100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.
CAPITULO 1
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Capítulo 10:
Si había una mina que estaba buena y encima sabía que lo estaba, esa era Evangelina. Tenía una carita preciosa, un cuerpo descomunal y una cola que te volvía loco cada vez que la veías. Pero lo mejor de todo es que le encantaba mostrarse y hacerte saber que tenía bien en claro, que te derretías por ella. Usaba unas calzas súper ajustadas que se le metían adentro de la cola y solía ponerse unos tops deportivos que le resaltaban muchísimo las tetas. Es muy de pajero lo que voy a decir, pero era la motivación perfecta para ir a entrenar todos los días.
Me llamo Lucio, tengo 25 años y a pesar de que nunca fui un pibe muy fitness, me encanta ir al gimnasio. La razón principal por la que me gusta ir al gimnasio es para poder pasar un rato con Evangelina, la profe más hermosa del mundo. Es una mina que me lleva cinco años, pero es muy buena onda y siempre está dispuesta a ayudarte a la hora de hacer los ejercicios. A eso hay que sumarle el hecho de que está muy buena y que siempre se viste con ropa que resalta todo su cuerpo. Ella sabe que la miro, puesto que en más de una oportunidad me ha encontrado mirándole el culo a través de los espejos. Sin embargo no me dice nada, me regala una sonrisa y sigue haciendo lo suyo sin ningún problema.
El gimnasio está en el segundo piso de un club, por encima de la pileta de natación que se encuentra abajo, por lo que es un lugar poco concurrido. Dado que mis horarios de la facultad son cortados, puedo ir a las 14hs, horario en el que hay muy poca gente o a veces nadie. Al principio, Evangelina solo me enseñaba los ejercicios y me decía cómo debía hacerlos. Pero con el correr de las semanas empezamos a entablar pequeñas conversaciones con el fin de distraernos un poco durante la hora que yo estaba ahí. Comenzamos hablando de cosas básicas, noticias del día que pasaban en la tele que allí había o cuestiones generales. Poco a poco, llegamos a conocernos mejor pero nunca me animé a hacerle la pregunta que tanto quería responder sobre ella. ¿Estaba Evangelina en pareja?
Como ya dije, el horario es uno de los más tranquilos del gimnasio, al que suele ir muy poca gente y por lo general gente adulta o preadolescentes. Pero ese día lluvioso y frío, el lugar estaba completamente vacío. Como era invierno, en el club había muy poca gente y los que estaban se encontraban allí porque eran de ir todos los días. Subí las escaleras que conducen al gimnasio limpiándome un poco el agua que me había caído en el pelo y cuando llegué me encontré con la sorpresa de que no había absolutamente nadie, ni siquiera la profesora. Dejé la mochila en el locker de siempre y empecé a precalentar los músculos cuando por fin apareció ella.
La lluvia también la había sorprendido a Evangelina, que estaba empapada de pies a cabezas. Se había sacado las zapatillas llamativas que usaba con frecuencia y tenía puestas otras más viejas y gastadas. La calza estaba bastante mojada y se le pegaba aún más al cuerpo, haciendo que se notara su bombacha ajustada. Pero la remera era lo que más me atrapó. La húmeda tela se le pegaba a la piel y sus hermosas tetas resaltaban sobre el top que llevaba puesto ese día. Me quedé atontado mirándola unos segundos y me di cuenta que podían verse sus pezones, los cuales cautivaron mi vista por una fracción de segundos.
- ¡Me empapé!- Me dijo riéndose y recién ahí me percaté que tenía una toalla con la que se estaba secando el pelo.
- Si… Me doy cuenta.- Le dije mirándola a los ojos y viendo una sonrisa hermosa en sus labios.- Yo no tanto, por suerte.- Le dije y continué moviendo los brazos para calentar un poco el cuerpo.
- Para colmo no me traje ropa seca.- Agregó ella y pasó la toalla por encima de sus pechos y volví a quedarme como un tonto mirándola sin poder dar crédito a lo que veía.- ¡Voy a tener que quedarme así hasta que me vaya a mi casa!
