Capítulo 1: Sesso alla finestra
Laura fue mi novia y mi amante ideal durante casi cinco años. Nos conocimos mientras fuimos a la universidad, pero mi indecisión por formar una familia a su lado me hizo perderla.
No porque no quisiera formar una familia con ella, sino porque no quería formarla con nadie, por lo menos en ese entonces y hasta la fecha, pues considero que en la vida hay un momento para vivir cada etapa.
Ella parecía tener acelerado su reloj biológico de la maternidad, y ese fue motivo suficiente para cortar conmigo.
Para mí fue supremamente doloroso. Laura fue quizá la novia que más quise y la que mejor cogía entre todas las que tuve a lo largo de mi vida, que valga aclarar, no han sido muchas. De todas formas no me quedó otra opción que aceptar la ruptura, seguir con mi vida y dejar que ella siguiera con la suya.
Al comienzo no fue tan compleja la separación, pues ocasionalmente nos veíamos para echar un polvo y sacarnos la traicionera calentura que llega en los momentos menos indicados.
Pero luego ella consiguió una nueva pareja, y de a pocos fue metiéndose más de lleno en su relación.
Yo no limité mi vida a su existencia, así que mientras ella entablaba una nueva relación, yo iba por el mundo viviendo el desenfreno que te limitas cuando estás en pareja. Diría que casi que “comiendo a la carta”, aunque había veces que no era así, pues no siempre logras tu objetivo.
Laura fue consolidando su relación con su nuevo novio, llamado Juan David. Y a pesar de que yo la respetaba, no dejaba de sentir cierta molestia por ello, pues no se habían vuelto a repetir nuestros encuentros sexuales esporádicos.
No les puedo engañar, Laura no es la chica mejor parecida o más agraciada que hay, y seguramente no está cerca de serlo. Laura mide 1,60 aproximadamente, su piel es blanca, no del todo pálida, pero si tiene una tonalidad de piel que tiende más hacia el blanco que hacia un color más mestizo; sus pómulos son ciertamente prominentes, no así sus cachetes, tiene una cara bastante redonda, lo que favorece su belleza. Sin embargo, sus labios son supremamente delgados, realmente poco y nada provocativos a menos de que alguna vez los hayas besado, Su sonrisa es de destacar, sus dientes son pequeños, blancos y están en el lugar que se supone deberían estar. Según ella, nunca le hicieron ortodoncia, pero a mí me resulta difícil de creer que exista una sonrisa tan perfecta sin ayuda. Sus ojos son ciertamente pequeños, bastante comunes, con los bordes externos apuntando ligeramente hacia arriba, de un café intenso, aunque no sé si por su forma de mirar, o por la concepción que tengo de ella, podría decir que su mirada es de las más penetrantes que he conocido en mi vida. Su nariz es recta y delgada a la altura del tabique pero se va ensanchando a medida que llega a la punta. Su pelo es bastante liso, de color castaño y habitualmente lo lleva de largo a la altura de los hombros, claro que durante un largo periodo de la época en que salió conmigo no lo llevaba así sino que se rapaba los costados de la cabeza y se hacía crestas, lo que era un motivo de mofa entre mis amigos, que me acusaban de maricón, gay, invertido, etcétera, por salir con una chica de cabello corto.
Pero yo omitía las burlas de mis amigos, no solo por estar enamorado, sino porque los atributos de Laura iban más allá de cómo llevaba el pelo. Incluso me daban pesar mis amigos con sus burlas, pues ellos no habían podido dimensionar las caderas, el culo y las piernas de Laura, ni sentir sus carnes.
Sus senos eran escasos, del tipo piquete de mosquito, pero ella sabía hacerlos lucir elegantes con camisas escotadas u otras prendas que los hacían resaltar.
En esa época, en la que fuimos novios, su cintura era bastante pronunciada, pero luego fue perdiendo esa definición, claro que sin convertirse en una línea recta. Algo similar ocurrió con su abdomen, que en ese entonces era de anuncio, pero un futuro embarazo y la relajación de la vida en pareja hizo que perdiera esas condiciones. De todas formas no fue que desarrollara una panza aterradora, solo que dejó de tener ese abdomen absolutamente plano.
Pero si hay algo que deleita de Laura, en esa y en esta época, son sus caderas: anchas, macizas, carnosas. Es todo un placer observar cómo se mueven cuando camina, y mucho más placentero es tenerlas entre las manos.
Sus muslos tienen características similares: gruesos, bien formados; muy sensuales a la vista, especialmente cuando usa faldas o pantalones ajustados. Sus nalgas también eran carnosas, bastante generosas, aunque diría que algo gelatinosas; eso sí, sin excederse en celulitis.
