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Como empezó mi vida de amo (3)

Los días siguientes fueron un autentico desmadre por nuestra parte. Follababamos como animales a la mínima. Irene, por su parte, se había acostumbrado a la casa y ya sabía donde estaba cada cosa y como me gustaba que estuviese la casa.
Se ocupaba de practicamente todo: la colada, limpiar, cocinar, tener la despensa llena, incluso me ponía bien la corbata y, despues de todo, tenía ganas para follar cuando se lo pedía.
Pasaron los días y dieron paso a las semanas. Con el avance del tiempo mi humor fue bajando a pasos agigantados por culpa del proyecto de la empresa. Pero, para explicar esto, primero debo describir a los que en estos momentos eran mis compañeros de grupo y mi "relacion" con ellos.
No es un secreto en el departamento que nuestro grupo no es un grupo unido. Cuando yo llegue a este puesto, hace poco más de un año, fue un duro golpe para el resto de integrantes del mismo y mi actual jefe. Todos esperaban que un amigo en común fuese el que viniese a ocupar el puesto, pero, en vez de eso, me llamaron a mí.
Así que nuestro trabajo en equipo se basa en intentar que yo cometa errores con el objetivo de que me despidan o, al menos me cambien de departamento, para poder traer a su amigo.
El proyecto es dirigido (a grandes rasgos) por nuestro jefe de departamento, cuya política se basa en aceptar sin cuestionar todo lo que dice el resto de mi equipo y rechazar, por muy buenas ideas que sean, lo que yo digo.
Todo esto llevó al principal problema del proyecto: el mediocre software que mi equipo quería desarrollar para el móvil. Desde el primer momento me dí cuenta de lo dificil que era desarrollar ese software, lo caro que sería y las deficiencias que claramente tendría. Intente explicárselo al resto de mi equipo y a mi jefe, pero su reacción fue tajante: estaba intentando sabotear su gran obra.
Estando como estaban las cosas no me quedo más remedio que presentar una queja formal por escrito explicando mi punto de vista para intentar, si todo salía como pensaba que iba a salir, salvar el pellejo.
Finalmente el proyecto siguió adelante. Y, como esperaba, cuando salió al mercado fue un auténtico desastre. Sabía que rodarían cabezas pero esperaba estar seguro gracias a mi queja formal. Por eso no esperaba lo que paso en la reunión de grupo posterior.
Estabamos en la sala de reuniones más grande unas cincuenta personas y cuatro jefe de departamentos. Todos los de esta sucursal que habíamos trabajado en el móvil. Tras esperar unos minutos apareció el jefe del sector (el jefe de mi jefe) con cara de querer asesinar a alguien.
Durante casi una hora cargo contra nuestra ineptitud, nuestra falta de motivación y nuestras habilidades individuales y colectivas. Despues pidió a los jefes de departamento que hicieran una valoración del trabajo de sus empleados. La mayoría intentó defender como pudo a su gente. Salvo el mio que, desde el primer momento, lanzó una campaña contra mí.
Criticando mi espiritu en equipo y diciendo que el gran fallo del proyecto fue que en ningún momento estaba dispuesto a trabajar con el resto de mis compañeros y saboteé el proyecto. Intenté defenderme, claro esta, haciendo referencia a mi queja formal. Pero, al parecer, esta había desaparecido y no había registros sobre ella.
El Jefe del Sector, el Señor Montalban, dijo que tomaría en cuenta todo lo que había escuchado para tomar una decisión sobre si despedir a alguien o no por el desastre. Terminando con esta frase:
—Pero puedo asegurar que todos aquellos que no saben trabajar en equipo y solo sirven para provocar la discordia en la empresa. Tienen sus días contados. —En clara referencia a mí.
Salí de la reunión con el ánimo hundido. Mientras que mis compañeros de equipo, los verdaderos responsables del desastre salían felices y contentos porque parecía que por fin se iban a librar de mí.
Cuando llegué a casa Irene rápidamente se dió cuenta de que algo no andaba bien. Pero no se atrevió a preguntar, por lo que se dedicó a aumentar el nivel de cariño y el de dulzura con el que me trataba. Llegando incluso a obsequiarme con un polvo en la ducha que serviría para enamorar a cualquiera. Pero mi ánimo no mejoró. Y no lo hizó hasta que recibí una llamada al móvil. Al principio dude de cogerlo, pero lo acabe haciendo.
