Uno de los reencuentros más esperados durante ésta cuarentena, era con mi ex suegro. El papá de Nacho.
Ya nos habíamos estado mensajeando desde el comienzo de la cuarentena, llegando incluso a mantener intensas sesiones de "sexting", aunque, claro, no era lo mismo que un cuerpo a cuerpo, por lo que después de nuestros encuentros virtuales iba a lo de Antonio o con mi vecino del quinto piso a sacarme las ganas con que me quedaba.
Sin embargo, ésta última semana me tenía preparada una sorpresa. Después de cinco meses de cierre obligado, finalmente el Gobierno había autorizado la reapertura de los establecimientos hoteleros. Obviamente no para el turismo, aunque siempre es mejor algo que nada.
-El lunes empezamos, voy a necesitar una consultora para tener bien aceitados los protocolos- me dijo, en referencia al Hotel que administra y en el cuál solíamos encontrarnos con relativa asiduidad antes de la pandemia.
Por mi actividad, que como ya deben saber, es la del Seguro, tuve que ponerme al tanto de las últimas disposiciones en cuanto a las medidas sanitarias que deben implementar los comercios y las empresas que de a poco comienzan a funcionar. Aunque, claro, más allá de mi competencia en tal sentido, el llamado de Ignacio padre, o don Nacho como solía llamarlo cuándo era novia de su hijo, albergaba otras intenciones... Las mismas que las mías, por supuesto.
Ese lunes, cuándo llegué al Hotel, el papá de mi ex novio ya estaba esperándome en la recepción, siempre bien trajeado y con ese color caribeño que no pierde ni estando en cuarentena. Aunque como todos en ésta nueva realidad, llevaba el obligatorio tapabocas, el mismo no le restaba ni una pizca de atractivo. Es más, al llevar oculta casi la mitad de la cara, le resaltaban aún más los ojos.
Nos saludamos muy formalmente, manteniendo la distancia recomendada, aunque sabiendo que en unos pocos minutos más, esa distancia se reduciría a su mínima expresión.
Obviamente que al ser el padre de mi novio, me había encontrado con él en un montón de reuniones familiares e incluso en eventos sociales en los que habíamos coincidido fortuitamente. Lo había vuelto a ver después de varios años en el casamiento de Cecilia, su otra hija, mi ex cuñada, y aunque siempre me pareció un hombre atractivo, nunca había sentido lo que siento ahora. Esas ganas locas de cogérmelo apenas lo veo.
Lo veía ahí parado, esperándome, y hubiera querido saltarle encima y comerle la boca con barbijo y todo. Pero ésta maldita coyuntura nos obliga a controlarnos más que de costumbre.
Después de que un conserje me toma la temperatura y me rocía las manos con alcohol, me presenta al personal como la consultora en temas de bioseguridad. Por supuesto que se trata de algo meramente formal, para el registro, ya que ahí todos saben que soy la mina a la que se está empernando.
Anoto en el libro mi nombre, mi matrícula, pongo mi rúbrica, y luego subo con él en el ascensor.
-Aún a un metro de distancia te puedo oler- me dice apenas se cierran las puertas.
Por supuesto no se refiere a ningún perfume ni fragancia que me haya puesto, sino a ése olor, ése sutil aroma que emanamos cuándo estamos ávidos de sexo. Y yo estaba que me chorreaba de las ganas.
-Desde ayer que me estoy mojando por vos...- le digo, sintiendo que ese ascensor tiene el recorrido más largo del mundo.
¿Acaso agregaron pisos?
Se acerca y casi sin inmutarse, me calza una mano en la entrepierna. Estoy con pantalón, así que puedo sentir como la presión de sus dedos encierra en un puño mi conchita.
Cuando llegamos a nuestro piso y las puertas se abren, retira la mano, recuperando rápidamente la compostura, no vaya a ser que aparezca un empleado y nos sorprenda en plena contienda.
