-Me gustaría acompañarte- le había dicho a mi ex suegro, en la suite del hotel, en aquel reencuentro después de estar tanto tiempo alejados por la pandemia.
Acabamos de echarnos un polvo, y en esas charlas posteriores al sexo, había surgido el tema, una vez más.
-¿Estás segura?- me pregunta sorprendido, ya que hasta entonces no había mostrado ningún interés en las distintas propuestas que me había hecho.
-Sí, por eso te lo digo-
-Pero, ya sabés de qué se trata, ¿no?-
Acuérdense que para él no soy Maritainfiel, sino Mariela, la ex de su hijo, y como tal no estoy habituada a tales prácticas.
-Sí claro, yo cojo con un tipo mientras vos te cogés a la mina de ese tipo- se lo resumo en una forma por demás simplista.
-Bueno, en esencia es eso, pero hay reglas- me dice y pasa a explicarme lo básico del mundo swinger, como que todo lo que sucede debe ser consensuado entre todos los participantes, que nadie te puede obligar a nada, que podés retirarte en el momento que quieras, aunque estés en el medio de una relación, y lo más importante, que es obligatorio el uso de preservativo, contrariamente a nuestra práctica, que en ningún momento habíamos hecho uso del bendito látex.
-Me gustaría probar, siempre me estás contando tus experiencias y no sé, me dieron ganas de participar en alguna..., será la cuarentena- me río.
Por supuesto ni le menciono que ya estuve con dos, con tres, con cuatro y hasta con cinco tipos al mismo tiempo, y que incluso tuve una experiencia de intercambio, no con mi marido, sino con unos peruanos que conocí hace algún tiempo.
Viéndome decidida, se sincera conmigo y me cuenta que hay una pareja con la que hace bastante que quiere hacer un intercambio, que la mujer lo vuelve loco, pero que hasta ahora no pudo concretar porque el marido es muy exigente. Me muestra la foto de la mujer y no lo puedo creer.
-¿Es swinger? ¡Me estás jodiendo!- le digo.
-Hace años que practican, pero como te imaginarás son muy exigentes. Sobre todo él, ya ni sé cuántas mujeres me rechazó-
-La verdad, no lo puedo creer-
La foto que me muestra no es una que le haya sacado él, sino que la buscó en Google. Allí, la mina en cuestión, aparece con su marido en uno de esos eventos de la farándula que salen en todas las revistas y en los programas de chimentos.
El tipo es empresario, quizás sea conocido en el mundo de los negocios, pero ella..., no voy a decir a qué se dedica porque estaría dando demasiadas pistas, pero es muy, muy conocida, tanto que llegó a participar de un popular concurso de baile. Una mujer que, pese a superar ya los cuarenta, cualquier hombre se daría la vuelta para mirarla en la calle, y muchas mujeres también. Incluso a mí, que no me atraen demasiado los jueguitos lésbicos, me excitó sobremanera enterarme que alguien como ella, tan famosa e inalcanzable, no se limita al sexo conyugal. Ahora entendía la razón de la exigencia.
-¿No quiso tampoco con la actriz?- le pregunto, en alusión a una de las amantes de mi ex suegro.
-Se conocen del ambiente, así que ni tuvo oportunidad- se lamenta.
-Pero con la mujer que tiene, con ese lomazo, ¿te parece que me va a aceptar para un intercambio?- le consulto.
Y se lo decía en serio, ya que la mina, pese a su edad, sigue siendo una Diosa.
-Estoy seguro que sí- asiente sin el menor asomo de duda.
Me saca entonces una foto, así como estoy, desnudita en la cama del hotel, y se la envía.
La respuesta no llega enseguida, sino al día siguiente.
Mi suegro no cabía en sí del entusiasmo, cuándo me llamó para avisarme que teníamos una cita para cenar, el día y a la hora que quisiéramos.
Por supuesto tenía que acomodar mis horarios, ya que antes las actuales restricciones mi marido trabaja en casa, por lo que no podía dejar todo e irme a garchar como hacía antes, dejando a mi hijo con la niñera.
Razón por la cuál, la cena se transformó en un almuerzo. De esa manera no tendría que dar demasiadas explicaciones en casa. Total, yo sí estoy saliendo a trabajar.
El viernes mi suegro me pasa a buscar por la oficina, y en su elegante BMW nos vamos hasta un Country de Pilar.
