Todo comenzó al morir mi marido. De repente una llamada de la Guardia Civil me puso en alerta, me dijeron que había sufrido un accidente y que lo llevaban al hospital, por lo que, muy alarmada cogí un taxi desde el trabajo y me fui directa hacia allí.
Al llegar y preguntar por mi marido, fue cuando me dieron la fatídica noticia: había llegado con un hijo de vida y había muerto mientras lo trasladaban al quirófano. Ya se puede imaginar el shock que sufrimos tanto yo como mi hijo. Nunca se está preparado para una noticia así, eso te cambia la vida.
Éramos una pareja normal, con un hijo que recientemente había entrado en la universidad, para estudiar arquitectura. Algo que ni mi marido ni yo pudimos hacer en nuestro tiempo, al quedarme yo embarazada de él muy joven siendo novios.
Ambos trabajábamos, yo como contable en una pequeña empresa y él de repartidor de una empresa de mensajería. Ya sabe, siempre con la hora justa, siempre con la presión de las entregas, siempre al límite con su furgoneta, tanto que ese fue su final, una accidente laboral se lo llevó por delante.
A partir de ahí como le he dicho, todo cambió. En el funeral vinieron parientes de todos sitios, durante unos días la casa fue un frenesí de visitas, mi madre vino con nosotros y se quedó unos días mientras pasaba todo. Al final regresó a su casa, pues tras jubilarse se había marchado a Sudamérica, ya que conoció a un turista argentino y se casó con él tras muchos años de viuda.
De modo que, tras su marcha, nos quedamos solos, mi hijo y yo. Ese día, cuando regresamos del aeropuerto, tras dejar a la abuela en el avión que la llevaría de vuelta a Argentina, la casa nos pareció desierta, como si un aire desolador y agobiante la envolviese. Cenamos a duras penas, porque yo insistí en que lo hiciéramos, aunque pasamos más rato preparando la frugal cena, poniendo y quitando la mesa, que comiendo en sí.
Luego nos fuimos a acostar, cada uno a su cuarto, nuestro piso tiene únicamente dos dormitorios, al casarnos no pudimos permitirnos uno más grande y con el tiempo, como sólo nació mi hijo Isaac, nos acomodamos y ya no nos planteamos el mudarnos a otro más espacioso.
Tras los días que siguieron al entierro, mi madre había estado durmiendo conmigo en mi cama de matrimonio, por lo que hasta aquella noche no fui consciente de lo grande que era para una persona sola. Pensé que tendría que acostumbrarme, hasta pensé en tirarla y comprar una individual, pues de todos modos dormiría sola el resto del tiempo.
El caso es que apenas pude dormir, así que terminé levantándome y atracando la nevera de casa, sacando helado y comiéndolo con ansiedad, había pasado de la inapetencia de la cena a una bulimia compulsiva.
Allí estaba yo, en camisón cuando mi hijo me dio un susto apareciendo por la puerta en calzoncillos. Él tampoco podía dormir así que terminamos los dos comiendo palomitas recién hechas en el microondas viendo la teletienda de madrugada.
Al alborear el día decidimos acostarnos, y al llegar a mi cuarto vi la inmensa cama y me vine abajo ante la idea de dormir sola. Sin pensarlo cogí a mi Isaac del brazo y le dije que viniese a dormir conmigo. Él asintió sin pensárselo dos veces, pues creo que ambos buscábamos la compañía que nos sacara de nuestros deprimentes pensamientos.
Finalmente conseguí dormirme y entre sueños me abracé a él, no se si era consciente de que él no era mi marido, pero estaba tan cansada que me giré y me coloqué junto a su espalda como solía hacer cuando vivía mi marido. Él es muy alto, aunque de complexión delgada, al contrario que yo que soy más bien bajita e igualmente delgada, el caso es que ni lo noté hasta que me desperté ya avanzado el día.
El caso es que no sé si fue por su compañía o porque abrazarlo me dio seguridad, pero esa noche pude descansar sin despertarme cien veces sobresaltada con el recuerdo de la fatídica llamada de la Guardia Civil. Nos levantamos a eso de la hora del almuerzo y como no tenía ganas de cocinar cogí el coche y nos fuimos a un burguer en el centro. Allí comimos sendas hamburguesas, esta vez con un hambre canina. Y al terminar nos dimos una vuelta por las tiendas.
Extrañamente mi hijo me acompañó a tiendas de ropa, a pesar de que él las odiaba y casi siempre iba yo sola de compras. Pero ese día estuvo de lo más encantador conmigo. Eso sí, me fijé en las miradas que les echaba a las dependientas de la tienda, ya sabe, todas chicas muy monas con unos tipitos con muchas curvas y uniformadas. Esto me hizo gracia, y me recordó los días en que sólo era un niño. Ahora se notaba que ya buscaba “otros juegos”, usted ya me entiende.
Dicho sea de paso mi Isaac es muy apuesto, tan alto y con su pelo rubio como el de su padre. En eso se le parece a él. Nos casamos muy jóvenes y lo tuvimos casi de inmediato, pues fue como vulgarmente se dice “de penalti”.
Por eso yo a su lado, no aparento realmente ser su madre, sino casi su hermana mayor pues apenas tengo cumplidos los treinta y seis años.
Ese día decidí comprarme un vestido muy mono, estampado con vivos colores, pues era primavera y eso del luto ya no se lleva, de alguna manera quería sentirme distinta, diferente, así que me lo puse y me gustó tanto que me lo llevé puesto.
Luego estuvimos tomando helado y paseando por un parque, hasta Isaac estuvo dando de comer a las palomas como cuando era niño. Yo creo que todo esto nos hizo mucho bien a ambos, pues nos ayudó a evadirnos de nuestra cruda realidad.
Era domingo así que al siguiente día yo tendría que volver al trabajo y él a la universidad. Aquella noche nos recogimos tarde, pues también cenamos fuera, de manera que cuando llegamos tan sólo nos tuvimos que duchar y acostarnos.
El entró primero y luego, mientras se secaba, entré a darle ropa limpia, pues se la había olvidado fuera. Entonces lo vi, tras salir de la ducha, con el pelo mojado y con la toalla a medio liar, por lo que furtivamente vi su miembro con todo su vello púbico y sus testículos, así que me quedé un tanto impresionada y pensé en lo apuesto que se había vuelto mi Isaac, con todo su torso musculoso y barbilampiño.
Aquello no pasó de ser un simple incidente doméstico, sin mayor importancia. Luego pasé yo a la ducha, mientras él salía para terminar de secarse y vestirse fuera.
Para mi sorpresa cuando salí, un buen rato después de secar mi largo pelo, lo descubrí durmiendo de nuevo en mi cama. De modo que, como la noche anterior, dormimos también juntos. Y lo cierto es que no me desagradó de nuevo su compañía.
La semana pasó rápido, pues yo trabajo muchas horas al tener jornada partida y él estudiaba otras tantas, de modo que sólo nos veíamos para la cena, luego ducha y después nos acostábamos.
Lo que comenzó siendo una ocurrencia mía para evitar la soledad de mi cama vacía, acabó convirtiéndose en un hábito. Tampoco es que le diésemos mayor importancia al tema en aquel tiempo, después de todo creo que ambos necesitábamos de nuestra mutua compañía.
Los fines de semana aprovechábamos para coger el coche y hacer algunas escapadas. Comenzamos a ir a paradores nacionales, a visitar sitios y lugares donde antes no íbamos.
— Pero antes me dijo que no ganaban mucho dinero, ¿cómo podían permitírselo? —le preguntó su interlocutor.
— Es cierto, pero, aunque esté mal decirlo, la verdad es que la indemnización por la muerte de mi marido nos dio un desahogo económico y tanto mi hijo como sentíamos la opresión de aquel piso, los recuerdos de cuando mi marido estaba allí, por lo que aprovechábamos la primera oportunidad para escaparnos.
— Claro, es muy normal.
— Bueno como le decía, estuvimos en hoteles durmiendo en habitaciones dobles y una vez fuimos a uno que tenía aguas termales y un circuito de spa. Allí nos estuvimos relajando. Apenas había clientela ese fin de semana, no entendíamos por qué, ya hacía calor y tal vez la gente buscaba más las playas que aquellos lugares.
El caso es que estuvimos en todas las piscinas, tras lo cual nos dieron un masaje unas chicas muy monas y luego pasamos al jacuzzi donde estuvimos charlando relajadamente. Era la primera vez que probaba uno y fue toda una gozada, ¡sentir el cosquilleo de aquellas burbujas! —exclamó rememorando aquel grato recuerdo con sus palabras.
— ¿Te han gustado las chicas Isaac, eran monas verdad? —le pregunté para sonsacarle.
— ¡Oh si, ya lo creo mamá! —exclamó el ufano—. Especialmente la rubia que te daba el masaje a ti, tenía unas... enormes —asintió haciendo un gesto con las manos en su pecho.