Atravesamos el pasillo y entramos a la suite de siempre con la tarjeta que le dieron en recepción. Y adentro sí, nos arrancamos los tapabocas y envolviéndonos en un apasionado abrazo, nos besamos como aquellos amantes que vuelven a encontrarse después de estar separados por una cruenta guerra.
Ninguno dice nada, en ése momento las palabras sobran, lo único que queremos es besarnos y cogernos como en nuestros mejores momentos.
Nos tocamos, nos acariciamos, tratando de convencer a nuestro tacto que no se trata de una ilusión. Que es real. Que estamos allí.
Le agarro y le aprieto con desesperación el bulto, sintiendo esa tensión y turgencia que me vuelve loca, que supo capturarme desde el momento en que puso su atención en mí.
Apenas caigo de espalda en la cama, me empiezo a desabrochar el pantalón. Él me lo saca, arrancándome también la bombacha. Ni bien mi concha queda expuesta, un aroma intenso y dulzón se esparce por el ambiente. El olor que supo captar ya desde el ascensor.
Se llena los pulmones con tan embriagadora fragancia, para luego sumergirse entre mis piernas y chuparme en esa forma suya, tan ávida y entusiasta.
Tengo la concha que se me derrite, mojada a más no poder, con el clítoris entumecido y a punto de reventar.
Se levanta y se saca la ropa, exhibiendo delante mío ese cuerpo que pese a los años no ha perdido ni un ápice de fibra ni atractivo.
Me sonrío ante la amplitud de mis gustos en lo que a amantes se refiere. Hace poco estuve con Juan Carlos, el colectivero, que nada que ver, panzón, peludo, descuidado, prácticamente el reverso de la moneda; mi vecino y su amigo, que aunque contemporáneos de mi suegro, parecen llevarle diez años en lo que a estado físico se refiere. Sin embargo, pese a tales diferencias, todos tienen algo en común. Me dejan completamente satisfecha.
Se agarra la pija y se acerca blandiéndola orgulloso, desafiante. La tiene bien parada, con la cabeza hinchada y enrojecida, casi amoratada.
Después de su hijo estuve con varios hombres, incluso aún estando con él tuve algunos amantes esporádicos, por lo que no me acuerdo de la pija de Nacho, pero si el hijo tiene al menos algún leve parecido al padre, ya sé porqué estuvimos de novios casi por un año.
Estoy que se me cae la baba, con la lengua pidiendo clemencia, pero aunque esa pija necesita una buena lustrada, no me deja ni darle una lamida, ya que se echa enseguida encima mío y me la clava sin mayores concesiones.
La calentura que tiene encima el padre de mi ex, es de antología. Miren que es un tipo calentón, por lo menos cuándo está conmigo, pero en ese momento está como enajenado. Cómo si la pandemia hubiera exacerbado su ya de por sí explosiva líbido.
Me descose la concha a pijazos, bombeándome en forma urgente, desesperada, con la evidente necesidad de vaciarse, de descargar lo que viene conteniendo desde hace semanas.
Por supuesto, yo no me opongo, su goce es mi goce, por lo que me abro toda, recibiendo cada uno de esos puntazos entre gritos de placer, alaridos que debían de resonar por todo el pasillo del hotel.
Con un rictus demoniaco por máscara, los ojos inyectados en lujuria, me la mete bien adentro, con topetazo incluído; me la saca, se la menea por entre mis piernas, y PLASH - PLASH - PLASH, me pinta la barriga y las tetas de leche.
Se echa a un lado, de espalda, y suspira aliviado, como si finalmente se hubiera deshecho de tan pesada carga.
Él tuvo su orgasmo, pero yo no, así que me acomodo a su lado, lo beso en la boca, y de allí voy bajando por su cuerpo, besándolo aquí y allá, lamiéndole las tetillas, recorriendo la panza, el vientre, hasta llegar a un matorral de pendejos color ceniza, que parece haber sido podado con esmero.
Tras la eyaculación, la pija le queda gomosa, morcillona, sin llegar a encogerse del todo.
