Pasaron dos semanas desde que Elisa mostró a su hermano lo que era un beso, lo que era un intercambio de cariño básico entre dos personas que se gustaban mucho. Los trabajos finales de la universidad, habían pasado a la historia. Toda esa histeria que se gestaba tenebrosa y absurda en los corazones de los desolados alumnos universitarios, se hizo añicos tras la fiesta organizada por los compañeros de Elisa.
Últimamente, Elisa se iba cada vez más a menudo de fiesta. Evitaba a su hermano todo lo que podía. Su mente daba vueltas una y otra vez al asunto del beso. «Me dejé llevar por el alcohol», pensaba mientras ejercitaba pierna en el gimnasio. O también, cuando reincidía en esos estados de ebriedad en sombrías veladas que organizaba alguna de sus amigas, se decía a sí misma cuando regresaba conduciendo irresponsablemente a casa: «fui una estúpida que se dejó llevar por la situación». Pero al final, Elisa terminó autoconvencida de que, lo que hizo fue para ayudar a su hermano, que no existía otra alternativa, y que el propio hermanito no le recriminó absolutamente nada, de momento.
Ese convencimiento era más que nada intelectual, fluctuaba en el área de las meras ideas. Sus emociones le dictaban todo lo contrario, le hacían sentir una culpa tremenda. Fue entonces cuando decidió que tenía que hacer lo impensable: pedir consejo a sus padres. Era de noche cuando los encontró debatiendo en el despacho que albergaban en la casa para poder trabajar en su escritura. Alrededor de una mesa, un largo mapa estaba distendido en toda su amplitud. Cuando dieron cuenta de que Elisa entró, aminoraron la plática que estaban manteniendo y centraron su atención en esa hija tan llena de gracia de la que estaban tan orgullosos.
Duraron cerca de media hora conversando sobre el asunto. Elisa les contó que, una encrucijada le rondaba la mente. Que ella entendía que había hecho un bien, pero una culpa le atormenta de manera constante. La plática fue de una refinada pureza abstracta, los padres respetaron el misterio y reserva de Elisa, entendiendo que estaba en su pleno derecho de mantener intimidad. Por tanto, ella no explicó lo que hizo con el hermano, tan solo se refirió a la situación como una cuestión de una culpa que no discernía si era aceptable o justificable sentir.
—A mí me parece que si sabes en el fondo que, si lo que has hecho está bien, la culpa es una emoción de la que te debes librar —expuso Mara, la madre de Elisa.
—El perdón. Perdonarte a ti misma es esencial para dejar de sentir cualquier culpa. De la misma manera, si otra persona te incitó a cometer algo que te hizo sentir así, es necesario que también perdones a esa persona porque, al final, no fuiste obligada, tú tomaste la decisión El rencor, la culpa y la vergüenza no tienen cabida, son construcciones inútiles para nuestra sociedad actual —intervino Davin, luego, dio un sorbo a una extraña bebida verdosa cuyo olor repugnaba a Elisa—. Quizás sirvieron en la selva hace cientos de miles de años atrás, pero ya no.
Conversaron durante un tiempo más. Elisa estaba mucho más tranquila, y convino retirarse a su alcoba a descansar. La noche estaba ya bastante entrada, y el sueño comenzaba a invadirla.
—Bueno, gracias por escucharme papitos —Elisa abrazó a sus padres con amor—, ya me iré a dormir.
—No te olvides de que nos iremos a las cinco de la mañana. Cuidas mucho a tu hermano, que no ande mucho tiempo en la calle, ahora está muy peligrosa la ciudad, así que si tienes que llevarlo a algún lugar, lo haces. No dejes que ande solo por ahí —dijo Mara.
—Claro, no te preocupes mamita.
—Ya nos despedimos de tu hermano, y ya sabe que te tiene que obedecer, pero no está demás que seas firme con él si es necesario. ¿De acuerdo? —dijo la madre.
—De acuerdo —confirmó Elisa.
—Dale dinero a tu hermano si lo necesita para la escuela y los deberes, administra bien los gastos de la tarjeta, compren lo necesario para la casa y se cuidan mucho. Mantengan las puertas y ventanas cerradas con llave. Confiamos en ti Elisa —dijo Davin. Después, dio un abrazo a su hija a modo de despedida.
Elisa se encaminó a su habitación. Pasó frente a la de su hermano tratando de no hacer ruido. El hermano estaba dormido, y como de costumbre, no cerraba la puerta. Elisa no entendía aquel comportamiento nocturno, pues a ella le incomodaba dejarla abierta por toda clase de miedos y razones siniestras que incluían a potenciales encapuchados violadores que entraban a casa por la noche, ruidos molestos o la luz pálida del pasillo.
Acostada ya en la cama, a cada instante se cambiaba de costado para ver si el sueño se presentaba de repente. Elisa no era capaz de dormir. Una energía se lo impedía una y otra vez. Era como tratar de traspasar una especie de muro invisible, pero increíblemente resistente, y no poder. Muy fácil se concebía el hecho de cerrar los ojos y dormirse, no lo era. Cerraba los ojos, y la mente continuaba feroz, inquebrantable y voraz en los pensamientos sobre el mismo asunto, una y otra jodida vez. Los padres la tranquilizaron sin duda, todo eso del perdón, palió gran parte de la culpa. Pero quedaba algo por fracturar, una especie de compasión hacia ella misma, o de reconocimiento, o de identificación, no sabría expresarlo con las palabras exactas, porque no entendía por completo la situación. Lo que alcanzaba a dilucidar, era que alguien de su edad, alguien inteligente, le dijera que todo lo que hizo estaba bien. La realidad era que, Elisa tan solo necesitaba una justificación externa como tantos jóvenes que a pesar de poseer algo de cultura, y la perspectiva intelectual correcta, se dejan llevar finalmente por nada más que la simple validación social, aunque en este caso era una validación social especial. La validación de la amistad forjada durante años de confianza.
Entonces Elisa, mandó un mensaje a su amiga María. La amiga no respondió de inmediato, tardó de hecho un par de horas. Para ese entonces, Elisa estaba cansada de pensar y de mirar el oscuro techo. Elisa no creía que su amiga le fuera a responder en esa noche, sino hasta el día siguiente, pero se sorprendió cuando su teléfono brilló y vibró a consecuencia de la notificación.
Resultó ser que María, apenas estaba llegando a casa en plena madrugada, salió de fiesta hasta que su cerebro cansado, se recomponía una y otra vez a base las drogas sintéticas que su mejor amigo Adrián le proveía de cuando en cuando.
Elisa le llamó por teléfono. Estuvieron hablando cerca de una hora a mitad de la noche, mientras toda la ciudad permanecía dormida, con poca actividad, entumecida por los ciclos naturales del día y la noche. María aconsejó a Elisa, si bien, al igual que con sus padres, Elisa tampoco fue explicita con María sobre las cosas que había hecho con Alex, hizo una vaga alusión, ajustando la situación a modo inconcreto. De esa manera, María supo que se traba de una cuestión en la que la moralidad intervenía con la practicidad. A María le asqueaba la moralidad dogmática, esa que no tiene base practica, ella era una estudiante de filosofía, se tomaba esas cosas en serio, pero Elisa, en sus estudios de psicología, no se preguntaba jamás esas cosas, era una suerte para Elisa tenerla como amiga.
—Pues mira, te puedo decir que, si tienes que ser pragmática, lo seas —dijo María al teléfono.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Elisa.
—Que hagas lo que tienes que hacer y te dejes de tonterías mujer. No sé de qué trata tu asunto, pero es evidente que tienes un problema para llevar esa responsabilidad, que sabes que debes hacer, a la realidad —sentenció María—. Imaginate que estuviéramos en medio de una invasión extraterrestre, y necesitaran que la población se entrenara en las armas para evitar una masacre por culpa de esos bichos, pues mierda, nos tendríamos que entrar. Sí o sí. Yo lo haría aunque odio las armas de fuego, porque tendría la responsabilidad de hacerlo para defenderme.
—Entiendo lo que dices, pero mi asunto no es de esa naturaleza. Es más… Como si tuvieras que sacrificarte o algo por el estilo —dijo Elisa.
—Ja, ja, ja, por lo que me dijiste, no es una cuestión en la que morirías… ¿O sí? —dijo María.
—No, pero sí sacrificaría parte de lo que creo.
—Es más de lo mismo, hazlo, y dejate de tonterías. Ya me voy a dormir, estoy cansadísima. Mi responsabilidad de divertirme con drogas y hombres, me ha devastado. Mañana hablamos si quieres.
—Sí. Hasta mañana amiga.
—¡Espera! Casi se me olvida. La semana que viene es mi cumple, haré una fiesta, ya están limpiando la piscina porque estaba puerquísima. ¿Y adivina quién va a venir?
—Ay no, no me digas que quieres volver con tu ex. De verdad María que si eso pasa… No quiero que vengas a llorar sobre mi hombro otra vez.
Y así, se quedaron hablando sobre hombres durante otra hora más. En la habitación de a lado, el hermanito soñaba feliz, aguardando sin querer los últimos resquicios de inocencia que le permitía su incipiente adolescencia, olvidando la niñez. Después de hablar con María, Elisa fue a echarle un vistazo, a asegurarse de que estuviera bien cobijado. Se miraba como un angelito, imperturbable y bello, Elisa se derritió de inverosímil ternura al verlo.
La escena puso a Elisa nostálgica, había crecido tan rápido el hermanito que hasta sentía una especie de injusticia ejecutada por la dura mano del tiempo. Ella también creció, por supuesto, pero para ella era normal estar siempre delante, protegiendo al chico de toda clase de vilezas. Elisa no conocía más que la protección de sus padres, pero la que le otorgaba al hermanito era distinta a la de ellos; esta protección de madre y padre era solida, sí, mucho más fundamental y necesaria en realidad, pero la protección de una hermana era cercana, era una cuestión de cariño, de juego, de guiar con el ejemplo, de defenderlo. Elisa comprendía pues, que en innumerables ocasiones el hermanito imitaba sus actos, sus maneras, incluso aprendió muchas de las palabras que ella solía utilizar y parte de las interpretaciones que ella profesaba sobre la vida, las había interiorizado el hermanito casi a rajatabla.
Alex también había estado muy pensativo aquellos días. Al principio, una felicidad indescriptible lo embargó durante varios días sin parar. Una sonrisa de oreja a oreja se le dibujaba en las ocasiones más inesperadas, era como si un sol de belleza se le hubiese instalado en la raíz de su alma, como si una flor hermosa se abriera en su corazón caprichosamente. Algo despertó en él gracias a la hermana mayor, era amor, un amor grande por Elisa.
Después, al pasar los días, se dio cuenta de que su hermana lo evitaba. Cuando él intentaba hablarle, ella se alejaba. No entendía el hermanito qué había hecho mal. La felicidad desapareció entonces, y el amor tan grande que estaba despertando se durmió. Ahora, se veía odiado por la misma hermana que tanto tiempo le había enseñado y protegido. Necesitaba hablar con ella, y lo intentó más de una vez, pero Elisa había cambiado demasiado en tan poco tiempo.
En su confusión emocional, Alex, pasó de sentir abiertamente admiración y querer con locura a su hermana, a ocultar esas emociones dentro de un caparazón de frialdad e indiferencia. Se sentía traicionado, y por las noches lloraba hasta quedarse dormido. Era injusto que ella se alejara ahora, incluso cuando él la había perdonado dentro de su corazón al besarlo de aquella forma tan abusiva con la lengua. Cuando el beso ocurrió, le había embargado al hermanito una sensación de invasión e intromisión impositiva, algo que él no consintió sentir. Él no quería besar de esa manera, no lo expresó a Elisa, pero se había resistido y ella prácticamente lo forzó. «Mi hermana me violó la boca», razonó Alex. Así y todo, Alex entendió que eso se debía a que él necesitaba aprender y su hermana simplemente le enseñaba, después de todo, él mismo se lo pidió. Gracias a eso, podía darse cuenta de que le gustaban los besos más suaves y con mayor cariño, no con tanta agresividad y una lengua recorriéndole toda la cavidad bucal sin permiso. Eso no se lo volvería a permitir a nadie, ni siquiera a su propia hermana. Pero la próxima vez, si es que ocurría, no se quedaría callado, se lo diría a su hermana y ella tendría que respetar que eso no le gustaba a él. Era posible que ocurriera otra sesión de enseñanza de besos, porque, quien sabe cuantas clases de besos existían y él, las desconocía casi todas.
En las noches que lloró el hermanito, tomaba una de sus almohadas y la abrazaba con fuerza, de esa manera simulaba que era a la hermana a quien apretujaba y le daba afecto. En esas ocasiones, ni un atisbo de Melissa siquiera aparecía en la mente del chico, se convertía en una ilusión distante que pertenecía al tedioso salón de clases.