— Si, ¡tenían unas buenas domingas como las mías! ¿Eh? —le guiñé un ojo de complicidad—, ¡cómo las mías! —añadí realzando mi busto con las manos.
— ¡Ya lo creo! —exclamó él sonriente.
— ¿Que ya crees qué? —le pregunté yo—. ¡Que las tengo muy gordas o que te gustan las de la chica! —exclamé sonriente poniéndolo nervioso.
— ¡Eh qué “ella” las tenía muy gordas! —aclaró el apurado—.
— ¿Entonces, las mías no te gustan? —me insinué tomando mis pechos con las manos y juntándolos realzándolas.
— No es eso mamá, tú también eres muy guapa —afirmó finalmente tras mi encerrona.
— Gracias cariño, eres un sol —le espeté por fin satisfecha.
Las burbujas eran muy relajantes y me hacían un montón de cosquillas sobre todo al principio. Esos sitios son fantásticos, acostumbrarse a lo bueno cuesta muy poco, ¿verdad?. El caso es que picaronamente le insinué que podía aprovechar aquel momento para aliviarse, pues allí estábamos solos.
— ¡Cómo, hacerlo aquí! —exclamó con extrañeza.
— ¡Claro hijo, donde si no! —le dije yo sonriéndole—. Bajo el agua no te veré si es el pudor lo que te retiene.
— Pero mamá, no es sólo eso, ¡es que tú estarías delante! —se escandalizó él.
— Hombre eso si, pero siempre puedes cerrar los ojos y concentrarte pensar que estás sólo, ¿no?
— Yo creo que no podría mamá, sinceramente —me dijo algo serio.
— ¡Vale, sólo era una idea hombre no te pongas tan serio! —le dije yo tratando de que se relajase.
Lo cierto es que secretamente yo sí que me aparté el bañador y sentí aquellas burbujas acariciarme en lo más íntimo de mi ser. Desde el accidente no había tenido ningún tipo de reacción sexual, mi cuerpo sencillamente no lo necesitó, pero en aquel jacuzzi fue distinto. Las burbujas tuvieron este inesperado efecto en mí, me puse algo cachonda así que deslicé mis dedos por mi sexo para darme placer.
Isaac fue ajeno a todo aquello, pues era imposible que me viese, y yo me hice la dormida para disimular. Incluso pensé que mientras tenía los ojos cerrados él se masturbaba en mi presencia sin que yo lo supiera y esto me excitó mucho más. No se si realmente llegó o no a hacerlo pero fue algo maravilloso. Apreté los diente y trate de mantenerme inmóvil mientras mi cuerpo se removía como una leona aprisionada, retorciéndose, disfrutando de un placer fantástico y liberador.
Luego nos salimos del agua, nos duchamos y estuvimos cenando en el jardín, pues la temperatura invitaba a ello. Bebimos vino y yo creo que nos mareamos. Finalmente estuvimos paseando junto al hotel, pues tenía muchos metros cuadrados de jardines iluminados con lamparitas plantadas en el suelo, lo que le daba un aspecto muy acogedor.
— Isaac, al final hoy, ¿te relajaste en el jacuzzi? Yo me dormí y ni me enteré de lo que hacías —le insinué yo a ver si confesaba.
— ¡Oh no mamá, no podría hacer algo así delante tuyo! —se escandalizó mi joven retoño.
— ¡Vale, es que si lo hiciste ni me enteré! —exclamé yo—. ¿Sabes qué? Me estoy haciendo un montón de pipí —le confesé mientras miraba a mi alrededor buscando un lugar donde aliviarme.
— ¡Pero lo vas a hacer aquí mamá, puede venir otra gente del hotel! —afirmó escandalizado.
— Bueno tú vigilarás para que no me vean, ¿no? —le sonreí.
Nos apartamos un poco del camino y junto a unos arbustos me agaché y lo hice, él se puso de espaldas caballerosamente mirando a un lado y a otro. Cuando me percaté de que no tenía pañuelos de papel en el bolso, así que le pregunté si él llevaba y algo avergonzado me dijo que si y me entregó uno mientras yo permanecía en cuclillas en la oscuridad. Lo cierto es que estaba bastante mareada y tal vez fuera eso lo que me hacía estar algo exhibicionista.
Recuerdo cómo me miraba de reojo cuando me levanté y me limpié con las piernas abiertas, yo creo que apenas vería nada de mi sexo desnudo en aquella oscuridad, pero el exhibirme delante suyo fue algo morboso. Llegué a encontrar un placer inusual y ciertamente obsceno al hacer todo aquello delante de mi propio hijo.
Lo gracioso de todo, es que luego fue él, quien a continuación tuvo que imitarme haciendo pis allí mismo. Yo hice como que vigilaba pero lo cierto es que estuve espiándolo. Vi como extraía su miembro y cómo se concentraba para hacerlo, pues parecía que algo iba mal y tardó mucho en aliviarse. Entonces pensé que tal vez se había excitado con la situación anterior y, empalmado, le fue difícil orinar, pues por mi marido sabía que cuando los hombres se excitan no pueden hacerlo.
Esa noche di un montón de vueltas en la cama, sin poder dormir. Lo miraba mientras él dormía y sentí la necesidad de tocar sus pectorales. Nerviosa, lo hice suavemente hasta que amenazó con despertarse y entonces paré, escondiendo rápidamente mi mano furtiva. Era tan fuerte y fibroso, ¡divina juventud!
Me sentí como una guarra por acosar así a mi propio hijo sin que él lo supiera. Hasta me permití palpar su virilidad, ¡y para mi asombro esta respondió empalmándose con mis caricias! Me puse tan nerviosa que pensé que despertaría y me pillaría con mis dedos en su miembro, así que de nuevo me retiré rápidamente mientras sentía mi corazón latir con fuerza a la vez que se me secaba la boca y se me hacía imposible tragar.
Volví a masturbarme en la cama, introduciéndome cuantos dedos pude en mi vagina, tremendamente lubricada, como cuando era muy joven y lo hacía las primeras veces con mi marido. Creo que llegué hasta a atreverme a introducir un dedo por mi culo, pues esto a veces me lo hacía él y me excitaba mucho, aunque yo nunca lo hacía en mis masturbaciones.
Turbada, comencé a sentirme mal por hacer algo como aquello con mi hijo durmiendo a mi lado. Más aún, me sentí fatal por excitarme con su propio cuerpo. Así que fui incapaz de continuar allí mismo, me levanté y salí al balcón.
La brisa marina me refrescó, corrió por entre mis piernas torneadas y mi humedad al contacto con la brisa me estremeció. Seguí acariciándome la vulva allí mismo, absorta en el cielo estrellado, con un mar de pinos grises, oscuros y silenciosos movidos por el viento de montaña.
Cuando me corrí me tuve que agachar y aferrarme a la barandilla por temor a caer por ella. Me estremecí tanto que acabé sentada en el suelo mientras no paraba de frotar y frotar mi sexo. Me da mucha vergüenza confesar esto pero lo cierto es que, descubrí algo que ya apenas me pasaba, pues al correrme se me escapó algo de pipí, por lo que acabé sentada en un charco de pis. En el clímax me fue imposible contenerlo dentro de mí.
Luego me volvió el cargo de conciencia, me sentí fatal doctor, me sentí tremendamente cerda por hacer algo como aquello, por pajearme tras meter mano a Isaac, por llegar a consumar aquella masturbación hasta el final y porque me llegase a gustar tanto...
— Está bien Leonor, no se martirice por esos pensamientos. Asúmalos como pasados y como naturales, la naturaleza nos previene contra el tabú, pero a la vez nos tienta en favor de él. De ahí los sentimientos contrapuestos que usted manifiesta tan fuertemente —intervino su interlocutor.
Esta semana si le parece escríbame algo sobre lo que me acaba de contar, alguna lección que haya permanecido en su mente desde aquel tiempo, algo que le haya quedado grabado. Y en la próxima cita lo comentamos, ¿vale?
— Está bien doctor, eso haré. Nos vemos la próxima semana.
Leonor se levantó del diván donde había permanecido reclinada, al estilo clásico de psicoanálisis, durante cuarenta minutos le había estado relatando un episodio de su oscuro pasado, el primer episodio, pues era su primera cita.
Había estado dudando en asistir a un psicólogo, pero dados los últimos acontecimientos en su vida decidió hacerlo y aunque en estos momentos se sentía rara, lo cierto es que mientras el ascensor bajaba al portal se sintió un poco aliviada de poder contar sus preocupaciones a alguien, de poder confesar sus más oscuros recuerdos, aunque fuese a un extraño.
La siguiente semana Leonor acudió puntual a su cita. En la sala de espera sólo una jovencita secretaria, vestida de blanco inmaculado, permanecía tras una pantalla de ordenador en la mesa de escritorio donde recibía a los pacientes del doctor.