Le doy besitos y lamiditas en los huevos, que siguen duros e hinchados, como preparando una segunda carga. Subo con la lengua, lamiendo los restos del derrame anterior, una mezcla de semen y de mis propios fluidos sexuales.
Me la meto en la boca y se la chupo, sintiendo entre mis labios como se va endureciendo de a poco, recuperando su esplendor, esa maciza consistencia que tanta satisfacción me provoca.
Le hago una turca, como tanto le gusta, y con la concha goteándome de ganas, me le subo encima y me la clavo de una, toda entera, acompañando la penetración con un gemido de puro gozo y placer.
Me agarra de las tetas, apretándomelas con entusiasmo, mientras yo me empiezo a mover con la urgencia de quién tiene el polvo ahí mismo, trabado en alguna parte, latiendo, esperando su momento. Así me había dejado, con el orgasmo a flor de piel, preparado para implosionar y envolverme con sus beatíficas sensaciones.
Cuándo acabo, me desarmo entre sus brazos, soltando un suspiro tras otro, sintiendo como mi acabada se derrama en torno a su sexo, mojándole hasta las bolas.
Pasado el impacto, reanudo mis movimientos, acoplándome a los que él imprime desde abajo.
Nos miramos a los ojos mientras nos cogemos, sonriendo, disfrutando ese tan necesario intercambio de fluidos que la inesperada pandemia parecía querer arrebatarnos.
El placer se multiplica, se ramifica por todo mi cuerpo, haciéndome su prisionera, sin brindarme ninguna escapatoria posible.
Vuelvo a acabar, a mojarme, a explotar, a sentir ese vértigo en la panza, esa emoción frente a la cuál sucumben todas las demás emociones.
Con la pija en llamas, mi ex suegro me pone en cuatro, y desde atrás me la mete por el culo. Después de tantos meses de no estar juntos, la fiesta tenía que ser completa.
Me taladra el ojete con un ritmo fijo y sostenido, acentúando cada ensarte con un empujón final que me destroza, me aniquila.
Aferrado a mi cintura, me arranca orgasmo tras orgasmo, brutal, implacable, invadiendo cada conducto con una virilidad a prueba de balas.
Otro orgasmo y van..., pero ésta vez acabamos juntos. Me la saca justo cuándo el mío alcanza la cresta de la ola, y mientras me deshago en plácidos suspiros y jadeos, siento como se descarga a puro lechazo sobre mi espalda.
Caigo derrumbada, en absoluto estado de éxtasis, saciada y complacida, disfrutando como el semen se desliza por la sinuosidad de mi columna vertebral.
Luego, ya más calmados, nos besamos y nos quedamos charlando durante un buen rato, sobre nosotros, la situación que atravesamos, de cómo la estamos pasando.
-Me imagino que con todo esto se te habrá complicado tu faceta swinger- se me ocurrió decir en algún momento.
Si leyeron mis relatos anteriores sabrán que mi ex suegro es un habitué de la noche swinger porteña. Claro que no con su esposa, la madre de Nacho y Cecilia, sino con diferentes amantes que tiene por ahí.
-Por ahora está todo parado, lo que sea boliches, hoteles o quintas, pero siempre hay alguna pareja amiga para algo más íntimo, solo de cuatro- repone con esa picardía que solo exhibe cuándo está conmigo.
Obviamente el sexo grupal, al que era tan asiduo, tendría que esperar.
-Me gustaría acompañarte...- le digo entonces, casi sin pensarlo -No sé, si se puede, quizás éste no sea el momento apropiado...-
-Siempre es el momento- me interrumpe con un repentino entusiasmo -Es más, tengo una pareja amiga que están con ganas de romper la cuarentena-
-Anotame entonces...- le digo con el interés que no había demostrado nunca antes.
Ya lo había decidido, con mi suegro apadrinándome, iba a tener mi bautismo swinger.
Continuará...
