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Vecinos. Capítulo 4

Vecinos. Capítulo 4

En un edificio donde todo puede pasar, sus vecinos se irán relacionando entre ellos creando nuevos lazos con el fin de experimentar nuevas sensaciones y darse placer mutuamente. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…

CAPITULO 1

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Capítulo 4: 3ro A (Soledad)
   Entré a mi casa y prendí el aire acondicionado pues el calor era insoportable. Enero había sido agobiante y decían que Febrero iba a ser igual, por lo que detesté trabajar hasta tan tarde y no poder aprovechar la pileta. Fui directo a la heladera y me serví un vaso de agua bien helada mientras me sacaba los zapatos. Caminé hasta el baño y prendí la canilla para hacerme un bañito de inversión con el agua bien helada y así poder relajarme un poquito. Lo único reconfortante que me quedaba es que el vecino de abajo me había mandado un mensajito diciéndome que se moría de ganas de verme esa noche. Obviamente le dije que acababa de llegar y que en media hora lo esperaba con una ropita nueva que me había comprado exclusivamente para él.
   Mi nombre es Soledad, tengo 28 años y vivo en el 3ro A desde hace ya 3 años. Me mudé al edificio luego de que mis padres me regalaran el departamento y desde entonces soy muy feliz. Siempre quise mudarme sola y tener mi vida separada de la de ellos, por lo que fue uno de los regalos más increíbles no solo por valor monetario. Desde entonces hago mi vida sin tener que rendirle cuentas a nadie. Trabajo muchísimo para ganarme la vida y después aprovecho el tiempo libre para hacer lo que se me da la gana.
   Conocí a Juan Pablo hace ya un año, el verano pasado. Él se acababa de mudar al edificio y bajó al solárium una tarde de más de 35° de temperatura en la que casi todo el consorcio se encontraba en la pileta. Mientras yo conversaba con Cecilia, la vecina del 1ro y Lucía, la chica del 6to, Juan Pablo apareció, se sacó la remera para quedarse en malla y me dejó boquiabierta. ¡Estaba buenísimo! Se metió al agua y las tres babosas lo seguimos con la mirada hasta que fue tan evidente que se terminó acercando para saludarnos.
   - Hola.- Nos dijo con una tonada algo extraña.- Me llamo Juan Pablo. Acabo de mudarme al 2do.
   Enseguida Lucía le preguntó de donde era, pues su tonada nos resultaba muy extraña y él nos contó que venía de Colombia. “Vine por trabajo, pues la empresa donde yo estoy abre una nueva sucursal aquí” nos comentó y nosotras lo escuchábamos bien atentas. Él hablaba mayormente con Lucía, pues ella era la que le hacía más preguntas, pero notaba como su mirada giraba hacía mí de vez en cuando. Al cabo de un rato las chicas se terminaron yendo y nos quedamos los dos solos en el solárium y las miradas se volvieron mucho más intensas.
   La noticia de que un colombiano se había mudado al edificio se expandió como una plaga y las carnívoras del consorcio no tardaron en aparecer. A pesar de estar de novia con Cristian, Lucía bajaba cada vez que él estaba en la pileta. Algo similar hacía Sandra, la mina de 43 años que obviamente todos quieren tener porque está buena. Sin embargo Juan Pablo siempre se fijaba en mí e ignoraba cualquier tipo de alago y comentario de las demás. Todas comenzaron a notar eso y debieron de pensar que estábamos saliendo juntos, pues al poco tiempo dejaron de buscarlo de manera tan alevosa.
   Sin embargo Juan Pablo y yo no estuvimos juntos hasta cuatro meses más tarde de haberse mudado al edificio. Luego de que lo agregaran al grupo de WhatsApp del consorcio, me escribió por privado y así empezamos a hablar. Al principio rechacé sus propuestas de ir a comer a su casa o de juntarnos a tomar algo porque tenía miedo de lo que podían llegar a decir el resto de los vecinos. Pero luego de hablar con algunas amigas terminé entendiendo que yo era libre de hacer lo que quería y que podía disfrutar de salir con mi vecino colombiano.
