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Trio sexual con dos desconocidos (relato con fotos)

Mi nombre es Jazmín y tengo treinta y tantos. Debo confesarles que cumplí una de mis fantasías sexuales más deseadas y fue hace poco más de un mes.
Tengo la enorme ventaja de tener un cuerpo que envidia a más de una mujer y de también dejarme llevar, sin tapujos, por el exquisito placer del sexo donde sea que se presente. En este caso que les pasaré a contar, fue en la casa de unos amigos del coqueto barrio porteño de Belgrano R, donde me entregué a los brazos de dos señores bien fornidos y dotados sexualmente, que con su poder de convencimiento me llevaron a compartir la cama en la más extrema intimidad, la cual muy pocas veces he experimentado.
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Mi marido se había ido por unos días de viaje, pues él es piloto de avión de una importante aerolínea internacional y suele ausentarse de casa cada tanto. Siempre que se va al trabajo lo extraño horrores y por ello necesito frecuentar a mis amigas y amigos para contrarrestar su ausencia. En una inolvidable ocasión, organizaron una fiesta por el cumpleaños de un amigo de una de mis mejores amigas de toda la vida, Lorena. Al principio debo confesarles que no quise ir, pero luego por la insistencia de Lore (prácticamente mi mejor amiga), es que me tomé un remís y fui a la casa de su amigo.
En la fiesta había mucha gente, la cual no conocía, pero que deseaba conocer en muchos aspectos. Debo confesarles también que me atraen mucho tanto hombres como mujeres (y si son hombres casados mucho más). La cosa es que bebiendo un trago aquí y otros por allá es que dos tipos me conversaron muy lindo, diciéndome cosas que me sonrojaron y me alagaron.
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Uno de ellos, el más viejo, me susurraba al oído piropos y guarangadas que estremecían cada vez más mis sentidos. Yo sonreía a cada uno de sus cumplidos hasta que decidí sentarme un rato apartandome de ellos y pensar si realmente estaba haciendo lo correcto engañando a mi esposo. A los 5 minutos volvimos a hablar y ellos no dejaban de elogiar mi cuerpo, diciéndome que la suerte de su marido no podría ser mayor por tener a semejante hembra a su lado.
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Palabras más, palabras menos, nos pusimos los tres calientes. Quise evitar que sus inquietas e intrépidas manos invadan mis piernas, pero me tocaban muy lindo, acariciando mis muslos y mi cintura mientras estábamos sentados en el bar de la casa de un extraño, al menos para mi. ¡Que estaba agasajando mi cuerpo con sus grandes manos!
Mientras mi amiga me hacía señas desde una escalera para que siguiera con el sensual encuentro, los dos hombres medios borrachos me tomaron en sus brazos y me llevaron a un cuarto de arriba de la mansión. Cuando uno de ellos abrió la puerta de una patada, el otro me comenzó a besar con mucha fuerza y pasión poniéndome sobre la cama. Debo confesarles que por los tragos que tenía encima, me entregué totalmente a sus caprichos masculinos que hacían que el cosquilleo en mi vagina fuera cada vez mayor.
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Como era de esperar, los tres la pasamos muy bien aquella madrugada lluviosa, aunque me diera cierta culpa por los cuernos que le había metido a mi marido. Uno de ellos no dejaba de acariciar mi culo hasta tal punto de babosear y besar cada centímetro de mis nalgas. No faltaron sus puntiagudas lenguas devorando mi clítoris y mi pequeño ano, mientras estaba en posición perrito, el otro cerdo metía su verga en mi boquita divirtiéndose como si fuera un deporte del cual poseía gran habilidad. Sacaba su pija y la volvía a meter en mi boca cuando se le antojaba y eso a mí me encantaba porque yo me le quedaba mirando fijamente.
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Finalmente, ellos fueron cada vez más violentos con mis partes íntimas, devorando mi cuerpo como nadie lo había hecho hasta ese momento. Me cogieron por mi ano y mi concha como verdaderos señores del sexo, llenos de lujuria me enseñaron como se siente una puta cuando hace bien su trabajo, llenando mis intimidades con sus líquidos seminales. Luego de una hora de meter sus vergas en mi boca, en mi cola y mi concha una y otra vez, me obligaron (contra mi voluntad) a tragarme todo el semen (nunca lo había hecho con mi marido) Me gustó mucho sentir ese néctar masculino sobre mi carita de puta. Mi culo y mi conchita también estaban mojados, se habían entremezclado nuestros olores, pues no habíamos utilizado protección alguna.

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Debo confesarles que nunca fui una santa , pero aquella fiesta me dio muchas ganas de seguir ofreciéndome a todo bello hombre que sepa cómo tratar a una dama y convertirla en una mujer feliz. Las fiestas sexuales eran algo que me hacían sentir que estaba mas viva que nunca. Era solo el principio de una vida rutinaria, que se había vuelto agitada.
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FIN.

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