Todo eso lo perdí cuando terminó nuestra relación y especialmente cuando ella empezó una nueva con el tal Juan David. Me arrepentí por mucho tiempo, pues con ninguna otra mujer encontré el disfrute que tenía con Laura. No sé si se trataba de su excesiva fogosidad, de su forma de moverse al follar, de sus mil rostros de placer durante el coito, o si sencillamente yo permanecía enamorado; el caso es que me fue muy difícil superarla.
Tanto así que nunca perdí el contacto con ella. Seguimos charlando por WhatsApp, por Facebook, encontrándonos ocasionalmente para tomar un café, e incluso asistí a su boda, con lo doloroso que eso fue para mí.
Tan pronto Laura se casó con Juan David, hicieron un viaje por los países de la Región Andina en América del Sur, y luego se fueron a vivir a Italia, dado que Juan David había conseguido un gran trabajo allí.
Pasados unos meses más me enteré de que Laura sería madre. Su hija nacería en Turín, en el seno de la familia que había conformado con Juan David. Yo nada podía hacer más que resignarme, y por el cariño que le había tenido, desearle lo mejor.
Los años pasaron y llegó el día en que acordé que iría a visitarle. Ella quería que conociera su hija y algo de su vida en Italia.
A mí me hacía bastante ilusión, pues aparte del reencuentro tendría la oportunidad de conocer un nuevo país, su cultura y su gente.
Para ese momento sentía que tenía superada a Laura, no veía en ella algo más allá de una bonita amistad, pero el reencuentro iba a trastocarme, iba a cambiar la percepción que yo tenía de las cosas.
Su marido sabía que Laura y yo habíamos sido novios durante un largo tiempo, pero entendía que ahora mis chances con ella era nulas, pues ya eran varios los años que llevaba casado con ella, tenían una hija y confiaba ciegamente en una mujer que siempre se había caracterizado por su fidelidad. No se opuso a mi visita. De hecho me trató bastante bien durante la mayor parte de mi estancia en su hogar.
Durante mis dos primeros días en su casa, Laura y Juan David se dedicaron a hacerme un completo recorrido turístico por Turín. Me llevaron a conocer la Plaza San Carlo, el Palacio Madama, la Catedral de Turín, el Santuario de la Consolata entre tantos otros sitios de obligatorio paso para los turistas en esa ciudad.
A pesar de que yo viajé mentalizado en que había superado hace tiempo a Laura, al llegar allí no pude dejar de sentir molestia al verla de la mano con su esposo, al verla besándose una y otra vez con él, y al ver a la pequeña Giulia, su hija, que para la época de mi visita tenía cinco años.
Claro que era algo que se caía de su peso, era apenas obvio que esto ocurriera, al fin y al cabo eran pareja, el desubicado era yo.
Claro está que eso no me impidió apreciarla, con el disimulo correspondiente; perder mi mirada por cortos segundos en el espesor de su culo, en sus generosas caderas que seguían sacudiéndose al caminar tal y como yo lo recordaba; incluso en sus ojos, esos que muchas veces me miraron fijamente y a profundidad.
Desde que habían llegado a Italia, Juan David había sido el encargado de sostener ese hogar, pues Laura no había encontrado un trabajo estable desde entonces.
Entre los planes que ellos tenían previstos para mí estaba el de ir a las playas de Genova durante el fin de semana. No puedo decir que la pasé mal porque no fue así, pero si me generó una gran dificultad estar en la playa viendo en bikini a Laura.
Su cuerpo ya no era igual al que tenía en la época en que fuimos novios, su cintura no era tan definida, su abdomen ya no era perfecto, su culo estaba un poco más caído y con más estrías, pero aun así me seguía pareciendo una mujer espectacular, absolutamente sensual. Tanto así que me provocó una erección allí en la playa, la cual tuve que disimular acostándome boca abajo, supuestamente para broncear mi espalda.
Ese día fue realmente especial, pues al verla así me fue absolutamente imposible disimular lo mucho que la deseaba. Ella lo notó, y como ocurrió muchos años atrás, empezaron los coqueteos de lado y lado; todo a espalda de su esposo, que no pudo notarlo por la excesiva atención que prestaba a la pequeña Giulia.
El hecho de ver correspondidos mis coqueteos me llenó de ilusión, pues sabía que dentro de Laura seguía vivo por lo menos un mínimo deseo hacia mí. Tenía esperanzas de que algo ocurriera con ella, aunque debía ser calculador, previsivo y lo suficientemente sagaz para encontrar los momentos justos.
