agua, sujetándola para que no se escapara.
¡Se la estaba follando por detrás! ¡delante de todo el mundo!
Todos nos quedamos por un instante paralizados, pero enseguida todos los chicos volvieron corriendo hacia mi madre, sin dejar de chillar.
Todas las manos se pusieron sobre ella, por encima y por debajo del agua, y ahora no encontraron resistencia, la sobaron a conciencia.
El hombre del silbato reaccionó y, dando gritos, corrió rápido dentro del agua hacia mi madre para volver a empujar y tirar de los chavales para quitárselos.
El último en irse fue el chaval que se estaba follando a mi madre, que, con cara de satisfacción y una sonrisa de oreja a oreja, salió del agua subiéndose el bañador. Le despidieron con aplausos y gritos de “¡Bravo, bravo!”, “Campeón, campeón!”, mientras el levantaba las manos haciendo el signo de la victoria. Muchos le palmearon la espalda llamándole “machote”.
Esta vez mi madre si pudo salir del agua, totalmente colorada, incluidas sus enormes tetas, su culo y su entrepierna, y otro empleado del parque, exhibiendo una enorme erección bajo su bañador, la tapó con una toalla entre ovaciones, vítores y gritos solicitando más. Más de una cámara inmortalizo el momento.
Se fue escoltada por los dos empleados del parque, el del silbato y el que la tapo con la toalla, a un pequeño edificio de una única planta próxima a la piscina donde entraron y cerraron la puerta.
El tumulto lo mismo que empezó, finalizo, pero dejo una sonrisa de satisfacción a la mayoría que asistió al espectáculo.
Me acerque al edificio donde había entrado mi madre.
Intente entrar pero la puerta estaba cerrada por dentro, por lo que me aleje un poco sin dejar de mirar la puerta y me dispuse a esperar a que saliera.
En un lateral del edificio observe a un par de chicos que estaban subidos a unos bidones, mirando por una pequeña ventana medio cerrada situada a poco menos de tres metros del suelo.
Me acerque y, viendo que había sitio para mí, también me subí con cuidado a los bidones y mire por el ventanuco.
Lo que vi, me puso el corazón a mil.
Debajo de nosotros estaba mi madre tumbada boca arriba, con sus melones al descubierto, sobre una mesa de escritorio, desnuda totalmente, sobre la toalla que llevaba cubriéndola.
¡Sus tetazas se movían adelante y atrás!, ¡adelante y atrás!
Tenía las piernas levantadas, encima de los hombros de uno de los trabajadores del parque, que, con el pantalón bajado hasta los pies, la sujetaba por las caderas y se movía adelante y atrás, embistiéndola una y otra vez.
¡Se la estaba follando!.
Tenía la polla metida en el conejo de mi madre, entrando y saliendo una y otra vez.
En cada entrada y salida, mi madre jadeaba.
Sus brazos, doblados por encima de la cabeza, permitían ver mejor sus tetas con sus aureolas oscuras y sus pezones puntiagudos.
Tenía los ojos semicerrados y la punta colorada de su lengua sobresalía de entre sus labios, mostrando unos dientes blancos y regulares.
El hombre alargó uno de sus brazos y la agarró una de las tetas, se la sobaba sin dejar de follársela y la pellizcaba los pezones, cada vez más grandes.
Mi madre cada vez jadeaba más alto y más rápido, como era más rápido el movimiento de su cuerpo por los empujones que la daba el hombre.
De pronto, el hombre paró, dejó de follársela, rugió, acababa de tener un orgasmo, respiró fuerte y sacó su rabo enfundado en un condón que lucía una enorme bolsa llena de esperma.
Apareció entonces en escena el otro hombre, totalmente desnudo, con un cipote enorme y erguido cubierto por un preservativo.
Se aproximó a mi madre, la levantó de la mesa, poniendo una de sus manos en el culo de ella y con la otra la agarró una de las tetazas, se las acarició, se las sobó. Luego comenzó a besar la otra, a chuparla, a lamerla los pezones, mientras ella se retorcía de gusto.
De repente paró y la dio la vuelta, poniéndola de espaldas a él, y la empujó para que se apoyara sobre la mesa, con el culo en pompa.
