Esta es la historia de Camila (mí mujer) y su hermana Micaela. Para poder entender a fondo cómo se dieron las cosas, me parece necesario empezar por el principio.
El despertar.
Todo comenzó una mañana de frío. Aprovechando las vacaciones de invierno ella solía quedarse hasta tarde en la cama. A veces también aprovechaba para dormir una siestita. Eran momentos de autodescubrimientos. La secundaria la estaban haciendo juntas con su hermana en una escuela de monjas. Era doble turno largo.
Así que, salvo en esa época del año, tenía poco tiempo real para dedicarse a ella misma. De explorarse. Además estaba la cuestión del pecado, del cuerpo como templo del espíritu, de reservarse para el matrimonio,etc. Cosas que venían de la muy restrictiva educación que le impartian tanto en la escuela como en su propia casa. Ahí era peor todavía. En su casa ni se podía hablar de chicos. A su edad todavía la trataban como a una nena.
Pero en las vacaciones se quedaban solas en la casa, porque los padres le dedicaban todo el día al trabajo. Así que había mucho tiempo libre. Tiempo de libertad. Muy poco para hacer y por lo tanto mucho para pensar, para imaginar, para fantasear, para conocer.
Eran momentos donde la cabeza volaba. La cabeza y también el cuerpo, los sentidos.
Si bien en ese ámbito en el que se crió la trataban aún como a una niña, ella sentía en el cuerpo que ya no era así.
Una curiosidad cada vez más grande iba creciendo dentro suyo. Eran cosas que iban surgiendo sorpresivamente: un roce en los pezones generaba un pequeño ardor, una pequeña electricidad.
O cuando iba al baño a hacer pis y se limpiaba con el papel, al frotarse, de pronto, sentía como una necesidad de limpiarse un poco más. Eso le generaba una cosquilla, pero era una cosquilla rara, una picazón que, a medida que se rascaba, se sentía más fuerte.
Esas sensaciones le hacían sentir la necesidad de bañarse más seguido. Precisaba limpiarse, depurarse. Lo hacía hasta dos veces al día. Se tomaba su tiempo. Le gustaba darse una ducha caliente tanto como sumergirse en la bañadera a descansar. Quedarse un buen rato. Hasta que la piel de los dedos se arrugaba.
Pero, a pesar de su educación impartida en base a la prohibición, la curiosidad se hizo camino. En esos baños ella empezó a conocerce y a reconocerse. Se acariciaba la cara, el cuello, suavemente, cómo palpándose. Se pasaba las manos por las piernas, desde los pies hasta el muslo, sintiendo esos suaves vellos que en meses fríos crecían hasta que bien entrada la primavera la madre la autorizaba a rasurarlos.
Le gustaba tocar sus pechos. La sorprendía notar como habían tomado forma y peso en el último año. Le gustaba tomarlos con la mano entera, cómo cubriendolos. A veces le gustaba envolverlos con la mano, dejando libre el pezón y apretar. Se imaginaba amamantando a alguien. Notaba que el pezón reaccionaba al hacer este movimiento pero se lo atribuía al frío.
Una tarde descubrió, casi sin querer, que en ese estado, si se pellizcaba un poco el pezón, un escalofrío le bajaba desde la nuca, hasta la parte baja de la espalda.
A veces esas sensaciones le daban un poco de miedo o vergüenza. ¿Qué me pasa? ¿Habrá algo malo en esto que estoy haciendo?
Le gustaban, también, los vellos de su pubis. Agarrarlos con los dedos. Enroscarselos entre los dedos índice y medio y tirar de ellos. A veces eso le provocaba una sensación incómoda, como un dolor suave en algún lugar que no podía determinar bien. Pero era un dolor dulce, adictivo.
No siempre pasaba, pero solía ser más frecuente cuánto de más abajo estirara los pelos. Sobre todo ahí cerca de la raja pero arriba. En general eso le provocaba una sensación que iba asentuandose a la altura de su ombligo, o más bien un poco por debajo de este.