Desde ese momento empecé a pensar en una y otra forma de lograr mi cometido, que aclaro de una vez, no era reconquistar a Laura, pues eso era una tarea mucho más dispendiosa, diría que casi imposible; sencillamente se trataba de echar un polvo antes de tener que regresar a mi país.
Realmente iba a tener fáciles las cosas, pues con su esposo trabajando y con ella todo el día en casa, habría tiempo y oportunidades de sobra. Aunque yo quise arriesgar de más.
El fin de semana terminó, y el anhelado lunes, con su correspondiente jornada laboral para Juan David, llegó. Yo estaba ansioso, tanto que solo di tiempo a que él saliera del apartamento para ejecutar mi plan.
Laura estaba recostada sobre el marco de una ventana que daba a la calle, allí movía su mano haciendo el clásico ademán del adiós para con su esposo. Yo entré sigilosamente, me acerqué a ella sin que notara mi presencia, y sin dar aviso a nada alcé su falda bruscamente.
Ella apenas giró su cabeza, me observó pero no hizo reproche alguno, solo volvió su mirada al frente y siguió despidiéndose de su marido mientras se alejaba. Yo bajé sus bragas y empecé a lamer su concha. Lo hice lentamente, pues no había apuro alguno, su esposo acababa de salir y teníamos todo el día para el desenfreno de nuestra pasión.
Posé mis manos sobre sus nalgas mientras seguía moviendo mi lengua por sobre su vagina. Las apretaba e incluso llegue a clavar mis uñas. Ella seguía allí, apoyada sobre el marco de la ventana. Su esposo ya no estaba a la vista, pero ella se sentía cómoda allí, en esa posición, para ser complacida por mi inquieta lengua.
Sin dejar de juguetear con mi lengua en su concha, empecé a acariciar sus piernas, a sentirlas de nuevo entre mis manos, como en aquellos años en que fueron solo mías. Las acariciaba suave y lentamente, pues recordaba que esto la excitaba mucho.
Ella estaba disfrutando de la situación, pues alcancé a escuchar como dejaba escapar un par de gemidos, aunque, por estar con la ventana abierta y con la cara hacia la calle, era claro que se estaba reprimiendo, pues no quería quedar en evidencia ante cualquiera de los transeúntes que pudieran pasar por allí.
Laura era una adicta al sexo oral, no a hacerlo, sino a recibirlo. Yo sabía que ella era una chica bastante aseada y cuidadosa con su zona íntima, por lo que no me molestaba. Es más, veía en ello una gran oportunidad, pues sabiendo esto y conociendo lo que le gustaba y lo que no, podía brindarle un rato de placer memorable.
Cuando logré una considerable humedad de su concha, introduje mi dedo índice. Nuevamente con mucha lentitud, explorando poco a poco esa cavidad, que por entonces ya ardía.
Ella ocasionalmente giraba su cabeza, como si quisiera supervisar que yo hiciese bien las cosas. Esto me daba la oportunidad de verla a la cara por momentos, me daba la chance de apreciar sus gestos, de notar como apretaba sus labios con su mordida.
A pesar de que Laura llevaba el cabello hasta los hombros, le alcanzaba para hacerse una pequeña cola. Yo anhelaba ponerme en pie, tomarla de la cola del cabello y penetrarla salvajemente. Pero como bien dije antes, no tenía apuro alguno, y ya habría momento para fornicar como Dios manda.
Una vez con mi dedo completamente adentro de ella, lo que seguía era sacarlo para introducir dos. Por el alto estado de lubricación de su vagina, sabía que no habría problema con ello, así que retiré mi dedo, lo chupe, para luego volverlo a introducir en compañía de mi dedo corazón (medio).
Esta vez los moví a mayor velocidad, si se puede decir, con mayor intensidad, pues sabía que no le generaría molestia por alto estado de humedad de su vagina. Mis dedos entraban y salían de allí con gran facilidad. Laura seguía reprimiendo sus gemidos, aunque ocasionalmente no podía aguantarse y los dejaba escapar.
Mientras mis dedos se movían al interior de su coño, yo lamía sus piernas, especialmente la zona limítrofe entre las piernas y las nalgas, como tratando de secar con lengüetazos los líquidos que escurrían de su vagina.
Nosotros no lo notamos, pero Giulia estaba presenciando todo, parada atrás de la puerta, que estaba entreabierta. Esa iba a ser nuestra condena. Sinceramente yo me olvidé de su existencia, mientras que a Laura le pudo haber pasado lo mismo, o pudo haber pensado que estaba dormida, no lo sé, el caso es que no se preocupó por ella ¡Craso error!