Ahora tenía una visión completa de su culo, y me recordó a un enorme melocotón deseando que lo disfruten, que se lo coman.
El hombre la dio un azote en uno de sus glúteos, sonó como un latigazo, ella dio un gritito. Luego otro y otro. A cada azote mi madre soltaba un gritito que hacía que el cipote del hombre se pusiera cada vez más tieso y más grande.
Las nalgas de mi madre empezaban a ponerse cada vez más coloradas.
La abrió de piernas, y se acercó con el rabo apuntando directamente a su conejo, ¡iba a follársela por detrás!
Oí a mi madre suplicar, “No, por favor, no. No me hagas daño!, pero el hombre, ayudado por su mano, la metió la polla en su conejo, mientras que con la otra mano la sujetaba de las caderas para que no se moviera.
Mi madre chilló otra vez, creo que de placer, y el tío empezó a bombear, con fuerza, adelante y atrás, adelante y atrás.
¡Se la estaban follando nuevamente!.
El culo de mi madre se movía a cada empuje, así como el del hombre, que, cuando se la metía, expulsaba ruidosamente aire y lo cogía cuando se la sacaba.
La volvió a pegar un azote en una nalga que sonó como un latigazo, y siguió follándosela.
Repitió varias veces los azotes en el culo mientras se la follaba.
El hombre la sacó su rabo para apoyar una de sus piernas sobre la mesa en la que estaba mi madre, y volvió a metérsela.
Mi madre ahora estaba sobre la mesa, con el culo en pompa y el hombre ahora empujaba con más fuerza, ¡bombeando más y más!, hasta dio un fuerte suspiro y se paró, ¡había descargado!.
Se la sacó y, como despedida, la dio un buen azote en el culo. ¡Sonó como un tambor! ¡La debió dar con la mano hueca!.
De pronto oí a alguien gritar fuera del edificio. Me volví y era el primer trabajador que vi cómo se había follado a mi madre que gritaba preguntándonos que hacíamos ahí, que nos bajáramos.
Los dos chicos que estaban viendo conmigo como se follaban a mi madre saltaron al suelo, yo hice lo mismo, y corrimos huyendo del hombre.
Una vez fuera del alcance del hombre, volví a la entrada del edificio, esperando que saliera mi madre, y así lo hizo a la media hora, ya vestida con su ropa.
Me dirigí a ella, iba seria, con la cara colorada, como si hubiera llorado, y juntos salimos lo más rápido que pudimos, sin más incidentes, del parque acuático.
Nunca recuperamos el bañador de mamá, pero guardo de él un muy grato recuerdo.
Seguro que alguien lo guarda como trofeo.
Aún me masturbo pensando en aquel bañador y en todo lo que disfrute aquel día.
Volvimos a ir más de una vez a un parque acuático y tuvimos más experiencias excitantes
MI MADRE FOLLADA EN EL PARQUE ACUATICO
Esta historia transcurrió cuando tenía unos 13 años.
Mi madre debía tener entonces unos 35 años, que causaban autentica admiración entre los hombres y envidia entre las mujeres, ya que no sólo poseía una melena de color castaño oscuro, ojos negros, nariz respingona y labios carnosos, sino que además estaba dotada de un espléndido cuerpo con unas medidas de 105x60x95 en algo menos de un metro sesenta y cinco de estatura coronado con un buen par de tetas redondas, grandes y erguidas, un culo firme, alto y respingón, y un par de piernas largas y esbeltas.
Era un día caluroso y soleado de verano en el que mi madre había aprovechado para ir conmigo a pasar el día en un parque acuático que ese año acababan de abrir cerca de donde vivíamos.
Aunque mi madre nunca ha estado ni mucho menos gorda, ese verano la recuerdo algo más rellenita que de costumbre.
Ella no debió darse cuenta o pasaba de sus curvas más rotundas de lo habitual, pero el hecho es que justamente ese día eligió ponerse un bañador rojo de un tejido muy fino que le quedaba muy ceñido, demasiado ceñido como para pasar inadvertido, que marcaba todos los detalles de su voluptuoso cuerpo.