La chica era muy mona, morena, con el pelo recogido en una cola hacia atrás. Y muy joven, con un tipito como el que Leonor recordaba de si misma a sus veintipocos.
Nerviosa, esta vez su espera se hizo más larga que la anterior, y las miraditas cruzadas con la chica, seguidas por sonrisas de compromiso, la ponían aún más nerviosa. Preguntó por el servicio y la joven secretaria la acompañó al mismo, extrañamente la llevó hasta él, pues aunque no estaba lejos se encontraba al cruzar un pasillo del piso donde el doctor recibía a sus pacientes.
Pasó y encendió la luz del mismo y sonriéndole salió y la invitó a entrar. Leonor sintió un ligero pudor, como si aquella chica se fuese a quedar con ella mientras hacía pis. Pero no fue así, tras esto se despidió y le cerró la puerta. Desde luego este comportamiento la desconcertó por ser excesivamente servicial, pues ella era algo pudorosa para sus cosas.
Por fin la espera terminó y se encontró, una semana más, en la consulta del doctor tumbada en el diván...
— Cómo ha pasado la semana, ¿bien? —le preguntó el doctor, sugiriéndole la respuesta en la propia pregunta.
— Si, bien —se limitó a admitir Leonor.
— De acuerdo, prosiga con su historia, cuénteme lo siguiente que recuerde y que tenga relación con lo que la atormenta ahora.
— Está bien creo que nos quedamos en el parador aquel fin de semana, en el balcón, bueno... masturbándome después de tocar a mi hijo... ¡ejem! —carraspeo.
Pues bueno, el domingo salimos del parador y volvimos al piso, llegamos muy tarde y nos acostamos. Así comenzó otra semana de rutinas.
Un día mi hijo me sorprendió, pues yo siempre tenía unas dos horas y media para almorzar, ya que mi jornada laboral era partida. Solía comer y luego me daba tiempo a dar un buen paseo. Así que, aquel día me llamó y me dijo que se venía a comer conmigo. Me llevé una grata sorpresa la verdad, pues en absoluto me lo esperaba.
Cada tarde, yo preparaba la comida de ambos y la metía en tapers en el frigo para el día siguiente, pues no me gustaba cocinar sólo para mí. Así que ese día vino a mi trabajo y nos fuimos a un parque cercano, donde almorzamos sentados en el césped. Él compró unas cervezas en un bar, y nos las tomamos sentados al sol, como si fuésemos dos universitarios entreteniéndose entre clases.
Me sentí muy feliz por su visita y creo que llegué a abrazarlo y a besarlo cuando nos encontramos, y eso que yo no soy muy besucona. Luego paseó conmigo hasta que llegó la hora de entrar de nuevo a mi trabajo.
Una noche, creo que por esos días hizo mucho calor. Recuerdo que yo estaba sudando en la cama y él también. Así que salí a ducharme y él, que sin duda estaba despierto al igual que yo, me siguió.
Cuando entró al cuarto de baño yo ya estaba en la ducha y con el ruido del agua no me di cuenta, por lo que cuando lo vi entre las cortinillas de plástico, me sobresalté. Además del pudor que me dio, pues yo estaba desnuda en ese momento y seguramente él me viera al entrar.
Entró en calzoncillos y me dijo que se moría de calor, que quería también ducharse cuando terminase yo. Por lo que me apresuré a terminar y le pedí que me acercara la toalla. Asegurándome de cerrar bien las cortinas, saque mi mano a media altura entre ellas y me la entregó. Me sequé en la bañera y salí con ella liada a mi cuerpo.
Impaciente entró y sin cerrar completamente las cortinas se bajó los calzoncillos para comenzar a ducharse y los tiró al suelo del baño. Yo no pude evitar espiarlo, me fijé en su culo, en sus espaldas definidas, adiviné sus partes íntimas colgando entre sus piernas musculosas. La verdad es que me gustó ver su cuerpo, ¡tan joven y tan fuerte!
Salí a ponerme un camisón y unas braguitas limpias y volví a esperarlo. También aproveché para traerle a él una muda limpia y cuando hubo terminado, lo invité a irnos al balcón a sentarnos un rato, ya que en él corría algo de brisa y estaríamos mejor que en la cama.
Salió de la ducha con su torso desnudo, lleno aún de gotitas de agua, con el pelo enredado y mojado, yo me quedé mirándolo y él me sonrió. Luego hice como que me giraba para que se pusiera los calzoncillos, pero lo seguí espiando con el rabillo del ojo. Vi cómo se los ponía mientras con disimulo se abría la toalla para subírselos. Entonces fue cuando apareció su pene, flácido entre sus muslos, pero me gustó verlo así, me pareció algo de lo más sensual y hasta gracioso, pues acostumbrada a verlo de pequeño, ¡cómo había cambiado!
Yo me había puesto sólo el camisón, por lo que mis pechos seguramente se podían entrever a través de la fina y gastada tela. Sin duda se me veían las aureolas de mis pezones y la forma y distribución de mis pechos quedaría verdaderamente patente bajo la fina tela. Me excitaba pensando que él me miraría como yo hacía con él.
Nos sentamos en el balcón. Afuera la ciudad dormía y sólo el canto de las chicharras y los grillos daban muestra del intenso calor y rompían el silencio reinante. También recuerdo que oímos un maullido, en los bloques de en frente, sin duda algún minino también se refrescaba en el balcón de sus dueños y tal vez nos oyera salir al fresquito como él. Realmente se estaba bastante mejor fuera que dentro.
De pronto oímos un trueno, y un destello lejos en el horizonte. Una tormenta se había formado tras el intenso calor del día y parecía acercarse. Al minino también le sorprendió y con un maullido desesperado huyó por el ventanal abierto guareciéndose en su hogar. Pensé en que la lluvia lo refrescaría todo pero cabía la posibilidad de que pasase de largo, con lo que al calor se uniría una sofocante humedad.
— Mamá, no tienes calor con tanta ropa —me dijo mi Isaac.
— Bueno si, pero este camisón es el más fresco que tengo —le confesé yo.
— Si parece ligero, ¡de echo se te trasparenta un montón! —me confesó en plan bribón, se veía que en el baño se había puesto las botas— ¿Para eso puedes quitártelo, a mi no me importa, de verdad?
— ¿Claro pillín? Pero a lo mejor a mi si, ¿no lo has pensado? —contesté yo burlona.
— No se, eso depende de ti —se rió él—. De todas formas en la oscuridad del balcón no ten vería nada.
De modo que, en un ataque locuaz me lo saqué por la cabeza, y en la penumbra, seguí sentada frente a él en nuestras sillas de plástico.
— Mejor, ¿verdad? —me preguntó.
— ¡Uf sí, qué gustito sentir el aire refrescándome! —exclamé yo sonriente.
— Oye mamá, ¿recuerdas la semana pasada en el parador?
— Si, claro —afirme yo ufana.
— Pues, ¡te confieso que en el jacuzzi me masturbé! —afirmó con tono intrépido.
— ¿En serio? —le pregunté mostrándome incrédula.
— ¡Sí! —afirmó con rotundidad—, ¡no pude evitarlo, te vi con los ojos cerrados y lo hice! ¡Me corrí entre las burbujas! —fanfarroneó.
— ¡Vaya bribón que estás hecho, ya te lo dije! Estuvo bien, ¿eh?
— Oh si, ¡fue fantástico!
— ¿Y si te dijera que tu madre también, mientras tenía los ojos cerrados, se alivió bajo el agua?
— ¡Cómo, tú también! —se extrañó él. Ahora la que reía burlona era yo y él, el sorprendido.
— ¡Qué querías hijo, allí se estaba tan bien que fue inevitable!
Isaac se puso de pie y se asomó por el balcón, justo delante mío. Yo vi su torso y su culito tan cerca que casi tuve ganas de darle una palmada.
— ¿Serías capaz de asomarte ahora por el balcón? —me retó en tono irónico.
— Si estuviese sola lo haría sin pensar, pero contigo mirando, obviamente no —repuse yo.
— Es lo mismo que me dijiste en el jacuzzi, siempre puedo no mirar —sonrió él.
— Vale, lo haré, pero tienes que ponerte detrás de mí, así no me verás y te demostraré que soy capaz de hacerlo.
— Está bien, buena idea —admitió él.
Entonces lo hice, me puse con las tetas por fuera del balcón, apoyada sobre la barandilla y estas sobre mis brazos.
— Oye mamá, ahora si alguien pasa por la calle y te ve con tus domingas ahí asomada, puede que hasta le alegres la noche —se mofó Isaac.
— ¡Sin duda tu madre tiene buen par de tetas! —exclamé yo.
— Sin duda mamá, estás bien dotada en ese aspecto...
Entonces todo fue muy rápido, él se pegó a mi culo, con sus bóxer y sus manos se agarraron a mi desde atrás, cogiéndome efectivamente por las tetas con sus manos de largos dedos, apretándolas contra mi pecho y su pelvis contra mi culo.