Tras los llantos y simulaciones de abrazos, Alex presentaba erecciones involuntarias e inevitables. Noche tras noche, lagrimeaba, se masturbaba pensando en la hermana y se quedaba dormido tras eyacular. Al amanecer, se afirmaba a sí mismo que esas masturbaciones furtivas, eran demostraciones del coraje que sentía por su hermana al no hablarse, es decir, el hermanito ya no se mostraba culpable al masturbarse porque, no tenía la necesidad de respetar a su hermana, y lo practicaba inclusive a propósito. Cuando llegaba ese apogeo de estremecimientos en su verga, que provocaba la expulsión de su esperma, y sus ojos se ponían en blanco, se autoconvencía de que esa era la venganza perfecta contra la hermana por tratarlo tan mal; era una represalia por besarlo de aquella fea forma y de ignorarlo cuando más solo se sentía, ahora los padres se irían al desierto, y él se quedaría a su suerte como una lastimera alimaña sin propietario, abandonado en una situación tenebrosa.
A pesar de todo, el amor que sentía por su hermana estaba intacto, oculto pero intacto, guardado bajo llave. Las venganzas del chico, no llegaban a oídos de la hermana, pero eso a él no le interesaba, le interesaba lo que él creía sentir. Creía en sus fantasías, que al eyacular pensando en los pechos, el culo de Elisa o en los besos cariñosos que ella le había propinado noches atrás, él le hacía un daño ensañado a la hermana. Un perjuicio invisible que se fomentaba cuando le faltaba al respeto no solo en el orgasmo, sino en el hecho de tocarse pensándola, como un brujo de vudú que tiene de herramienta tan solo las facultades de su imaginación.
Esas creencias fantásticas, quizás eran potenciadas a causa de la educación de los padres. Reiki, chakras, meditación, cantos chamánicos, todas esas cosas habían estado en algún momento presentes en la casa de los Temprado Zavaleta desde la infancia de Alex. Elisa recordaba que sus padres no habían sido siempre «así», cuando niña, ella recordaba un tiempo mucho más «tradicional», incluso recordaba las misas dentro de la iglesia que se encontraba a pocas calles de distancia. Pero algo pasó que cambió el temple de sus padres. Era un tabú hablar de eso en casa, no se lo mencionaba jamas. Elisa lo callaba, y Alex era demasiado pequeño como para recordarlo. Elisa había tenido otro hermano menor. No tan menor como Alex, al que le lleva nueve años de diferencia. Entre Elisa y Miguel, había seis años de edad de diferencia, por lo que sería el de en medio. Lo que ocurrió con ese hermano, fue una tragedia.
Elisa en aquel entonces, de doce años, recordaba el evento con amargura. Era como una herida que dejó una cicatriz que nunca sanaría. Al no ser tan grande como para andar todo el tiempo entre pasillos de hospital, a menudo sus padres la dejaban en casa de sus tíos. En esos días, recordaba al pequeño Alex, diminutivo de Alejandro, llorando por su madre, o por alimento. Entonces Elisa lo cargaba como si fuese su hijo y lo alimentaba. Su tía la había incitado a cuidar de su hermanito lo mejor posible. «Tienes que aprender porque cuando pase todo esto, tu mamá va a necesitar tu ayuda. ¿Entiendes mi niña?», predicaba la tía, firme pero amable, con palabras parecidas de vez en cuando. Ahora Elisa al recordarlo, le daba la impresión de que la tía, ya fallecida, quería plasmarle el mensaje lo mejor posible en sus sienes.
La predicción de la tía se volvió realidad, pues Miguel, aquel hermano de en medio, que padecía de una extraña enfermedad neurodegenerativa, feneció en el hospital en una circunstancia que los padres nunca quisieron decirle. «Tal vez me protegían de una imagen dolorosa», pensaba Elisa en sus recreaciones del pasado. Mara, su madre, se sumió en una profunda depresión tras el luctuoso evento; de nada habían servido todas sus plegarias y sus ruegos de clemencia arrodillada. Desde entonces, Elisa cuidó a su hermanito casi pareciendo su madre. Elisa sudaba de ansiedad cuando el niño no callaba y la madre permanecía decaída en la cama a causa de las pastillas que consumía a diario. Pero Elisa también había perdido a su hermano Miguel, y sufría mucho, sin embargo, ese mismo sufrimiento le daba fuerzas para cuidar de su pequeño hermano Alejandro, realizando Elisa sin querer, una alquimia oculta en el espíritu humano, una magia natural escondida que se revela en momentos específicos de la vida y en instantes fuera de cualquier reconocimiento de patrones lógicos, para proveer de energía y enfoque al individuo que protagoniza la escena, como cuando por liberación de adrenalina, una madre puede levantar un coche para salvar a su hijo atrapado, o una loba que ataca con diez veces más de fiereza conocida al agresor de sus cachorros.
Davin, el padre de Elisa, hacía todo lo que podía, trabajaba día y noche. Esa fue su única terapia, no se podía permitir sucumbir ante la dejadez ni deprimirse, se tragó el dolor a base de trabajo y extravagantes búsquedas espirituales.
Pronto, sin saber como ocurrió, Elisa recordaba que comenzaron a ir a una iglesia diferente. Y un tiempo después a otra diferente. Cuando Elisa cumplió dieciséis, y el hermanito ya parloteaba y curioseaba como todo niño, Mara y Davin comenzaron a asistir a un culto extraño al que Elisa no llevaban, entonces se quedaba en casa con el hermanito. Nunca supo qué clase de secta era, pero unos años después, los padres dejaron de ir, tal como ocurrió con las iglesias anteriores. Después, comenzaron a escribir sobre sus experiencias de duelo, y sus libros comenzaron a venderse lo suficientemente bien como para llevar una vida sin preocupaciones financieras.
Lo último que supo Elisa de aquel culto, es que se disolvió, pero algunos de sus miembros aún se reunían cada cierto tiempo para compartir cuestiones desconocidas para ella. Así fue como conoció a su mejor amiga María. Los padres de María, habían ido a casa de Elisa con aquella adolescente de liso cabello negro e impostada actitud altiva. Al principio se odiaban mutuamente, pero como eran las únicas dos mujeres que compartían edad, pronto, en un breve periodo de tiempo se volvieron amigas inseparables.
Para cuando Elisa alcanzó la mayoría de edad, era sumamente consciente de lo importante que era ella para su hermano menor, los padres estaban en una fase extraña de no preocuparse mucho por cierta clase de cuestiones. Entonces Elisa, se forjó una personalidad responsable por la dureza de las circunstancias. Ahora las cosas estaban mucho mejor, por supuesto. Mara sonreía, y Davin reflejaba paz en su rostro, Elisa no se desvivía por el hermano como lo hizo en la adolescencia, pero aun así lo protegía de cuanto podía como un acto reflejo del que ella no era capaz de escapar, tampoco es que lo intentara, porque amaba al hermano profusamente.
Ahora se encontraban en el momento en el cual, sus padres se marcharon al desierto. La mañana era fría. Elisa estaba determinada, no podía seguir con aquella actitud hacia su hermano. Se levantó temprano, dándose cuenta de que Alex se estaba preparando para ir a la escuela por los particulares ruidos que producía. Elisa se puso a hacerle desayuno.
Alex comió el desayuno que su hermana había preparado. La comida estaba caliente, pero Elisa ya no estaba en la cocina. «Estará haciendo otras cosas», se dijo el hermano. Terminó de comer y se marchó a la escuela.
En el salón de clases todo era bullicio. El profesor sudaba a raudales. Era extraño como el clima era tan cambiante en esa maldita ciudad, en la madrugada lo helado de la temperatura era algo tóxico, pero solo salir el sol, el calor tomaba su turno de torturar a los habitantes de la ciudad. «Debe ser por la temporada, siempre pasa lo mismo en estas putas fechas», pensó el profesor. Dejando de perder el tiempo revisando sus redes sociales y cavilar toda clase de frivolidades, el profesor decidió que por fin era hora de salir. No sin antes dejar tarea. En esta ocasión los juntaría en equipos, de esa manera tendrían que exponer las próximas clases y él tendría por fin un respiro.
Joel, Rodrigo y Alex, se juntaron como por instinto. Total, estaban ya habituados. Melissa se fue con su amiga Paola. Estaban cuchicheando, al parecer estaban ideando a que otros integrantes incluir en su equipo, los ojos de Melissa y de Alex se cruzaron durante algunos segundos.
El profesor había sido demasiado claro, equipos de cuatro mínimo o de cinco integrantes máximo. Joel y Rodrigo también debatían sobre a quien más meter en la confianza de su equipo. Sin consultarles, Alex se levantó y se acercó a Melissa y Paola. Se dirigió a su ya considerada amiga Melissa. Le preguntó si ellos tres, Joel, Rodrigo y él, podrían juntarse con ellas dos. Melissa volteó a ver a Paola durante un instante, como si con la mirada Paola y ella pudieran mandarse mensajes, Melissa dijo: «Está bien».
Juntos los cinco, decidieron de manera caótica, que podían juntarse esa misma tarde. Como los padres de Alex no estarían en casa, todos se animaron al instante en una explosión de euforia. Cuando Alex les declaró las letras pequeñas, que dictaban que su hermana sí pudiera estar en casa, solo las dos chicas bajaron un poco a sus ánimos, pues para Joel y Rodrigo, la hermana de Alex «estaba muy buena». Ver a Elisa de arriba hacia abajo sin casi disimular era una de las actividades favoritas de los amigos cuando se pasaban por la casa de Alex. Además, Elisa siempre era muy amable con ellos y los trataba muy bien. Aun así, Alex manifestó que Elisa no les interrumpiría su trabajo. Nadie expresó en ese momento el porque esa idea de estar sin adultos resultaba tan atractiva para ese grupito de cinco adolescentes.
Estaban dejando sus mochilas en la sala cuando Alex fue en busca de su hermana. La encontró hablando por teléfono en la parte trasera de la casa donde había un jardín. Alex, interrumpiendo parcialmente a su hermana le pidió dinero para encargar una pizza. Elisa hizo las preguntas que debía hacer como encargada de la casa sobre esa petición. Alex le explicó la situación y Elisa comprendió. Le tendió un par de billetes a su hermano, y volvió a su llamada telefónica.
—Me guardas un pedazo —dijo Elisa, antes de que su hermano desapareciera. Alex asintió y se reunió con sus compañeros.
Era sorprendente como, cuando los equipos estaban integrados por chicas responsables, los trabajos se terminaban más rápido. Los tres hombres del equipo estaban encantados, siempre que se juntaban solo ellos tres, terminaban procrastinando y dejado el trabajo para el último día. No obstante, estaban enterados de que no todas las chicas eran de esa manera, algunas eran como ellos y dejaban todo para el final, e igual se daba el caso contrario, chicos de su propio salón que no tenían otra cosa que hacer más que realizar sus tareas. Al menos eso era lo que pensaban los tres amigos.
No anochecía cuando ya habían terminado por completo los deberes. Cada quien, tenía un trozo de información que recitaría con sentimiento mecánico la próxima semana en la clase de ese profesor tan aburrido con cara de tortuga de las islas Galápagos. Más allá de eso, parecía que ninguno tenía ganas de que esa tertulia terminara.
Mientras tanto, Elisa estaba en el gimnasio. Se había marchado sin que los chicos la notaran demasiado, era evidente que la estaban pasando genial juntos. Estaba ilusionada con comer un par de pedazos de la pizza que los chicos habían encargado. Confiaba en que su hermanito se acordara de ella y le guardara. Ojalá que, ese distanciamiento que había ocurrido entre los dos estos últimos días no influyera en que Alex se sintiera entristecido.
Cuando Elisa estaba de camino a casa, suspiró al pensar en la idea de que su hermano pudiera verse lastimado por su distancia. En ese instante decidió romper con ese muro que era incontenible, ya no tenía fuerzas. El amor por su hermano menor era más fuerte, tenía que rendirse. Después de todo las cosas ya estaban más que claras, ella estaba obligada a enseñarle, y el hecho de sentir algo de gusto en el proceso, no lo convertía en algo malo. Esta última cosa pues, era lo que la había llevado por ese camino de pensamientos tan ampulosos, porque en teoría no debería de haberle gustado ese beso ni un ápice.
Los cinco compañeros de equipo, se metieron al cuarto de Alex y cerraron la puerta. Estaban jugando a la botella. En la primera ronda, a Melissa le tocó besar a Joel. Así frente a todos, Melissa se acercó al mejor amigo de Alex y acercó su boca a la de Joel. Alex se estremeció al ver la escena, era ineludible que los celos bulleran en su interior. Pero se controló con todas sus fuerzas para que estos no salieran a la luz creando un drama en el proceso. La razón más poderosa porque la que reprimió sus impulsos, era que Melissa no era su novia.
El beso de su amigo con Melissa terminó y ahora era su turno de girar la botella. La giró una vez, y la boca apuntó hacia su amigo Rodrigo. Todos se quedaron petrificados, y enseguida, estallaron en una alegre carcajada que se prolongó durante minutos. Enseguida, pusieron la regla de volver a girar cuando algo parecido sucediera. Volvió por lo tanto a girar la botella, esperaba dentro de su corazón, que le tocara Melissa. No fue así. Ahora eran Paola y Alex quienes tendrían ese intercambio de saliva.
