You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

[1] Incapacitado para amar: Mi Primer Amor

Resulta que conocí a mi ex esposa a los catorce años, en la parroquia de mi barrio, Villa Dolores. Sabía hacer muchas actividades en ella y con ella, desde ayudar en el merendero a la gente humilde que vivía cerca, hasta visitar casas de enfermos buscando alguien que les dé un consuelo. Actividades que mucho no me gustaban, estaba más motivado por ver a Mica que andar ayudando gente así porque sí.


Ella era hermosa, realmente disfrutaba ayudando a los demás, una chica sana por donde la mires: buenos modales, encantadora, de familia bien, de esas que siempre están con vos en las buenas y en las malas. Muy cristiana y demasiado bella para este mundo, pensaba yo.
Todos los chicos que iban a la parroquia iban, aunque no lo admitieran, para verla. Incluso había pibes más descarados, como Leo o Fran, que no encajaban ni ahí y solo iban a tirarle los galgos. A ella le gustaba la atención que le daban, pero era más bien tímida, lo que la hacía, a mis ojos, mucho más hermosa.


Me había enamorado, no había dudas. la Iglesia no me importaba, fuimos compañeros de comunión en la catequesis, mi vieja me obligaba a ir. Yo no era menos desinteresado que los otros chicos, pero me salía fingir mejor, y dio resultados. Luego de hacernos amigos, le mostré mi amor por ella de muchas formas, y finalmente me le declaré. Para mi sorpresa, aceptó mis sentimientos, ella también gustaba de mí desde comunión.


En la iglesia era la envidia de los pibes, en especial Leo, el pibe que se la daba de guapo porque era más grande y andaba en otra movida, este no perdía oportunidad de hablarle, sin embargo, ella me daba la seguridad que necesitaba y no tenía celos. Me sorprendió que ella sí era celosa conmigo, cuando me hablaban las chicas de confirmación, de doce/trece años y algunas más chicas también. Desde que salía con ella, de repente, estaba lleno de atención femenina. Eso me halagaba y cuando me hacía escenas me sentía re bien.


Cuando llevábamos dos años de relación, mi enamoramiento no había decaído demasiado, pero sí es cierto que tenerla de novia se había vuelto rutina.
Ella era muy cristiana, zarpada en cristiana, por lo que el noviazgo se basó exclusivamente en actividades platónicas, muchas conversaciones lindas de nuestro futuro y besos. 


¡Cómo expresarte lo que eran esos besos! El primero, días después de ponerme con ella, fue absolutamente emocional, hermoso y es un recuerdo que tengo muy idealizado, como todo el mundo.


Luego los besos empezaron a pedir un poco más. Al principio, cuando abrazaba ese cuerpito chiquito, me sentía muy protector. Era grandote comparado con ella y el contraste hacía que ese sentimiento fluyera. Pero me acuerdo una noche que estábamos en la cocina del merendero organizando el desayuno de la mañana y en un momento me empieza a besar más caliente de lo normal, yo encantado, siempre se me paraba el pito cuando chapábamos, pero trataba de ocultarlo por si ella se ofendía. ¡Qué pensamientos más estúpidos tenía! Pero era normal, éramos cristianos y el tema del sexo lo habíamos hablado ya: después de casarnos, obviamente. Yo lo había aceptado a medias, pero la amaba y quería que sea la madre de mis hijos.


La abracé por la cintura y deslicé mi mano hasta su culo, muy hermoso, por cierto, tal vez lo que más atraía a los chicos, porque pechos no tenía casi, lo mínimo para considerarla mujer.


Atrevido yo, la aproximo hasta mi pelvis y ella no hacía más que ceder, le estaba encantando la situación. Estaba muy caliente, por lo que me saco la remera de un saque y la siento en la mesada. Nos lengüeteábamos con una pasión de dos adolescentes que reprimieron la tensión sexual por dos años, y explotó todo en ese momento. 


Ella ya estaba abierta de piernas empujando mis nalgas hacia ella, acariciando mi pecho.
Cuando empiezo a levantar su remera me frena y me dice que no es posible, estábamos en la parroquia y si el cura por casualidad nos veía, el escándalo iba a ser humillante. ¡Escándalo que cojan dos adolescentes de dieciséis años, por el amor de Dios!


Creí entrar en razón un momento, pero un impulso me llevó a besarla de nuevo. Ella me paró en seco y me dijo que me ponga la remera. Parecía disgustada por la situación. Yo me cagué enojando, y cuando me ofreció la remera la tiré al piso con bronca. Agarré una factura de dulce de leche que era para el desayuno de los niños y me fui en cuero hasta mi casa.