— ¡Oh mamá, tienes unos pechos preciosos! En el hotel mientras te daban el masaje te veía tumbada y me imaginaba tocándotelas así —exclamó Isaac mientras me las sobaba.
Llegué a sentir hasta su polla... bueno su pene —corrigió Leonor avergonzada—, duro detrás de mí culo. En esos momentos me imaginé girándome y chupándosela, chupándosela a mi propio hijo, pero entonces la sola idea me produjo rechazo. Me revolví y me zafé de su abrazo.
— ¡Pero qué haces Isaac! ¡Que soy tu madre! —grité mostrándome enfadada y lo aparté de mi con un empujón.
— Si mamá, lo se, pero es que estamos tan solos y tan... que yo pensé que tal vez podríamos.
— ¡Podríamos qué, eso ni se te ocurra, me oyes! —le advertí severamente.
El caso es que ahora estábamos enfrentados y mis pechos eran bien visibles, él no dejaba de mirarlas y yo lo sabía.
Entonces intentó cogerlos pero yo aparté sus manos con las mías, contrariado me empujó y caí en la silla a mi espalda sorprendida. Acto seguido se arrodilló ante mí y separándome las piernas me mordió las bragas y por ende mi sexo. Sentí escalofríos al verlo hacer esto, dudé en milésimas de segundo, entre dejármelo comer por él y empujarlo y tirarlo al suelo.
Hice esto último, pero para entonces su lengua ya se había clavado en mi raja, pues previamente me había apartado las bragas a un lado. Lo empujé con todas mis fuerzas y este cayó de culo en el suelo de la terraza.
— ¡Isaac! —le grité en voz baja—. ¡Te has vuelto loco, no sigas! —le espeté señalándolo con el dedo.
Entonces él se abrazó a mí y comenzó a chuparme los pechos ansiosamente. Yo forcejeé con él y durante unos instantes dudé en la fuerza a emplear en la pelea, pues él era físicamente muy superior a mí.
Así que decidí pararlo en seco y le solté una gran bofetada. Al hacerlo él retrocedió poniéndose su mano en la mejilla con gesto de dolor, realmente le arreé bien fuerte. En ese momento, sentí pena por dentro, ¡pero tenía que mantenerme firme!
— ¡Basta ya Isaac, nunca más dormirás conmigo, nunca! ¡Lo has fastidiado todo! ¡Me oyes! —entonces una sucesión de truenos retumbó por todas partes, el sonido rebotó en cada edificio y este nos llegó con múltiples ecos.
No paraba de gritarle, de amenazarle, hasta que me sorprendió su mano lanzada con furia a mi cara, me devolvió el golpe y con intereses. Caí al suelo y me apoyé con ambas manos para no darme de bruces contra él.
Entonces Isaac aprovechó para cogerme por la cintura y así como estaba tirarme de las bragas y descubrir mi culo desnudo. Yo luché por separarme de él, pero como le dije antes, él era más fuerte y consiguió meterme su polla hasta el fondo, violentamente provocó en mí un alarido de dolor, apagado por los truenos que volvían a lanzar su furia a los cuatro vientos.
Sujetada con fuerza por él, sentí como frenéticamente me follaba, y desesperada me levanté y lancé mi codo con furia inusitada contra su costado y un nuevo bofetón contra su cara.
Él se revolvió herido, con furia inusitada, pero entonces le amenacé con volverle a abofetear, de modo que se quedó inmóvil y yo también. Un flash nos iluminó, entonces me vi desnuda y lo vi también a él.
Me arrepentí profundamente de verme en aquella situación y caí de rodillas, lloré amargamente mientras él permanecía delante mío.
Un relámpago iluminó su cara y entonces vi que él también lloraba, me levanté y quise abrazarlo pero ahora fue él el que se zafó de mi abrazo y salió huyendo.
Lo seguí a oscuras en la casa y cuando vi que se dirigía hacia la puerta me alarmé. Salí corriendo tras él y al verlo perderse escaleras arriba el corazón se me aceleró. Pensé en coger algo para ponerme, pues me sentí desnuda, pero mi alarma pudo más y salí tras él como mi madre me trajo al mundo.
Oí el crujir del cerrojo que da a la azotea y cuando salí lo había perdido de vista. Muy nerviosa, como una loca lo busqué y entonces un relámpago lo iluminó todo como si fuese de día. Tras él descargaron múltiples truenos y en la claridad descubrí donde estaba —Leonor comenzó a llorar desconsoladamente.
Se había subido a un muro de la pared que daba a la calle, grité como una loca: ¡No Isaac! Y salí tras él.
Entonces pareció como si el cielo se nos cayese encima, una cortina de agua espesa nos cubrió, caía con tremenda fuerza, con unos goterones que casi hacían daño a la piel.
¡Me aferré a sus rodillas gritándole que bajara! Pero él se negó a hacerlo. Miraba a la ciudad, estaba como enajenado, pues apenas me prestaba atención a pesar de mis tirones a sus manos desde abajo. Pero él se zafaba de mis dedos, una y otra vez resbalaban en los suyos y seguía allí de pie, a un paso del vacío.
Me miraba y yo lloraba desesperada, luego miraba al vacío y fue entonces cuando perdí los nervios,
Tras un relámpago vi su pene brillar mojado por la lluvia. ¡Se lo agarré y me lo tragué! ¡Comencé a chupárselo! No lo tenía erecto pero casi al momento su erección me llegó hasta la garganta.
¡Qué podía hacer, él estaba allí arriba por intentar violarme y yo ahora sólo pensaba en darle lo que pedía, en hacer lo que fuese para hacerlo bajar de allí! ¡Se la chupé con todas mis fuerzas, me aferré a su culo, le chupé los huevos y seguí hasta que vi que me miraba y hacía por bajarse!
Entonces cogí mis tetas y se las puse en las manos, lo agarré por la cabeza y se la hundí en ellas, sentí como me lamía, como me chupaba el agua que corría por ellas.
— ¡Esto es lo que quieres! ¡Esto es! —le grité separándome de él y entonces lo abofeteé otra vez con todas mis fuerzas.
— ¡Muy bien pues follarme! ¡Adelante fóllame! —le espeté encolerizada a la cara. Me giré, puse mi culo desnudo frente a él y me di palmadas furiosas en los cachetes.
No paraba de gritar obscenidades, mientras me golpeaba el culo y le mostraba mi coño obscenamente, incitándolo, arengándolo a que cumpliese sus deseos. No paraba de llover, los truenos y los relámpagos nos seguían iluminando en aquella terraza, ahogando también mis gritos desesperados.
Entonces Isaac reaccionó. Me cogió con gran fuerza por la cintura y me empujó contra el muro que daba a la calle. Sentí su verga hurgar en mi culo hasta que encontró el camino hacia mi interior y de un ardiente empujón me penetró de nuevo.
¡Mi almeja se abrió y la alojó como pudo, esta vez no sentí dolor al penetrarme, sentí desesperación mientras él me follaba con tremendos empellones! ¡Apreté los dientes y aguanté el tirón! No tardó en correrse dentro de mí, sus últimas arremetidas fueron tan enérgicas que me hizo daño al chocarme yo contra la pared.
Luego se paró, siguió abrazado a mí, con su verga dentro, fue como si toda su ira se aflojara de repente. Me quedé quieta, y entonces fui consciente de que lloraba profusamente, aunque con lo que llovía mis lágrimas se diluían en la lluvia confundiéndose con ella.
Sentí su verga moverse de nuevo en mi coño, ahora se estaba recreando en mí, el muy cerdo siguió haciéndolo unos segundos más hasta que de repente se retiró. Y antes de que me girase salió huyendo de nuevo, aunque esta vez ya no lo perseguí.
Me quedé allí, caí de nuevo de rodillas al suelo de la terraza y seguí llorando amargamente. La lluvia no paraba de caer sobre mi cuerpo desnudo, terminé tiritando de frío, pues el ambiente ya se había refrescado con la tormenta.
Finalmente, haciendo acopio de las pocas fuerzas que me quedaban, me levanté y anduve hasta la puerta que bajaba al bloque. Las escaleras estaban encharcadas debido a que había permanecido abierta mientras llovía torrencialmente.
Bajé desnuda por los pasillos, con la tenue claridad de las lucecitas de emergencia que iluminaban débilmente todo.
Al entrar y cerrar todo era silencio, pensé que mi hijo podía no estar allí pero mi instinto femenino me decía que si, que había vuelto.
Fui al baño y sin encender la luz me sequé el pelo. No quería ni mirarme al espejo, me sentía fatal y para colmo, ¡comencé a notar cómo de mi sexo caían algunos restos de semen de la corrida de mi hijo!
Me senté en el bidé y me aseé, ya no me importaba nada, ya pasaba de todo. ¡Me había dejado violar por mi hijo! Pero lo había hecho para salvarlo. ¡Pero eso no me importaba, si con ello había conseguido salvarlo y que no se tirase al vacío!