La residencia de nuestros anfitriones me deja sin aliento. Miren que Ignacio tiene un caserón en Las Cañitas, pero la de éste empresario resulta aún más impresionante, digna de una Personalidad como lo es su esposa.
Luego de atravesar la verja de la entrada y anunciarnos en la garita de seguridad, nos estacionamos en la parte de adelante de la propiedad, y cuando bajamos del auto, ellos ya nos están esperando en la puerta. Impecables los dos. Bellísimos, como toda la gente que puede costearse hasta la más ínfima cirugía.
Nos acercamos, los saludamos y aunque me considero una mujer heterosexual, debo admitir que al verla de cerca, tan perfecta e imponente, lo primero que pensé fue: "Me quiero coger a esta mina".
Comprendí en ese momento lo que puede llegar a sentir un hombre al estar frente a una mujer con tal aura de sensualidad que, incluso hasta a mí, me resulta irresistible.
El tipo no está nada mal, tiene su pinta, pero convengamos en que la belleza de su pareja puede eclipsar a cualquiera.
Mi suegro estaba que se le caía la baba, conciente de que por fin podría cumplir sus fantasías con ese hembrón que había perseguido durante tanto tiempo.
Si bien los cuatro sabíamos que estábamos allí para coger, la reunión arrancó de la manera más formal posible. Incluso durante la comida no se hizo mención a nada referente al sexo. Parecíamos dos parejas de amigos compartiendo un almuerzo.
Creo que en realidad nos estaban evaluando, bueno, a mí especialmente, ya que a Ignacio lo conocían del ambiente swinger. Pero no fue sino hasta que nos invitaron a la sala a tomar algo que me sentí finalmente aceptada. Digo, el visto bueno del tipo lo tuve desde el principio, me daba cuenta de ello, además fue a él a quién Ignacio le mandó mi foto, por lo que su aceptación era segura. La difícil era la mina.
También, pensaba, semejante mujerón, de seguro que no se garcha a tacheros, colectiveros y pintores de brocha gorda como yo. Pero aunque las diferencias sociales entre ambas era notoria, el deseo, la carne, nos hermanaba.
Nos condujeron entonces a una sala que por sí misma debe ser más grande que mi departamento. Mucho mármol y esculturas que deben valer fortunas. Hasta me pareció reconocer alguna obra de Marta Minujín.
En el centro cuatro sillones de terciopelo en forma de ele, dispuestos formando un cuadrado. Nos sentamos, por supuesto Ignacio y yo en uno, y ella, la señora de casa, en otro, mientras su marido se acerca a un mueble bar que ocupa toda una pared y nos sirve un licor que, según nos dice, le traen exclusivamente de un pueblito del norte de España.
Mientras brindamos y bebemos, comienza a brotar por los rincones una suave melodía, de esas que, como diría Sergio Dalma, te incitan a bailar pegados.
Como toda buena anfitriona, es ella quién toma la iniciativa. Se levanta, y con la complicidad de su esposo, se acerca al sillón en dónde estamos sentados con Ignacio. Tiende una mano hacia nosotros y..., me invita a bailar a mí...!!!
La chica saca a la chica.
Ya estamos en mi metier, así que cualquier intimidación que pudiera haber sentido ante esa mujer que no solo es bellísima, sino también famosa, se desvanece cuando es el lenguaje de los cuerpos el que predomina.
Mientras nos movemos al son de la música, en el centro de ese cuadrado que forman los sillones, me toma de las manos, me atrae hacia ella, y me besa. Pero no un beso de a ver que onda, sino un beso con lengua y todo. Un chupón con todas las de la ley, de esos que te hacen subir todo el fuego a las mejillas.
Por supuesto que le respondo de la misma forma, recorriendo con mis manos ése cuerpo que debe ser de los más deseados de la Argentina.
Estoy tan a gusto saboreando sus labios, recorriendo sus curvas, que ni me percato de que nuestros hombres están detrás nuestro. El mío tras ella, el suyo tras de mí, sumándose al excitante jueguito que ambas iniciamos.
Ahora, sin dejar de refregarnos entre nosotras, nos besamos con ellos, yo con su marido, ella con mi suegro, formando entre los cuatro una mezcolanza de cuerpos y lenguas.