No hablamos por tres días. Acostado en mi cama me puse a pensar en ella, como lo había hecho los días anteriores. No estaba enojado y ya estaba planeando ir a su casa a conversar con ella sobre lo ocurrido. Pero me ganó de mano, tocan el timbre y mi vieja me avisa que es Mica que me estaba buscando. A mi mamá le gustaba Mica, porque era cristiana como ella. Pensaba que me iba a llevar por el buen camino. 


Yo re emocionado, me levanté de un salto, pero me refrené un poco, para que no quede tan desesperado. Pasaron los cinco minutos más largos de mi vida y salí a verla. Estaba con un vestido blanco corto que resaltaba su bronceado reciente y una chaqueta de jean. No se me cayó la mandíbula porque la tenía pegada, nunca la había visto tan sexy, incluso se había maquillado un poco, tenía los labios muy brillantes y las mejillas levemente rosadas. 


Ella no era así, más bien era reacia a usar maquillaje y la ropa que usaba le quedaba bien porque a su cuerpo todo lo que quedaba bien, pero no resaltaba por su estilo. Además, era pálida y nunca la había visto bronceada. Me sorprendí gratamente al verla así. En la mano tenía una bolsita de cartón muy bonita y adentro una remera doblada al detalle. “Tu remera”, me dice tímidamente. Yo agarro la bolsa, un poco consternado por la situación y le doy las gracias, ocultando mi emoción.


La invité a pasar a mi pieza. Ella estaba media indecisa porque, según ella, no quería “tentar al diablo”. De todas formas, cedió, se sentía en deuda conmigo y no se animó a decir que no.


Eran casi las cinco de la tarde, y mi vieja, mi única familia, se iba a laburar y no volvía hasta la madrugada. Me pegó un grito de que se iba, que nos portemos bien decía, ahora me río pensando en esa advertencia.


En mi pieza la incomodidad se multiplicó por diez, me senté en el respaldar de la cama y me puse a leer un cómic de Patoruzú y ella en la silla donde pongo la ropa. Obvio, saqué la ropa y la subí a la cama. Para romper el hielo y saciar mi curiosidad fui al punto: 


—¿A qué viniste? —le dije.
—Nada, quería saber cómo estabas. —me respondió sin mirarme a los ojos.
—Bien. —le respondí re cortante, no quería parecer débil.
Ella tomó mucho valor, tardó mucho antes de hablar, y cada segundo contaba. Finalmente preguntó mirándome:
—Quiero saber que somos en este momento. —me largó, y bajó la cabeza, estaba a punto de llorar.
—¿Qué somos? ¿Novios? No estoy muy seguro, déjame pensar. —le dije fríamente.
Ella rompió en llanto. Verla así me conmovió el alma, yo la amaba, pero mis deseos sexuales reprimidos me hacían odiarla de a ratos, yo no era tan cristiano como ella y ya me importaba poco la religión. 


Me bajé de la cama y fui hacia ella impulsivamente y la abracé. Tenía un olor muy rico, como cítrico, no sé cómo explicarlo, pero el olor lo tengo en mi memoria al día de hoy. Inspiré en su pelo castaño claro unas tres veces más. Ella lloraba en mi vientre y me sentía la peor persona del mundo, en serio, ni Hitler era tan malo como yo en ese preciso momento. 


Le digo que se pare, ella estaba conteniendo el llanto, y con mis ojos a punto de hacer lo mismo, le encajo un beso. No podíamos desprendernos, ni con un balde de agua iba a ser eso posible. Empiezo a desenfrenarme y la dirijo hacia mi cama. Caemos los dos de costado mientras nos chapábamos. Las manos se empezaban a descontrolar, cuando quería ver estaba apretando sus glúteos debajo del vestido. Mi pene estaba ya congestionado de la actividad y no iba a esperar mucho. 


Empecé a besarla por el cuello y ella movía el mentón mientras tiritaba. Muy fuerte verla así para mí, pero desde que pasó lo de la cocina parroquial yo ya no iba a verla igual, la veía como a una hembra en celos y eso es lo que era. 


Le bajé las tiras del vestido y quedaron al descubierto sus pequeños pechos, los cuales lamí como si estuviera hambriento. Ella estaba por demás excitada y yo ni te cuento, explotaba. 


Me acariciaba el pelo mientras lo hacía, aunque con fuerza que no controlaba. Nos enderezamos y ella queda debajo de mí y yo rodeado de sus muslos, que estaban ya a altas temperaturas. Me hace un gesto de querer sacarme la remera y yo levanto los brazos chupando sus pezones en casi todo el proceso.
Con la respiración entrecortada, empieza a frotarse contra mi bulto debajo del pantalón corto y tira la cabeza hacia atrás. Se veía tan primitiva haciendo eso, masturbándose con mi bulto. 