Al llegar y preguntar por mi marido, fue cuando me dieron la fatídica noticia: había llegado con un hijo de vida y había muerto mientras lo trasladaban al quirófano. Ya se puede imaginar el shock que sufrimos tanto yo como mi hijo. Nunca se está preparado para una noticia así, eso te cambia la vida.
Éramos una pareja normal, con un hijo que recientemente había entrado en la universidad, para estudiar arquitectura. Algo que ni mi marido ni yo pudimos hacer en nuestro tiempo, al quedarme yo embarazada de él muy joven siendo novios.
Ambos trabajábamos, yo como contable en una pequeña empresa y él de repartidor de una empresa de mensajería. Ya sabe, siempre con la hora justa, siempre con la presión de las entregas, siempre al límite con su furgoneta, tanto que ese fue su final, una accidente laboral se lo llevó por delante.
A partir de ahí como le he dicho, todo cambió. En el funeral vinieron parientes de todos sitios, durante unos días la casa fue un frenesí de visitas, mi madre vino con nosotros y se quedó unos días mientras pasaba todo. Al final regresó a su casa, pues tras jubilarse se había marchado a Sudamérica, ya que conoció a un turista argentino y se casó con él tras muchos años de viuda.
De modo que, tras su marcha, nos quedamos solos, mi hijo y yo. Ese día, cuando regresamos del aeropuerto, tras dejar a la abuela en el avión que la llevaría de vuelta a Argentina, la casa nos pareció desierta, como si un aire desolador y agobiante la envolviese. Cenamos a duras penas, porque yo insistí en que lo hiciéramos, aunque pasamos más rato preparando la frugal cena, poniendo y quitando la mesa, que comiendo en sí.
Luego nos fuimos a acostar, cada uno a su cuarto, nuestro piso tiene únicamente dos dormitorios, al casarnos no pudimos permitirnos uno más grande y con el tiempo, como sólo nació mi hijo Isaac, nos acomodamos y ya no nos planteamos el mudarnos a otro más espacioso.
Tras los días que siguieron al entierro, mi madre había estado durmiendo conmigo en mi cama de matrimonio, por lo que hasta aquella noche no fui consciente de lo grande que era para una persona sola. Pensé que tendría que acostumbrarme, hasta pensé en tirarla y comprar una individual, pues de todos modos dormiría sola el resto del tiempo.
El caso es que apenas pude dormir, así que terminé levantándome y atracando la nevera de casa, sacando helado y comiéndolo con ansiedad, había pasado de la inapetencia de la cena a una bulimia compulsiva.
Allí estaba yo, en camisón cuando mi hijo me dio un susto apareciendo por la puerta en calzoncillos. Él tampoco podía dormir así que terminamos los dos comiendo palomitas recién hechas en el microondas viendo la teletienda de madrugada.
Al alborear el día decidimos acostarnos, y al llegar a mi cuarto vi la inmensa cama y me vine abajo ante la idea de dormir sola. Sin pensarlo cogí a mi Isaac del brazo y le dije que viniese a dormir conmigo. Él asintió sin pensárselo dos veces, pues creo que ambos buscábamos la compañía que nos sacara de nuestros deprimentes pensamientos.
Finalmente conseguí dormirme y entre sueños me abracé a él, no se si era consciente de que él no era mi marido, pero estaba tan cansada que me giré y me coloqué junto a su espalda como solía hacer cuando vivía mi marido. Él es muy alto, aunque de complexión delgada, al contrario que yo que soy más bien bajita e igualmente delgada, el caso es que ni lo noté hasta que me desperté ya avanzado el día.
El caso es que no sé si fue por su compañía o porque abrazarlo me dio seguridad, pero esa noche pude descansar sin despertarme cien veces sobresaltada con el recuerdo de la fatídica llamada de la Guardia Civil. Nos levantamos a eso de la hora del almuerzo y como no tenía ganas de cocinar cogí el coche y nos fuimos a un burguer en el centro. Allí comimos sendas hamburguesas, esta vez con un hambre canina. Y al terminar nos dimos una vuelta por las tiendas.
Extrañamente mi hijo me acompañó a tiendas de ropa, a pesar de que él las odiaba y casi siempre iba yo sola de compras. Pero ese día estuvo de lo más encantador conmigo. Eso sí, me fijé en las miradas que les echaba a las dependientas de la tienda, ya sabe, todas chicas muy monas con unos tipitos con muchas curvas y uniformadas. Esto me hizo gracia, y me recordó los días en que sólo era un niño. Ahora se notaba que ya buscaba “otros juegos”, usted ya me entiende.
Dicho sea de paso mi Isaac es muy apuesto, tan alto y con su pelo rubio como el de su padre. En eso se le parece a él. Nos casamos muy jóvenes y lo tuvimos casi de inmediato, pues fue como vulgarmente se dice “de penalti”.
Por eso yo a su lado, no aparento realmente ser su madre, sino casi su hermana mayor pues apenas tengo cumplidos los treinta y seis años.
Ese día decidí comprarme un vestido muy mono, estampado con vivos colores, pues era primavera y eso del luto ya no se lleva, de alguna manera quería sentirme distinta, diferente, así que me lo puse y me gustó tanto que me lo llevé puesto.
Luego estuvimos tomando helado y paseando por un parque, hasta Isaac estuvo dando de comer a las palomas como cuando era niño. Yo creo que todo esto nos hizo mucho bien a ambos, pues nos ayudó a evadirnos de nuestra cruda realidad.
Era domingo así que al siguiente día yo tendría que volver al trabajo y él a la universidad. Aquella noche nos recogimos tarde, pues también cenamos fuera, de manera que cuando llegamos tan sólo nos tuvimos que duchar y acostarnos.
El entró primero y luego, mientras se secaba, entré a darle ropa limpia, pues se la había olvidado fuera. Entonces lo vi, tras salir de la ducha, con el pelo mojado y con la toalla a medio liar, por lo que furtivamente vi su miembro con todo su vello púbico y sus testículos, así que me quedé un tanto impresionada y pensé en lo apuesto que se había vuelto mi Isaac, con todo su torso musculoso y barbilampiño.
Aquello no pasó de ser un simple incidente doméstico, sin mayor importancia. Luego pasé yo a la ducha, mientras él salía para terminar de secarse y vestirse fuera.
Para mi sorpresa cuando salí, un buen rato después de secar mi largo pelo, lo descubrí durmiendo de nuevo en mi cama. De modo que, como la noche anterior, dormimos también juntos. Y lo cierto es que no me desagradó de nuevo su compañía.
La semana pasó rápido, pues yo trabajo muchas horas al tener jornada partida y él estudiaba otras tantas, de modo que sólo nos veíamos para la cena, luego ducha y después nos acostábamos.
Lo que comenzó siendo una ocurrencia mía para evitar la soledad de mi cama vacía, acabó convirtiéndose en un hábito. Tampoco es que le diésemos mayor importancia al tema en aquel tiempo, después de todo creo que ambos necesitábamos de nuestra mutua compañía.
Los fines de semana aprovechábamos para coger el coche y hacer algunas escapadas. Comenzamos a ir a paradores nacionales, a visitar sitios y lugares donde antes no íbamos.
— Pero antes me dijo que no ganaban mucho dinero, ¿cómo podían permitírselo? —le preguntó su interlocutor.
— Es cierto, pero, aunque esté mal decirlo, la verdad es que la indemnización por la muerte de mi marido nos dio un desahogo económico y tanto mi hijo como sentíamos la opresión de aquel piso, los recuerdos de cuando mi marido estaba allí, por lo que aprovechábamos la primera oportunidad para escaparnos.
— Claro, es muy normal.
— Bueno como le decía, estuvimos en hoteles durmiendo en habitaciones dobles y una vez fuimos a uno que tenía aguas termales y un circuito de spa. Allí nos estuvimos relajando. Apenas había clientela ese fin de semana, no entendíamos por qué, ya hacía calor y tal vez la gente buscaba más las playas que aquellos lugares.
El caso es que estuvimos en todas las piscinas, tras lo cual nos dieron un masaje unas chicas muy monas y luego pasamos al jacuzzi donde estuvimos charlando relajadamente. Era la primera vez que probaba uno y fue toda una gozada, ¡sentir el cosquilleo de aquellas burbujas! —exclamó rememorando aquel grato recuerdo con sus palabras.
— ¿Te han gustado las chicas Isaac, eran monas verdad? —le pregunté para sonsacarle.
— ¡Oh si, ya lo creo mamá! —exclamó el ufano—. Especialmente la rubia que te daba el masaje a ti, tenía unas... enormes —asintió haciendo un gesto con las manos en su pecho.
— Si, ¡tenían unas buenas domingas como las mías! ¿Eh? —le guiñé un ojo de complicidad—, ¡cómo las mías! —añadí realzando mi busto con las manos.