Paola veía a Alex sonriente y coqueta. Alex, estaba quieto sin dar la iniciativa, pero la chica no se quedó en su lugar, y decidió dar el primer paso. Se movió de su lugar para plantarse delante de Alex. Acercó lentamente su boca a la de Alex, y en ese momento, el chico se animó a dar más de sí en esa situación. Recordó de pronto las lecciones que le había dado su hermana, tomó a Paola de la cintura apretándola fuerte, y la besuqueó con todo lo que sus conocimientos en cuanto al tema podía presumir. El beso se comenzó a extender y todos tuvieron que separarlos porque seguía el turno para alguien más
Paola regresó a su lugar con una gran sonrisa en la cara. Disimuladamente, Melissa le lanzaba miraditas a Alex. Estaba muy seria. Fue en ese momento cuando se escucharon pisadas que subían por las escaleras.
—Es mi hermana —anunció Alex.
—Será mejor que ya nos vayamos Pao. Acuérdate que a las ocho te van a recoger en mi casa —dijo Melissa.
—Sí, a mí me da igual. Pero como quieras —respondió Paola.
Los chicos, sobre todo Joel y Rodrigo, mantenían la convicción de acompañar a las dos chicas hasta casa de Melissa. Alex también albergaba esa presión interior que no era consciente de donde provenía, y no es que le importase mucho, pero como estaba en su casa, le daba un poco de flojera tener que volver, además, sus dos amigos estarían ahí acompañando a las chicas, y era evidente que Melissa había disfrutado el beso de Joel. Tan solo la creencia de que, estando presente evitaría que se volviera a besar con Joel, era lo que lo llevó finalmente a acompañar al grupo, no tanto la caballerosidad como tal.
Cuando el conjunto de compañeros iba saliendo de la casa, Elisa les habló. Se ofreció a llevar a las chicas. Joel y Rodrigo se apuntaron al viaje, y le pidieron a Elisa si podía llevarlos a la parada del autobús después de dejar a las chicas. Pero ella hizo algo mejor, fue a llevarlos hasta su casa. Las únicas excepciones fueron Paola y su hermano Alex.
De regreso a casa, Alex y Elisa fueron todo el camino en silencio. Elisa trató de sacarle un poco de plática a su hermano, pero este contestaba en monosílabos y de forma bastante cortante. Elisa estaba preocupada, algo se había roto entre los dos y no podía resolverlo mientras conducía. Alex sentía la frialdad emanando de él, era evidente que una aversión se instaló en su corazón, se enquistó haciéndose espacio entre los sentimientos que había mantenido con su hermana a lo largo de los años. Esa oscuridad estaba ensombreciendo el amor hacia su hermosa y apreciada hermana. La seguía amando. La amaba demasiado, más que nunca quizás. Pero le dolía profundamente que su hermana se haya distanciado de él cuando más la necesitaba. No obstante, el dolor que se transmutaba en odio, nublaba cualquier atisbo de amor que sintiese por la hermana.
Después en su habitación. Sola y pensativa. Elisa desarrolló la teoría de que esos silencios cortantes que su hermano demostró en el auto, no eran más que berrinches que se producían por haberlo consentido durante más de una década. Ella era la única culpable.
Al día siguiente. A pesar de que Melissa siempre se sentaba demasiado cerca de Alex, no le dirigió la palabra en todo el día. Lo mismo hizo Alex, no quiso hablarle a Melissa, era una cuestión de orgullo.
En la hora del descanso. Paola buscó a Alex, y en medio de una muchedumbre revuelta que es clásica de las preparatorias besó a Alex con una soltura y despreocupación inauditas. De lejos, Melissa miró como su mejor amiga besaba al chico con el que apenas hace unos días había salido. Pero no era la amiga quien se revelaba desleal, pues en realidad Paola no estaba consciente de que Melissa pudiera tener algún interés en él. El traidor era Alex, como todo hombre.
Para la hora de la salida, por toda la escuela se había corrido el rumor de que Paola, una de las chicas más buenotas de la preparatoria, era la novia de un chico llamado Alex.
Paola y Alex estaban platicando a fuera de la escuela. Joel y Rodrigo estaban cerca de ellos en un grupo aparte. Entonces llegó Melissa, y como desafiando a Alex y a su mejor amiga, besó a Joel. El amigo de Alex no escatimó en toqueteos y en tomar la iniciativa en el beso. Intercambió tanta saliva con Melissa, que prácticamente compartieron toda la microbiota bucal de un solo asalto, algo tan perfecto como una sincronización de documentos que después uno como usuario, es capaz de ver en su totalidad en otro dispositivo.
Ese día Melissa llegó a casa un poco más tarde de lo habitual. La cuestión del beso, y de platicar fuera de la escuela le dieron un retraso importante, pero no importaba. Existían cosas que debían de hacerse aunque se hicieran pequeños sacrificios.
De camino a casa, Melissa iba cavilando en todo lo que aconteció en ese insólito día escolar. Desde un día atrás las cosas se volvieron demasiado emocionales y confusas. A la distancia, unas cuadras más adelante, iba Alex caminando con prisa. Decidió gritarle con todas sus fuerzas para que la esperara. El chico escuchó. Cuando Melissa se reunió con él, Alex se encontraba sentado en unas escaleras de un bufete de abogados que se encontraba en la segunda planta de una cafetería.
Caminaron juntos el resto del tramo hasta donde sus caminos obligadamente debían separarse. Platicaron un poco de la escuela en esa esquina, la esquina de la división. «Quizás, aquí también se divida nuestra amistad, ahorita mismo, o a lo mejor ya pasó y no me he dado cuenta», reflexionó Melissa.
—Oye, quería decirte algo —anunció Melissa con cautela.
—Dime.
—Pues… Resulta que ya ando con el Joel —reveló la chica.
—Entiendo. Ya me lo esperaba —dijo Alex. Y enseguida, se sumió en un silencio sepulcral. El ambiente no se tornó incómodo como tal, más que nada, era un ambiente de pena, parecía que los dos estuviesen asistiendo a una especie de funeral.
—Y ya veo que a ti te gusta la Paola. ¿Me equivoco? —dijo Melissa después de ese eterno minuto silencioso.
—Es muy bonita, no te voy a mentir. Y la verdad, la que me gusta es otra, pero si ella no me quiere, pues voy a andar con Paola. Total… —expresó Alex.
—¿O sea que no lucharías por esa que te gusta? —inquirió Melissa.
—Si ella no me quiere, no. Mejor con Paola.
—Pues que les vaya muy bien —dijo Melissa mientras comenzaba su camino a casa.
—Lo mismo digo —soltó Alex sin voltear hacia atrás.
Melissa sí volteó a ver a ese chico que se alejaba paso a paso. Melissa suspiró y se fue a casa pues la vida continuaba y tendría que ser enfrentada con la cabeza en alto.
Alex se tumbó en el sillón. Su hermana no estaba. Jugó videojuegos. Llamó a Rodrigo para que fuera a jugar con él, a fin de cuentas estaban libres de los deberes. Llegó Rodrigo. Encargaron pizza, sí, otra vez, les encanta la pizza y la soda de cola.
Hablaron de todo lo que había sucedido mientras se repartían disparos de armas fantásticas sin ninguna clase piedad dentro del videojuego.
Era de noche cuando Elisa llegó a casa. Elisa saluda a Rodrigo. Rodrigo se le queda viendo las tetas. Elisa se da cuenta pero no dice nada, ese chico siempre la mira así, también lo hace el otro amigo que a veces viene. Rodrigo anuncia que tiene que irse, y Elisa le propone llevarlo a su casa. Rodrigo acepta. Alex los acompaña. Como una profecía que Elisa había imaginado, mientras iban a dejar a Rodrigo, el camino de regreso fue silencioso. Alex continuaba sin dirigirle la palabra. Ella se esforzó por sacarle platica. Realizaba comentarios sobre tal o cual cosa y Alex no aportaba nada. En algunos momentos, Elisa le hizo preguntas al hermano menor, pero este solo le contestaba con los monosílabos: sí y no.
Llegaron a casa y Alex se encerró en su cuarto. Lo mismo hizo Elisa. Pasó alrededor de una hora para que algo de movimiento significativo se realizara en casa de los Temprado. Elisa se metió al baño. Era la hora de darse un buen regaderazo, un tiempo reconfortante en que la calidez de las gotas, le darían una especie de descanso a su cuerpo. A Elisa le gustaba el agua caliente, muy caliente. Esta fijación contrastaba con el resto de los miembros de la familia que la preferían tibia o helada de plano. La chica mientras se enjabonaba los senos, solía recordar esa clase de nimios detalles. Era una especie de pasatiempo que le gustaba hacer mientras estaba en la ducha. A algunas personas les gusta cantar, otras no hacen nada más que el simple acto de enjabonarse, otras aman orinar mientras se bañan, otros se masturban dejando que los fluidos, mezclados con la espuma del champú, se pierdan en las profundidades del drenaje; a ella le encantaba pensar en similitudes y diferencias que tenía con distintas personas. Era una manía que la enorgullecía secretamente.
Terminó de bañarse. Elisa tenía una sonrisa de satisfacción, necesitaba mucho ese baño. La felicidad colmaba cada uno de los poros de su tersa piel.
Le gustaba ir a vestirse en su habitación y no en el baño como su hermanito acostumbraba. Se cubrió elegantemente por una corta toalla purpura que se ceñía a su cuerpo, abrió la puerta del baño con delicada soltura y salió.
Fue en una fracción de segundo cuando ocurrió, que, su hermano, se estampó contra Elisa. Ninguno de los dos estaba atento a la posibilidad de que pudiesen chocar en ese punto concreto de la casa. Al parecer el hermano iba a mear al baño de la segunda planta, y como tal, ese era un baño que compartía con Elisa.
El golpe fue más duro para Alex que para Elisa. El impacto provocó que el chico se tropezara y cayera al suelo. Más allá de eso no sufrió ningún daño severo en su cuerpo. A Elisa, no le afectó el choque de cuerpos de la misma manera, no cayó al suelo, pero sí cayo su toalla. Y al mismo tiempo que Alex caía, la toalla de Elisa caía.
El instinto de Elisa fue superior al de la decencia. Lo primero que hizo, fue dar la mano a su hermanito para que se levantara del suelo. En el proceso mostró sin querer ese cuerpo esbelto y apetecible en todo su esplendor. El hermanito menor no dejó de verle las tetas a su hermana un solo segundo desde que se estaba levantando del suelo.
Tras el evento. Sin hacer drama del asunto, Elisa tomó la toalla y se dirigió hacia su habitación para vestirse. Volteó hacia atrás y vio al hermanito con la cabeza agachada mientas se encerraba en el baño. Algo lo apesadumbraba, notó la hermana.
Elisa se vistió con ropa cómoda para dormir. En ningún momento dejó de pensar en la ensombrecida actitud de su hermano. Era evidente que estaba sufriendo. Pero qué podía hacer, si ya había intentado hacer las paces con él. Se había interesado por él ya en varias ocasiones y solo recibía desinterés como pago. Por si fuera poco, ahora parecía que Alex había caído en una especie de depresión. Elisa sentía que era la peor hermana de todos los confines de la galaxia. Decidió que esta tontería acabaría ahora mismo. Sobre el asunto de los pechos… No era la gran cosa, era su hermana, ella lo había visto desnudo a él cuando era pequeño, no pasada nada. Lo importante era centrarse en arreglar las cosas con Alex y ayudarlo con lo que sea que este lidiando en este momento de su vida.
Ya arreglada con su ropa de noche, Elisa fue a la habitación de Alex. Al llegar, descubrió que el hermanito ya estaba profundamente dormido. Elisa suspiró. Se acercó a él, y le propinó un afectuoso beso en la frente.
La mañana era esplendida. Una energía fortificada estrujaba de positividad el ánimo de Elisa. Estuvo cantando e incluso bailando mientras le dejaba el desayuno preparado a su hermanito. Después, fue de compras al supermercado, en casa se estaban quedando sin insumos y ya era hora de comprar las cosas que su hermano prefería. Le encantaba complacerlo trayéndole sus productos favoritos, sobre todo esos que sus padres reprobaban de manera reiterada: carnes rojas, bebidas azucaradas y Choco Krispis.
Elisa estaba de acuerdo en que no debía el hermanito abusar de todos esos productos, pues no era benéfico para la salud. Pero tampoco era para exagerar, él amaba esas cosas y ella no se los prohibiría de ninguna manera, a lo sumo se los limitaría, o usaría su decomiso de castigo para cuando no le obedeciera, porque una de las cosas que Elisa amaba de su hermano era su obediencia, y entre más ciega fuera esa obediencia ella mejor se sentía debido a que se sentía respetada. También amaba cuando él le pedía consejos o le preguntaba cosas sobre la vida porque quería decir que confiaba en su gran inteligencia de hermana mayor. Y lo que estaba entre las cosas que la derretían de amor, era cuando Alex iba a pedirle ayuda para algún problema terrible en lugar de ir con sus padres, ella iba a solucionarle el asunto por más complejo o rebuscado que fuera.
Fue en la noche cuando los dos hermanos coincidieron en la cocina. Elisa rellenó una botella con agua pura que se había quedado sin contenido. El hermanito, estaba sentado en la barra de la cocina comiendo sus achocolatados cereales en un tazón lleno de leche. Estaba silencioso, cabizbajo, pensativo, taciturno.