   Esa noche me invitó a tomar unos tragos a su departamento y luego de una larga conversación terminamos teniendo nuestra primera vez. Fue tan increíble y complaciente que la segunda no tardó en llegar, pues yo le escribí para decirle que quería volver a verlo a los dos días y esa misma noche bajé hasta su departamento y nos volvimos locos de placer. Así empezamos una relación que es principalmente sexual y que nos encanta pues la pasamos excelente cuando estamos juntos. Obviamente las distintas responsabilidades de cada uno hicieron que los encuentros se volvieran más esporádicos, pero cuando nos vemos sabemos que va a ser una noche excelente.
   Ese viernes había tenido un día súper largo en el trabajo por lo que estaba agotada. Cuando salí de la oficina a las siete de la tarde lo primero que hice fue mandarle un mensaje a Juan Pablo para decirle que estaba muy estresada y que quería verlo. Él enseguida me respondió que con gusto me venía a visitar a mi casa y enseguida se dibujó una sonrisa en mi rostro. Ni bien entré a mi casa prendí el aire acondicionado ya que el calor era insoportable y le mandé un mensaje que decía: “Ya llegué. En media hora subí que te espero con una tanguita nueva que me compré exclusivamente para vos”.
   El baño fue sumamente relajante y me sirvió para enfriarme un poco después de un día tan caluroso. Salí y fui a la pieza a secarme y a ponerme la ropa que le había prometido a mi vecino mientras tomaba una copita de vino que me había llevado al baño. Me arreglé un poco el pelo y me maquillé de manera delicada mientras que tanteaba la hora. A pesar de que tenía cinco minutos, me sobresalté al escuchar el timbre que sonó de golpe. Me miré al espejo y me acomodé el corpiño mientras sonreía, salí de la pieza, dejé la copa sobre la mesada de la cocina y abrí la puerta de par en par.
   Se suponía que la sorpresa iba a ser para Juan Pablo, pues yo lo estaba recibiendo con un corpiño negro de encaje que me resaltaba las tetas y una tanguita del mismo color que me quedaba casi dibujaba. Sin embargo la sorpresa me la llevé yo al ver que mi vecino estaba parado en el palier, solamente usando un bóxer que le marcaba las partes íntimas. Mi reacción debió de ser tan evidente que él me preguntó si me gustaba verlo así. Lanzando una risita tonta le dije que sí y me hice hacia un costado para dejarlo pasar y cerrar la puerta tras él.
   - Estoy para servirle, mi ama.- Dijo él parándose en frente mío.
   Era un juego al que nos encantaba jugar y hacíamos cada vez que nos veíamos: la sumisión total. Los dos éramos muy dominante en el sexo y nos dimos cuenta de ello luego de unos pocos encuentros, por lo que solos terminamos llegando a un acuerdo de que cuando uno dominaba, el otro no. Una cosa fue llevando a la otra y después de vernos varias veces terminamos transformando la dominación en una especie de juego de amo y esclavo donde uno de los dos se somete completamente a la voluntad del otro. La última vez que nos habíamos visto yo había entregado le mi cuerpo para que él hiciera conmigo lo que quisiera. En esa oportunidad él parecía estar dispuesto a calmar mi locura de la rutina, sometiéndose a mi voluntad, algo que yo no iba a rechazar.
   - Puede empezar dándome muchos besos y caricias, esclavo.- Le dije apoyándome contra la puerta.
   Juan Pablo sonrió y caminó despacio hasta quedar pegado a mi cuerpo. Apoyó sus manos sobre la puerta y acercó sus labios contra los míos hasta que hicieron contacto. Extrañaba esos labios hermosos y carnosos que tenía, me hacían sentir tan bien, tan completa. Yo posé mis manos con suavidad en sus hombros y le devolví el beso que parecía ser más bien romántico. Fueron unos segundos en los que pensé que nuestro juego iba a quedar suspendido e iba a ser reemplazado por un encuentro mucho más sentimental.
   Sin embargo mi vecino enseguida volvió a tomar su rol y comenzó a bajar con sus labios por todo mi cuerpo. Me besó el cuello, los hombros, los brazos y llegó hasta mi pecho, en el cual se concentró por encima del corpiño, ya que era parte del juego no deshacerse de mi ropa hasta que yo quisiera. Sus besos siguieron camino y poco a poco terminó arrodillado en frente mío, pasando sus hermosos labios por mis muslos. Sin que él dijera nada yo me di vuelta y le di la espalda, dejando mi colita bien en frente de su cara. Enseguida la agarró con ambas manos y la empezó a acariciar y besar como bien le gustaba hacerlo.