Ya nos habíamos estado mensajeando desde el comienzo de la cuarentena, llegando incluso a mantener intensas sesiones de "sexting", aunque, claro, no era lo mismo que un cuerpo a cuerpo, por lo que después de nuestros encuentros virtuales iba a lo de Antonio o con mi vecino del quinto piso a sacarme las ganas con que me quedaba.
Sin embargo, ésta última semana me tenía preparada una sorpresa. Después de cinco meses de cierre obligado, finalmente el Gobierno había autorizado la reapertura de los establecimientos hoteleros. Obviamente no para el turismo, aunque siempre es mejor algo que nada.
-El lunes empezamos, voy a necesitar una consultora para tener bien aceitados los protocolos- me dijo, en referencia al Hotel que administra y en el cuál solíamos encontrarnos con relativa asiduidad antes de la pandemia.
Por mi actividad, que como ya deben saber, es la del Seguro, tuve que ponerme al tanto de las últimas disposiciones en cuanto a las medidas sanitarias que deben implementar los comercios y las empresas que de a poco comienzan a funcionar. Aunque, claro, más allá de mi competencia en tal sentido, el llamado de Ignacio padre, o don Nacho como solía llamarlo cuándo era novia de su hijo, albergaba otras intenciones... Las mismas que las mías, por supuesto.
Ese lunes, cuándo llegué al Hotel, el papá de mi ex novio ya estaba esperándome en la recepción, siempre bien trajeado y con ese color caribeño que no pierde ni estando en cuarentena. Aunque como todos en ésta nueva realidad, llevaba el obligatorio tapabocas, el mismo no le restaba ni una pizca de atractivo. Es más, al llevar oculta casi la mitad de la cara, le resaltaban aún más los ojos.
Nos saludamos muy formalmente, manteniendo la distancia recomendada, aunque sabiendo que en unos pocos minutos más, esa distancia se reduciría a su mínima expresión.
Obviamente que al ser el padre de mi novio, me había encontrado con él en un montón de reuniones familiares e incluso en eventos sociales en los que habíamos coincidido fortuitamente. Lo había vuelto a ver después de varios años en el casamiento de Cecilia, su otra hija, mi ex cuñada, y aunque siempre me pareció un hombre atractivo, nunca había sentido lo que siento ahora. Esas ganas locas de cogérmelo apenas lo veo.
Lo veía ahí parado, esperándome, y hubiera querido saltarle encima y comerle la boca con barbijo y todo. Pero ésta maldita coyuntura nos obliga a controlarnos más que de costumbre.
Después de que un conserje me toma la temperatura y me rocía las manos con alcohol, me presenta al personal como la consultora en temas de bioseguridad. Por supuesto que se trata de algo meramente formal, para el registro, ya que ahí todos saben que soy la mina a la que se está empernando.
Anoto en el libro mi nombre, mi matrícula, pongo mi rúbrica, y luego subo con él en el ascensor.
-Aún a un metro de distancia te puedo oler- me dice apenas se cierran las puertas.
Por supuesto no se refiere a ningún perfume ni fragancia que me haya puesto, sino a ése olor, ése sutil aroma que emanamos cuándo estamos ávidos de sexo. Y yo estaba que me chorreaba de las ganas.
-Desde ayer que me estoy mojando por vos...- le digo, sintiendo que ese ascensor tiene el recorrido más largo del mundo.
¿Acaso agregaron pisos?
Se acerca y casi sin inmutarse, me calza una mano en la entrepierna. Estoy con pantalón, así que puedo sentir como la presión de sus dedos encierra en un puño mi conchita.
Cuando llegamos a nuestro piso y las puertas se abren, retira la mano, recuperando rápidamente la compostura, no vaya a ser que aparezca un empleado y nos sorprenda en plena contienda.
Atravesamos el pasillo y entramos a la suite de siempre con la tarjeta que le dieron en recepción. Y adentro sí, nos arrancamos los tapabocas y envolviéndonos en un apasionado abrazo, nos besamos como aquellos amantes que vuelven a encontrarse después de estar separados por una cruenta guerra.