Entonces a Elisa se le ocurrió una cosa para quebrar esa distancia ya insoportable.
—Alex —pronunció Elisa.
—¿Sí? —interrogó el hermanito.
—¿Quieres ver una película conmigo?
—¿Ahorita?
—Sí. Vente, acá en la sala la podemos ver.
—No lo sé, ya es tarde y estoy cansado —dijo Alex para nada convencido de sus propias palabras. Se moría por pasar aunque sea un poco tiempo con su hermana, pero aún tenía ese rencor infeccioso que hasta el momento no se le retiraba de su ser.
—Ándale. Vente, hace mucho tiempo que no vemos nada juntos —rogó la hermana. Alex guardó silencio un instante.
—Ya está decido entonces, nada más déjame ir por una cobija porque está haciendo un poquito de frio —dijo Elisa sin esperar respuesta del hermanito. Entonces lo dio un breve abrazo y un beso en la mejilla. Alex permaneció inmóvil, inmutable en apariencia.
La hermana mayor fue a su habitación por la famosa cobija, y Alex se quedó terminando el cereal. Quedaba un poco de leche en el fondo y entonces se empinó el tazón para beberla. Su hermana lo había abrazado. Ella le dio un beso en la mejilla. «Quizás, se haya dado cuenta de que ha sido mala conmigo», caviló Alex. Por si fuera poco, en ese abrazo sintió claramente los senos de su hermana sobre la espalda. «La sensación de esas dos bolotas no me las puedo sacar de la mente, porque tiene que hacer estas cosas», dijo Alex en voz baja sabiendo que Elisa no lo escucharía. Alex se tocó la entrepierna y notó con su mano el bulto que le había crecido. Enseguida se convenció de que ya no importaba si se le paraba por culpa de sus abrazos, eso se lo merecía por perversa y tratarle con tanta saña.
Alex esperó a su hermana sentado en el sillón. Encendió el televisor y comenzó a ver las películas que ofrecía el sistema de cable. Para cuando Elisa estaba ya viendo con Alex una película desconocida que escogieron básicamente al azar, la erección provocada por el abrazo había bajado, esos pechos habían escapado de la mente del chico, todo fue sustituido momentáneamente por una atención plena y cristalina.
Cada uno ocupaba en un extremo del sillón. Elisa tenía ganas de tener abrazado a su hermano, pero decidió que ya había dado un gran paso esa noche, y no necesita alejar más al hermanito con sus insistencias y siendo tan encimosa.
Generalmente hay dos tipos de persona que difieren en el modo de disfrutar de las películas. En el primer grupo, se encuentran esas personas que les gusta mirar la película sin distracciones, solo es admitible el ruido que la propia película genere. El otro grupo, está conformado por las personas que hacen comentarios en ciertas escenas que generan cierto impacto. Elisa y Alex, pertenecían al segundo grupo. En ese escenario a Alex no le paraba la boca. Elisa conocía a la perfección esa debilidad, y parecía ser que de alguna forma al ver esa película reconectaron la comunicación entre ellos. Elisa estaba eufórica.
A mitad de la película, una mujer se desnudó en el fulgor de la pantalla. Elisa de inmediato volteó a ver a su hermano. Los ojos de ambos se conectaron.
—Parece que lo van a hacer —comentó Elisa con tono pícaro. El hermanito guardó silencio.
—¿Te incomoda que salgan desnudos en la película? —preguntó Elisa extrañada.
—No, es solo que se me hace raro —respondió Alex con inseguridad.
—Vamos, como si no hubieras visto ya los senos a alguna chica —dijo Elisa recordando que hace justo un día el hermanito le había mirado las tetas a ella.
—Pues la verdad… Así en vivo, solo… Solo los tuyos… —dijo Alex un poco cohibido.
—Entiendo. ¿Y esa es una parte del cuerpo las mujeres que te gusta o no? —inquirió la hermana mayor.
—Sí me gusta esa parte, obvio no las he tocado —dijo Alex.
—Yo pensaba que por lo menos a esa Melissa ya se las habías hasta besado ja, ja, ja.
—Si apenas la besé en la boca, recuerda, y salió mal.
—Me acuerdo, pero como últimamente ya no me cuentas nada…
—Es… Por tu culpa… —soltó Alex.
—¿Por qué mi culpa? —preguntó Elisa.
—Tú, tú, me hiciste sentir ma-al, no, no me hacías caso, y me tra- tra-tabas mal —tartamudeó Alex mientras estallaba en un llanto repentino. La sensibilidad del chico era tan grande que no pudo resistir más y lo vencieron sus sentimientos.
—Ay hermanito. Perdón. Es que… No quise tratarte así, discúlpame. Traía cosas en la cabeza, pero no es tu culpa, de verdad. Ve acá —manifestó Elisa. De inmediato, abrazo a su hermano con todas sus fuerzas. Le pegó los senos al rostro del hermanito, esa posición siempre lo tranquilizaba desde que él era más pequeño.
Duraron varios minutos abrazados. Alex se tranquilizó y en ese momento perdonó a su hermana. Tras el abrazo, la blusa de Elisa quedó mojada con las lágrimas del hermanito en el área de sus generosos pechos.
Siguieron hablando sobre Melissa. Alex puso a Elisa al tanto de todo lo que había sucedido en los días pasados, de como ahora parecía que él andaba con Paola y de la traición de su amigo Joel. Elisa se sintió terrible, aparte de que ella estaba distante con el hermanito menor, este sufría por otros motivos, lo había dejado solo cuando más la necesitaba. Estaba siendo una mala hermana, si continuaba así, muy pronto se convertiría en un completo fracaso como hermana mayor. Elisa se prometió que ya no le fallaría al hermanito. Ahora se desviviría por él, el doble, el triple, o lo que fuera necesario.
—perdóname Alex. Te herí cuando menos lo necesitabas. Ya no volveré a tratarte mal. ¿De acuerdo?
—Sí hermana, te perdono. Te quiero mucho. Mucho —dijo Alex. Y él, tomando la iniciativa abrazo a la hermana con un gran cariño.
En la televisión. La escena de la mujer desnuda, había sido remplazada por una escena de la misma mujer, aún sin ropa alguna, pero ahora copulando un individuo. Estaban viendo sin querer una película erótica. Los gemidos lascivos de la mujer de la película, los habían separado de ese segundo abrazo.
Los hermanos se quedaron unos instantes en silencio, contemplando la escena de sexo con extraordinaria atención. En la película, el sujeto pasaba de estar debajo de la mujer a tomarla con gran fuerza y ponerla a gatas. Entonces la tomó de la cintura y le metió el pene por el ano una y otra vez. Alex tuvo una erección al ver aquello, por suerte, podía ocultarla gracias a que estaba parcialmente tapado con la cobija de la barriga para abajo. Esperaba que la hermana no se diera cuenta porque ahora estaban los dos muy juntos.
—¿Tú ya habías visto algo así? —preguntó Elisa de repente.
—¿No te vas a enojar si te digo?
—No, claro que no —aseguró la hermana.
—Sí he visto. Y más cosas, pero en la computadora —confesó Alex.
—Ya veo. Es normal, ya estas en la edad supongo. Eres hombre al fin y al cabo —razonó Elisa—. Vaya si que se le mueven los pechotes a esa mujer. ¿Verdad hermanito?
—Sí. Pero no están tan grandes —comentó Alex.
—¿Tú crees? Los tendrá más o menos igual de grandes que Melissa.
—Más o menos. Y, no te enojes, pero tú los tienes más grandes hermana —dijo Alex sintiendo temor porque la hermana le dijese alguna crueldad por hablar sobre sus pechos.
—Ja, ja, ja. Qué tonto eres hermanito —bromeó Elisa —. ¿Pero los de Melissa no están nada mal cierto?
—No. Están muy bien. Pero como ya me la bajaron, pues ni de broma tocaré unos pechos en mi vida. Además de que ella los tiene como me gustan —dijo Alex envalentonado por una creciente calentura que lo estaba dominando a causa de la escena tan larga de sexo.
—¿Te hubiera gustado vérselas a la Melissa? —pregunto la hermana mayor.
—La verdad sí, y tocárselas —reconoció el hermanito—. Oye hermana. ¿No se te hace raro que estemos hablando de estas cosas?
—Para nada. Si yo soy tu hermana. No tiene nada de malo hablar de estas cosas. Es perfectamente natural hablar de sexo. Es más, tú ya sabes que puedes hablar de sexo conmigo siempre que quieras, creí que ya habíamos hablado de esto —dijo Elisa.
—Es verdad hermanita. Pero es solo que necesitaba asegurarme.
—Pues ya lo sabes hermanito lindo, hermoso —expresó Elisa—. Y ya sabes que puedes pedirme que te enseñe cosas sobre las mujeres, quiero que te sientas en confianza para que seas sincero sin ningún miedo.
—¿Lo que sea? ¿Cualquier cosa que quiera? —preguntó incrédulo el hermanito menor. De fondo, la escena proyectada en la pantalla, mostraba a la actriz poniendo sus tetas en el pene del actor que momentos atrás le había penetrado el ano sin piedad. Alex miró el espectáculo y su pene dio un respingo, suplicando a voces mudas que le hicieran lo mismo.
—Sí, hermanito. Cualquier cosa. Ya lo he pensado y cualquier cosa que quieras aprender sobre la vida y las mujeres, yo sería capaz de enseñártelo porque eres mi hermanito menor y te amo. Sé que no te lo digo mucho, pero tú sabes que es así —declaró Elisa—. Ya no volveré a dejarte a tu suerte. Si quieres aprender algo, dímelo.
—Pues… Más que aprender… Es… Es que hace ratito cuando estabas hablando de los senos… No se… Se me ocurrió que nunca he tocado ningunos, y apenas vi los tuyos… Pero además estaba un poco oscuro… Y… —dijo entrecortadamente Alex, pero no llegó a terminar de expresar lo que estaba en su cabeza porque le daba demasiada pena. Alex padecía de una gran timidez y una serie de inseguridades que le impedían ser asertivo cuando lo necesitaba.
—Entonces lo que quieres es saber como ven unos senos, ¿Es eso correcto? —dijo Elisa sabiendo que Alex tenía problemas para expresarse. Pero no importaba, para eso estaba ella, para hacerle la vida más fácil y sencilla al hermano. Además, hoy estaba decidida a tratarlo con mayor suavidad que de costumbre por haber sido tan cruel. Sentía ahora una diferente culpa, desmesurada, por diferentes razones, y la única manera de liberarse de esa sensación era sobrecompensado esas actitudes de alejamiento con todo lo contrario: fomentar la confianza, la ternura y el amor incondicional por el hermanito.
—Sí, así es —confirmó Alex—. Es algo que me encantaría mucho.
El hermanito estaba sonrojado. Aun así el pene lo tenía terriblemente tieso, Alex no estaba cien por ciento seguro a que estímulo debía la fuerza de su erección: si a las escenas excitantes de la película, o a que su hermana estuviera hablando de sexo con él justo a su lado.
Alex volteó a ver los senos de la actriz. Después volteó a ver los de Elisa creyendo que la hermana no lo notaria, su intención para quien estuviera observando al hermanito de forma atenta, era la de comprar el tamaño de los pechos de ambas mujeres. Elisa vio como el hermanito le miraba las tetas de reojo. Elisa entrecerró los ojos momentáneamente y enarcó las cejas. Se le ocurrió una cosa que quizás el hermanito deseaba y no expresaba por timidez probablemente.
—Alex…
—¿Sí?
—¿Te gustan mis pechos? —preguntó Elisa pícara.
–¿Por qué me preguntas una cosa así? Eres mi hermana —dijo Alex nervioso. El corazón comenzó a latirle asemejándose a el bombo de una banda de black metal.
—Pues nada más, por curiosidad. Además porque ya me los miraste. Y ahorita vi que me los mirabas, aunque la tela me los tapan, ja, ja, ja.
Alex se levantó del sillón, pero enseguida se sentó de golpe arrepintiéndose. El chico necesitaba huir de ese lugar, largarse a su cuarto de inmediato. Su hermana lo había descubierto mirando en dirección a su busto, y ahora seguramente lo regañaría. Pero no tenía manera de escapar, la erección estaba muy dura.
Elisa vio ese acto de Alex. Para suerte del hermanito, ella no alcanzó a notar la erección porque la cobija aún lo tapaba cuando intentó levantarse.
—¿Te gustaría verlos? —preguntó Elisa.
—No te vas a enojar si te lo digo —preguntó el hermanito.
—Ya te dije que no hermanito. A ver, no le des más vueltas. Tienes ganas de ver unos pechos, y tú ya me los habías visto desde la otra vez... ¿Pues qué más da? Si me los quieres ver, dímelo y te los enseño —dijo la hermana dando a entender que estaba perdiendo un poco la paciencia.
—Sí —dijo Alex.
—¿Sí, qué?
—Sí te las quiero ver —dijo Alex mientras miraba hacia el suelo.
—¿Era tan difícil? Tómalo como una continuación de la lección pasada. Ya te enseñé a como se besa a las chicas y ahora te enseñaré como es el área de los pechos con más detalle. Sé que debes sufrir cuando solo puedes verlo en la pantalla —dijo Elisa.