Resulta excitante estar en el medio de ese cuarteto, tocando y dejándose tocar, besando y dejándose besar, apoyando y dejándose apoyar, dispuestos a disfrutar libremente y sin tapujos de esa excitación que los cuatro tenemos a flor de piel.
-Veni- le dice el anfitrión a mi suegro -Dejemos que las chicas se saquen las ganas- y juntos se sientan en uno de los sillones, contemplándonos, mientras disfrutan del exclusivo licor español.
No me atrae el sexo con mujeres, pero esa mujer en especial, toda ella, es erotismo y sensualidad. Con razón, pienso, tuvo tantos romances a lo largo de su vida. Si para mí resulta irresistible, imagínense para un hombre.
Nos besamos como si el mundo fuera a quedarse sin aire, y el último oxígeno del que pudiéramos disponer se encontrara en la boca de la otra. Sus labios, su lengua, su saliva, es ambrosía en estado puro. Besarla es como saborear la fruta más dulce y deliciosa, la manzana prohibida del Paraíso.
Sin dejar de movernos al compás de la música, nos sacamos la ropa, prenda por prenda, agasajándonos no solo a nosotras mismas, sino también a nuestros excitados espectadores.
Aunque los tiene operados, sus pechos resultan turgentes y agradables al tacto, por lo que enseguida arremeto contra ellos, besándolos y chupándolos con entusiasmo.
Por supuesto que me gusta más llenarme la boca de pija y huevos, pero debo debo admitir que aquel par de globos rellenos de silicona, no estaban nada mal.
Cuando me chupa ella a mí, me derrito de placer. La hija de puta sabe lo que hace. Tanto es así que me pregunto si no le gustarán en realidad las mujeres, y está con el tipo por la plata y las apariencias.
Me besa en la boca, me toma de la cintura y con modos suaves y seductores me lleva hacia uno de los sillones. Ya sé lo que quiere, así que me dejó caer de espalda y me abro de piernas. Se acomoda entre ellas, de rodillas sobre la alfombra y empieza por recorrer a besos la periferia de mi sexo.
Ya estoy mojada, (¡cómo no estarlo!), por lo que tras darme una larga y ávida lamida, me mira sonriente y con las mejillas enrojecidas, me dice:
-¡Estás muy rica...!-
No es la primera vez que me lo dicen, que tengo rica la concha, pero que me lo diga una mujer resulta aún más estimulante. Y de verdad la debo de tener rica, ya que me la chupa con unas ganas que refrenda cada una de sus palabras.
Es ahí que viene su marido, se pone a su lado y se besan, compartiendo con sus labios el sabor de mi sexo. Luego él se queda con lo que inició su esposa, o sea chupándome, y ella se va junto a mi suegro, que la está esperando con una erección que parece fuera a romperle las costuras del pantalón.
Ahora se arrodilla frente a él, y con manos ágiles y expertas, libera al pequeño gigante de su prisión. Se lo agarra con una mano y se lo menea mientras se besan. Pero por alguna razón me parece que no lo besa con la misma pasión que me besó a mí.
Igual, el marido no me chupa de la misma forma que me chupó ella. No es que lo haga mal, sino diferente. Aún así, me deja la concha a punto caramelo.
Entonces el marido se levanta y se quita toda la ropa, revelando un cuerpo fibroso, moldeado en gimnasio. Cuándo se baja el calzoncillo, la pija le pega un salto para arriba, quedándose bien parada y entumecida, apuntándome.
Ahora es mi turno de chupar, de sacarme las ganas, de darle a mi boca lo que más le gusta.
Me siento, se la agarro con las dos manos, sopesando grosor y longitud, y separando bien los labios, se la devoro casi hasta la mitad.
Los pechos de la esposa habrán estado buenos, pero la pija del marido está de rechupete.
Eso es lo que me gusta y dónde me siento más cómoda, con la cara hundida en la entrepierna de un hombre. Saboreando, degustando, masticando.
Luego de chupársela a mi suegro, dejándosela en estado de gracia, la señora de la casa se levanta, y meneando sus curvas, se acerca a un mueble que está al costado de los sillones.
Caminando siempre sexy y fatal, regresa con un cofre repleto de preservativos. Agarra uno, lo abre y se lo pone a mi suegro. También del cofre saca un pote de gel lubricante, se echa un poco en la mano y lo extiende sobre los labios de su sexo. Recién entonces se le sube encima y se deja caer, suave, pausadamente, sobre la épica erección de mi suegro. La cara de éste al estar por fin dentro de la mujer de sus sueños no tiene precio. Me imagino lo que debe sentir al llenarla con su verga y me estremezco. Más aún cuándo ella empieza a moverse en una forma que delata una vasta experiencia en esa clase de montura.
