El fin de semana terminó siendo memorable aunque muy agotador. La sesión masturbatoria del sábado en la tarde fue solo el abrebocas de una apasionada jornada que se extendería hasta el domingo al anochecer.
Ya en soledad, en mi casa, pensando en el inicio de una nueva semana, me sentía agotado, exprimido, sin ganas de volver a follar jamás, pero un buen descanso y una alimentación correcta lograrían que mi deseo sexual volviera a la normalidad en cuestión de horas.
Mafe se tomó muy en serio lo de entrenar, no fallaba nunca; todos los días estaba ahí, lista para ejercitarse siempre al terminar la jornada laboral. Con el transcurrir de unas semanas el cambio era evidente, su abdomen ahora estaba más plano y tonificado. Sus piernas eran un poco más delgadas y definidas, y sus nalgas ya no eran flácidas ni temblorosas.
Sinceramente, me parece que fue un cambio para mal, porque a mí me atraía muchísimo más su versión más maciza, esa que la había llenado de complejos e inseguridades y que la había llevado a entrenarse conmigo, pero ella se sentía feliz y conforme con lo logrado. Tanto así que, meses después, terminó renunciando a su trabajo para dedicarse a vender productos de una de estas empresas multinivel relacionadas al bienestar físico.
Ella había cambiado drásticamente, y no solo físicamente, pues de la chica tímida que había empezado a entrenar conmigo unos días atrás, no quedaba nada. Sus insinuaciones hacia mí eran frecuentes, tanto en horario laboral como a la hora de ejercitarnos. Yo me llenaba de fuerza de voluntad para no romper con la regla de la abstinencia durante los días de rutinas de levantamiento de peso. También hacía un enorme esfuerzo mental para no enamorarme de Mafe, quería seguir percibiéndola como solo sexo. Pero tanto encuentro íntimo hace que surjan sentimientos.
Y fue algo que a la larga no terminó incomodándome, pues Mafe cambió drásticamente. Su devoción no desapareció, pero si se debilitó ciertamente para complacer caprichos míos. Eso para mí era un gesto supremamente valioso, pues era verla renunciar a su gran motivación espiritual solo para compartir conmigo.
Y hubo un gusto que los dos fuimos adquiriendo y que luego se nos convirtió en vicio: La masturbación. Claro que solo en un sentido, de mí hacia ella. No porque yo no deseara que ella me masturbara, alguna vez se iba a dar, pero yo sinceramente prefería no malgastar la energía que implica el orgasmo; si lo iba a hacer, era preferible que fuera con un buen polvo y no con una paja, por más que fueran las suaves y delicadas manos de Mafe las que me la brindaran.
Masturbarla fue un hábito que se nos fue convirtiendo en adicción. Su clase magistral de tocamiento me llenó de deseos de practicar, y entendí que cualquier situación, lugar y horario era perfecto para hacerlo.
Una de las primeras veces que pasó fue en una sala de cine. No fue algo planeado, o por lo menos no del todo. En esa época estaba por estrenar una cinta llamada Khoobsurat, que tenía a la expectativa a Mafe y diría que casi al borde de un ataque de ansiedad. Yo nunca he sido muy cercano al cine, de hecho siempre he sido más bien reacio a permanecer frente a una pantalla por más de dos horas. Pero en esa época quería complacer a Mafe en todo sentido, y si a ella le entusiasmaba ir a ver esa película, yo estaba dispuesto a cumplir ese deseo.
Claro que la situación cambió apenas llegué a recogerla. Esa noche Mafe usó un vestido que hacía exaltar sus piernas. Yo quedé deslumbrado, y ciertamente antojado, con solo mirarla. Esto fue un día entre semana, por lo que iba a ser imposible follar con ella a menos de que quisiera romper con mi regla de cero orgasmos durante los días de entrenamiento con peso.
Toda la sensualidad de Mafe quedó escondida bajo un largo gabán que utilizó como complemento a su sensual vestido. Solo yo sabía que había bajo el gabán, y camino a la sala de cine no pude dejar de pensar en sus espectaculares piernas y en el tesoro que se esconde entre ellas.
Una vez tomamos asiento, Mafe se puso cómoda, desabrochó su gabán, aunque no se lo quitó, solo lo dejó abierto para no sofocarse por el calor. Y mientras disfrutaba de unos snacks en los prolegómenos de la película, yo no podía dejar de fijarme en sus piernas, tan blancas, tan delicadas, tan bien contorneadas, tan perfectas y provocativas como siempre.
Dejé que terminara de comer y luego le permití sumergirse en la trama de la película, para luego empezar a distraerla con unos ligeros tocamientos por la cara interna de sus muslos.
Ella se sorprendió, pues seguramente no se lo esperaba, o quizá porque estaba muy concentrada con la película. De todas formas no se molestó ni me hizo reproche alguno. Yo empecé a arrastrar mis uñas suave y lentamente por las carnes blandas de la cara interna de sus muslos, una y otra vez, de arriba abajo y viceversa.
Poco a poco el ritmo de su respiración fue cambiando, lo noté con cierta facilidad, y esto fue guiño suficiente para continuar con mi lujurioso juego. La fila en la que nos sentamos estaba prácticamente vacía, de hecho la sala entera tenía muy poca gente. Posiblemente porque era una película muy desconocida o quizá porque fuimos a la función de las 11:00 pm. Lo cierto es que eso jugó a mi favor, pues me sentí cómodo para continuar, casi con la certeza de que no iba a ser descubierto.