Alex guardó silencio. El hermanito continuaba viendo hacia el suelo avergonzado. Estaba esperando.
—Voltea —demandó Elisa con seguridad en la voz.
Últimamente, Elisa se iba cada vez más a menudo de fiesta. Evitaba a su hermano todo lo que podía. Su mente daba vueltas una y otra vez al asunto del beso. «Me dejé llevar por el alcohol», pensaba mientras ejercitaba pierna en el gimnasio. O también, cuando reincidía en esos estados de ebriedad en sombrías veladas que organizaba alguna de sus amigas, se decía a sí misma cuando regresaba conduciendo irresponsablemente a casa: «fui una estúpida que se dejó llevar por la situación». Pero al final, Elisa terminó autoconvencida de que, lo que hizo fue para ayudar a su hermano, que no existía otra alternativa, y que el propio hermanito no le recriminó absolutamente nada, de momento.
Ese convencimiento era más que nada intelectual, fluctuaba en el área de las meras ideas. Sus emociones le dictaban todo lo contrario, le hacían sentir una culpa tremenda. Fue entonces cuando decidió que tenía que hacer lo impensable: pedir consejo a sus padres. Era de noche cuando los encontró debatiendo en el despacho que albergaban en la casa para poder trabajar en su escritura. Alrededor de una mesa, un largo mapa estaba distendido en toda su amplitud. Cuando dieron cuenta de que Elisa entró, aminoraron la plática que estaban manteniendo y centraron su atención en esa hija tan llena de gracia de la que estaban tan orgullosos.
Duraron cerca de media hora conversando sobre el asunto. Elisa les contó que, una encrucijada le rondaba la mente. Que ella entendía que había hecho un bien, pero una culpa le atormenta de manera constante. La plática fue de una refinada pureza abstracta, los padres respetaron el misterio y reserva de Elisa, entendiendo que estaba en su pleno derecho de mantener intimidad. Por tanto, ella no explicó lo que hizo con el hermano, tan solo se refirió a la situación como una cuestión de una culpa que no discernía si era aceptable o justificable sentir.
—A mí me parece que si sabes en el fondo que, si lo que has hecho está bien, la culpa es una emoción de la que te debes librar —expuso Mara, la madre de Elisa.
—El perdón. Perdonarte a ti misma es esencial para dejar de sentir cualquier culpa. De la misma manera, si otra persona te incitó a cometer algo que te hizo sentir así, es necesario que también perdones a esa persona porque, al final, no fuiste obligada, tú tomaste la decisión El rencor, la culpa y la vergüenza no tienen cabida, son construcciones inútiles para nuestra sociedad actual —intervino Davin, luego, dio un sorbo a una extraña bebida verdosa cuyo olor repugnaba a Elisa—. Quizás sirvieron en la selva hace cientos de miles de años atrás, pero ya no.
Conversaron durante un tiempo más. Elisa estaba mucho más tranquila, y convino retirarse a su alcoba a descansar. La noche estaba ya bastante entrada, y el sueño comenzaba a invadirla.
—Bueno, gracias por escucharme papitos —Elisa abrazó a sus padres con amor—, ya me iré a dormir.
—No te olvides de que nos iremos a las cinco de la mañana. Cuidas mucho a tu hermano, que no ande mucho tiempo en la calle, ahora está muy peligrosa la ciudad, así que si tienes que llevarlo a algún lugar, lo haces. No dejes que ande solo por ahí —dijo Mara.
—Claro, no te preocupes mamita.
—Ya nos despedimos de tu hermano, y ya sabe que te tiene que obedecer, pero no está demás que seas firme con él si es necesario. ¿De acuerdo? —dijo la madre.
—De acuerdo —confirmó Elisa.
—Dale dinero a tu hermano si lo necesita para la escuela y los deberes, administra bien los gastos de la tarjeta, compren lo necesario para la casa y se cuidan mucho. Mantengan las puertas y ventanas cerradas con llave. Confiamos en ti Elisa —dijo Davin. Después, dio un abrazo a su hija a modo de despedida.
Elisa se encaminó a su habitación. Pasó frente a la de su hermano tratando de no hacer ruido. El hermano estaba dormido, y como de costumbre, no cerraba la puerta. Elisa no entendía aquel comportamiento nocturno, pues a ella le incomodaba dejarla abierta por toda clase de miedos y razones siniestras que incluían a potenciales encapuchados violadores que entraban a casa por la noche, ruidos molestos o la luz pálida del pasillo.
Acostada ya en la cama, a cada instante se cambiaba de costado para ver si el sueño se presentaba de repente. Elisa no era capaz de dormir. Una energía se lo impedía una y otra vez. Era como tratar de traspasar una especie de muro invisible, pero increíblemente resistente, y no poder. Muy fácil se concebía el hecho de cerrar los ojos y dormirse, no lo era. Cerraba los ojos, y la mente continuaba feroz, inquebrantable y voraz en los pensamientos sobre el mismo asunto, una y otra jodida vez. Los padres la tranquilizaron sin duda, todo eso del perdón, palió gran parte de la culpa. Pero quedaba algo por fracturar, una especie de compasión hacia ella misma, o de reconocimiento, o de identificación, no sabría expresarlo con las palabras exactas, porque no entendía por completo la situación. Lo que alcanzaba a dilucidar, era que alguien de su edad, alguien inteligente, le dijera que todo lo que hizo estaba bien. La realidad era que, Elisa tan solo necesitaba una justificación externa como tantos jóvenes que a pesar de poseer algo de cultura, y la perspectiva intelectual correcta, se dejan llevar finalmente por nada más que la simple validación social, aunque en este caso era una validación social especial. La validación de la amistad forjada durante años de confianza.
Entonces Elisa, mandó un mensaje a su amiga María. La amiga no respondió de inmediato, tardó de hecho un par de horas. Para ese entonces, Elisa estaba cansada de pensar y de mirar el oscuro techo. Elisa no creía que su amiga le fuera a responder en esa noche, sino hasta el día siguiente, pero se sorprendió cuando su teléfono brilló y vibró a consecuencia de la notificación.
Resultó ser que María, apenas estaba llegando a casa en plena madrugada, salió de fiesta hasta que su cerebro cansado, se recomponía una y otra vez a base las drogas sintéticas que su mejor amigo Adrián le proveía de cuando en cuando.
Elisa le llamó por teléfono. Estuvieron hablando cerca de una hora a mitad de la noche, mientras toda la ciudad permanecía dormida, con poca actividad, entumecida por los ciclos naturales del día y la noche. María aconsejó a Elisa, si bien, al igual que con sus padres, Elisa tampoco fue explicita con María sobre las cosas que había hecho con Alex, hizo una vaga alusión, ajustando la situación a modo inconcreto. De esa manera, María supo que se traba de una cuestión en la que la moralidad intervenía con la practicidad. A María le asqueaba la moralidad dogmática, esa que no tiene base practica, ella era una estudiante de filosofía, se tomaba esas cosas en serio, pero Elisa, en sus estudios de psicología, no se preguntaba jamás esas cosas, era una suerte para Elisa tenerla como amiga.
—Pues mira, te puedo decir que, si tienes que ser pragmática, lo seas —dijo María al teléfono.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Elisa.
—Que hagas lo que tienes que hacer y te dejes de tonterías mujer. No sé de qué trata tu asunto, pero es evidente que tienes un problema para llevar esa responsabilidad, que sabes que debes hacer, a la realidad —sentenció María—. Imaginate que estuviéramos en medio de una invasión extraterrestre, y necesitaran que la población se entrenara en las armas para evitar una masacre por culpa de esos bichos, pues mierda, nos tendríamos que entrar. Sí o sí. Yo lo haría aunque odio las armas de fuego, porque tendría la responsabilidad de hacerlo para defenderme.
—Entiendo lo que dices, pero mi asunto no es de esa naturaleza. Es más… Como si tuvieras que sacrificarte o algo por el estilo —dijo Elisa.
—Ja, ja, ja, por lo que me dijiste, no es una cuestión en la que morirías… ¿O sí? —dijo María.
—No, pero sí sacrificaría parte de lo que creo.
—Es más de lo mismo, hazlo, y dejate de tonterías. Ya me voy a dormir, estoy cansadísima. Mi responsabilidad de divertirme con drogas y hombres, me ha devastado. Mañana hablamos si quieres.
—Sí. Hasta mañana amiga.
—¡Espera! Casi se me olvida. La semana que viene es mi cumple, haré una fiesta, ya están limpiando la piscina porque estaba puerquísima. ¿Y adivina quién va a venir?
—Ay no, no me digas que quieres volver con tu ex. De verdad María que si eso pasa… No quiero que vengas a llorar sobre mi hombro otra vez.
Y así, se quedaron hablando sobre hombres durante otra hora más. En la habitación de a lado, el hermanito soñaba feliz, aguardando sin querer los últimos resquicios de inocencia que le permitía su incipiente adolescencia, olvidando la niñez. Después de hablar con María, Elisa fue a echarle un vistazo, a asegurarse de que estuviera bien cobijado. Se miraba como un angelito, imperturbable y bello, Elisa se derritió de inverosímil ternura al verlo.
La escena puso a Elisa nostálgica, había crecido tan rápido el hermanito que hasta sentía una especie de injusticia ejecutada por la dura mano del tiempo. Ella también creció, por supuesto, pero para ella era normal estar siempre delante, protegiendo al chico de toda clase de vilezas. Elisa no conocía más que la protección de sus padres, pero la que le otorgaba al hermanito era distinta a la de ellos; esta protección de madre y padre era solida, sí, mucho más fundamental y necesaria en realidad, pero la protección de una hermana era cercana, era una cuestión de cariño, de juego, de guiar con el ejemplo, de defenderlo. Elisa comprendía pues, que en innumerables ocasiones el hermanito imitaba sus actos, sus maneras, incluso aprendió muchas de las palabras que ella solía utilizar y parte de las interpretaciones que ella profesaba sobre la vida, las había interiorizado el hermanito casi a rajatabla.
Alex también había estado muy pensativo aquellos días. Al principio, una felicidad indescriptible lo embargó durante varios días sin parar. Una sonrisa de oreja a oreja se le dibujaba en las ocasiones más inesperadas, era como si un sol de belleza se le hubiese instalado en la raíz de su alma, como si una flor hermosa se abriera en su corazón caprichosamente. Algo despertó en él gracias a la hermana mayor, era amor, un amor grande por Elisa.
Después, al pasar los días, se dio cuenta de que su hermana lo evitaba. Cuando él intentaba hablarle, ella se alejaba. No entendía el hermanito qué había hecho mal. La felicidad desapareció entonces, y el amor tan grande que estaba despertando se durmió. Ahora, se veía odiado por la misma hermana que tanto tiempo le había enseñado y protegido. Necesitaba hablar con ella, y lo intentó más de una vez, pero Elisa había cambiado demasiado en tan poco tiempo.
En su confusión emocional, Alex, pasó de sentir abiertamente admiración y querer con locura a su hermana, a ocultar esas emociones dentro de un caparazón de frialdad e indiferencia. Se sentía traicionado, y por las noches lloraba hasta quedarse dormido. Era injusto que ella se alejara ahora, incluso cuando él la había perdonado dentro de su corazón al besarlo de aquella forma tan abusiva con la lengua. Cuando el beso ocurrió, le había embargado al hermanito una sensación de invasión e intromisión impositiva, algo que él no consintió sentir. Él no quería besar de esa manera, no lo expresó a Elisa, pero se había resistido y ella prácticamente lo forzó. «Mi hermana me violó la boca», razonó Alex. Así y todo, Alex entendió que eso se debía a que él necesitaba aprender y su hermana simplemente le enseñaba, después de todo, él mismo se lo pidió. Gracias a eso, podía darse cuenta de que le gustaban los besos más suaves y con mayor cariño, no con tanta agresividad y una lengua recorriéndole toda la cavidad bucal sin permiso. Eso no se lo volvería a permitir a nadie, ni siquiera a su propia hermana. Pero la próxima vez, si es que ocurría, no se quedaría callado, se lo diría a su hermana y ella tendría que respetar que eso no le gustaba a él. Era posible que ocurriera otra sesión de enseñanza de besos, porque, quien sabe cuantas clases de besos existían y él, las desconocía casi todas.
En las noches que lloró el hermanito, tomaba una de sus almohadas y la abrazaba con fuerza, de esa manera simulaba que era a la hermana a quien apretujaba y le daba afecto. En esas ocasiones, ni un atisbo de Melissa siquiera aparecía en la mente del chico, se convertía en una ilusión distante que pertenecía al tedioso salón de clases.
Tras los llantos y simulaciones de abrazos, Alex presentaba erecciones involuntarias e inevitables. Noche tras noche, lagrimeaba, se masturbaba pensando en la hermana y se quedaba dormido tras eyacular. Al amanecer, se afirmaba a sí mismo que esas masturbaciones furtivas, eran demostraciones del coraje que sentía por su hermana al no hablarse, es decir, el hermanito ya no se mostraba culpable al masturbarse porque, no tenía la necesidad de respetar a su hermana, y lo practicaba inclusive a propósito. Cuando llegaba ese apogeo de estremecimientos en su verga, que provocaba la expulsión de su esperma, y sus ojos se ponían en blanco, se autoconvencía de que esa era la venganza perfecta contra la hermana por tratarlo tan mal; era una represalia por besarlo de aquella fea forma y de ignorarlo cuando más solo se sentía, ahora los padres se irían al desierto, y él se quedaría a su suerte como una lastimera alimaña sin propietario, abandonado en una situación tenebrosa.