—Metémela Javi. —me dice, con un hilo de voz al lado de mi oreja.


Al escuchar eso se me erizó la piel, no creí que lo escucharía de su voz, y para colmo parecía más bien una orden que una recomendación. “Tus órdenes son mis deseos”. Me bajo el pantalón hasta las rodillas y sale mi pene despedido del elástico, ella lo vió y se conmocionó, como que no terminaba de caer en la cuenta de que se la iba a meter en menos de lo que canta un gallo. No es un gran pene, por si se lo preguntan, es más bien promedio, no resalta por nada, aunque tiene una cabeza que le da una leve forma de hongo, para alguien como ella era una novedad, posiblemente los haya visto en internet viendo porno. 


Cuando toco su concha por arriba de la bombacha, noto la tela extremadamente mojada, como si la hubiera mojado a propósito en la canilla. En ese momento gimió suavemente, casi imperceptible. 


Prosigo a bajarle la bombacha y se la incrusto. Me topé con una membranita que rasgué sin querer. 


—¡Aaay! —gritó ella.
—¿Te dolió mi amor? —le dije preocupado.
—Un poco, pero no parés.


Luego de que me tranquilizara con lo último que dijo, seguí mi recorrido. Estaba muy accesible porque, de lo mojada, mi pene se deslizaba muy fácilmente dentro de ella.


Gemíamos los dos mientras nos mirábamos, fue increíble, yo empecé a aumentar la velocidad siguiendo las órdenes instintivas de mi pene, hasta que estallé en su vagina. Fue brutal. Sentir el éxtasis que yo había sentido solo masturbándome, pero multiplicado por diez, dentro de ella. No quería salir por nada del mundo. Ella estaba toda despeinada. Hasta la muerte con esta mina, pensé.

Desde ahí afianzamos la relación muchísimo, cogíamos todos los días varias veces. Pero la ilusión se rompió meses después, cuando cayó a mi casa y me dijo que no le bajaba la menstruación. 


— ¡¿Qué?! —le grité, no entendía un carajo, pero sabía que era una mala noticia, por su cara.
—Sí, no me baja, creo que estoy embarazada.
A mí se me bajó la presión en ese momento, pero atiné a abrazarla, no quería que se sintiera más mal de lo que ya estaba, pero por dentro la abrazaba más por mí que por ella.


¿Eso significaba que iba a ser padre a los diecisiete? Estaba aterrado, era mucho para mi adolescente cabeza. Yo quería seguir con mi vida de fantasía, con una novia hermosa y sin preocupaciones más allá de la escuela.


Empecé a sentir un sudor frío, horripilante, creí que me desmayaría, pero volví a mí momentos después. Ella estaba igual de mal, pero ese momento se ve que ya lo había pasado, por lo que estaba un poco, solo un poco, más tranquila que yo.
Fui a la farmacia a comprar un test y se lo llevé a la parroquia, mientras ella estaba ayudando a unos niños con sus deberes. Estaba envuelto en papel de regalo, como se lo pedí a la empleada de la farmacia. Qué ironía, porque para mí, eso era todo lo contrario a un regalo.


Cuando fui a la casa de ella, me sentí extremadamente raro. Los padres me miraban con desdén y ella estaba con ánimo fingido. Me llevó de la mano hasta su pieza y yo no paraba de quitarle la vista a los padres, como desafiándolos.


Ella me contó que había dado positivo y que le había contado a su mamá. Le dijo que no enloqueciera, que su novio se iba a hacer cargo porque la amaba. ¿Qué novio? ¿Yo? Me quería volver loco, pero le demostré una madurez que ni yo alcanzaba a creérmelo.
—Mica, pase lo que pase, voy a ser su padre —le dije, consolándola —No voy a cometer el mismo error que el mío, le voy a dar tanto amor como se merece.


Yo en ese momento no había pensado en pastillas, aborto o cualquier otra método, pero porque no sabía, si no lo hubiera propuesta. La verdad, no sé, porque ella y sus padres estaban absolutamente en contra de todo eso y la sola palabra destruiría la aparente calma con que se había tomado la situación. Mejor que no sabía.


Yo la amaba y mis palabras eran sinceras, estaba enamorado y antes dije que quería que fuera la madre de mis hijos, pero no así.












Gracias por llegar hasta acá. Esta es la primera parte de una larga historia, con sus altibajos, como cualquier historia real. Si les gustó estén atentos que voy a seguir subiendo más partes.

0 comentarios - [1] Incapacitado para amar: Mi Primer Amor