Mis tocamientos entre sus piernas fueron acompañados de pequeños besos por su cuello y ocasionales mordiscos en uno de sus lóbulos. El calor que empezó a emanar de su zona íntima fue la confirmación que necesitaba para seguir adelante con mis caricias entre sus piernas.
Llegar a su vagina estando sentado de forma colindante implicaba una posición incómoda para la mano, pero la situación ameritaba pasar cualquier tipo de dificultad.
Uno de los detalles que hacían aumentar el deseo de mi parte era que Mafe había tomado el hábito de llevar depilada su vagina siempre. Como mucho se sentían esos bellitos nacientes, pero ahora era un área de acceso despejado.
Los movimientos de mi mano por sus piernas fueron lentos casi todo el tiempo, al fin y al cabo no había apuro alguno, tenía aproximadamente dos horas para divertirme. Las caricias sobre su vagina fueron más que todo superficiales, pues en esa posición era osado entrar con mis dedos y no lastimarla. De todas formas eso no limitó la excitación de Mafe, pues poco a poco empezó a alternar su pronunciada respiración con ocasionales suspiros.
Mafe era una chica de rápido humedecer, pero en esta ocasión sus fluidos no facilitaron el acceso de mis dedos, sino que terminaron siendo esparcidos por sus muslos.
Dudo que alguien haya notado lo que hacíamos, pues no había nadie relativamente cerca, aunque la marcada respiración de Mafe pudo habernos delatado.
La fuerte respiración de Mafe solo se vio interrumpida por su deseo de expresarme su apremiante necesidad de follar.
- Cuando lleguemos a casa tienes que hacérmelo, dijo en un leve susurro
- No puedo, ya sabes. A partir del jueves con mucho gusto bonita
- Lo que no puedes es dejarme iniciada
- No te preocupes, que yo termino el trabajo pero a mano
- ¿A lengua no?
“Shhhhhh”, se escuchó desde una de las filas de atrás. No volteamos a ver quién lo había hecho, no tenía mayor importancia
- Vámonos Mafe. Vamos a casa a rematar esto
- Dale, vamos
Nos levantamos de nuestros asientos a mitad de la función, sin remordimiento alguno, pues no había película en el mundo que pudiera igualar la satisfacción de una buena sesión masturbatoria. Para mí también era algo placentero, pues ver los gestos de goce de Mafe, oír sus jadeos y gemidos, y sentir su cuerpo expresarse era suficiente motivo.
El remate de la noche me tuvo a mí de rodillas en el piso y con la cumbamba una vez más recubierta de fluidos. No hubo penetración porque lograba ser muy disciplinado con la regla de la ausencia de orgasmos en días de entrenamiento, pero aguantarme teniendo la oportunidad era toda una tortura. Claro que tanto aguante hacia que los días permitidos follara con Mafe como si no hubiera mañana. De hecho eran jornadas maratónicas de sexo de jueves a domingo, que me hacían quedar seco y agotado.
La sesión masturbatoria de Khoobsurat solo fue una de tantas, memorable quizá por ser la primera vez que la consentía en un lugar público, pero lejos de ser la mejor de todas.
Como dije antes, fue algo que se nos volvió un vicio, y realmente hubo ocasiones para enmarcar.
Hubo una ocasión en que nos enviaron a un municipio cercano a negociar con un potencial cliente para la empresa. En el trabajo ignoraban que Mafe y yo éramos pareja, aunque notaban que había buena química entre nosotros, y a la hora de vender éramos casi infalibles cuando sumábamos esfuerzos. Por eso nos encomendaron esa vez esa tarea, pues se trataba de un cliente que no podía escapársele a la empresa, y nuestro jefe confiaba en que Mafe y yo éramos capaces de convencerle.
Teníamos que viajar a una ciudad situada a un par de horas de Bogotá, y como para la época ninguno de los dos tenía transporte propio, debíamos recurrir al tan resistido transporte público.
Yo era uno de aquellos que lo odiaba, pero esa vez no, esa vez lo disfruté. Abordamos el bus en una de las terminales satélite de la ciudad. Cuando lo hicimos estaba prácticamente vacío, pero a medida que fue avanzando, se fue llenando.
Nos hicimos en la última fila, en el asiento de atrás, concretamente en la esquina, Mafe junto a la ventana y yo evidentemente a su lado. Como era habitual en Mafe, ese día llevaba una falda de aquellas que le hacía lucir sus piernas completamente espectaculares. Con solo subir al bus imaginé lo que iba a terminar pasando minutos después.
Esta vez no empecé acariciando sus piernas, sino que me lancé a la yugular, me lancé a besar su cuello, sabiendo de sobra para ese entonces que esa era una de sus grandes debilidades. Su “excitómetro” pasaba de cero a cien con el primer beso en esa zona.
Como al comienzo estábamos solos, Mafe no le vio problema, de hecho fue ella quien complementó los besos por su cuello al tomar mi mano y dirigirla a sus piernas.
Yo llevaba un morral, el cual puse sobre mis piernas. Con esto lograba ocultar mi erección a la vez que imposibilitaba la visual de cualquiera que quisiera ponerse de mirón.
En lo que se pareció esta situación a la de Khoobsurat fue en la incomodidad de la posición, pues nuevamente estábamos de forma colindante. Pero eso no iba a ser impedimento para disfrutar de la hambrienta vagina de Mafe, a la vez que ella disfrutaba de mis caricias, que cada vez se volvían más precisas y diría que hasta sofisticadas.