Hasta ese momento Laura no me la había chupado, no me había besado, es más, casi ni me había visto a la cara. Pero yo estaba a punto de estallar, estaba completamente excitado. Tratándose de Laura y de un escenario tan morboso, sentía que estaba en capacidad de llegar en más de una ocasión al orgasmo.
Laura estaba igualmente excitada, tanto así que llegó un momento en que me pidió parar con el sexo oral y las caricias a su vagina para que la follara. Me puse en pie, me alejé un poco y le dije:
- Ven, acuéstate
Nos besamos y fue tan apasionante como lo recordaba. De nuevo sus finos labios volvían a hacer contacto con los míos, de nuevo sentía su lengua juguetear entre mi boca, de nuevo la sentía sonreír con su cara pegada a la mía.
Cuando terminó el apasionante beso le di vuelta, ella volvió a apoyarse sobre el marco de la ventana y yo volví a levantar su falda. Saqué mi pene, lo estrellé un par de veces contra su vulva antes de introducirlo, y luego la penetré a profundidad. Diría que con rabia, con algo de furia, no solo porque la humedad de su vagina me lo permitía, sino porque tenía ganas de que fuese así, tenía ganas de castigarla por haber rehecho su vida con otro.
Ella empezó a gemir de inmediato, aunque pasaron apenas un par de segundos para que fuera consciente de que debía reprimirse. Yo la penetraba a fondo, la agarraba de la cola de su pelo, tal y como había fantaseado, jalonaba su cabeza hacia atrás, mientras que ella volvía a dejar escapar uno que otro gemido y ocasionalmente una risa completamente cómplice.
Sus nalgas se sacudían y temblaban con cada uno de mis empellones, quizá más de lo que yo recordaba, evidenciando el paso de los años. Claro que a mí ver este culo gelatinoso me excitaba mucho más. Tanto así que no tardé en terminar.
Se apoderó de mí la preocupación. No por haber terminado pronto, pues sabía que tenía reservas para un polvo más, sino por el hecho de haberle llenado la concha de esperma. Ella me tranquilizó
Saqué mi pene por un instante para ver como escurría mi semen por su coño. Sin limpiarlo, ni limpiar mi pene, y sin dar tiempo a nada la volví a penetrar. La agarré por los hombros y empecé a jalonarla hacia mí, como quien busca más contundencia con cada movimiento.
A medida que el polvo se alargaba, ella se dejaba caer cada vez más sobre el marco de la ventana. En un comienzo se apoyaba en este con sus brazos completamente extendidos, pero luego se fue inclinando cada vez más sobre el marco, hasta terminar apoyándose con su torso sobre este.
No sé si fue mucha gente la que se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. El apartamento de Laura quedaba en un quinto piso, por lo que desde de la calle no era sencillo darse cuenta de lo que ocurría. Seguramente era más sencillo para la gente ubicada en el edificio de en frente, aunque yo en ningún momento noté a mirón alguno.
Laura también disfrutaba de ser azotada, y yo, viendo esas nalgas temblorosas, aproveché para hacerlo una y otra vez. Hasta dejarlas coloradas.
“Para, para, para”, exclamó ella en ese momento. Yo me detuve pero sin sacar mi pene de su humanidad. Ella echó su torso hacia atrás, hasta juntar su cara con la mía, la giró levemente y empezó a besarme. “Fóllame así”, dijo entre beso y beso.
Yo la agarré por el abdomen y reanude mis movimientos. Esta vez con más lentitud, no solo por variar un poco, sino porque para ese momento ya me encontraba algo agotado.
Metí mis manos bajo su blusa y acaricié sus diminutos senos, que para suerte mía no estaban bajo la opresión de sujetador o sostén alguno. Jugar de nuevo con sus tiernos pezones entre mis manos me hizo alcanzar el orgasmo una vez más.
Pero para nuestra desgracia, la niña ya nos había descubierto, y esa noche a la hora de la cena se lo iba a contar a su padre.
Capítulo 2: ¡Ciao Laura! (Final)
Fue un momento muy tenso. Giulia, a pesar de su corta edad, le dio un dramatismo enorme a la situación. Quizá yo estoy paranóico, quizá fue solo mi impresión, pero parecía que hubiese preparado el momento.
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Laura fue mi novia y mi amante ideal durante casi cinco años. Nos conocimos mientras fuimos a la universidad, pero mi indecisión por formar una familia a su lado me hizo perderla.
No porque no quisiera formar una familia con ella, sino porque no quería formarla con nadie, por lo menos en ese entonces y hasta la fecha, pues considero que en la vida hay un momento para vivir cada etapa.