Por supuesto que mientras ella se dedica a encastrarse una y otra vez en tan bellísima herramienta, mi suegro se da un banquete con sus pechos, que se sacuden frenéticos a causa de la montada.
El marido se pone también un preservativo, y acomodándose por entre mis piernas, me la manda a guardar como si mi conchita estuviera especialmente reservada para ser llenada con su pija. Bueno, creo que fue así desde que le dió "like" a la foto que le envió Ignacio.
La verdad que resulta estimulante mirar a otros coger mientras te cogen a vos. Los gemidos, el ruido de los cuerpos chocando, los sonidos húmedos de las penetraciones, todo confluye para llevarte hasta un lugar que solo se puede alcanzar con los sentidos.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, a puro garche, gimiendo y suspirando, en los brazos de la lujuria, sintiéndonos partícipes de uno de esos momentos que ocurren muy pocas veces en la vida.
Antes de llegar al polvo, cambiamos de pareja, de modo que cada uno comparte el orgasmo con su acompañante original, yo con mi suegro, ella con su marido. Y, de esto no estoy segura, pero creo que ella tenía los ojos clavados en mí mientras acababa.
Tras compartir unos tragos más fuertes que el licor español, y mantener una amena charla, los cuatro desnudos, oliendo a sexo, pasamos a una habitación especialmente preparada para el garche.
Una cama circular tamaño king size sobre una plataforma dominaba el ambiente, con almohadones por todo el borde, rodeada de espejos en las paredes y el techo.
Sillas y sillones de esos en los cuales podés adoptar las poses más variadas.
Estantes repletos de juguetes sexuales, entre los que pude reconocer vibradores, plugs anales, y masajeadores.
Frascos con gel, cremas y lociones.
Consoladores que iban desde el tamaño de un meñique hasta el símil de la verga de un burro.
Era como entrar al cuarto de juegos de una actriz porno.
De nuevo los besos y las caricias, las chupadas de pija y de concha. Nosotras estamos mojadas y ellos al palo, pero en vez de quedarse con uno de los hombres, la anfitriona se levanta y caminando en esa forma suya tan sensual, se acerca a uno de los estantes.
Agarra uno de los juguetes que tiene forma de ele (L), lubrica los dos extremos con gel y vuelve a la cama, manejando el artilugio como un arma de guerra. La miro atentamente ya que ella es la experta, preguntándome en todo momento que es lo que va a hacer con semejante aparato. La respuesta no tarda en llegar.
Se mete el extremo más corto en la concha, y con el más largo me coge.
Sí, nos cogemos las dos, mejor dicho, porque mientras ella me penetra moviéndose encima mío, la parte que tiene metida le produce las mismas sensaciones que estoy sintiendo yo en ese momento.
Por supuesto lo que me está metiendo es mucho más blando y flexible que una pija de verdad, pero lo que se siente me resulta intenso y delicioso. Obvio, no es igual a que te coja un tipo, sólo diferente.
Lo que más disfruto son sus besos y la forma en que sus pechos se refriegan contra los míos. Placer exclusivamente femenino.
Luego, pese a cierta reticencia de su parte, se va con mi suegro y su marido toma su lugar, garchándome ahora sí con una pija de verdad. Y una muy bien provista, debo decir. Ancha, rubicunda, portentosa. De esas que, independientemente de como se maneje, te garantiza el goce absoluto. Y eso era lo que me proporcionaba el marido de la estrella, un goce multiplicado por veinte.
No sé si lo que tomamos durante el entremés tendría alguna clase de energizante, pero el tipo parecía estar mucho más alzado que en aquella primera cogida.
En un momento, por entre la bruma del sexo, me volteo y la veo montada de espalda sobre Ignacio, de frente a nosotros, abriéndose bien de piernas para clavarse de culo en esa pija que no tiene nada que envidiarle a la que yo tengo metida adentro.
El marido también la ve, y dejándome la concha babeando de placer, se levanta y con la poronga bamboleándose embravecida, va hacia ellos.