   - Le doy permiso para que me saqué la tanguita, esclavo.- Le dije abriendo levemente las piernas.
   A pesar de que no lo vi pues mi frente se encontraba apoyada contra la puerta, supe que en su rostro se había dibujado una sonrisa de oreja a oreja. Juan Pablo me bajó lentamente la tanga hasta sacármela con total suavidad. Sus manos subieron desde mis tobillos hasta mi cola, acariciando con fuerza mi piel y provocando que un escalofrío recorriera toda mi columna. No tardó en volver a besarme el cuerpo, apoyando sus cálidos labios en mis piernas y moviéndolos hasta mi cola. Abrí un poco más las piernas para darle lugar y le ordené que me diera placer como solo él sabía hacerlo.
   - Sí, mi ama.- Me dijo él y metió su cabeza entre mis muslos.
   Su lengua apareció luego de unos cálidos besos y se sintió sumamente placentera. Juan Pablo sabía cómo hacerme gozar y eso me ponía como loca. Movía su lengua de una manera increíble, subiéndola y bajándola por mi conchita, provocándome un placer enorme que invadía todo mi ser. Mis manos se apoyaban con fuerza sobre la puerta al igual que mi frente, mientras cerraba los ojos y disfrutaba del momento. Él estaba rendido a mis pies, semi desnudo y comiéndome la conchita de una forma sorprendente, dándome placer y provocando que me mordiera los labios.
   Sus manos se apoyaron sobre mis muslos abriendo aún más mis piernas y noté como su cabeza avanzaba sobre estas junto con su cuerpo. Abrí los ojos y noté la mirada penetrante de mi vecino que calentó muchísimo. Su lengua seguía clavada en mi conchita y se movía a toda velocidad encima de mi clítoris, dándome pequeños espasmos y haciéndome temblar toda. Notaba como mis piernas se debilitaban a medida que mi cuerpo se humedecía y como mis uñas intentaban clavarse en la puerta pero no podían. ¡Me estaba volviendo loca!
   - ¡Desnudate y sentate en el sillón!- Le dije dando un paso para atrás de golpe.
   Me había calentado al máximo y había logrado encender en mí un fuego increíble. Mientras él se paraba y se sacaba el bóxer, yo me desprendía del corpiño y lo seguía bien de cerca. Juan Pablo se sentó en el sillón y yo me abalancé sobre su cuerpo, besándolo de manera apasionada y sintiendo su pija bien dura entre mis piernas. Mientras me acomodaba manoseaba su cuerpo y sentía como sus dedos recorrían mi espalda y llegaban hasta mi cola. Me encantaba coger con él, sentir su piel bronceada y escucharlo respirar profundamente cada vez que me cogía.
   Su pija entró a mi cuerpo logrando sacarme un gemido de placer puro. Apoyé mis manos en sus hombros y mirándolo con deseo me empecé a mover hacia adelante y hacia atrás, cabalgando al colombiano hermoso que tenía en mi sillón. “¡Ay sí! ¡Me encanta!” comencé a gemir enseguida pues me fascinaba coger con él. Mi cuerpo se movía cada vez de manera más acelerada, mientras sentía como su pija me penetraba bien a fondo y sus manos me apretaban con fuerza la cola.
   - ¡Mordeme las tetas, esclavo!- Le ordené sin dejar de saltar sobre su cuerpo.
   Juan Pablo enseguida despegó su cabeza del respaldar del sillón y lo acercó a mi pecho buscando mis lolas. Abrió la boca y comenzó a lamer uno de mis pezones y enseguida sentí como sus dientes se clavaban en él. “¡Mmm sí! ¡Que rico!” gemí como loca al sentir esa mezcla hermosa de placer y dolor que me provocaba cuando hacía eso. Me puse a saltar con mayor fuerza sobre su cuerpo y su pija entraba y salía de mi conchita empapada a toda velocidad.
   Me levanté del sillón y me puse en cuatro en el piso en frente suyo. “¡Cogeme!” le ordené con voz firme y directa. En cuestión de un segundo, Juan Pablo se levantó y se arrodilló detrás de mí para clavar su verga en mi conchita nuevamente con toda violencia, sacándome un grito nuevamente. Me agarró con fuerza de la cintura y me empezó a dar bien duro, como solo él sabía hacerlo. Me encantaba, me fascinaba la manera en la que me cogía ese hombre. Sin lugar a dudas todas las preocupaciones y problemas de la rutina se habían ido de mi cabeza y en ese momento solo disfrutaba de la pija de mi vecino entrando y saliendo de mi conchita a toda velocidad.