Ella parecía tener acelerado su reloj biológico de la maternidad, y ese fue motivo suficiente para cortar conmigo.
Para mí fue supremamente doloroso. Laura fue quizá la novia que más quise y la que mejor cogía entre todas las que tuve a lo largo de mi vida, que valga aclarar, no han sido muchas. De todas formas no me quedó otra opción que aceptar la ruptura, seguir con mi vida y dejar que ella siguiera con la suya.
Al comienzo no fue tan compleja la separación, pues ocasionalmente nos veíamos para echar un polvo y sacarnos la traicionera calentura que llega en los momentos menos indicados.
Pero luego ella consiguió una nueva pareja, y de a pocos fue metiéndose más de lleno en su relación.
Yo no limité mi vida a su existencia, así que mientras ella entablaba una nueva relación, yo iba por el mundo viviendo el desenfreno que te limitas cuando estás en pareja. Diría que casi que “comiendo a la carta”, aunque había veces que no era así, pues no siempre logras tu objetivo.
Laura fue consolidando su relación con su nuevo novio, llamado Juan David. Y a pesar de que yo la respetaba, no dejaba de sentir cierta molestia por ello, pues no se habían vuelto a repetir nuestros encuentros sexuales esporádicos.
No les puedo engañar, Laura no es la chica mejor parecida o más agraciada que hay, y seguramente no está cerca de serlo. Laura mide 1,60 aproximadamente, su piel es blanca, no del todo pálida, pero si tiene una tonalidad de piel que tiende más hacia el blanco que hacia un color más mestizo; sus pómulos son ciertamente prominentes, no así sus cachetes, tiene una cara bastante redonda, lo que favorece su belleza. Sin embargo, sus labios son supremamente delgados, realmente poco y nada provocativos a menos de que alguna vez los hayas besado, Su sonrisa es de destacar, sus dientes son pequeños, blancos y están en el lugar que se supone deberían estar. Según ella, nunca le hicieron ortodoncia, pero a mí me resulta difícil de creer que exista una sonrisa tan perfecta sin ayuda. Sus ojos son ciertamente pequeños, bastante comunes, con los bordes externos apuntando ligeramente hacia arriba, de un café intenso, aunque no sé si por su forma de mirar, o por la concepción que tengo de ella, podría decir que su mirada es de las más penetrantes que he conocido en mi vida. Su nariz es recta y delgada a la altura del tabique pero se va ensanchando a medida que llega a la punta. Su pelo es bastante liso, de color castaño y habitualmente lo lleva de largo a la altura de los hombros, claro que durante un largo periodo de la época en que salió conmigo no lo llevaba así sino que se rapaba los costados de la cabeza y se hacía crestas, lo que era un motivo de mofa entre mis amigos, que me acusaban de maricón, gay, invertido, etcétera, por salir con una chica de cabello corto.
Pero yo omitía las burlas de mis amigos, no solo por estar enamorado, sino porque los atributos de Laura iban más allá de cómo llevaba el pelo. Incluso me daban pesar mis amigos con sus burlas, pues ellos no habían podido dimensionar las caderas, el culo y las piernas de Laura, ni sentir sus carnes.
Sus senos eran escasos, del tipo piquete de mosquito, pero ella sabía hacerlos lucir elegantes con camisas escotadas u otras prendas que los hacían resaltar.
En esa época, en la que fuimos novios, su cintura era bastante pronunciada, pero luego fue perdiendo esa definición, claro que sin convertirse en una línea recta. Algo similar ocurrió con su abdomen, que en ese entonces era de anuncio, pero un futuro embarazo y la relajación de la vida en pareja hizo que perdiera esas condiciones. De todas formas no fue que desarrollara una panza aterradora, solo que dejó de tener ese abdomen absolutamente plano.
Pero si hay algo que deleita de Laura, en esa y en esta época, son sus caderas: anchas, macizas, carnosas. Es todo un placer observar cómo se mueven cuando camina, y mucho más placentero es tenerlas entre las manos.
Sus muslos tienen características similares: gruesos, bien formados; muy sensuales a la vista, especialmente cuando usa faldas o pantalones ajustados. Sus nalgas también eran carnosas, bastante generosas, aunque diría que algo gelatinosas; eso sí, sin excederse en celulitis.
Todo eso lo perdí cuando terminó nuestra relación y especialmente cuando ella empezó una nueva con el tal Juan David. Me arrepentí por mucho tiempo, pues con ninguna otra mujer encontré el disfrute que tenía con Laura. No sé si se trataba de su excesiva fogosidad, de su forma de moverse al follar, de sus mil rostros de placer durante el coito, o si sencillamente yo permanecía enamorado; el caso es que me fue muy difícil superarla.