— ¡Ya lo creo! —exclamó él sonriente.
— ¿Que ya crees qué? —le pregunté yo—. ¡Que las tengo muy gordas o que te gustan las de la chica! —exclamé sonriente poniéndolo nervioso.
— ¡Eh qué “ella” las tenía muy gordas! —aclaró el apurado—.
— ¿Entonces, las mías no te gustan? —me insinué tomando mis pechos con las manos y juntándolos realzándolas.
— No es eso mamá, tú también eres muy guapa —afirmó finalmente tras mi encerrona.
— Gracias cariño, eres un sol —le espeté por fin satisfecha.
Las burbujas eran muy relajantes y me hacían un montón de cosquillas sobre todo al principio. Esos sitios son fantásticos, acostumbrarse a lo bueno cuesta muy poco, ¿verdad?. El caso es que picaronamente le insinué que podía aprovechar aquel momento para aliviarse, pues allí estábamos solos.
— ¡Cómo, hacerlo aquí! —exclamó con extrañeza.
— ¡Claro hijo, donde si no! —le dije yo sonriéndole—. Bajo el agua no te veré si es el pudor lo que te retiene.
— Pero mamá, no es sólo eso, ¡es que tú estarías delante! —se escandalizó él.
— Hombre eso si, pero siempre puedes cerrar los ojos y concentrarte pensar que estás sólo, ¿no?
— Yo creo que no podría mamá, sinceramente —me dijo algo serio.
— ¡Vale, sólo era una idea hombre no te pongas tan serio! —le dije yo tratando de que se relajase.
Lo cierto es que secretamente yo sí que me aparté el bañador y sentí aquellas burbujas acariciarme en lo más íntimo de mi ser. Desde el accidente no había tenido ningún tipo de reacción sexual, mi cuerpo sencillamente no lo necesitó, pero en aquel jacuzzi fue distinto. Las burbujas tuvieron este inesperado efecto en mí, me puse algo cachonda así que deslicé mis dedos por mi sexo para darme placer.
Isaac fue ajeno a todo aquello, pues era imposible que me viese, y yo me hice la dormida para disimular. Incluso pensé que mientras tenía los ojos cerrados él se masturbaba en mi presencia sin que yo lo supiera y esto me excitó mucho más. No se si realmente llegó o no a hacerlo pero fue algo maravilloso. Apreté los diente y trate de mantenerme inmóvil mientras mi cuerpo se removía como una leona aprisionada, retorciéndose, disfrutando de un placer fantástico y liberador.
Luego nos salimos del agua, nos duchamos y estuvimos cenando en el jardín, pues la temperatura invitaba a ello. Bebimos vino y yo creo que nos mareamos. Finalmente estuvimos paseando junto al hotel, pues tenía muchos metros cuadrados de jardines iluminados con lamparitas plantadas en el suelo, lo que le daba un aspecto muy acogedor.
— Isaac, al final hoy, ¿te relajaste en el jacuzzi? Yo me dormí y ni me enteré de lo que hacías —le insinué yo a ver si confesaba.
— ¡Oh no mamá, no podría hacer algo así delante tuyo! —se escandalizó mi joven retoño.
— ¡Vale, es que si lo hiciste ni me enteré! —exclamé yo—. ¿Sabes qué? Me estoy haciendo un montón de pipí —le confesé mientras miraba a mi alrededor buscando un lugar donde aliviarme.
— ¡Pero lo vas a hacer aquí mamá, puede venir otra gente del hotel! —afirmó escandalizado.
— Bueno tú vigilarás para que no me vean, ¿no? —le sonreí.
Nos apartamos un poco del camino y junto a unos arbustos me agaché y lo hice, él se puso de espaldas caballerosamente mirando a un lado y a otro. Cuando me percaté de que no tenía pañuelos de papel en el bolso, así que le pregunté si él llevaba y algo avergonzado me dijo que si y me entregó uno mientras yo permanecía en cuclillas en la oscuridad. Lo cierto es que estaba bastante mareada y tal vez fuera eso lo que me hacía estar algo exhibicionista.
Recuerdo cómo me miraba de reojo cuando me levanté y me limpié con las piernas abiertas, yo creo que apenas vería nada de mi sexo desnudo en aquella oscuridad, pero el exhibirme delante suyo fue algo morboso. Llegué a encontrar un placer inusual y ciertamente obsceno al hacer todo aquello delante de mi propio hijo.
Lo gracioso de todo, es que luego fue él, quien a continuación tuvo que imitarme haciendo pis allí mismo. Yo hice como que vigilaba pero lo cierto es que estuve espiándolo. Vi como extraía su miembro y cómo se concentraba para hacerlo, pues parecía que algo iba mal y tardó mucho en aliviarse. Entonces pensé que tal vez se había excitado con la situación anterior y, empalmado, le fue difícil orinar, pues por mi marido sabía que cuando los hombres se excitan no pueden hacerlo.
Esa noche di un montón de vueltas en la cama, sin poder dormir. Lo miraba mientras él dormía y sentí la necesidad de tocar sus pectorales. Nerviosa, lo hice suavemente hasta que amenazó con despertarse y entonces paré, escondiendo rápidamente mi mano furtiva. Era tan fuerte y fibroso, ¡divina juventud!
Me sentí como una guarra por acosar así a mi propio hijo sin que él lo supiera. Hasta me permití palpar su virilidad, ¡y para mi asombro esta respondió empalmándose con mis caricias! Me puse tan nerviosa que pensé que despertaría y me pillaría con mis dedos en su miembro, así que de nuevo me retiré rápidamente mientras sentía mi corazón latir con fuerza a la vez que se me secaba la boca y se me hacía imposible tragar.
Volví a masturbarme en la cama, introduciéndome cuantos dedos pude en mi vagina, tremendamente lubricada, como cuando era muy joven y lo hacía las primeras veces con mi marido. Creo que llegué hasta a atreverme a introducir un dedo por mi culo, pues esto a veces me lo hacía él y me excitaba mucho, aunque yo nunca lo hacía en mis masturbaciones.
Turbada, comencé a sentirme mal por hacer algo como aquello con mi hijo durmiendo a mi lado. Más aún, me sentí fatal por excitarme con su propio cuerpo. Así que fui incapaz de continuar allí mismo, me levanté y salí al balcón.
La brisa marina me refrescó, corrió por entre mis piernas torneadas y mi humedad al contacto con la brisa me estremeció. Seguí acariciándome la vulva allí mismo, absorta en el cielo estrellado, con un mar de pinos grises, oscuros y silenciosos movidos por el viento de montaña.
Cuando me corrí me tuve que agachar y aferrarme a la barandilla por temor a caer por ella. Me estremecí tanto que acabé sentada en el suelo mientras no paraba de frotar y frotar mi sexo. Me da mucha vergüenza confesar esto pero lo cierto es que, descubrí algo que ya apenas me pasaba, pues al correrme se me escapó algo de pipí, por lo que acabé sentada en un charco de pis. En el clímax me fue imposible contenerlo dentro de mí.
Luego me volvió el cargo de conciencia, me sentí fatal doctor, me sentí tremendamente cerda por hacer algo como aquello, por pajearme tras meter mano a Isaac, por llegar a consumar aquella masturbación hasta el final y porque me llegase a gustar tanto...
— Está bien Leonor, no se martirice por esos pensamientos. Asúmalos como pasados y como naturales, la naturaleza nos previene contra el tabú, pero a la vez nos tienta en favor de él. De ahí los sentimientos contrapuestos que usted manifiesta tan fuertemente —intervino su interlocutor.
Esta semana si le parece escríbame algo sobre lo que me acaba de contar, alguna lección que haya permanecido en su mente desde aquel tiempo, algo que le haya quedado grabado. Y en la próxima cita lo comentamos, ¿vale?
— Está bien doctor, eso haré. Nos vemos la próxima semana.
Leonor se levantó del diván donde había permanecido reclinada, al estilo clásico de psicoanálisis, durante cuarenta minutos le había estado relatando un episodio de su oscuro pasado, el primer episodio, pues era su primera cita.
Había estado dudando en asistir a un psicólogo, pero dados los últimos acontecimientos en su vida decidió hacerlo y aunque en estos momentos se sentía rara, lo cierto es que mientras el ascensor bajaba al portal se sintió un poco aliviada de poder contar sus preocupaciones a alguien, de poder confesar sus más oscuros recuerdos, aunque fuese a un extraño.
La siguiente semana Leonor acudió puntual a su cita. En la sala de espera sólo una jovencita secretaria, vestida de blanco inmaculado, permanecía tras una pantalla de ordenador en la mesa de escritorio donde recibía a los pacientes del doctor.
La chica era muy mona, morena, con el pelo recogido en una cola hacia atrás. Y muy joven, con un tipito como el que Leonor recordaba de si misma a sus veintipocos.