Para ese entonces me daba el lujo de encontrar el clítoris de Mafe en cuestión de segundos sin necesidad de mirar. Tenía en mi cabeza todo un mapa mental de la vagina de Mafe y sus recovecos.
Lo que quizá pudo habernos puesto en evidencia esa vez fueron los apasionados besos que nos dimos, aunque esto no teníamos por qué esconderlo. Y es que era inevitable besarla, no solo por el deseo que me surgía de hacerlo, sino porque esa era la forma de ahogar posibles gemidos involuntarios.
Esa vez la excitación de Mafe fue tan notoria y diciente, que no solo mi mano quedo recubierta de sus fluidos, sino que también un poco el asiento, pero fue algo que noté solo cuando nos íbamos a bajar del bus.
Debo admitir que fue una época en la que desarrollé la mal vista costumbre de olerme los dedos, pero era inevitable para mí, pues el olor a coño de Mafe me resultaba encantador, diría que incluso inspirador.
Para ese entonces creo que había quedado atrás mi intención de percibirla como una pareja de sexo ocasional, para ese momento era evidente que me había enamorado de Mafe.
Era algo que me inquietaba un poco porque lo percibía como el fin de mi libertad, pero a lo que no podía negarme por tan poca cosa, al fin y al cabo era algo que yo directa o indirectamente fui buscando, y que ella correspondía con dulzura y con gran complacencia a mis deseos.
Mientras que con una mano palpaba su pubis y esparcía sus fluidos por toda la zona, con la otra la tomaba ocasionalmente de la mejilla para poder besarla, para luego decirle cosas al oído. Para esa época Mafe ya me había revelado su gusto de que le hablara sucio, pero no era ese el escenario ideal para decirle guarradas, así que preferí llenarla de “te amo, eres preciosa, te deseo, etcétera”.
Como bien comenté más de una vez, la posición no me favorecía para introducir mis dedos, pero Mafe se dejó llevar tanto que terminó guiando con una de sus manos el camino que debía seguir la mía para consentirla sin llegar a lastimarla.
De todas formas la sesión masturbatoria del bus terminaría siendo una mala idea, básicamente porque al descender de este, los dos llevábamos un calentón casi que incontrolable, con toda una jornada laboral por delante. El viaje de regreso pudo haberse prestado para lo mismo, pero el cansancio nos venció, y yo preferí dejar que durmiera sobre mi hombro mientras yo acariciaba su pelo con delicadeza.
Luego habría otras ocasiones de tocamientos memorables. Estuvo por ejemplo aquella vez de la comida de “Piti”. “Piti” era su mejor amiga, que en realidad se llama Tatiana. Eran íntimas, pero la vida laboral las había distanciado, como a todo mundo, aunque un par de veces al año se citaban para adelantar agenda y ponerse al día. Una de esas fue en mi presencia, pues Mafe estaba ansiosa de presentarme con orgullo como su novio, esperando recibir la bendición de su amiga.
En la antesala yo tuve cierta desconfianza, pues habitualmente la mejor amiga sirve para malmeter y llenar de prejuicios y dudas a las parejas. Pero Tatiana no era así, de hecho era una chica muy agradable, muy simpática, además de ser muy atractiva.
Tatiana tenía operados sus senos, y vaya gran trabajo que hizo el cirujano, pues estos eran pechos de admirar, no eran exageradamente grandes, ni de aquellos que quedan con un pezón mirando hacia arriba y el otro hacia abajo (no puedo constatarlo pero muchas veces eso se nota incluso con ropa encima), eran sencillamente perfectos, lucían tersos, suaves y provocativos en ese escote por el que asomaban.
Obviamente yo hice esta apreciación con el disimulo que requería el caso. Tampoco esperaba un reproche por parte de Mafe por haberle visto los senos a su amiga, era imposible no hacerlo con el escote que llevaba. De hecho, pudo haber sido esto el detonante para emprender una nueva sesión masturbatoria con Mafe en esta cena de reencuentro con su mejor amiga.
Claro que esta fue algo mucho más corta y superficial, pues Tatiana podía notarlo todo con gran facilidad, y no era esa la imagen que Mafe quería dejarle a su gran amiga. Incluso aún me pregunto si esta se puede contar como sesión o aventura masturbatoria, pues fue más un juego de caricias sobre sus piernas que otra cosa. Lo cierto es que posterior al encuentro, Mafe y yo rematamos la velada con un buen polvo.
Masturbar a Mafe se nos convirtió en vicio a los dos, ella era adicta a mis caricias, a mi lengua sobre su pubis, a mis besos y a mis palabras, y yo a sus muestras de placer, así como al olor y al sabor de sus fluidos.
Fueron tantas veces que es difícil encontrar un encuentro superlativo a los demás. Hubo de todo, alguna vez en una piscina, con una posterior infección de su zona íntima, lo que a la vez nos dio la lección de no hacerlo en una piscina nunca más; alguna otra ocasión en la oficina, en extrahorario, con el morbo que nos generaba el riesgo de poder ser descubiertos; y una infinidad de veces al interior de su casa como de la mía.
Y si bien es difícil escoger una vez como la más placentera, hubo una ocasión que por lo menos fue la más excitante para mí. Ocurrió en esos días en que Mafe empezaba a incursionar en el negocio multinivel de venta de suplementos dietarios.