Tanto así que nunca perdí el contacto con ella. Seguimos charlando por WhatsApp, por Facebook, encontrándonos ocasionalmente para tomar un café, e incluso asistí a su boda, con lo doloroso que eso fue para mí.
Tan pronto Laura se casó con Juan David, hicieron un viaje por los países de la Región Andina en América del Sur, y luego se fueron a vivir a Italia, dado que Juan David había conseguido un gran trabajo allí.
Pasados unos meses más me enteré de que Laura sería madre. Su hija nacería en Turín, en el seno de la familia que había conformado con Juan David. Yo nada podía hacer más que resignarme, y por el cariño que le había tenido, desearle lo mejor.
Los años pasaron y llegó el día en que acordé que iría a visitarle. Ella quería que conociera su hija y algo de su vida en Italia.
A mí me hacía bastante ilusión, pues aparte del reencuentro tendría la oportunidad de conocer un nuevo país, su cultura y su gente.
Para ese momento sentía que tenía superada a Laura, no veía en ella algo más allá de una bonita amistad, pero el reencuentro iba a trastocarme, iba a cambiar la percepción que yo tenía de las cosas.
Su marido sabía que Laura y yo habíamos sido novios durante un largo tiempo, pero entendía que ahora mis chances con ella era nulas, pues ya eran varios los años que llevaba casado con ella, tenían una hija y confiaba ciegamente en una mujer que siempre se había caracterizado por su fidelidad. No se opuso a mi visita. De hecho me trató bastante bien durante la mayor parte de mi estancia en su hogar.
Durante mis dos primeros días en su casa, Laura y Juan David se dedicaron a hacerme un completo recorrido turístico por Turín. Me llevaron a conocer la Plaza San Carlo, el Palacio Madama, la Catedral de Turín, el Santuario de la Consolata entre tantos otros sitios de obligatorio paso para los turistas en esa ciudad.
A pesar de que yo viajé mentalizado en que había superado hace tiempo a Laura, al llegar allí no pude dejar de sentir molestia al verla de la mano con su esposo, al verla besándose una y otra vez con él, y al ver a la pequeña Giulia, su hija, que para la época de mi visita tenía cinco años.
Claro que era algo que se caía de su peso, era apenas obvio que esto ocurriera, al fin y al cabo eran pareja, el desubicado era yo.
Claro está que eso no me impidió apreciarla, con el disimulo correspondiente; perder mi mirada por cortos segundos en el espesor de su culo, en sus generosas caderas que seguían sacudiéndose al caminar tal y como yo lo recordaba; incluso en sus ojos, esos que muchas veces me miraron fijamente y a profundidad.
Desde que habían llegado a Italia, Juan David había sido el encargado de sostener ese hogar, pues Laura no había encontrado un trabajo estable desde entonces.
Entre los planes que ellos tenían previstos para mí estaba el de ir a las playas de Genova durante el fin de semana. No puedo decir que la pasé mal porque no fue así, pero si me generó una gran dificultad estar en la playa viendo en bikini a Laura.
Su cuerpo ya no era igual al que tenía en la época en que fuimos novios, su cintura no era tan definida, su abdomen ya no era perfecto, su culo estaba un poco más caído y con más estrías, pero aun así me seguía pareciendo una mujer espectacular, absolutamente sensual. Tanto así que me provocó una erección allí en la playa, la cual tuve que disimular acostándome boca abajo, supuestamente para broncear mi espalda.
Ese día fue realmente especial, pues al verla así me fue absolutamente imposible disimular lo mucho que la deseaba. Ella lo notó, y como ocurrió muchos años atrás, empezaron los coqueteos de lado y lado; todo a espalda de su esposo, que no pudo notarlo por la excesiva atención que prestaba a la pequeña Giulia.
El hecho de ver correspondidos mis coqueteos me llenó de ilusión, pues sabía que dentro de Laura seguía vivo por lo menos un mínimo deseo hacia mí. Tenía esperanzas de que algo ocurriera con ella, aunque debía ser calculador, previsivo y lo suficientemente sagaz para encontrar los momentos justos.
Desde ese momento empecé a pensar en una y otra forma de lograr mi cometido, que aclaro de una vez, no era reconquistar a Laura, pues eso era una tarea mucho más dispendiosa, diría que casi imposible; sencillamente se trataba de echar un polvo antes de tener que regresar a mi país.