“¿Querés venir a casa a cambiarte?” pensé y una sutil sonrisa apareció en mi cara. Evangelina se percató de aquello y me preguntó que me pasaba, pero le dije que simplemente me había dado gracia su comentario, por más que este no fuera gracioso. Enseguida caminé hacia la cinta y empecé a andar en ella para poder entrar en calor. Para mi sorpresa, la profe se acercó hasta donde yo estaba y se paró al lado mío y me preguntó cómo estaba. Pensando que se trataba de una conversación más social, le dije que estaba bien y le pregunté cómo estaba ella. Pero enseguida me di cuenta que se refería a mi día de entreno.
- No. Te pregunto si estás bien del hombro.- Me dijo enseguida y me acordé que la semana anterior me había ido a mi casa con un malestar cerca del cuello.- ¿Estás mejor?
- ¡Ah sí! ¡Sí!- Dije acelerando un poco el ritmo de la cinta.- ¡Mucho mejor!
- Hoy arrancás rutina nueva.- Me dijo ella mirando el cartón donde solía anotar los ejercicios que me tocaba hacer.- ¡Avisame cuando empieces y te los explico!- Agregó con entusiasmo y se dio media vuelta para volver a pararse sobre la barra principal.
Cuando se alejó de donde estaba, mi mirada enseguida fue al espejo y buscó el reflejo de su hermosa cola, la cual resaltaba debajo de la calza que se hundía entre los cachetes de esta. Ella frenó de golpe y giró la cabeza sonriendo y fue tan evidente que yo la estaba espiando, que para tratar de disimular aumenté muchísimo la velocidad de la cinta al punto de que tuve que empezar a correr a gran velocidad sobre ella. “¡Te agarré!” me dijo Evangelina y siguió riéndose para volver a reanudar su paso hasta la barra. “¿Te agarré?” me pregunté yo. ¿Qué quería decir eso? ¿Quería Evangelina encontrarme espiándola a sus espaldas? ¿Eso quería decir que no le molestaba? ¿Qué le gustaba?
Terminé de correr en la cinta y me bajé de esta para agarrar el cartón pero ella se me adelantó y me acercó dos mancuernas bastante más pesadas de las que solía usar yo. “Te explico…” me dijo y se paró al lado mío para mostrarme como tenía que hacer el ejercicio. Era un ejercicio bastante básico de bíceps, pero por alguna razón se quedó parada al lado mío cuando yo empecé a hacerlo. Enseguida me di cuenta que fue para corregirme la postura de los brazos, pero sentí que fue más que nada para aprovechar y tocarme un poco la piel. Yo seguí trabajando mis músculos, quedándome con la cálida sensación del tacto de sus dedos sobre los músculos de mi brazo. Entre medio de eso terminamos conversando de las cosas que solíamos hablar casi todos los días, pero en esa oportunidad me animé a hacerle la pregunta. En esa ocasión me animé a preguntarle si estaba en pareja.
Acto seguido fuimos a una de las máquinas que trabaja las piernas. Me senté en ellas y ni bien lo hice, Evangelina apoyó su mano sobre mi pecho y me empujó hacia atrás, para que mi espalda se apoyara por completo contra el respaldar. “Así…” me dijo mientras se inclinaba hacia el costado para regular el peso de la máquina. Nuevamente su cola quedó reflejada en el espejo que estaba en frente mío y aproveché para mirarle la cola una vez más. Ni bien se levantó me dijo que empezara a trabajar las piernas y cuando lo hice, apoyó su mano sobre mis abdominales y me preguntó si sentía también parte del trabajo en esa zona.
- ¡Upa! ¡Se nota que cambiaste mucho desde que llegaste!- Me dijo al notar como mi cuerpo se marcaba cada vez que levantaba el peso con las piernas.
- Gracias.- Le dije yo sin saber que responderle.
- En serio te lo digo.- Insistió ella.- Hace cuatro meses que venís y cambiaste muchísimo desde el primer día. Estás mucho más fuerte y armado ahora.- Agregó y sonrió.