Ninguno dice nada, en ése momento las palabras sobran, lo único que queremos es besarnos y cogernos como en nuestros mejores momentos.
Nos tocamos, nos acariciamos, tratando de convencer a nuestro tacto que no se trata de una ilusión. Que es real. Que estamos allí.
Le agarro y le aprieto con desesperación el bulto, sintiendo esa tensión y turgencia que me vuelve loca, que supo capturarme desde el momento en que puso su atención en mí.
Apenas caigo de espalda en la cama, me empiezo a desabrochar el pantalón. Él me lo saca, arrancándome también la bombacha. Ni bien mi concha queda expuesta, un aroma intenso y dulzón se esparce por el ambiente. El olor que supo captar ya desde el ascensor.
Se llena los pulmones con tan embriagadora fragancia, para luego sumergirse entre mis piernas y chuparme en esa forma suya, tan ávida y entusiasta.
Tengo la concha que se me derrite, mojada a más no poder, con el clítoris entumecido y a punto de reventar.
Se levanta y se saca la ropa, exhibiendo delante mío ese cuerpo que pese a los años no ha perdido ni un ápice de fibra ni atractivo.
Me sonrío ante la amplitud de mis gustos en lo que a amantes se refiere. Hace poco estuve con Juan Carlos, el colectivero, que nada que ver, panzón, peludo, descuidado, prácticamente el reverso de la moneda; mi vecino y su amigo, que aunque contemporáneos de mi suegro, parecen llevarle diez años en lo que a estado físico se refiere. Sin embargo, pese a tales diferencias, todos tienen algo en común. Me dejan completamente satisfecha.
Se agarra la pija y se acerca blandiéndola orgulloso, desafiante. La tiene bien parada, con la cabeza hinchada y enrojecida, casi amoratada.
Después de su hijo estuve con varios hombres, incluso aún estando con él tuve algunos amantes esporádicos, por lo que no me acuerdo de la pija de Nacho, pero si el hijo tiene al menos algún leve parecido al padre, ya sé porqué estuvimos de novios casi por un año.
Estoy que se me cae la baba, con la lengua pidiendo clemencia, pero aunque esa pija necesita una buena lustrada, no me deja ni darle una lamida, ya que se echa enseguida encima mío y me la clava sin mayores concesiones.
La calentura que tiene encima el padre de mi ex, es de antología. Miren que es un tipo calentón, por lo menos cuándo está conmigo, pero en ese momento está como enajenado. Cómo si la pandemia hubiera exacerbado su ya de por sí explosiva líbido.
Me descose la concha a pijazos, bombeándome en forma urgente, desesperada, con la evidente necesidad de vaciarse, de descargar lo que viene conteniendo desde hace semanas.
Por supuesto, yo no me opongo, su goce es mi goce, por lo que me abro toda, recibiendo cada uno de esos puntazos entre gritos de placer, alaridos que debían de resonar por todo el pasillo del hotel.
Con un rictus demoniaco por máscara, los ojos inyectados en lujuria, me la mete bien adentro, con topetazo incluído; me la saca, se la menea por entre mis piernas, y PLASH - PLASH - PLASH, me pinta la barriga y las tetas de leche.
Se echa a un lado, de espalda, y suspira aliviado, como si finalmente se hubiera deshecho de tan pesada carga.
Él tuvo su orgasmo, pero yo no, así que me acomodo a su lado, lo beso en la boca, y de allí voy bajando por su cuerpo, besándolo aquí y allá, lamiéndole las tetillas, recorriendo la panza, el vientre, hasta llegar a un matorral de pendejos color ceniza, que parece haber sido podado con esmero.
Tras la eyaculación, la pija le queda gomosa, morcillona, sin llegar a encogerse del todo.