Al verlo venir, la esposa se abre más todavía, mostrándole el culo bien relleno de carne y la concha toda abierta, húmeda, enrojecida. El marido se le acomoda encima y la penetra, formando entre los tres un sándwich de pura lujuria y pasión.
El rostro de la mina delata a las claras lo que siente al ser atravesada por dos vergas de tales características. Obvio que no debe ser la primera vez que está en una situación semejante, ya que sus agujeros se abren sin problemas y ella misma se mueve con demasiada soltura entre esos dos hombres que la tienen bien aprisionada entre sus cuerpos.
Ahora ya no me mira, está con los ojos en blanco, gimiendo de placer, disfrutando de ése garche doble que pareciera fuera a sumirla en la más deliciosas de las agonías.
Es hermoso observarlos y más aún sabiendo que en un rato yo también voy a estar ahí en medio, ensanguchada, atravesada de lado a lado por tan gloriosos chotazos.
Entre arrobadores suspiros la mujer, la estrella, la híper famosa, se deshace en un orgasmo que la mantiene, por un instante, fuera de éste mundo. Lejos de todo y de todos, pero cuando se recupera, me mira y me sonríe. ¡Eso es felicidad!
Podés tener plata, fama, todo lo que quieras, pero el verdadero éxito se mide cuándo tenés ése brillo en los ojos. Y a ella los ojos le resplandecen.
Cuándo los dos sementales salen de su interior, siguen tan duros y erguidos que parecieran estar compitiendo a ver a quién le dura más tiempo parada.
Mi suegro es el primero que viene hacía mí, se recuesta de espalda y hace que me le suba encima, a caballito. Yo misma le agarro la verga y me la meto adentro, iniciando una deleitable montada.
Enseguida se acerca el marido de la diva, la pija estirando al máximo la resistencia del látex, y sin interrumpir mis movimientos pélvicos, se pone a un costado y empieza a trabajarme el culo con los dedos. Por supuesto se da cuenta rápido que no va a tener que esforzarse demasiado, por lo que enseguida se posiciona sobre nosotros y arremete por la retaguardia con todo el ímpetu de su virilidad.
La esposa observa desde un costado como el marido me coge por el culo, mandándome su verga bien hasta el fondo, mientras otra, igual de potente, me coge por adelante.
Le sonrío mientras disfruto de ese doble empalamiento que me tritura y aniquila.
Que te cojan por la concha y el culo al mismo tiempo, representa la apoteosis absoluta del placer. La consumación plena, total, de la fantasía de cualquier mujer. Porque quién me diga que no fantaseo alguna vez con un sandwichito está mintiendo.
-Un sandwich de rico y jugoso lomo...- como bufaba mi suegro, quién en toda la noche demostró una plenitud sexual francamente encomiable.
Acabamos los tres al mismo tiempo, disolviéndonos en un orgasmo compartido cuyas secuelas persistieron hasta mucho tiempo después.
Queriendo sumarse a esa erupción mancomunada, la estrella se acerca, me besa a mí primero y luego a ellos dos, para finalmente quedarse acurrucada junto a su marido.
Yo me quedo con mi suegro, también juntos, sintiendo como nuestras pulsaciones de a poco van retomando su ritmo normal.
Luego del sexo grupal, ya vestidos, volvemos a la sala y a la formalidad del principio, como si todo lo que hubiera pasado hace un rato formara parte de un universo paralelo.
Seguimos charlando como si nada, compartiendo ahora un coñac de más de treinta años.
Ya son casi las seis de la tarde cuándo mi suegro me vuelve a dejar en la oficina. No le digo que me lleve a casa porque todavía debo reponerme de la resaca de sexo y alcohol, así que lo llamo a mi marido y le digo que estoy atrasada con el trabajo. Que me voy a demorar un rato en volver. Por suerte tiene un par de videollamadas programadas, por lo que no me hace ninguna pregunta.
Un par de horas después, y tras un café bien fuerte y amargo, ya estoy más recompuesta. Sin secuelas de lo acontecido.
Llego a casa y pasó directamente al baño para ducharme y ponerme el camisón.
Preparo la cena, comemos y cuándo me voy a acostar, veo que tengo un mensaje de un número desconocido.
"La pasé muy lindo... Besos."
¿De quién creen? De la Diva, ni más ni menos...
35 comentarios - Por fin... swinger...
Casi le consulte a una mujer el otro día en cierto barrio si eras vos.
Van diez puntos.
Van 10 puntos...