—¿Diga?
—¿Victor? —Preguntó una voz que reconocí al instante— Soy Manuel. ¿Estas ocupado?
—No. ¿Necesita ayuda?
—Pues sí. La verdad. Se nos han pinchado tanto la rueda normal como la de repuesto y estamos relativamente cerca de tu casa. ¿Podrías venir a recogernos?
—Claro. Digame donde estáis y ahora mismo voy.
Me dió la dirección y me vestí.
—¿Qué ha pasado, Señor? —Preguntó Irene con preocupación.
—Manuel, que ha tenido un problema en la carretera y quiere que vaya a ayudarle —Miré el reloj— Cuando llegué sera tarde, puedes cenar si quieres. Invitare a Manuel y a quien quiera que este con el a pasar la noche aquí. Si acepta, debes servirle a él como si fuese yo. Pero ante cualquier órden u ofrecimiento que te haga que se vaya de la normalidad, eres libre de decidir si hacerlo o no. Salvo que yo refrende lo que él diga. ¿Entiendes?
Ella asintió. Me despedí y me fuí a buscarle. Tarde casi una hora en llegar. Tras ayudarle a cambiar la rueda me presentó a sus acompañantes. Eran un chico y una chica, ambos esclavos. Le ofrecí pasar la noche en mi casa, pues ya eran casi las doce de la noche. El acepto y se subió a mi coche, mientras ordeno a los esclavos seguirles en el otro.
De camino a casa estuvimos hablando.
—Manuel, no crea que no me he fijado en los moratones de la chica. ¿Se puede saber que ha pasado?¿No me habrás metido en nada ilegal no?
El hombre bufó, cansado.
—No, tranquilo. Esa hija de puta es Yolanda. Una de mis esclavas, ha sido pillada robando a su amo, uno de mis más antiguos clientes. Y tiene que ser castigada. Mi reputación esta en juego.
—¿Y ya lo has hecho?
—Solo un escarmiento rápido en casa de su amo. Me la llevaré unos días, puede que una semana. Para recordarle cual es su lugar tras el contrato que firmó. Del que ya no tiene escapatoría, pues es una ladrona y tenemos pruebas.
—Eso me suena a chantaje.
—Nadie la ha obligado a robar. La he proporcionado casa, alimento y ropa. Y así me lo paga —Me miró pensativo— ¿Has visto alguna vez una sesión de castigo sadomasoquista en vivo? —Negué con la cabeza— Pues si me lo permites, podría hacerlo en tú casa. Así disfrutarías por tenernos aquí.
Lo pensé un momento.
—Mi casa no esta insonorizada ni nada por el estilo. Y tengo unos vecinos a menos de cincuenta metros. No quiero que llamen a la policia por gritos.
—Tranquilo, tengo mis métodos para que se estén calladitas.
—Entonces sí. Sin problemas. ¿Habéis cenado? —Manuel negó con la cabeza— Pues voy a llamar a Irene para que os vaya preparando algo.
—¿Irene? —Dijo sonriendo— Parece que la cosa va bien para que te haya dicho su nombre. ¿Es buena?
—Un angel —Contesté sonriendo. Pulse con el manos libres el teléfono de casa.
—¿Diga?
—Irene, soy Victor. Prepara cena para tres —Manuel hizo unos gestos que se podrían traducir como "Solo dos, la hija de su putisima madre no cena"— Perdón, solo dos. Y prepara las habitaciones de invitados.
—Entendido, Señor. ¿Cuanto tardaran?
—Poco mas de media hora.
—Entendido, Señor —Y colgó.
Manuel solto una carcajada.
—La tienes bien amaestrada.
—Se hace lo que se puede.
El resto del camino a casa estuvimos hablando de trivialidades, cuando llegamos a casa estaba la cena lista y las habitaciones preparadas. Tras cenar Manuel llamó al esclavo.
—Esclavo, prepara al trozo de mierda para una sesión de castigo —Manuel me miró— ¿En el salón? —Yo asentí con la cabeza.