Realmente iba a tener fáciles las cosas, pues con su esposo trabajando y con ella todo el día en casa, habría tiempo y oportunidades de sobra. Aunque yo quise arriesgar de más.
El fin de semana terminó, y el anhelado lunes, con su correspondiente jornada laboral para Juan David, llegó. Yo estaba ansioso, tanto que solo di tiempo a que él saliera del apartamento para ejecutar mi plan.
Laura estaba recostada sobre el marco de una ventana que daba a la calle, allí movía su mano haciendo el clásico ademán del adiós para con su esposo. Yo entré sigilosamente, me acerqué a ella sin que notara mi presencia, y sin dar aviso a nada alcé su falda bruscamente.
Ella apenas giró su cabeza, me observó pero no hizo reproche alguno, solo volvió su mirada al frente y siguió despidiéndose de su marido mientras se alejaba. Yo bajé sus bragas y empecé a lamer su concha. Lo hice lentamente, pues no había apuro alguno, su esposo acababa de salir y teníamos todo el día para el desenfreno de nuestra pasión.
Posé mis manos sobre sus nalgas mientras seguía moviendo mi lengua por sobre su vagina. Las apretaba e incluso llegue a clavar mis uñas. Ella seguía allí, apoyada sobre el marco de la ventana. Su esposo ya no estaba a la vista, pero ella se sentía cómoda allí, en esa posición, para ser complacida por mi inquieta lengua.
Sin dejar de juguetear con mi lengua en su concha, empecé a acariciar sus piernas, a sentirlas de nuevo entre mis manos, como en aquellos años en que fueron solo mías. Las acariciaba suave y lentamente, pues recordaba que esto la excitaba mucho.
Ella estaba disfrutando de la situación, pues alcancé a escuchar como dejaba escapar un par de gemidos, aunque, por estar con la ventana abierta y con la cara hacia la calle, era claro que se estaba reprimiendo, pues no quería quedar en evidencia ante cualquiera de los transeúntes que pudieran pasar por allí.
Laura era una adicta al sexo oral, no a hacerlo, sino a recibirlo. Yo sabía que ella era una chica bastante aseada y cuidadosa con su zona íntima, por lo que no me molestaba. Es más, veía en ello una gran oportunidad, pues sabiendo esto y conociendo lo que le gustaba y lo que no, podía brindarle un rato de placer memorable.
Cuando logré una considerable humedad de su concha, introduje mi dedo índice. Nuevamente con mucha lentitud, explorando poco a poco esa cavidad, que por entonces ya ardía.
Ella ocasionalmente giraba su cabeza, como si quisiera supervisar que yo hiciese bien las cosas. Esto me daba la oportunidad de verla a la cara por momentos, me daba la chance de apreciar sus gestos, de notar como apretaba sus labios con su mordida.
A pesar de que Laura llevaba el cabello hasta los hombros, le alcanzaba para hacerse una pequeña cola. Yo anhelaba ponerme en pie, tomarla de la cola del cabello y penetrarla salvajemente. Pero como bien dije antes, no tenía apuro alguno, y ya habría momento para fornicar como Dios manda.
Una vez con mi dedo completamente adentro de ella, lo que seguía era sacarlo para introducir dos. Por el alto estado de lubricación de su vagina, sabía que no habría problema con ello, así que retiré mi dedo, lo chupe, para luego volverlo a introducir en compañía de mi dedo corazón (medio).
Esta vez los moví a mayor velocidad, si se puede decir, con mayor intensidad, pues sabía que no le generaría molestia por alto estado de humedad de su vagina. Mis dedos entraban y salían de allí con gran facilidad. Laura seguía reprimiendo sus gemidos, aunque ocasionalmente no podía aguantarse y los dejaba escapar.
Mientras mis dedos se movían al interior de su coño, yo lamía sus piernas, especialmente la zona limítrofe entre las piernas y las nalgas, como tratando de secar con lengüetazos los líquidos que escurrían de su vagina.
Nosotros no lo notamos, pero Giulia estaba presenciando todo, parada atrás de la puerta, que estaba entreabierta. Esa iba a ser nuestra condena. Sinceramente yo me olvidé de su existencia, mientras que a Laura le pudo haber pasado lo mismo, o pudo haber pensado que estaba dormida, no lo sé, el caso es que no se preocupó por ella ¡Craso error!
Hasta ese momento Laura no me la había chupado, no me había besado, es más, casi ni me había visto a la cara. Pero yo estaba a punto de estallar, estaba completamente excitado. Tratándose de Laura y de un escenario tan morboso, sentía que estaba en capacidad de llegar en más de una ocasión al orgasmo.