Nerviosa, esta vez su espera se hizo más larga que la anterior, y las miraditas cruzadas con la chica, seguidas por sonrisas de compromiso, la ponían aún más nerviosa. Preguntó por el servicio y la joven secretaria la acompañó al mismo, extrañamente la llevó hasta él, pues aunque no estaba lejos se encontraba al cruzar un pasillo del piso donde el doctor recibía a sus pacientes.
Pasó y encendió la luz del mismo y sonriéndole salió y la invitó a entrar. Leonor sintió un ligero pudor, como si aquella chica se fuese a quedar con ella mientras hacía pis. Pero no fue así, tras esto se despidió y le cerró la puerta. Desde luego este comportamiento la desconcertó por ser excesivamente servicial, pues ella era algo pudorosa para sus cosas.
Por fin la espera terminó y se encontró, una semana más, en la consulta del doctor tumbada en el diván...
— Cómo ha pasado la semana, ¿bien? —le preguntó el doctor, sugiriéndole la respuesta en la propia pregunta.
— Si, bien —se limitó a admitir Leonor.
— De acuerdo, prosiga con su historia, cuénteme lo siguiente que recuerde y que tenga relación con lo que la atormenta ahora.
— Está bien creo que nos quedamos en el parador aquel fin de semana, en el balcón, bueno... masturbándome después de tocar a mi hijo... ¡ejem! —carraspeo.
Pues bueno, el domingo salimos del parador y volvimos al piso, llegamos muy tarde y nos acostamos. Así comenzó otra semana de rutinas.
Un día mi hijo me sorprendió, pues yo siempre tenía unas dos horas y media para almorzar, ya que mi jornada laboral era partida. Solía comer y luego me daba tiempo a dar un buen paseo. Así que, aquel día me llamó y me dijo que se venía a comer conmigo. Me llevé una grata sorpresa la verdad, pues en absoluto me lo esperaba.
Cada tarde, yo preparaba la comida de ambos y la metía en tapers en el frigo para el día siguiente, pues no me gustaba cocinar sólo para mí. Así que ese día vino a mi trabajo y nos fuimos a un parque cercano, donde almorzamos sentados en el césped. Él compró unas cervezas en un bar, y nos las tomamos sentados al sol, como si fuésemos dos universitarios entreteniéndose entre clases.
Me sentí muy feliz por su visita y creo que llegué a abrazarlo y a besarlo cuando nos encontramos, y eso que yo no soy muy besucona. Luego paseó conmigo hasta que llegó la hora de entrar de nuevo a mi trabajo.
Una noche, creo que por esos días hizo mucho calor. Recuerdo que yo estaba sudando en la cama y él también. Así que salí a ducharme y él, que sin duda estaba despierto al igual que yo, me siguió.
Cuando entró al cuarto de baño yo ya estaba en la ducha y con el ruido del agua no me di cuenta, por lo que cuando lo vi entre las cortinillas de plástico, me sobresalté. Además del pudor que me dio, pues yo estaba desnuda en ese momento y seguramente él me viera al entrar.
Entró en calzoncillos y me dijo que se moría de calor, que quería también ducharse cuando terminase yo. Por lo que me apresuré a terminar y le pedí que me acercara la toalla. Asegurándome de cerrar bien las cortinas, saque mi mano a media altura entre ellas y me la entregó. Me sequé en la bañera y salí con ella liada a mi cuerpo.
Impaciente entró y sin cerrar completamente las cortinas se bajó los calzoncillos para comenzar a ducharse y los tiró al suelo del baño. Yo no pude evitar espiarlo, me fijé en su culo, en sus espaldas definidas, adiviné sus partes íntimas colgando entre sus piernas musculosas. La verdad es que me gustó ver su cuerpo, ¡tan joven y tan fuerte!
Salí a ponerme un camisón y unas braguitas limpias y volví a esperarlo. También aproveché para traerle a él una muda limpia y cuando hubo terminado, lo invité a irnos al balcón a sentarnos un rato, ya que en él corría algo de brisa y estaríamos mejor que en la cama.
Salió de la ducha con su torso desnudo, lleno aún de gotitas de agua, con el pelo enredado y mojado, yo me quedé mirándolo y él me sonrió. Luego hice como que me giraba para que se pusiera los calzoncillos, pero lo seguí espiando con el rabillo del ojo. Vi cómo se los ponía mientras con disimulo se abría la toalla para subírselos. Entonces fue cuando apareció su pene, flácido entre sus muslos, pero me gustó verlo así, me pareció algo de lo más sensual y hasta gracioso, pues acostumbrada a verlo de pequeño, ¡cómo había cambiado!
Yo me había puesto sólo el camisón, por lo que mis pechos seguramente se podían entrever a través de la fina y gastada tela. Sin duda se me veían las aureolas de mis pezones y la forma y distribución de mis pechos quedaría verdaderamente patente bajo la fina tela. Me excitaba pensando que él me miraría como yo hacía con él.
Nos sentamos en el balcón. Afuera la ciudad dormía y sólo el canto de las chicharras y los grillos daban muestra del intenso calor y rompían el silencio reinante. También recuerdo que oímos un maullido, en los bloques de en frente, sin duda algún minino también se refrescaba en el balcón de sus dueños y tal vez nos oyera salir al fresquito como él. Realmente se estaba bastante mejor fuera que dentro.
De pronto oímos un trueno, y un destello lejos en el horizonte. Una tormenta se había formado tras el intenso calor del día y parecía acercarse. Al minino también le sorprendió y con un maullido desesperado huyó por el ventanal abierto guareciéndose en su hogar. Pensé en que la lluvia lo refrescaría todo pero cabía la posibilidad de que pasase de largo, con lo que al calor se uniría una sofocante humedad.
— Mamá, no tienes calor con tanta ropa —me dijo mi Isaac.
— Bueno si, pero este camisón es el más fresco que tengo —le confesé yo.
— Si parece ligero, ¡de echo se te trasparenta un montón! —me confesó en plan bribón, se veía que en el baño se había puesto las botas— ¿Para eso puedes quitártelo, a mi no me importa, de verdad?
— ¿Claro pillín? Pero a lo mejor a mi si, ¿no lo has pensado? —contesté yo burlona.
— No se, eso depende de ti —se rió él—. De todas formas en la oscuridad del balcón no ten vería nada.
De modo que, en un ataque locuaz me lo saqué por la cabeza, y en la penumbra, seguí sentada frente a él en nuestras sillas de plástico.
— Mejor, ¿verdad? —me preguntó.
— ¡Uf sí, qué gustito sentir el aire refrescándome! —exclamé yo sonriente.
— Oye mamá, ¿recuerdas la semana pasada en el parador?
— Si, claro —afirme yo ufana.
— Pues, ¡te confieso que en el jacuzzi me masturbé! —afirmó con tono intrépido.
— ¿En serio? —le pregunté mostrándome incrédula.
— ¡Sí! —afirmó con rotundidad—, ¡no pude evitarlo, te vi con los ojos cerrados y lo hice! ¡Me corrí entre las burbujas! —fanfarroneó.
— ¡Vaya bribón que estás hecho, ya te lo dije! Estuvo bien, ¿eh?
— Oh si, ¡fue fantástico!
— ¿Y si te dijera que tu madre también, mientras tenía los ojos cerrados, se alivió bajo el agua?
— ¡Cómo, tú también! —se extrañó él. Ahora la que reía burlona era yo y él, el sorprendido.
— ¡Qué querías hijo, allí se estaba tan bien que fue inevitable!
Isaac se puso de pie y se asomó por el balcón, justo delante mío. Yo vi su torso y su culito tan cerca que casi tuve ganas de darle una palmada.
— ¿Serías capaz de asomarte ahora por el balcón? —me retó en tono irónico.
— Si estuviese sola lo haría sin pensar, pero contigo mirando, obviamente no —repuse yo.
— Es lo mismo que me dijiste en el jacuzzi, siempre puedo no mirar —sonrió él.
— Vale, lo haré, pero tienes que ponerte detrás de mí, así no me verás y te demostraré que soy capaz de hacerlo.
— Está bien, buena idea —admitió él.
Entonces lo hice, me puse con las tetas por fuera del balcón, apoyada sobre la barandilla y estas sobre mis brazos.
— Oye mamá, ahora si alguien pasa por la calle y te ve con tus domingas ahí asomada, puede que hasta le alegres la noche —se mofó Isaac.
— ¡Sin duda tu madre tiene buen par de tetas! —exclamé yo.
— Sin duda mamá, estás bien dotada en ese aspecto...
Entonces todo fue muy rápido, él se pegó a mi culo, con sus bóxer y sus manos se agarraron a mi desde atrás, cogiéndome efectivamente por las tetas con sus manos de largos dedos, apretándolas contra mi pecho y su pelvis contra mi culo.