Irene se me acercó y me susurró al oido.
—¿Esta seguro, Señor? —Dijo con tono preocupado— Estas sesiones pueden ser muy fuertes.
Yo asentí. Poco despues aparecía Yolanda desnuda con una correa de perro al cuello, el esclavo la arrastraba como si fuese un perro, aproveche para fijarme en ella: la verdad es que no era tan guapa como Irene, pese a tener dos enormes senos, pero seguía siendo una mujer de muy buen nivel.
Tenía moratones por todo el cuerpo y algún que otro corte posiblemente resultado del "escarmiento" que Manuel le habría dado en casa de su amo. El esclavo tambien trajo un maletin y una pequeña maleta, dió ambas cosas a Manuel.
—Mis juguetes —Dijo señalando lo que le había traido el esclavo.
El esclavo colocó a Yolanda en el centro del salon tras haber movido la mesa para dejar el espacio suficiente.
—Puta —Dijo Manuel con un tono glacial— ¿Sabes porqué te esta pasando esto?
La mujer se encogió con terror.
—Por.. Por... robar. Perdóneme Señor Manuel no volv... —Manuel la calló con un tremendo puñetazo en la cara, que la hizo caerse.
—Estas aquí por traicionar la confianza que yo deposité en tí. Y, por ello, serás castigada. Y, te lo advierto, como un solo ruido salga de tu boca, te arrepentirás.
Irene me agarró una mano fuertemente, posiblemente recordando alguna sesión similar que quiza tuvo que sufrir.
—Puedes irte —La susurré al oido. Pero ella nego con la cabeza y me dió un besito.
Mientras le susurraba al oido a Irene, Manuel había cogido una fusta de la maleta y la agitaba en el aire. Provocando un sonido cortante que me puso los pelos de punta e hizo que Yolanda empezase a temblar.
—Victor, como nuestro anfitrión quiero que elijas primero. Dime un numero entre cinco y diez.
—Siete —Contesté intrigado.
—Siete por dos son catorce. Ahora dime: ¿Delante o detrás?
—Detrás.
—Perfecto.
Manuel se colocó detrás de Yolanda. Y la dijo al oido con una voz que habría helado al infierno.
—14 azotes en la espalda. Dale las gracias a nuestro anfitrión.
—Gracias —Dijo ella mirándome.
—Durante cada azote quiero que le des las gracias a nuestra anfitrion y no quiero que apartes tu vista de él en ningún momento. Y recuerda, ni un ruido salvo el gracias.
Ella asintió. Y Manuel descargó el primer fustazo sobre el cuerpo de Yolanda, quien se tensó y apretó los dientes para evitar gritar. Segundos despues me dió las gracias. En ese instante, nunca en mi vida me había sentido tan cachondo.
Al primero le siguió el segundo fustazo y a ese le siguió el tercero, y otro y otro. Yolanda aguantaba con una entereza admirable, pese a tener los ojos anegados en lágrimas. Finalmente Manuel llegó al décimocuarto azote y paró.
—¿Látigo o cinturón? —Me preguntó Manuel.
—Cinturón.
Manuel sonrió como una hiena.
—Dolorosa elección —Manuel se acercó a Yolanda y levantó el cinturón, pero no lo bajó. Me miró y poniendo la mejor de sus sonrisas dijo —¿Quieres probar?
Tras pensarlo un instante, asentí y me levanté. Manuel me dió el látigo y un par de consejos sobre como utilizarlo.
—Creo que es mi turno de elegir cuantos correazos y donde, ¿verdad? —Yo asentí. Manuel solto una carcajada— Los que quieras donde quieras.
Yolanda se puso totalmente palida y me miró suplicante. Sin atreverse a pedir clemencia en voz alta, pero sus ojos eran completamente expresivos. Sin dejarme afectar me acerqué a su culito y lo acaricie con la mano.
—Creo que aquí será un buen lugar.
Solté el primer correazo con excesiva precaución. Provocando un abucheo de Manuel.
—¿Qué mierda ha sido eso? ¡Dala con ganas!
El segundo correazo si fue uno con bastante fuerza, provocando un quejido por parte de Yolanda que se retorció buscando alguna forma de mitigar el dolor. En ese momento me sentí mejor, como si parte de la tensión y de la preocupación por el despido se hubiesen evaporado con el golpe.