Laura estaba igualmente excitada, tanto así que llegó un momento en que me pidió parar con el sexo oral y las caricias a su vagina para que la follara. Me puse en pie, me alejé un poco y le dije:
- Ven, acuéstate
- No, házmelo aquí. Quiero rematar la fantasía de follar aquí en la ventana, mirando a la calle. Quiero que la gente me vea, que sospeche que me están follando.
- Como digas, pero antes quiero besarte
Nos besamos y fue tan apasionante como lo recordaba. De nuevo sus finos labios volvían a hacer contacto con los míos, de nuevo sentía su lengua juguetear entre mi boca, de nuevo la sentía sonreír con su cara pegada a la mía.
Cuando terminó el apasionante beso le di vuelta, ella volvió a apoyarse sobre el marco de la ventana y yo volví a levantar su falda. Saqué mi pene, lo estrellé un par de veces contra su vulva antes de introducirlo, y luego la penetré a profundidad. Diría que con rabia, con algo de furia, no solo porque la humedad de su vagina me lo permitía, sino porque tenía ganas de que fuese así, tenía ganas de castigarla por haber rehecho su vida con otro.
Ella empezó a gemir de inmediato, aunque pasaron apenas un par de segundos para que fuera consciente de que debía reprimirse. Yo la penetraba a fondo, la agarraba de la cola de su pelo, tal y como había fantaseado, jalonaba su cabeza hacia atrás, mientras que ella volvía a dejar escapar uno que otro gemido y ocasionalmente una risa completamente cómplice.
Sus nalgas se sacudían y temblaban con cada uno de mis empellones, quizá más de lo que yo recordaba, evidenciando el paso de los años. Claro que a mí ver este culo gelatinoso me excitaba mucho más. Tanto así que no tardé en terminar.
Se apoderó de mí la preocupación. No por haber terminado pronto, pues sabía que tenía reservas para un polvo más, sino por el hecho de haberle llenado la concha de esperma. Ella me tranquilizó
- Llevó un implante anticonceptivo, sigue, no me dejes a medias
- Como ordenes
A medida que el polvo se alargaba, ella se dejaba caer cada vez más sobre el marco de la ventana. En un comienzo se apoyaba en este con sus brazos completamente extendidos, pero luego se fue inclinando cada vez más sobre el marco, hasta terminar apoyándose con su torso sobre este.
No sé si fue mucha gente la que se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. El apartamento de Laura quedaba en un quinto piso, por lo que desde de la calle no era sencillo darse cuenta de lo que ocurría. Seguramente era más sencillo para la gente ubicada en el edificio de en frente, aunque yo en ningún momento noté a mirón alguno.
Laura también disfrutaba de ser azotada, y yo, viendo esas nalgas temblorosas, aproveché para hacerlo una y otra vez. Hasta dejarlas coloradas.
“Para, para, para”, exclamó ella en ese momento. Yo me detuve pero sin sacar mi pene de su humanidad. Ella echó su torso hacia atrás, hasta juntar su cara con la mía, la giró levemente y empezó a besarme. “Fóllame así”, dijo entre beso y beso.
Yo la agarré por el abdomen y reanude mis movimientos. Esta vez con más lentitud, no solo por variar un poco, sino porque para ese momento ya me encontraba algo agotado.
Metí mis manos bajo su blusa y acaricié sus diminutos senos, que para suerte mía no estaban bajo la opresión de sujetador o sostén alguno. Jugar de nuevo con sus tiernos pezones entre mis manos me hizo alcanzar el orgasmo una vez más.
- Si quieres seguir me vas a tener que dar unos minutos para reponerme, esta vez no puedo seguir de largo, le dije mientras buscaba quitarme el sudor de la frente con una de mis manos
- No, tranqui, fue suficiente. Ya me siento bastante relajadita. Aparte tengo que ir a servirle el desayuno a Giulia
- Ok, dale. Antes de que te vayas quería preguntarte, ¿Te gustó?
- Más de lo que crees
- ¿Vamos a repetir?
- Sí, pero hoy no. La niña podría descubrirnos
Pero para nuestra desgracia, la niña ya nos había descubierto, y esa noche a la hora de la cena se lo iba a contar a su padre.
Capítulo 2: ¡Ciao Laura! (Final)
Fue un momento muy tenso. Giulia, a pesar de su corta edad, le dio un dramatismo enorme a la situación. Quizá yo estoy paranóico, quizá fue solo mi impresión, pero parecía que hubiese preparado el momento.
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2 comentarios - ¡Ciao Laura! (Capítulo 1)