Fue un martes. Lo recuerdo a la perfección porque ese día me encontraba viendo un partido entre el Chelsea y el Liverpool, que iba terminar siendo un empate a cuatro, y que yo iba a dejar de ver a pesar de lo interesante del juego, pues la tentación me venció. Aunque hoy debo decir que no me arrepiento de nada-
Mafe charlaba por videollamada con su superior en el negocio multinivel, acordando seguramente los pasos a seguir para cerrar una venta de los suplementos, para crear una red de clientes, y las estrategias de promoción de los productos.
La vi allí sentada frente a la pantalla del PC, tan concentrada que quise sorprenderla. Me fui gateando en competo sigilo hasta meterme bajo el escritorio. Luego, casi que de la nada, aparecí allí arrodillado, con mi cara a la altura de su pubis.
Quise ser tierno al aparecer allí, así que la saludé besando tímidamente sus rodillas. Ella apenas sonrió y continuó charlando con su interlocutor. Con delicadeza separé sus piernas y empecé a acariciar la cara interna de sus muslos para posteriormente pasar a una zona más profunda de su entrepierna.
Poco a poco empecé a deslizar mi lengua por sus muslos, con rumbo final a su jugosa vagina. Mafe apretó mi cabeza fuertemente con sus piernas, como evitando que yo fuera a retirarla, aunque igualmente me impidió acercarme a mi objetivo final. No me quedó más opción que empezar a pasear mis manos por sobre sus piernas, por sus caderas y por su abdomen, de forma momentánea, mientras Mafe daba el visto bueno a la avanzada de mi lengua hacia su coño.
No tardó mucho en ceder. Su comunicación siguió adelante, pues los asuntos que tenía por resolver parecían ser inaplazables, aunque igualmente inaplazable fue su libidinosidad.
Para esa época conocía prácticamente todos los secretos del placer de Mafe, sabía cómo, cuándo, dónde y hacia dónde mover mi lengua y mis dedos para conseguir el delirio de Mafe.
Ella había evolucionado mucho desde aquella chica tímida y temerosa del sexo, ahora no tenía reparo alguno en dejar caer sus fluidos sobre mi cara y sobre cualquiera que fuera la superficie donde estuviera sentada o apoyada. De hecho, una costumbre de nuestras sesiones masturbatorias fue encontrarnos un pequeño charco o mancha al final de la sesión.
Era algo revelador, pues evidenciaba que aquella invitación a ser libre y disfrutar que le hice en nuestros comienzos, había hecho mella. A mí me parecía algo excitante y de alguna manera conmovedor, pues lo entendía como una reacción ciertamente involuntaria o incontenible. Pero también fue algo que nos causó un inconveniente, realmente menor e intrascendente, consistente en que la pequeña mancha decoloraba la tela. Tanto sus sábanas, sillones, alfombras, cojines, como los míos, fueron decolorando por esta costumbre, lo que nos llevó a tener que invertir en renovar todos estos accesorios y mobiliario. Claro que como dije antes, era un inconveniente irrelevante, pues ni ella ni yo vivíamos con alguien que nos fuera hacer reproches por aquellas manchitas.
El paseo de mi lengua por sobre su clítoris causó el efecto deseado, su respiración fue agitándose y haciéndose más notoria, a tal punto que su interlocutor le preguntó si se encontraba bien, a lo que Mafe respondió que no del todo, pues unos supuestos cólicos le estaban haciendo pasar un mal rato.
- Si quieres reanudamos mañana, dije el sujeto al otro lado de la pantalla
- No, dale, sigamos, y si no lo soporto te lo aviso para que continuemos otro día
Yo mientras tanto sonreía al escucharla inventar pretextos para ocultar lo que realmente estaba viviendo. Era una sonrisa auténtica, de extremo a extremo, no solo por lo que mis oídos escuchaban, sino por estar una vez más frente a tan exquisita vagina.
Me ayudaba con mis manos para acariciar su cuerpo, y parecían haberse multiplicado, pues tuve gran agilidad para pasearlas por su espalda, nalgas, piernas, abdomen, cintura, caderas, y obviamente su vagina.
Desafortunadamente para Mafe su respiración fue mutando en jadeos involuntarios y casi que inocultables, por lo que pidió a su supervisor aplazar definitivamente la conversación
Apenas se cortó la comunicación, Mafe me agarró fuerte del pelo y me hizo poner de pie para besarme, sin importarle si quiera un poco el intenso sabor a coño que emanaba de mi boca.
Luego me ordenó agacharme y continuar el trabajo que no había terminado. Me sumergí de nuevo entre su vagina mientras ella me abrazaba con sus muslos. La “técnica del gancho” con los dedos al interior de su vagina había sido perfeccionada, pues para ese momento encontraba con facilidad esa superficie corrugada al interior de su coño, que funciona como botón de encendido para el orgasmo. Mafe fue pasando rápidamente de los jadeos a los gemidos, y la presión que ejercía con sus manos sobre mi cabeza, empujándola contra su vagina, era cada vez más fuerte; parecía como si quisiera introducir mi cabeza en su coño.
Fue tal el delirio de aquella ocasión, que sus fluidos no salieron poco a poco para ir deslizándose por mi mentón, sino que fueron expulsados a presión, chocando contra mi cara, dejándola cubierta prácticamente por completo. Yo iba a tener desquite en relaciones posteriores, pues me iba a dar el gusto de descargarme sobre su rostro, aunque Mafe prefería que fuera en su interior, claro que ya habrá momento para ahondar sobre ello.