Le doy besitos y lamiditas en los huevos, que siguen duros e hinchados, como preparando una segunda carga. Subo con la lengua, lamiendo los restos del derrame anterior, una mezcla de semen y de mis propios fluidos sexuales.
Me la meto en la boca y se la chupo, sintiendo entre mis labios como se va endureciendo de a poco, recuperando su esplendor, esa maciza consistencia que tanta satisfacción me provoca.
Le hago una turca, como tanto le gusta, y con la concha goteándome de ganas, me le subo encima y me la clavo de una, toda entera, acompañando la penetración con un gemido de puro gozo y placer.
Me agarra de las tetas, apretándomelas con entusiasmo, mientras yo me empiezo a mover con la urgencia de quién tiene el polvo ahí mismo, trabado en alguna parte, latiendo, esperando su momento. Así me había dejado, con el orgasmo a flor de piel, preparado para implosionar y envolverme con sus beatíficas sensaciones.
Cuándo acabo, me desarmo entre sus brazos, soltando un suspiro tras otro, sintiendo como mi acabada se derrama en torno a su sexo, mojándole hasta las bolas.
Pasado el impacto, reanudo mis movimientos, acoplándome a los que él imprime desde abajo.
Nos miramos a los ojos mientras nos cogemos, sonriendo, disfrutando ese tan necesario intercambio de fluidos que la inesperada pandemia parecía querer arrebatarnos.
El placer se multiplica, se ramifica por todo mi cuerpo, haciéndome su prisionera, sin brindarme ninguna escapatoria posible.
Vuelvo a acabar, a mojarme, a explotar, a sentir ese vértigo en la panza, esa emoción frente a la cuál sucumben todas las demás emociones.
Con la pija en llamas, mi ex suegro me pone en cuatro, y desde atrás me la mete por el culo. Después de tantos meses de no estar juntos, la fiesta tenía que ser completa.
Me taladra el ojete con un ritmo fijo y sostenido, acentúando cada ensarte con un empujón final que me destroza, me aniquila.
Aferrado a mi cintura, me arranca orgasmo tras orgasmo, brutal, implacable, invadiendo cada conducto con una virilidad a prueba de balas.
Otro orgasmo y van..., pero ésta vez acabamos juntos. Me la saca justo cuándo el mío alcanza la cresta de la ola, y mientras me deshago en plácidos suspiros y jadeos, siento como se descarga a puro lechazo sobre mi espalda.
Caigo derrumbada, en absoluto estado de éxtasis, saciada y complacida, disfrutando como el semen se desliza por la sinuosidad de mi columna vertebral.
Luego, ya más calmados, nos besamos y nos quedamos charlando durante un buen rato, sobre nosotros, la situación que atravesamos, de cómo la estamos pasando.
-Me imagino que con todo esto se te habrá complicado tu faceta swinger- se me ocurrió decir en algún momento.
Si leyeron mis relatos anteriores sabrán que mi ex suegro es un habitué de la noche swinger porteña. Claro que no con su esposa, la madre de Nacho y Cecilia, sino con diferentes amantes que tiene por ahí.
-Por ahora está todo parado, lo que sea boliches, hoteles o quintas, pero siempre hay alguna pareja amiga para algo más íntimo, solo de cuatro- repone con esa picardía que solo exhibe cuándo está conmigo.
Obviamente el sexo grupal, al que era tan asiduo, tendría que esperar.
-Me gustaría acompañarte...- le digo entonces, casi sin pensarlo -No sé, si se puede, quizás éste no sea el momento apropiado...-
-Siempre es el momento- me interrumpe con un repentino entusiasmo -Es más, tengo una pareja amiga que están con ganas de romper la cuarentena-
-Anotame entonces...- le digo con el interés que no había demostrado nunca antes.
Ya lo había decidido, con mi suegro apadrinándome, iba a tener mi bautismo swinger.
Continuará...
23 comentarios - Don Nacho...
Además ésta sería mi primera experiencia en el verdadero mundo swinger y con que pareja!!!!