No la dije nada, aunque, cuando no me miraba, no dejaba de fijarme en sus caderas, en sus glúteos, en sus tetazas, en sus pezones e incluso en las aureolas que también se marcaban bajo su bañador. Sin decir nada, de su conejito, en el que se notaba la pequeña mata de pelo que lo cubría, así como la entrada a su raja, a su “sonrisa vertical”.
No era yo el único que no se daba cuenta, habría que estar muy ciego para no ver lo que era totalmente visible.
No solamente miraban, sino que incluso comentaban, y mucho de lo que comentaban llegaba a mis oídos y seguro que también a los de mi madre, que hacía como si no oyera y lo único que hacía era sonreír o hacer que se reía conmigo. Me daba la impresión de que estaba disfrutando con la experiencia de sentirse deseada, de ser vista y no tocada, pero se daría cuenta a lo largo del día de lo lejos que estaba su previsión.
Los comentarios eran del tipo de “la falta de vergüenza por ir así” que comentaban las mujeres a sus maridos o entre ellas, “el fíjate en las tetazas que tiene esa tía” que hacían los adolescentes, “esa tía lo que está buscando es polla y la va a encontrar, la muy zorra” que hacían los hombres. También había miradas silenciosas, cargadas de deseo, que la seguían, y la desnudaban y follaban.
El problema surgió cuando mi madre quiso que bajáramos por un largo tobogán de unos 40 metros de longitud que acababa en una pequeña piscina.
Para acceder a la parte superior del tobogán había que subir por una escalera de unos 15 metros de altura, que tenía una cola de personas para subir.
Ella comenzó a subir la primera y yo detrás, sin dejar de mirar cómo, al subir cada escalón, se contraían sus nalgas y se movían sus caderas, pero no por ello deje de fijarme en las miradas que la echaban y de los comentarios que hacían.
Cuando ya llevábamos un buen trecho subido, me dio vergüenza seguir subiendo con ella y la dije que me bajaba. Insistió en que no me fuera, que sería divertido, pero me dejo que la esperara abajo mientras ella bajaba deslizándose por el tobogán.
Nada más llegar a bajo, vi que mi madre acababa de acceder a la plataforma superior de donde se tiraba la gente.
Se dispuso a comenzar la bajada, sentándose en el suelo y nada más deslizarse tobogán abajo, su bañador se enganchó con algo o alguien tiro de él.
Mi madre sintió por un instante interrumpida su bajada, pero, al momento, con un ruido inequívoco que fue oído por todos, su bañador se rasgó totalmente, de arriba a abajo, quedándose arriba mientras mi madre, totalmente desnuda, continúo bajando ante los atónitos ojos de todo el mundo, incluidos los míos,
Se oyeron exclamaciones de asombro por sus enormes tetas que se mantenían erguidas, botando como balones de baloncesto.
Intento cerrarse de piernas para no dejar totalmente expuesto su conejo, así como tapar con sus manos sus melones, pero su cuerpo se inclinaba hacia un lado y podía acabar bajando de cabeza por lo que tuvo que abrirse bien de piernas y poner sus manos sobre el tobogán, mostrando sus tetazas y su conejo depilado a las miradas ansiosas de todo el mundo.
Se tomaron fotografías y se oyeron aplausos y vítores, mientras mi madre se deslizaba, no tan rápidamente como me hubiera gustado, hasta caer al agua de la piscina que la esperaba abajo.
Nada más sumergirse, un montón de chavales y no tan chavales se tiraron rápidamente al agua y se acercaron corriendo hacia donde estaba mi madre.
Cuando mi madre sacó la cabeza, ya tenía un montón de chicos rodeándola, sobándola todo el cuerpo.
La oí chillar, pero los chavales chillaban más. La vi moverse, forcejear inútilmente.
Se intentó levantar, y sus tetas casi ni se veían por la cantidad de manos que las cubrían, que se las sobaban.
Se las intentó quitar moviendo los brazos, pero los metió rápidamente bajo el agua para quitarse las manos que la sobaban el conejo y el culo.
Y en medio de ese caos de manos, ¡se oyó un silbato!.
Un hombre, sin dejar de hacer sonar su silbato, se metió en la piscina, les gritó a los chavales que se apartasen y se acercó a mi madre. Era un empleado del parque.