Capítulo 7: Rueguen por nosotros los pecadores
Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas...
Ya en soledad, en mi casa, pensando en el inicio de una nueva semana, me sentía agotado, exprimido, sin ganas de volver a follar jamás, pero un buen descanso y una alimentación correcta lograrían que mi deseo sexual volviera a la normalidad en cuestión de horas.
Mafe se tomó muy en serio lo de entrenar, no fallaba nunca; todos los días estaba ahí, lista para ejercitarse siempre al terminar la jornada laboral. Con el transcurrir de unas semanas el cambio era evidente, su abdomen ahora estaba más plano y tonificado. Sus piernas eran un poco más delgadas y definidas, y sus nalgas ya no eran flácidas ni temblorosas.
Sinceramente, me parece que fue un cambio para mal, porque a mí me atraía muchísimo más su versión más maciza, esa que la había llenado de complejos e inseguridades y que la había llevado a entrenarse conmigo, pero ella se sentía feliz y conforme con lo logrado. Tanto así que, meses después, terminó renunciando a su trabajo para dedicarse a vender productos de una de estas empresas multinivel relacionadas al bienestar físico.
Ella había cambiado drásticamente, y no solo físicamente, pues de la chica tímida que había empezado a entrenar conmigo unos días atrás, no quedaba nada. Sus insinuaciones hacia mí eran frecuentes, tanto en horario laboral como a la hora de ejercitarnos. Yo me llenaba de fuerza de voluntad para no romper con la regla de la abstinencia durante los días de rutinas de levantamiento de peso. También hacía un enorme esfuerzo mental para no enamorarme de Mafe, quería seguir percibiéndola como solo sexo. Pero tanto encuentro íntimo hace que surjan sentimientos.
Y fue algo que a la larga no terminó incomodándome, pues Mafe cambió drásticamente. Su devoción no desapareció, pero si se debilitó ciertamente para complacer caprichos míos. Eso para mí era un gesto supremamente valioso, pues era verla renunciar a su gran motivación espiritual solo para compartir conmigo.
Y hubo un gusto que los dos fuimos adquiriendo y que luego se nos convirtió en vicio: La masturbación. Claro que solo en un sentido, de mí hacia ella. No porque yo no deseara que ella me masturbara, alguna vez se iba a dar, pero yo sinceramente prefería no malgastar la energía que implica el orgasmo; si lo iba a hacer, era preferible que fuera con un buen polvo y no con una paja, por más que fueran las suaves y delicadas manos de Mafe las que me la brindaran.
Masturbarla fue un hábito que se nos fue convirtiendo en adicción. Su clase magistral de tocamiento me llenó de deseos de practicar, y entendí que cualquier situación, lugar y horario era perfecto para hacerlo.
Una de las primeras veces que pasó fue en una sala de cine. No fue algo planeado, o por lo menos no del todo. En esa época estaba por estrenar una cinta llamada Khoobsurat, que tenía a la expectativa a Mafe y diría que casi al borde de un ataque de ansiedad. Yo nunca he sido muy cercano al cine, de hecho siempre he sido más bien reacio a permanecer frente a una pantalla por más de dos horas. Pero en esa época quería complacer a Mafe en todo sentido, y si a ella le entusiasmaba ir a ver esa película, yo estaba dispuesto a cumplir ese deseo.
Claro que la situación cambió apenas llegué a recogerla. Esa noche Mafe usó un vestido que hacía exaltar sus piernas. Yo quedé deslumbrado, y ciertamente antojado, con solo mirarla. Esto fue un día entre semana, por lo que iba a ser imposible follar con ella a menos de que quisiera romper con mi regla de cero orgasmos durante los días de entrenamiento con peso.
Toda la sensualidad de Mafe quedó escondida bajo un largo gabán que utilizó como complemento a su sensual vestido. Solo yo sabía que había bajo el gabán, y camino a la sala de cine no pude dejar de pensar en sus espectaculares piernas y en el tesoro que se esconde entre ellas.
Una vez tomamos asiento, Mafe se puso cómoda, desabrochó su gabán, aunque no se lo quitó, solo lo dejó abierto para no sofocarse por el calor. Y mientras disfrutaba de unos snacks en los prolegómenos de la película, yo no podía dejar de fijarme en sus piernas, tan blancas, tan delicadas, tan bien contorneadas, tan perfectas y provocativas como siempre.
Dejé que terminara de comer y luego le permití sumergirse en la trama de la película, para luego empezar a distraerla con unos ligeros tocamientos por la cara interna de sus muslos.
Ella se sorprendió, pues seguramente no se lo esperaba, o quizá porque estaba muy concentrada con la película. De todas formas no se molestó ni me hizo reproche alguno. Yo empecé a arrastrar mis uñas suave y lentamente por las carnes blandas de la cara interna de sus muslos, una y otra vez, de arriba abajo y viceversa.
Poco a poco el ritmo de su respiración fue cambiando, lo noté con cierta facilidad, y esto fue guiño suficiente para continuar con mi lujurioso juego. La fila en la que nos sentamos estaba prácticamente vacía, de hecho la sala entera tenía muy poca gente. Posiblemente porque era una película muy desconocida o quizá porque fuimos a la función de las 11:00 pm. Lo cierto es que eso jugó a mi favor, pues me sentí cómodo para continuar, casi con la certeza de que no iba a ser descubierto.