Espoleado por la sensación golpeé con saña en el culo de Yolanda. Tras unos azotes Manuel tuvo que ponerle algo en la boca para evitar que gritase, pues mis golpes eran brutales. Embriagado por la sensación de poder perdí la noción de cuantos correazos le dí. Hasta que noté como la mano de Manuel me impedía seguir golpeando.
—Ya esta bien. Seguir sería peligroso —Entonces ví como el culo de Yolanda tenía incluso sangre— Por mucho que se lo mereciese no quiero hacerla un daño irreparable. Esclavo hazle unas curas.
—Irene —Dije mirando a mi esclava— Vete con él y ayudales.
—Sí, Señor.
Cuando los tres se hubiesen ido Manuel se sentó en el sofa y me preguntó:
—¿Qué es lo que pasa? —Dijo el con cara preocupada— Puedo estar haciendome viejo, pero se cuando alguien golpea por necesidad y no por placer.
Yo suspiré. Y le conté el problema del proyecto y mi amenaza del despido. Manuel se quedó pensativo.
—Si te despiden, llámame. Tengo bastante influencia en esa empresa. Y ademas, te debo una.
—Pensaba que estaba saldada con el show.
—No. Esto ha sido un pequeño regalo.
Seguimos hablando hasta que volvieron Irene y el esclavo.
—Hemos llevado a Yolanda a su habitación y la hemos dejado descansando —Dijo el esclavo, Manuel asintió— Señor...
—¿Qué quieres? —Contestó Manuel mirando a su esclavo.
—Usted me prometió una recompensa por ayudarle.
—Lo recuerdo perfectamente esclavo. ¿Has decidido ya lo que quieres? —El esclavo asintió y miró a Irene provocando unas carcajadas de Manuel— Tendrás que pedírselo a su amo. Ella ya no es mía.
El esclavo me miró suplicante.
—Señor, ¿me permitiría acostarme con Irene?
Yo abrí los ojos sorprendido. Y miré a Manuel.
—Ambos son esclavos. Si tu aceptas yo no tengo ningún problema.
—Eres tú la implicada. ¿Quieres tener sexo con él? —Cualquier chica querría acostarse con ese hombre: ciento noventa centímetros, abdominales marcados y músculos fuertes. Parecía un puto adonis.
—Lo que mi Señor decida me parecerá bien —Dijo ella mirando al suelo.
Teniendo en cuenta que la había dado la potestad de negarse si quería lo tome como un "Sí. Sí quiero". Lo cual me decepcionó bastante. Pero me di cuenta que, siendo realistas Irene solo estaba con alguien como yo por nuestra especial situación. No me extrañaba que quisiese acostarse con alguien como ese esclavo, mucho mejor que yo en todo. Supungo que me hice ilusiones.
—Entonces id a divertíos. Pero en la habitación de invitados.
Si me hubiese fijado en Irene habría visto una cara de absoluta sorpresa y decepción. Incluso mayor de la que yo tuve. Pero se cayó y siguió a su nuevo amante. Manuel y yo empezamos ha hablar, pero no lo hicimos más de diez minutos, pues los gemidos de mi esclava llegaron rápidamente a nuestros oidos. Lo cual me hizo perder la paciencia.
—¿Puedo follarme a Yolanda?—Pregunté mirando a Manuel, quien asintió. Me levante del sofa y subí hasta la habitación de Yolanda. Por desgracía tuve que pasar por delante de la habitación donde Irene se follaba al esclavo. Y debo admitir que estaba siendo incluso más escandalosa que conmigo.
Entre en la habitación de Yolanda y encendí la lucecita del mueblecito de noche. La desperté y me miró sorprendida primero y aterrorizada despues, pues empezó a temblar.
Me metí en la cama, la obligue a ponerse a cuatro patas y la penetré por el culo sin lubricar y sin preparar. El cuerpo de la esclava se tensó completamente y se quedo completamente quieta mientras la penetraba con furia. Haciendome un daño considerable.