Tenía su mano aún apoyada en mi estómago y notaba como todo mi cuerpo temblaba cada vez que levantaba las piernas. Su cara estaba a unos veinte centímetros de la mía y podía sentir el calor que su cuerpo emanaba. “¡Vamos, fuerza!” me motivo al ver que me costaba terminar la última serie y sentí unas ganas tremendas de agarrar su mano y bajarla un poco más desde el lugar en el que estaba. Sentí un cosquilleo en mi entrepierna y noté como mi pija palpitaba cuando nuestras miradas volvieron a cruzarse. Me moría de ganas de besar…
El siguiente ejercicio era uno de abdominales. Evangelina hizo que me acostara en el piso y que flezionara mis rodillas para luego ella arrodillarse encima de mis pies. Apoyó sus manos en mis rodillas para que las mismas no se movieran de lugar y me pidió que me sentara y me acostara unas veinte veces. Era un ejercicio bastante común y simple, pero por alguna razón la profe decidió que ella iba a permanecer arrodillara en frente mío. “Para que no levantes los pies y no hagas fuerza con ellos” me dijo cuando le pregunté por qué se quedaba ahí. Pero en realidad, la razón era otra.
Ni bien despegué mi espalda del piso y me levanté por primera vez, noté que sus tetas quedaban a centímetros de mi cara. “¡Más arriba!” me dijo ella motivándome pero al mismo tiempo inclinó su cuerpo más hacia adelante. Con la segunda abdominal, mis ojos pudieron ver bien de cerca sus hermosos pechos que se ajustaban debajo de su top empapado. “¡Así! ¡Dale!” insistió ella y se inclinó un poquito más hacia adelante, dejando sus lolas en primer plano. Con la tercera abdominal, me animé a llegar hasta ellas y las rocé con mi nariz.
Evangelina no dijo nada y se quedó dónde estaba, por lo que asumí que era eso lo que estaba buscando. La siguiente vez que me levanté volví a tocar sutilmente sus tetas con mi nariz y llegué a escuchar como ella exalaba un leve suspiro ni bien lo así. “¡Vamos! ¡Así!” me dijo pero en vez de decirlo con voz alentadora, utilizó un tono más bien sensual y seductor. Las siguientes cuatro abdominales fueron mucho más rápidas cuando me levantaba, pero aprovechaba para quedarme unos segundos extra en frente de sus gomas y sentir la suavidad de su piel sobre la punta de mi nariz. Cuando terminé el ejercicio, me quedé reposando unos segundos en el piso y ella me miró desde arriba, felicitándome por haber hecho el trabajo y diciéndome que aprovechaba para explicarme el siguiente.
Volvimos a agarrar las mancuernas, pero en esta oportunidad para hacer un trabajo de hombros. Yo me paré frente al espejo y ella se colocó detrás de mí, diciéndome que el ejercicio era igual a uno que ya había hecho en otra oportunidad. A pesar de que sabía cómo tenía que hacerlo, dejé que Evangelina me explicara y guiara mis brazos hasta la altura exacta. Empecé con la primera serie y ella seguía parada detrás de mí, alentándome con su voz suave y dulce, con frases como “Ahí va” o “¡Eso! Muy bien”. Pero cuando estaba por empezar la segunda serie, la profe se pegó a mi cuerpo, apoyó su pecho contra mi espalda y empezó a señalarme una corrección.
- Fijate de flexionar un poquito más los codos.- Me dijo pero yo no prestaba atención a sus palabras.
Sus tetas, las que hacía unos minutos había rozado con mi nariz, ahora estaban apoyadas plenamente en mi espalda y ella se encargaba de que lo notara. Sus manos se extendieron por mis hombros y bajaron hasta mis codos para enseñarme cómo debía flexionarlos debidamente. Evangelina, me acompañó en cada una de las diez subidas que tenía la serie, dejando siempre su cuerpo pegado al mío y haciéndome sentir la humedad de su ropa en mi espalda. Cuando se percató de esto, me pidió disculpas pero enseguida le dije que no había problema, pero ninguno de los dos se movió de lugar. En ese momento volví a sentir como mi pija palpitaba adentro de mi pantalón y supe que si se me paraba en ese momento, ella se iba a dar cuenta.
El cuarto ejercicio eran estocadas, por lo que fue bastante difícil que nuestros cuerpos estuvieran en contacto si quería hacerlas bien. Sin embargo, ella encontró la manera de permanecer pegada a mí. Se paró delante de mí y me dijo que debía hacer el paso hasta donde ella estaba parada, lo que me obligaba a estirarme hacia adelante. Cuando me inclinaba hacia abajo, Evangelina hacía lo mismo y apoyaba sus manos en mis hombros para poner una especie de resistencia cuando quería levantarme. Desconocía si se trataba de un ejercicio existente o si era algo que me servía de verdad, pero sentir nuevamente sus manos apoyarse con delicadeza sobre mis hombros, hizo que el calor se mantuviera vivo.