Mis tocamientos entre sus piernas fueron acompañados de pequeños besos por su cuello y ocasionales mordiscos en uno de sus lóbulos. El calor que empezó a emanar de su zona íntima fue la confirmación que necesitaba para seguir adelante con mis caricias entre sus piernas.
Llegar a su vagina estando sentado de forma colindante implicaba una posición incómoda para la mano, pero la situación ameritaba pasar cualquier tipo de dificultad.
Uno de los detalles que hacían aumentar el deseo de mi parte era que Mafe había tomado el hábito de llevar depilada su vagina siempre. Como mucho se sentían esos bellitos nacientes, pero ahora era un área de acceso despejado.
Los movimientos de mi mano por sus piernas fueron lentos casi todo el tiempo, al fin y al cabo no había apuro alguno, tenía aproximadamente dos horas para divertirme. Las caricias sobre su vagina fueron más que todo superficiales, pues en esa posición era osado entrar con mis dedos y no lastimarla. De todas formas eso no limitó la excitación de Mafe, pues poco a poco empezó a alternar su pronunciada respiración con ocasionales suspiros.
Mafe era una chica de rápido humedecer, pero en esta ocasión sus fluidos no facilitaron el acceso de mis dedos, sino que terminaron siendo esparcidos por sus muslos.
Dudo que alguien haya notado lo que hacíamos, pues no había nadie relativamente cerca, aunque la marcada respiración de Mafe pudo habernos delatado.
La fuerte respiración de Mafe solo se vio interrumpida por su deseo de expresarme su apremiante necesidad de follar.
- Cuando lleguemos a casa tienes que hacérmelo, dijo en un leve susurro
- No puedo, ya sabes. A partir del jueves con mucho gusto bonita
- Lo que no puedes es dejarme iniciada
- No te preocupes, que yo termino el trabajo pero a mano
- ¿A lengua no?
“Shhhhhh”, se escuchó desde una de las filas de atrás. No volteamos a ver quién lo había hecho, no tenía mayor importancia
- Vámonos Mafe. Vamos a casa a rematar esto
- Dale, vamos
Nos levantamos de nuestros asientos a mitad de la función, sin remordimiento alguno, pues no había película en el mundo que pudiera igualar la satisfacción de una buena sesión masturbatoria. Para mí también era algo placentero, pues ver los gestos de goce de Mafe, oír sus jadeos y gemidos, y sentir su cuerpo expresarse era suficiente motivo.
El remate de la noche me tuvo a mí de rodillas en el piso y con la cumbamba una vez más recubierta de fluidos. No hubo penetración porque lograba ser muy disciplinado con la regla de la ausencia de orgasmos en días de entrenamiento, pero aguantarme teniendo la oportunidad era toda una tortura. Claro que tanto aguante hacia que los días permitidos follara con Mafe como si no hubiera mañana. De hecho eran jornadas maratónicas de sexo de jueves a domingo, que me hacían quedar seco y agotado.
La sesión masturbatoria de Khoobsurat solo fue una de tantas, memorable quizá por ser la primera vez que la consentía en un lugar público, pero lejos de ser la mejor de todas.
Como dije antes, fue algo que se nos volvió un vicio, y realmente hubo ocasiones para enmarcar.
Hubo una ocasión en que nos enviaron a un municipio cercano a negociar con un potencial cliente para la empresa. En el trabajo ignoraban que Mafe y yo éramos pareja, aunque notaban que había buena química entre nosotros, y a la hora de vender éramos casi infalibles cuando sumábamos esfuerzos. Por eso nos encomendaron esa vez esa tarea, pues se trataba de un cliente que no podía escapársele a la empresa, y nuestro jefe confiaba en que Mafe y yo éramos capaces de convencerle.
Teníamos que viajar a una ciudad situada a un par de horas de Bogotá, y como para la época ninguno de los dos tenía transporte propio, debíamos recurrir al tan resistido transporte público.
Yo era uno de aquellos que lo odiaba, pero esa vez no, esa vez lo disfruté. Abordamos el bus en una de las terminales satélite de la ciudad. Cuando lo hicimos estaba prácticamente vacío, pero a medida que fue avanzando, se fue llenando.
Nos hicimos en la última fila, en el asiento de atrás, concretamente en la esquina, Mafe junto a la ventana y yo evidentemente a su lado. Como era habitual en Mafe, ese día llevaba una falda de aquellas que le hacía lucir sus piernas completamente espectaculares. Con solo subir al bus imaginé lo que iba a terminar pasando minutos después.
Esta vez no empecé acariciando sus piernas, sino que me lancé a la yugular, me lancé a besar su cuello, sabiendo de sobra para ese entonces que esa era una de sus grandes debilidades. Su “excitómetro” pasaba de cero a cien con el primer beso en esa zona.
Como al comienzo estábamos solos, Mafe no le vio problema, de hecho fue ella quien complementó los besos por su cuello al tomar mi mano y dirigirla a sus piernas.
Yo llevaba un morral, el cual puse sobre mis piernas. Con esto lograba ocultar mi erección a la vez que imposibilitaba la visual de cualquiera que quisiera ponerse de mirón.
En lo que se pareció esta situación a la de Khoobsurat fue en la incomodidad de la posición, pues nuevamente estábamos de forma colindante. Pero eso no iba a ser impedimento para disfrutar de la hambrienta vagina de Mafe, a la vez que ella disfrutaba de mis caricias, que cada vez se volvían más precisas y diría que hasta sofisticadas.