   - ¡Que rico! ¡Seguí! ¡No pares!- Gritaba como loca entre gemidos.
   Él se movía cada vez más fuerte y me cogía cada vez más duro. Sentía su verga entrar en mi conchita y salir casi por completo mientras que su cuerpo golpeaba con firmeza el mío. “¡Pegame!” le ordené entonces y noté como una de sus manos se despegaba de mi cintura para caer como un azote sobre mis nalgas. “¡Otra vez!” le pedí y él volvió a hacerlo para terminar sacándome un grito de placer puro. Sabía que me encantaba que me pegaran en la cola y no tuve que volver a pedírselo para que lo hiciera por una tercera vez.
   No tardé en acabar. Me encantaba tanto la manera en la que Juan Pablo me cogía y me volvía tan loca que lo hiciera de esa forma, que mientras me daba en esa posición tuve un orgasmo hermoso que me dejó temblando por completo. Él se dio cuenta de lo que había logrado y cuando giré la cabeza pude ver una sonrisa macabra en su rostro, como si festejara su logro. “¿De qué te reís, esclavo?” le pregunté y él enseguida borró su sonrisa de victoria. Pero yo lo había visto y no me gustaba que sonriera cuando era mi esclavo.
   Rápidamente me levanté y lo empujé hacia atrás, haciéndolo caer contra el sillón pero sobre el piso. Como una bestia, me arrojé sobre él como si fuera mi presa y volví a montarlo con total violencia. Noté como su verga entraba en mi cuerpo y abría mi piel empapada del orgasmo que acababa de provocarme. “¿Así que te gusta hacerme acabar, esclavo? ¿Te calienta?” le pregunté y él me respondió “Si, mi ama”, calentándome mucho más de lo que ya estaba. Era increíble lo que él sacaba de mí, lo mucho que me excitaba cuando lo tenía a mi merced.
   Me movía de manera desesperada, saltando sobre su cuerpo y clavándome su pija a toda velocidad. Sus manos se posaban en mi cintura y me sujetaban con fuerza, acompañando cada uno de mis movimientos, mientras que las mías se apoyaban sobre sus hombros. “¡Mordeme las tetas, esclavo!” volví a ordenarle y él nuevamente hundió su cara en mi pecho hasta encontrar mi otro pezón y le clavó sus dientes. Estaba sumamente excitada y caliente que no pude aguantarme. Mi cuerpo se movía descontroladamente y dejándose llevar por la satisfacción del momento.
   Acabé nuevamente y en esa oportunidad lo hice mojándome mucho más de lo que me había mojado antes. Sentí como todos mis fluidos salían de mi cuerpo y empapaban la pija de Juan Pablo que permanecía dura y firme adentro mío. “¡Ay sí!” grité disfrutando de mi segundo orgasmo y le pegué un cachetazo que le dejó los dedos marcados en el rostro. Pero en vez de sorprenderlo, eso le sacó una débil sonrisa que llegué a detectar y me dio un morbo muy grande. Volví a pegar, en esa oportunidad del otro lado y la cara de Juan Pablo volvió a quedar frente a la mía.
   - ¿Me vas a dar toda la lechita, esclavo? ¿Me la vas a dar toda?- Le pregunté agarrándolo bien firme de la cara.
   - Toda, mi ama.- Me respondió él enseguida.- Donde usted más la desee.
   - La quiero en mis tetitas.- Le dije
   - Sí, mi ama. Estoy para servirle.- Respondió él.
   Nos levantamos y él se paró en frente mío. Volví a besarlo, pero en esa oportunidad le di un beso mucho más fogoso y caliente, en el que terminé mordiéndole el labio con brutalidad. Bajé acariciando todo su cuerpo con mis dedos hasta quedar arrodillada adelante suyo y él enseguida tomó su pija con firmeza y se empezó a pajear. Yo me tocaba el cuerpo y en especial las tetas, que las tenía bien calientes y rojas después de que Juan Pablo me hundiera los dientes en ellas. “¡Dale! ¡Dame la leche! ¡Acabá para tu dueña!” le dije y él no se pudo aguantar.
