Se escabulló entre las sábanas, se hundió todo lo que pudo en el colchón, se acurrucó, me agarró la pija y, como si le molestara, la corrió hacia atrás y empezó a lamerme los huevos.
Desde la mesita de luz, un viejo velador no solo iluminaba lo necesario sino que, además, parecía detener el tiempo.
Yo estaba acostado, con la cabeza apoyada en la almohada, completamente desnudo. Sentía su lengua inquieta y húmeda que iba dejando ínfimos charcos de saliva en mi piel afeitada. Me apoyé sobre mis codos. Su cabellera oscura y hechada a un lado era lo único que distinguía junto a sus dedos repletos de anillos, por entre los cuales, mi pija, sobresalía triunfadora.
Sentía un placer infinito y, a la vez, una excitación imposible.
Volví a tirarme para atrás. Otra vez apoyé la nuca en la almohada.Sus pulseras comenzaron a chasquear rítmicamente, empezaba a pajearme. ¿Intervengo? ¿Acaso estoy en una postura demasiado pasiva?
Yo estoy en el mejor de los mundos, me siento como un rey, me complaces sin que yo mueva un dedo pero, ¿ella? Advertí que su lengua paseaba por los alrededores. Iba y volvía, subía y bajaba. Sentí que me la empezaba a chupar.
Volví a apoyarme sobre mis codos. Ví su cabellera completa, su rostro en sombras, y sus labios asomando cuando su boca, suavemente, se retiraba. ¿Me quedo como estoy? Me hacía preguntas a mí mismo mientras disfrutaba.
Me acosté de nuevo y ya no me levanté. Sentía el frenillo estirado, las venas hinchadas, el glande inflamado, más allá de mi pecho henchido y mis latidos incontenibles. Por primera vez pregunté en voz alta, ¿Te lo vas a tragar? Por primera vez me miró y me di cuenta que debí quedarme callado. Hizo que todo mi cuerpo colisionara sin derramar nada. Mis gemidos cundían por toda la habitación junto con sus pulseras que se chocaban entré sí en su pequeña muñeca.
Escuché el golpecito de sus pasos, alejándose. Mi pija, como al principio, quedó echada hacia atrás, recostada casi sobre mi vientre, agotada de felicidad. Volvió al rato con los ojos brillando y se acostó al lado mío cuando ya había recuperado el aliento.
Y pensé, ¿ahora me tocará a mí? y me escabullí entre las sábanas, me hundí en el colchón todo lo que pude, me acurruqué...
Desde la mesita de luz, un viejo velador no solo iluminaba lo necesario sino que, además, parecía detener el tiempo.
Yo estaba acostado, con la cabeza apoyada en la almohada, completamente desnudo. Sentía su lengua inquieta y húmeda que iba dejando ínfimos charcos de saliva en mi piel afeitada. Me apoyé sobre mis codos. Su cabellera oscura y hechada a un lado era lo único que distinguía junto a sus dedos repletos de anillos, por entre los cuales, mi pija, sobresalía triunfadora.
Sentía un placer infinito y, a la vez, una excitación imposible.
Volví a tirarme para atrás. Otra vez apoyé la nuca en la almohada.Sus pulseras comenzaron a chasquear rítmicamente, empezaba a pajearme. ¿Intervengo? ¿Acaso estoy en una postura demasiado pasiva?
Yo estoy en el mejor de los mundos, me siento como un rey, me complaces sin que yo mueva un dedo pero, ¿ella? Advertí que su lengua paseaba por los alrededores. Iba y volvía, subía y bajaba. Sentí que me la empezaba a chupar.
Volví a apoyarme sobre mis codos. Ví su cabellera completa, su rostro en sombras, y sus labios asomando cuando su boca, suavemente, se retiraba. ¿Me quedo como estoy? Me hacía preguntas a mí mismo mientras disfrutaba.
Me acosté de nuevo y ya no me levanté. Sentía el frenillo estirado, las venas hinchadas, el glande inflamado, más allá de mi pecho henchido y mis latidos incontenibles. Por primera vez pregunté en voz alta, ¿Te lo vas a tragar? Por primera vez me miró y me di cuenta que debí quedarme callado. Hizo que todo mi cuerpo colisionara sin derramar nada. Mis gemidos cundían por toda la habitación junto con sus pulseras que se chocaban entré sí en su pequeña muñeca.
Escuché el golpecito de sus pasos, alejándose. Mi pija, como al principio, quedó echada hacia atrás, recostada casi sobre mi vientre, agotada de felicidad. Volvió al rato con los ojos brillando y se acostó al lado mío cuando ya había recuperado el aliento.
Y pensé, ¿ahora me tocará a mí? y me escabullí entre las sábanas, me hundí en el colchón todo lo que pude, me acurruqué...
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