Para ese entonces me daba el lujo de encontrar el clítoris de Mafe en cuestión de segundos sin necesidad de mirar. Tenía en mi cabeza todo un mapa mental de la vagina de Mafe y sus recovecos.
Lo que quizá pudo habernos puesto en evidencia esa vez fueron los apasionados besos que nos dimos, aunque esto no teníamos por qué esconderlo. Y es que era inevitable besarla, no solo por el deseo que me surgía de hacerlo, sino porque esa era la forma de ahogar posibles gemidos involuntarios.
Esa vez la excitación de Mafe fue tan notoria y diciente, que no solo mi mano quedo recubierta de sus fluidos, sino que también un poco el asiento, pero fue algo que noté solo cuando nos íbamos a bajar del bus.
Debo admitir que fue una época en la que desarrollé la mal vista costumbre de olerme los dedos, pero era inevitable para mí, pues el olor a coño de Mafe me resultaba encantador, diría que incluso inspirador.
Para ese entonces creo que había quedado atrás mi intención de percibirla como una pareja de sexo ocasional, para ese momento era evidente que me había enamorado de Mafe.
Era algo que me inquietaba un poco porque lo percibía como el fin de mi libertad, pero a lo que no podía negarme por tan poca cosa, al fin y al cabo era algo que yo directa o indirectamente fui buscando, y que ella correspondía con dulzura y con gran complacencia a mis deseos.
Mientras que con una mano palpaba su pubis y esparcía sus fluidos por toda la zona, con la otra la tomaba ocasionalmente de la mejilla para poder besarla, para luego decirle cosas al oído. Para esa época Mafe ya me había revelado su gusto de que le hablara sucio, pero no era ese el escenario ideal para decirle guarradas, así que preferí llenarla de “te amo, eres preciosa, te deseo, etcétera”.
Como bien comenté más de una vez, la posición no me favorecía para introducir mis dedos, pero Mafe se dejó llevar tanto que terminó guiando con una de sus manos el camino que debía seguir la mía para consentirla sin llegar a lastimarla.
De todas formas la sesión masturbatoria del bus terminaría siendo una mala idea, básicamente porque al descender de este, los dos llevábamos un calentón casi que incontrolable, con toda una jornada laboral por delante. El viaje de regreso pudo haberse prestado para lo mismo, pero el cansancio nos venció, y yo preferí dejar que durmiera sobre mi hombro mientras yo acariciaba su pelo con delicadeza.
Luego habría otras ocasiones de tocamientos memorables. Estuvo por ejemplo aquella vez de la comida de “Piti”. “Piti” era su mejor amiga, que en realidad se llama Tatiana. Eran íntimas, pero la vida laboral las había distanciado, como a todo mundo, aunque un par de veces al año se citaban para adelantar agenda y ponerse al día. Una de esas fue en mi presencia, pues Mafe estaba ansiosa de presentarme con orgullo como su novio, esperando recibir la bendición de su amiga.
En la antesala yo tuve cierta desconfianza, pues habitualmente la mejor amiga sirve para malmeter y llenar de prejuicios y dudas a las parejas. Pero Tatiana no era así, de hecho era una chica muy agradable, muy simpática, además de ser muy atractiva.
Tatiana tenía operados sus senos, y vaya gran trabajo que hizo el cirujano, pues estos eran pechos de admirar, no eran exageradamente grandes, ni de aquellos que quedan con un pezón mirando hacia arriba y el otro hacia abajo (no puedo constatarlo pero muchas veces eso se nota incluso con ropa encima), eran sencillamente perfectos, lucían tersos, suaves y provocativos en ese escote por el que asomaban.
Obviamente yo hice esta apreciación con el disimulo que requería el caso. Tampoco esperaba un reproche por parte de Mafe por haberle visto los senos a su amiga, era imposible no hacerlo con el escote que llevaba. De hecho, pudo haber sido esto el detonante para emprender una nueva sesión masturbatoria con Mafe en esta cena de reencuentro con su mejor amiga.
Claro que esta fue algo mucho más corta y superficial, pues Tatiana podía notarlo todo con gran facilidad, y no era esa la imagen que Mafe quería dejarle a su gran amiga. Incluso aún me pregunto si esta se puede contar como sesión o aventura masturbatoria, pues fue más un juego de caricias sobre sus piernas que otra cosa. Lo cierto es que posterior al encuentro, Mafe y yo rematamos la velada con un buen polvo.
Masturbar a Mafe se nos convirtió en vicio a los dos, ella era adicta a mis caricias, a mi lengua sobre su pubis, a mis besos y a mis palabras, y yo a sus muestras de placer, así como al olor y al sabor de sus fluidos.
Fueron tantas veces que es difícil encontrar un encuentro superlativo a los demás. Hubo de todo, alguna vez en una piscina, con una posterior infección de su zona íntima, lo que a la vez nos dio la lección de no hacerlo en una piscina nunca más; alguna otra ocasión en la oficina, en extrahorario, con el morbo que nos generaba el riesgo de poder ser descubiertos; y una infinidad de veces al interior de su casa como de la mía.
Y si bien es difícil escoger una vez como la más placentera, hubo una ocasión que por lo menos fue la más excitante para mí. Ocurrió en esos días en que Mafe empezaba a incursionar en el negocio multinivel de venta de suplementos dietarios.