Eran como unas ganas de hacer pis. Esas ganas la invadían cada vez más seguido. Las primeras veces salía del agua para hacer y después volvía a la bañera, pero le daba frío.
Un día pensó que no molestaba a nadie si orinaba en la bañera, al fin y al cabo estaba ella sola ahí en el agua. Era su propio pis. No había nada malo en eso.
Y con el tiempo le fue gustando hacerlo, sentir ese líquido caliente que salía desde su interior y rozaba sus muslos para después mezclarse con el agua y la espuma que la envolvían. Le generaba cierto placer también aliviar esa carga. Pero más placer le generaba sentir que rompía alguna regla moral.
De todas maneras esto era algo que no hablaba con nadie. Ni si quiera se detenía a pensarlo mucho. Simplemente lo hacía y lo disfrutaba.
Ninguno de estos descubrimientos los podía charlar con sus amigas. Ni siquiera con su hermana. Eran tabúes. No es que no tuvieran ganas de hacerlo, pero ninguna se animaba a romper ese hielo. Aunque es muy probable que todas estuvieran atravesando situaciones similares.
En fin, era su mundo propio. Su mundo secreto. Interno. Íntimo. Latente. Creciente.
Lo más fuerte sucedió una mañana.
Fue algo que pasó, casi, entre sueños.
Sería ya bien entrada la mañana. Su hermana ya se había levantado, ella estaba sola en la habitación que compartían. No tenía nada que hacer y acababa de despertar de un sueño placentero.
En el sueño era verano y estaba en la playa, pegada a la orilla, caminando sobre la arena caliente, con un primo que le gustaba.
Sonriendo se estiró en la cama para remolonear un rato más, aunque sentía un poco de ganas de ir al baño. Al estirar las piernas rozó con la punta del pié un muñeco de peluche. Era el regalo que le había hecho el primo del sueño el último cumpleaños, y que a veces tenía cerca para dormir.
Era un muñeco grande, peludo, suave.
Con los dedos de los pies lo apresó y flexionó las rodillas para poder acercárselo a las manos. Pero al arrastrarlo, el animal, se atascó entre sus piernas.
Y la sensación que le provocó la hizo sentir rara pero cómoda. Se sentía bien. Le generaba como una necesidad de aplastar al muñeco, de apoyarse encima. Era como un juego, algo divertido.
Pensaba en su primo y algo palpitaba dentro de ella. En un movimiento la cola del muñeco le recorrió, marcando con un fuerte impulso, toda su entrepierna y se posicionó bien al centro. Ella reaccionó apretando las piernas. Aprisionándolo más en esa posición.
Recordaba la sonrisa de su primo al hacerle aquel regalo y pensaba en su boca, en sus labios. Y sin darse cuenta ya estaba moviendo su cintura, dejándose acariciar por la simpática criatura.
Sentía la presión en su bajo vientre, las ganas de hacer pis. Pero no se detenía, le gustaba. Cada vez más.
Su primo le acercaba los labios en su sueño. Era lo que ella estaba esperando. Eran labios suaves, tibios.
No pudo resistirse y ahí lo sintió. Lo sintió en el momento mismo del beso. Lo sintió como el mar mojandole sus pies descalzos sobre la arena caliente.
Su cuerpo entero se estremeció de algo caliente y frío a la vez. Una sacudida eléctrica que la atravesó y le generó una gran emoción. Sintió una tensión extrema que duró un instante y luego un relax total, cómo si su cuerpo, totalmente distendido, flotara en el aire.
Agarró al peluche y se lo acomodó sobre la almohada, lo acurrucó junto a su cara para dormitar un poquito más. Al arrimarlo a su nariz, casi dormida ya, percibió la humedad en el suave pelaje y un leve olor como a agua salada.
Pensando en el mar se quedó dormida...
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Así empezó:
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Parte 1:
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Parte 2:
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