A pesar de todo, el amor que sentía por su hermana estaba intacto, oculto pero intacto, guardado bajo llave. Las venganzas del chico, no llegaban a oídos de la hermana, pero eso a él no le interesaba, le interesaba lo que él creía sentir. Creía en sus fantasías, que al eyacular pensando en los pechos, el culo de Elisa o en los besos cariñosos que ella le había propinado noches atrás, él le hacía un daño ensañado a la hermana. Un perjuicio invisible que se fomentaba cuando le faltaba al respeto no solo en el orgasmo, sino en el hecho de tocarse pensándola, como un brujo de vudú que tiene de herramienta tan solo las facultades de su imaginación.
Esas creencias fantásticas, quizás eran potenciadas a causa de la educación de los padres. Reiki, chakras, meditación, cantos chamánicos, todas esas cosas habían estado en algún momento presentes en la casa de los Temprado Zavaleta desde la infancia de Alex. Elisa recordaba que sus padres no habían sido siempre «así», cuando niña, ella recordaba un tiempo mucho más «tradicional», incluso recordaba las misas dentro de la iglesia que se encontraba a pocas calles de distancia. Pero algo pasó que cambió el temple de sus padres. Era un tabú hablar de eso en casa, no se lo mencionaba jamas. Elisa lo callaba, y Alex era demasiado pequeño como para recordarlo. Elisa había tenido otro hermano menor. No tan menor como Alex, al que le lleva nueve años de diferencia. Entre Elisa y Miguel, había seis años de edad de diferencia, por lo que sería el de en medio. Lo que ocurrió con ese hermano, fue una tragedia.
Elisa en aquel entonces, de doce años, recordaba el evento con amargura. Era como una herida que dejó una cicatriz que nunca sanaría. Al no ser tan grande como para andar todo el tiempo entre pasillos de hospital, a menudo sus padres la dejaban en casa de sus tíos. En esos días, recordaba al pequeño Alex, diminutivo de Alejandro, llorando por su madre, o por alimento. Entonces Elisa lo cargaba como si fuese su hijo y lo alimentaba. Su tía la había incitado a cuidar de su hermanito lo mejor posible. «Tienes que aprender porque cuando pase todo esto, tu mamá va a necesitar tu ayuda. ¿Entiendes mi niña?», predicaba la tía, firme pero amable, con palabras parecidas de vez en cuando. Ahora Elisa al recordarlo, le daba la impresión de que la tía, ya fallecida, quería plasmarle el mensaje lo mejor posible en sus sienes.
La predicción de la tía se volvió realidad, pues Miguel, aquel hermano de en medio, que padecía de una extraña enfermedad neurodegenerativa, feneció en el hospital en una circunstancia que los padres nunca quisieron decirle. «Tal vez me protegían de una imagen dolorosa», pensaba Elisa en sus recreaciones del pasado. Mara, su madre, se sumió en una profunda depresión tras el luctuoso evento; de nada habían servido todas sus plegarias y sus ruegos de clemencia arrodillada. Desde entonces, Elisa cuidó a su hermanito casi pareciendo su madre. Elisa sudaba de ansiedad cuando el niño no callaba y la madre permanecía decaída en la cama a causa de las pastillas que consumía a diario. Pero Elisa también había perdido a su hermano Miguel, y sufría mucho, sin embargo, ese mismo sufrimiento le daba fuerzas para cuidar de su pequeño hermano Alejandro, realizando Elisa sin querer, una alquimia oculta en el espíritu humano, una magia natural escondida que se revela en momentos específicos de la vida y en instantes fuera de cualquier reconocimiento de patrones lógicos, para proveer de energía y enfoque al individuo que protagoniza la escena, como cuando por liberación de adrenalina, una madre puede levantar un coche para salvar a su hijo atrapado, o una loba que ataca con diez veces más de fiereza conocida al agresor de sus cachorros.
Davin, el padre de Elisa, hacía todo lo que podía, trabajaba día y noche. Esa fue su única terapia, no se podía permitir sucumbir ante la dejadez ni deprimirse, se tragó el dolor a base de trabajo y extravagantes búsquedas espirituales.
Pronto, sin saber como ocurrió, Elisa recordaba que comenzaron a ir a una iglesia diferente. Y un tiempo después a otra diferente. Cuando Elisa cumplió dieciséis, y el hermanito ya parloteaba y curioseaba como todo niño, Mara y Davin comenzaron a asistir a un culto extraño al que Elisa no llevaban, entonces se quedaba en casa con el hermanito. Nunca supo qué clase de secta era, pero unos años después, los padres dejaron de ir, tal como ocurrió con las iglesias anteriores. Después, comenzaron a escribir sobre sus experiencias de duelo, y sus libros comenzaron a venderse lo suficientemente bien como para llevar una vida sin preocupaciones financieras.
Lo último que supo Elisa de aquel culto, es que se disolvió, pero algunos de sus miembros aún se reunían cada cierto tiempo para compartir cuestiones desconocidas para ella. Así fue como conoció a su mejor amiga María. Los padres de María, habían ido a casa de Elisa con aquella adolescente de liso cabello negro e impostada actitud altiva. Al principio se odiaban mutuamente, pero como eran las únicas dos mujeres que compartían edad, pronto, en un breve periodo de tiempo se volvieron amigas inseparables.
Para cuando Elisa alcanzó la mayoría de edad, era sumamente consciente de lo importante que era ella para su hermano menor, los padres estaban en una fase extraña de no preocuparse mucho por cierta clase de cuestiones. Entonces Elisa, se forjó una personalidad responsable por la dureza de las circunstancias. Ahora las cosas estaban mucho mejor, por supuesto. Mara sonreía, y Davin reflejaba paz en su rostro, Elisa no se desvivía por el hermano como lo hizo en la adolescencia, pero aun así lo protegía de cuanto podía como un acto reflejo del que ella no era capaz de escapar, tampoco es que lo intentara, porque amaba al hermano profusamente.
Ahora se encontraban en el momento en el cual, sus padres se marcharon al desierto. La mañana era fría. Elisa estaba determinada, no podía seguir con aquella actitud hacia su hermano. Se levantó temprano, dándose cuenta de que Alex se estaba preparando para ir a la escuela por los particulares ruidos que producía. Elisa se puso a hacerle desayuno.
Alex comió el desayuno que su hermana había preparado. La comida estaba caliente, pero Elisa ya no estaba en la cocina. «Estará haciendo otras cosas», se dijo el hermano. Terminó de comer y se marchó a la escuela.
En el salón de clases todo era bullicio. El profesor sudaba a raudales. Era extraño como el clima era tan cambiante en esa maldita ciudad, en la madrugada lo helado de la temperatura era algo tóxico, pero solo salir el sol, el calor tomaba su turno de torturar a los habitantes de la ciudad. «Debe ser por la temporada, siempre pasa lo mismo en estas putas fechas», pensó el profesor. Dejando de perder el tiempo revisando sus redes sociales y cavilar toda clase de frivolidades, el profesor decidió que por fin era hora de salir. No sin antes dejar tarea. En esta ocasión los juntaría en equipos, de esa manera tendrían que exponer las próximas clases y él tendría por fin un respiro.
Joel, Rodrigo y Alex, se juntaron como por instinto. Total, estaban ya habituados. Melissa se fue con su amiga Paola. Estaban cuchicheando, al parecer estaban ideando a que otros integrantes incluir en su equipo, los ojos de Melissa y de Alex se cruzaron durante algunos segundos.
El profesor había sido demasiado claro, equipos de cuatro mínimo o de cinco integrantes máximo. Joel y Rodrigo también debatían sobre a quien más meter en la confianza de su equipo. Sin consultarles, Alex se levantó y se acercó a Melissa y Paola. Se dirigió a su ya considerada amiga Melissa. Le preguntó si ellos tres, Joel, Rodrigo y él, podrían juntarse con ellas dos. Melissa volteó a ver a Paola durante un instante, como si con la mirada Paola y ella pudieran mandarse mensajes, Melissa dijo: «Está bien».
Juntos los cinco, decidieron de manera caótica, que podían juntarse esa misma tarde. Como los padres de Alex no estarían en casa, todos se animaron al instante en una explosión de euforia. Cuando Alex les declaró las letras pequeñas, que dictaban que su hermana sí pudiera estar en casa, solo las dos chicas bajaron un poco a sus ánimos, pues para Joel y Rodrigo, la hermana de Alex «estaba muy buena». Ver a Elisa de arriba hacia abajo sin casi disimular era una de las actividades favoritas de los amigos cuando se pasaban por la casa de Alex. Además, Elisa siempre era muy amable con ellos y los trataba muy bien. Aun así, Alex manifestó que Elisa no les interrumpiría su trabajo. Nadie expresó en ese momento el porque esa idea de estar sin adultos resultaba tan atractiva para ese grupito de cinco adolescentes.
Estaban dejando sus mochilas en la sala cuando Alex fue en busca de su hermana. La encontró hablando por teléfono en la parte trasera de la casa donde había un jardín. Alex, interrumpiendo parcialmente a su hermana le pidió dinero para encargar una pizza. Elisa hizo las preguntas que debía hacer como encargada de la casa sobre esa petición. Alex le explicó la situación y Elisa comprendió. Le tendió un par de billetes a su hermano, y volvió a su llamada telefónica.
—Me guardas un pedazo —dijo Elisa, antes de que su hermano desapareciera. Alex asintió y se reunió con sus compañeros.
Era sorprendente como, cuando los equipos estaban integrados por chicas responsables, los trabajos se terminaban más rápido. Los tres hombres del equipo estaban encantados, siempre que se juntaban solo ellos tres, terminaban procrastinando y dejado el trabajo para el último día. No obstante, estaban enterados de que no todas las chicas eran de esa manera, algunas eran como ellos y dejaban todo para el final, e igual se daba el caso contrario, chicos de su propio salón que no tenían otra cosa que hacer más que realizar sus tareas. Al menos eso era lo que pensaban los tres amigos.
No anochecía cuando ya habían terminado por completo los deberes. Cada quien, tenía un trozo de información que recitaría con sentimiento mecánico la próxima semana en la clase de ese profesor tan aburrido con cara de tortuga de las islas Galápagos. Más allá de eso, parecía que ninguno tenía ganas de que esa tertulia terminara.
Mientras tanto, Elisa estaba en el gimnasio. Se había marchado sin que los chicos la notaran demasiado, era evidente que la estaban pasando genial juntos. Estaba ilusionada con comer un par de pedazos de la pizza que los chicos habían encargado. Confiaba en que su hermanito se acordara de ella y le guardara. Ojalá que, ese distanciamiento que había ocurrido entre los dos estos últimos días no influyera en que Alex se sintiera entristecido.
Cuando Elisa estaba de camino a casa, suspiró al pensar en la idea de que su hermano pudiera verse lastimado por su distancia. En ese instante decidió romper con ese muro que era incontenible, ya no tenía fuerzas. El amor por su hermano menor era más fuerte, tenía que rendirse. Después de todo las cosas ya estaban más que claras, ella estaba obligada a enseñarle, y el hecho de sentir algo de gusto en el proceso, no lo convertía en algo malo. Esta última cosa pues, era lo que la había llevado por ese camino de pensamientos tan ampulosos, porque en teoría no debería de haberle gustado ese beso ni un ápice.
Los cinco compañeros de equipo, se metieron al cuarto de Alex y cerraron la puerta. Estaban jugando a la botella. En la primera ronda, a Melissa le tocó besar a Joel. Así frente a todos, Melissa se acercó al mejor amigo de Alex y acercó su boca a la de Joel. Alex se estremeció al ver la escena, era ineludible que los celos bulleran en su interior. Pero se controló con todas sus fuerzas para que estos no salieran a la luz creando un drama en el proceso. La razón más poderosa porque la que reprimió sus impulsos, era que Melissa no era su novia.
El beso de su amigo con Melissa terminó y ahora era su turno de girar la botella. La giró una vez, y la boca apuntó hacia su amigo Rodrigo. Todos se quedaron petrificados, y enseguida, estallaron en una alegre carcajada que se prolongó durante minutos. Enseguida, pusieron la regla de volver a girar cuando algo parecido sucediera. Volvió por lo tanto a girar la botella, esperaba dentro de su corazón, que le tocara Melissa. No fue así. Ahora eran Paola y Alex quienes tendrían ese intercambio de saliva.