Los chicos poco a poco se fueron apartando de mi madre, sin dejar de protestar, sobre todo porque el hombre los empujaba y tiraba de ellos para que se alejaran
Se oyeron voces, sobre todo de mujeres, que la decían cosas que lo tenía bien merecido por calientapollas, que era una calentorra, una puta. Otros preferían llamarla tía buena, que querían más, entre risas.
Mi madre, muy digna, se tapaba los pezones más que las tetas con las manos, ya que no las abarcaba todas.
Se levantó y se fue hacia el borde de la piscina, donde había otro empleado del parque esperándola con una toalla grande en las manos.
Algunos chicos querían otra vez acercarse a mi madre para continuar sobándola, pero el hombre les increpó y se pusieron a discutir a voces.
Mi madre se empezó a subir al borde de la piscina y estaba saliendo muy digna, cuando un chaval mayor, de unos diecisiete años, se acercó rápido a ella, la agarró por detrás de las caderas y tiró de ella hacia él.
Mi madre dio un chillido y se fue hacia atrás, descubriendo una vez más sus tetazas con pezones oscuros, cayéndose de culo, dentro del agua, pegada al chaval.
En ese caos de espuma que se formó, mi madre chilló.
Tenía los ojos muy abiertos, así como su boca.
El chico, pegado a su espalda, se movía rápido adelante y atrás, con sus brazos debajo del agua, sujetándola para que no se escapara.
¡Se la estaba follando por detrás! ¡delante de todo el mundo!
Todos nos quedamos por un instante paralizados, pero enseguida todos los chicos volvieron corriendo hacia mi madre, sin dejar de chillar.
Todas las manos se pusieron sobre ella, por encima y por debajo del agua, y ahora no encontraron resistencia, la sobaron a conciencia.
El hombre del silbato reaccionó y, dando gritos, corrió rápido dentro del agua hacia mi madre para volver a empujar y tirar de los chavales para quitárselos.
El último en irse fue el chaval que se estaba follando a mi madre, que, con cara de satisfacción y una sonrisa de oreja a oreja, salió del agua subiéndose el bañador. Le despidieron con aplausos y gritos de “¡Bravo, bravo!”, “Campeón, campeón!”, mientras el levantaba las manos haciendo el signo de la victoria. Muchos le palmearon la espalda llamándole “machote”.
Esta vez mi madre si pudo salir del agua, totalmente colorada, incluidas sus enormes tetas, su culo y su entrepierna, y otro empleado del parque, exhibiendo una enorme erección bajo su bañador, la tapó con una toalla entre ovaciones, vítores y gritos solicitando más. Más de una cámara inmortalizo el momento.
Se fue escoltada por los dos empleados del parque, el del silbato y el que la tapo con la toalla, a un pequeño edificio de una única planta próxima a la piscina donde entraron y cerraron la puerta.
El tumulto lo mismo que empezó, finalizo, pero dejo una sonrisa de satisfacción a la mayoría que asistió al espectáculo.
Me acerque al edificio donde había entrado mi madre.
Intente entrar pero la puerta estaba cerrada por dentro, por lo que me aleje un poco sin dejar de mirar la puerta y me dispuse a esperar a que saliera.
En un lateral del edificio observe a un par de chicos que estaban subidos a unos bidones, mirando por una pequeña ventana medio cerrada situada a poco menos de tres metros del suelo.
Me acerque y, viendo que había sitio para mí, también me subí con cuidado a los bidones y mire por el ventanuco.
Lo que vi, me puso el corazón a mil.
Debajo de nosotros estaba mi madre tumbada boca arriba, con sus melones al descubierto, sobre una mesa de escritorio, desnuda totalmente, sobre la toalla que llevaba cubriéndola.
¡Sus tetazas se movían adelante y atrás!, ¡adelante y atrás!
Tenía las piernas levantadas, encima de los hombros de uno de los trabajadores del parque, que, con el pantalón bajado hasta los pies, la sujetaba por las caderas y se movía adelante y atrás, embistiéndola una y otra vez.
¡Se la estaba follando!.
Tenía la polla metida en el conejo de mi madre, entrando y saliendo una y otra vez.
En cada entrada y salida, mi madre jadeaba.