— ¡Oh mamá, tienes unos pechos preciosos! En el hotel mientras te daban el masaje te veía tumbada y me imaginaba tocándotelas así —exclamó Isaac mientras me las sobaba.
Llegué a sentir hasta su polla... bueno su pene —corrigió Leonor avergonzada—, duro detrás de mí culo. En esos momentos me imaginé girándome y chupándosela, chupándosela a mi propio hijo, pero entonces la sola idea me produjo rechazo. Me revolví y me zafé de su abrazo.
— ¡Pero qué haces Isaac! ¡Que soy tu madre! —grité mostrándome enfadada y lo aparté de mi con un empujón.
— Si mamá, lo se, pero es que estamos tan solos y tan... que yo pensé que tal vez podríamos.
— ¡Podríamos qué, eso ni se te ocurra, me oyes! —le advertí severamente.
El caso es que ahora estábamos enfrentados y mis pechos eran bien visibles, él no dejaba de mirarlas y yo lo sabía.
Entonces intentó cogerlos pero yo aparté sus manos con las mías, contrariado me empujó y caí en la silla a mi espalda sorprendida. Acto seguido se arrodilló ante mí y separándome las piernas me mordió las bragas y por ende mi sexo. Sentí escalofríos al verlo hacer esto, dudé en milésimas de segundo, entre dejármelo comer por él y empujarlo y tirarlo al suelo.
Hice esto último, pero para entonces su lengua ya se había clavado en mi raja, pues previamente me había apartado las bragas a un lado. Lo empujé con todas mis fuerzas y este cayó de culo en el suelo de la terraza.
— ¡Isaac! —le grité en voz baja—. ¡Te has vuelto loco, no sigas! —le espeté señalándolo con el dedo.
Entonces él se abrazó a mí y comenzó a chuparme los pechos ansiosamente. Yo forcejeé con él y durante unos instantes dudé en la fuerza a emplear en la pelea, pues él era físicamente muy superior a mí.
Así que decidí pararlo en seco y le solté una gran bofetada. Al hacerlo él retrocedió poniéndose su mano en la mejilla con gesto de dolor, realmente le arreé bien fuerte. En ese momento, sentí pena por dentro, ¡pero tenía que mantenerme firme!
— ¡Basta ya Isaac, nunca más dormirás conmigo, nunca! ¡Lo has fastidiado todo! ¡Me oyes! —entonces una sucesión de truenos retumbó por todas partes, el sonido rebotó en cada edificio y este nos llegó con múltiples ecos.
No paraba de gritarle, de amenazarle, hasta que me sorprendió su mano lanzada con furia a mi cara, me devolvió el golpe y con intereses. Caí al suelo y me apoyé con ambas manos para no darme de bruces contra él.
Entonces Isaac aprovechó para cogerme por la cintura y así como estaba tirarme de las bragas y descubrir mi culo desnudo. Yo luché por separarme de él, pero como le dije antes, él era más fuerte y consiguió meterme su polla hasta el fondo, violentamente provocó en mí un alarido de dolor, apagado por los truenos que volvían a lanzar su furia a los cuatro vientos.
Sujetada con fuerza por él, sentí como frenéticamente me follaba, y desesperada me levanté y lancé mi codo con furia inusitada contra su costado y un nuevo bofetón contra su cara.
Él se revolvió herido, con furia inusitada, pero entonces le amenacé con volverle a abofetear, de modo que se quedó inmóvil y yo también. Un flash nos iluminó, entonces me vi desnuda y lo vi también a él.
Me arrepentí profundamente de verme en aquella situación y caí de rodillas, lloré amargamente mientras él permanecía delante mío.
Un relámpago iluminó su cara y entonces vi que él también lloraba, me levanté y quise abrazarlo pero ahora fue él el que se zafó de mi abrazo y salió huyendo.
Lo seguí a oscuras en la casa y cuando vi que se dirigía hacia la puerta me alarmé. Salí corriendo tras él y al verlo perderse escaleras arriba el corazón se me aceleró. Pensé en coger algo para ponerme, pues me sentí desnuda, pero mi alarma pudo más y salí tras él como mi madre me trajo al mundo.
Oí el crujir del cerrojo que da a la azotea y cuando salí lo había perdido de vista. Muy nerviosa, como una loca lo busqué y entonces un relámpago lo iluminó todo como si fuese de día. Tras él descargaron múltiples truenos y en la claridad descubrí donde estaba —Leonor comenzó a llorar desconsoladamente.
Se había subido a un muro de la pared que daba a la calle, grité como una loca: ¡No Isaac! Y salí tras él.
Entonces pareció como si el cielo se nos cayese encima, una cortina de agua espesa nos cubrió, caía con tremenda fuerza, con unos goterones que casi hacían daño a la piel.
¡Me aferré a sus rodillas gritándole que bajara! Pero él se negó a hacerlo. Miraba a la ciudad, estaba como enajenado, pues apenas me prestaba atención a pesar de mis tirones a sus manos desde abajo. Pero él se zafaba de mis dedos, una y otra vez resbalaban en los suyos y seguía allí de pie, a un paso del vacío.
Me miraba y yo lloraba desesperada, luego miraba al vacío y fue entonces cuando perdí los nervios,
Tras un relámpago vi su pene brillar mojado por la lluvia. ¡Se lo agarré y me lo tragué! ¡Comencé a chupárselo! No lo tenía erecto pero casi al momento su erección me llegó hasta la garganta.
¡Qué podía hacer, él estaba allí arriba por intentar violarme y yo ahora sólo pensaba en darle lo que pedía, en hacer lo que fuese para hacerlo bajar de allí! ¡Se la chupé con todas mis fuerzas, me aferré a su culo, le chupé los huevos y seguí hasta que vi que me miraba y hacía por bajarse!
Entonces cogí mis tetas y se las puse en las manos, lo agarré por la cabeza y se la hundí en ellas, sentí como me lamía, como me chupaba el agua que corría por ellas.
— ¡Esto es lo que quieres! ¡Esto es! —le grité separándome de él y entonces lo abofeteé otra vez con todas mis fuerzas.
— ¡Muy bien pues follarme! ¡Adelante fóllame! —le espeté encolerizada a la cara. Me giré, puse mi culo desnudo frente a él y me di palmadas furiosas en los cachetes.
No paraba de gritar obscenidades, mientras me golpeaba el culo y le mostraba mi coño obscenamente, incitándolo, arengándolo a que cumpliese sus deseos. No paraba de llover, los truenos y los relámpagos nos seguían iluminando en aquella terraza, ahogando también mis gritos desesperados.
Entonces Isaac reaccionó. Me cogió con gran fuerza por la cintura y me empujó contra el muro que daba a la calle. Sentí su verga hurgar en mi culo hasta que encontró el camino hacia mi interior y de un ardiente empujón me penetró de nuevo.
¡Mi almeja se abrió y la alojó como pudo, esta vez no sentí dolor al penetrarme, sentí desesperación mientras él me follaba con tremendos empellones! ¡Apreté los dientes y aguanté el tirón! No tardó en correrse dentro de mí, sus últimas arremetidas fueron tan enérgicas que me hizo daño al chocarme yo contra la pared.
Luego se paró, siguió abrazado a mí, con su verga dentro, fue como si toda su ira se aflojara de repente. Me quedé quieta, y entonces fui consciente de que lloraba profusamente, aunque con lo que llovía mis lágrimas se diluían en la lluvia confundiéndose con ella.
Sentí su verga moverse de nuevo en mi coño, ahora se estaba recreando en mí, el muy cerdo siguió haciéndolo unos segundos más hasta que de repente se retiró. Y antes de que me girase salió huyendo de nuevo, aunque esta vez ya no lo perseguí.
Me quedé allí, caí de nuevo de rodillas al suelo de la terraza y seguí llorando amargamente. La lluvia no paraba de caer sobre mi cuerpo desnudo, terminé tiritando de frío, pues el ambiente ya se había refrescado con la tormenta.
Finalmente, haciendo acopio de las pocas fuerzas que me quedaban, me levanté y anduve hasta la puerta que bajaba al bloque. Las escaleras estaban encharcadas debido a que había permanecido abierta mientras llovía torrencialmente.
Bajé desnuda por los pasillos, con la tenue claridad de las lucecitas de emergencia que iluminaban débilmente todo.
Al entrar y cerrar todo era silencio, pensé que mi hijo podía no estar allí pero mi instinto femenino me decía que si, que había vuelto.
Fui al baño y sin encender la luz me sequé el pelo. No quería ni mirarme al espejo, me sentía fatal y para colmo, ¡comencé a notar cómo de mi sexo caían algunos restos de semen de la corrida de mi hijo!
Me senté en el bidé y me aseé, ya no me importaba nada, ya pasaba de todo. ¡Me había dejado violar por mi hijo! Pero lo había hecho para salvarlo. ¡Pero eso no me importaba, si con ello había conseguido salvarlo y que no se tirase al vacío!
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