Paola veía a Alex sonriente y coqueta. Alex, estaba quieto sin dar la iniciativa, pero la chica no se quedó en su lugar, y decidió dar el primer paso. Se movió de su lugar para plantarse delante de Alex. Acercó lentamente su boca a la de Alex, y en ese momento, el chico se animó a dar más de sí en esa situación. Recordó de pronto las lecciones que le había dado su hermana, tomó a Paola de la cintura apretándola fuerte, y la besuqueó con todo lo que sus conocimientos en cuanto al tema podía presumir. El beso se comenzó a extender y todos tuvieron que separarlos porque seguía el turno para alguien más
Paola regresó a su lugar con una gran sonrisa en la cara. Disimuladamente, Melissa le lanzaba miraditas a Alex. Estaba muy seria. Fue en ese momento cuando se escucharon pisadas que subían por las escaleras.
—Es mi hermana —anunció Alex.
—Será mejor que ya nos vayamos Pao. Acuérdate que a las ocho te van a recoger en mi casa —dijo Melissa.
—Sí, a mí me da igual. Pero como quieras —respondió Paola.
Los chicos, sobre todo Joel y Rodrigo, mantenían la convicción de acompañar a las dos chicas hasta casa de Melissa. Alex también albergaba esa presión interior que no era consciente de donde provenía, y no es que le importase mucho, pero como estaba en su casa, le daba un poco de flojera tener que volver, además, sus dos amigos estarían ahí acompañando a las chicas, y era evidente que Melissa había disfrutado el beso de Joel. Tan solo la creencia de que, estando presente evitaría que se volviera a besar con Joel, era lo que lo llevó finalmente a acompañar al grupo, no tanto la caballerosidad como tal.
Cuando el conjunto de compañeros iba saliendo de la casa, Elisa les habló. Se ofreció a llevar a las chicas. Joel y Rodrigo se apuntaron al viaje, y le pidieron a Elisa si podía llevarlos a la parada del autobús después de dejar a las chicas. Pero ella hizo algo mejor, fue a llevarlos hasta su casa. Las únicas excepciones fueron Paola y su hermano Alex.
De regreso a casa, Alex y Elisa fueron todo el camino en silencio. Elisa trató de sacarle un poco de plática a su hermano, pero este contestaba en monosílabos y de forma bastante cortante. Elisa estaba preocupada, algo se había roto entre los dos y no podía resolverlo mientras conducía. Alex sentía la frialdad emanando de él, era evidente que una aversión se instaló en su corazón, se enquistó haciéndose espacio entre los sentimientos que había mantenido con su hermana a lo largo de los años. Esa oscuridad estaba ensombreciendo el amor hacia su hermosa y apreciada hermana. La seguía amando. La amaba demasiado, más que nunca quizás. Pero le dolía profundamente que su hermana se haya distanciado de él cuando más la necesitaba. No obstante, el dolor que se transmutaba en odio, nublaba cualquier atisbo de amor que sintiese por la hermana.
Después en su habitación. Sola y pensativa. Elisa desarrolló la teoría de que esos silencios cortantes que su hermano demostró en el auto, no eran más que berrinches que se producían por haberlo consentido durante más de una década. Ella era la única culpable.
Al día siguiente. A pesar de que Melissa siempre se sentaba demasiado cerca de Alex, no le dirigió la palabra en todo el día. Lo mismo hizo Alex, no quiso hablarle a Melissa, era una cuestión de orgullo.
En la hora del descanso. Paola buscó a Alex, y en medio de una muchedumbre revuelta que es clásica de las preparatorias besó a Alex con una soltura y despreocupación inauditas. De lejos, Melissa miró como su mejor amiga besaba al chico con el que apenas hace unos días había salido. Pero no era la amiga quien se revelaba desleal, pues en realidad Paola no estaba consciente de que Melissa pudiera tener algún interés en él. El traidor era Alex, como todo hombre.
Para la hora de la salida, por toda la escuela se había corrido el rumor de que Paola, una de las chicas más buenotas de la preparatoria, era la novia de un chico llamado Alex.
Paola y Alex estaban platicando a fuera de la escuela. Joel y Rodrigo estaban cerca de ellos en un grupo aparte. Entonces llegó Melissa, y como desafiando a Alex y a su mejor amiga, besó a Joel. El amigo de Alex no escatimó en toqueteos y en tomar la iniciativa en el beso. Intercambió tanta saliva con Melissa, que prácticamente compartieron toda la microbiota bucal de un solo asalto, algo tan perfecto como una sincronización de documentos que después uno como usuario, es capaz de ver en su totalidad en otro dispositivo.
Ese día Melissa llegó a casa un poco más tarde de lo habitual. La cuestión del beso, y de platicar fuera de la escuela le dieron un retraso importante, pero no importaba. Existían cosas que debían de hacerse aunque se hicieran pequeños sacrificios.
De camino a casa, Melissa iba cavilando en todo lo que aconteció en ese insólito día escolar. Desde un día atrás las cosas se volvieron demasiado emocionales y confusas. A la distancia, unas cuadras más adelante, iba Alex caminando con prisa. Decidió gritarle con todas sus fuerzas para que la esperara. El chico escuchó. Cuando Melissa se reunió con él, Alex se encontraba sentado en unas escaleras de un bufete de abogados que se encontraba en la segunda planta de una cafetería.
Caminaron juntos el resto del tramo hasta donde sus caminos obligadamente debían separarse. Platicaron un poco de la escuela en esa esquina, la esquina de la división. «Quizás, aquí también se divida nuestra amistad, ahorita mismo, o a lo mejor ya pasó y no me he dado cuenta», reflexionó Melissa.
—Oye, quería decirte algo —anunció Melissa con cautela.
—Dime.
—Pues… Resulta que ya ando con el Joel —reveló la chica.
—Entiendo. Ya me lo esperaba —dijo Alex. Y enseguida, se sumió en un silencio sepulcral. El ambiente no se tornó incómodo como tal, más que nada, era un ambiente de pena, parecía que los dos estuviesen asistiendo a una especie de funeral.
—Y ya veo que a ti te gusta la Paola. ¿Me equivoco? —dijo Melissa después de ese eterno minuto silencioso.
—Es muy bonita, no te voy a mentir. Y la verdad, la que me gusta es otra, pero si ella no me quiere, pues voy a andar con Paola. Total… —expresó Alex.
—¿O sea que no lucharías por esa que te gusta? —inquirió Melissa.
—Si ella no me quiere, no. Mejor con Paola.
—Pues que les vaya muy bien —dijo Melissa mientras comenzaba su camino a casa.
—Lo mismo digo —soltó Alex sin voltear hacia atrás.
Melissa sí volteó a ver a ese chico que se alejaba paso a paso. Melissa suspiró y se fue a casa pues la vida continuaba y tendría que ser enfrentada con la cabeza en alto.
Alex se tumbó en el sillón. Su hermana no estaba. Jugó videojuegos. Llamó a Rodrigo para que fuera a jugar con él, a fin de cuentas estaban libres de los deberes. Llegó Rodrigo. Encargaron pizza, sí, otra vez, les encanta la pizza y la soda de cola.
Hablaron de todo lo que había sucedido mientras se repartían disparos de armas fantásticas sin ninguna clase piedad dentro del videojuego.
Era de noche cuando Elisa llegó a casa. Elisa saluda a Rodrigo. Rodrigo se le queda viendo las tetas. Elisa se da cuenta pero no dice nada, ese chico siempre la mira así, también lo hace el otro amigo que a veces viene. Rodrigo anuncia que tiene que irse, y Elisa le propone llevarlo a su casa. Rodrigo acepta. Alex los acompaña. Como una profecía que Elisa había imaginado, mientras iban a dejar a Rodrigo, el camino de regreso fue silencioso. Alex continuaba sin dirigirle la palabra. Ella se esforzó por sacarle platica. Realizaba comentarios sobre tal o cual cosa y Alex no aportaba nada. En algunos momentos, Elisa le hizo preguntas al hermano menor, pero este solo le contestaba con los monosílabos: sí y no.
Llegaron a casa y Alex se encerró en su cuarto. Lo mismo hizo Elisa. Pasó alrededor de una hora para que algo de movimiento significativo se realizara en casa de los Temprado. Elisa se metió al baño. Era la hora de darse un buen regaderazo, un tiempo reconfortante en que la calidez de las gotas, le darían una especie de descanso a su cuerpo. A Elisa le gustaba el agua caliente, muy caliente. Esta fijación contrastaba con el resto de los miembros de la familia que la preferían tibia o helada de plano. La chica mientras se enjabonaba los senos, solía recordar esa clase de nimios detalles. Era una especie de pasatiempo que le gustaba hacer mientras estaba en la ducha. A algunas personas les gusta cantar, otras no hacen nada más que el simple acto de enjabonarse, otras aman orinar mientras se bañan, otros se masturban dejando que los fluidos, mezclados con la espuma del champú, se pierdan en las profundidades del drenaje; a ella le encantaba pensar en similitudes y diferencias que tenía con distintas personas. Era una manía que la enorgullecía secretamente.
Terminó de bañarse. Elisa tenía una sonrisa de satisfacción, necesitaba mucho ese baño. La felicidad colmaba cada uno de los poros de su tersa piel.
Le gustaba ir a vestirse en su habitación y no en el baño como su hermanito acostumbraba. Se cubrió elegantemente por una corta toalla purpura que se ceñía a su cuerpo, abrió la puerta del baño con delicada soltura y salió.
Fue en una fracción de segundo cuando ocurrió, que, su hermano, se estampó contra Elisa. Ninguno de los dos estaba atento a la posibilidad de que pudiesen chocar en ese punto concreto de la casa. Al parecer el hermano iba a mear al baño de la segunda planta, y como tal, ese era un baño que compartía con Elisa.
El golpe fue más duro para Alex que para Elisa. El impacto provocó que el chico se tropezara y cayera al suelo. Más allá de eso no sufrió ningún daño severo en su cuerpo. A Elisa, no le afectó el choque de cuerpos de la misma manera, no cayó al suelo, pero sí cayo su toalla. Y al mismo tiempo que Alex caía, la toalla de Elisa caía.
El instinto de Elisa fue superior al de la decencia. Lo primero que hizo, fue dar la mano a su hermanito para que se levantara del suelo. En el proceso mostró sin querer ese cuerpo esbelto y apetecible en todo su esplendor. El hermanito menor no dejó de verle las tetas a su hermana un solo segundo desde que se estaba levantando del suelo.
Tras el evento. Sin hacer drama del asunto, Elisa tomó la toalla y se dirigió hacia su habitación para vestirse. Volteó hacia atrás y vio al hermanito con la cabeza agachada mientas se encerraba en el baño. Algo lo apesadumbraba, notó la hermana.
Elisa se vistió con ropa cómoda para dormir. En ningún momento dejó de pensar en la ensombrecida actitud de su hermano. Era evidente que estaba sufriendo. Pero qué podía hacer, si ya había intentado hacer las paces con él. Se había interesado por él ya en varias ocasiones y solo recibía desinterés como pago. Por si fuera poco, ahora parecía que Alex había caído en una especie de depresión. Elisa sentía que era la peor hermana de todos los confines de la galaxia. Decidió que esta tontería acabaría ahora mismo. Sobre el asunto de los pechos… No era la gran cosa, era su hermana, ella lo había visto desnudo a él cuando era pequeño, no pasada nada. Lo importante era centrarse en arreglar las cosas con Alex y ayudarlo con lo que sea que este lidiando en este momento de su vida.
Ya arreglada con su ropa de noche, Elisa fue a la habitación de Alex. Al llegar, descubrió que el hermanito ya estaba profundamente dormido. Elisa suspiró. Se acercó a él, y le propinó un afectuoso beso en la frente.
La mañana era esplendida. Una energía fortificada estrujaba de positividad el ánimo de Elisa. Estuvo cantando e incluso bailando mientras le dejaba el desayuno preparado a su hermanito. Después, fue de compras al supermercado, en casa se estaban quedando sin insumos y ya era hora de comprar las cosas que su hermano prefería. Le encantaba complacerlo trayéndole sus productos favoritos, sobre todo esos que sus padres reprobaban de manera reiterada: carnes rojas, bebidas azucaradas y Choco Krispis.
Elisa estaba de acuerdo en que no debía el hermanito abusar de todos esos productos, pues no era benéfico para la salud. Pero tampoco era para exagerar, él amaba esas cosas y ella no se los prohibiría de ninguna manera, a lo sumo se los limitaría, o usaría su decomiso de castigo para cuando no le obedeciera, porque una de las cosas que Elisa amaba de su hermano era su obediencia, y entre más ciega fuera esa obediencia ella mejor se sentía debido a que se sentía respetada. También amaba cuando él le pedía consejos o le preguntaba cosas sobre la vida porque quería decir que confiaba en su gran inteligencia de hermana mayor. Y lo que estaba entre las cosas que la derretían de amor, era cuando Alex iba a pedirle ayuda para algún problema terrible en lugar de ir con sus padres, ella iba a solucionarle el asunto por más complejo o rebuscado que fuera.
Fue en la noche cuando los dos hermanos coincidieron en la cocina. Elisa rellenó una botella con agua pura que se había quedado sin contenido. El hermanito, estaba sentado en la barra de la cocina comiendo sus achocolatados cereales en un tazón lleno de leche. Estaba silencioso, cabizbajo, pensativo, taciturno.
Entonces a Elisa se le ocurrió una cosa para quebrar esa distancia ya insoportable.
—Alex —pronunció Elisa.
—¿Sí? —interrogó el hermanito.