El quinto ejercicio era lumbares y para esas alturas, era evidente que los dos estábamos muy calientes. Me acosté boca abajo en la colchoneta y sin aviarme de lo que iba a hacer, la profe se sentó encima de mi cola y me dijo que iba a quedarse ahí para marcarme la altura exacta a la cual debía levantar mi cuerpo. Era la excusa más estúpida que había oído, pero no iba a rechazar la idea de que Evangelina se sentara encima de mí. Empezamos a hacer el ejercicio y sus manos se apoyaron con suavidad sobre mis omóplatos y me empezó a decir “¡Ahí!” cuando me levantaba unos centímetros del suelo.
Ella fue mucho más allá y enseguida movió una de sus manos hacia atrás y la apoyó sobre una de mis piernas. “Dejalas en el suelo” me dijo al ver que las levantaba sutilmente. Pero eso no fue lo que importó, pues enseguida comenzó a levantar su mano y la llevó hasta mi cola, apoyándola en uno de los cachetes y diciéndome que la pusiera bien firme. No podía creer la situación en la que estaba, completamente rendido ante ella, ejercitando mi cuerpo con el suyo encima de mí. Con una de sus manos apoyada sobre mi omóplato y la otra sobre mi cola. Sentía como la pija se me iba endureciendo adentro del pantalón y golpeaba contra la colchoneta que estaba abajo mío.
- ¡Bien! El último ejercicio es remo.- Me dijo levantándose y caminando lentamente hacia la máquina.
Yo me puse de pie y aproveché que ella estaba de espaldas para meterme la mano adentro del pantalón y acomodarme la verga para que no se notara que la tenía dura. Hice lo que pude, pues la ropa deportiva suele dejar al descubierto este tipo de “accidentes”. Sin embargo la acomodé de una forma en la que mi erección quedaba algo oculta y decidí seguir a Evangelina hacia la siguiente máquina. Pero cuando levanté la vista para ver donde estaba, noté que la profe me estaba espiando a través del espejo, de la misma manera que yo lo hacía frecuentemente. “No sos el único que lo hace” me dijo sonriendo y se paró en seco frente a la última máquina que iba a utilizar ese día.
Me senté en ella y tomé la manija que hacía que las pesas se levantaban si tirás de ella. Evangelina fue a acomodar el peso y luego se paró detrás de mí, colocando una pierna de un lado del asiento y otra del otro lado. Tiré una vez, tiré dos veces y ella enseguida me dijo que parara y aprovechando que el asiento era bastante largo, se sentó detrás de mí. Nuevamente pegó su cuerpo contra el mío y sentí como sus tetas volvían a apoyarse en mi espalda. Sus manos siguieron el camino de mis brazos una vez más y me ayudó a corregir la forma en la que hacía el ejercicio. “¡Así! ¡Muy bien!” me dijo al oído y noté como mi verga volvía a latir adentro de mi pantalón.
Entonces todo se fue a la mierda. Evangelina apoyó sus labios en mi cuello y me dio un beso que me hizo temblar desde la punta de los pies a la cabeza. Apoyé la agarradera de la máquina y sus manos cayeron hacia mis piernas al mismo tiempo que sus labios volvían a tocar mi cuello. El silencio reinaba en el gimnasio y solo se rompía por la música que sonaba muy bajo y por los gritos del entrenador de la pileta que estaba en la planta baja. Un tercer beso llegó a mi cuello y entonces me incliné hacia un costado y giré la cabeza para encontrarme con el rostro de mi profesora.
Nos dimos un beso bien apasionado y noté como su boca se abría para regalarme su lengua. Empezamos a besarnos acaloradamente, sin levantarnos de la máquina ni movernos de lugar. Ella seguía sentada detrás de mí, con sus tetas pegadas a mi espalda y con sus manos apoyadas sobre mis piernas. Mi lengua y la suya se encontraron en su boca y luego se trasladaron a la mía, en un beso que se ponía cada vez más caliente. No podía creer lo que estaba sucediendo y me costaba reaccionar, pues seguía sorprendido de todo lo que había pasado durante esa hora de entreno.