Sus brazos, doblados por encima de la cabeza, permitían ver mejor sus tetas con sus aureolas oscuras y sus pezones puntiagudos.
Tenía los ojos semicerrados y la punta colorada de su lengua sobresalía de entre sus labios, mostrando unos dientes blancos y regulares.
El hombre alargó uno de sus brazos y la agarró una de las tetas, se la sobaba sin dejar de follársela y la pellizcaba los pezones, cada vez más grandes.
Mi madre cada vez jadeaba más alto y más rápido, como era más rápido el movimiento de su cuerpo por los empujones que la daba el hombre.
De pronto, el hombre paró, dejó de follársela, rugió, acababa de tener un orgasmo, respiró fuerte y sacó su rabo enfundado en un condón que lucía una enorme bolsa llena de esperma.
Apareció entonces en escena el otro hombre, totalmente desnudo, con un cipote enorme y erguido cubierto por un preservativo.
Se aproximó a mi madre, la levantó de la mesa, poniendo una de sus manos en el culo de ella y con la otra la agarró una de las tetazas, se las acarició, se las sobó. Luego comenzó a besar la otra, a chuparla, a lamerla los pezones, mientras ella se retorcía de gusto.
De repente paró y la dio la vuelta, poniéndola de espaldas a él, y la empujó para que se apoyara sobre la mesa, con el culo en pompa.
Ahora tenía una visión completa de su culo, y me recordó a un enorme melocotón deseando que lo disfruten, que se lo coman.
El hombre la dio un azote en uno de sus glúteos, sonó como un latigazo, ella dio un gritito. Luego otro y otro. A cada azote mi madre soltaba un gritito que hacía que el cipote del hombre se pusiera cada vez más tieso y más grande.
Las nalgas de mi madre empezaban a ponerse cada vez más coloradas.
La abrió de piernas, y se acercó con el rabo apuntando directamente a su conejo, ¡iba a follársela por detrás!
Oí a mi madre suplicar, “No, por favor, no. No me hagas daño!, pero el hombre, ayudado por su mano, la metió la polla en su conejo, mientras que con la otra mano la sujetaba de las caderas para que no se moviera.
Mi madre chilló otra vez, creo que de placer, y el tío empezó a bombear, con fuerza, adelante y atrás, adelante y atrás.
¡Se la estaban follando nuevamente!.
El culo de mi madre se movía a cada empuje, así como el del hombre, que, cuando se la metía, expulsaba ruidosamente aire y lo cogía cuando se la sacaba.
La volvió a pegar un azote en una nalga que sonó como un latigazo, y siguió follándosela.
Repitió varias veces los azotes en el culo mientras se la follaba.
El hombre la sacó su rabo para apoyar una de sus piernas sobre la mesa en la que estaba mi madre, y volvió a metérsela.
Mi madre ahora estaba sobre la mesa, con el culo en pompa y el hombre ahora empujaba con más fuerza, ¡bombeando más y más!, hasta dio un fuerte suspiro y se paró, ¡había descargado!.
Se la sacó y, como despedida, la dio un buen azote en el culo. ¡Sonó como un tambor! ¡La debió dar con la mano hueca!.
De pronto oí a alguien gritar fuera del edificio. Me volví y era el primer trabajador que vi cómo se había follado a mi madre que gritaba preguntándonos que hacíamos ahí, que nos bajáramos.
Los dos chicos que estaban viendo conmigo como se follaban a mi madre saltaron al suelo, yo hice lo mismo, y corrimos huyendo del hombre.
Una vez fuera del alcance del hombre, volví a la entrada del edificio, esperando que saliera mi madre, y así lo hizo a la media hora, ya vestida con su ropa.
Me dirigí a ella, iba seria, con la cara colorada, como si hubiera llorado, y juntos salimos lo más rápido que pudimos, sin más incidentes, del parque acuático.
Nunca recuperamos el bañador de mamá, pero guardo de él un muy grato recuerdo.
Seguro que alguien lo guarda como trofeo.
Aún me masturbo pensando en aquel bañador y en todo lo que disfrute aquel día.
Volvimos a ir más de una vez a un parque acuático y tuvimos más experiencias excitantes
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