—¿Quieres ver una película conmigo?
—¿Ahorita?
—Sí. Vente, acá en la sala la podemos ver.
—No lo sé, ya es tarde y estoy cansado —dijo Alex para nada convencido de sus propias palabras. Se moría por pasar aunque sea un poco tiempo con su hermana, pero aún tenía ese rencor infeccioso que hasta el momento no se le retiraba de su ser.
—Ándale. Vente, hace mucho tiempo que no vemos nada juntos —rogó la hermana. Alex guardó silencio un instante.
—Ya está decido entonces, nada más déjame ir por una cobija porque está haciendo un poquito de frio —dijo Elisa sin esperar respuesta del hermanito. Entonces lo dio un breve abrazo y un beso en la mejilla. Alex permaneció inmóvil, inmutable en apariencia.
La hermana mayor fue a su habitación por la famosa cobija, y Alex se quedó terminando el cereal. Quedaba un poco de leche en el fondo y entonces se empinó el tazón para beberla. Su hermana lo había abrazado. Ella le dio un beso en la mejilla. «Quizás, se haya dado cuenta de que ha sido mala conmigo», caviló Alex. Por si fuera poco, en ese abrazo sintió claramente los senos de su hermana sobre la espalda. «La sensación de esas dos bolotas no me las puedo sacar de la mente, porque tiene que hacer estas cosas», dijo Alex en voz baja sabiendo que Elisa no lo escucharía. Alex se tocó la entrepierna y notó con su mano el bulto que le había crecido. Enseguida se convenció de que ya no importaba si se le paraba por culpa de sus abrazos, eso se lo merecía por perversa y tratarle con tanta saña.
Alex esperó a su hermana sentado en el sillón. Encendió el televisor y comenzó a ver las películas que ofrecía el sistema de cable. Para cuando Elisa estaba ya viendo con Alex una película desconocida que escogieron básicamente al azar, la erección provocada por el abrazo había bajado, esos pechos habían escapado de la mente del chico, todo fue sustituido momentáneamente por una atención plena y cristalina.
Cada uno ocupaba en un extremo del sillón. Elisa tenía ganas de tener abrazado a su hermano, pero decidió que ya había dado un gran paso esa noche, y no necesita alejar más al hermanito con sus insistencias y siendo tan encimosa.
Generalmente hay dos tipos de persona que difieren en el modo de disfrutar de las películas. En el primer grupo, se encuentran esas personas que les gusta mirar la película sin distracciones, solo es admitible el ruido que la propia película genere. El otro grupo, está conformado por las personas que hacen comentarios en ciertas escenas que generan cierto impacto. Elisa y Alex, pertenecían al segundo grupo. En ese escenario a Alex no le paraba la boca. Elisa conocía a la perfección esa debilidad, y parecía ser que de alguna forma al ver esa película reconectaron la comunicación entre ellos. Elisa estaba eufórica.
A mitad de la película, una mujer se desnudó en el fulgor de la pantalla. Elisa de inmediato volteó a ver a su hermano. Los ojos de ambos se conectaron.
—Parece que lo van a hacer —comentó Elisa con tono pícaro. El hermanito guardó silencio.
—¿Te incomoda que salgan desnudos en la película? —preguntó Elisa extrañada.
—No, es solo que se me hace raro —respondió Alex con inseguridad.
—Vamos, como si no hubieras visto ya los senos a alguna chica —dijo Elisa recordando que hace justo un día el hermanito le había mirado las tetas a ella.
—Pues la verdad… Así en vivo, solo… Solo los tuyos… —dijo Alex un poco cohibido.
—Entiendo. ¿Y esa es una parte del cuerpo las mujeres que te gusta o no? —inquirió la hermana mayor.
—Sí me gusta esa parte, obvio no las he tocado —dijo Alex.
—Yo pensaba que por lo menos a esa Melissa ya se las habías hasta besado ja, ja, ja.
—Si apenas la besé en la boca, recuerda, y salió mal.
—Me acuerdo, pero como últimamente ya no me cuentas nada…
—Es… Por tu culpa… —soltó Alex.
—¿Por qué mi culpa? —preguntó Elisa.
—Tú, tú, me hiciste sentir ma-al, no, no me hacías caso, y me tra- tra-tabas mal —tartamudeó Alex mientras estallaba en un llanto repentino. La sensibilidad del chico era tan grande que no pudo resistir más y lo vencieron sus sentimientos.
—Ay hermanito. Perdón. Es que… No quise tratarte así, discúlpame. Traía cosas en la cabeza, pero no es tu culpa, de verdad. Ve acá —manifestó Elisa. De inmediato, abrazo a su hermano con todas sus fuerzas. Le pegó los senos al rostro del hermanito, esa posición siempre lo tranquilizaba desde que él era más pequeño.
Duraron varios minutos abrazados. Alex se tranquilizó y en ese momento perdonó a su hermana. Tras el abrazo, la blusa de Elisa quedó mojada con las lágrimas del hermanito en el área de sus generosos pechos.
Siguieron hablando sobre Melissa. Alex puso a Elisa al tanto de todo lo que había sucedido en los días pasados, de como ahora parecía que él andaba con Paola y de la traición de su amigo Joel. Elisa se sintió terrible, aparte de que ella estaba distante con el hermanito menor, este sufría por otros motivos, lo había dejado solo cuando más la necesitaba. Estaba siendo una mala hermana, si continuaba así, muy pronto se convertiría en un completo fracaso como hermana mayor. Elisa se prometió que ya no le fallaría al hermanito. Ahora se desviviría por él, el doble, el triple, o lo que fuera necesario.
—perdóname Alex. Te herí cuando menos lo necesitabas. Ya no volveré a tratarte mal. ¿De acuerdo?
—Sí hermana, te perdono. Te quiero mucho. Mucho —dijo Alex. Y él, tomando la iniciativa abrazo a la hermana con un gran cariño.
En la televisión. La escena de la mujer desnuda, había sido remplazada por una escena de la misma mujer, aún sin ropa alguna, pero ahora copulando un individuo. Estaban viendo sin querer una película erótica. Los gemidos lascivos de la mujer de la película, los habían separado de ese segundo abrazo.
Los hermanos se quedaron unos instantes en silencio, contemplando la escena de sexo con extraordinaria atención. En la película, el sujeto pasaba de estar debajo de la mujer a tomarla con gran fuerza y ponerla a gatas. Entonces la tomó de la cintura y le metió el pene por el ano una y otra vez. Alex tuvo una erección al ver aquello, por suerte, podía ocultarla gracias a que estaba parcialmente tapado con la cobija de la barriga para abajo. Esperaba que la hermana no se diera cuenta porque ahora estaban los dos muy juntos.
—¿Tú ya habías visto algo así? —preguntó Elisa de repente.
—¿No te vas a enojar si te digo?
—No, claro que no —aseguró la hermana.
—Sí he visto. Y más cosas, pero en la computadora —confesó Alex.
—Ya veo. Es normal, ya estas en la edad supongo. Eres hombre al fin y al cabo —razonó Elisa—. Vaya si que se le mueven los pechotes a esa mujer. ¿Verdad hermanito?
—Sí. Pero no están tan grandes —comentó Alex.
—¿Tú crees? Los tendrá más o menos igual de grandes que Melissa.
—Más o menos. Y, no te enojes, pero tú los tienes más grandes hermana —dijo Alex sintiendo temor porque la hermana le dijese alguna crueldad por hablar sobre sus pechos.
—Ja, ja, ja. Qué tonto eres hermanito —bromeó Elisa —. ¿Pero los de Melissa no están nada mal cierto?
—No. Están muy bien. Pero como ya me la bajaron, pues ni de broma tocaré unos pechos en mi vida. Además de que ella los tiene como me gustan —dijo Alex envalentonado por una creciente calentura que lo estaba dominando a causa de la escena tan larga de sexo.
—¿Te hubiera gustado vérselas a la Melissa? —pregunto la hermana mayor.
—La verdad sí, y tocárselas —reconoció el hermanito—. Oye hermana. ¿No se te hace raro que estemos hablando de estas cosas?
—Para nada. Si yo soy tu hermana. No tiene nada de malo hablar de estas cosas. Es perfectamente natural hablar de sexo. Es más, tú ya sabes que puedes hablar de sexo conmigo siempre que quieras, creí que ya habíamos hablado de esto —dijo Elisa.
—Es verdad hermanita. Pero es solo que necesitaba asegurarme.
—Pues ya lo sabes hermanito lindo, hermoso —expresó Elisa—. Y ya sabes que puedes pedirme que te enseñe cosas sobre las mujeres, quiero que te sientas en confianza para que seas sincero sin ningún miedo.
—¿Lo que sea? ¿Cualquier cosa que quiera? —preguntó incrédulo el hermanito menor. De fondo, la escena proyectada en la pantalla, mostraba a la actriz poniendo sus tetas en el pene del actor que momentos atrás le había penetrado el ano sin piedad. Alex miró el espectáculo y su pene dio un respingo, suplicando a voces mudas que le hicieran lo mismo.
—Sí, hermanito. Cualquier cosa. Ya lo he pensado y cualquier cosa que quieras aprender sobre la vida y las mujeres, yo sería capaz de enseñártelo porque eres mi hermanito menor y te amo. Sé que no te lo digo mucho, pero tú sabes que es así —declaró Elisa—. Ya no volveré a dejarte a tu suerte. Si quieres aprender algo, dímelo.
—Pues… Más que aprender… Es… Es que hace ratito cuando estabas hablando de los senos… No se… Se me ocurrió que nunca he tocado ningunos, y apenas vi los tuyos… Pero además estaba un poco oscuro… Y… —dijo entrecortadamente Alex, pero no llegó a terminar de expresar lo que estaba en su cabeza porque le daba demasiada pena. Alex padecía de una gran timidez y una serie de inseguridades que le impedían ser asertivo cuando lo necesitaba.
—Entonces lo que quieres es saber como ven unos senos, ¿Es eso correcto? —dijo Elisa sabiendo que Alex tenía problemas para expresarse. Pero no importaba, para eso estaba ella, para hacerle la vida más fácil y sencilla al hermano. Además, hoy estaba decidida a tratarlo con mayor suavidad que de costumbre por haber sido tan cruel. Sentía ahora una diferente culpa, desmesurada, por diferentes razones, y la única manera de liberarse de esa sensación era sobrecompensado esas actitudes de alejamiento con todo lo contrario: fomentar la confianza, la ternura y el amor incondicional por el hermanito.
—Sí, así es —confirmó Alex—. Es algo que me encantaría mucho.
El hermanito estaba sonrojado. Aun así el pene lo tenía terriblemente tieso, Alex no estaba cien por ciento seguro a que estímulo debía la fuerza de su erección: si a las escenas excitantes de la película, o a que su hermana estuviera hablando de sexo con él justo a su lado.
Alex volteó a ver los senos de la actriz. Después volteó a ver los de Elisa creyendo que la hermana no lo notaria, su intención para quien estuviera observando al hermanito de forma atenta, era la de comprar el tamaño de los pechos de ambas mujeres. Elisa vio como el hermanito le miraba las tetas de reojo. Elisa entrecerró los ojos momentáneamente y enarcó las cejas. Se le ocurrió una cosa que quizás el hermanito deseaba y no expresaba por timidez probablemente.
—Alex…
—¿Sí?
—¿Te gustan mis pechos? —preguntó Elisa pícara.
–¿Por qué me preguntas una cosa así? Eres mi hermana —dijo Alex nervioso. El corazón comenzó a latirle asemejándose a el bombo de una banda de black metal.
—Pues nada más, por curiosidad. Además porque ya me los miraste. Y ahorita vi que me los mirabas, aunque la tela me los tapan, ja, ja, ja.
Alex se levantó del sillón, pero enseguida se sentó de golpe arrepintiéndose. El chico necesitaba huir de ese lugar, largarse a su cuarto de inmediato. Su hermana lo había descubierto mirando en dirección a su busto, y ahora seguramente lo regañaría. Pero no tenía manera de escapar, la erección estaba muy dura.
Elisa vio ese acto de Alex. Para suerte del hermanito, ella no alcanzó a notar la erección porque la cobija aún lo tapaba cuando intentó levantarse.
—¿Te gustaría verlos? —preguntó Elisa.
—No te vas a enojar si te lo digo —preguntó el hermanito.
—Ya te dije que no hermanito. A ver, no le des más vueltas. Tienes ganas de ver unos pechos, y tú ya me los habías visto desde la otra vez... ¿Pues qué más da? Si me los quieres ver, dímelo y te los enseño —dijo la hermana dando a entender que estaba perdiendo un poco la paciencia.
—Sí —dijo Alex.
—¿Sí, qué?
—Sí te las quiero ver —dijo Alex mientras miraba hacia el suelo.
—¿Era tan difícil? Tómalo como una continuación de la lección pasada. Ya te enseñé a como se besa a las chicas y ahora te enseñaré como es el área de los pechos con más detalle. Sé que debes sufrir cuando solo puedes verlo en la pantalla —dijo Elisa.
Alex guardó silencio. El hermanito continuaba viendo hacia el suelo avergonzado. Estaba esperando.
—Voltea —demandó Elisa con seguridad en la voz.
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