   Se pajeó tan fuerte y con tal brutalidad que la leche comenzó a salir por los aires, cayendo en todo mi cuerpo y el piso del living comedor. Los últimos chorros los apuntó y dejó que cayeran sobre mis tetas y yo fui esparciendo la lechita con mis dedos índices. Por fin logré verlo rendido y a mi servicio, algo que me fascinó y me dio mucho morbo. Entonces tuve la sensación de que esa noche yo había sido el ama y él el esclavo, pero que no había sido lo suficientemente severa con él, por lo que decidí divertirme un ratito más.
   - ¡Limpiame el cuerpo!- Le ordené levantándome y recostándome sobre el sillón.
   - ¿Cómo?- Me preguntó él.
   - ¡Limpiame el cuerpo, esclavo!- Repetí con voz más firme y esbozando una sonrisa macabra.- ¡Ahora!
   Juan Pablo entendió enseguida y se arrodilló en frente de mí y sin chistar sacó la lengua de su boca y lamió mi rostro para sacarme los rastros de su semen que me habían quedado. Me sentí sumamente poderosa y no pude evitar estirar una mano hasta mi entrepierna y comenzar a tocarme mientras él seguía limpiándome la cara. Pero mi vecino era igual de morboso y atrevido que yo, por lo que después de lamerme toda la leche del rostro, fue directo a mi boca y me tranzó para dejar caer en mi lengua su propia leche. Yo lo acepté, pues me encantaba su semen, y dejé que siguiera haciendo lo mismo por el resto de mi cuerpo.
   Poco a poco, Juan Pablo me fue limpiando toda su leche con su propia lengua y lo iba trayendo hasta mi boquita en donde yo se lo recibía con ganas. Me pasó la lengua por las tetas, por la panza, por los brazos y por el pecho, dejándome toda empapada de su saliva, pero sacándome hasta la última gota de semen. Toda fue a parar a mis labios y a mi boca, la cual yo recibí agradecida y me tragué con gusto. Mientras él hacía todo eso y me calentaba con la situación, mis dedos jugueteaban sobre mi clítoris dándome placer.
   - ¡Ahora cómeme la conchita de nuevo!- Le dije y él sonrió y bajó hasta mi entrepierna.
   Estaba totalmente caliente y no pude aguantarme las ganas de sentir su lengua una vez más sobre mi clítoris. Juan Pablo era excelente dándome placer con su boca y sabía la manera de hacerme ver las estrellas. Movía su lengua por sobre mi cuerpo en todas direcciones, de arriba a abajo, de un lado al otro, el forma de círculos, todo mientras sus manos jugueteaban sobre mis pezones. No tardé en volver a gemir, en volver a sentir un calor abrazador sobre todo mi cuerpo.
   No tardé en acabar una tercera vez pues su lengua me estaba haciendo gozar de una manera increíble. Lancé un gemido bien agudo y prolongado que le dio a entender que me estaba dando el tercer orgasmo de la noche y el que iba a ser definitivamente el mejor. Entonces levantó la cabeza y me miró con una sonrisa macabra entre medio de mis piernas y yo le agradecí por ser un muy buen esclavo. Juan Pablo se levantó, se puso el bóxer y sin decir nada se fue hasta la puerta y la abrió con la idea de marcharse.
   - ¿A dónde va, mi amo?- Le pregunté cambiando de golpe los roles del juego.- ¿No quiere que nos demos una duchita juntos y después hagamos lo que usted desee?
   - Me encanta lo putita que es mi esclava.- Me dijo él cerrando la puerta y volviendo a sonreír.


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4 comentarios - Vecinos. Capítulo 4

juuli88 +1
CANTIDAD DE TIEMPO QUE PUEDE AGUANTAR JULIETA SIN VOLVERSE UNA PUTA ESCLAVA CON UN COLOMBIANO AL LADO: 2 segundos.
HistoriasDe +1
Jajajaja buen dato para los colombianos!
juuli88
ya hubo uno que lo comprobo 🙈
martinfcd +1
Que lindo juego! Que fuerte el momento! Que viva la vecindad latinoamericana!
HistoriasDe
Que viva!!
daros82 +1
Estas historias me encantan y me hacen imaginar lo guarritas q deben ser mis vecinas 😄
HistoriasDe +1
Jajaja me alegra ayudarte!