Fue entonces cuando Evangelina decidió avanzar un poco más y metió su mano derecha adentro de mi pantalón y agarró mi pija con fuerza. Yo lancé un gemido que hizo que nuestro beso se cortara y fue en ese momento cuando nuestras miradas volvieron a cruzarse. Me senté recto, como si estuviera a punto de retomar el ejercicio y busqué el reflejo de sus ojos en el espejo. Ella me miraba con una expresión de deseo que nunca antes había visto en su rostro. Sus dedos empezaron a moverse, hacia adelante y hacia atrás, lentamente. Separé mis labios y dejé escapar un segundo gemido, sin caer en la cuenta de que la profesora tenía mi pija en su mano.
Poco a poco fue moviendo su muñeca hacia adelante y hacia atrás a más velocidad. Nuestros ojos no se movían y nuestras miradas permanecían intactas a través del espejo. Ella sacó su lengua de su boca y la empezó a pasar por mi oreja, haciendo que esta se humedeciera con su saliva. “¡Ay sí!” dije gimiendo al sentir como todo su cuerpo se conectaba con el mío. Sus tetas seguían pegadas a mi espalda y eso me calentaba muchísimo. Notaba como mi verga bien dura empezaba a latir más y a más a medida que su mano se movía en todas direcciones. De golpe su lengua entró en mi oído y cerré los ojos por unos segundos pues no podía creer lo que estaba sucediendo.
Rápidamente Evangelina sacó mi pija de mi pantalón y esta quedó al descubierto. Sus ojos y los míos seguían conectados, en una especie de unión que no se podía romper en ningún momento. Su mano se movía más y más rápido y sentía un calor abrazador que invadía mi cuerpo a pesar de que su ropa mojada estaba en contacto con la mía. De mi boca salían gemidos suaves y bien bajos, pero que ella podía oír fácilmente. “¡Ufff no!” le dije yo sintiendo como mi pija empezaba a latir a gran velocidad. No quería acabar, no quería que terminara ese momento mágico que estábamos teniendo ahí. Pero ella tenía otros planes y no quería desaprovechar la oportunidad.
Continuó moviendo su mano a toda velocidad y volviendo a acercar su boca a mi oído me dijo las palabras más hermosas que nunca le había escuchado. “¡Sí! Dejame hacerte acabar. Dejame sacarte toda la leche” me susurró en la oreja y yo no me pude contener a semejante pedido. La profe continuó majeándome con fuerza y segundos más tarde noté como mi verga se hinchaba al máximo. De mi cabeza empezó a salir semen bien caliente y espeso que fue cayendo sobre el asiento de la máquina en el cual estábamos sentados. “¡Mmm así! ¡Así te quería tener” me dijo nuevamente al oído y un escalofrío enorme recorrió mi cuerpo.
Casi como si estuviese todo calculado, unos segundos después de que ella murmurara esa frase, escuchamos unas pisadas que provenían de la escalera y actuamos enseguida. Evangelina se levantó a toda velocidad de la máquina y salió corriendo hacia la mesada al mismo tiempo que yo guardaba mi pija adentro del pantalón. Me arrojó la toalla que había usado anteriormente para secarse el cuerpo y el pelo y yo la agarré al mismo tiempo que una vieja entraba al gimnasio. Aproveché el momento en el que ellas se saludaron para limpiar la leche que había caído sobre el asiento y seguí haciendo el ejercicio mientras que Evangelina hablaba con la señora que acababa de entrar.
Terminé de entrenar, agarré mi mochila y me despedí de ella con un “chau” bastante simple y común. No podía creer lo que acababa de vivir. Había sucedido todo tan de golpe que aún no caía en la cuenta de que la profesora me había ordeñado a su antojo en medio de la clase. Salí del gimnasio y empecé a caminar sin importarme de que la lluvia cayera sobre mi cuerpo. Sentía un placer inmenso que aún recorría mi cuerpo y la sensación de su mano yendo y viniendo por mi pija todavía quedaba en mí. Lo mejor de todo es que ese día había conocido un dato de ella que hizo que toda esa situación fuera mucho más excitante, pues ese día también me había enterado que Evangelina estaba a punto de casarse.
Lugar n° 10: Gimnasio
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