Tras un rato la di la vuelta y me coloque encima de ella, en la tipica posición de misionero. La mire a la cara completamente empapapada por sus lagrimas y la empecé a taladrar su ligeramente humedo coño. Decidí besarla y, para mi sorpresa, pese a la situación, me devolvía los besos lo mejor que podía mientras lloraba. El ritmo de la follada era brutal y la sensación de poder sobre una completa y absolutamente sumisa Yolanda pudo conmigo y me vacie en su interior.
La deje dolorida y llorando, retorciendose en la cama y volví al salón. Donde Manuel seguía viendo la televisión pacientemente.
—¿Ya? —Asentí— ¿Que tal?¿Ha cumplido?
—Como una buena puta.
Me senté a su lado y esperé a que los dos esclavon terminasen el polvo. Una hora despues escuché como la puerta se abría y como escuchaba una ducha. Diez minutos despues, una recien duchada Irene bajó al salón.
—Señor —Dijo refiriendose a mí— ¿Me permite irme a la cama?¿O necesita algo más?
—Puedes irte. Pero a la tuya, no te metas en la mía —Irene me miró sorprendida, pues siempre dormíamos juntos— Y no es necesario que me despiertes de ninguna manera en especial.
—Entendido, Señor —Irene me miró de manera extraña. Pero no dijo nada más. Se despidió de Manuel y se fue a dormir. Cuando se fue Manuel empezo a reirse.
—Aquí hay tema. Esto va a ser divertido.
—¿A que hora os marcharéis mañana? —Pregunté ignorando su pullita.
—¿Me estas echando? —Dijo divertido— Claro, no quieres que vea los problemas con la parienta.
—No —Contesté empezando a cansarme— Es para despertarte a alguna hora en especial.
—No te preocupes, me iré cuando te vayas tú. Tengo un sueño ligero, me despertaré en cuanto note movimiento.
Asenti y fuí a la cama tras despedirme. Puse la alarma del móvil estuve media hora dando vueltas en la cama hasta que conseguí dormir. A la mañana siguiente me desperte diez minutos antes de mi hora y, sin hacer ruido, empece a vestirme. Dos minutos antes de y media mi puerta se abrió con cuidado e Irene hizó el ademán de pasar.
—Venía a despertarle, Señor —Dijo ella con la cabeza gacha.
—Hazme el desayuno —Mi voz salió más fría de lo que pretendía. Ignoré su respuesta y ví como se fue a la cocina sin levantar la cabeza. Tal y como dijo anoche, pocos minutos despues un Manuel completamente vestido apareció en la cocina y sentó a la mesa.
Irene, de forma previsora, había hecho desayuno para nuestros invitados. Manuel desayunó rápido y se fue junto con los esclavos. Irene se paso todo el desayuno intentando decidir si hablar o no. En dos ocasiones pareció a punto de decir algo. Pero se calló.
Cuando estaba a punto de cruzar la puerta apareció Irene.
—Señor, ¿A que hora llegarás hoy?¿Quiere que le prepare algo para cuando vuelva?
La mire y solo podía imaginármela cabalgando al esclavo.
—Ocupate de la casa. Yo no quiero nada.
Irene volvió a agachar la cabeza, musitó un si señor y esperó pacientemente a que me fuese. Me fuí sin decirla nada más. Llegué al trabajo completamente irritado y quemado, situación que se agravó cuando Sanchez uno de mis "queridos" compañeros empezó a decir lo mucho que estaban deseando verme de patitas en la calle.
Completamente cansado de sus tonterías me encaré con él y le dije unas cuantas lindezas, que hizo que se encogiese. Eso acabo por destruir el poco respeto que había entre el grupo.
Los siguientes días mi vida iba de mal en peor. En casa la relación con Irene era cuanto menos, incomoda. Seguía haciendo todo lo que la ordenase al momento, pero nuestra relación personal era practicamente nula. Solamente me dirigía a ella cuando era necesario y, en el ambito sexual, ni la tocaba ni hacia el ademan de querer. En el trabajo al menos tenía paz, pues mis compañeros hacían lo justo y necesario para evitarme y mirarme con desprecio. Al quinto día en este plan, me encontré un regalito al volver a casa.

3 comentarios - Como empezó mi vida de amo (3)

MegaZopeda03
Cuando continua esto? Esta muy buena la historia!