Fue un martes. Lo recuerdo a la perfección porque ese día me encontraba viendo un partido entre el Chelsea y el Liverpool, que iba terminar siendo un empate a cuatro, y que yo iba a dejar de ver a pesar de lo interesante del juego, pues la tentación me venció. Aunque hoy debo decir que no me arrepiento de nada-
Mafe charlaba por videollamada con su superior en el negocio multinivel, acordando seguramente los pasos a seguir para cerrar una venta de los suplementos, para crear una red de clientes, y las estrategias de promoción de los productos.
La vi allí sentada frente a la pantalla del PC, tan concentrada que quise sorprenderla. Me fui gateando en competo sigilo hasta meterme bajo el escritorio. Luego, casi que de la nada, aparecí allí arrodillado, con mi cara a la altura de su pubis.
Quise ser tierno al aparecer allí, así que la saludé besando tímidamente sus rodillas. Ella apenas sonrió y continuó charlando con su interlocutor. Con delicadeza separé sus piernas y empecé a acariciar la cara interna de sus muslos para posteriormente pasar a una zona más profunda de su entrepierna.
Poco a poco empecé a deslizar mi lengua por sus muslos, con rumbo final a su jugosa vagina. Mafe apretó mi cabeza fuertemente con sus piernas, como evitando que yo fuera a retirarla, aunque igualmente me impidió acercarme a mi objetivo final. No me quedó más opción que empezar a pasear mis manos por sobre sus piernas, por sus caderas y por su abdomen, de forma momentánea, mientras Mafe daba el visto bueno a la avanzada de mi lengua hacia su coño.
No tardó mucho en ceder. Su comunicación siguió adelante, pues los asuntos que tenía por resolver parecían ser inaplazables, aunque igualmente inaplazable fue su libidinosidad.
Para esa época conocía prácticamente todos los secretos del placer de Mafe, sabía cómo, cuándo, dónde y hacia dónde mover mi lengua y mis dedos para conseguir el delirio de Mafe.
Ella había evolucionado mucho desde aquella chica tímida y temerosa del sexo, ahora no tenía reparo alguno en dejar caer sus fluidos sobre mi cara y sobre cualquiera que fuera la superficie donde estuviera sentada o apoyada. De hecho, una costumbre de nuestras sesiones masturbatorias fue encontrarnos un pequeño charco o mancha al final de la sesión.
Era algo revelador, pues evidenciaba que aquella invitación a ser libre y disfrutar que le hice en nuestros comienzos, había hecho mella. A mí me parecía algo excitante y de alguna manera conmovedor, pues lo entendía como una reacción ciertamente involuntaria o incontenible. Pero también fue algo que nos causó un inconveniente, realmente menor e intrascendente, consistente en que la pequeña mancha decoloraba la tela. Tanto sus sábanas, sillones, alfombras, cojines, como los míos, fueron decolorando por esta costumbre, lo que nos llevó a tener que invertir en renovar todos estos accesorios y mobiliario. Claro que como dije antes, era un inconveniente irrelevante, pues ni ella ni yo vivíamos con alguien que nos fuera hacer reproches por aquellas manchitas.
El paseo de mi lengua por sobre su clítoris causó el efecto deseado, su respiración fue agitándose y haciéndose más notoria, a tal punto que su interlocutor le preguntó si se encontraba bien, a lo que Mafe respondió que no del todo, pues unos supuestos cólicos le estaban haciendo pasar un mal rato.
- Si quieres reanudamos mañana, dije el sujeto al otro lado de la pantalla
- No, dale, sigamos, y si no lo soporto te lo aviso para que continuemos otro día
Yo mientras tanto sonreía al escucharla inventar pretextos para ocultar lo que realmente estaba viviendo. Era una sonrisa auténtica, de extremo a extremo, no solo por lo que mis oídos escuchaban, sino por estar una vez más frente a tan exquisita vagina.
Me ayudaba con mis manos para acariciar su cuerpo, y parecían haberse multiplicado, pues tuve gran agilidad para pasearlas por su espalda, nalgas, piernas, abdomen, cintura, caderas, y obviamente su vagina.
Desafortunadamente para Mafe su respiración fue mutando en jadeos involuntarios y casi que inocultables, por lo que pidió a su supervisor aplazar definitivamente la conversación
Apenas se cortó la comunicación, Mafe me agarró fuerte del pelo y me hizo poner de pie para besarme, sin importarle si quiera un poco el intenso sabor a coño que emanaba de mi boca.
Luego me ordenó agacharme y continuar el trabajo que no había terminado. Me sumergí de nuevo entre su vagina mientras ella me abrazaba con sus muslos. La “técnica del gancho” con los dedos al interior de su vagina había sido perfeccionada, pues para ese momento encontraba con facilidad esa superficie corrugada al interior de su coño, que funciona como botón de encendido para el orgasmo. Mafe fue pasando rápidamente de los jadeos a los gemidos, y la presión que ejercía con sus manos sobre mi cabeza, empujándola contra su vagina, era cada vez más fuerte; parecía como si quisiera introducir mi cabeza en su coño.
Fue tal el delirio de aquella ocasión, que sus fluidos no salieron poco a poco para ir deslizándose por mi mentón, sino que fueron expulsados a presión, chocando contra mi cara, dejándola cubierta prácticamente por completo. Yo iba a tener desquite en relaciones posteriores, pues me iba a dar el gusto de descargarme sobre su rostro, aunque Mafe prefería que fuera en su interior, claro que ya habrá momento para ahondar sobre ello.
Capítulo 7: Rueguen por nosotros los pecadores
Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas...
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@felodel2016
1 comentarios - Diario de una puritana (Capítulo 6)